Kitabı oku: «Feminismo para América Latina», sayfa 9

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Tras su éxito en Ginebra, Stevens y Alice Paul decidieron que, además de un Tratado de Igualdad de Derechos, la comisión debía esbozar un Tratado de Igualdad de Nacionalidad que le otorgara derechos de nacionalidad independientes específicamente a las mujeres casadas.24 Se planearon presentarle el tratado a la Sociedad de Naciones, la cual había estado trabajando desde 1924 en un código legal para todas las naciones del mundo. El primer intento de registrar de manera oficial dicho código internacional tendría lugar en la Conferencia de La Haya en la primavera de 1930, en la que la nacionalidad sería uno de los primeros temas de discusión. Debido a la propuesta de 1928 de Stevens, de incluir mujeres en estas deliberaciones, la Conferencia de La Haya señalaría la primera vez que las mujeres participaron como plenipotenciarias en una reunión de la Sociedad de Naciones.25

En un principio, Clara González apoyó de forma activa este objetivo.26 Incluso defendió a la comisión contra quienes la acusaban de que centrarse en los derechos de nacionalidad igualitarios no tomaba en cuenta las necesidades de las latinoamericanas. Las mujeres en muchos países de América Latina ya tenían derechos de nacionalidad mientras que en Estados Unidos no, pese a la Ley Cable de 1922.27 En Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, por ejemplo, una mujer no perdía su nacionalidad al casarse con un extranjero y las leyes de nacionalidad de estos países no hacían distingos según el sexo.28 Stevens y Paul pensaron que el progresismo del derecho latinoamericano respecto de la nacionalidad la volvían una causa apta para la CIM. Pero un artículo en el periódico panameño Gráfico criticó a la comisión por centrarse en la nacionalidad a expensas de otros asuntos más urgentes para las mujeres latinoamericanas, como el voto o la igualdad económica. En una respuesta publicada en el Diario de Panamá, González expresó que la nacionalidad independiente era muy importante para todos, en especial considerando que la migración iba en aumento y que las mujeres migrantes cuya ciudadanía derivaba del matrimonio enfrentaban singulares problemáticas con respecto al estatus de nacionalidad. Los tratados de Igualdad de Derechos y de Igualdad de Nacionalidad, explicó Clara, ayudarían a desmantelar todas las formas de desigualdad enfrentadas por las mujeres de América Latina.29

Aunque González seguía teniendo fe en el trabajo en pro de la igualdad de derechos de la comisión y admiraba la influencia internacional de Stevens, le perturbaba cada vez más el liderazgo unilateral de ésta. A pesar de sus promesas de “hermandad”, Stevens no integraba casi ninguna de las aportaciones de las feministas latinoamericanas. Hacia el final del primer verano en que González trabajó en las oficinas de la CIM, sólo se había designado a las primeras siete comisionadas (que debían ser nombradas por los gobiernos de sus países). Ninguna, aparte de González, pudo pasar un tiempo significativo en la sede estadounidense y la mayoría mantuvo estrechas relaciones con sus gobiernos y no con las organizaciones feministas. Entre las comisionadas se encontraban la esposa de un abogado colombiano que trabajaba de cerca con el Departamento de Estado estadounidense, la esposa del ministro de Salud Pública de El Salvador y la cuñada del presidente de Haití. De entre las designadas, Clara González era una de las pocas que podían calificarse como líder nacional feminista.30 Preocupada, González le escribió a Ofelia Domínguez Navarro que “los gobiernos nombraron a muchas de ningún valor”.31

Clara no era la única frustrada por la selección de esas comisionadas. La feminista mexicana Elena Arizmendi, quien junto con Paulina Luisi había codirigido la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, le escribió a Stevens y a otras integrantes del NWP para pedir que protestaran contra el patrocinio gubernamental de las comisionadas. Le dijo que las personas con quienes se había vinculado, así fueran muy educadas, nunca habían luchado en favor de la causa de las mujeres, por lo que para las feministas hispanohablantes no tenían ningún valor.32 Arizmendi alertó de que constituir la CIM con integrantes designadas por los gobiernos le quitaría a la comisión cualquier poder que pudiera tener para exigirle cuentas al Estado por violar los derechos de la mujer, pues los gobiernos nunca demostrarían tener una fuerte alianza con las mujeres, pero, por el contrario, una alianza así contravendría las intenciones de los propios Estados. También previno que esta estrategia fortalecería el dominio estadounidense sobre la CIM y pondría en peligro las relaciones entre mujeres hispanohablantes y estadounidenses.33

Stevens desoyó las preocupaciones de Arizmendi y aseguró que la comisión usaría las energías de las 21 comisionadas, quienes formarían algún día “comités locales” para vincularse en cada país con activistas comunitarios.34 No obstante, lo cierto era que Stevens dictaba la agenda de la comisión, y estaba enfocada en los tratados y no en el activismo comunitario.

Aunque Doris reconocía que la CIM había nacido gracias a los esfuerzos de las feministas latinoamericanas, pensaba que ella era la líder nata del feminismo del hemisferio occidental.35 Sus creencias se fundamentaban en parte en su sentido de superioridad racial y nacionalista, ligado a su condición de mujer angloamericana instruida, de clase media alta y veterana de un exitoso movimiento sufragista. Aunque decía abrazar la igualdad entre las razas, ella, como muchas otras integrantes del NWP, sostenían creencias de superioridad racial blanca sobre las mujeres de color y sobre las latinoamericanas. En su libro Jailed for Freedom [Encarcelada por la libertad], Stevens hizo explícitas estas posturas al comentar sobre el “humillante” insulto de haber sido colocada en la misma celda que unas mujeres afroamericanas, a quienes se refirió como “camaradas negruzcas”.36 Aunque en La Habana llamó a la “igualdad” de todas las “mujeres americanas”, Stevens, como muchas otras personas en Estados Unidos, veía a los “latinoamericanos”, entre ellos a las mujeres con quienes colaboraba, como una raza inferior en la que se mezclaban ciertas características étnicas, lingüísticas y culturales.37 Ella no solía articular explícitamente estas posturas, pues se daba cuenta del daño que podrían causarle a sus relaciones con las feministas latinoamericanas. Sus comentarios más denigrantes no surgirían sino hasta años más tarde, cuando ya era claro que su periodo como presidenta de la comisión llegaba a su fin.38

La fe de Stevens en su liderazgo del feminismo panamericano también se basaba en su enorme confianza en sí misma. Creía que la tenacidad y la transgresión de reglas por parte de un líder eran factores críticos para la estrategia feminista.39 Los eventos de La Habana y de Rambouillet en 1928 no hicieron más que intensificar la confianza de Stevens en sí misma como la abanderada del cambio histórico. Las cartas que recibió en La Habana de su pareja sentimental, Jonathan Mitchell, la comparaban con Juana de Arco, Jean-Jacques Rousseau, Woodrow Wilson, Lenin y Martín Lutero.40 En respuesta a Rambouillet, la vizcondesa Rhondda, presidenta de la organización igualitaria británica Six Point Group [Grupo de los Seis Puntos], le escribió a Stevens un inflamado panegírico:

Tus poderes son casi mágicos [...] No he visto ningún otro activismo en el mundo que se le pueda igualar; es esa capacidad de arrojarte toda entera a una vía, corriendo hacia una meta, y que no te quede cuerpo para ver, o escuchar, o pensar nada que no sea lo que quieres obtener; y que puedas exigirte más allá de lo humanamente posible y aun así seguir pensando claramente y manteniendo tu equilibrio mental y nervioso. Es casi increíble: un género de autoinmolación absoluta.41


FIGURA 11. Doris Stevens en el patio del Hotel Sevilla Biltmore en La Habana, Cuba, durante la sexta Conferencia Panamericana, en 1928. Cortesía de la Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Universidad de Harvard.

Stevens ofrecía un tipo de feminismo panamericano imperialista diferente del de Carrie Chapman Catt. A diferencia de ésta, Doris nunca cuestionó si las mujeres latinoamericanas estaban “listas” para el voto. Pero, como le escribió Elena Arizmendi a Pauina Luisi, las mujeres del NWP “no habían purificado su política” y su feminismo panamericano no era mejor que el de la League of Women Voters de Catt que las había precedido. Tanto la LWV como el NWP, señaló Arizmendi, “desarrollan [...] su propaganda a favor del dominio que hasta sobre la mujer latina desean tener [...] ambos pelean la supremacía, y esto quieren lograrlo haciendo algo que sea favorable a la política de su país. Naturalmente, y a toda costa, quieren tomar las riendas del feminismo de Latinoamérica.”42 Más tarde Luisi le insinuó a Arizmendi que estaba de acuerdo y que, “por lo que respecta a la señora Stevens, hace tiempo que conozco lo que se puede esperar de ella y de su grupo”.43

En efecto, el sentido de liderazgo de Stevens estaba tan afianzado que obstaculizó la designación de comisionadas latinoamericanas cuya autoridad pudiera competir con la suya, entre ellas las pioneras del feminismo panamericano, como Paulina Luisi y Bertha Lutz. Aunque la embajada brasileña recomendó la designación de Lutz, Stevens acabó por designar a Flora de Oliveira Lima, la viuda de un embajador brasileño en Estados Unidos.44 Que Oliveira Lima viviera en Washington influyó en la designación, pero Stevens también relegó a Lutz por su apoyo a la LWV y a la legislación laboral proteccionista.

Luisi, en cambio, era una “igualitaria” que estaba de acuerdo con los tratados de Igualdad de Derechos e Igualdad de Nacionalidad, pero Stevens se negó a apoyar su nombramiento porque pensaba que podía constituir una amenaza a su propio liderazgo. Por esos años, Paulina vivía en Ginebra, donde continuaba su trabajo en el Comité sobre la Trata de Mujeres y Menores de la Sociedad de Naciones y con la Alianza Internacional de Mujeres. En la Conferencia de La Habana de 1928, el diplomático uruguayo Jacobo Varela le recomendó sentidamente a Doris que designara a Paulina.45 Stevens no hizo nada con esta sugerencia sino hasta agosto de 1929, cuando conoció a Luisi en Berlín en la reunión inaugural del grupo igualitario Open Door International [Puerta Abierta Internacional], donde Stevens anunció el nuevo Tratado de Igualdad de Nacionalidad de la CIM. Como Stevens no hablaba español, y Luisi no hablaba inglés, las dos conversaron en francés.46 Si bien Luisi expresó su deseo de colaborar con el grupo y sí se unió a su comité sobre nacionalidad, que se alineaba con la Conferencia de La Haya, le advirtió a Stevens que no replicara la “doctrina de Monroe según la fórmula ‘Toda América para los norteamericanos’”.47

Para Stevens el rasgo característico de esta interacción fue el carácter poco amistoso de Luisi. “Su hostilidad me abrumó”, le diría después a Alice Paul; a Marta Vergara, feminista chilena que estaba trabajando en La Haya, le escribió que Luisi la “atemorizó bastante en Berlín”.48 El antiimperialismo de Paulina y la falta de amabilidad hacían que su participación en la CIM no fuera deseable para Doris, por lo que el puesto de Uruguay permaneció vacante durante mucho tiempo. Alice Paul, quien trabajó con Luisi en la Sociedad de Naciones, le informó a Stevens que, aunque Luisi “no [era] amable” con la comisión, aun así quería estar involucrada y “parecía en extremo indignada porque no se le hubiera designado”.49 Que Stevens no la designara confirmaba la convicción de Luisi de que la comisión bloqueaba las voces de mujeres latinoamericanas, especialmente de aquellas que cuestionaban la autoridad estadounidense.50

Clara González descubrió que Stevens también la había hecho a un lado. El NWP utilizó con avidez a González en su promoción de la CIM, señalando los muchos logros de la abogada treintañera a quien la prensa llamaba “la Porcia Panameña”, en alusión al astuto personaje de El mercader de Venecia.51 No obstante, Stevens nunca ofreció el financiamiento que hubiera hecho posible que Clara viajara a varias conferencias internacionales, en las que estaban estableciéndose los fundamentos del Tratado de Igualdad de Derechos. La exclusión de González en estos encuentros era reveladora. También es destacable que Stevens fue recatada con González pero sí le ofreció financiamiento a otras comisionadas latinoamericanas que apoyaban su visión más de lo que percibía por parte de González. Aunque Doris quería el trabajo de investigación jurídica de Clara, en definitiva no deseaba su interferencia si había alguna posibilidad de que ésta impulsara una agenda diferente de la suya.

González llegó a señalar al problema de financiamiento como un punto clave del desequilibrio de poder de la CIM. Aunque Doris Stevens presumía de que el gobierno estadounidense no financiaba a la comisión, ella recaudaba dinero para dicha organización con personas e instituciones estadounidenses adinerados; por ejemplo, la mecenas por mucho tiempo del NWP, Alva Belmont, y, después de 1931, el Carnegie Endowment for International Peace [Fondo Carnegie para la Paz Internacional].52 Y Stevens era quien controlaba las arcas, empleando los recursos a su propia consideración para pagar papel, telegramas, máquinas de escribir, traductores y fotógrafos que documentaban regularmente los eventos de la comisión. Aunque Stevens no recibía un sueldo por su trabajo, usaba el capital que recaudaba para pagar sus viajes a conferencias en Europa y América Latina, donde se hospedaba en hoteles lujosos. No obstante, no acostumbraba pagar los viajes de las comisionadas latinoamericanas. Le indicó a González y a casi todas las otras delegadas que obtuvieran fondos de sus propios gobiernos para estos viajes. Algunas sí los consiguieron, pero muchas otras no, lo que las excluyó de estos importantes escenarios. Doris le pagaba a varias integrantes del NWP que trabajaban en la comisión, pero González no recibía un salario, aunque fue la líder de investigación de la CIM y en sus primeros años fue una de las únicas mujeres latinoamericanas que trabajaba en Washington.53 Cuando Doris invitó a Clara a quedarse en las oficinas del NWP, no le ofreció comida ni alojamiento gratuitos, sino que estipuló una renta de 18 dólares mensuales.54

Para González y otras feministas latinoamericanas, estas dinámicas reflejaban el imperialismo económico de Estados Unidos sobre América Latina. El dinero siempre era esencial para el activismo feminista internacional, que requería convocar a personas en lugares de todo el mundo. El trabajo de las mujeres acomodadas estadounidenses, británicas y europeas en el International Council of Women [Consejo Internacional de Mujeres] (ICW) y la Alianza Internacional de Mujeres había revelado desde hacía mucho que las mujeres de los países ricos asumían con frecuencia posiciones de poder, reproduciendo la jerarquía que colocaba a las mujeres de Estados Unidos y de Europa Occidental sobre las del “Sur Global”.55 Estas tensiones se exacerbaron particularmente en el activismo panamericano. Unos años antes, en 1925, cuando la feminista mexicana Elena Torres renunció a la Unión Interamericana de Mujeres de Catt y Lutz, aseguró que sería imposible colaborar con las estadounidenses sin una “camaradería surgida de la igualdad de situaciones económicas y con la amenaza del imperialismo anglo-americano”.56

Como se avecinaban dos conferencias internacionales importantes, González reconoció cuán perjudicial era la falta de financiamiento para las feministas de América Latina que querían cultivar un feminismo americano plenamente antiimperialista. Stevens había conseguido una invitación del gobierno cubano para celebrar la primera sesión plenaria de la CIM en La Habana en 1930 y la Conferencia para la Codificación de La Haya en Ginebra se llevaría a cabo poco después.57 González esperaba que estas inminentes conferencias ayudaran a que las líderes feministas de América Latina engrosaran las filas de la CIM. Las 14 comisionadas restantes aún no habían sido designadas y el protocolo estipulaba que las primeras siete elegirían a las demás. González quería que fueran feministas comprometidas y que no estuvieran atadas con fuerza a sus respectivos gobiernos.

Stevens también creyó que era un momento crítico para el crecimiento de la comisión, pero, a diferencia de González, sí respaldaba que las 14 faltantes fueran designadas por sus gobiernos. Vio estos nombramientos como una manera de acrecentar el prestigio de la CIM, pues “haría que los gobiernos se sintieran más responsables por la labor acometida por la comisión” en la futura Conferencia de La Haya. Luego, Stevens decidió de forma unilateral que en vez de ser elegidas por las primeras siete integrantes de la comisión, como se había estipulado en los estatutos, las 14 comisionadas faltantes fueran elegidas por sus gobiernos, al igual que las primeras siete. Empezó a reunirse con diplomáticos de esos países, instándolos a que designaran delegadas antes de la asamblea de La Habana de 1930, y en varias ocasiones ella misma sugirió candidatas.58

Este cambio de parecer angustió a González. Aun así, abogó por el nombramiento de dos de sus amigas feministas que compartían sus ideales: Ofelia Domínguez Navarro, de Cuba, y Aída Parada, de Chile. Ésta, que tenía 26 años, pertenecía al grupo feminista Unión Femenina de Chile, era maestra de escuela primaria y había sido enviada por el gobierno chileno al Teachers College [Colegio de Maestros] de la Universidad de Columbia en 1927. Ella y González vivieron en la Casa Internacional, un alojamiento en la ciudad de Nueva York para estudiantes de diversas partes del mundo, donde rápidamente se hicieron amigas y se unieron a la antiimperialista Federación Latinoamericana de Estudiantes.59 Clara esperaba que, si Aída y Ofelia eran comisionadas o delegadas en la Conferencia de La Habana, podrían incidir en algunos cambios en la comisión y tal vez impulsar una resolución que restringiera el dominio de Stevens sobre el financiamiento. González urgió a Stevens a que hablara con el embajador chileno en Washington, con miras a nombrar a Parada como la comisionada chilena, lo que Stevens en efecto hizo.60 Sin embargo, Doris no buscó que Ofelia fuera designada como la comisionada cubana. A pesar del enorme papel de Domínguez en la creación de la CIM, Stevens y el gobierno cubano eligieron en su lugar a otra integrante de la Alianza Nacional Feminista.61 Entretanto, Stevens le aconsejó a González que representara tanto a Panamá como a El Salvador en la Conferencia de La Habana.

No obstante, en ningún momento Doris le ofreció a Clara pagar su viaje a Cuba. En Nueva York, dos semanas antes de la conferencia, González, todavía sin saber si recibiría los recursos necesarios, le escribió a Ofelia Domínguez Navarro, apremiándola a que fuera a la conferencia. Hacía tiempo que las dos mujeres no se escribían, aunque González recordaba con frecuencia su colaboración en 1926. González le preguntó a Domínguez, su “querida amiga”, si había alguna manera de que pudiera fomentar su propio nombramiento como delegada para la siguiente conferencia, o como la comisionada cubana de la CIM. González le escribió que dado que tantas comisionadas no eran feministas, sería su “consuelo pensar que hubiese siquiera unas pocas de principios y de preparación como lo eres tú”. Clara expresó su anhelo de que Panamá y El Salvador le dieran los recursos necesarios para tener “el placer de verte y conversar largo contigo”.62

En última instancia, González se vio obligada a pagar su propio viaje a La Habana, usando su reducido estipendio estudiantil y un préstamo de su amigo Ricardo Alfaro.63 En La Habana, con ayuda de Domínguez y Parada, los problemas que González había identificado en la CIM respecto al liderazgo de Stevens (su dominio sobre el grupo, el hacer a un lado la agenda antiimperialista y los favoritismos fiscales) fueron divulgados de manera más amplia durante la reunión de la comisión.

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