Kitabı oku: «Hermanas», sayfa 2
DEFINIR QUÉ ES UNA LATINA
El lenguaje es un instrumento poderoso que utilizamos para crear sentido y significancia. Santiago advierte que: «Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios» (Sant 3:9). Las latinas hemos sido definidas mediante el poder y el principado de la raza, por instituciones que procuran estudiar y conocer más sobre este grupo étnico y por personas en Estados Unidos que buscan un término alternativo a hispano. En primer lugar, la raza es lo que los sociólogos denominan un imaginario social, un marco operativo que hemos creado y mantenido para separar a las personas por su color de piel. La raza no tiene comprobación científica, bíblica ni filosófica, aunque tiene mucho poder en nuestra sociedad. En realidad, es una etiqueta que se le confiere a una persona solo tomando en cuenta sus características físicas: color de piel, forma de los ojos, tamaño de la nariz y la boca, y demás. Por lo tanto, las latinas somos un grupo social percibido desde la raza, lo cual nos categoriza a algunas como «latinas» y a otras las excluye, o hace sentir a unas «más latinas» que a otras en dependencia del color de su piel u otras propiedades físicas. Este concepto de «más que, menos que, exactamente» se desprende del impacto de la raza en los cuerpos.
La noción de raza construye una definición impermeable de las personas y no logra representar la realidad de la fluidez cultural. La familia de Noemí es un ejemplo de esto. Su madre tiene la piel más clara que su padre. Dos de sus hijos nacieron con la piel más clara que los otros tres; Noemí tiene la piel más oscura de todos ellos. Al considerar su raza, la gente mira como latina a la hermana de Noemí unas veces y otras no. Las personas casi siempre asumen que Noemí habla español porque ella luce como ellos piensan que se ve una latina. En realidad, los latinos son descendientes de muchos grupos humanos: africanos, asiáticos, europeos, entre otros. La raza otorga privilegios a los latinos de piel clara y deshumaniza a los de piel oscura. El prejuicio por el color de la piel existe en la comunidad latina por causa del concepto de raza.
La raza ha provocado el dolor que hemos escuchado de mujeres latinas a quienes hemos orientado, pues no «lucen» como latinas o no hablan español. Desde el punto de vista racial, se supone que las personas actúen de una cierta manera y que disfruten y apoyen cosas en particular. Vivir y actuar fuera de esta expectativa desordena la perspectiva racial. Solemos comenzar con la raza porque la creemos un poder y un principado que ha afectado todos los cuerpos. Te invitamos a vivir en la libertad de ser creación de Dios, con una historia, un trasfondo familiar y una situación actual específicas que Dios está formando. Sanemos de la herida racial y de sus expectativas; seamos personas que alteren la ilusión de la raza, que reconozcan sus efectos en nuestro cuerpo.
En segundo lugar, el término latino se refiere a personas de culturas y contextos latinoamericanos, hablen o no el idioma español. Muchos desaprobarán (y por razones válidas) el uso de este término en nuestro libro. Nosotras lo utilizamos conscientes de que es limitado e incompleto. La palabra latino no se ha desprendido de su contexto racial ni tampoco incluye del todo a personas mestizas o que no hablan español: nuestros ancestros colonizados. En este libro usamos latino como un término alternativo a hispano, que se refiere a las personas de herencia española. No obstante, el problema con hispano es similar al que existe con latino: ambos excluyen a las personas indígenas que han vivido en estas tierras durante siglos y dan prioridad al idioma español por encima de las lenguas indígenas. Además, estos términos no cubren la realidad de nuestros ancestros africanos que fueron traídos al continente americano como esclavos.
El Instituto Nacional de Estadística de Estados Unidos se refiere a todos nosotros (mestizos, boricuas, chongas, cholas) como hispanos. En ocasiones, esta institución incluso nos ha categorizado como blancos. Como autoras de este libro, utilizamos el término latina para definir nuestro trasfondo, pero reconocemos que el concepto es limitado y debe incluir descendientes africanos, asiáticos e indígenas. Como hermanas, esperamos que te sientas en libertad de identificarte con este término o no. Yo, Noemí, prefiero identificarme como mexicana estadounidense para definir mi trasfondo mexicano y mi identidad estadounidense en desarrollo. Nosotras tenemos amigos que prefieren identificarse como latina, newyorican, chicana, afrolatina y en otras formas más específicas. El pueblo de Dios es diverso y maravillosamente complejo. Esperamos poder abrir un espacio para tanta riqueza en nuestras historias. Nosotras llamamos latinas a aquellas mujeres que crecieron en Estados Unidos, que se identifican con un linaje de América, África, Asia o América indígena y que hablan español, inglés, un idioma indígena, espanglish o cualquier mezcla de estos.
Aunque nos expresamos tomando en cuenta nuestro trasfondo, no pretendemos hablar por todas las latinas en Estados Unidos. Admitimos que este diálogo se hubiera enriquecido al tener más perspectivas en la autoría. Nosotras concebimos este libro como el inicio de un diálogo amplio entre aquellos en Estados Unidos que procuran aprender de mujeres líderes en la Biblia. Reconocemos que la representación que ofrecemos es limitada: tenemos dos autoras mexicano-estadounidenses, una inmigrante de primera generación, una de segunda y una de tercera. Contamos con una madre y dos mujeres solteras, todas entre los 30 y los 40 años de edad. Tenemos dos latinas de piel clara y una más trigueña. También hay dos mujeres con maestrías y una con licenciatura. Provenimos de contextos socioeconómicos de un nivel medio-bajo y somos mayoritariamente bilingües. Nuestros relatos también hubieran sido enriquecidos por personas con otras características.
Aquí entras tú, querida lectora. Te invitamos a que prolongues con otras lectoras las conversaciones que nosotras iniciamos en cada capítulo. Comparte tus historias con la comunidad, pues están llenas de riqueza y belleza. Nosotras procuramos ser mujeres que aprenden unas de otras y comparten sus historias. En las páginas siguientes hacemos justo eso.
LA AUDIENCIA Y LA ESTRUCTURA DEL LIBRO
Las autoras sentimos el llamado de Dios a escribir este libro con las mujeres latinas como audiencia principal. Buscábamos honrar, fortalecer y empoderar sus voces diversas. Sin embargo, recibimos con agrado a mujeres de otros trasfondos que buscan una buena historia y que desean lidiar con su fe y sus identidades culturales. También esperamos que los hombres lean nuestro libro y se conecten con estas doce mujeres bíblicas, con nosotras las autoras y con las demás lectoras. Anhelamos que nuestros hermanos examinen a profundidad estas historias para así lograr trabajar de manera más efectiva con sus hermanas y con Dios.
Este libro no está escrito en el orden de la Biblia, sino que tenemos dos temas principales alrededor de los cuales se organiza. Ellos son: parte uno, Identidad e intimidad, y parte dos, Influencia e impacto. Tenemos la certeza de que este orden es adecuado en el contexto del liderazgo espiritual. Solo al plantar raíces profundas de identidad e intimidad con Jesús lograremos tener impacto e influencia en el mundo. Al examinar las vidas de estas doce heroínas bíblicas, hemos comprobado la manera en que su identidad e intimidad con el Señor les permitió tener un impacto profundo y una influencia extensa en beneficio del reino de Dios. A lo largo del libro, tomamos las fortalezas de estas mujeres y las aplicamos a nuestros contextos como latinas. Anhelamos que te puedas identificar y aprender con ellas, con nosotras y con las demás mujeres modernas que mencionaremos. Esperamos que las latinas se sientan guiadas en su fe y su viaje étnico y que logren experimentar cómo estos dos aspectos colaboran para formar nuestra voz.
EXHORTACIONES INICIALES
Para ti que lees, este libro te ofrece esperanza. Hemos trabajado en oración cada capítulo. Creemos que Dios desea utilizar este texto para guiarte hacia el puesto que debes ocupar en Su plan para la humanidad. Tenemos la certeza de que eres crucial en el proceso de anunciar la venida del reino de Dios. Sin importar dónde inicies, queremos animarte a que reflexiones con curiosidad y franqueza la manera en que Dios podría transformarte en la persona que siempre deseó que fueras.
Dicho esto, adelante, hermana, y ten en cuenta al Espíritu Santo mientras lees. Esperamos que este libro revele tesoros en tu alma y nuevas posibilidades en que puedas ejercer tus dones para el beneficio del reino del Señor. La multitud de mujeres de Dios en este libro te animan a proseguir tu viaje.


ESTER
¿QUIÉN SOY? UNA MESTIZA EN LA MISIÓN DE DIOS

KRISTY GARZA ROBINSON
Una vez escuché un comentario que caló profundo en mi alma: «Es tan típico de esos trabajadores mexicanos holgazanes sentarse a la sombra en vez de trabajar duro». Escuché estas palabras de unos amigos cristianos mientras almorzaba con ellos a la mesa. Estas eran personas con las cuales me había encariñado desde que me convertí al evangelio, pero ahora se quejaban de unos jornaleros que habían visto ese fin de semana fuera de su casa almorzando a la sombra.
Recordé a mi primo que pasaba la mayor parte de la semana trabajando bajo el calor del sol y que debía calcular sus descansos para evitar desmayarse. Pensé en mi tío, que una vez sufrió un golpe de calor por estar bajo el sol a una temperatura de 105 °F (40 °C). Sobre todo, pensé en mis abuelos paternos y maternos, que eran granjeros y aparceros que cultivaban la tierra desde la mañana hasta el atardecer. Todos estos recuerdos se arremolinaban en mi cabeza. Me disculpé y dejé la mesa con un plato lleno de comida y un estómago revuelto. La experiencia fue dolorosa, aunque no era poco común.
Incluso cuando era adolescente y vivía en el sur de Texas, un sector del estado de mayoría latina, me vi en medio de una comunidad cristiana integrada principalmente por personas blancas. Lo mismo me sucedió durante el colegio, la universidad y después de cumplir los 20 años de edad. Aunque mis hermanos y hermanas blancos conocían que mi apellido era Garza, mi tez clara les hacía olvidar que hacían sus comentarios racistas frente a una mujer mexicana-estadounidense. No sabía cómo lidiar con aquellas situaciones, por lo que me limitaba a abandonar conversaciones incómodas, a evitar ciertos temas y a salir de reuniones donde aquellos que llamaba amigos revelaban sus prejuicios.
Sin embargo, era en esas comunidades donde aprendía más sobre el Dios de amor que envió a Su Hijo para borrar los pecados del mundo. Esa era la frase en español que venía a mi mente cuando la escuchaba en inglés. Era un vestigio de mi niñez, cuando a veces asistía a iglesias de mayoría latina. Sin embargo, no me atrevía a decir esa frase en voz alta. Durante esa etapa inicial de mi vida cristiana, yo solo deseaba encajar con quienes me rodeaban. No sabía cómo lidiar con las palabras hirientes que mis amigos blancos pronunciaban contra mi comunidad, de modo que soportaba sus comentarios y me alejaba lo más posible de lo que ellos consideraban «diferente». Jamás revelaba mis tradiciones familiares, evadía las preguntas sobre cultura y nunca les compartí mis historias.
Recuerdo una ocasión en que una amiga blanca visitó mi hogar por primera vez y vio las fotos de mi celebración de quinceañera enmarcadas en las paredes. Ella se sorprendió y me preguntó si estaba casada. Le respondí que no, las fotos eran de la fiesta de mis «dulces dieciséis». ¡Ah, pero yo sabía que era mucho más que eso! Sin embargo, no deseaba revelarle lo significativa que había sido aquella celebración para mí. No quería confesarle que durante la celebración me había sentido como una niñita, pero a la vez como una mujer joven rumbo a la adultez. Esos momentos eran hermosos y significativos, pero las personas que me rodeaban no los comprenderían ni los considerarían normales; y yo solo deseaba ser «normal». Entonces relegué mis historias culturales al pasado y me esforcé por alcanzar lo que estaba adelante, como afirmó el apóstol Pablo en la Biblia. Yo supuse que Pablo se refería también a mi cultura, pero a nadie en mi comunidad cristiana le pareció importante corregirme.
Es interesante que haya escuchado por primera vez la historia de Ester durante la preparación de mi quinceañera en la iglesia de mi familia, varios meses antes de mi conversión a Cristo. Yo tenía una madrina llamada Ester, ¡pero no tenía idea de que también había una mujer de la Biblia con ese nombre! En ese entonces no podría haber imaginado cómo Dios utilizaría la vida de Ester para orientar mi vida, pero Él sí lo sabía.
UNA IDENTIDAD OCULTA Y LAS PUERTAS ABIERTAS: LA HISTORIA DE ESTER Y LA MÍA
Ester era una mujer judía que se crio con su primo Mardoqueo. Los judíos eran una minoría desalojada y dispersa por las provincias del rey Jerjes de Persia. La historia inicia describiendo cómo era la vida de una reina ante los caprichos de un rey ególatra. La trama dio un giro desafortunado cuando la reina Vasti se negó a exhibirse frente a un grupo de hombres posiblemente borrachos por petición del rey. Entonces el rey Jerjes la destituyó y procuró reemplazarla con otra mujer. Ella era la reina de Persia, pero seguía siendo una mujer prescindible y reemplazable dentro de una sociedad patriarcal. Aunque la destitución de la reina Vasti fue injusta, su acto de resistencia permitió que Ester llegara al palacio del rey.
Al principio, Mardoqueo le pidió a Ester que ocultara su identidad étnica de los demás. De esto colegimos que ella podía adaptarse bien a las costumbres persas. Ester era una mujer mestiza en medio de dos mundos.1 Ella calzaba en la cultura dominante de la época y Dios le otorgó Su favor en una situación compleja y opresiva.
El hecho de que no me hacía escuchar cuando la mayoría cultural de mi comunidad atacaba mi grupo étnico, era una señal de que me había adaptado a la cultura dominante a mi alrededor. Como mujer mestiza y bicultural que vivía en dos mundos diferentes, yo también entendía cómo adaptarme a la cultura mayoritaria mientras crecía en una familia mexicana-estadounidense. Las personas no se daban cuenta de inmediato que yo pertenecía a una minoría, como también sucedía con Ester. Si yo no revelaba la información pertinente, mi piel clara y mi español pobre hacían que las personas asumieran mi identidad y mi situación de vida.
Por otro lado, en mi familia latina, mi complexión clara y mi español deficiente me enajenaban. Cuando visitaba a mis parientes en México, me veían como una extranjera. Sin embargo, en Estados Unidos tampoco encajaba del todo, aunque superficialmente pareciera que me acoplaba a la cultura general de este país. A pesar de que estaba cómoda y me identificaba con ambos contextos, no me sentía como en casa en ninguno de los dos. Vivir en ese punto intermedio puede ser difícil. Sin embargo, así como Ester, yo descubrí que me abrió nuevas puertas.
Al ser una recién convertida en una comunidad cristiana de mayoría blanca, me solían preguntar: «¿Y tú eres mexicana, blanca o ambos?». Aunque yo lucía como ellos físicamente, podían notar que mi apellido era distinto. Con el propósito de categorizarme, me sometían a preguntas incómodas como esa. Sin embargo, la respuesta era sencilla: sí, soy latina, pues mis padres son latinos.
Es probable que haya heredado el color de mi piel de mi familia materna. Ya de adulta, le pregunté a mi madre en una ocasión por qué su piel era más clara que las de sus hermanos. Ella respondió que mi abuela le decía que su piel era más clara porque cuando la tenía en el vientre consumió muchas sales de Epsom. Si bien esta historia parecía un relato inofensivo de una mujer anciana, fue devastador descubrir que ese era el método que les recomendaban a las mujeres latinas pobres para que abortaran a un hijo no deseado. Fue por historias como esta que mi madre no conoció mucho sobre su propio linaje, excepto que mis abuelos trabajaban en una granja con dueños blancos y que jamás aprendieron a hablar inglés. Mi madre relataba con cariño historias de su niñez, pero yo sabía que existían ciertas experiencias atroces que ella guardaba en su corazón. Nunca más pregunté por el color de mi piel.
Esa historia revela un pecado terrible perpetrado contra mi madre. Fue el acto cruel de comunicarle que no era valiosa ni querida. Esto fue un daño hacia la imagen de Dios en ella desde pequeña. La historia de Ester también versa sobre los daños internos y el pecado que la rodeaba. Ella vivía en una sociedad que consideraba inferiores y remplazables a las mujeres. No obstante, Dios, en medio de aquella injusticia, le abrió las puertas a Ester.
A pesar de que la historia detrás de mi color de piel estaba marcada de dolor, aún era parte de mí. Así, cuando mis amigos blancos me hacían sus preguntas inquisitivas, yo respondía de manera ambigua y cambiaba de conversación, ansiosa por ocultar que, en efecto, yo era de muchas formas diferente a ellos. Al igual que Ester, yo quería mantenerlo en secreto.
LA SOLIDARIDAD, UNA OPCIÓN RIESGOSA
Puesto que Dios le otorgó gracia a Ester ante las personas del palacio real, ella logró conseguir el afecto del rey y ser coronada reina de Persia. Ella mantuvo su identidad étnica en secreto como le había instruido Mardoqueo. Todo marchó en orden hasta que Amán, uno de los aliados de confianza del rey Jerjes, decidió que la destrucción de todos los judíos era la venganza perfecta contra su enemigo Mardoqueo, al cual odiaba porque jamás se inclinaba ante él como lo hacían los demás. Mardoqueo solo se inclinaba ante Dios y por eso Amán convenció al rey de aniquilar a los judíos, pues, según él, no eran súbditos leales.
Cuando Mardoqueo descubrió la treta, decidió acudir a la prima que había criado como a una hija y que ahora vivía con el rey. Tanto su primo como los demás judíos requerían que Ester ya no ocultara su origen, sino que lo aceptara por el bien de su pueblo, incluso si ello suponía un gran riesgo para ella. Ester sabía que eso le costaría todo lo que había alcanzado. Sin embargo, Mardoqueo le habló de este modo: «¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para un momento como este!» (Est. 4:14). Quizás ese fue el motivo de que Dios le otorgara tanto favor. ¿Puede ser que todo esto ocurriera con el propósito de rescatar al pueblo del Señor? La respuesta parece ser afirmativa cuando examinamos las acciones y los riesgos que tomó Ester para salvar a los judíos.
El erudito bíblico Walter Kaiser afirma que si el Antiguo Testamento tuviera un versículo donde se exprese la gran comisión, ese sería Génesis 12:3: «¡Por medio de ti [Abram] serán bendecidas todas las familias de la tierra!». Kaiser percibe en este versículo «la primera articulación del propósito y el plan de Dios de ver que el mensaje de Su gracia y Su bendición alcanzara a todas las personas de la tierra».2 El papel de Ester en esta comisión del Antiguo Testamento no fue pequeño. Dios usó a Su reina de Persia mestiza en un momento crítico de Su plan redentor y ella aceptó la responsabilidad con dignidad.
Tras convertirme a Cristo, seguí viviendo en el mundo al que me había adaptado. Cuando me mudé fuera del país junto a mi esposo Eric, el Señor me recordó mi identidad étnica y cultural. Al inicio de mi matrimonio, nos fuimos a vivir al mundo árabe para servir en un ministerio paraeclesiástico junto a otros creyentes locales en el norte de África. Algo en la cultura árabe me recordaba a mi familia en el sur de Texas. El amor leal con que las personas se relacionaban con sus familiares y amigos y los valores que determinaban cómo ellos interactuaban con el mundo me recordaron el contexto donde crecí. Esto me permitió rápidamente entablar amistades profundas con mis vecinos árabes. Sin duda fue un regalo de parte de Dios.
Entonces, por primera vez tras aceptar a Jesús, me cuestioné si mi cultura era una carga que debía abandonar a los pies de la cruz. Quizás Dios me había hecho latina por una razón. ¿Sería en beneficio de Su gloria y Sus propósitos para el mundo? Esta revelación me llevó a ejercer el ministerio entre latinos universitarios cuando regresé a Estados Unidos después de un año. Quizás era tiempo de aceptar la totalidad de mi identidad por el bien de la misión de Dios.
Cuando adquirí esta nueva perspectiva, me comprometí con la comunidad latina e inicié mi progreso hacia la compleción de mi identidad étnica. Fue una etapa de mi vida importante y de mucha sanidad. Sin embargo, el contexto en Estados Unidos empeoró cuando la situación con la comunidad latina cambió y los problemas de inmigración alcanzaron nuestro ministerio.
Yo ejercía el ministerio con estudiantes latinos en una universidad conservadora y había presenciado cómo el Señor hizo crecer el ministerio de 10 a 150 personas en solo tres años. Al profundizar más en mi propia comunidad, las dificultades de nuestros estudiantes indocumentados suscitaron tensión y dolor. El 10 % del liderazgo de nuestro ministerio eran personas indocumentadas. Estos eran hombres y mujeres que amaban a Dios y les apasionaba trabajar para Él. No obstante, se estaba aceptando una legislación en nuestro estado que les dificultaba la vida a ellos y a sus familias. La actitud en el campus también sufrió cambios y los estudiantes latinos se convirtieron en el blanco de mucha de la frustración y la ansiedad presentes en la sociedad en general. Recuerdo que una vez varios de nuestros líderes latinos participaron en una «sentada» en el campus y ciertos estudiantes blancos pasaban y gritaban obscenidades raciales. Uno de ellos gritó: «Son todos unos cerdos y deberíamos fusilarlos».
Uno no podía mirar a nuestros amigos y descifrar su estado migratorio. Estos insultos de odio e instinto asesino se dirigían a toda persona de piel trigueña en los alrededores. Como latina de piel clara debía tomar una decisión. ¿Seguiría con mi timidez de años atrás y permitiría que esas actitudes continuaran? ¿Entonces debía sacrificar mi reputación para ser solidaria con mi comunidad? ¿Me atrevería a proclamar la verdad y afirmar que las personas latinas también fuimos hechas a la imagen de Dios y no es correcto afrentar contra este hecho?
Para mí, una mujer líder mexicana-estadounidense, ya no era una opción esconderme detrás de mi tez clara. Dios me había llamado a aceptar la totalidad de mi identidad por el bien de Su misión y por el bienestar de Sus hijos. Así lo hice: me convertí en defensora de la comunidad latina para luchar contra las dificultades que nos afectan. Miré a los ojos a mi equipo de latinos indocumentados y les prometí que sus batallas también serían mías sin importar el costo. Aunque no conocía sus historias a cabalidad, yo los apoyaba y estaba dispuesta a ejercer mi influencia para efectuar un cambio.
Me esforcé por explorar mis posibilidades en el ministerio a gran escala e incluso más allá para defender a mi pueblo. Esto suponía riesgos para mí, pero, así como Ester, yo consideraba esta causa digna de mi vida misma. Además, mi riesgo no podía compararse con las dificultades que enfrentaban los estudiantes latinos indocumentados. Tanto ellos como sus familias requerían asistencia y un cambio.