Kitabı oku: «De la investigación al libro», sayfa 2
Un contrato en el horizonte
No todos los manuscritos que recibe un editor para ser sometidos a dictamen se le presentan terminados. En muchos casos, se trata sólo de un proyecto, que deberá ser evaluado y apoyado hasta completarse.
Pero existen también editores con proyectos editoriales en busca de un autor. En ocasiones, la editorial busca un autor reconocido con el fin de que éste escriba un prólogo para un libro que está en proceso de ser publicado. Éste es el caso de algunas traducciones, de libros colectivos, de la edición de libros antiguos (especialmente cuando son reproducciones facsímiles del original) o cuando la opinión de un autor reconocido es interesante para los lectores.
En todos estos casos, el proceso de dictamen es diferente del proceso que sigue un manuscrito presentado motu proprio por un autor independiente. Sin embargo, conviene establecer una distinción aplicable a cualquier proceso de adquisición de manuscritos: existen procesos de evaluación en los que pesa más el criterio del editor (el cual exige hacer modificaciones al texto) y otros en los que el único criterio que cuenta es la calidad del texto, de tal manera que este último no es sometido a modificaciones de fondo, sino únicamente a la revisión de elementos formales, como la extensión, la organización o el estilo, con el fin de volverlo más accesible y claro, o de lectura menos pesada o especializada.
En términos generales, muchas editoriales universitarias se guían por este último principio, pues éste es, en última instancia, un criterio de calidad, en oposición a un criterio de mercado. En otras palabras, si en toda editorial las decisiones de publicación dependen de los criterios económicos y de contenido, en las universidades el primero está sometido a las prioridades del segundo.
Es un hecho bien sabido que en las universidades estatales, por ley, las partidas presupuestales para ediciones son intransferibles, y que deben ser aprovechadas cada año con el fin de ser recibidas en la misma proporción el año siguiente. Sin embargo, existe una tendencia surgida en años recientes, a no gastar este presupuesto, sino invertirlo en promocionar ciertos títulos con el fin de ocupar algunos mercados, de tal manera que con su venta se puedan editar libros importantes que de otra manera serían incosteables.
También puede ser que la empresa editorial tome la iniciativa de publicar un título que no ha sido enviado directamente por el autor para ser dictaminado. Se trata de las reediciones y la reimpresión de obras muy valiosas o de difícil acceso. La decisión editorial en estos casos depende del estudio de la curva de ventas, o bien del dictamen enviado ex profeso por los propios lectores o, cuando se trata de instituciones universitarias, por las propias comisiones editoriales de las facultades y escuelas. En otros casos, suele haber acuerdos entre editoriales, en los que alguna de ellas cede los derechos, y el dictamen de publicación está implícito en el interés de ambas editoriales por que la obra sea reeditada o reimpresa.
El proceso por medio del cual un editor en busca de libros llega a hacerse de los autores que necesita, es múltiple: éstos se encuentran entre los autores previamente publicados, entre los autores que son amigos de los autores, y entre los autores que son amigos de la casa editorial, así como entre las asociaciones de escritores e investigadores y en aquellos individuos entre los que el editor cree poder encontrar a un buen autor en potencia.11
Así, por ejemplo, 60 por ciento de los títulos publicados por Harvard University Press fueron escritos por los profesores o por ex miembros o ex alumnos de la misma universidad.12 En general, los autores de libros ya publicados suelen impulsar el envío de manuscritos por parte de sus colegas, así como de sus estudiantes y colaboradores, entre los académicos más jóvenes.
En general, el periodo concedido a un autor por parte de una editorial para entregar un manuscrito es el resultado de un acuerdo mutuo.
Sin embargo, existen experiencias como la del departamento editorial de la Universidad de Cambridge, en la que el profesor J. S. Reid se presentó en las oficinas editoriales en 1923 con su casi terminada edición de la obra De Finibus de Cicerón, temeroso de haber llegado un poco tarde. De hecho, en los archivos editoriales constaba que había acordado emprender este trabajo en al año 1879.13
En contraste, el riesgo que corre un autor que voluntariamente ofrece su manuscrito a un editor indiferente es el riesgo de perder unas horas en una actividad por lo demás azarosa.14
Los casos especiales
En las páginas anteriores se han hecho comentarios sobre algunos elementos que pueden afectar el proceso de dictaminación de manuscritos escritos por un solo autor, y que generalmente son el resultado de una investigación o de un determinado periodo de creación. Entre los materiales que escapan a esta categorización y cuyos procesos de dictaminación tienen características propias, pueden mencionarse las traducciones, las antologías, los libros colectivos, las iconografías, las ediciones críticas, las bibliografías, las reproducciones facsimilares, las memorias y las ediciones variorum de textos antiguos (es decir, aquellas en las que el texto de un autor clásico está precedido por las apreciaciones críticas de varios especialistas, cada uno de los cuales analiza la obra desde distintas perspectivas metodológicas).15
En lo que respecta a las traducciones, la fundamentación del dictamen es responsabilidad de quien la propone, y su evaluación depende directamente del director de la colección a la que pertenecerá la obra. Por esta razón, cada caso se considera por separado, aplicando los criterios propios de cada colección. La importancia editorial de las traducciones fue señalada por Daniel Cosío Villegas al crear el Fondo de Cultura Económica, pues en ese momento (1934) 80 por ciento de la producción editorial sobre economía se encontraba escrita en inglés.16
El principal problema al dictaminar las antologías es el pago de los múltiples derechos de autor. Cuando las obras originales son universitarias suele haber un límite para reproducir fragmentos de las obras sin que ello requiera el pago de derechos a la casa editorial.17 En ocasiones el pago de derechos es tan alto que requiere publicar la obra en coedición con otra casa editorial, y el dictamen definitivo dependerá de este acuerdo.
Los libros colectivos requieren de un proceso de edición de los materiales que les dé coherencia y unidad, razón por la cual siguen un proceso de dictaminación distinto, por ejemplo, al de las actas o memorias de congresos o seminarios académicos (en cuyo caso el criterio determinante es la extensión de los materiales y su originalidad o aportación para el conocimiento de la materia).
Es evidente que la edición de partituras está a cargo de músicos, y las ediciones anotadas dependen del director de la colección, mientras que las reproducciones facsimilares son dictaminadas directamente por los investigadores especializados en el área.18
Las ediciones críticas, en especial las ediciones variorum (de hecho, el tipo de edición más completo de una obra), requieren, para su diseño y dictaminación, de un equipo igualmente especializado. Estas ediciones suelen incluir elementos tales como el estudio de las variantes (entre distintas versiones o ediciones del mismo texto), la “fijación” del texto “definitivo” según criterios comparativos, uno o varios estudios sobre el autor, diversos (y por lo general extensos) estudios críticos, bibliografía crítica comentada, notas, glosarios, reproducciones facsimilares y una versión “diplomática” del texto (es decir, en tipografía distinta a la de la edición original o edition princeps, pero sin alterar el texto).
Como puede apreciarse, este tipo de edición requiere de un proceso de dictaminación necesariamente colectivo, y es el tipo de publicación más característicamente universitario, principalmente en las áreas de ciencias sociales y humanidades (y muy especialmente en el campo de la filología), si bien no son publicadas exclusivamente por las universidades.19
Una vez terminado el manuscrito, cuando ya ha sido revisado y corregido por el autor y éste decide entregarlo al editor, el director de la colección correspondiente lo envía a un lector especializado, con el fin de recibir su dictamen. Veamos ahora qué elementos de evaluación y decisión entran en juego a partir de este momento.
Los elementos en juego: la evaluación del manuscrito
Selección y funciones del lector editorial
Antes de conocer en detalle los elementos propios del dictamen editorial conviene conocer cuáles son las condiciones de trabajo del dictaminador. En primer lugar, debe señalarse que el lector editorial puede ser interno (generalmente es el director de cada colección) o externo (un especialista conocido por la instancia editorial o un investigador reconocido que forma parte de alguna institución universitaria).20
Todo texto suele ser sometido a un número non de lectores (generalmente uno, tres o, excepcionalmente, cinco), pues ello evita el empate en la decisión editorial. En otros casos es suficiente el dictamen del director de la colección, pues es el responsable de la misma. De hecho, el criterio para constituir el comité editorial de cada dependencia editora ha sido especificado en términos formales.21
Las editoriales universitarias requieren de un lector o lectores que emiten básicamente dos tipos de juicios: en relación con la importancia y rigurosidad de la contribución académica del manuscrito, y en relación con los grupos de lectores para los cuales el libro podría ser valioso.22
Algunas editoriales dan a sus dictaminadores formularios que éstos habrán de llenar, en los cuales solicitan información específica acerca de obras similares a la que se somete al dictamen, sugerencias acerca de quién podría estar al cuidado de la edición, cantidad aproximada de lectores potenciales y otras evaluaciones similares. Generalmente, el editor requiere que el dictaminador formule por escrito una fundamentación convincente de su opinión como lector especializado.
Todo lo anterior suele ocupar el espacio de una o muchas páginas, y en su redacción el dictaminador puede invertir varios días o incluso varias semanas, en las cuales el manuscrito recibe una de las lecturas profesionales más cuidadosas en su proceso editorial.
El dictaminador de un manuscrito universitario, por definición, es alguien con experiencia profesional óptima en el campo que dictamina: por ello, generalmente es un profesor, investigador, escritor o editor de tiempo completo, que accede a leer críticamente un manuscrito por curiosidad intelectual, y cuya lectura consumirá un tiempo que no será retribuido de manera proporcional a la retribución de sus otras actividades profesionales.
El dictamen, y en general el trabajo de edición de libros, exige una poco frecuente combinación de aptitudes. Se requiere de cierta experiencia literaria, y de conocimiento tanto de los temas en los que la editorial se especializa como del horizonte académico y editorial del campo específico en el que se inscribe cada manuscrito.23
El dictaminador, de manera similar al editor, debe experimentar una especie de adicción a los libros: debe ser un bibliófilo altamente especializado, pues de su decisión no sólo depende un autor y su manuscrito, sino el prestigio editorial y la confianza de los lectores eventuales.24
En promedio, un dictaminador recibe un pago similar en las editoriales mexicanas al de las extranjeras: alrededor de 20 a 50 dólares. Esta actividad –por la misma cantidad– es realizada de manera particular por los más de 650 agentes literarios que trabajan en forma independiente en los Estados Unidos. Estos agentes rechazan 90 por ciento de los manuscritos, proporción similar a la que rechazan las editoriales privadas en México.25
En la ciudad de México, el directorio telefónico registra 80 “agencias de publicaciones”, de las cuales casi 25 por ciento aparecen bajo el nombre de un particular. En las editoriales universitarias francesa, el director de cada colección recibe dos por ciento del precio de venta de cada ejemplar vendido.26
Los lectores externos son autores de la misma editorial, a quienes se dan a leer los manuscritos no solicitados, y efectúan el servicio de lectura sin recibir remuneración por ello, como parte de la relación amistosa entre ellos y la editorial. En general, la remuneración de los lectores existe “en función inversa a la cercanía que éste tiene con la casa editorial”.27
Al llegar a este punto, podemos preguntarnos, ¿cuáles son los elementos concretos que constituyen un dictamen editorial? Aunque ello varía de acuerdo con las características del manuscrito, la disciplina del dictaminador y las necesidades del editor, es posible hablar de algunos elementos básicos.
Los elementos básicos del dictamen
Antes que nada, es necesario distinguir los distintos tipos de dictamen: el dictamen del manuscrito mismo, el dictamen de los costos y el dictamen del mercado potencial, es decir, de la cantidad y número de lectores probables. El último de estos dictámenes suele formar parte del primero, al menos de manera implícita. En las editoriales universitarias, el dictamen de costos –como ya se dijo– suele someterse al dictamen académico, por lo que el criterio comercial se vuelve relativamente irrelevante, lo cual, a su vez, permite al editor centrar su atención en las necesidades del texto, no del mercado. El elemento determinante de todo proceso de dictaminación es la política editorial, pues de ella y de su continuidad dependen el prestigio y la permanencia de todo proyecto editorial. Esta política determina, a su vez, la naturaleza del material que será aceptado para su publicación, así como su rigor y originalidad, y los tópicos que pueden ser cubiertos. En las editoriales universitarias, cada colección nace con los lineamientos de su propia política editorial, entre los cuales se cuentan los objetivos, el tipo de lectores al que se dirigen y su nivel de especialización, las materias que serán incorporadas y otros elementos.
Cuando llega a cambiar la persona que se dedica al cuidado de cada colección, la comisión editorial se hace responsable de redactar la historia de la colección hasta ese momento, los problemas a los que se ha enfrentado y las propuestas del actual director. Estos lineamientos de la política editorial de cada colección universitaria se entregan a cada dictaminador en el momento de solicitar su colaboración.28 Sólo en casos excepcionales se llegan a aplicar criterios no contemplados por la política editorial, como ocurre con la cancelación de ediciones demasiado costosas o la publicación de materiales fuera de serie o publicados como consecuencia de compromisos institucionales.
En todo dictamen están en juego elementos de tipo técnico y de contenido. Los elementos pueden ser problemas de redacción, de traducción, de estilo, de impresión, etcétera. Pero indudablemente influyen, además de estos criterios técnicos y académicos, elementos ideológicos y económicos. Como ya se ha señalado, estos últimos le competen al departamento administrativo que trabaja de manera independiente del departamento técnico de la casa editorial.
Algunos dictaminadores, además de la evaluación acerca de la calidad intrínseca del manuscrito, incluyen en su dictamen información acerca del autor, el origen y las condiciones de producción de la obra, la coherencia, actualidad y calidad del material textual, su metodología, estilo, presentación, bibliografía y otros materiales para-textuales como las ilustraciones, notas, índices y glosario.
En síntesis, un dictaminador puede tener en mente tres preocupaciones principales al leer un manuscrito: su calidad literaria, su valor tópico y las posibilidades futuras de un autor.
En el caso de una editorial universitaria, una vez más, el criterio del contenido suele ser el determinante en última instancia, y los otros elementos completan o refuerzan esta evaluación.
Un lector ideal –al que todo dictaminador aspira llegar a ser, al que todo editor espera encontrar, y al que todo autor quisiera conocer– debe poseer honestidad intelectual, claridad en sus juicios, confiabilidad, curiosidad, entusiasmo, imaginación y la capacidad para prever un libro potencial a partir de un manuscrito o de un proyecto, “como un escultor puede prever una escultura a partir de un bloque de mármol”.29
Otros elementos
Además de los elementos considerados hasta este momento, básicamente relativos al contenido y la calidad del manuscrito en la evaluación y el proceso de edición posterior, existen también varios elementos importantes relativos a la organización, la extensión, la presentación y el estilo. Todos ellos pueden ser indicadores importantes del cuidado que ha puesto el autor en su trabajo y serán determinantes en el momento de la lectura.
La organización del manuscrito condiciona la manera como será leído. Jane Isay, quien por muchos años fue editora ejecutiva de Yale University Press,30 ofrece las siguientes recomendaciones a los autores de manuscritos universitarios:
Organizar un libro de tal modo que lo más interesante está al principio, y lo más específico, al final.
Nunca en un trabajo de investigación académica hacer creer que se trata de una novela de misterio, dejando las conclusiones para el capítulo final.
Los capítulos sobre metodología deben quedar como apéndices (lo menos general debe quedar al final).
Diseñar los títulos y subtítulos de cada capítulo para guiar al lector y facilitar la comprensión del texto.
Las ilustraciones –gráficas o numéricas– deben agilizar la lectura, no entorpecerla.
Toda información que pueda ser expresada en palabras en el mismo espacio que ocuparía en números debe ser dicha con palabras.
Las notas deben ir al final del libro o al pie de página, nunca al final de cada capítulo, a menos que se trate de una recopilación.
El contenido de las notas depende de las necesidades del libro, pero generalmente deben servir para citar las fuentes.
Si las notas contienen el núcleo de una argumentación o una observación interesante, deberán ser consideradas para incluirse en el texto (excepto al ofrecer una información que para muchos lectores puede ser familiar).
Las notas “defensivas” (con las que el autor trata de mostrar que ha leído todos los libros y ha considerado todos los problemas) deben ser eliminadas.
El inicio y el final de un libro académico son elementos cruciales.
El inicio debe ser escrito después de todo lo demás, y señalar precisamente qué trata y qué no trata de lograr el libro.
El inicio de cada capítulo tiene un carácter similar, aunque debería evitarse la actitud defensiva de reseñar la literatura sobre el tema que se va a tratar, pues ello detiene el flujo de la argumentación.
El cierre del capítulo conlleva otro arte: debe lograr un alto grado de interés y crear un puente hacia lo que sigue, animando al lector a dirigirse hacia el próximo capítulo.
El capítulo final es la última oportunidad para el autor de convencer y estimular al lector: este elemento del libro puede adoptar un estilo distinto del resto: puede tener un tono polémico, lírico o interrogativo.
Todo lo anterior, concluye la autora, deberá ser discutido entre autor y editor antes de que el manuscrito esté terminado.
Existen, por otra parte, libros distintos con necesidades de organización diferentes. Cuando se trata, por ejemplo, de una recopilación de artículos, es necesario estudiar cuidadosamente su orden: la capitulación, la coherencia, la agrupación por temas, el prólogo explicativo, los posibles cambios en el título de cada trabajo, la paginación, los índices, la extensión, el enfoque y los tonos de los materiales, la homologación de las referencias, la incorporación o exclusión de trabajos, etcétera.
Un ejemplo de modificación importante en la extensión de un texto lo constituyen las tesis doctorales, que al ser convertidas en libros y al eliminar materiales “defensivos”, pueden reducirse hasta en 50 por ciento de su volumen original.31
En cuanto a la presentación, todos los editores recomiendan a sus autores entregar una copia legible con interlineados limpios (sin correcciones), a doble espacio, en hojas tamaño carta, engargolados (de tal manera que no exista el riesgo de que se traspapelen en el momento de su lectura), numerados del uno en adelante, en la esquina superior derecha, a partir de la hoja que hace las veces de carátula, donde se consigna el título y el nombre del autor.
Las notas, por lo general, se entregan por separado, es decir, no en la misma hoja del texto, pues se componen en una tipografía diferente.32
Por último, el estilo debe ser, idealmente, lúcido, fluido, creativo, brillante, emotivo, comprometido, entretenido y apasionado.33
Al respecto, el escritor Morris West ha dicho, en The Writer, lo siguiente: “Escribir es como hacer el amor. Tienes que practicar para hacerlo bien. Como el mejor acto amoroso, tiene que hacerse en privado y con gran consideración hacia tu compañero en la empresa, que en este caso es el lector”.34
Debe hacerse notar que este consejo escrito por un autor de best sellers también es pertinente para la escritura de libros académicos, pues éstos deben ser claros, legibles y bien organizados.
Sobra decir que la creación literaria y filosófica está exenta de esta necesidad, precisamente en la medida en que el autor –y sólo él– así lo decide.
En poesía, es el lector quien deberá aprender a leer el texto específico que está leyendo. Sin embargo, tales problemas exceden con mucho el objeto de este capítulo.