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María Claudia en su habitación, 1975.

JUNTOS DIMOS POR ABOLIDO EL IMPERIO DE LA TRISTEZA

SIETE AÑOS tuvo que esperar Jorge para conocer a la más importante interlocutora que tendría en la vida. El 16 de agosto de 1960, María Claudia llegaba al mundo para poner fin a sus juegos en solitario. Y aunque al principio se molestó con sus padres por desatender su enojo por jugar con aquel bebé al que no le encontraba ninguna gracia, de a poco, a medida que María Claudia iba creciendo, la incorporó a sus juegos. La condición para ella era que interpretara personajes masculinos. Así fue como en varias oportunidades armaron un pequeño ring sobre un colchón, al mejor estilo Titanes en el Ring, en donde se lucían practicando la famosa “patada voladora”, y copiando el estilo del locutor Rodolfo Di Sarli, comentaban las alternativas del combate.

En los viajes familiares a Mar del Plata o San Clemente del Tuyú, competían acumulando marcas de autos, mientras Falcone manejaba su Ford Falcón y Nelva coqueteaba frente a su espejo de mano.

Para el matrimonio, María Claudia había sido la tan esperada hija mujer. Decidieron llamarla así porque casi nace el día de la virgen, el 15 de agosto, y porque a Nelva le gustaban los nombres que pegaban con María. Cortos, para decirlos juntos. Toda la familia la llamaba así. Con el tiempo sus amigos lo acortarían a Claudia.

Si Jorge tuviera que describir qué es la felicidad, el sonido de la risa de su hermana sería el ejemplo perfecto. Cuenta, en uno de sus escritos, que María Claudia vino al mundo dueña de un histrionismo y una gracia capaz de borrar cualquier recuerdo oscuro que quiera empañar su memoria.

“El vínculo más poderoso que teníamos era el humor. Nos meábamos de la risa, teníamos un humor muy al estilo Capusotto-Alberti, Todo por dos pesos, un humor muy bizarro. Aquel talento innato para el humor María Claudia lo utilizó muchas veces para neutralizar sistemáticamente las pautas de conducta impuestas por nuestros viejos, cargándolos, aunque ligara una paliza”.

Falcone padre era un excelente narrador, y amaba la ciencia ficción decimonónica. Eso fomentó en los hermanos el más febril despliegue de imaginación. De ella nació, en las aburridas siestas, un personaje llamado Owen Chiquituni, interpretado por María Claudia. Muy a su pesar, Jorge heredó la primera mitad de su apellido (Chiqui), que fue su apodo cuando pasó a la clandestinidad. Owen Chiquituni era un demente que se había fugado del loquero y cuya interpretación, a cargo de María Claudia, hacía que Nelva llorara de la risa, en los almuerzos familiares, antes de salir hacia el colegio primario.

Otro momento de felicidad para Jorge y María Claudia era cuando se sentaban en el comedor de la casa, mientras saboreaban las deliciosas rosquitas que preparaba Nelva, a dibujar el Subdesarrollo Cómics, “La Revolución fallida de los Mulatos Mulé”, que, al igual que el coyote con el correcaminos, siempre fracasaban en su intento de emanciparse del yugo del tirano Anastasio Garrastazú Rojas; también crearon a un personaje llamado “Milton El Uruguayo”, que contaba la historia de un desterrado que no hallaba cabida en ningún país de la región; otra creación de los hermanos fue “Santa Rosetta dil Culo”, basada en la leyenda escuchada de Santa María Goretti, una joven supuestamente abusada por bere beres del desierto que se resistió hasta la muerte a perder su virginidad.

“Nosotros teníamos una costumbre que era debatir muchos temas con María Claudia, nos intercambiábamos libros, teníamos una excelente comunicación, y veíamos juntos películas del Grupo Cine Liberación. Y emocionaba verla llorar cuando veía lo que estaba haciendo la dictadura de Onganía con los cañeros tucumanos, en el ‘Camino Hacia la Muerte del Viejo Reales’, de Gerardo Vallejos.

“La mejor cómplice que tuve en la vida podía sobrellevar muchas situaciones incordiosas, pero no el sufrimiento de un pibe”.

LA GENERACION
DE LOS SUEÑOS PENDIENTES

JORGE TENÍA 18 años cuando comenzó a militar en el peronismo revolucionario. Mientras realizaba sus estudios secundarios, especializados en artes plásticas, en la Escuela Superior de Bellas Artes, se sumó a la Federación Universitaria para la Revolución Nacional (FURN); en 1973, cuando ingresó a la Facultad de Medicina, empezó a militar en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Finalmente, en 1976, pasó a integrar el Área Federal de Prensa de la organización Montoneros, donde fue el encargado de la elaboración técnica de la revista Evita Montonera. Con sus buenas técnicas de dibujo participó en la confección de una campaña de boicot contra la dictadura militar. En 1978 tuvo que exiliarse junto con su esposa y su hija, para volver al país en la denominada contraofensiva montonera.

“Nosotros pertenecimos a una generación que entendía que tenía que superar los sueños pendientes de la generación de sus padres”, explica Jorge. “Pensá que es cierto que el pueblo trabajador, en la segunda mitad de los años ‘40, vivió el período más feliz de su vida y que los gobiernos civiles truchos y militares feroces que han venido después no hicieron más que intentar dinamitar los cimientos de esa patria con justicia social y sobre todo con inclusión y desarrollo equitativo.

“Me da la impresión de que no le perdonamos a nuestros padres el hecho de haber sido tan permisivos con el poder. De haber puesto como prioridad la negociación y una negociación en la que siempre salían perdiendo, parecía una lucha en la que terminaban dando la otra mejilla.

“También es cierto que nuestra generación crece a patadas, porque estos 18 años que atraviesan los mejores años de la vida de un joven, con restricciones, pollera larga, pelo corto, revistas pornográficas que llegaban de importación y en la mesa de revelado de fotos le borraban la rayita del pubis a las minas. O sea, un nivel de cercenamiento de las libertades públicas y de presupuestos elementales de la cultura que eran actos de violencia cotidiana muy severas.

“Entonces, esa generación responde con una carga profunda de amor, pero cuando el amor no fortalece, fortalece el odio y no un odio bíblico condenable en el fuego eterno del infierno, sino el odio merecido de un enemigo que no tiene piedad, que es capaz de bombardear con aviones de la Marina bendecidos por la curia, una plaza llena de hombres, mujeres y chicos. Un odio que es capaz de fusilar en los basurales de José León Suárez sin ninguna legalidad. Una acumulación de vejámenes, la prohibición de nombrar a Perón y a Evita, los que con su nobleza le dieron dignidad al pueblo argentino. Entonces nuestra generación crece a las patadas y con todas las puertas cerradas”.

Ernesto Guevara de la Serna, El “Che”, revolucionario que con su concepción del hombre nuevo atravesó la militancia de Jorge y María Claudia, dijo en su discurso de abril de 1967, en la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así. Un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.

“Ver el dolor de mis padres, ver a mi padre con un pasaporte negado para irse de luna de miel, ver a mi madre que se quedaba después de hora educando a los pibes más cabezadura en colegios de morondanga, ver a mi padre salvado por las obras sociales del movimiento obrero organizado volver en una Ford destartalada que era de su abuelo, porque ni plata para tener un auto propio tenía. Vivíamos en una casa heredada por una generación anterior que era la generación de la prosperidad”.

Jorge se emociona hasta las lágrimas al recordar a su padre, al recordar la lucha de ambos, la lucha de una generación que se animó y creyó que la liberación era posible, que los sueños postergados eran posibles.

“Verlo a mi padre putear en voz baja y en privado los errores del peronismo, y defenderlo con hidalguía en público, aunque le llenaran la cara de dedos. Acompañarlo en ese fortacho a que le paguen una consulta médica en el suburbio con media docena de huevos o un pollo. La construcción de la autoridad de un padre y el respeto, no pasa por el chamuyo, pasa porque vos veas que ese tipo no es verso, que está ahí haciendo y poniendo el lomo.

“Para no hablar lo que hizo después, más adelante, llevado a curar, en el baúl de un auto clandestino, a un compañero herido de un cuetazo en el tobillo, o llevando gelamón (explosivo de alto poder destructivo) en el baúl de su auto, con un pobre flaco con una bicicleta que chiflaba si en las esquinas veía algún peligro. Y si veía algún peligro había que dejar el auto con la patente legal de mi viejo, irnos a la mierda y el tipo tenía que cambiar el documento. El doctor Falcone, uno de los cirujanos más prestigiosos de la ciudad de La Plata pasaba a la clandestinidad conmigo si nos cagaban, porque el auto era adquisición legal, no era un auto afanado. El tipo ponía el cuerpo. Entonces también hay una dimensión íntima, la dimensión ética de decir ‘no, no me banco que a mi pueblo le hagan esto’, que es lo principal. Pero después esta la sensación de que ese tipo no se merecía sufrir. Mi vieja y mi viejo no se merecían sufrir, y esto también multiplícalo en proyección geométrica. Al pueblo argentino le tocaron el culo muchos años, le bailaron un malambo encima y eso también te pone pila para salir a la calle y correr riesgos”.


Claudia, 16 de Agosto de 1975.

LOS FALCONE

NELVA ALICIA Méndez y Jorge Ademar Falcone se casaron el 18 de marzo de 1948, en la ciudad de La Plata.

Nelva nació el 16 de junio de 1927, hija de Manuela Ángela Domínguez y del poeta Delfor Méndez, autor de la letra del himno de Gimnasia y Esgrima de La Plata.

Jorge, también platense, nació el 26 de abril de 1918. Hijo de María Teresa Matera y de Clemente Cayetano Falcone Graniero.

Se recibió de médico en 1943, y luego realizó estudios de Escultura en la Escuela Superior de Bellas Artes. Fue el primer Subsecretario de Salud Pública, 1947-1950; Intendente de la Ciudad de La Plata, 1949-1950; y Senador Provincial Presidente de la Comisión de Obras Públicas del Senado entre 1950 y 1952. Como militante de la causa nacional, se alzó junto al general Juan José Valle y el teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno el 9 de junio de 1956, cuando la denominada “Revolución Libertadora” derrocó al gobierno popular de Juan Domingo Perón.

“Fue detenido el 10 de junio a la noche, mientras me estaba contando un cuento que quedó por la mitad”, recuerda Jorge hijo. “A partir de allí lo recuerdo uniformado de gris en un lugar que después supe era el penal de Olmos. En la misma celda estaba Juan Carlos Livraga –sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez– ambos sentenciados por Pedro Eugenio Aramburu. Ante la repercusión internacional del caso, Aramburu y Rojas reconsideran la medida. Mi padre no tenía donde caerse muerto y fue el movimiento obrero organizado el que le da trabajo en los duros años de persecución”.

Con la vuelta del peronismo al poder, en 1973, Falcone ocupó el cargo de director del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (INSSJP), Delegación La Plata, hasta el Golpe de Estado de 1976, cuando fue desplazado de su cargo.

Nelva era ama de casa y maestra de escuela pública. Había colaborado en la campaña por el voto femenino, siendo delegada juvenil, a mediados de los años ‘50. Con la desaparición de María Claudia comenzó a reunirse con madres que habían pasado por su misma tragedia; fue una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora. En Democracia fue secretaria de DDHH del PJ local; y en 1999 fue declarada Ciudadana Ilustre de la ciudad de La Plata.

Luego de casarse, la pareja se fue a vivir a la casa de la calle 8, propiedad de Clemente y María Teresa, muy cerca de Plaza Rocha, y a sólo dos cuadras de Bellas Artes.

En esa misma casa Nelva y Falcone padre vieron crecer y soñar a sus dos hijos, pero también vieron irrumpir a las patotas de la Revolución Libertadora primero; y luego las del Terrorismo de Estado. La casa de los Falcone fue allanada en cuatro oportunidades, el 9 de junio 1956, detención de Jorge Ademar ; dos veces en 1976, la primera luego de un incidente en la cancha de Estudiantes de La Plata, la segunda luego del secuestro de María Claudia, el 16 de septiembre de 1976 ; y el 13 de abril de 1977, en donde se produce la detención y secuestro de la pareja, a quienes– los Grupos de Tareas de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz– los trasladan encapuchados al Centro Clandestino “La Cacha”, donde permanecieron como detenidos-desaparecidos por diez días.

En tiempos de proscripciones del peronismo la economía de la familia se nutrió básicamente de los pacientes que Falcone visitaba a domicilio –muchas veces le pagaban con huevos o gallinas–; de los esporádicos honorarios de su padre, martillero público, de la pensión de su madre, docente jubilada; y del sueldo de Nelva, docente en ejercicio en una escuela pública. Vivían los seis juntos.

La relación de Nelva con su suegra no era la mejor.

“Aún recuerdo la indignación que oportunamente me causó alguna vez escuchar a esa mujer (María Teresa Matera) acunar a mi hermana bebé en su falda intercalando, en las canciones de cuna, recriminaciones a mi madre por venir después de hora de dar clase, tiempo que se tomaba para apuntalar a sus alumnos más rezagados”.

Hacia fines de 1966, María Teresa muere en la casa de la calle 8. Jorge tenía 12 años, y fue testigo de su muerte y de los inútiles intentos de su abuelo por reanimarla.

“Los Falcone éramos una familia media, pero mi viejo no era un médico multimillonario que andaba firmando autógrafos por ahí, o que hacía cirugías estéticas. Era un médico de mutuales de obras sociales metalúrgicas; mi madre ha sido una maestra de escuela pública. Entonces éramos una clase media empobrecida que nunca nos faltó lo elemental, pero que nunca nos sobró nada.

“Porque yo me acuerdo de la vergüenza de mi viejo cuando no conseguía laburo en ningún lado por ser peronista, y cuando se acabó el hábito de comer un plato de entrada antes de la sopa o del churrasco. Y se acabó, y a veces no había postre, que son pelotudeces frente al dolor y la privación que tiene hoy nuestro pueblo más pobre, desde luego, pero te quiero decir, historiando, para la proporción de lo que era el despojo en aquella época, al tipo le daba pudor, le afectaba en su amor propio esa adaptación forzada a un estándar de vida que no era el que en su apogeo profesional le había brindado a la familia”.


El 28 de junio de 1966, se produce en el país un nuevo golpe de estado que termina con el gobierno democrático de Arturo Illia. Este nuevo golpe se denominó “Revolución Argentina” y quien lo encabezaba, el dictador Juan Carlos Ongania, deseaba perpetrarse en el poder por 40 años.

Hacia fines de ese mismo año, Jorge se encuentra terminando la escuela primaria y espera ansioso los resultados de su examen de ingreso a la Facultad de Artes y Medios Audiovisuales.

Mientras tanto, Nelva intentaba explicarle a María Claudia, que estaba triste por estar finalizando el Jardín de infantes, que en poco tiempo iba a volver a jugar con sus compañeritas en primer grado.


Claudia, sexto grado 1972.

EL NORMAL 2

CLAUDIA TENÍA 4 años cuando ingresó al Jardín de Infantes de la Escuela número 2 Dardo Rocha. En ese mismo colegio hizo la primaria. “El primer día de clase en el jardín muchos chiquitos lloraban. Ella, en cambio, me miró y me dijo: ‘Mamá, ¿cuándo empezamos a dibujar?’. La maestra y yo la miramos sonriendo. Allí nomás comenzó a perfilar esa personalidad tan firme que tendría”, recordó Nelva al escribir una semblanza de María Claudia.

De muy chica Claudia tenía una rutina que le fascinaba: antes de acostarse elegía un libro y se lo llevaba a su cama para leerlo. Sus favoritos eran los cuentos y las poesías. Aquel hábito de lectura facilito desde muy chica la manera de comunicarse y de expresarse verbalmente. Una vez, la maestra de quinto grado le dijo a Falcone padre: “Doctor, estoy asombrada de cómo se expresa su hija… la fluidez con la que habla”.

Por sus buenas calificaciones y el mejor promedio del curso en varias ocasiones, Claudia fue abanderada. “Era muy perfeccionista en sus trabajos de Ciencias Sociales, Matemáticas y Lengua. Era tan detallista que sus carpetas eran exhibidas frecuentemente como ejemplo ante otros cursos. Cuando cursaba su séptimo grado, el Club de Madres distinguió a los alumnos de mejores promedios de la Escuela con un libro de poemas de Miguel Cané y un diploma. En su curso ella era el mejor promedio. A fin de año hicieron una fiesta. El grupo de María Claudia eligió recrear un circo y ella se disfrazó de foca con una malla negra enteriza y una máscara de cartón confeccionada por su hermano, que cursaba el secundario en Bellas Artes y ya había formado su primer equipo de cine en Súper 8. La fiesta fue un éxito y María Claudia hizo gala del sentido del humor que la acompañaría hasta el final”.2

2 Nelva Falcone, “Una joven de ojos glaucos. Semblanza a María Claudia Falcone”. 2000. http://escuelafalcone.blogspot.com.ar/2010/10/50-anos-del-nacimiento-de-maria-claudia.html

LA GORDITA FALCONE

“DESDE PRIMERO hasta séptimo grado estuve con ella, nos sentábamos juntas”, recuerda Alejandra Rodríguez Pujol, amiga y compañera en el Normal 2. “Le decían, ‘la gordita Falcone’. Claudia era muy gordita, tenía ojos celestes y un flequillo bien tupido, era muy divertida”.

Concurrían al turno tarde del Normal 2 y a la salida solían irse juntas a tomar la leche a la casa de los Falcone. Con la supervisión de Nelva, hacían la tarea y luego se divertían jugando a las muñecas en la habitación de Claudia.

“Dibujaba muy bien, era una artista Claudia, y ella a mí siempre me retaba porque cuando había que hacer una figura humana, yo le hacía siempre los brazos cortos, y ella me decía, ‘¡No te das cuenta Alejandra que le haces los brazos cortos!’, (se ríe) me retaba mal, y entonces ella me los arreglaba y me hacía dibujar los brazos a la distancia que tenían que ser. Era excelente como alumna. Claudia era la chica diez, la que sabía todo y ayudaba a los demás. Yo la admiraba. Era la compañera de oro, y, además de ser muy inteligente y muy capaz, era muy buena compañera”.

Cuando jugaba con sus amigas, Claudia hacía un gran despliegue de personajes que ella misma había inventado. A partir de su gorrito de pompón surgió, “Ueti-Ueti”, mi pomponcito de lana amarillo; la glamorosa corista “Happyway”; o el caballo “Paisano”, héroe de las pampas. Uno de sus tesoros más preciados era su colección de cajitas de fósforos y de trapitos para vestir muñecas.

Para su cumpleaños Claudia invitaba a su casa a todos sus compañeros de la escuela. Nelva, que le encantaba festejar los cumpleaños, al culminar la celebración les entrega una bolsa con golosinas a cada chico. Jorge, que soñaba con estudiar la carrera de Cine, en la Facultad de Bellas Artes, para agasajar a la cumpleañera, era el encargado de proyectarle películas en súper 8 milímetros.

A veces también iban a jugar a la casa de Alejandra. Claudia se quedaba toda la tarde y antes de que bajara el sol, su papá pasaba a buscarla.

A partir de cuarto grado habían logrado la autorización de sus familias para regresar solas del colegio. Las pocas cuadras que caminaban eran suficientes para matarse de risa con las travesuras de su compañera Maide, calificada por la maestra como “la más traviesa del curso”. Al llegar a la casa de la calle 8 número 1334, Nelva les tenía preparada la merienda.

“Después de séptimo grado no nos vimos nunca más”. Dice Alejandra, lamentándose. “Me enteré que con un grupo de personas iba a ayudar a las villas, que estaba militando, pero no mucha más información que esa. Recuerdo un año que fui a Luján y entré a la Basílica para conocerla, y las Madres de Plaza de Mayo habían puesto todos los pañuelos con nombres de desaparecidos. Y el primer pañuelo que veo decía el nombre de mi gran amiga: María Claudia Falcone”.

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