Kitabı oku: «Mujeres de familia», sayfa 2

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El tobillo estaba dislocado y no lograba dar otro paso, vio baúles y mantas tiradas era como si hubieran lanzado un closet al aire, caminó como pudo, más arrastrándose por la fría nieve que dando pasos, hasta que continuo a gatas y trato de abrigarse con lo que encontró, prefirió arrodillarse ya que no podía mantenerse en pie, no entendía nada, y solo sentía que su cuerpo flotaba, estaba muy liviana...Costaba respirar...Costaba pensar.

Los primeros síntomas de la hipotermia son los fuertes escalofríos del cuerpo, seguido por no poder hablar coherentemente sino en murmullos o balbuceos, la respiración lentamente se vuelve poco profunda hay falta de coordinación y torpeza, sobreviene una somnolencia y confusión y el pulso se vuelve más y más débil.

La hija del magnate del acero Kabir Akhan estaba herida, sola y a medio congelar en la cordillera de los andes.

El equipo de rescate, llego seis horas después del accidente, al mirar se dieron cuenta que no mucho era lo que podían hacer, el fuego había consumido, lo que el terremoto y la avalancha no había retorcido, hundido o aplastado, el tren estaba partido y separado y algunos vagones estaban bajo la nieve de la avalancha. Una parte del tren estaba aplastado en el túnel las cuevas por piedras y nieve, ahí todo esfuerzo ya era inútil.

De las ochenta personas que viajaban en el tren tan solo la mitad estaba con vida, pero los que quedaron vivos estaban tan dispersos que tenían que buscarlos y ese era el caso de Esperanza, los que pudieron salvarse del descarrilamiento del tren y el incendio estaban absolutamente golpeados y en shock, el escenario del descarrilamiento tomaba un kilómetro a la redonda, los cuerpos mutilados estaban por todas partes lo mismo que los miembros quemados de los pasajeros.

Algunos de los cuerpos que, si estaban completos, estaban congelados debido a las seis horas en posición inerte sobre el hielo los perros cada vez que desenterraban un cuerpo ladraban para avisar a sus amos que había otro cuerpo más. El rescate no era fácil por las condiciones del terreno que eran despeñaderos y laderas. Las cuerdas se hacían pocas.

Durante todo el día el cuerpo de socorro andino estuvo rescatando gente, conjuntamente con voluntarios fronterizos, los perros olfateaban a los muertos sin problemas, de pronto uno de ellos se puso a correr hacia una ladera

− ¡AMADEUS!

− ¡AMADEUS!

− Perro loco, lo único que faltaba era que se pusiera a jugar ahora que estamos buscando muertos.

El perro san Bernardo, corrió ladera abajo oliendo un cuerpo, uno vivo no un muerto, escarbó con sus patas, pero de manera distinta, y casi al instante saco la poca nieve que estaba sobre la cabeza de Esperanza, comenzó a lamerla para tratar de reanimarla mientras llegaba su guía, pero esperanza seguía inconsciente. Cuando el guía del gran san Bernardo llego al lado de Esperanza se percató de la gran herida del cráneo de Esperanza y que sus bordes estaban medio azulados de frío y con mucha sangre alrededor, era una sobreviviente... ¿pero por cuánto tiempo más? Lo mejor de todo es que en algún momento esta mujer se había abrigado... pero ¿cómo?

− Vivo

− Vivoooooo

Los ladridos de Amadeus, corearon el grito del socorrista, pronto otros dos montañistas acudieron con la camilla y cuerdas para llevarse a Esperanza a un puesto fronterizo argentino, para darle los primeros auxilios, de la documentación e identificación de Esperanza nadie sabía nada y todos sus papeles y equipaje ya no existían, estaban hecho cenizas. Todo el dinero, pasaporte, documentos y fotos de cómo identificarla, estaban en el vehículo quemado. Jazmín estaba muerta y no había ningún documento de viaje o bitácora del tren, Esperanza llego a un puesto fronterizo casi congelada, arropada con unas mantas y con su blusa totalmente ensangrentada y rota. Las yemas de sus dedos habían tenido tanto tiempo contacto con el hielo que estaban totalmente quemadas, tardarían en recuperarse. Ahora mientras era arropada y colocada en una camilla, Esperanza estaba en la inconsciencia absoluta, no se daba cuenta como era transportada y llevada a un puesto fronterizo.

3

El tintineo de una taza me despertó, y me di cuenta que ya habían notado que mi madre no estaba, y por ende que no habría dormido en casa.

Me incorpore y le tome la bandeja del desayuno a mi nana, esta venia nerviosa y a punto estuvo que se le cayera todo encima de mi cama. Su rostro se notaba preocupado.

− Nanita, ¿algún problema?

− Si mi niña, su abuela está enojada con su mamá, que no llego anoche, y Ud. Sabe cómo es con las reglas su abuela. Hoy será un día complicado mi niña.

− Sí, si lo se nanita.

No quise explicarle a mi nana, que el enojo a mi querida y amada abuela no sería por el día, le duraría mucho más, puesto que mi mamá no volvería ese día precisamente, cuando recordé esto, se me volvió a apretar el estómago, y las tostadas me supieron amargas. Mi mamá si había llegado anoche, solo que se había ido. Y la que sabía esto era yo.

Cuando termine de desayunar me bañe y baje a ver cuál era la mejor manera de contarles a mis abuelos, que mi mamá se había despedido de mí en la noche y les había dejado una nota a sus padres conmigo, era una nota muy concisa pero que trataba de calmar cualquier sentimiento de angustia de mi abuela y de pesadumbre por parte de mi abuelo. Esperanza era la preferida de mi tata, como Mi tía Enriqueta de mi abuela, Javier era el chiche por partes iguales de los dos ya que era el último hijo que tuvieron, pero mi tío había salido tan aventurero e inquieto como lo había sido mi abuelo y mi bisabuelo en su juventud, y Pablo Javier era detective, el cual siempre estaba de encubierto, yo no sabía nunca cuando el aparecería y mucho menos mi abuela, llevaba dos años en Colombia trabajando con la policía de drogas y desbaratando todos los envíos de drogas a chile, la gente de la guerrilla ofrecía mucho dinero por la cabeza de mi tío, pero él se les escapaba una y otra vez en los últimos dos años.

Anterior a eso había estado en Perú. Me encantaba cuando aparecía, siempre lleno de amigos y con las manos llenas de regalos y dulces para mí, luego volvía a desaparecer durante meses y yo no sabía cuándo volvería a verlo.

Por el lado de mi tía Enriqueta, la veían poco también, puesto que ella estaba en Estados Unidos con mi tío Heriberto y sus hijos Michael y Karell. Resultado de esto, mis abuelos centraban toda su atención en mí y mi madre. Mi tía Enriqueta, es lo que se decía la hija modelo y mi mamá representaba la complicada, la rebelde.

Cuando llegue al comedor me di cuenta que los ánimos no estaban muy alegres y sin decir nada le pase la nota a mi tata, este la leyó miro a mi abuela y le dijo:

− Querida Amelia, esperanza se fue de viaje, y de viaje largo.

− Dios... ¿qué haremos con esta hija nuestra?

Dijo mi abuela moviendo la cabeza, luego me miro a mí y pregunto por qué yo tenía la nota.

Les explique lo que había pasado en la noche a mis abuelos y lo que me había dicho Esperanza.

El golpe fue grande, aunque por parte de mi abuela era un sentimiento compartido entre enojo y pena.

No me quedo otra que arreglarme y disponerme a continuar mi vida con mi mamá de viaje.

Lo primero que hice esa mañana para olvidarme de mi casa, fue ir a incorporarme al coro de la iglesia a la cual pertenecía mi abuela, cosa que deseaba hacer desde hacía unos meses atrás, puesto que como no podía ir a la mezquita a la cual asistía mi tata, porque allí no podía cantar que era lo que yo quería, ni tampoco podía entrar por ser niña, debía optar por el lado de mi abuela a un coro católico, me arreglé con la mente puesta en la partida de Esperanza. Ya la extrañaba.

Me encontré en la parroquia con un mundillo de jóvenes muy alegres los cuales estaban realizando una selección de voces para incorporar nuevos talentos a este coro juvenil, por supuesto no le dije nada a mi abuela ya que tendría que asistir a escondidas al famoso coro y eso significaba dos veces a la semana fugarme del internado. Cosa gravísima.

Contaba si con la autorización en casos difíciles de mi padre Louis Wiscain, al cual veía muy poco por su trabajo, en realidad casi nunca, pero siempre lograba conseguir lo que quería. Si eso significaba llevarle la contraria a mi madre y poder producir un breve encuentro. Pero la verdad era que no quería agravar más las cosas, que ya estaban difíciles.

Mi padre con tal de llevarle la contraria a mi madre era capaz de regalarme una serpiente cascabel, si eso molestaba a mi familia y le daba alguna excusa de hablar con ella.

Cuando entre al salón, me presenté y me encanto conocer a tantos jóvenes como yo, además de darme cuenta que ese era un buen lugar para conocer chicos, de hecho fue ese mismo día cuando conocí a la persona que pondría mi mundo de cabeza por años, Kerko Merchant, era un oficial de la marina y en ese momento estaba cortejando a una chica que lo miraba embobada como se veía de uniforme, él era un catequista de niños y trabajaba en aldeas juveniles en cooperación con el párroco de la parroquia, la verdad, él ni siquiera me miro, mi cara aparte de roja por la carrera que había dado jugando hasta llegar a la parroquia y por los frenillos, idea de mi madre para tener mis dientes parejos no dejaban ver una imagen muy coqueta que digamos. Siempre que me miraba al espejo, y me veía como un borrón difuso.

Mi imagen para que la entiendan, era un tanto dispersa, cabello desordenado siempre crespo y con voluntad propia y largo, castaño medio, ojos verdes grandes, nariz aguileña parte musulmana y francesa, espinillas, piernas largas y demasiada emoción. No era según yo algo muy interesante de observar.

Por mi parte, fue todo lo contrario, desde que lo vi en el otro extremo del salón no deje de mirarlo, y ver como parecía un picaflor coqueteándole a todo el mundo, y lo peor era que la mitad de las chicas que ahí estaban, se derretían por él, y no lo ocultaban. Todo eran sonrisitas y cuchicheos. Si lo mirabas veías a alguien delgado, alto, pelo negro, ojos cafés, tez blanca y suave, pestañas largas, para mí era como ver a un príncipe.

Me enamore al instante, tan solo de mirarlo. No lograba despegar mi vista de él.

Me probaron mi voz y el director del coro Marcos, me quedo mirando y me interrogo:

− ¿Está segura que nunca Michelle has tomado clases de canto?, ¿jamás?

− Segura, sino te lo diría, que gano con ocultártelo.

No me creyó mucho, pero entendí por el comentario que mi timbre de voz y la potencia que mi garganta tenia para emitir sonidos altos y graves, no era una cosa común en personas de mi edad. Yo no fumaba, mi madre era cantante de ópera desde muy joven y por lo visto yo traía el don.

Pase a integrar el grupo juvenil de la Iglesia y me interioricé de los horarios y días que debería ir a ensayo, para poder dar la sorpresa a mis abuelos cuando estos estuvieran en misa, puesto que iban juntos tanto a la mezquita de mi abuelo como a la misa de mi abuela, ellos compartían las dos religiones sin ningún problema. Así transcurrieron las primeras semanas, sin que volviera a ver a al joven por el cual se me habían ido las ganas de seguir usando frenillos.

El día del terremoto de Chillan, los comentarios y cotilleos de las viejas matronas, se vieron intensificados, cuando siendo una estudiante de un colegio particular teníamos acceso a radio y aún televisor de tubos, que era uno de los primeros que llegaron, por ende las primeras novedades de este terremoto las supe yo, pero jamás me imagine o pensé que del accidente que hablaban las radios, yo tenía tanto que ver, así que lo saque muy rápido de mi cabeza, y para nosotros en casa fue solamente un pequeño temblorcito. No me interese y no pensé que tuviera nada que ver con mi madre.

Al cabo de unas semanas ya me había aclimatado perfectamente a escurrirme sin problema del internado para ir a los ensayos, esto me encantaba, todo esto sin que nadie de mi familia ni del internado se dieran cuenta, no pude ninguno de estos días ver a mi famoso joven por el cual llevaba varias noches haciendo castillos en el aire, y dibujando corazones sin cesar en mis cuadernos, pero un día viernes se presentó mi abuela para llevarme a mi dentista y por fin sacarme esos horribles frenos de mi boca, la alegría hizo que me cambiara el uniforme y la acompañara en casi diez minutos, récord de rapidez, me dolió mucho cuando los sacaron pero el cambio fue sorprendente, luego mi abuela me llevo de vuelta al internado; me sentía otra, llevaba años con esos alambres en mi boca.

Ese mismo día antes de despedirme de ella le dije que yo estaba participando de un grupo juvenil pero que quería su permiso, ya me asustaba un poco el estar escapándome, mi abuela me miro, y creo que tanto es lo que extrañaba a mi madre y la angustia de no saber nada de ella que me abrazo y me dijo:

− Hija, lo que quieras hazlo, solo no dejes los estudios de lado.

− No, abuelita, te prometo que no.

− ¿Cuándo tienes los ensayos?

− Los miércoles y los sábados y cantamos en la misa del domingo en la mañana.

− Pero yo a ti no te he visto Michelle.

− No, es que aún no me aprendía todos los tonos, ni cuando me tocaba a mí, pero ya estoy lista, ¿crees que le moleste a mi tata?

− Nada de lo que tú hagas querida, le molestara nunca.

Abracé a mi abuela muy fuerte, y entre al corredor no sin antes despedirme con un beso al aire de ella, mi abuela era una mujer muy alta y muy hermosa, con razón veía a mi abuelo seguirla con los ojos cada vez que ella pasaba por su lado. Media unos pocos centímetros más que él, su piel era blanca lechosa, sus ojos eran negros y grandes y poseía unas pestañas de envidia para cualquier mujer joven, era muy altiva y poseía una clase innata, era hija de españoles y había roto todos los cánones de su tiempo al casarse con un musulmán de otro país, inmigrante, de otra religión y además irse de su hogar. A esa edad su peinado ya lucia bellas canas blancas en las sienes, pero su cabello había sido de un negro azabache con bucles.

Ese día fui con más seguridad al ensayo, y cante como nunca, solo que se hizo muy tarde y comenzó a lloviznar, me empecé a preocupar puesto que una de las canciones, no lograba salir a todo el grupo, y el ensayo se alargaba, y extendía, mientras se oscurecía cada vez más, hasta que el director definió que era mejor que las que no llegaban al tono no lo cantaran y las que sí, lleváramos la voz cantante, se dio por terminado todo y salimos... grande fue mi sorpresa al darme cuenta que estaba el mismo chico que había visto hacia unas semanas y sin pensarlo dos veces me acerque a donde estaba y dije muy seductoramente

− ¿Quién puede acompañarme? Es muy tarde y me da miedo caminar sola a mi casa.

El me miro y fue como si me viera por primera vez, yo por supuesto ya no tenía frenillos, tampoco tenía el rostro acalorado, sino que estaba por primera vez con un brillo en los labios y mis pestañas al natural, me imagino que por la emoción mis ojos normalmente pardos habían tomado un color verde oscuro, cerca mío estaban las chicas que hablaban de él en todos los ensayos y me propuse mentalmente, que ese chico se quedaría conmigo. Era la menor de todo el grupo. La más chica.

Me miro y una sonrisa pícara, pero con un dejo de indiferencia cruzo por su rostro, luego bajo las escaleras y me ofreció su brazo, partimos camino rumbo a mi internado y empezamos una de esas típicas conversaciones insulsas para llenar espacio, a mí me parecía que el mundo se aclaraba cada vez que lo miraba a los ojos, empecé a enamorarme sin siquiera darme cuenta, cuando llegamos al portal de mi internado, mi corazón latía a mil por hora. Fue el primer beso que di.

− Gracias por acompañarme

− No te preocupes encantado de escoltar a una niñita.

− No soy una niña, soy tan mujer como las chicas que te miran en el coro

− Quien me mira en el coro... ¿Michelle?

− Si Michelle, bueno las demás chicas... ¿andas con alguna de ellas?

− Puede ser

− ¿Y es algo serio? ¿Las besas? -y me miro en forma interrogante-

− Puede ser... ¿porque? quieres tu un beso

Al decir esto, su voz fue muy tenue, y mi estómago estaba rígido de nervios, sentía en mis oídos el latir desenfrenado de mi corazón y el mundo estaba detenido. Sentía el corazón latir retumbando en mis oídos.

Era su primer beso, y la sensación recorría cada célula de su cuerpo de un modo absoluto y completo, era tan diferente todo, y tan simple a la vez... No se escuchaba ningún sonido, solo ese leve murmullo de los labios al juntarse en forma suave... y lenta, sus brazos no abrazaban el cuerpo de él, sino que estaban caídos a los lados, eran brazos que ni siquiera sabían abrazar. Los brazos de el para ser más exactos sus manos estaban tomando su cara, luego se fueron deslizando lentamente hacia abajo mientras su lengua no dejaba ningún espacio sin descubrir sin explorar, pero con una suavidad que amenazó con hacerla perder el sentido, cerro los parpados por imitarlo a él, aunque luego de sentir sus brazos alrededor de su cintura y ver que su cara se apartaba, lo miró a los ojos aunque en realidad su vista se dirigía con mayor certeza a su boca, interiormente se estaba preguntando− ¿Dónde y quien le enseño a besar así?...

− ¿Puedo hacerte una pregunta?

− Claro, claro contestó él

− ¿Quién te enseño a besar así?

− Nadie me enseñó a besar...” Señorita” nadie, esto− besándola rápida y fugazmente

– Se aprende en forma automática, lo que pasa es que tú eres muy niña, y no sabes besar.

− Estas en un error yo sí se besar.

Luego, acarició mi mejilla se dio media vuelta y partió...

Me quede con la idea que había empezado a pololear, craso error no fue eso lo que él pensó, ni tampoco lo que paso, estábamos en dos mundos muy diferentes, y teníamos dos mentalidades absolutamente opuestas yo tenía que crecer mucho aún y madurar, él tenía que enamorarse de otra persona que no fuera el mismo.

Comencé a salir a todas partes con Kerko, pero no me daba cuenta que el no solo salía conmigo sino también con dos personas más, yo era demasiado joven para darme cuenta que él era muy mayor para mí y yo era un juguete en sus manos. Me creía adulta y solo era una niña tonta, caprichosa y llena de mariposas e ideas locas en mi cerebro.

Lo molesté tanto con que era mi novio, que más por cansancio que por sentimiento verdadero me dijo que sí, yo creía que eso era todo, ahí radicaba mi error, el primero de una larga lista, me faltaba mucho que aprender para lograr ser lo que él quería que yo fuera, vine a comprender esto en los años venideros. Era tanta mi inmadurez que resultaba cómica. Daba por sentado que todo lo que yo sentía lo hacia el también, comencé a mirar las flores, los pájaros, el atardecer de otra manera, todo el mundo tenia magia, todo era nuevo, mi estómago se apretaba cada vez que lo miraba, encontraba la perfección absoluta en él y no me daba cuenta que tenía defectos, muchos defectos, simplemente no los veía. Tenía toda la bobera que era capaz de albergar mi mente y mi cuerpo. Sentía que había encontrado mi alma gemela en cuatro días, que me había enamorado perdidamente y por supuesto él también estaba perdidamente enamorado de mí, eso lo daba por asegurado, por lo tanto, seriamos inmensamente felices, luego nos casaríamos y viviríamos en un castillo casi comiendo solo perdices como decían todos los cuentos. Él era mi hombre perfecto, y no existía nadie más en el planeta ni en la galaxia Era mi sueño, de príncipe ideal. Me cerraba a cualquier otro escenario que no fuera que ya había encontrado al amor de mi vida.

Las noticias habían tardado tiempo en llegar a los periódicos de chile, por la cantidad de muertos que había dejado el terremoto, pero inevitablemente como todo suceso grave, se sabe al fin.

Cuando la secretaria de mi abuelo abrió el periódico del día, no podía creer lo que sus ojos leían, a los minutos el teléfono de la gerencia comenzó a sonar, eran periodistas que querían saber morbosa mente la reacción de mi abuelo por la noticia de mi madre, que harían, que sabíamos, la Señortia Sonia solo descolgó los teléfonos y entro rápidamente a la oficina de mi tata.

− Don Kabir... necesito hablar con Ud.

Mi abuelo miro a su secretaria de años, por sobre la montura de sus lentes, ella jamás entraba a su despacho a esas horas de la mañana y menos sin su café turco en la mano, y esta vez estaba temblando en la puerta y con un diario en vez de su taza de café.

− ¿Qué ocurre Sonia?

− Su hija, en el diario sale...que encontraron a su hija muerta, por el terremoto del mes pasado, por un tren...

La secretaria no lograba ser coherente con la noticia, no lograba siquiera hilvanar bien las palabras.

El terremoto no había afectado mayormente la zona donde vivían mis abuelos y yo, puesto que estábamos más al norte y no al sur donde había sido el epicentro, cada vez que Sonia terminaba una frase, el rostro de mi abuelo se ponía cada vez más y más blanco, hasta que en un momento mi abuelo se llevó su mano a su brazo y cayó sobre su escritorio.

La secretaria de mi abuelo corrió, ha sujetarlo y gritando por citófono a la otra secretaria, esta pidió una ambulancia. En cuestión de minutos Sonia solicito ayuda para sacar a mi abuelo de su oficina, todo el mundo corría para auxiliar a Don Kabir, Mi abuelo había sufrido un ataque al corazón, al saber que su hija Esperanza estaba muerta.

A los días de haber sido besada, aún despertaba con mariposas en mi estómago no pensé que se convertirían en un vació cuando de la oficina de la madre rectora me mandaron a buscar.

− Madre, ¿UD. Mando por mí?

La rectora me miro con unos ojos llenos de lágrimas, sé aproximo a mí me tomo por los hombros.

− Michelle, querida, cámbiate de ropa, un auto de tu casa pasara a recogerte en unos minutos, tus abuelos te necesitan.

− ¿Por qué, le paso algo a mi tata o mi abuelita?

− Vístete rápido querida.

No espere más y corrí a cambiarme, a los minutos estaba el auto de mi abuelo en la puerta esperando que me subiera, llegue a mi casa, y lo primero que vi fue una ambulancia, él corazón empezó a latirme fuerte y una angustia se apodero de mi voz, subí la escalera corriendo y saltando los peldaños de a dos en dos, llegué al dormitorio de mis abuelos, mi abuela estaba al lado de una enfermera con su mano tomada mientras dos médicos trataban de ponerle una mascarilla de oxígeno mientras la acomodaban en una camilla plegable.

Sentí que el mundo empezó a dar vueltas a mí alrededor. No lograba entender que pasaba, sacaron rápidamente a mi abuela de la casa por la escalera principal, y yo mientras tanto sentía que el teléfono sonaba y sonaba y no había nadie para contestarlo, mí nanita estaba junto al jardinero viendo cómo se llevaban a mi abuela y sujetando la reja para que no molestara al paso de la ambulancia, yo estaba tan aturdida que lo único que pude hacer fue tomar la bocina y contestar. Lo hice en forma mecánica.

− Diga... Sonia, no puedo atenderla me voy con mi abuela al hospital.

− Señortia Michelle, cuánto lo siento, yo me haré cargo de su abuelo.

− De mi abuelo... ¿Por qué?

− Se desmayó...- Sonia no quiso entrar en detalles, comprendió que yo nada sabía del periódico.

− No te preocupes me imagino que solo es un alza de presión, nada más.

− Eh...si por supuesto. ¿Ud. está bien?

− Si... bueno un poco asustada eso es todo.

Si comprendo, pero me refiero a lo de su madre.

− ¿A lo de mi madre?, no yo te hablo de mi abuela

− No comprendo, qué pasa con ella

− Sonia, mi abuela la llevan al hospital, cuando llegue, estaban colocándole oxígeno...

− Michelle, su tata está en el hospital yo estoy acá con él, sufrió un infarto y está muy mal, es por la noticia de la muerte de... de su madre, la Señortia Esperanza, fue muy impactante. Michelle, siento mucho lo de tu mamá y lamento tener que ser yo la que te lo diga.

Sentí que la respiración dejo de fluir por mis pulmones, comencé a temblar, no lograba comprender todo, era como si un mazazo me hubiera dado en el pecho, ahora entendía las lágrimas de todo el mundo, los reporteros que estaban fuera de la casa, las lágrimas de la madre rectora y yo misma lo único que fui capaz de hacer, fue derrumbarme en el piso con el teléfono aún en mi mano.

No logre reaccionar del todo en los próximos cinco minutos, no entendía cuándo o en qué momento, habían pasado tantas cosas, solo sabía que me había despedido de mi madre semanas antes y ahora la secretaria de mi abuelo me explicaba que estaba muerta, que mi abuelo había tenido un infarto y que estaba en un hospital con una extraña y a mi abuela se la acababa de llevar una ambulancia.

Las náuseas acudieron a mí y sin darme cuenta estaba vomitando sobre el piso del living, con el teléfono aún en mi mano agarrotada, las convulsiones del llanto fueron aflorando entre cada arcada de vómito, no evacuaba nada solo una saliva amarga, mi nanita me tomo fuerte y dándome fuerzas me dijo

− Llora mi niña, llora, eres la única más fuerte en esta casa, pero ahora debes ir con tus abuelos.

La mire y comprendí que los tendría a los dos en el mismo hospital, y que lo único que tenían era a mí, debía contactarme con mi tía y mi tío. Mi nana me levanto y entre ella y el jardinero me dieron un vaso con agua muy dulce mientras me colocaban mi abrigo.

− Nana, trata de contactar a mi tío y a mi tía, yo me voy al hospital.

− De inmediato mi niña, No se preocupe nosotros los ubicaremos.

El mismo chófer de mi abuelo que me había llevado a la casa, me llevo al hospital, no se había atrevido a decirme nada en el auto, ahora solo me miraba y me pasaba pañuelos de papel mientras veía como las lágrimas rodaban por mis mejillas, yo tenía un nudo en mi cabeza, no deseaba pensar en que no vería más a Esperanza, no deseaba que se fuera mi tata, y quería firmemente que mi abuela me abrazara y me dijera que todo era una pesadilla, nunca me había sentido tan desprotegida y sola, trataba de tragar saliva y el cordón caliente que aferraba mi garganta me impedía respirar, tenía miedo, y no sabía qué hacer, era como si el mundo estuviera al revés en tan solo unas horas. No tenía idea de que hacer.

− Rene, ¿tienes un periódico?

Rene me miro por el espejo retrovisor y me paso el diario que el tenia.

Lo único que quería pensar era que estaba soñando, aún con la información en mi mano, esta no entraba en mi cabeza, y no lograba ordenarla ni tampoco entenderla.

No reconocí calles, no supe cuantos minutos habían pasado, sólo vi la cara de Rene, el chófer de mi abuelo muy cerca mío diciéndome:

− Señortia Michelle, llegamos al hospital, tranquila mi niña, por favor tenga calma. Acá afuera yo estaré esperándola.

Lo miré, y comprendí a los minutos que trataba de infundirme fuerzas, le devolví la mirada con mi rostro sin expresión, no sabía qué hacer.

Le devolví el diario a Rene.

Llegamos casi detrás de la ambulancia que llevaba a mi abuela, al entrar me encontré con la secretaria de mi abuelo y con su gerente de adquisiciones, que era un hombre muy callado, pero que se notaba que quería mucho a mi tata.

Me abrazaron y no logre entender mucho el significado del abrazo, estaba tan atontada que no comprendía mucho de nada.

Sonia abrazándome fuerte, me pasó el periódico y por fin pude ver más claramente que en el auto, una foto donde estaba un tren o lo que quedaba de un tren, totalmente destrozado, nosotros habíamos sentido el temblor, pero nunca me imaginé que mi madre estaría en un lugar donde la afectara lo del terremoto y más aún que la perdería.

El titular decía, que Esperanza Akhan estaba muerta y que había sido reconocida por un brazalete regalo del magnate en aceros Kabir Akhan, la menor de las hijas del árabe había muerto quemada... los ojos se me nublaban y no lograba llorar, en ese momento salió un médico y pidió que llamáramos a la familia de don Kabir Akhan, le conteste que mis tíos venían en camino y que la única que estaba era yo, su nieta, no me atreví a decirle que mi abuela estaba también en el mismo hospital, pero en otro piso.

Cuando el medico salió, me quedo mirando antes de dar media vuelta y fue a abrazarme, fue lo último que pude distinguir. Todo se volvió negro.

Michelle con el cúmulo de noticias, se desmayó y fue alcanzada antes de azotarse contra el piso por el médico, que comprendió que las emociones que estaba viviendo esa niña eran demasiado desastrosas.

Cuando desperté, mis tíos habían llegado, mí nanita había logrado ubicarlos y los dos habían volado en menos de dos días, yo estuve sedada tres días, mi abuela se estaba restableciendo y mi abuelo estaba en coma aún el hospital.

Sentía como que tenía mil años encima y solo había cumplido catorce. Estaba en una pieza, acostada y me acurruque en esa cama de hospital, aún no lograba llorar del corazón, solo sentía que resbalaban lágrimas en forma mecánica y comencé a recordar a Esperanza, lo bella que era, su perfume Royal, su sonido de tacones al caminar, el sonido de su risa, sus ojos verdes brillantes, sus manos largas y blancas, su cabello, no podía entender como una mujer tan llena de vida ya no existiese, había perdido a mi madre y ni siquiera podría verla otra vez se me había ido, agarre fuertemente la almohada y reventé en un grito que me salió del alma, las convulsiones me sacudían entera, pero logre entender en ese momento, que no la vería más, la tristeza que me inundo fue de soledad, de perdida, de miedo, de odio contra el mundo y contra Dios, al quitarme algo tan bello y que había disfrutado tan poco. Mi cuerpo convulsionaba y no podía detenerlo, la cabeza me daba vueltas de dolor y angustia.

Al escuchar mi grito, mis tíos entraron a la habitación, casi no reconocí a mi tío estaba cambiado, más viejo, más maduro y canoso, su barba de más de dos días me raspaba la cara, estaba con pena, con angustia, en el avión se había enterado que había perdido a su hermana y que su padre estaba en coma, me abrazo y me tomo en brazos, me dijo que llorara, y me acaricio el cabello me sentí muy protegida y me volví a dormir.

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