Kitabı oku: «La civilización del Anáhuac: filosofía, medicina y ciencia»
Índice
1 Preliminares
2 Índice
3 Prefacio
4 Introducción
5 ¿Por qué Anáhuac?
6 ¿América o Mesoamérica?
7 Civilizaciones y culturas
8 ¿Por qué Toltecáyotl?
9 Las fuentes
10 Fuentes directas
11 Fuentes indirectas
12 Fuentes no escritas
13 CAPÍTULO I El pensamiento filosófico náhuatl sobre la divinidad y el cosmos
14 Premisa
15 La concepción de la divinidad
16 La concepción del cosmos
17 Las cuatro regiones cósmicas y sus colores
18 La topografía del cosmos náhuatl
19 Las eras cósmicas
20 CAPÍTULO II La concepción filosófica del hombre
21 La noción de persona y la concepción de la vida en la filosofía náhuatl
22 El ideal educativo
23 Elementos de ética y escatología
24 El origen cósmico-divino del hombre
25 El sentido de la muerte
26 El nahualismo
27 CAPÍTULO III La antropología física de los anahuacas
28 Características somáticas del indio anahuaca
29 La alimentación de los habitantes del Anáhuac
30 Higiene personal y salud pública
31 CAPÍTULO IV Características generales de la medicina náhuatl
32 Introducción
33 Las entidades anímicas
34 La concepción de la enfermedad
35 La acción de las divinidades
36 Enfermedades causadas por seres humanos
37 Afecciones debidas a la pérdida del alma
38 Determinación astrológica de enfermedades
39 CAPÍTULO V La práctica médica de los nahuas
40 Los médicos y médicas nahuas
41 La cirugía
42 La obstetricia
43 La herboristería
44 CAPÍTULO VI Raíces éticas y humanistas de la tecnología del Anáhuac
45 El concepto de tecnología
46 La astronomía
47 El calendario
48 CAPÍTULO VII El papel de la mujer en la civilización del anáhuac
49 CAPÍTULO VIII Sacrificios humanos, ¿mito o realidad?
50 Conclusiones
51 Bibliografía
52 Colofón
Landmarks
1 Cover
Velázquez, Lourdes
La civilización del Anáhuac: filosofía, medicina y ciencia 1a. edición, 2019
ISBN: 978-607-9857-22-6
Editorial Notas Universitarias, S. A. de C. V.
Impreso en Ciudad de México
Formato: 15 × 21 cm
216 pp.
Editorial NUN
Es una marca de Universitarias, S. A. de C. V.
Xocotla 17, Tlalpan Centro, Tlalpan,
Ciudad de México, C. P. 01400
© Copyright: Lourdes Velázquez
Reservados todos los derechos. Ni en su totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse, registrarse o transmitirse, por un sistema de recuperación de información, por ningún medio o forma, sea electrónico, mecánico, fotoquímico, magnético o electroóptico, fotocopia, grabación o cualquier otro sin permiso por escrito del editor.
Versión impresa ISBN: 978-607-98459-7-1
Versión digital ISBN: 978-607-9857-22-6
Dirección editorial y portada: Miryam Meza Robles
Diagramación: Carlos A. Vela Turcott
Versión digital: Bogard Alfonso Verdiguel Vázquez
Edición y corrección de estilo: José Agustín Escamilla Viveros
La civilización
del Anáhuac:
filosofía, medicina
y ciencia
La civilización
del Anáhuac:
filosofía, medicina
y ciencia
Lourdes Velázquez
Tlapializtli significa: lo que nos compete preservar… así lo hacemos nosotros también, para nuestros hijos, nietos, los que tienen nuestra sangre y color, los que saldrán de nosotros para que ellos cuando ya nosotros hayamos muerto, también lo guarden…
Hernando Alvarado Tezozomoc
Crónica mexicayotl
A mis hijos Aldo, Arianna y Alessandro alentándolos a preservar el patrimonio cultural de esta civilización de la que son herederos.
Prefacio
El presente volumen es el fruto de una labor de investigación y de una pasión intelectual que ha ido creciendo e intensificándose desde hace más de veinticinco años y que ha tenido la oportunidad de manifestarse en mis publicaciones y en mi vida académica. Se trata de un interés por la historia de las culturas del México antiguo, articuladas en el rico abanico de sus concepciones filosóficas y religiosas, en sus cosmovisiones, en sus conocimientos médicos y científicos, en sus costumbres, en sus prácticas educativas, en su concepción del hombre, de la vida y de la muerte, en su creatividad artística dentro de la arquitectura no menos que en la calidad de sus esculturas, de sus pinturas y composiciones literarias.
Todo este mundo ha sido borrado o enterrado como consecuencia de la “conquista” realizada por los españoles, y lo poco que de ello se conocía fue durante un largo periodo la imagen inadecuada contenida en pocas obras de escritores casi todos europeos, filtradas a través de sus prejuicios culturales y, a veces, inspiradas por el deseo de justificar la dominación colonial como una obra de “civilización” de indígenas incultos. El éxito paradójico de todo esto es que, hasta la fecha, cuando nuestros jóvenes estudian la “Historia de México” en nuestras escuelas se les presenta como si comenzara con la Conquista, mientras que los siglos anteriores se condensan en un resumen en que nombres de poblaciones casi desconocidas se mezclan con cuentos que tienen el sabor de mitos y leyendas mucho más que de relatos históricos. Y esto para no hablar de tantas creencias que en todo el mundo pasan por hechos pacíficamente aceptados y carecen de base histórica. Sería suficiente mencionar la creencia que los antiguos mexicanos practicaban sacrificios humanos, tomada como un hecho comprobado por serios historiadores extranjeros quienes elaboraron descabelladas hipótesis explicativas, afirmando que estos sacrificios se hacían para compensar la pobreza protéica de la dieta indígena mediante el consumo de carne humana (lo que no corresponde ni a lo que históricamente conocemos acerca de la dieta de aquellas poblaciones, ni a alguna evidencia histórica que compruebe la existencia de dichos sacrificios, como se podrá leer en este libro).
Afortunadamente la situación ha venido cambiando en las últimas décadas y tuve la suerte de entrar en contacto con algunos de los historiadores mexicanos que investigaron las antiguas culturas de nuestro país desde varios puntos de vista y quedé fascinada por su riqueza y profundidad, lo que ha producido en mí una verdadera pasión que me ha llevado a cultivar este campo de estudios de manera regular y sistemática, al lado de otras actividades académicas que vine desarrollando en el campo de la filosofía y la bioética. Así, por ejemplo, estuve a cargo de la asignatura de Filosofía Prehispánica durante cinco años en la Universidad Pontificia de México, he dado seminarios sobre filosofía y medicina en el México antiguo en la Universidad de Génova en Italia y sobre la ciencia Maya en la Universidad Católica de Milán, al igual de varias conferencias sobre estos temas en Colombia, Argentina, Brasil, Italia y España. También presenté ponencias sobre estos temas en varios congresos internacionales. La misma continuidad se encuentra en mis publicaciones: mi libro Filosofia e medicina nel Messico antico, publicado en italiano en 1998 y varios artículos entre los que destaca Mexican Pre Columbian Civilisation en la revista Filosofia Neo-Scolastica. Además de los artículos de divulgación publicados en mi columna “Toltecáyotl: Cultura Viva” de la revista digital Carta de México. En la “Bibliografía” del presente volumen aparecen los títulos de algunas de las publicaciones que aparecieron durante este intervalo temporal, cuyos contenidos han sido incorporados a veces en algunos capítulos de esta obra.
Quiero terminar agradeciendo a las personas cuyo apoyo me ha sido particularmente útil durante estos años de estudio e investigación, no sólo por el contenido de sus obras que he estudiado con mucho provecho, sino también por contactos personales, consejos, discusiones, colaboraciones a vario título. En el plan intelectual fueron principalmente Mercedes de la Garza, José Luis Guerrero† y Guillermo Marín. Además de Miguel León-Portilla, Alfredo López Austin, Paolo Rossi, Carlos Viesca, Leopoldo Zea† y, en el plan práctico, Diego Barboni y Fulvio Filipponi por haber traducido del italiano al español algunos de los materiales de este libro. Mi sincero agradecimiento se acompaña con la declaración que los posibles límites e imperfecciones de esta obra son imputables solamente a su autora.
Ciudad de México, Coyoacán, 12 de diciembre de 2018
Lourdes Velázquez
Introducción
¿Por qué Anáhuac?
El título de este libro requiere un comentario, debido a la presencia de la palabra “Anáhuac” o mejor aún “Anawak” (así debe escribirse) que probablemente suene exótica y no evoque un significado preciso al oído del lector mexicano “culto”. Se trata de una situación paradójica ya que esta palabra se refiere de manera exacta a una de las raíces más profundas de la identidad mexicana, raíz que, como consecuencia de varias circunstancias históricas, ha quedado, por una parte, oprimida y, por otra parte, oculta y, sin embargo, brota en miles de detalles de la manera de vivir y de pensar del mexicano. Por otro lado, la perspectiva de considerar esta raíz como una especie de trasfondo implícito de la mexicanidad sería muy limitada, ya que se trata de una dimensión más amplia, que abarca mucho más que el territorio geográfico de México (sea el actual o el histórico) y, sobre todo, se define en términos socioculturales y hasta filosóficos, religiosos y morales de gran alcance.
Mucho se ha dicho y escrito, que los mexicanos somos el producto del choque de dos culturas, el encuentro de dos maneras distintas de ver el mundo, dos formas diferentes de entender las grandes preguntas del cómo y el por qué de nuestra existencia. Pero la cultura del Anáhuac ha sido poco estudiada, se ha soslayado, se sabe poco o casi nada de ella, incluso, por desgracia, para algunas personas el anahuaca que llevamos dentro, tanto genética como culturalmente, ha desaparecido y el legado ha quedado irreconocible. Para otras personas, por fortuna, ese anahuaca pugna por salir y se muestra en cada uno de los aspectos de la vida, en las relaciones sociales, en la alimentación, en la manera de convivir, en la forma de amar, de llorar, de recibir una nueva vida y de despedir a los muertos.
La sabiduría de nuestros viejos abuelos encontró la manera de ocultar todos estos aspectos para preservarlos y que fueron la base de la civilización del Anawak. Ocultaron la danza y la hicieron conchera, transformaron lo católico en guadalupano, adoptaron el español y lo llenaron de nahuatlismos y expresiones de doble sentido, convirtieron los ritos funerarios católicos en nueve días de rezos acompañados de la levantada de la cruz, y así un largo etcétera. Pero todo lo ocultaron tan bien y durante tanto tiempo que nos resulta muy difícil reconocer el sincretismo de nuestras costumbres que muchos ya dan por perdidas y completamente olvidadas.
Se atribuye al pueblo olmeca el privilegio de ser la raíz del conocimiento del Anáhuac, pero ese nombre se le asignó hace poco menos de un siglo y no existió un pueblo llamado así. Sin embargo, en la zona denominada olmeca se han encontrado los primeros vestigios de civilización, y de donde parte la influencia cultural hacia lo largo y ancho del Anáhuac. Acostumbramos a distanciar a una cultura de otra, creando la ilusión de que eran pueblos separados, alejados y sin relación alguna entre sí, pero la situación de estas regiones no puede ser juzgada con la óptica actual de lo que son los territorios, las fronteras y naciones. En la época en que la mayoría de los pueblos eran nómadas recolectores, el asentamiento de una civilización en un territorio creaba zonas de influencia cultural, no países. Al igual que el antiguo Egipto no tenía fronteras, no había una marca territorial que denominara lo que era Egipto y lo que no, salvo su zona de influencia, lo mismo ocurre con las primeras civilizaciones de aquí. Sería muy difícil precisar los límites del territorio olmeca, salvo ahí a donde llega su influencia cultural. Ningún olmeca marcó los límites de su territorio, todos los pueblos que adoptaron los conocimientos provenientes de siglos de observación de la naturaleza son los denominados olmecas.
Como en todo proceso evolutivo, la influencia se crea en el tiempo y el espacio, es decir, con el pasar de los años y con la expansión cultural. Pero esta influencia evoluciona, se enriquece y transforma, generando “nuevas culturas”, un ejemplo de este proceso evolutivo son los mayas, que crearon un calendario exacto y una sociedad perfectamente organizada, debido a que son la respuesta evolutiva al conocimiento olmeca. Lo mismo ocurre con los zapotecas, teotihuacanos, mexicas y demás pueblos que a su manera siguieron evolucionando el conocimiento de milenios.[1]
Todos parten de una misma raíz, todos están influenciados por un mismo pasado, todos tienen la misma concepción filosófico-religiosa. ¿Por qué verlos como pueblos distanciados o culturas diferentes? A pesar de tener los mismos símbolos matemáticos, mismas creencias, misma alimentación, misma organización social y compartir una misma raíz nos empeñamos en verlos como un racimo de pueblos diferentes que apenas se relacionaban entre sí. Otro error que cometemos es pensar que los invasores europeos dieron unidad y cohesión a estos pueblos.
En las consideraciones anteriores utilizamos el término Anawak (Anáhuac) o sus declinaciones para indicar la región en donde se desarrolló históricamente la gran civilización de los antiguos pueblos que habitaron el territorio mexicano y de ahí se difundieron, pero todavía no hemos dicho de dónde viene esta palabra, si es un término artificial propuesto por los etnólogos y arqueólogos o algo diferente. La respuesta es que se trata del nombre con que aquellos pueblos indicaban en su idioma su propia localización en el mundo, esa era la expresión Cem Anahuac.
Cem Anahuac significa (como se reconoce analizando su composición etimológica) “lugar totalmente rodeado de agua por sus cuatro lados”. Debido a que la palabra Anawak se originó de “atl” agua y “nahuac” rodeado, que sumado a “Cem” nos da el significado antes expresado.[2] Cem Anahuac era el nombre de la parte del continente que abarcaba desde Nicaragua (Nicananahuac: “hasta aquí el Anahuac”) hasta el norte de Canadá. Los antiguos habitantes de esa región estaban conscientes de que vivían en una parte de un territorio mucho más amplio del cual ignoraban las fronteras, al que llamaban: Ixachilan, que era el nombre del continente entero, “el lugar inmenso”, “la inmensidad”.
¿América o Mesoamérica?
Si comparamos los nombres “Anáhuac” con “América”, nos damos cuenta de que este último es inmerecido porque no lo describe, no hace referencia a lo que contiene, no es un nombre creado por los pueblos originarios y, peor aún, hay un desacuerdo sobre su origen. Oficialmente se dice que proviene de Amerigo Vespucci (que en realidad se llamaba Alberico), pero en la actualidad se dice que se originó en la región nicaragüense de Amerique, que en maya quiché significa “la tierra donde sopla el viento”, lugar donde desembarcó en alguna ocasión Amerigo.
La parte de esta América que fue colonizada por la Europa latina es la que nos identifica en la actualidad como país occidentalizado y con una parte cultural proveniente de Europa. Nos hermana culturalmente con un mismo idioma desde el sur de los Estados Unidos hasta la Patagonia, dejando a un lado a los países colonizados por la Europa anglosajona (Canadá, Belice, Guyanas, Bahamas, Jamaica, Haití). Además del idioma compartimos una religión, ciertas costumbres y parte de código genético. La parte de nuestra cultura que recibió la embestida europea fue la cultura del Anahuac-Tawantinsuyo, la parte que nos hermana con todos y cada uno de los pueblos del continente porque nos unen profundos aspectos culturales, todos poseemos idiomas originales que han sido relegados, pero que aún permanecen en el habla de los pueblos más arraigados (náhuatl, otomí, guaraní, quechua, maya, navajo, entre otros) y que han impregnado al idioma español actual. Compartimos similares costumbres familiares, una alimentación basada en el maíz y una espiritualidad distinta a la europea.
Las consideraciones hechas acerca del término “América” explican por qué en este libro no utilizaremos la expresión “Mesoamérica”, que se encuentra a menudo en los estudios de las culturas del México antiguo. Esta palabra fue acuñada por Paul Kirchhoff, un antropólogo alemán de origen judío y que tenía ideas políticas comunistas, el cual se refugió en México en 1937, se naturalizó mexicano en 1941, fue cofundador en 1938 de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde impartió cursos de etnología hasta su muerte. A partir de 1952 fue investigador de la Sección de Antropología del Instituto de Investigaciones Históricas (unam), donde permaneció hasta su jubilación, 13 años después. En 1943 publicó Mesoamérica, sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales,[3] que representó una aportación original y de fuerte impacto en los estudios de las antiguas culturas de la región. El concepto de Mesoamérica es una construcción teórica que agrupa algunas características socioculturales típicas, como la economía basada en la agricultura, el cultivo del maíz, el uso de dos calendarios (el ritual de 260 días y el civil de 365), los sacrificios humanos como parte de ritos religiosos, la tecnología de la piedra y la ausencia de la técnica del metal. Los pueblos que compartían esas características ocupaban el área geográfica que incluye la mitad meridional de México y los territorios de Guatemala, El Salvador, Belice y la parte meridional de Honduras, Nicaragua y Costa Rica. El mérito de este concepto es que elaboró un modelo de características capaz de unificar una variedad de culturas que tenían idiomas diferentes y peculiaridades específicas, que impulsó a varios especialistas (y al mismo Kirchhoff) a discutirlo, desarrollarlo y, a veces, modificarlo. El término Mesoamérica tiene un cierto límite debido a que fue inspirado por la noción “Mitteleuropa”,que fue utilizada por varios autores de los siglos xix y xx, con la cual se designaba una Europa “intermedia” entre el mundo germánico y el mundo eslavo, y caracterizada por la presencia sociopolítica del imperio hasbúrgico en el cual la postura central de Austria se combinaba con la convivencia de muchas poblaciones diferentes por lengua, costumbres y tradiciones. Por tanto, se trata de un enfoque en un cierto sentido eurocéntrico, además aplicado a un concepto puramente geográfico como el de América. Por estas razones, aunque no existan objeciones al uso del término “Mesoamérica” para denotar convencionalmente un cierto tipo de estudios, parece ser más significativo utilizar el término Anahuac para denotar este campo de estudios, que corresponde, a lo que las mismas poblaciones utilizaban para denotar su propio ambiente.
Hay algo más importante: a la noción de Anáhuac no se asocia a aquella característica de “territorialidad” que es ínsita en la denominación de “Mesoamérica” y esto permite considerar a la civilización del Anáhuac como una de las “Civilizaciones madre” en la historia de la humanidad, cómo comentaremos brevemente.
Civilizaciones y culturas
En las páginas anteriores hablamos de la “civilización” del Anáhuac y de diferentes “culturas” (olmeca, zapoteca, azteca, maya, entre otras). Este hecho indica que consideramos estos dos conceptos como relacionados, pero no como sinónimos, aunque en el discurso ordinario se utilicen así. ¿Cuál es entonces el significado de cada uno y la diferencia entre los dos? La respuesta es compleja, ya que este asunto ha sido tratado de manera distinta por varios autores a lo largo del tiempo y con soluciones también diferentes. Por esta razón, después de dar algunos detalles históricos, propondremos una definición en un cierto sentido convencional y que tiene la ventaja de ser adoptada por muchos especialistas de estos temas.
Cultura es un término de origen latino que indicaba la labor de “cultivar” los campos (agri-cultura) y en seguida también al cuidado particular dedicado a las deidades (a las cuales se ofrece un “culto”) y el cuidado puesto en la formación del ser humano mediante la educación (con el fin de que sea una persona “culta”). Este último significado coincide aproximadamente con la noción griega de paidéia que encontramos, por ejemplo, en Platón y Aristóteles y que en la tradición latina se designó con el concepto de humanae litterae o sea de “humanidades” como aún se dice en varios idiomas. Este término se refería al conjunto de conocimientos (tradiciones y saberes) que un determinado pueblo considera como fundamentales y dignos de ser transmitidos a las futuras generaciones. Un hecho típico de la cultura occidental fue considerar que el conocimiento se encuentra básicamente en los libros (de ahí vino la idea que la cultura de un hombre se basa en un sistema de “buenas lecturas”). Además, el adquirir esta cultura requería invertir mucho tiempo durante bastantes años, era obvio que fuera reservada a personas pertenecientes a los estratos sociales más elevados y ricos, y no a los esclavos o a los siervos. Por esto la enseñanza era sólo para los hombres “libres” (es decir, excluía a las mujeres y a los esclavos). En la Edad Media la enseñanza se articuló en los currículos de estudio de las artes y se identificó con lo que se enseñaba en las “artes liberales”, claramente separadas de las artes “mecánicas” que implican trabajo manual y se consideraban de valor inferior desde el punto de vista social. Era un privilegio de las clases altas la posesión de conocimientos, creencias, modales de comportamiento y convenciones sociales, y que una persona debía tener para ser considerada culta.
Esa concepción aristocrática de la cultura declinó a partir del Renacimiento, en especial después de la creación de la ciencia natural moderna por parte de Galileo, Newton y sus seguidores, la cual comportaba un aprecio especial de las matemáticas y de las tecnologías; esto preparó el cambio de perspectiva que ocurrió en la época de la Ilustración, que concibió a la razón como característica del ser humano, y la consideró como fundamento de la dignidad personal y del progreso social, que se alcanzan mediante la educación, como subrayaron filósofos como Rousseau y Kant. Dentro de esa perspectiva, la cultura se presentaba como un bien universal y los autores franceses empezaron a llamarla civilisation (utilizando un término que anteriormente significaba un conjunto de buenos modales) y de tal manera la civilización no aparecía en oposición a la cultura, sino como una dilatación ideal de la misma. En tanto que para los pensadores alemanes cultura (Kultur) y civilización (Zivilization) tenían un significado casi opuesto. La cultura era esencialmente algo relacionado con la auténtica naturaleza humana presente en cada individuo. Mientras que la civilización era considerada como un conjunto de reglas y valores más exteriores y convencionales. Esta oposición, claramente presente en Kant, se desarrolla en los autores del Idealismo, en Schopenhauer, en Nietzsche y culmina con la famosa obra de O. Spengler, El ocaso de Occidente, en donde la Zivilization se presenta como el momento culminante de un ciclo de Kultur que se ha convertido en algo rígido y artificial y es el signo de la decadencia de ese ciclo y de su próximo fin.
Estas caracterizaciones “ideológicas” de los conceptos de cultura y civilización han alimentado muchas discusiones que han mezclado varios elementos, que sería imposible identificar un significado suficientemente unívoco de estas nociones. Por tanto, resulta más útil apoyarse en unas caracterizaciones más “descriptivas” que se desarrollaron durante el siglo xx y se basan en características muy generales y relativamente elementales que sirven para agrupar en una misma civilización una variedad de culturas a su vez caracterizadas por un abanico mucho más amplio de rasgos materiales, intelectuales, de creencias, costumbres y formas de vida que acumulan durante periodos más o menos largos y dentro límites geográficos variables de ciertas poblaciones. Esta concepción más descriptiva o empírica es la que adoptamos en este libro, siguiendo la línea trazada por autores como Guillermo Marín y Bonifaz Nuño,4 entre otros, por eso hemos hablado de una civilización del Anáhuac y de varias culturas que se han desarrollado dentro de la misma.
En este punto es interesante mencionar que la historia de la humanidad ha conocido sólo un número pequeño de civilizaciones madre, esto es, de civilizaciones que han surgido sin tener antecedentes de las cuales hayan derivado. El catálogo de estas civilizaciones madre es en cierta medida convencional e incluye las siguientes civilizaciones originarias o civilizaciones madre: Egipcia, Mesopotámica, China, India, Anáhuac, Andina.
Esta lista no pretende designar las civilizaciones “más excelentes” o “más importantes” de la historia, sino las más “antiguas” u “originales” debido a que no son derivadas de otras civilizaciones. Así, por ejemplo, la civilización romana ha sido, sin duda, una de las más grandes e importantes de la historia; sin embargo, no se considera una civilizaciones madre (no obstante su larga duración hasta los tiempos modernos y su amplia articulación en diferentes culturas a lo largo de su evolución) porque en sus orígenes entraron varios elementos de culturas anteriores, como la etrusca, las itálicas autóctonas, la griega, etcétera.
En resumen: las civilizaciones madre tuvieron un origen autónomo, se asentaron en un territorio y empezaron a cultivarlo asegurándose la base de su nutrición. Por esto, cada una se caracteriza por un determinado grano (trigo, maíz, arroz, etc.) que constituye su base alimenticia. Después de haber cubierto sus necesidades elementales de subsistencia, crearon una filosofía, una religión, un Maestro, un lenguaje y varias instituciones sociales. Esto significa que cada una de ellas tuvo una estructura de pensamientos no sólo para interpretar el mundo y los eventos de la vida, sino también para darle un sentido a la existencia y abordar el problema de la transcendencia, tanto desde el punto de vista del individuo como de la comunidad. De estas exigencias fundamentales se desarrollaban cuatro sistemas básicos concernientes a la alimentación, a la salud, a la educación y a la organización social. Como se ve, se trata de marcos muy generales comunes a las diferentes culturas que históricamente se han desarrollado dentro de una misma civilización y que cada cultura a su vez ha concretado de manera diferente. Sin embargo, mucho más fuertes y marcadas son las diferencias con respecto a otras civilizaciones. Por ejemplo, el sistema de educación practicado en la cultura medieval occidental –con sus planes de estudio basados en las “artes” del trivio y cuadrivio, y destinados para clérigos y laicos, y enmarcados dentro de una concepción cristiana del ser humano y de la divinidad– es muy diferente del sistema educativo de la toltecáyotl que practicaban las diferentes culturas del Anáhuac, siendo abierto a todos los miembros de la comunidad, sin diferencia de género y con finalidades de formación física y espiritual bien definidas en el marco de una original cosmovisión al mismo tiempo filosófica y religiosa que trataremos en los próximos capítulos.