Kitabı oku: «Elementos históricos, políticos y militares para comprender las relaciones Colombo-Venezolana», sayfa 2

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CAPÍTULO 1.

EN TORNO A LA COMPRENSIÓN DE LAS RELACIONES COLOMBO-VENEZOLANAS. APROXIMACIONES CONCEPTUALES COMPLEJAS

Al revisar las relaciones colombo-venezolanas encontramos principalmente tres tipos de estudios: los primeros muestran dinámicas de ideologización y de pragmatismo; los segundos son temas de seguridad vinculados con una carrera armamentista; y los terceros se refieren a elementos estructurales y/o coyunturales. Todos ellos varían según el actor, temas y objeto de estudio, lo que lleva a señalar que hay estudios con lentes políticos, otros enfoques militares y otros análisis económicos, pero que carecen de un diálogo entre ellos, los cuales examinan prioritariamente al Estado y, de manera más reciente, a los migrantes. En ellos, también se encuentran presentes aproximaciones conceptuales como poder, liderazgo y seguridad que resultan prioritarias para el objeto de estudio. Teniendo en cuenta las anteriores consideraciones, se analizan las Fuerzas Militares colombianas frente a Venezuela en el contexto de las relaciones colombo-venezolanas.

1.1. ENTRE LO IDEOLÓGICO Y LO PRAGMÁTICO

La política exterior latinoamericana vincula y plantea una tensión entre ideología y pragmatismo. En este sentido, Gian Gardini y Peter Lambert (2011) analizan y explican la política exterior de once países latinoamericanos: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela, percibiendo la ideología como lo deseable y el pragmatismo como lo alcanzable, al mismo tiempo que se observa una complementariedad entre ambos. En el caso de Venezuela se resalta la combinación entre lo ideológico y lo pragmático (Raby, 2011) y en el de Colombia la estrecha relación con Estados Unidos (Randall, 2011) que bien podría interpretarse como ideológica o pragmática, pero que sí ha sido el principal referente para la inserción internacional colombiana. Lo cierto es que se observa una tensión entre ambos como también ocurre en otros aspectos de la política internacional (Gardini y Lambert, 2011).

Al respecto debe señalarse que para el enfoque del realismo en las relaciones internacionales, la ideología y el pragmatismo son independientes y presentan una jerarquía. Es decir, que para los Estados lo prioritario es preservar su existencia y mantener su seguridad, antes que propugnar por aspectos relacionados con ideales de prosperidad, erradicación de la pobreza y cooperación regional, etc. En tanto para los constructivistas, la realidad y la política exterior, son aspectos netamente construidos que dependen de quien sea el jefe de Estado.

Desde dicha perspectiva, se encuentran diferentes puntos de análisis a considerar en las relaciones colombo-venezolanas que, en múltiples ocasiones, se han instrumentalizado. En primer lugar, se identifica la tensión existente entre los intereses de la política nacional y exterior, debido a que estas son permeadas por elementos ideológicos, en ocasiones difíciles de materializar, que dificultan construir consensos. En este orden de ideas, la dicotomía a la que hacen referencia Gardini y Lambert, es la misma que afecta la proyección económica de esa nación y su imagen en el exterior.

En segundo lugar, y de manera complementaria, son de vital importancia las aspiraciones, ideales, realidades e intereses que orientan el comportamiento humano. En consecuencia, las creencias deben estar fundadas en principios que permitan darle sentido a los acontecimientos y asuntos, para así determinar las metas y preferencias políticas, que luego serán traducidas en decisiones políticas. Eso sí, con la mirada puesta en la viabilidad, resultados y limitaciones, que conlleva pasar de la teoría a la práctica. La ideología y el pragmatismo forman parte integral de toda actividad política y, por ende, de la política exterior. Por esta razón, cualquier política exterior que se elabore debe contener elementos de uno y otro, por cuanto “son términos complementarios, más que opuestos o irreconciliables. Aunque ciertamente existe una tensión entre la ideología y el pragmatismo, están interrelacionados y son compatibles, no son mutuamente excluyentes” (Gardini, 2011, p. 13). En otras palabras, una política exterior donde solo prevalezcan las ideas, termina siendo una utopía; mientras que una dominada por el pragmatismo caería en el oportunismo y lo que es más grave en la falta de dirección.

La política exterior de Venezuela, desde el arribo de Chávez en 1999, ha sido muy proactiva e innovadora, pero también más controvertida. El proceso de la revolución bolivariana ha conllevado cambios profundos en Venezuela y los objetivos proclamados por Chávez se han vuelto más radicales con el paso del tiempo. De ahí, el cambio que se ha ido dando de la democracia participativa y protagónica al Socialismo del Siglo XXI, con una política exterior expandiéndose y una visión internacional que va desde la multipolaridad, pasando por la integración regional con los países del Alba para llegar a un nuevo orden económico internacional de carácter anticapitalista. En el binomio ideología-pragmatismo, la primacía claramente está en la ideología, pero desarrolla una gran habilidad para adaptarse pragmáticamente a las situaciones que convengan a sus intereses, como resultado de posturas flexibles y estratégicas para alcanzar los objetivos de la revolución a largo plazo. Por eso, ideológicamente rompe con políticas anteriores y entra en tensiones con sus socios internacionales como Estados Unidos y Colombia, a la vez que construye alianzas con países afines.

La formulación de la política exterior colombiana también ha estado sujeta a estas tensiones entre el pragmatismo y la ideología. Su política exterior, “ha tendido a estar dominada por una pequeña élite de política exterior, en la que el presidente sin excepción ha sido el jugador más importante” (Randall, 2011, p. 140), al punto que muchos de los presidentes establecen la agenda dejando con poca influencia al Congreso y, menos aún, a la opinión pública. Sin lugar a dudas es una política exterior sin consenso que muestra divergencias de las élites políticas tradicionales con los gobernantes de turno, como se pudo observar con el Plebiscito para la Paz durante el gobierno de Juan Manuel Santos y/o durante la actual administración de Iván Duque que representa al partido del Centro Democrático.

Un aspecto clave que aporta Randall, es la influencia histórica que ha establecido Estados Unidos en Colombia, siendo que el tema de la seguridad y defensa es el motivo de los acercamientos, mientras que en otros países como Venezuela ese mismo punto es la principal causa del distanciamiento. Esto obedece al cambio del discurso político influenciado por el componente ideológico, que según Puentes (2009), se ve reflejado en el discurso de Chávez al caracterizarse por ser “aparentemente elemental, pero con una carga ideológica enorme, basado en la afirmación, repetición y contagio, aunados al prestigio ganado tanto en las filas militares donde, se sabe, mostró sus dotes de buen conversador, más la imagen ganada” (Randal, 2011, p. 131). Además, su posición se ha visto respaldada por potencias extrarregionales como Rusia y China, quienes fortalecen su presencia en la región latinoamericana en la medida que Estados Unidos mantenga su influencia en las inmediaciones de estas dos potencias (Mijares, 2017).

Complementando lo expuesto, Antoni Kapcia (2011), plantea la creencia de que siempre la ideología en la política exterior es una exclusividad de los países desarrollados más fuertes, mientras que el pragmatismo sería el mejor activo para los países pequeños en vía de desarrollo. Algo similar podría decirse del argentino Carlos Escudé con sus aportes sobre el realismo periférico y la necesidad de construir alianzas con países dominantes.

No obstante, la política exterior de América Latina se ha configurado a través de perspectivas ideológicas contrapuestas que varían según el gobernante de turno. Chávez generó una fractura en la región debido a su postura contestataria ante Estados Unidos, modificó el comportamiento de relacionamiento frente a este país con un discurso antiimperialista, donde se intentaban abstraer principios ideológicos de izquierda que solo para ese entonces Cuba mantenía y que luego fueron seguidos por Ecuador, Bolivia, Argentina, Nicaragua y Brasil. En este sentido, la creencia de que la ideología en la política exterior está reservada exclusivamente a los países más fuertes y desarrollados, en tanto que el pragmatismo sería el mejor activo para los países pequeños en vía de desarrollo, no es del todo cierto.

Pero no solo lo ideológico y lo pragmático resulta relevante para el presente análisis. También capacidades duras vinculadas con el poder duro de las relaciones internacionales que nos ha llevado a debatir entre la carrera armamentista y/o las competencias militares en Venezuela.

1.2. ¿REARME O CARRERA ARMAMENTISTA?

Al respecto, Carlos Malamud & Carlota García (2006), se preguntan acerca de “si estamos frente a un proceso de rearme y una eventual carrera armamentista o si solo se trata de la renovación de unos equipos obsoletos” (p. 3). El interrogante surge bajo el indicio de que, en los años 2004-2005, algunos países latinoamericanos han tenido un incremento muy acentuado frente al gasto militar. Es el caso de Chile, con 3.401, Venezuela con 2.200 y Brasil con 1.342 millones de dólares, respectivamente, seguidos de lejos por Argentina con 80 millones de dólares, según cifras del Iiss y el Cadal, durante 2005. Como porcentaje de su PIB, acuerdo base de datos del Sipri, World Economic Outlook 2006, “los países que tienen un mayor gasto militar son Chile (3,8%), Colombia (3,7%) y Bolivia (1,9%), y los que menos son México (0,4%), Argentina (1%) y Perú (1,4%)” (Malamud & García, p. 4).

Al respecto, llama la atención que países cuyos gobiernos se encuentran alineados a la izquierda continental, se encuentren liderando las compras militares, siendo que se han caracterizado por sus posiciones antimilitaristas y rechazo al aumento de presupuesto para fines bélicos. Es el caso de Venezuela, quien argumenta que sus compras obedecieron al proceso de reposición del material viejo que ya cumplió su vida útil y la necesidad de luchar contra el narcotráfico y los grupos de paramilitares que delinquen en la frontera con su vecino Colombia (Malamud & García, pp. 6-7).

La diferencia entre Chile y Venezuela, en las compras, está en que el primero invirtió en tecnología de la cual carecía y, el segundo, en armamento y equipo para armar a la población que se incorporará como milicias bolivarianas, dentro de su doctrina de guerra asimétrica y con el fin de prepararse para una guerra irregular; Brasil, para controlar la Amazonía; Colombia que hizo compras por 3,4% de su PIB, para suplir las necesidades que le implica atender el conflicto interno; y Argentina para financiar su reforma militar de largo plazo. Concluyen que si bien no es una carrera armamentista a la altura de las grandes potencias, se ha demostrado que en la región existe una firme intención de comprar armas, así la intencionalidad no sea del todo clara. En síntesis, Malamud & García, identifican una creciente adquisición de equipamiento militar por parte de Chile, Brasil, Argentina, Venezuela y Colombia. Si bien no corresponde a una dinámica generada por una carrera armamentista, destacan que la mayor parte de la inversión fue realizada por Venezuela, un país que mantiene una fricción con Colombia debido a las dinámicas derivadas del conflicto armado (Malamud & García, p. 20) y del diferendo fronterizo. Adicionalmente, Gustavo Emmerich (2008), haciendo un balance del gasto militar, sostiene que el crecimiento de los gastos militares sudamericanos desde la década de los años 90, responde a una tendencia global que inevitablemente se encuentra articulada con aspectos ideológicos.

Lo anterior, desde una visión realista de las relaciones internacionales, responde al hecho de que la dinámica de rearme hace parte del balance de poder, un crecimiento acelerado histórico que no se había presentado en la región.

FIGURA 1. GRÁFICO GASTO MILITAR EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE


Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del Sipri (2020), en mm de dólares a precios de 2017.

En consecuencia, al igual que Malamud y García, Emmerich califica el aumento acelerado que se presenta en Sudamérica como una carrera armamentista en desarrollo y la atribuye a tres razones. La primera, a las disputas territoriales y de límites que históricamente se han dado en la región entre Chile con Perú y Bolivia, Perú con Ecuador, y Colombia con Venezuela. La segunda, obedece a diferencias ideológicas y políticas entre los países del hemisferio, incluyendo a Estados Unidos, destacando tres grandes bloques de gobiernos: 1) Izquierda radical y anti estadounidense, conformado por Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba. 2) Gobiernos de izquierda moderada, los que procuran relación amistosa con Estados Unidos y propician cambios internos: Argentina, Brasil, Chile, Panamá, Perú y República Dominicana. 3) De centro o conservadores, los que están alineados con Estados Unidos, básicamente Colombia, México (de entonces) y la mayoría de los países centroamericanos. La tercera razón se encuadra en el “efecto espejo”, que son las compras de armamento que un país realiza impulsado por la de otro u otros países, buscando que sea del mismo tipo o mejor (también aplicable a los vendedores o proveedores de armas). Por tanto, concluye que es una carrera armamentista modesta, pero preocupante frente a la perspectiva militar y geopolítica que se da en Sudamérica, ya que aumenta las tensiones. También, que los recursos bien podrían aprovecharse para el desarrollo económico y social de la región (Emmerich, 2008, p. 263).

Lo anterior se ratifica con el análisis realizado por el Laboratorio de Paz Venezuela (2010), utilizando cifras del Sipri, acerca de la transferencia de armas a América Latina, en el que se demuestra que entre 1980 y 2010 Venezuela ocupó el segundo puesto, detrás de Chile, como el país de la región que más gastó en compras de armas, ascendiendo a un monto de 6.934 millones de dólares. De ese total, 3.472 millones de dólares se destinaron a la adquisición de aviones de combate (casi el 50%), seguido por 1.727 millones en buques de guerra y 676 millones de dólares en misiles.

Sin embargo, al examinar las estadísticas del Sipri (2018) para el período 2012-2016, la adquisición de armas cayó en un 30% en el Cono Sur, pero continúa siendo la región del continente que más recibe importaciones con un 46%; Venezuela destaca como el mayor importador de armas en América del Sur, no obstante la caída en los precios del petróleo. Las compras provinieron de Rusia que vendió el 34% del material bélico adquirido en la región, seguido de Estados Unidos con el 16%, y Francia con el 8,1%. Evidentemente, se registró un aumento significativo del equipamiento militar en América del Sur durante el período 1980-2010, de acuerdo con las configuraciones en la geopolítica del hemisferio que se estaban generando en el escenario regional. También, es cierto que durante ese período no se registraron confrontaciones armadas interestatales, pero sí se generó un ambiente de inestabilidad acompañado por un discurso belicista de países como Venezuela.

En contraste con los anteriores autores, Arlene B. Tickner (2009) sostiene que la región es una de las más pacíficas del mundo, debido a que los Estados suramericanos no se consideran adversarios entre sí; de ahí que las percepciones de inseguridad y amenaza existente entre los países es muy baja. En dichas circunstancias, Tickner considera improbable una carrera armamentista en Suramérica o que el rearme que se está experimentando pueda provocarlo, puesto que no existe en la región una relación directa o causal entre los tres factores fundamentales que visibilizan la carrera armamentista: adquisición de armamento, aumento del presupuesto militar o pie de fuerza. Esto tiene su explicación en que la región no ha caído en el dilema de seguridad4, por cuanto la lógica de acción y reacción con ocasión del aumento en gasto militar de un país frente a otro tampoco se ha dado.

Por consiguiente, si bien el aumento del gasto militar desde 2003 ha tenido un aumento del 91%, este se encuentra justificado por la necesidad de modernizar o reemplazar sistemas que han cumplido más de 50 años de uso, como ha sido la situación de Brasil, Chile y Venezuela, los principales compradores. Hace la salvedad sobre las compras realizadas por Colombia argumentando su disputa territorial pendiente con Venezuela, así como la de Perú y Bolivia en menor escala con Chile. A lo expuesto por Tickner, cabe agregar que el caso de Colombia ha obedecido también a la inaplazable renovación de armamento y equipo, principalmente por el conflicto interno, sobre todo en lo que a repotenciación y modernización de aeronaves, artefactos navales y equipo terrestre se refiere. La perspectiva de Tickner se encuentra acorde con los planteamientos de Malamud & García (2006), quienes sostienen que el fortalecimiento de las capacidades militares responde a una búsqueda de balance de poder, en lo referido a la adquisición del equipamiento militar por la existencia de asuntos fronterizos no resueltos. Esta interpretación, mantiene una concepción realista del poder duro y permite generar un nuevo punto de partida que invita a analizar con mayor precisión el contexto coyuntural entre los países.

Aunado a lo anterior, Jorge Battaglino (2010) argumenta que las compras que se hacen en la región, distan de la real dimensión del concepto de rearme cuyo significado histórico, además de ser muy preciso y específico, está directamente relacionado con una percepción de gran amenaza entre Estados y la presencia de una inminente guerra. Dicha amenaza posee como características esenciales el incremento del gasto militar, al igual que el aumento significativo de tropas y equipo de guerra, las cuales son fundamentales para determinar la existencia del fenómeno del rearme. Tampoco existen instituciones colectivas que propendan por la resolución de conflictos o que de existir sean ineficientes o fracasen, la compra de material bélico por parte de un Estado para reponer lo que ha perdido en una guerra o la cultura militarista que entraña un país cuando inicia el proceso de rearme.

Battaglino coincide con Tickner (2009), en cuanto descarta una eventual carrera armamentista en la región. Esta aseveración se sustenta en el hecho de que dicho concepto se enmarca en un indicador clave con un sentido metafórico de acción y reacción. En otras palabras, el papel que juegan las compras de armamento y equipo entre dos Estados en términos de interdependencia, con dos atributos bien definidos: rapidez y reciprocidad.

En consecuencia, por este solo indicador es posible descartarla en Sudamérica desde el año 2000. Consistentemente, las razones para el reciente incremento de compra de armamento obedecen más bien a otras dinámicas, tales como: competencia militar, mejorar la posición estatal sin asegurarse ventaja decisiva, mantenimiento del statu quo o modernización disuasiva, entre otras. Así las cosas, sobredimensionar las compras de armamento en la región, elevándose al concepto de rearme implica riesgos de carácter político que lleve a decisiones equivocadas en materia de seguridad y desarrollo, adquiriendo material y equipo de guerra cuando realmente no existe fundamento para hacerlo. Ello contribuye a crear una idea distorsionada de una región que ha sido tradicionalmente pacífica.

Finalmente, Alejandro Hristodulopulos (2010) corrobora lo argumentado por Tickner y Battaglino, sosteniendo que en Sudamérica no existe una carrera armamentista, en términos clásicos, sino una modernización y mejoramiento del armamento. Esto se explica por la falta de entendimiento, en la forma como se comportan las compras y las razones por las cuales se originan; estas se pueden dar por el interés nacional o ante la presencia de amenazas, como un mecanismo de política exterior. Durante el proceso de indagación, se encontró que las motivaciones para las compras de armas en los cuatro países estudiados son diversas, según sean sus objetivos: actualizar o modernizar capacidades militares (Chile), atender las amenazas a la seguridad interna (Colombia), prepararse para una posible invasión de los Estados Unidos (Venezuela), dinamizar la industria militar y mejorar su posición internacional o ejercer liderazgo en la región (Brasil). Sin embargo, ninguna supone la respuesta a las adquisiciones de los países vecinos, por constituir una amenaza mutua a su seguridad. Tampoco encontró que los sistemas y equipos de guerra fueran equiparables entre sí, más bien varían de acuerdo con sus objetivos, al igual que los dispositivos militares. En consecuencia, no se entra en la definición tradicional de carrera armamentista, en torno al mecanismo de acción-reacción, por cuanto estos países no están buscando la superación recíproca de las capacidades militares (Hristodulopulos, 2010, pp. 4-5).

Otro hallazgo tiene que ver con dos aspectos fundamentales para entender esta dinámica de rearme en la región: por un lado, las fuertes dictaduras que se dieron en gran parte de América del Sur, lo cual generó las desconfianzas naturales de la sociedad civil hacia el sector militar; por el otro, la redemocratización surtida en los países sudamericanos que habían sido objeto de las imposiciones dictatoriales, trajo consigo la necesidad de introducir reformas al interior de las fuerzas armadas después de la guerra fría. Frente al primero, dio lugar a un rezago del estamento armado por la reducción en el gasto militar, a lo cual se le sumaron las restricciones al gasto público por las reformas neoliberales, el fin de la guerra fría y la disminución en las importaciones de armas, desde 1979, mediante la moratoria en la venta de armas con alta tecnología por parte de Estados Unidos a los países latinoamericanos. En cuanto a lo segundo, se restablecieron en unos casos y se normalizaron en otros, las relaciones civiles militares que habían quedado rotas o deterioradas por las dictaduras. Esto fue favorecido por el fin de las crisis económicas que afectaron profundamente a la región en 1997 y en el 2000. También, por la necesidad de afrontar las amenazas no tradicionales y nuevas amenazas, especialmente las relacionadas con el narcotráfico, el terrorismo, tráfico de armas y la atención de desastres, entre otras.

Ante este panorama es que se encuentra Sudamérica, en un período de recuperación, sin dejar de lado las rivalidades propias de las diferencias políticas e ideológicas, o la pugna por límites territoriales que caracterizan las relaciones internacionales en la lucha constante por el mantenimiento del poder en términos de soberanía y seguridad. Hay que agregar también, otros indicadores que al hacerse visibles contribuyen a concluir que en la región no hay una carrera armamentista: 1. No existe evidencia que el aumento del gasto militar de Brasil, Chile, Colombia y Venezuela, en los últimos 7 años, se pueda mantener constante y sostenible en el tiempo venidero; 2. Las circunstancias de favorabilidad económica y la voluntad política, son condicionantes que estimulan las compras de armamento; 3. El gasto en defensa, requiere implementación a largo plazo. Las compras no se materializan inmediatamente, requieren de gente entrenada, capacitada y la compra de paquetes especiales en el exterior para la operación de sistemas altamente sofisticados.

En conclusión, se presentan dos perspectivas articuladas a la concepción teórica realista del poder: la naturaleza competitiva de los países por su supervivencia y la búsqueda de generar un balance de poder. Por una parte, la concepción ortodoxa de los autores que registran una carrera armamentista entre 1980-2010, materializada en la adquisición de equipamiento militar para obtener superioridad estratégica. Por otra parte, una concepción moderada, la cual niega que se haya dado una carrera armamentista, argumentando un progresivo aumento de la capacidad militar en la región como producto de las dinámicas propias de los países tras finalizar la guerra fría, la necesidad de actualizar material de guerra obsoleto, potenciar su armamento y también por los problemas limítrofes pendientes en el vecindario. En una u otra perspectiva, dentro del concierto de las relaciones internacionales regionales, se pone de manifiesto el poder duro como fuente natural y tradicional para la generación de disuasión estratégica. Es decir, evidencia la relevancia que cobra el poder nacional radicado en los medios militares y económicos, en procura de alcanzar intereses nacionales. En todo caso, el problema no radica en el monto destinado al presupuesto en defensa y gasto militar que haga cada país, ni al equipo bélico que se obtiene y posee, sino a la real intención que se tenga en términos políticos y estratégicos, lo que a la postre se constituye en la verdadera amenaza.

1.3. ENTRE LO ESTRUCTURAL Y LO COYUNTURAL

En las relaciones colombo-venezolanas inciden una serie de elementos históricos y también más recientes que permanecen con el paso del tiempo. Al examinar esos factores históricos que son estructurales, se percibe una marcada incidencia de este tipo de elementos en particular los relacionados con el diferendo fronterizo por el golfo de Venezuela o de Coquivacoa. En ellos, los análisis desde el punto de vista historiográfico, de la seguridad tradicional y de la amenaza existente que alteran la relación, adquieren un especial significado. Aquí la percepción de la interacción con lo militar resulta relevante, reconociéndose por la afectación a temas de soberanía e interés nacional. Al respecto, Samuel Rivera (2016) cuestiona sobre las percepciones que los oficiales colombianos del Ejército, Armada y Fuerza Aérea tienen de sí mismos, su relación con el interés nacional, y con sus manifestaciones de identidad. Define “las identidades a partir de la auto-representación que tienen de sí los oficiales de las fuerzas militares colombianas y su interacción con temas de interés nacional como es la construcción de paz” (Rivera, 2016, p. 2). De todas maneras, estas interacciones están influenciadas por las diferentes concepciones sobre el origen de la violencia y la forma como se entiende la paz.

Sobre la auto-representación de los oficiales militares, citando a Vasilachis (2003) y Auyero (2013), sustenta que esta “incluye atributos físicos, psicológicos y sociales, que pueden ser influenciados por actitudes, hábitos, creencias e ideas de la persona” (Rivera, 2016, p. 17). Por ello, considera entendible que la auto-representación de sí mismos muestra posturas ideológicas y ejecutorias de los subalternos que lideran. Es decir, la suboficialidad, los soldados e infantes de marina que conforman las fuerzas militares. En consecuencia, el poder en lo individual e institucional y la jerarquía juegan un rol preponderante e incide en el relacionamiento civil-militar.

Estos aspectos histórico-estructurales y sus visiones hacen parte de la política exterior venezolana durante el período examinado de 1999 a 2018, e incide en las relaciones con Colombia. La presencia de Hugo Chávez en el Palacio de Miraflores conlleva nuevas formulaciones de política exterior que muestran tanto ideologización como pragmatismo, que toma elementos estructurales y coyunturales, y que privilegia lo político sobre lo económico.

En 1999 llega al poder Hugo Chávez quien introduce cambios sustanciales a la política exterior venezolana. Sus primeros años analizados por Illera (2005) y Boersner (2008), se caracterizaron por un mayor nacionalismo latinoamericanista y tercermundista, el distanciamiento de Estados Unidos para aliarse con Cuba en una relación preferencial, y la restructuración de su política exterior para la unidad suramericana, no solo en lo político y militar, sino también en lo económico y social.

Para Illera, el gobierno de Chávez ha estado marcado por la polémica y la renovación, al desplazar los objetivos de Estado de la política exterior venezolana por los intereses políticos e ideológicos del movimiento revolucionario Socialismo del Siglo XXI, con lo cual ha logrado una rearticulación de la vida política de los venezolanos. La dinámica del proyecto chavista hace que sea estudiado desde la perspectiva de las relaciones internacionales, en la medida que la política exterior imperante, se convierte en el escenario propicio para lograr el objetivo planteado en términos de sostenimiento y consolidación de la revolución. Esto se explica, porque para su consecución se hace necesario el replanteamiento de prioridades geoestratégicas, obtener un papel protagónico en el sistema internacional, deslindarse de la dependencia estadounidense y buscar alianzas con países cuya ideología sea contraria a los intereses de Estados Unidos.

En la misma dirección, Boersner señala que esta política exterior agresiva en contra de Estados Unidos, las alianzas con países rivales de la política estadounidense, el incremento de actividades globales de la red bolivariana transnacional, se dirige a buscar apoyo ideológico para el proyecto bolivariano. Según Illera, también se orienta a la búsqueda de la integración latinoamericana, siguiendo los postulados bolivarianos que reivindican una integración más política y menos comercial, por medio del Alba y la Comunidad Suramericana de Naciones.

Siguiendo con Boersner, la política exterior adelantada por el gobierno venezolano se ha distanciado sustancialmente de los paradigmas que orientaron la diplomacia venezolana desde la década de los 60 hasta comienzos del 2000, para volcarse en una política exterior que define una nueva geopolítica en el plano regional, apuntalada bajo el marco conceptual del Socialismo del Siglo XXI, con el propósito de alcanzar la revolución bolivariana. Esta nueva geopolítica se caracteriza por las influencias ideológicas que traza el gobierno venezolano en su cambio diplomático, presentándose una ideologización de la política exterior, tomando como asunto relevante las alianzas estratégicas con otros países extraterritoriales afines al proyecto revolucionario, principalmente con Irán, Siria, Bielorrusia y Rusia, a la par de buscar un mayor acercamiento económico, social, cultural, científico y tecnológico con China, India, Vietnam y Malasia, entre otros. Al mismo tiempo, se empeña en la conformación de organizaciones internacionales (Alba, Unasur, Petrosur, Petrocaribe, Petroandina, Banco del Sur y Telesur), destacándose la importancia del petróleo en el plano político como una forma de poder regional.

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