Kitabı oku: «Elementos históricos, políticos y militares para comprender las relaciones Colombo-Venezolana», sayfa 3
Lo precedente es reforzado por Olga Illera, quien destaca que la política exterior de Venezuela se caracterizó por la disputa y la transformación a causa de los intereses políticos e ideológicos del movimiento revolucionario Socialismo del Siglo XXI, el cual configura la vida política de sus ciudadanos. Dicha dinámica implicó el replanteamiento de las prioridades geoestratégicas, entre las cuales se encontraba buscar protagonismo y liderazgo a nivel regional.
Edmundo González (2008), coincide con Illera en que el gobierno venezolano se distanció sustancialmente de los paradigmas que durante años orientó la diplomacia, lo cual se materializó en la reestructuración de su geopolítica en el plano regional. Todo esto impulsado por el marco ideológico del nuevo socialismo. Este aspecto, considera Boersner, responde al distanciamiento y las transformaciones sustanciales dadas por el cambio del modelo democrático representativo pluralista hacia otro tipo categorizado como democracia revolucionaria. De la misma manera, el cambio de la postura política generada por el discurso se identificó por una ideologización de la política exterior confrontando el populismo y el enfoque neoliberal. Igualmente, el autor destaca que a nivel interno se generaron rupturas en el orden político, mientras que en un nivel regional se disminuiría considerablemente la dependencia.
Por su parte, Carlos Romero (2010) señala que el modelo político venezolano se sustenta en la construcción de una visión del mundo en donde el enfoque “amigo-enemigo” de la política, el uso indiscriminado de la tesis sobre la “voluntad de la mayoría” y el afán de promocionar un “paquete ideológico” radical, se han mezclado con tradiciones nacionales como el activismo internacional y el presidencialismo, con un discurso convincente y prometedor y una capacidad de gasto público que contempló importantes programas sociales. Lo anterior explica, desde lo planteado por Boersner, las razones por las cuales se presentó en Venezuela el rechazo a los tratados de libre comercio entre Estados Unidos y países latinoamericanos.
De ese cambio se desprenden, al menos, cuatro referencias importantes: la primera, el creciente liderazgo del presidente Chávez basado primordialmente en los altos precios del petróleo; la segunda, un sistema de alianzas que es percibido por sus gobernantes como una red de lealtades, compromisos, afinidades y subordinaciones que se expresan en la idea de la existencia de un campo progresista y de izquierda internacional, que se concreta regionalmente en la Alianza Bolivariana de los Pueblos (Alba); tercera, la creciente politización de la acción exterior de Venezuela, en donde el ejercicio profesional y burocrático de los diplomáticos venezolanos se entiende como una labor comprometida con la causa revolucionaria, a la que se suma la creciente posición contestataria de Venezuela en los foros internacionales, así como en las mismas relaciones bilaterales y regionales; y la cuarta, la asociación en el ámbito de las relaciones transnacionales, con grupos, movimientos e iniciativas que se oponen al neoliberalismo.
Profundizando lo planteado por Boersner referente a la política exterior y lo manifestado por Romero en lo relativo a la construcción del amigo-enemigo, Rosalba Linares (2010) examina la política exterior impulsada por Hugo Chávez, bajo la perspectiva de la política de Estado y de gobierno, con una agenda orientada a la construcción de un mundo multipolar, mediante un análisis documental evaluativo de los lineamientos consignados en los planes de la nación 2001-2007 y 2007-2013.
En complemento con lo anterior y ahondando en aspectos estructurales relacionados con el mercado, Rafael Miranda (2016) propone “una teoría de la política exterior venezolana de carácter recurrente, con mayores niveles de generalización, capaz de plantear enunciados de tipo causal” (Miranda, 2016, p. 332). Para validar su propuesta, formula como hipótesis que “el nivel de activismo de la política exterior de Venezuela depende del mercado petrolero y, especialmente, de los precios internacionales dictados por este mercado, es decir, a mayores precios del petróleo mayor activismo de la política exterior de Venezuela, y viceversa” (Miranda, 2016, p. 334). Para dilucidar estos argumentos, comienza por hacer una serie de comentarios pre-teóricos y teóricos sobre la política exterior en general, citando a sobresalientes autores estudiosos de esta teoría y de la investigación científica, entre los que se encuentran Kenneth Waltz, James Rosenau, Karl Popper y Mario Bunge. Luego, explica la importancia que tiene el petróleo y su mercado en los asuntos domésticos por la renta que genera, así como en el plano de las relaciones internacionales que influyen en la política exterior de Venezuela, condicionando variables de dinámicas políticas e institucionales, estructura económica y proyección de poder económico.
De igual forma, resalta su ubicación estratégica por la cercanía con Estados Unidos, además de ser el actor más importante de América Latina con las más grandes reservas y las segundas del hemisferio; enseguida, somete a prueba la hipótesis definiendo como única variable explicativa el petróleo. Parte de una impronta geohistórica de Venezuela, que se caracteriza en tres esferas de influencia: las relaciones con Colombia, las relaciones hemisféricas con Estados Unidos, el Caribe y América Latina y, por último, el resto del mundo. El siguiente paso lo enfoca al análisis de la evolución histórica de la política exterior venezolana determinando cómo se da la afectación de la variación de los precios internacionales del petróleo a lo largo de dicha evolución histórica. Finalmente, concluye que “las continuidades y discontinuidades del activismo de la política exterior venezolana se pueden insertar en una pauta recurrente que depende del mercado petrolero y, principalmente, de los precios internacionales del petróleo” (Miranda, 2016, p. 354). En otras palabras, el petróleo es una variable que condiciona en menor o mayor grado el activismo de la política exterior de Venezuela.
A lo revelado, se suma el interés particular del gobierno venezolano en buscar cambios en el sistema normativo sobre el cual descansa la sociedad internacional que, no obstante ser anárquica, posee usos, costumbres y valores liberales que le dan cierto orden. En este sentido, el carácter revolucionario de la política exterior de Venezuela se ha hecho presente en la voluntad de alterar el sistema de creencias e instituciones sobre las cuales se sustenta el sistema internacional y, de manera particular, el orden hemisférico, al promover la instauración de un orden multipolar alternativo a la hegemonía estadounidense y la creación de organizaciones multilaterales, lo que le puede representar la expansión de su poder, ideología e influencia más allá de sus fronteras.
Retomando a Romero (2010), el enfoque “amigo-enemigo” se convierte en un eje de análisis que responde a la relación entre las tradiciones nacionales como el protagonismo/activismo internacional en la política exterior de Venezuela y siguiendo a Linares (2010), se estructura bajo una estrategia multipolar de la susodicha política exterior venezolana. De un lado, Romero y Linares señalan que el dinamismo de las relaciones internacionales de Venezuela corresponde, en primera instancia, al liderazgo político de Hugo Chávez, seguido de un sistema de alianzas, esquematizada en su política exterior, basado en la búsqueda de un equilibrio internacional a la geopolítica internacional, multilateralidad e integración regional y caribeña promoviendo un nuevo sistema de seguridad integral hemisférico. Por otro lado, en contraste con Martínez (2013), Linares afirma que la política exterior antes de Chávez fue pasiva en el plano internacional a causa de la alternancia del poder en Venezuela. Este aspecto se encuentra relacionado con el liderazgo de Chávez caracterizado por el populismo y el mesianismo político, el cual derivó en la transformación del sistema político y de la política exterior venezolana. Subsidiariamente Miranda (2016), subraya el rol protagónico del petróleo que mantuvo a Venezuela activa en el plano de las relaciones internacionales, derivado del acondicionamiento de dinámicas políticas e institucionales, estructura económica y proyección de poder económico, configurando, de esta manera, la geopolítica de la región y su participación económica como uno de los mayores oferentes de petróleo.
Recapitulando, se puede señalar que en las relaciones colombo-venezolanas se observan elementos históricos que son estructurales y que muestran altibajos a lo largo de la historia reciente. Se presentan otros factores que desde la llegada de Hugo Chávez al poder, se ven como coyunturales de la situación actual. Dentro de estos últimos, la política exterior de Chávez constituyó la principal herramienta para promover y fortalecer su proyecto político; su ideologización generó distanciamiento con países de la región; y el petróleo fue un punto de unión con gobiernos que siguieron sus lineamientos. Estas formulaciones poseen sus particularidades con Cuba, en su distanciamiento con Estados Unidos, y tienen incidencia en la relación con Colombia.
1.4. RELACIÓN DE VENEZUELA CON ESTADOS UNIDOS Y CUBA
Confrontación con Estados Unidos y cooperación con Cuba, resumen la relación de Venezuela con estos dos países. Durante varios años Venezuela fue un socio estratégico para los norteamericanos. Las posiciones antiestadounidenses, la ayuda a Cuba y los coqueteos con Rusia, China e Irán, se fueron convirtiendo en un problema que irritaba a Washington. Estas relaciones las califica Carlos Romero (2006) como esquizofrénicas, ya que incluyen importantes intercambios comerciales basados en el petróleo y, por tanto, se apoyan en intereses económicos difíciles de cancelar. Esto se explica, porque Estados Unidos continúa siendo el principal socio comercial de Venezuela, toda vez que el mercado estadounidense recibe en promedio 1 millón 300 mil barriles diarios de petróleo venezolano, es decir, 25.591 millones de dólares en crudo y derivados, lo que representa casi el 50% de las exportaciones de Venezuela en 2005 (23.437 millones de dólares), del total que ascendieron a 55.597 millones de dólares; mientras que 5.689 millones procedentes de Estados Unidos corresponden al 22,75% de los 25.000 millones de dólares en importaciones venezolanas del mismo año.
Entre los dos países, el tema de seguridad es relevante. Estados Unidos percibe al país caribeño como una amenaza debido a su ideología, proyecto expansionista y alianzas. Venezuela, por su lado, enmarca sus problemas de seguridad sobre el derecho de tener una independencia de Estados Unidos, a quien ve como un enemigo desestabilizador que incluso puede llegar a la invasión con una intervención militar. Aboga por su derecho a desarrollar su proyecto político sustentado en un sistema regido por la democracia participativa y una economía socialista de mercado y por tener una plena autonomía y libertad soberana para construir sus propias alianzas estratégicas. Esta visión diferente en lo relativo a seguridad, hace que las relaciones entre los dos países y el espacio para negociar sean bastante complejas, al punto que Estados Unidos considera a Venezuela como un problema de seguridad, a mediano plazo, debido a que su sistema político y su economía distan de los intereses que identifican al gobierno de Washington.
Sobre Cuba, es un hecho su estrecha relación con Venezuela y el apoyo recíproco que mantienen desde 1999. Por una parte, la asistencia en inteligencia, contrainteligencia, seguridad y misiones de carácter social que suministra el gobierno cubano al venezolano y, por otra parte, la contraprestación que proporciona Venezuela con un fuerte soporte económico a la isla. De ahí que el régimen cubano se ha constituido en el principal aliado estratégico de Venezuela y su gran reto se centra en que la experiencia chavista no desaparezca o que confronte con éxito las dificultades que se le presenten para mantenerse en el poder. De lo anterior, depende el seguir beneficiándose de los réditos económicos y geopolíticos que representa tan importante alianza.
Frente al distanciamiento de las relaciones de Venezuela con Estados Unidos, Romero (2007) establece una variable importante a tener en cuenta en la ideologización de la política que, entre otros aspectos, impacta en la concepción del concepto de seguridad e inestabilidad global. En términos realistas, si bien Venezuela no tiene la capacidad militar, económica y política para ser un enemigo de Estados Unidos, el problema se encuentra en la creciente cooperación militar con países antagónicos a los intereses estadounidenses como Rusia y China, quienes en términos de seguridad y defensa impactan en la geopolítica global.
Cuba y Estados Unidos se encuentran presentes en la relación de Venezuela con Colombia. El primero por su ideología antagónica, pero también por su facilitación en las negociaciones con el ELN y las Farc. El segundo debido a que Venezuela teme que Estados Unidos utilice a Colombia para invadir su territorio; la alianza tan estrecha de Colombia con Estados Unidos genera una profunda desconfianza en la relación bilateral.
1.5. RELACIONES ENTRE COLOMBIA Y VENEZUELA
Las relaciones bilaterales entre los dos países se encuentran impregnadas por desconfianza e incertidumbre a lo largo de su historia. En el mejor de los casos se observa una cooperación vacilante.
Con la llegada de Hugo Chávez al poder en febrero de 1999 y la posterior posesión de Álvaro Uribe Vélez como presidente de Colombia, en agosto de 2002, la seguridad se convierte en el eje de la relación entre los dos países. A esto, se le agregó la divergencia presentada en cuanto a la visión de la política exterior: Colombia, fiel al réspice polum (alianza con Estados Unidos) y Venezuela en búsqueda de alianzas con países opositores a los intereses estadounidenses a nivel global.
Las tensiones y, en particular, dicha crisis, han estado marcadas por los temores y desconfianzas recíprocas que afectan las relaciones bilaterales, pero al mismo tiempo se encuentran unidos por unos profundos intereses. Para Ramírez (2006), la estrategia asumida por el gobierno colombiano del presidente Uribe, en lo atinente a perseguir a los guerrilleros colombianos hasta donde se encuentren, mediante el ofrecimiento de recompensas por la información o retención en otros países, creó un clima de desconfianza en términos de respeto a la soberanía venezolana. Al mismo tiempo, despertó la zozobra e incertidumbre en Colombia sobre la real voluntad del presidente Chávez de apoyar la lucha colombiana contra el terrorismo.
No obstante, las protestas generadas por vastos sectores económicos y sociales fronterizos, perjudicados por el distanciamiento entre los dos gobiernos, ejercieron presión para que los presidentes antepusieron sus diferencias e iniciaron acercamientos para acudir al diálogo y la concertación, en busca de la cooperación bilateral. Una muestra, fue la reactivación de la Comisión Presidencial de Asuntos Fronterizos Colombo-Venezolanos, Copiaf, con la asistencia de delegados de los dos países a la XXXIII reunión en San Cristóbal entre el 4 y 5 de mayo de 2005, abordando temas relacionados con infraestructura, comercio, medio ambiente, gente y sociedad (salud, cultura y educación), seguridad y asuntos migratorios binacionales, con cronogramas concretos de los presidentes y cancilleres.
Según Ramírez, dichos acercamientos constituyeron la oportunidad para procurar una asociación estratégica, en todos los ámbitos, priorizando los contactos y relaciones entre los dos vecinos, para avanzar en el desarrollo de la agenda conjunta, hasta llegar a la estabilidad de la diplomacia bilateral y, por esta vía, convertirla en una política de Estado para ambos países. De este modo, sería posible construir confianza y superar los obstáculos existentes a cada lado, los cuales no se solucionan con decisiones presidenciales, máxime cuando en materia de soberanía y seguridad se encuentran inmersas las fuerzas armadas, al mismo tiempo que contribuiría a la renuncia de las hipótesis de guerra sobre el otro país.
Profundizando alrededor de esta temática, Battaglino (2009), aborda el caso del conflicto interno armado y analiza las condiciones que contribuyeron a resolver por la vía pacífica la crisis presentada entre Colombia y Venezuela, con ocasión de la operación “Fénix”, desarrollada por tropas colombianas en territorio ecuatoriano el 1 de marzo de 2008, donde fue abatido alias Raúl Reyes, cabecilla de las Farc. Fueron cinco las condiciones que interactuaron para facilitar una salida negociada de la crisis propiciada ante las posturas asumidas por Colombia, Venezuela y Ecuador, en cabeza de los presidentes Uribe, Chávez y Rafael Correa: primera, un alto nivel de congruencia Estado-nación favorece la paz; segunda, los militares sudamericanos prefieren la paz interestatal; tercera, el peso de la tradición de resolución pacífica de las controversias; cuarta, las guerras son difíciles de pelear debido a la paridad militar, los límites materiales y la geografía difícil; y quinta, la creciente interdependencia económica.
Sobre el giro de las relaciones, Elsa Cardozo (2011) afirma que el acuerdo plasmado en la Declaración de Principios del 10 de agosto de 2010, con la que concluyó la reunión en Santa Marta, los presidentes Santos y Chávez marcaron el relanzamiento de la relación bilateral. Su deterioro había llevado a tensiones en escalada, desde finales de 2007, hasta llegar a la “ruptura” diplomática el 22 de julio de 2010. Cardozo, al igual que Ramírez, hace énfasis en el protagonismo de los jefes de Estado.
Elsa Cardozo apunta a que el acercamiento y reanudación formal de vínculos estuvo acompañado por unos acuerdos de principio y la recuperación de procedimientos institucionales para atender los temas álgidos de la agenda pendiente, sobre la base de la afirmación de las voluntades presidenciales favorables a la reconducción de los vínculos bilaterales. Además, evalúa la naturaleza, el trasfondo e impacto regional, concentrándose en la cooperación en seguridad, como Battaglino, así como en las tendencias y límites del giro en las relaciones entre los dos países a partir de 2010.
Siguiendo con esta exploración de los estudios que dan cuenta de la relación colombo-venezolana, en lo atinente al desarrollo de la actividad económica-comercial, Umaña & Estupiñán (2015) sostienen que el comercio entre los dos países vecinos disminuyó un 39%, como resultado de las restricciones impuestas a los importadores venezolanos para acceder a las divisas oficiales, durante el año 2015. El cierre de la frontera con Cúcuta (32 días) y Maicao (18 días), generó pérdidas cercanas a los 84 millones de dólares entre las dos fronteras, en tanto que el impacto para Venezuela, sobre sus exportaciones hacia Colombia se aproximó a los 11 millones de dólares. Sin embargo, le afecta menos porque gran parte de sus ventas hacia Colombia van por vía marítima.
Así mismo, registran que las exportaciones colombianas cayeron en un 30% a julio de dicho año, frente al mismo período de 2014. Aunque el peso colombiano sufrió una fuerte devaluación cercana al 30% finalizando el 2014, hasta mediados de 2015 no había influido favorablemente en el aumento de las exportaciones. El petróleo tuvo una dramática caída al disminuir el precio del barril de 100 dólares en agosto de 2014 a 50 dólares en el mismo período de 2015, mientras que los commodities en general, se constituyeron en los principales artífices de la caída de las ventas colombianas en el exterior. Caso similar ocurrió con Venezuela durante el primer semestre de 2015, cayendo en un 39%; es decir, casi un 9% por encima de la disminución de las exportaciones colombianas globales.
Dicho descenso tiene su explicación en dos aspectos: primero, el bajo comportamiento de las ventas de energía eléctrica y gas; y segundo, los importadores venezolanos no tuvieron facilidades para acceder a las divisas oficiales, limitando sus compras en el exterior. Al análisis realizado, se le suma el clima de desconfianza generado entre los empresarios colombianos por la deuda venezolana, que influye en una cartera morosa llena de incertidumbre para su pago y en la necesidad de buscar mercados como el Triángulo Norte de Centroamérica, Costa Rica y países del Caribe como alternativas.
Se agrega la incapacidad regional para atacar la crisis y la parcialidad hacia una de las partes por alguno de los líderes de las organizaciones de seguridad regionales, lo cual pone en duda la integración en América Latina, al mismo tiempo que muestra la debilidad de las organizaciones regionales. Al respecto, otros factores a tener en cuenta son: el repunte de los nacionalismos populistas, la atribución de los males internos a la actuación conspirativa de países vecinos, las dinámicas transnacionales y transfronterizas, el antiamericanismo y el papel de los Estados Unidos, tras las últimas iniciativas del presidente Obama relacionadas con Cuba.
En contraste, Francesco Mancuso (2017) destaca puntos contradictorios en materia de la seguridad compartida, los cuales agravaron las tensiones de Colombia y Venezuela. Uno de ellos fue la de altos funcionarios públicos militares en casos de crimen organizado transnacional, en medio de conflictos diplomáticos, por las dinámicas que planteó Socorro Ramírez. Además, Sánchez (2015) señala que cuando Chávez asume el poder, se presentan dos fenómenos curiosos a la luz de la construcción de la geopolítica regional: la integración bilateral y la regionalización en el marco de una coyuntura de globalización. En la situación puntual, se generó desde Venezuela un protagonismo pragmático y gradualmente como bien se materializó con Ecuador, Perú y Bolivia.
Un panorama general de los autores citados lo sintetizan Ramírez y Battaglino, quienes afirman que las relaciones colombo-venezolanas caracterizadas como inestables se materializaron por la diferencia entre diversos intereses vecinos en la región, pues Colombia como Venezuela nunca lograron establecer una cooperación binacional fronteriza en materia de seguridad y defensa teniendo en cuenta el problema de orden interno colombiano, lo cual evidencia una falta de confianza mutua. Al respecto, Battaglino agrega que sin cooperación la militarización de la disputa se hizo más intensa, mientras que Cardozo hace énfasis en el nuevo relacionamiento entre Juan Manuel Santos y Hugo Chávez, cuyas voluntades presidenciales favorecen la reconducción de los vínculos bilaterales.
Por otro lado, Ardila (2014) ubica aspectos vinculados con la legitimidad, el liderazgo, la voluntad política, la confianza y el poder suave a considerar para determinar la jerarquía de poder. Dichos aspectos, permiten establecer el grado de diferencias y semejanzas para comprender las transformaciones generadas entre Colombia y Venezuela.
En resumidas cuentas, las relaciones colombo venezolanas mantienen tres rasgos característicos muy propios: 1) desde una perspectiva constructivista, Venezuela percibe a Colombia como una amenaza, al mismo tiempo que Colombia tiene una similar percepción respecto a Venezuela, predominando la desconfianza mutua; 2) desde el punto de vista del realismo, el poder duro lo desarrolla Venezuela en el ámbito externo, a través de los conflictos con Guyana y Colombia, mientras que Colombia lo despliega a nivel interno, orientado a combatir las guerrillas y los grupos paramilitares; y 3) la desconfianza mutua y la fricción política, han imposibilitado la concertación de políticas de cooperación e integración en materia de seguridad y defensa. No obstante, ambos países solucionen sus controversias por la vía diplomática evitando el uso de la fuerza.
En conclusión, Colombia mantiene buenas relaciones con la mayoría de países de la región, incluyendo gobiernos ideológicamente diferentes. Parte de la postura que mantiene frente a sus vecinos, se caracteriza por el respeto mutuo de la soberanía y la libre determinación de los pueblos, así como su buena disposición a la integración regional en materia económica y política. Al mismo tiempo, a raíz del conflicto interno armado, Colombia continúa con una relación muy estrecha con Estados Unidos, en torno a una agenda de seguridad común e intereses mutuos, que se extienden a la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo.
1.6. PODER, LIDERAZGO Y SEGURIDAD
El poder lo definimos como la capacidad de obtener lo que uno quiere y, si es necesario, cambiar el comportamiento de los demás para obtener los resultados que uno desea, siendo un concepto que varía y evoluciona hacia formas más complejas e interdependientes. En el mundo de hoy, las dinámicas han mutado y se han desarrollado medios militares que van más allá de sus recursos (tropas, armas, equipo terrestre, naval y aéreo) y la actuación del poder duro. O sea, más allá de la guerra y la amenaza de la guerra. Así, pues, el poder militar es una noción que ha evolucionado a lo largo de la historia, siendo redefinida con mayor relevancia después del período de posguerra, sufriendo una permanente adaptación por parte de los Estados a partir del fin de la guerra fría.
Lo que es más importante, el poder militar no solo debe ser disuasivo, sino también solidario con la comunidad nacional e internacional, en el mantenimiento de la paz y la ayuda humanitaria ante desastres naturales o antrópicos. En otras palabras, instituciones militares de la defensa nacional y la cooperación internacional con sus respectivas capacidades, al servicio de las operaciones militares distintas de la guerra y la responsabilidad social institucional por medio de diversas acciones inherentes. En síntesis, el poder militar también sirve para ofrecer protección a los aliados y brindar asistencia a los amigos, por medio de la construcción de alianzas y cooperación.
En consecuencia, si el poder militar no se utiliza coercitivamente, crea las condiciones propicias para que se desarrolle el poder blando5 cuando se trate de “armar agendas, persuadir a otros gobiernos y atraer apoyo en la política mundial” (Nye, 2010, párr. 3). Lo anterior, se complementa con otra variante del poder. Se trata del smart power o poder inteligente, entendido como “la capacidad de combinar el poder duro de la coerción o el pago con el poder blando de la atracción hacia una estrategia exitosa” (Nye, 2007, párr. 3). Esto es, desarrollar tácticas autoritarias o paternalistas, en la medida que las circunstancias así lo ameriten, para lograr materializar los intereses nacionales y alcanzar los fines del Estado.
Aunado al poder inteligente, aparece otro tipo de poder híbrido mucho más agresivo, que se asemeja al poder blando, pero su objetivo es opuesto. Este poder se denomina sharp power o poder agudo, empleado por los regímenes autoritarios para ejercer influencia en el mundo. El poder agudo consiste en provocar problemas, desorden, confrontaciones, caos e inestabilidad en el país objetivo, o incluso algo peor, conseguir que por miedo o por revancha degrade sus capacidades de generar poder blando, sin arriesgarse o arriesgando lo menos posible. Igualmente, persigue la monopolización de las ideas y la supresión de narrativas alternativas para lograr mantener el control sobre sus propios asuntos domésticos, al mismo tiempo que conforman la opinión pública y las percepciones a nivel mundial (Walker & Ludwig, 2017, pp. 8-10).
Lo anterior se implementa a través de los mismos mecanismos del poder blando, como la cultura, la educación, el deporte y, predominantemente, la tecnología, pero con una finalidad de poder duro. Esto significa que no busca simplemente atraer o ganar audiencia, sino que lleva intrínseca la intencionalidad de manipular, confundir, dividir y reprimir. Es decir, en regímenes autoritarios, el poder agudo se constituye en la forma más adecuada para calificar lo que tradicionalmente conocemos y entendemos como poder blando. Pero más que ganarse las mentes y los corazones, característica principal del poder blando, los regímenes autoritarios orientan sus esfuerzos para fijar un ‘blanco audiencia’, o público objetivo, al que le manipulan o le envenenan la información que recibe (Walker & Ludwig, 2017, pp. 12-13).
Partiendo de lo expuesto, la gran diferencia entre el poder blando y el poder agudo, radica en los atributos clave que caracterizan al poder agudo, “la censura, la manipulación y la distracción abierta, en lugar de la persuasión y la atracción” (Walker, 2018, párr. 6) congénita del poder blando. Como salta a la vista, dichos atributos son inherentes a los regímenes autoritarios y, por ende, el poder agudo es de uso exclusivo para aquellos Estados que siguen esa línea, tales como: Rusia, China, Cuba o la misma Venezuela, entre otros.
Otro aspecto clave de este enfoque es la dependencia existente entre el poder militar y los demás campos del poder, entre los que se destaca el económico, considerado antes en el tercer supuesto de la visión realista. Esto significa que no actúa solo, sino que juega un papel primordial al interactuar con los otros campos. Durante mucho tiempo, los observadores políticos debatieron en torno a si el poder militar o lo económico sería lo fundamental. Desde una perspectiva marxista, la economía se considera como la columna vertebral del poder, mientras que las instituciones políticas son reducidas a un andamiaje que completa su estructura. Esta presunción fue compartida por los liberales del siglo XIX, quienes creían firmemente en la obsolescencia de la guerra como producto de la estrecha interrelación entre el comercio y las transacciones financieras (Nye, 2011, párr. 3).