Kitabı oku: «De mujeres y partos», sayfa 5

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La lectura del itinerario vital en cada una de las entrevistadas, que se inscribe en el destino común de las mujeres de ese grupo socioprofesional –las matronas–, introducirá nuevos elementos para ampliar nuestro conocimiento de un determinado período histórico. Se trabaja con una aproximación a la prosopografía, un género muy antiguo que tiene como objetivo reproducir las características de un grupo desplegando las informaciones sobre todos sus miembros. Es un método que aborda tres dimensiones: el tiempo, el espacio y el rol social (Dosse, 2007, pp. 222-226). Significa la elaboración y la yuxtaposición de informaciones individuales, pero revestirá con su ordenación de datos un tipo de explicación útil para la historia política y social. En definitiva, nos permite descubrir las relaciones existentes entre el individuo y las estructuras, ponderando los datos cuantitativos con consideraciones más cualitativas y subjetivas.

Debemos ser, no obstante, muy cuidadosas con este recurso a la utilización de informantes que preconizamos. Hacer entrevistas no es sólo un problema de convicción y voluntad, sino que trabajar con fuentes orales implica asumir la fidelidad a las normas básicas del rigor científico y metodológico. La investigación que utiliza el documento oral no puede limitarse a la incorporación de citas ad hoc que no son sino fragmentos de los testimonios grabados.

El uso de fuentes orales requiere, como hacemos con las fuentes primarias tradicionales, una aproximación crítica. Lo que una informante nos dice no tiene porqué aceptarse, necesariamente, como aquello que podríamos llamar la realidad histórica (si es que hay una única realidad histórica), y no por una voluntad dolosa o simplemente de engaño por parte del testigo, sino porque sabemos que la memoria humana es frágil, sabemos que es selectiva y, por ello, parcial e interesada (Alcàzar, 1994, pp. 234-235).

Cierto es, como afirmara Paul Thompson en su obra más reconocida (Thompson, 1998), que la duda respecto a la fiabilidad de la fuente también puede extenderse a las fuentes escritas que encontramos en el archivo clásico, especialmente en cuanto hace a aquello de la parcialidad o al interés inconfesable. También, como sabemos, las fuentes gráficas, por ejemplo, han podido ser manipuladas, pero esto no ha de servirnos de consuelo o de coartada a quienes somos partidarias de la fuente oral. Lo bien cierto es que el trabajo con este tipo de fuentes permite democratizar la propia historia haciendo participar a las personas en la construcción del discurso y nos ayuda como historiadoras a conocer y comprender situaciones insuficientemente estudiadas.

Aquel trabajo con pretensión científica que las incorpora ha de sustentarse en la convicción de que los testimonios que grabamos y transcribimos han de pasar por un filtro crítico importante, el cual nos permitirá realizar una selección de los elementos utilizables. Esto no debe entenderse como que sólo se conservarán algunos testimonios elegidos, “sino que el investigador deberá saber distinguir separadamente el fenómeno histórico y la memoria que el individuo o sector de individuos guarda de aquel fenómeno” (Alcàzar, 1994, p. 236).

El uso de la fuente oral debe ser valorado porque nos permite avanzar en el conocimiento de los hechos pero, especialmente, en la forma en la que el grupo humano del que forma parte la informante los vivió y los percibió. De sobra está decir, pues, que “es de importancia capital rescatar la subjetividad, pero es un grave error llegar a confundirla con hechos objetivos” (Alcàzar, 1994, p. 236). Este componente de la subjetividad no debe quedar fuera del corpus de la investigación porque la percepción, los sentimientos y el modo de expresarlo, son elementos que nos pueden ayudar a configurar esa historia que no es ni más ni menos que la historia de las matronas que trabajaron durante los años estudiados en el cuidado de las mujeres mientras daban a luz a sus hijas e hijos. Coincidimos con Alcàzar en que la aproximación crítica a la fuente oral se consigue estableciendo una relación dialéctica entre los diversos tipos de fuentes que tengamos a nuestra disposición; es decir, mediante dos procedimientos de carácter interactivo: el primero con la documentación escrita existente y el otro con el resto del corpus de documentos orales. Es la adecuación de la figura singular con un medio y una época lo que busca el historiador, cuyo verdadero tema es el contexto histórico en sí mismo más que la persona entrevistada.

La utilización de fuentes orales en este trabajo pretende rescatar la memoria histórica de algunas de las matronas que trabajaron en distintas instituciones sanitarias, tanto en Valencia como en otras ciudades españolas, en la segunda mitad del siglo XX. A partir de su testimonio recogeremos los posicionamientos personales que son producto de las circunstancias o vivencias individuales que tuvieron, pero también extraeremos los planteamientos que forman parte del discurso colectivo del grupo al que pertenecían y que como cualquier grupo profesional tiene su propio lenguaje y sus propias convicciones que están relacionadas con las posiciones hegemónicas del discurso científico del momento. Asumimos que cada una de las memorias recogidas puede sintonizar o entrar en contradicción con la de alguna otra profesional entrevistada, lo que nos permitirá conformar las distintas lecturas sobre el pasado y superar planteamientos esencialistas o monolíticos. Los problemas de las contradicciones entre las diferentes memorias del pasado pueden verse agravados por el lugar que cada informante ocupaba dentro de la jerarquía hospitalaria o por la clase social a la que pertenecían. No pretendemos rescatar la verdad en el sentido convencional del término, sino que intentaremos hacer visibles tanto los recuerdos como los olvidos, conscientes como somos de que la memoria individual es valorativa y categórica. Por tanto “...todo lo que en la memoria es exaltado y contrastado, en el campo del saber de los historiadores es opaco y matizado” (Romero, 2006).

Entendemos que rescatar y dar valor a esta memoria histórica nos proporcionará claves transversales para entender el papel que jugaron las matronas en el cambio que supuso la institucionalización del parto en el medio hospitalario. Utilizar sus testimonios como fuentes orales es recoger las experiencias vitales como máxima expresión de estas actoras, hasta ahora anónimas, que se conforman como un elemento clave para construir la interpretación histórica de nuestro pasado sanitario reciente.

Pero vayamos por partes. El primer aspecto sobre el que conviene reflexionar es el de los problemas teóricos y técnicos que suscita el trabajo con fuentes orales. Para conseguir el máximo de información y que ésta sea lo más fiable posible se hace necesario seguir unas normas básicas de rigor científico y metodológico teniendo en cuenta dos aspectos: a) la relación dialéctica que se puede establecer entre las fuentes orales y los documentos como se ha dicho anteriormente, lo cual nos permitirá medir la distancia entre lo dicho y lo no dicho [olvidado, silenciado, ocultado] (Joutard, 1986) y b) que una entrevista concreta no es más que una parte del conjunto más amplio de las personas que conforman la muestra. En opinión de Mercé Vilanova la palabra recogida ilumina el escrito, enriqueciéndolo y dándole un contexto humano debido a que aporta elementos subjetivos y literarios, que tiene una influencia desmitificadora, que rompe el aislamiento elitista de los archivos y porque una historia social que pretende ser mayoritaria no puede olvidar la visión que de ella tienen las personas que fueron elementos clave de la misma (Vilanova, 2005, pp. 5-19).

En cuanto a las cuestiones de carácter metodológico, cuando desde la disciplina histórica se quieren utilizar fuentes orales, es preciso tener en cuenta una serie de elementos antes de iniciar el trabajo de campo. Se debe elegir el universo de la muestra que es el número de personas que pueden actuar como informadoras y que viene determinado por coordenadas cronológicas, geográficas, culturales, profesionales, sociales e, incluso, sexuales. A partir de este momento se define una muestra que tenga representatividad sociológica y estadística, esta última característica siempre que estemos hablando de encuestas cerradas que pueden tratarse estadísticamente, y puede elegirse de manera aleatoria entre todas las personas que podrían ser entrevistadas. Es importante determinar con claridad cuál va a ser nuestro universo de la muestra con el propósito de que ésta sea representativa. Dentro de ese universo pasaremos a realizar una elección aleatoria entre todas las informantes y este grupo constituye la muestra. En ese sentido, la persona que investiga tiene que estar en condiciones de explicar por qué se han elegido unos testimonios en vez de otros.

Una vez elegida la muestra hay que planificar una estrategia para entrevistar a las informantes. No existe un modelo ideal de cuestionario sino que cada investigador deberá determinar a priori su estrategia para interrogar conciliando la muestra de testimonios y sus circunstancias, con los intereses de la investigación. Nos referimos en este caso a elaborar una guía de preguntas genéricas que puedan facilitar el trabajo del investigador y que nosotros proponemos que sea semiestructurada para que garantice que se van a tratar los temas que consideramos fundamentales para nuestro trabajo, pero dejando libertad a la persona entrevistada para que profundice o se extienda lo que considere oportuno. Es conveniente mantener una charla inicial sin grabaciones para establecer un clima de empatía que nos permita, una vez finalizada la sesión, completar el testimonio si fuera necesario. Esta relación de empatía entre el sujeto informante y la persona que realiza la entrevista debe conseguirse manteniendo una distancia justa, donde se simultanearán momentos de complicidad y tomas de distancia objetiva para mantener el hilo conductor, ambos necesarios para la investigación (Dosse, 2007, p. 14). Es importante evitar que la persona que es entrevistada sienta que debe arrojar un cúmulo de información sin coherencia y a modo de discurso erudito. Debe sentirse cómoda con su forma de hablar, de gesticular, de usar el lenguaje y no fingir o querer aparentar lo que no es. Conseguir este clima es nuestro trabajo (Alcàzar y Pinazo, 2013).

Durante el desarrollo de la entrevista consideramos que las intervenciones del investigador deben ser mínimas y lo más breves posibles. Simultáneamente, es aconsejable animar al informante relacionando lo que está diciendo con otras informaciones, descubriendo sus estructuras ocultas, comparando la información obtenida con las hipótesis teóricas previas y clarificando el contenido según la importancia que el historiador le conceda (Berg, 1990). Una vez realizada la entrevista se procede a la transcripción integral de las grabaciones para hacer inteligible la versión escrita, sin perder el tipo de lenguaje original, los giros dialectales o la terminología utilizada, respetando la idiosincrasia del discurso de la informante. El resultado obtenido en las entrevistas debe ser sometido a un análisis de contenido, fragmentando el texto temáticamente, todo lo cual formará la parte central de la metodología de la historia realizada a partir de fuentes orales como cualquier otra fuente primaria, o de un estudio estadístico, en el caso de que se trate de encuestas. Cabe señalar también que los datos extraídos de las entrevistas también pueden tratarse en clave cuantitativa para hacer estudios estadísticos como sistematizar las opiniones atendiendo a criterios como la edad, centro de trabajo, etc.

Para conformar las fuentes primarias de este trabajo hemos realizado entrevistas en profundidad a cincuenta y dos matronas que desempeñaron su profesión desde los años cincuenta hasta finales del siglo XX. Muchas de ellas continúan todavía en activo. Cada una de las entrevistas fue precedida de varias conversaciones telefónicas para presentarme, exponer el motivo de mi petición, y concretar el lugar y la hora de la cita. La primera fue realizada con motivo de un taller práctico dentro de la formación de las matronas en la asignatura de Historia de la Profesión, en la Escuela Valenciana de Estudios para la Salud en Valencia. Dificultades técnicas con la grabación hicieron necesaria una segunda entrevista, esta vez en un apartamento que nuestra informante tenía en Benicàssim. En las otras once que se realizaron a matronas que habían trabajado en los domicilios y que eran personas jubiladas, nos desplazamos al domicilio de las informantes, donde antes de realizar las preguntas que llevaba en un cuestionario semiestructurado, mantuvimos una charla de dos horas aproximadamente. Les expliqué la orientación de este trabajo, recalcando la importancia de rescatar sus recuerdos como mujeres; como mujeres que habían trabajado en el espacio público en unos años en los que la incorporación femenina al mundo laboral no era habitual, y la relevancia que tenían sus testimonios para abordar la evolución de la asistencia a los partos en un período en el cual se había producido un cambio importante: de la propia casa al hospital.

Cuando las informantes estaban en activo nos desplazamos al lugar de trabajo siempre que fue posible, aprovechando unas horas en las cuales pudieran disponer del tiempo suficiente para poder hablar con tranquilidad. Podemos afirmar que la disposición que mostraron nuestras matronas fue máxima. Cada una de las grabaciones fue realizada en vídeo, y tuvo aproximadamente dos horas de duración. Posteriormente efectué las transcripciones de las mismas e introduje los DVD en el ordenador para poder trabajar con los testimonios recogidos. A todas las informantes les agradezco profunda y sinceramente su disponibilidad y sobre todo su capacidad para, pacientemente, recordar y referir cada una de las situaciones planteadas.

En el caso de la entrevista a la matrona que se ocupó de todos los preparativos necesarios para poner en marcha la apertura del hospital maternal La Fe en 1971 –Isabel Royo–, he de decir que fue facilitadora al máximo ya que tras dos citas que habíamos tenido que posponer por motivos de salud, ella misma me llamó y acudió a mi despacho donde mantuvimos una larga conversación. Aquella mujer recta, exigente, dura y que, desde mi punto de vista, había mantenido una distancia de seguridad con todas las matronas que durante aquellos años estuvimos bajo su jurisdicción, se mostró como una mujer inteligente, ordenada y rigurosa, colaboradora con todo lo que su testimonio pudiera aportar para este trabajo, asertiva y argumentando con criterios profesionales cada una de las situaciones que abordamos.

Para las matronas entrevistadas supuso un reconocimiento, ya que se estaba dando valor a una experiencia intensa que ellas habían vivido y a que iban a contribuir con su testimonio a la reconstrucción de un período histórico y a unas circunstancias de la atención sanitaria que estaba lejos de la realidad actual.

1 Actualmente, tanto el orientalismo, el postcolonialismo y los estudios de género, recogidos bajo el epígrafe Cultural Studies constituyen un innovador grupo de trabajo, procedente de los Estados Unidos, que orienta sus investigaciones con un enfoque humanista científico.

2 En el texto ya clásico La creación del patriarcado, G. Lerner define el género como la construcción cultural de la conducta que se considera apropiada a los sexos en una sociedad y en un momento determinado. También Bock concluye que la utilización del género como herramienta analítica persigue el objetivo final de “un enfoque de la historia general que no sea neutro con respecto al género sino que lo incluya”.

3 Para una información más detallada de las consecuencias de la utilización imprecisa o contradictoria de la categoría género ver (Ortiz, 2006, pp. 44-47).

4 De sus discípulas, las más relevantes citadas por Tubert (2001) son Jeanne Lampl de Groot, Marie Bonaparte y Ruth Mack Brunswick.

5 Sobre la función de los mecanismos de poder en la sociedad moderna y el análisis de Foucault es interesante la crítica de Garland (2006, pp. 137-188).

6 El libro está compuesto de las cartas que intercambiaron las autoras entre noviembre de 1996 y octubre de 1997 en las cuales reflexionan sobre la sexualidad, el cuerpo, el pensamiento como algo trascendente y específico de las mujeres.

7 Podríamos resumir el significado de estas palabras como una de las variantes binarias de la identidad transgénero, que describe a un hombre que se viste y actúa exagerando los estereotipos de una mujer con rasgos marcados, con una intención primordialmente histriónica que se burla de las nociones tradicionales de la identidad de género y los roles tradicionales.

CAPÍTULO 2

MUJERES, MATRONAS Y PARTOS. DE CASA AL HOSPITAL

2.1. MATRONAS DE ANTES DE LA GUERRA

Entre los problemas que afectaban a la España de principios del siglo XX el principal era la altísima mortalidad infantil, que se situaba en torno al 172 por mil, siendo la más elevada de toda Europa (González Canalejo, 2007). La mortalidad materna también era más que notable, debido al gran número de partos que soportaban los cuerpos de las mujeres, a las escasas condiciones sanitarias –el agua no estaba potabilizada y no había redes de eliminación de residuos fecales– y a la deficiente asistencia de los mismos por mujeres sin titulación1. La mayor parte de éstas carecían de la más mínima formación en las normas de higiene elementales, siendo la causa más frecuente del fallecimiento de las mujeres la septicemia puerperal.

En las maternidades de la Beneficencia municipal, donde había una o dos matronas tituladas y algún obstetra, iban a dar a luz las mujeres muy pobres que no tenían el seguro de maternidad2 (Siles, 1999, p. 285) y no tenían recursos para pagar la atención de una comadrona en su domicilio. También acudían allí desde las áreas rurales las mujeres a las que se les había complicado el parto. Por último, estaban las usuarias distinguidas, mujeres de la ciudad con suficiente poder adquisitivo.

La tradición aceptaba que en determinados espacios rurales las parteras no tituladas realizaran los partos dada la lejanía y la ausencia de profesionales con titulación. Pese a ello, la legislación amparaba a las matronas3, ya que la preocupación por la higiene y por disminuir las altas tasas de mortalidad de las mujeres y los recién nacidos a causa del parto se había plasmado en las leyes, y eran las matronas tituladas o los practicantes –en los pueblos donde no había matrona–, los responsables de atender los partos.

En 1902, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes publicó una Real Orden reorganizando las enseñanzas de los practicantes, por la que se aprobó el programa para su titulación que pasó a denominarse Practicante autorizado para la asistencia a partos normales4. De los setenta y ocho temas que comprendía el programa de formación, treinta eran dedicados a la obstetricia, con lo cual la polémica entre las competencias de éstos y las de las matronas estaba servida.

Dos años después, sin embargo, en 1904, las mujeres pudieron optar al título de practicanta, tras medio siglo de exclusión5. En los manuales de estudio, elaborados por médicos de fuerte perfil conservador, se les formaba fundamentalmente en labores tradicionalmente desempeñadas por mujeres, dejando de lado aspectos teóricos y técnicos.

No solo los médicos se opusieron a la profesionalización de las enfermeras, sino que los mismos practicantes, varones y miembros de la misma cultura patriarcal, desprestigiaron de manera reiterada la validez de la práctica del cuidado, evocando persistentemente tanto el rol doméstico como el fundamento sobre el que debía regirse la formación de las enfermeras (González Canalejo, 2007). El perfil androcéntrico presente en el discurso científico se puso de manifiesto en los requisitos exigidos a las mujeres que aspiraban a ejercer las profesiones de matrona, enfermera o practicanta. Recogían los atributos y estereotipos de género imperantes para la mujer y entre ellos destacaba ser obedientes, calladas, delicadas con los enfermos y abnegadas trabajadoras (Ortiz, 2000, pp. 185-187).

González Canalejo ha estudiado el caso almeriense, en cuanto a las mujeres asistidas en sus partos en la Casa de Maternidad entre los últimos diez años del siglo XIX y la primera década del XX. La mayoría de estas mujeres eran madres solteras, y destaca el compromiso de las matronas de la institución almeriense con la situación social de exclusión de las mismas a partir de tres principios en los que basaron su atención: la preservación de la vida, el derecho a una asistencia digna –defendiendo que debían ser atendidas por las profesionales legítimamente tituladas–, y el cuidado materno-infantil, que se efectuaba visitando a las madres y los recién nacidos en los días posteriores al parto, realizando la higiene de los mismos y proporcionando educación sanitaria a las recién paridas.

En el período entre 1902 y 1923 se produce una fase de inestabilidad política, sucediéndose treinta y nueve presidentes de gobierno y cincuenta y tres ministros de Instrucción pública (Siles, 1999, p. 246). Como hemos dicho unos párrafos más arriba, siendo Ministro de Instrucción Pública en el gobierno de Sagasta, Romanones elaboró en 1902 un Plan de Estudios que favorecía la creación o mantenimiento de las carreras cortas de carácter técnico. Así mismo, impulsó la unificación de la enseñanza de los practicantes.

La siguiente modificación legislativa importante se produjo en 1921, con el Reglamento General de Instrucción Pública que ofrecía un cuadro de materias y carreras especiales que debían cursarse en las facultades, como era el caso de practicantes y matronas. Durante la dictadura de Primo de Rivera se crearon la Escuela Nacional de Puericultura en 1923 –dependiente del Consejo Superior de Protección a la infancia cuyas funciones multidisciplinares iban encaminadas a la reducción de la mortalidad infantil, con proyección docente y científica–, y la Escuela Nacional de Sanidad en 1924 –como organismo autónomo dependiente de la Dirección General de Sanidad–. Allí se formaron enfermeras y enfermeros puericultores, visitadoras sanitarias y matronas puericultoras, con una visión global e integradora de la profesión de enfermería. Fue en 19246 cuando se creó la primera escuela profesional de la que se tiene referencia legal, La Casa de Salud Santa Cristina de Madrid, que obtuvo la categoría de Escuela Oficial en 19407.

Las matronas puericultoras cursaban estudios relacionados principalmente con asignaturas de Puericultura Intrauterina, y las prácticas las realizaban en la escuela o en organismos auxiliares, consistiendo fundamentalmente en asistencia social y en la denominada profilaxis, mediante visitas domiciliarias a embarazadas y niños.

En cuanto a la estructuración del sistema hospitalario y el control de las actividades docentes en estos centros, el siguiente avance legislativo se produjo en 1930 con la publicación del Reglamento de Instituciones Sanitarias haciendo que todos los establecimientos sanitarios pasaran a ser responsabilidad del Estado, bien como “Dependencias directas”, como “Intervenidas” o como “Subvencionadas” por el Estado.

Las matronas, después de haber conseguido la reglamentación de sus estudios y la determinación de sus funciones, todavía tenían diversos problemas a resolver que, como avanzamos anteriormente, habían sido canalizados a finales del siglo XIX por medio de la revista La voz de las matronas: la ética, el intrusismo, la regulación y homogeneización de los honorarios y las cuotas a abonar para la colegiación, así como los derechos y deberes de las colegiadas. Los profesionales de enfermería solicitaron tener subdelegados propios, por lo que hubo un primer intento en 1923 en el caso de las matronas, cuando se presentó ante el Gobierno Civil la propuesta de Reglamento del Colegio de Matronas de la provincia de Alicante, siendo denegada.

Hasta 1930, año en el que se aprobó mediante Orden Ministerial la colegiación oficial y obligatoria8, los colectivos de matronas que se fueron estableciendo en distintas provincias funcionaron como asociaciones sin carácter institucional. Los motivos que las autoridades esgrimieron para justificar la denegación, tanto de los colegios de practicantes como los de matronas, tenían que ver con la mentalidad de la época, ya que las funciones de unos y otras no estaban suficientemente perfiladas para separarse de la medicina, de la que eran una profesión auxiliar.

A pesar de la aprobación de la colegiación obligatoria, tanto practicantes como matronas siguieron dependiendo de los colegios médicos, imitando muchos de sus mecanismos de actuación. Uno de los efectos, quizá de los más importantes que generó la Real Orden, fue que las matronas, poco después, solicitaron la colegiación obligatoria para ellas y les fue concedido. Lo cierto es que para las matronas la colegiación obligatoria fue un tremendo espaldarazo ya que, a partir de ese momento, se fueron consiguiendo una serie de logros profesionales, tanto laborales como de reconocimiento social, que llevaban décadas reivindicando. Así, se les concedió un Carnet del Practicante9 que, aunque puede parecer un hecho simplemente simbólico, se convirtió en una especie de salvoconducto frente a los intrusos y un símbolo de reconocimiento social.

Así, apenas cinco meses después, otra Real Orden10 estableció el Estatuto de los Colegios Oficiales de Matronas. El articulado es prácticamente igual al establecido para los practicantes, diferenciándose únicamente en la justificación de motivos, que en este caso obedece a una petición expresa de la Federación Nacional de Matronas atendiendo y transmitiendo lo solicitado en el I Congreso Nacional celebrado en Madrid: “Artículo 7º: Para la Matrona en ejercicio es obligatoria la colegiación debiendo, para solicitar el ingreso en el Colegio respectivo, presentar el título profesional correspondiente”.

Volviendo al tema de la formación, unos años antes de la instauración de la II República se había producido una fricción entre los practicantes y las matronas. En la práctica profesional era habitual que los practicantes realizaran los partos en los pueblos donde estaba vacante la plaza de matrona. Estas iniciaron un proceso de independencia con vistas a una mayor definición profesional que tuviera su origen en la diversificación de los planes de estudio. El gran cambio, sin duda, se produjo durante la II República. Con ella se realizó un esfuerzo para adecuar las Instituciones creadas en los años veinte –la Escuela Nacional de Sanidad y la Escuela Nacional de Puericultura–, promocionando nuevas estructuras que fueron un primer intento de articular una red sanitaria pública en nuestro país.

Aunque las matronas ya venían realizando su labor de asistencia a los partos en pueblos y ciudades, la aplicación del Reglamento para Sanidad Municipal de 1925 que disponía que en cada partido médico hubiera un practicante y una matrona, hizo necesaria desde la expedición gratuita de títulos hasta la dotación de becas para estudiar en el extranjero, con el fin de disponer de las suficientes matronas y practicantes. Dicho reglamento especificaba las funciones que debía realizar en su zona cada uno de estos profesionales, y los planes de estudio se ajustaban en gran medida a las habilidades y conocimientos necesarios para la aprobación del examen de ingreso en las instituciones locales y provinciales. Contemplaba la regulación de asuntos de salud pública como la higiene de las viviendas, la eliminación de aguas fecales y pozos sépticos, la provisión de aguas potables, la prevención de infecciones y epidemias, los enterramientos y la asistencia benéfica, donde especificaba la necesidad de que en cada partido médico hubiera un servicio municipal de matrona para la asistencia gratuita a las embarazadas pobres, siempre bajo la dirección del médico titular en las zonas rurales y de los médicos tocólogos en las grandes poblaciones11.

Durante el sexenio republicano se incrementó el número de matriculadas en las diez facultades de medicina en las que se podía estudiar la carrera, así como el de títulos obtenidos, produciéndose la novedad de que entre los cursos académicos 1934-35 y 1935-36 se matricularon siete varones en dicha carrera.

También la legislación se adaptó a las demandas de los reformistas sociales con la publicación del Reglamento General del Régimen Obligatorio del Seguro de Maternidad, en febrero de 1930, que supuso una cobertura sanitaria para las mujeres trabajadoras. En su Capítulo Primero establecía los siguientes objetivos:

Artículo 1º. El Seguro de Maternidad establecido por Real decretoley número 938, de 22 de Marzo de 1929, es un Seguro social obligatorio que tiene los fines siguientes:

a) Garantizar a la asegurada la asistencia facultativa en el embarazo y en el parto, y cuando con ocasión de uno u otro lo necesitare;

b) Garantizar los recursos necesarios para que pueda cesar en su trabajo antes y después del parto, y

c) Fomentar la creación y sostenimiento de Obras de Protección a la Maternidad y a la Infancia12.

La implementación de esta ley significó una demanda de profesionales –tanto médicos como matronas– para la asistencia a las mujeres, y la obtención gratuita por parte de las futuras madres del material farmacéutico necesario para cubrir las necesidades de atención al embarazo, parto y puerperio: “Tendrán derecho: a) Al material de asistencia que suele emplearse como necesario de previsión razonable en los partos; b) A las medicinas que mediante receta (...) prescriba el Médico al asistir a la beneficiaria en la gestación, parto y puerperio; y c) A los análisis corrientes”13.

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