Kitabı oku: «Pasado y presente continuo de la memoria de los familiares de desaparecidos. El caso de Simón en Justicia y Paz», sayfa 2

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Los aportes que pueda realizar sobre la memoria no serán universales ni totalizadores (Haraway, 1995a, p. 311). Corresponderán más bien a un acercamiento crítico, reflexivo y responsable en torno al tema, reconociendo que “el conocimiento es siempre una relación estratégica en la que el hombre está situado”, desde unas condiciones de su experiencia y del objeto que analiza heterogéneas, a partir de lo cual se logra definir el conocimiento, y por ello su naturaleza es ser parcial, oblicuo, perspectívico en términos de Foucault (2003, pp. 9-33), lo que permite rescatar el lugar central del sujeto y la subjetividad en la investigación social (Torres, 2006, p. 67).

En este replanteamiento de la cuestión epistemológica sobre el conocimiento y la “objetividad” del método científico, Donna Haraway (1995b) nos propone la idea de los conocimientos situados, en donde la objetividad parte de afirmar que no existe un único conocimiento, y mucho menos uno acabado, defendiendo, por el contrario, un conocimiento racional que se construye a partir de perspectivas parciales y localizadas. Se trata de un conocimiento responsable, pues es posible saber desde dónde se aprende (pp. 313-346).

La alternativa al relativismo son los conocimientos parciales, localizables y críticos, que admiten la posibilidad de conexiones llamadas solidaridad en la política y conversaciones compartidas en la epistemología. El relativismo es una manera de no estar en ningún sitio mientras se pretende igualmente estar en todas partes. La “igualdad” del posicionamiento es una negación de responsabilidad y de búsqueda crítica. El relativismo es el perfecto espejo gemelo de la totalización en las ideologías de la objetividad. Ambos niegan las apuestas en la localización, en la encarnación y en la perspectiva parcial, ambos impiden ver bien. El relativismo y la totalización son ambos “trucos divinos” que prometen, al mismo tiempo y en su totalidad, la visión desde todas las posiciones y desde ningún lugar, mitos comunes en la retórica que rodea la Ciencia. Pero es precisamente en la política y en la epistemología de las perspectivas parciales donde se encuentra la posibilidad de una búsqueda objetiva, sostenida y racional. (Haraway, 1995b, p. 329)

Es en estas perspectivas en las que se hace posible la construcción de un conocimiento a partir del diálogo entre posicionamientos heterogéneos (no inocentes) y contradictorios, múltiples, multidimensionales e inacabados (Haraway, 1995b), como el que se pretende elaborar a partir de la puesta en diálogo entre el derecho y campos no jurídicos en esta investigación. Además, la adopción de este tipo de objetividad posibilita estar abierto a sorpresas durante la búsqueda de puntos de encuentro comunes, con la esperanza constante de descubrir mejores versiones del mundo, mejores versiones de ciencia.

“Los conocimientos situados requieren que el objeto del conocimiento sea representado como un actor y como un agente” (Haraway, 1995b, p. 341; véanse, en igual sentido, Cornejo, Cruz y Reyes, 2012, p. 259), no como una cosa pasiva e inerte, como ocurre en la objetividad científica, como si el mundo fuera determinado y fijo. Lo afirma Andrade (2007): “Reconocer en ese mismo acto que estudiar la realidad no es recolectar datos, sino también construirlos desde una particular mirada: la del sujeto, un sujeto social y teóricamente situado” (p. 301).

Asumir esta postura en la investigación conduce a que me identifique con la figura del cyborg que propone Donna Haraway, quien se encuentra en una posición privilegiada para explorar sin miedo en la parcialidad y la contradicción, para inmiscuirse en la epistemología que trata de conocer la diferencia y producir una teoría parcial pero responsable (Haraway, 1995b, pp. 275, 310). Estos son, pues, según Cornejo et al. (2012, p. 259), los dos ejes centrales de la propuesta de Haraway: la metáfora del cyborg y la idea de la responsabilidad del conocimiento.

La imaginería cyborg puede ayudar a expresar dos argumentos cruciales en este trabajo: primero, la producción de teorías universales y totalizadoras es un grave error que se sale probablemente siempre de la realidad, pero sobre todo ahora. Segundo, aceptar responsabilidades de las relaciones sociales entre ciencia y tecnología significa rechazar una metafísica anticientífica, una demonología de la tecnología y también abrazar la difícil tarea de reconstruir los límites de la vida diaria en conexión parcial con otros, en comunicación con todas nuestras partes. No es solo que la ciencia y la tecnología son medios posibles para una gran satisfacción humana, así como una matriz de complejas dominaciones, sino que la imaginería del cyborg puede sugerir una salida del laberinto de dualismos en el que hemos explicado nuestros cuerpos y nuestras herramientas a nosotras mismas. No se trata del sueño de un lenguaje común, sino de una poderosa e infiel heteroglosia. Es una imaginación de un hablar feminista en lenguas que llenen de miedo a los circuitos de los supersalvadores de la nueva derecha. Significa al mismo tiempo construir y destruir máquinas, identidades, categorías, relaciones, historias del espacio. A pesar de que los dos bailan juntos el baile en espiral, prefiero ser un cyborg que una diosa. (Haraway, 1995a, p. 311)

El conocimiento que se logre construir irá más de la mano con lo que puede identificarse como autorrelato (Cornejo et al., 2012, p. 262). La razón está en que la memoria, como tema inquietante que nos interroga para enfrentar un pasado reciente violento y que continúa presente (p. 260), y la forma como pretendo abordarlo, a través de la construcción de una relación directa con víctimas de desaparición forzada, implica la asunción de encuentros y diálogos con estas y la apertura de espacios a partir de los cuales será posible la construcción de conocimiento (p. 262).

Es un encuentro histórico, contextual, que se co-construye entre investigador y participante, cada uno con sus recursos simbólicos y sociales en acción. El sujeto investigador realiza a otro una solicitud de palabras, de historias para construir conocimiento a partir de ellas; y el sujeto investigado destina, dirige sus palabras y sus historias al investigador, y a través de él a sus interlocutores reales, virtuales y fantaseados presentes en el contexto discursivo. Sin embargo, para poder decir algo sobre lo que ocurre en ese encuentro, hay que pasar necesariamente por nuestra experiencia como sujetos investigadores, como sujetos activos, históricos, situados […], la palabra del sujeto participante carece de sentido si no contamos con el marco de quien la escucha. De este modo, los autorrelatos de las investigadoras ponen a operar premisas fundantes del enfoque biográfico, pero también del conocimiento situado, a saber: que los investigadores somos parte de lo investigado, que afectamos y/o somos parte de nuestros objetos de estudio, enunciaciones que apuntan a considerar al investigador como parte constituyente y constitutiva de los objetos de estudio. (Cornejo et al., 2012, p. 262)

En esta construcción de conocimiento situado, la indagación sobre la memoria me examina a mí misma; por ello este documento lo presento en un lenguaje personal y no en tercera persona (véase también Carrillo, 2013, p. 16), tomando distancia además del positivismo. Su recorrido muestra el camino que transité desde el desconocimiento del tema hacia la búsqueda de respuestas, con la disposición de sorprenderme en el acercamiento a otros campos no jurídicos e innegablemente desde la afinidad con las víctimas para poder cuestionar y discutir. Lejos de pretender dar conclusiones definitivas, quiero mostrar que la riqueza del tema abre puertas para muchos análisis más.

El yo dividido y contradictorio es el que puede interrogar los posicionamientos y ser tenido como responsable, el que puede construir y unirse a conversaciones racionales e imaginaciones fantásticas que cambien la historia. La división, el no ser (como un cyborg), es la imagen privilegiada de las epistemologías feministas del conocimiento científico. La “división”, en este contexto, debería tratar de multiplicidades heterogéneas que son simultáneamente necesarias e incapaces de ser apiñadas en niveles isomórficos de listas acumulativas. Esta geometría se encuentra dentro y entre los sujetos. La topografía de la subjetividad es multidimensional, y también la visión. El yo que conoce es parcial en todas sus facetas, nunca terminado, total, no se encuentra simplemente ahí y en estado original. Está siempre construido y remendado de manera imperfecta y, por lo tanto, es capaz de unirse a otro, de ver junto al otro sin pretender ser el otro. Esta es la promesa de la objetividad: un conocedor científico busca la posición del sujeto no de la identidad, sino de la objetividad, es decir, de la conexión parcial. No hay manera de “estar” simultáneamente en todas, o totalmente en algunas de las posiciones privilegiadas (subyugadas) estructuradas por el género, la raza, la nación y la clase. Y esta es solo una corta lista de posiciones críticas. (Haraway, 1995a, pp. 331-332)

Finalmente, como lo he venido expresando, con este trabajo quiero problematizar la construcción de memoria en el proceso especial de justicia y paz, desde la identificación con los “otros”, las víctimas, y aún mejor, seres humanos a quienes se les han vulnerado sus derechos, partiendo también de la creencia en la construcción de memorias, no en su re-construcción, por la imposibilidad de hacerlo. Esta es, además, una invitación para hacer investigaciones interdisciplinares a través de las cuales podamos tener una visión más compleja de nuestras realidades1.

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1.El cierre de la investigación se realizó en noviembre del 2014, y se actualizó en julio del 2018.

Capítulo 1. La historia del tiempo presente en la historia del derecho

Este primer apartado tiene como finalidad presentar la historia del tiempo presente, que lleva algunos años intentando consolidarse y ser reconocida como una subdisciplina de la historia, en cuyo interior se pueden incluir algunos estudios jurídicos de investigadores preocupados e inquietos por la comprensión de pasados recientes, frente a la necesidad de comprenderse a sí mismos y las realidades en sus sociedades. Para profundizar un poco en esta subdisciplina, presentaré sus características generales, de la mano con los debates y críticas que ha suscitado, sobre todo entre los historiadores tradicionales defensores de los documentos como fuente principal de la historia; la necesidad de la objetividad del investigador, determinada por la distancia del tiempo que debe haber entre el historiador y el tema que aborda, así como la discusión que rodea la relación memoria-historia. De igual manera, buscaré adentrarme en uno de los temas de mayor interés en las últimas décadas, enfocados hacia los pasados recientes traumáticos, con la esperanza de que, al finalizar el capítulo, el lector identifique este trabajo como un estudio dentro de la rama histórico-jurídica de la historia del tiempo reciente colombiano.

1.1. La historia del tiempo presente como una forma de hacer historia del derecho

La historia, en términos generales, puede ser entendida como una disciplina del conocimiento que tiene por objeto estudiar acontecimientos pasados y narrarlos (Carr, 1984). El historiador cubano Gregorio Delgado García (2010), la destaca como “una de las ramas más importantes del conocimiento humano”, por ser la “base fundamental de la cultura de todo profesional, no importa cuál sea su especialidad y, sobre todo, fuente imprescindible para la formación ideológica de los ciudadanos de cada país”, ya que es inconcebible que un miembro de una comunidad social desconozca su historia y sus raíces, porque a partir de ellas es que puede “comprender el presente y ayudar conscientemente a forjar el futuro de su país y de la humanidad” (p. 10).

Por tradición, la historia ha sido dividida según la dimensión que comprenda; así, por ejemplo, encontramos la historia universal, la historia nacional o la historia biográfica; pero además ha sido segmentada por periodicidades o edades, desde la prehistoria y hasta la edad contemporánea. De manera paralela, la periodización para los historiadores marxistas se encuentra más relacionada con las formas de producción de cada época, a partir de lo cual identifican el régimen de la comunidad primitiva, el régimen esclavista y el régimen feudal, entre otros (Delgado, 2010, pp. 15-17).

Las divisiones y periodizaciones tradicionales de la historia con ocasión de la globalización, la expansión de los historiadores y los cambios que complejizan cada vez más las realidades que buscan ser comprendidas, se han multiplicado y especializan cada vez más la disciplina, a la vez que mezclan sus contenidos. Así, por ejemplo, se ha empezado a hablar de la ecohistoria; de la independencia de la historia social en relación con la economía, con lo cual aquella terminó fragmentándose “en demografía histórica, historia del trabajo, historia urbana, historia rural, etc.” (Burke et al., 1996). La historia de la gestión empresarial ha desdibujado las fronteras entre historia económica e historia administrativa; ha aparecido la historia de la publicidad, híbrido entre la historia de la economía y la comunicación; también la historia política, que ahora cuenta con variedad de escuelas, entre las cuales los seguidores de Foucault “tienden cada vez más a analizar la lucha por el poder en el plano de la fábrica, la escuela o, incluso, la familia” (Burke et al., 1996, pp. 11-12).

Entre estos híbridos históricos se pueden mencionar a Bosemberg, Leiteritz y Louis (2009), quienes, con la pretensión de dar a conocer algunos autores alemanes en lengua hispana, recurren a una selección de textos relevantes para la comprensión de la historia, la política y la sociedad alemana en el siglo XX. Así mismo, son pertinentes los aportes del experto en historia del derecho y derecho constitucional, el profesor Bernd Marquardt (2014), quien se inscribe dentro de la escuela sociocultural y transnacional de la historia del derecho, que ascendió en Europa central desde 1980.

[Esta escuela] rechaza tanto el reduccionismo institucional y civilista de la antigua escuela de las Instituciones del Derecho Romano, como la perspectiva nacionalista de la Escuela histórica del Derecho que había afirmado el carácter particular de todo derecho nacional. En general, se opone al enfoque unilateral en las normas como tales, intentando tener en cuenta tanto sus precondiciones, como sus efectos en la sociedad concreta, es decir, hay que analizar cada vez la relación entre norma y realidad al estilo de una sociología y ciencia cultural. (Marquardt, 2014, p. 17)

Dentro de la subdisciplina histórica de la historia del derecho hay que mencionar los sobresalientes aportes realizados por Pio Caroni (2014) con relación al cuestionamiento de las metodologías empleadas por la historia del derecho, a partir de la asunción de una postura crítica frente a los purismos jurídicos de antaño y a favor de la comprensión de una historia del derecho más social, enmarcada dentro de un contexto y tiempo específicos, como lo retoma Marquardt (2014, p. 17). Así mismo, es preciso destacar la importancia del trabajo de Hans-Ulrich Wehler (1985), quien es considerado uno de los precursores del desarrollo de la historia social, entendida como historia de la sociedad o sociología histórica, y el de Peter Burke (2008), uno de los historiadores culturales más reconocidos.

En la historia del derecho, actualmente puede ubicarse una especialización en estudios del tiempo reciente, o lo que es lo mismo, la historia del tiempo presente del derecho. Senn y Gschwend (2010) han elaborado una obra sobre la historia del derecho con dicho enfoque, para analizar el periodo comprendido desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, y de un siglo, contando desde el presente hacia atrás. Estos dos profesionales han orientado su estudio hacia la historia del derecho reciente como una historia cultural del derecho, y subrayan el problema de la cercanía entre el historiador y el tema que aborda, evidente en que él mismo se encuentra dentro de los debates que emprende, en los cuales necesariamente asume una posición que le impide ser neutral (pp. 1-23). Algunos de los temas que retoman Senn y Gschwend en su texto son: violencia, poder y derecho; élite y derecho; raza y derecho; género y derecho; antropología y derecho; economía y derecho; tecnología y derecho; globalización y derecho; derechos humanos. Por su parte, Burke et al. (1996) manifiestan intereses por la escritura de la historia desde abajo, de la historia de las mujeres, de la historia oral y de la microhistoria, entre otras.

Se puede entonces afirmar que en la actualidad los estudios de la historia del derecho se interesan por diversas temáticas (más allá de los tradicionales estudios sobre las instituciones del derecho romano) producto de la variedad de intereses y énfasis, así como de la complejidad de las sociedades de las cuales pretende dar cuenta. Tal ampliación de las inquietudes de los historiadores hacia “casi cualquier actividad humana” y hacia la experiencia y opiniones de las personas del común ha conducido a la generación de tres cambios significativos: primero, la estimulación de la interdisciplinariedad en los estudios históricos, que permita explicar la complejidad social; segundo, la ampliación de fuentes, con la aceptación y valoración de fuentes no escritas, por ejemplo, las orales, como suministros enriquecedores para la investigación; y, tercero, la proliferación de especialidades de la historia (Burke et al., 1996, pp. 14, 16, 18), entre las cuales ha aparecido la historia del tiempo presente del derecho, en la que se inscribe este trabajo.

A continuación, retomaré algunos de los debates más importantes que han rondado sobre la historia del tiempo presente –además de algunas críticas y problemas–, muchos de los cuales generan escepticismo entre los historiadores tradicionales a la hora de aceptarla como verdadera historia. Dichos cuestionamientos son válidos no solo para la generalidad de la historia del tiempo presente, sino también, y por completo, para la especialización ius-histórica del derecho que se encuentra en su interior.

1.2. Una subdisciplina en obra

La historia reciente es una subdisciplina de la historia que surgió “en la segunda mitad del siglo XX” (Bacha, 2011, p. 1; véanse, en el mismo sentido, Díaz, 2007, p. 15; Traverso, 2007, p. 72), que ha contado con un nivel de producción intelectual prolífico desde 1970 (Moreno, 2011, p. 287) y que aún se encuentra “en proceso de formación” (Fazio, 1998, p. 47; véase también Carretero y Borrelli, 2008, p. 203). Toro (2008) plantea que el nacimiento de esta historiografía aparece dentro del “marco general del desarrollo de la historia contemporánea” (p. 45), por lo cual François Bédarida (1998) afirma que en principio el término correcto para estos estudios parecía ser el de “historia contemporánea”, pero teniendo en cuenta que el punto en el que esta última inicia se encuentra ubicado en 1789, con la Revolución francesa. “¿Cómo sostener, pues, que nosotros éramos los contemporáneos de Robespierre o de Napoleón? De ahí la sustitución del término radicalmente ambiguo de historia contemporánea, por la expresión tiempo presente que se ha impuesto e institucionalizado” (p. 21). “Una historia concebida como contemporánea resultaba ya ser una categoría agotada” (Toro, 2008, p. 46).

Sobre la selección del concepto adecuado, Bédarida (1998) se pregunta acerca de la consolidación de tal expresión en vez de la de “historia inmediata”, y encuentra dos posibles razones: la primera tiene que ver con un “déficit de contenido científico que denotaba esta última”, y la segunda, por “el valor heurístico de la pareja pasado/presente totalmente ausente así mismo en ese concepto de inmediata” (pp. 20-21). Por su objeto de estudio, esta disciplina ha planteado nuevos interrogantes a la labor historiográfica, ya que estudia “un pasado que la historiografía –tal como se profesionalizó a partir del último tercio del siglo XIX– no había contado entre sus incumbencias: el estudio del pasado reciente, ya sea como ‘historia del tiempo presente’, como ‘historia actual’ o ‘historia inmediata’” (Bacha, 2011, p. 1), algunas de las diversas denominaciones con las que se le conoce (Toro, 2008, p. 45).

Algunos historiadores, como Serge Bernstein y Pierre Milza, no obstante el hecho de reconocerle ciertas peculiaridades, consideran que en cuanto a sus objetivos, métodos y fuentes, la historia del tiempo presente casi no difiere de la historia del siglo XIX. Otros, como, Pierre Sauvage, en su artículo Una historia del tiempo presente, sostiene que “no es solamente un campo nuevo de investigación que se añade a los otros periodos ya existentes debido al irremediable avance del tiempo, sino que es un nuevo enfoque del pasado que sirve al conjunto de historiadores”. (Sauvage, citado en Fazio, 1998, p. 47)

Uno de los interrogantes que ha ocupado las discusiones sobre la historia del tiempo presente ha versado sobre la definición del tiempo de estudio que comprende, para singularizarla “como una forma específica y particular de abordar nuestro complejo presente” (Fazio, 1998, p. 48). Así, por ejemplo, algunos autores sostienen que la dimensión cronológica por estudiar abarca los últimos cincuenta años o el punto de inflexión marcado por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, encontrando confusa aún la diferencia entre la historia del tiempo presente y la historia contemporánea, Hugo Fazio refiere, por un lado, que esta última abarca los últimos cincuenta años, y esa afirmación es criticada por algunos que encuentran imposible su estudio dada la carencia de archivos y la escasa distancia con ella; por otro lado, está la historia del tiempo presente, resultado de “la universalización de los procesos de globalización y la erosión de los referentes de la época de la Guerra Fría y, […] un sentimiento de vivir en un mundo caracterizado por la urgencia”. Con ello, Fazio concluye que la historia del tiempo presente estudia la inmediatez, “la década de los años noventa, decenio en el cual ha alcanzado su máxima expresión la desvinculación entre presente y pasado y cuando todo el planeta parece ingresar a este tiempo mundial, del que sugestivamente nos habla Zaki Laidi” (pp. 51-52).

En consecuencia, esta subdisciplina aparece en medio de un mundo que se globaliza a gran velocidad y se transforma en términos culturales gracias a los avances tecnológicos y los cambios económicos; con estos se ha producido un desplazamiento hacia el tiempo del mercado “el cual a partir de la velocidad del consumo, de la producción y los beneficios desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez” (Fazio, 1998, p. 51). Las sociedades se encuentran caracterizadas por ser “colectividades industrializadas, urbanas, ilustradas y letradas que exigen de los científicos sociales y también de los historiadores respuestas rápidas a sus múltiples preocupaciones que no se asocian con el pasado, sino con el presente más inmediato” (p. 50). La historia del tiempo presente entonces no es otra cosa que “la resultante de profundas transformaciones que están alterando los patrones sobre los cuales se cimienta la sociedad actual” (p. 50).

El anterior enfoque económico de la globalización planteado por Fazio (1998) no es el único que se puede identificar, pues, como lo expone Marquardt (2014), “sería muy incompleto reducir el fenómeno de la globalización al intento de imponer un sistema mundo anarco-capitalista”. A partir de esto, el autor encuentra presente “la otra globalización”, inspirada por la “perspectiva de valores mundiales y su realización”, y evidenciada en los consensos sobre el derecho a la paz; los derechos fundamentales consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos; la condena al genocidio a través de la Convención Internacional para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio; el reconocimiento de los derechos liberales en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; la consolidación de los derechos sociales a través del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; el derecho al desarrollo y el derecho ambiental universal (p. 562).

A partir del siglo XX, la historia pretende dar cuenta de los procesos que ocurren en el ámbito mundial (Toro, 2008, p. 44). Como se mencionó, Hugo Fazio (1998) reseña un aumento en la preocupación por el presente desde los años noventa, con “la caída del muro de Berlín y la consolidación de los procesos de globalización” (p. 50). Dentro de este marco, la historia del tiempo presente responde a una demanda social, a una necesidad social por comprender “las fuerzas profundas que están definiendo nuestro abigarrado presente” (p. 51); ella no responde “únicamente a demandas disciplinares, sino sociales, éticas y también políticas” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204), relacionadas con un “‘tiempo próximo’, […] un ‘pasado cercano’ y aun ‘actual’” (Bacha, 2011, p. 1), todas dirigidas a “dilucidar y comprender el presente a partir de una lectura del pasado inmediato” (Moreno, 2011, p. 288), e impulsadas por la siguiente consideración: “La sociedad en que vive se plantea preguntas referidas al pasado reciente, porque le es imprescindible comprenderse a sí misma”, para posicionarse en el presente y de cara al futuro (Díaz, 2007, p. 21).

En tal sentido, la historia del tiempo presente no se puede considerar una nueva moda de la que se harían partícipes algunos historiadores, sino que es el producto de una necesidad social y de la necesaria evolución de la disciplina para adaptarse a las circunstancias de nuestro entorno. En este sentido, la historia del tiempo presente, al tiempo que es una perspectiva de análisis de lo inmediato, también debe considerarse como un periodo. (Fazio, 1998, p. 51)

Esta historiografía se origina, además, motivada por disputar “el poder de explicación y el prestigio mediático de otras ciencias sociales, como la sociología y la ciencia política, y por un afán de disputar al periodismo el discurso sobre una porción del pasado de la que no se hacía cargo la historiografía académica tradicional” (Toro, 2008, p. 45), ya que la división del trabajo atribuía a los historiadores “la investigación erudita, paciente y profunda sobre el pasado”, mientras que al periodista, el conocimiento de la inmediatez, su recolección y organización (Bédarida, 1998, p. 19). En el fondo aparece “una inversión de la centralidad de lo que se entendía como misión de la historiografía en sus primeras formulaciones, en tanto conservación de la memoria de lo relevante del pasado” (Toro, 2008, p. 46), lo cual desencadenó un cambio importante en la historiografía, que permitió “que los historiadores pudieran superar el ‘trauma’ de los archivos” y superar “el ideal de la historiografía tradicional de que los documentos debían hablar por sí solos para ‘dar cuenta de lo que realmente pasó’”. Entonces han echado mano de otras fuentes, tales como los materiales de los medios de comunicación (Fazio, 1998, p. 49) para no dejar la interpretación del mundo a otras ciencias sociales (Bédarida, 1998, p. 23), a pesar de que los críticos de la historia del tiempo presente reduzcan su alcance “a una pura crónica periodística o simplemente la excluyen del campo epistemológico de la historia al asociarla más con la ciencia política o la sociología” (Moreno, 2011, p. 27).

La lucha por ganar tal espacio para la historia, pese a las críticas, ha encontrado resonancia en diversos medios académicos que aprecian su potencial (Moreno, 2011, p. 27); por ejemplo, los “centros académicos, fundamentalmente franceses, que cultivaban la historia contemporánea y han encontrado en ella una serie de vacíos y limitaciones” (Toro, 2008, p. 45). Entre esos centros académicos se puede mencionar el Instituto de Historia del Tiempo Reciente, que busca incentivar la investigación sobre “lo muy contemporáneo y de afirmar la legitimidad científica de este fragmento o rama del pasado, demostrando a ciertos miembros de la profesión, más o menos escépticos, que el reto era realmente hacer historia y no periodismo” (Bédarida, 1998, p. 20).

El presente que nos acosa por todas partes tiene una tan significativa presencia que ha hecho decir a Marc Bloch: “El erudito que no muestra gusto por mirar a su alrededor, ni a los hombres, ni a las cosas, ni a los acontecimientos […] se comportaría sabiamente renunciando al nombre de historiador”. En consecuencia, la dinámica de la historia del tiempo presente tiene una doble virtud: de una parte, la reapropiación de un campo histórico, de una tradición antigua que había sido abandonada; de otra, la capacidad de engendrar una dialéctica o, más aún, una dialógica con el pasado (de acuerdo con la fórmula bien conocida de Benedetto Croce, “toda historia es contemporánea”). (Bédarida, 1998, p. 22)

La historiografía del siglo XX quiso proponer “nuevas direcciones en el estudio de la disciplina (economía, sociedad, cultura, mentalidades, etc.)”, desde una perspectiva global (Fazio, 1998, pp. 48-49). Entonces, los intereses de los historiadores giraron hacia “temas tales como las elecciones, los partidos, la opinión pública, los medios y la política”, con lo cual se generó adicionalmente “un fecundo diálogo con la ciencia política, la antropología y la sociología” (p. 49). Por ello, la historia del tiempo presente es “un campo en el que la historia dialoga creativamente con las ciencias sociales para coadyuvar en la explicación histórica de los acontecimientos coetáneos” (Moreno, 2011, p. 292). Recurre “a la ayuda de la sociología, psicología, antropología y a la historia de las sensibilidades o de las emociones” (Sanmartín, 2014, p. 50). Teniendo en cuenta esta inclinación hacia el análisis de los sucesos ocurridos en la inmediatez, los estudios del tiempo presente han conducido con fuerza al retorno del estudio del acontecimiento, el cual puede ser político, social, económico o cultural (Fazio, 1998, pp. 52-53); en consecuencia, la necesidad de acudir a apoyos interdisciplinares para su estudio ha dificultado la definición de estos estudios “como un subcampo específico” (Moreno, 2011, pp. 188, 292).

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