Kitabı oku: «Pasado y presente continuo de la memoria de los familiares de desaparecidos. El caso de Simón en Justicia y Paz», sayfa 4

Yazı tipi:

Capítulo 2. Visitando el pasado

La memoria ha sido un tema de estudio tan fascinante que ha atraído a un sinnúmero de áreas del saber, desde la antigüedad y hasta hoy, lo cual la ha hecho trascender disciplinas y culturas en el tiempo y el espacio. A manera de ilustración sobre los trabajos realizados acerca de la memoria, Astrid Erll (2012) refiere una lista que inicia con “Platón y Aristóteles, en el círculo cultural occidental”, y que se extiende para cobijar filósofos y pensadores protopsi-cológicos (pp. 1, 12-13).

La memoria ha posibilitado diálogos interdisciplinares necesarios para su comprensión. Así es como ha logrado crear “un puente entre las ciencias naturales, las ciencias humanas y las ciencias sociales, como probablemente ningún otro tema lo ha logrado en este siglo” (Erll, 2012, pp. 3, 125, 135).

Por consiguiente, “la memoria y el recuerdo no solo representan un campo de investigación transdisciplinario, un campo cuya exclusividad ninguna disciplina puede reclamar para sí, sino un campo interdisciplinario que hace posible y exige interacciones entre los diversos terrenos de investigación”. (Pethes y Ruchatz, citados en Erll, 2012, p. 2)

Así pues, no solo abundan estudios acerca de la memoria, sino que saberes dispares y diversidad de disciplinas la analizan de manera conjunta (Erll, 2012, p. 1), debido a que, como fenómeno cultural, interdisciplinario e internacional, difícilmente puede explicarse apelando a una única causa (Kammen, citado en Erll, 2012, pp. 4, 53). La ciencia cognitiva de mediados de los años setenta tuvo claro que para el estudio de la memoria se requería “una investigación interdisciplinaria que supere la oposición entre las ciencias naturales y las ciencias humanas” (Erll, 2012, pp. 117-118).

Como consecuencia del aumento de investigaciones sobre la memoria a través del tiempo, se asiste “en la actualidad a una multiplicidad de nociones y conceptos, cuyas semejanzas y diferencias no son para nada claras” (Erll, 2012). Una de las razones de que esto ocurra, es que son el resultado de las diferentes “maneras como cada disciplina aborda objetos de estudio posiblemente idénticos”, por lo cual Astrid Erll (2012) propone que es mejor hablar de “memorias en plural” (pp. 7, 53).

Con este abundante panorama, y antes de analizar las discusiones acerca de la memoria, o de proponer alguna, encuentro preciso iniciar comprendiendo qué es, pero, ¿cuál o cuáles conceptos de “memoria” son los pertinentes para esta investigación? A la par de esta pregunta, aparece el primer objetivo específico de esta tesis: analizar el contenido de la memoria de manera teórica desde el derecho y otros campos no jurídicos. Para el abordaje de este primer objetivo, lo he descompuesto así: examinar el contenido de la memoria desde campos no jurídicos, y analizar el contenido de la memoria desde el derecho, con la finalidad de estudiar en dos capítulos separados el contenido teórico de la memoria.

Así las cosas, Visitando el pasado constituye un primer capítulo teórico, a través del cual pretendo hacer una aproximación a los estudios y conceptos de memoria en relación con lo que es la memoria de las víctimas, en cuanto seres humanos antes que como víctimas, entendiéndola como la memoria natural con que cuenta cualquier persona, salvo aquellos casos en que existan enfermedades particulares. Para lo anterior, realicé un trabajo heurístico-hermenéutico de búsqueda, recolección, clasificación e interpretación de la información contenida en diversos documentos, de los cuales expondré algunas perspectivas que he explorado, que considero pertinentes e ilustrativas, las cuales no han sido sencillas de entender dado que opté por entrar en contacto con otras disciplinas que enriquecieran la investigación y aportaran en su comprensión (Erll, 2012, p. 125).

Para lograr lo anterior, he querido zanjar la discusión sobre la existencia o no del pasado, optando por partir de la misma, comprendiendo que lo que constituye “el pasado” no es otra cosa que la información consolidada en estructuras neuronales (Ruiz y Cansino, 2005), o, en similar sentido, que lo que deja el pasado “son huellas, en las ruinas y marcas materiales, en las huellas ‘mnésicas’ del sistema neurológico humano, en la dinámica psíquica de las personas, en el mundo simbólico” (Jelin, 2002, p. 30).

Sin embargo, toda vez que el pasado no existe como un objeto aprehensible, requiere ser construido a través de la elaboración de una relación con él, que permita su presentación o expresión en un tiempo presente-posterior (Chartier, 2007b, pp. 28, 34; véase también Erll, 2012). Es entonces que aparece la memoria como una de las formas como nos relacionamos con el pasado (Chartier, 2007b, p. 34), y para intentar comprenderla en su complejidad es preciso abordarla en este momento como objeto de investigación (Jelin, 2002, p. 63).

Estudios en las ciencias sociales y humanas reconocen a la memoria como una facultad que se encuentra de manera general en la especie humana, salvo la existencia de algún trastorno patológico. Teniendo en cuenta este origen en la naturaleza (Candau, 2002, pp. 5, 9), estos estudios han acudido a su comprensión a través de la inmersión en áreas de la salud, o han contemplado al menos alguna referencia en estas (véanse, por ejemplo, Jelin, 2002; Candau, 2002; Ricoeur, 2010), razón por la cual también parto de allí, con la limitante de no poder abarcar toda la literatura, ya que “[e]n la actualidad del mundo científico es difícil no solo mantenerse actualizado sino también saber qué podría pasar, ya que la información científica se actualiza día a día, y estar enterado de todo es una tarea casi imposible” (Rincón, s. f., p. 15; véase también Erll, 2012).

La primera precisión que debo retomar tiene que ver con el error en que se puede incurrir cuando se habla coloquialmente de “memoria”, es decir, cuando se usa la palabra en singular, pues ello puede conducir a pensar que ella consiste en un sistema único, aun cuando diversas investigaciones han demostrado la existencia de distintas memorias, cada una con características propias. Así las cosas, y a pesar de que el término correcto sea “memorias” (Ballesteros, 1999, p. 706; Rincón, s. f., pp. 9-10; véanse también Jelin, 2002; Erll, 2012), por asuntos prácticos a lo largo del documento me referiré a “la memoria” en singular, pero sin perder de vista la anterior aclaración.

2.1. Una mirada a los estudios y conceptos de la memoria en el ser humano

La memoria ha intrigado desde siempre a la humanidad (Jelin, 2002, p. 18), pero las teorías sobre la memoria individual fueron trabajo de pensadores filósofos y protopsicólogos hasta el siglo XIX, cuando se fundó la psicología como disciplina. A partir de entonces, la investigación de la memoria se extendió hacia “aproximaciones empírico-experimentales, pasando por las aproximaciones literarias” (Erll, 2012, p. 112).

Ballesteros (1999, p. 706), igual que Montañés y Brigard (2005, p. 116), remontan el interés por el estudio científico-experimental de la memoria hacia 1885 en Alemania, cuando Hermann Ebbinghaus se dio a la tarea de analizar la memoria en condiciones controladas de laboratorio. Ebbinghaus “intentó examinar en su ‘forma pura’ la memoria que se utiliza en el aprendizaje, grabándose sílabas sin significado y midiendo su capacidad para retenerlas”, con lo cual su estudio se considera también como los comienzos de la psicología experimental de la memoria (Erll, 2012, p. 112).

La memoria se puede considerar la función más compleja del cerebro. Ella tiene un papel fundamental en las actividades de nuestra vida cotidiana, puesto que cualquiera que se relacione con la capacidad para almacenar información depende de ella; y, según el tipo de información, se alude a una memoria diferente, así se trate de un mismo evento: “Irving Tulving, uno de los más importantes teóricos de la memoria, ha planteado que existe una gran cantidad de informaciones distintas que son almacenadas simultáneamente en muchas partes del cerebro, y a las que podemos tener acceso independiente, como fragmentos de una misma realidad” (Montañés y Brigard, 2005, p. 115). De acuerdo con lo anterior, desde los años setenta se ha “promovido la idea cognitivo-psicológica de la existencia de diversos sistemas de memoria” (Erll, 2012, p. 113).

Montañés y Brigard (2005) han rescatado las siguientes tres observaciones fundamentales en las conceptualizaciones sobre el funcionamiento de la memoria:

– Que los recuerdos se almacenan de manera fragmentada y simultánea en distintas zonas del cerebro.

– Que podemos tener un acceso selectivo a un tipo particular de memoria.

– Que pueden distinguirse tres procesos en la memoria: el registro, el almacenamiento y el recobro de la información. (Montañés y Brigard, 2005, p. 116)

Así mismo, una de las observaciones más importantes sobre la memoria tiene que ver con el reconocimiento de la memoria a corto plazo (MCP) y de la memoria a largo plazo (MLP) como dos tipos de memorias2, lo cual permite la superación de la concepción de estas dos como parte de la secuencia de una misma memoria. Esto resulta pertinente para la presente investigación porque ayuda a delimitar el campo de la memoria que quiero retomar, ya que se encuentra enmarcado en la memoria a largo plazo por motivos que comprenderá o logrará deducir el lector en el transcurso del texto. A continuación, presento un modelo explicativo de la memoria a largo plazo, que he escogido por su sencillez y claridad, elaborado a partir de los planteamientos de Tulving, bajo el entendimiento de que esta memoria se compone de muchos subsistemas de memoria (Montañés y Brigard, 2005, pp. 115-116).


Figura 1. Esquema de la clasificación actual de la memoria a largo plazo.

Fuente: Montañés y Brigard (2005, pp. 115-144).

Entre las memorias que retoma este modelo, en principio se encuentra la memoria declarativa (explícita), la cual almacena recuerdos de forma consciente y corresponde a una voluntad por retener la información; en la memoria no declarativa (implícita) no hay una conciencia de aprendizaje, sino que de manera inconsciente registra información correspondiente a una experiencia a la que fue expuesta (Montañés y Brigard, 2005, pp. 117-118).

2.1.1. Memoria declarativa (explícita)

En esta clasificación se encuentra la memoria de hechos, que es una memoria semántica que almacena conocimientos, categorías o esquemas conceptuales, entre otros; es un saber aprendido y representado de manera simbólica, que al evocarse es independiente del tiempo y del contexto (Erll, 2012, p. 113).

Es un tipo de memoria no personal, no autobiográfica, ni tampoco espacio-temporal. Por ejemplo, datos como “París es la capital de Francia” o “el agua hierve a 100 °C” o incluso “la mosca es un insecto”, en general, todos aquellos que conforman lo que llamamos “cultura general”, pertenecen a la memoria semántica. De estos conocimientos no podemos decir, propiamente, cuándo o dónde los aprendimos con exactitud, sino que más bien forman parte de ese “conocimiento” o “saber” cultura general. (Montañés y Brigard, 2005, pp. 118-119)

También en la memoria declarativa (explícita) está la memoria episódica, que tiene que ver con los eventos, situaciones o vivencias únicas que “son experimentadas por la persona en particular. Por tal razón, esta memoria es prototípica, autobiográfica y localizable espacio-temporalmente, cosa que nos permite recordar, por ejemplo, cuándo fuimos a tal evento, con quién fuimos o a dónde fuimos” (Montañés y Brigard, 2005, pp. 118-119). Erll (2012), refiriéndose a Tulving, menciona que el recuerdo en esta memoria es “como ‘un viaje mental en el tiempo’, como un ‘revivir el propio pasado’” (p. 114).

En similar sentido, la interacción neurológica que proponen Ruiz y Cansino (2005) tras su investigación tiene como finalidad concebir a “la memoria episódica como un sistema, es decir, como un conjunto de poblaciones neuronales especializadas en el almacén de nuestras experiencias personales ligadas a un momento y lugar determinados” (p. 741). “El recuerdo episódico tiene un tinte subjetivo único; este recuerdo posee además una fuerte carga afectiva –a diferencia del recuerdo semántico–” (Erll, 2012, p. 115).

En la investigación moderna de la memoria se asume que la memoria episódica es jerárquicamente superior a la memoria semántica. En el proceso de almacenamiento en serie de las informaciones que tienen una relación con el yo, estas deben pasar, en primer lugar, por el sistema de la memoria semántica: “Si no hubiera la posibilidad de incluir las experiencias que tienen una relación con el yo en el sistema, compartido socialmente, de reglas y contextos, ningún acontecimiento tomaría forma en la conciencia ni se convertiría en una experiencia por recordar”. (Welzer, 2002, p. 104; Tulving y Markotwisch, 1998, citados en Erll, 2012, p. 115)

Con relación a esta memoria episódica-autobiográfica, el filósofo inglés John Locke encontró que el tipo de recuerdos autobiográficos constituyen la identidad y responsabilidad individuales: “Gracias al recuerdo, el individuo experimenta la continuidad de su yo, y basado en las experiencias que vivió en el pasado, está en capacidad de orientarse en el mundo” (Erll, 2012, p. 115).

Erll retoma la siguiente diferenciación de niveles dentro del saber autobiográfico:

1. Periodos de vida: son épocas largas de vida que se miden en años y décadas. Ejemplos: la época escolar, el tiempo que se vivió en una determinada ciudad, etcétera.

2. Acontecimientos de carácter general: son episodios largos, que están compuestos por hechos individuales; estos hechos abarcan días, semanas y meses. Ejemplo: unas determinadas vacaciones.

3. Hechos específicos: se trata del recuerdo de momentos bastante exactos, del recuerdo de episodios aislados, que duran segundos, minutos u horas. Ejemplo: el momento en el que usted vio por primera vez el Gran Cañón. (Schacter, citado en Erll, 2012, pp. 115-116)

Las investigaciones han demostrado que el cerebro establece diferencias según el afecto que se le tenga a lo recordado, según el tiempo que haya transcurrido entre el recuerdo y la evocación, y según su veracidad (Markowitsch, citado en Erll, 2012, p. 119). Lejos de que la razón y el sentimiento se excluyan entre sí, “las emociones –que se forman claramente en sí social y culturalmente– determinan enormemente nuestra conciencia, nuestra memoria y las decisiones que tomamos sobre nuestras acciones. La memoria autobiográfica no se puede pensar sin emociones” (Erll, 2012, p. 119).

Con base en las anteriores consideraciones, resulta pertinente mencionar la ligazón existente entre memoria e identidad que impide distinguirlas, ya que “[n]o puede haber identidad sin memoria (como recuerdos y olvidos), pues únicamente esta facultad permite la conciencia de uno mismo en la duración”. En este sentido, la persona que recuerda, domestica y se apropia del pasado, incorporándolo a su memoria y consolidando su identidad (Candau, 2002, pp. 116-117): “De cada época de nuestra vida, guardamos algunos recuerdos, sin cesar reproducidos, y a través de los cuales se perpetúa, como por efecto de una filiación continua, el sentimiento de nuestra identidad” (Halbwachs, 2004, p. 111).

“La memoria es el único instrumento por el cual podemos unir dos ideas y dos palabras”, es decir, escapar del apoderamiento de la inmediatez. Sin la memoria no hay más contrato, alianza o convención posible, no hay más fidelidad, no hay más promesas (¿quién va a recordarlas?), no hay más vínculo social y, por consiguiente, no hay más sociedad, identidad individual o colectiva, no hay más saber; todo se confunde y está condenado a la muerte, “porque es imposible comprenderse”. (Candau, 2002, p. 6)

La memoria intelectual de san Agustín, a través de la cual es posible la comprensión del mundo gracias a una preconcepción de categorías, con las cuales califica datos como “buenos”, “malos”, “verdaderos” o “falsos”, entre otras, “‘es lo que se denomina adecuadamente pensar’. Por lo tanto, pensar es poner en funcionamiento nuestra memoria. ‘La mente, es la memoria misma’ y casi podríamos cambiar el cogito por ‘recuerdo, luego existo’” (Candau, 2002, pp. 27-28).

Dado que son los recuerdos autobiográficos los que permiten la construcción de identidad, gracias a este tipo de memoria episódica la persona puede tener la sensación de continuidad temporal, duración o continuación de un estado:

La amnesia profunda del sujeto con frecuencia está acompañada por una pérdida de la identidad personal […] El marino que describe Oliver Sacks, víctima de una memoria que se detuvo en 1945, olvida en algunos segundos todas las experiencias ulteriores a esa fecha. Por eso, está “atascado” en el instante, en un momento vacío de sentido, sin pasado ni futuro, y por eso se vuelve un “alma perdida”. Por lo tanto, la memoria no es otra cosa que el nombre que se le da a esa facultad constitutiva de la identidad personal que permite que el sujeto se piense idéntico en el tiempo. Así se comprende que todo lo que amenaza la memoria “provoque pánico”. (Candau, 2002, p. 116; en similar sentido, véase también Jelin, 2002, p. 18)

2.1.2. Memoria no declarativa (implícita)

Mientras que los recuerdos semánticos y autobiográficos se producen de manera consciente, y por ello se ubican en la memoria explícita, en la memoria implícita se encuentra la experiencia del pasado que influye diariamente sin que tengamos una consciencia de ello (Schacter, citado en Erll, 2012, p. 116).

En la memoria no declarativa (implícita), en primer lugar se distingue la memoria de habilidades o hábitos, relacionada con el aprendizaje de habilidades motoras que se adquieren por procedimientos y se automatizan con la práctica, como jugar tenis o montar bicicleta, y corresponden a un “saber cómo” más que a un “saber qué”; la facilitación tiene que ver con un sistema de almacenamiento perceptual, como cuando se condiciona en una prueba a la persona para obtener luego cierto resultado (por ejemplo, completar palabras); por su parte, el condicionamiento clásico corresponde a un aprendizaje implícito de asociación no consciente entre un estímulo y una respuesta, como cuando el paciente se abstiene de darle la mano al médico que en una sesión anterior le picó la mano con un alfiler al saludarlo; finalmente, está el aprendizaje no asociativo concerniente a las vías reflejas (Montañés y Brigard, 2005, p. 119)3. Para consultar algunas referencias sobre los tipos de memoria, véanse Rincón (s. f.); Moraleda, Romero y Cayetano (2012); Ruiz y Cansino (2005).

Este fraccionamiento expuesto de la memoria en memorias corresponde a la diversidad de contenidos y la forma de procesamiento de la información almacenada, incumbiendo cada una a estructuras anatómicas específicas (Montañés y Brigard, 2005, p. 120; Rincón, s. f.; Candau, 2002, pp. 11-12). La investigación neurobiológica de la memoria ha mostrado que ella no ocupa un lugar fijo en el cerebro; “no es ningún depósito, sino que está formada por estructuras cognitivas que se crean de manera continua en el sistema nervioso” (Erll, 2012, p. 118).

Podríamos definir en términos biológicos, entonces, a la memoria como un proceso cognitivo o una facultad compleja a través de la cual es posible almacenar información, unida al aprendizaje, y recuperarla posteriormente bajo determinadas condiciones (Ballesteros, 1999, p. 706; Rincón, s. f., pp. 4-5; Moraleda et al., 2012; Ruiz y Cansino, 2005, p. 737; Erll, 2012, p. 118). Sin perderla de vista como una facultad constitutiva de identidad, este proceso se realiza en tres fases que han sido distinguidas por quienes lo han estudiado así: fase de registro-codificación, fase de almacenamiento-mantenimiento, y fase de recuperación; véanse Ballesteros (1999); Rincón (s. f.); Moraleda et al. (2012).

2.1.3. Fase de registro-codificación: atención, selección y aprendizaje

En esta primera fase, el registro se entiende como el impacto de un hecho y su estímulo sobre el sistema nervioso, lo cual genera que en el sistema correspondiente se forme una representación. Con ella codifica la información y se adquiere una representación en el sistema nervioso tomando formas diferentes dependiendo de las características del estímulo (Rincón, s. f., p. 14).

No toda la información procedente del medio externo se almacena en la memoria, como lo retoma Candau (2002) de Gaston Bachelard: “Nuestra alma no guardó el fiel recuerdo de nuestra edad ni la verdadera medida de la longitud del viaje a lo largo de los años: solo guardó el recuerdo de los acontecimientos que nos crearon en los instantes decisivos de nuestro pasado” (p. 31).

Solo aquella información que es considerada relevante se codifica, y una de las maneras como es seleccionada tiene que ver con la atención que a ella se le preste (Moraleda et al., 2012; Ruiz y Cansino, 2005). La atención puede ser definida como un proceso cognitivo que permite captar de manera fragmentada la realidad (Rincón, s. f., p. 5), como la “amplificación en la tasa de disparo o como un aumento de la actividad en un área cerebral particular involucrada en el procesamiento de un estímulo” (Ruiz y Cansino, 2005, pp. 733), “como un aumento en la actividad neuronal provocada por la selección de un estímulo o por la detección de otro novedoso” (pp. 737).

La razón para no almacenar toda la información recibida del ambiente tiene que ver con que nuestro cerebro realiza una selección de lo emotivamente importante para nosotros, luego de lo cual decide si debe o no guardarla (Rincón, s. f., p. 5): “Aquella información que se ha atendido y que, por lo tanto, ha provocado mayor activación en las áreas cerebrales que se encargan de procesarla parece tener mayor probabilidad de llegar a codificarse” (Ruiz y Cansino, 2005, p. 740).

Antes de lograr el registro de información, esta ha pasado por nuestra atención y emoción (Rincón, s. f., p. 5). Junto con la atención y la emoción trabaja también el aprendizaje, entendido por Moraleda et al. (2012) como “un proceso adaptativo por el que los seres vivos modifican su conducta en función de las necesidades del entorno. Es un cambio en el sistema nervioso que origina cambios en la conducta y se produce a causa de la experiencia”. Por medio de él es posible identificar la información correcta para responder a diferentes estímulos a partir de experiencias pasadas y de la incorporación de nuevas (Rincón, s. f., pp. 14-15), lo cual resulta indispensable para el desenvolvimiento en la vida cotidiana (Montañés y Brigard, 2005, p. 115).

2.1.4. Fase de almacenamiento-mantenimiento

Una vez se ha realizado el registro y la codificación de la información percibida, su representación es almacenada según sus características en un lugar específico de las diferentes memorias, en donde permanece antes de iniciarse la última de las fases (Rincón, s. f., p. 14).

2.1.5. Fase de recuperación

Ballesteros (1999) aduce el ingreso del concepto de “recuperación” en el campo de la psicología experimental a los trabajos del canadiense Endel Tulving (p. 710). En esta última fase de la memoria ocurre el proceso de “recuperación de la información almacenada mediante el reconocimiento o la evocación” (Moraleda et al., 2012). Entonces, el material almacenado se puede recuperar como resultado de una respuesta eficaz a señales asociadas a algún evento relacionado con el momento de guardar la información (Ballesteros, 1999; Rincón, s. f., p. 14). Esto implica una relación entre la presentación de estímulos para los sentidos y la reactivación de conocimientos previos, como lo exponen Ruiz y Cansino (2005), retomando a Van Petten et al. (p. 738): “A partir del momento en que las sensaciones tenían una función de memoria, el cuerpo tenía que integrarse en todo modelo explicativo de la memoria. Aquí se plantea la delicada cuestión de la localización de esta facultad en el cuerpo del sujeto”, ya que no existe un “centro” de la memoria (Candau, 2002, p. 24).

Joel Candau (2002), al analizar los fundamentos míticos y filosóficos de la memoria, recurre a la tipología desarrollada por san Agustín en su obra Las confesiones, en la que desarrolla tres tipos de memoria, una que corresponde a la memoria de los sentidos, gracias a la cual se conservan y se ordenan las imágenes de lo percibido por medio de las sensaciones que se ponen al servicio del pensamiento que las evoque: “Este poder evocador es prodigioso, pues en las tinieblas más completas logramos representarnos los colores, imágenes visuales e, incluso, sensaciones, solamente a través del recuerdo” (pp. 26-27).

Al respecto, cabe mencionar por una parte la existencia de “técnicas de memorización de gran riqueza en cada sociedad (basadas en el sonido, la imagen, las palabras, los objetos o, en sus aspectos comerciales, los manuales, los cursos de estudio, los seminarios, etc.)” (Candau, 2002, p. 38; véase también Erll, 2012, p. 47), y, por otra, el diseño de Warburg del concepto de “memoria visual colectiva”, para referirse al poder de los símbolos culturales en la activación de un recuerdo (Erll, 2012, p. 26).

Aunque el funcionamiento de la memoria no sea perfecto, por lo general cumple bien su función. Entonces, cuando la información ha sido almacenada eficaz y organizadamente, la recuperación de la misma no suscitará dificultades. Sin embargo, a pesar de que se cuente con gran cantidad de información, aparecen problemas en el acceso a esta, por ejemplo, como cuando las señales no resultan efectivas para que la recuperación se produzca, y en consecuencia se presenta un fallo en la recuperación del material (Ballesteros, 1999, pp. 706, 710-711). Por su parte, Moraleda et al. (2012) observan que el “olvido en ocasiones no es la pérdida de la información, sino la dificultad para acceder a ella, posiblemente por interferencias o falta de uso”.

Tulving y Thomson (1973) propusieron el principio de la codificación específica. Según este principio, existe una estrecha relación entre la codificación de los elementos en la memoria y su recuperación posterior. En este sentido, cualquier clave asociada a un elemento durante la fase de codificación podrá facilitar su recuperación en la fase de recuerdo posterior. (Ballesteros, 1999, p. 711)

2.2. Marcos sociales: expresión del recuerdo, ilusión de un pasado

De acuerdo con el avance que he intentado desarrollar sobre la comprensión de la memoria como una función neuronal que nos permite acudir a los recuerdos guardados en ella –a través de su activación por medio del estímulo a los sentidos, y las fases en que se desarrolla todo este proceso cognitivo–, resulta pertinente detenernos aquí en dos puntos relacionados con la última fase expuesta: la de recuperación. El primer punto tiene que ver con la indagación acerca de lo que constituye el recuerdo en esta fase; y el segundo, con lo que permite la utilización de esta información almacenada (por ejemplo, en la emisión de una conducta) (Ruiz y Cansino, 2005, p. 378).

¿Es el recuerdo una imagen fiel de la información almacenada en la memoria? La respuesta afirmativa a esta pregunta se le atribuye a Bergson, ya que él ha sido partidario de la existencia de la posibilidad de acceder a un “recuerdo puro” por medio de la “presencia virtual del pasado en el presente”, algo así como una regresión (Bergson, citado en Candau, 2002, p. 30, y en Halbwachs, 2004). Sin embargo, no han sido pocos quienes lo han contrariado por encontrar su postura inconcebible.

Por ejemplo, Joel Candau no puede creer en la existencia de una “huella pura” o un “testimonio fiel” de un acontecimiento pasado, ya que participa de la idea de Jean Guillaumin, según la cual el recuerdo es además “una elaboración novelada del pasado, tejida por los afectos o las fantasías, cuyo valor, esencialmente subjetivo, se establece a la medida de las necesidades y deseos presentes del sujeto” (Guillaumin, citado en Candau, 2002, pp. 18, 30). En sentido similar, Ricoeur (2010) denuncia como ilusión la idea de espontaneidad de un sujeto individual de rememoración, ya que quien recuerda ha sido permeado por los acontecimientos que han ocurrido entre la vivencia y el momento de evocación. Por ello “un reflejo no se explica por otro reflejo anterior sino por la cosa que él reproduce en el instante mismo”; de ahí que resulte imposible el recuerdo conservado en lo idéntico (Halbwachs, citado en Ricoeur, 2010, pp. 159-160; Halbwachs, 2004, p. 40).

La psicología cognitiva, con Richard Semon, introdujo en 1904 el concepto de ecforia. Según esta conceptualización, el recuerdo representa una síntesis entre un engrama (rastro de memoria) y un cue (estímulo), formando un todo que se diferencia de sus dos partes (Schacter, citado en Erll, 2012, pp. 116-117).

De conformidad con lo dicho, el recuerdo puede describirse, según Joel Candau (2002), como una “variedad especial de imagen”, como “un reflejo, una copia más o menos fiel del objeto percibido”, en todo caso como algo diferente al acontecimiento pasado (pp. 29, 33), porque la imagen que ha quedado impresa en la memoria es “como un acontecimiento de mi vida; tiene como dato esencial el llevar una fecha, y el no poder por consiguiente repetirse” (Bergson, citado en Halbwachs, 2004, p. 123). Y, en cuanto imagen, no como reproducción sino como representación, “imitan a veces nuestros estados presentes, cuando nuestros sentimientos actuales vienen a su encuentro y se incorporan” (pp. 42, 50).

Así, el libro que leyó el niño y que ahora se encuentra en manos del adulto, ¿será posible que tenga una lectura igual de estos dos sujetos ya tan diferentes? Halbwachs (2004) destina no pocas páginas, con base en este ejemplo, para mostrar la incapacidad del adulto para reproducir en detalle todo lo que la lectura despertó en el niño, lo cual evidencia la distancia que subsiste entre el recuerdo vago del presente en relación con la impresión de la infancia (p. 105), y resalta que “para releer un libro con la misma disposición que cuando éramos pequeños, ¡cuántas cosas deberíamos olvidar!” (p. 109).

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
360 s. 17 illüstrasyon
ISBN:
9789587838862
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi: