Kitabı oku: «¿Podemos adelantar la Segunda Venida?», sayfa 2

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Capítulo 1
No el “qué”, sino el “cuándo”

El 20 de marzo de 1942 es una fecha muy recordada. Ese día, el general Douglas MacArthur arribó a Australia luego de escapar de las Filipinas. En esa ocasión, afirmó: “Me fui, pero volveré”. Hizo esta promesa debido a que tuvo que abandonar a sus hombres en la Isla de Corregidor, en las afueras de Manila, a manos del ejército japonés, que tomó la isla y el control de Filipinas, durante la Segunda Guerra Mundial.

En realidad, MacArthur no huyó, sino que muy a su pesar tuvo que obedecer las órdenes del presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, quien le pidió que abandonara la isla y se dirigiera a Australia, para ser investido como el comandante de todas las tropas de los Estados Unidos.

Tres años más tarde, el 3 de febrero de 1945, las tropas del general MacArthur entraban en Manila para comenzar la batalla que lleva el nombre de esa ciudad, que duró más de un mes y con la que finalmente MacArthur recuperó las Filipinas y cumplió su promesa de volver por los suyos y recuperar ese territorio.

Algo semejante sucedió cuando Cristo tuvo que ascender a los cielos después de su muerte y la resurrección. Allí en la Cruz, obtuvo la victoria sobre el pecado y la muerte, al pagar el rescate por nuestra salvación. Sin embargo, el gran conflicto entre él y Satanás no acabó allí, por más deseos que él tuviera. Ni siquiera pudo quedarse con los suyos, aunque envió al Espíritu Santo como su representante en nuestra ayuda.

Estoy seguro de que Cristo tenía más deseos de quedarse aquí para proteger a los suyos que los que tuvo MacArthur. Pero, como Comandante en Jefe de los ejércitos de los cielos, tenía una misión mayor: interceder por nosotros ante el Padre como Sumo Sacerdote del Santuario celestial. Dado que una de las tareas de Satanás en este conflicto es ser acusador de los hombres hasta que termine el tiempo de gracia, Cristo está intercediendo por ti y por mí ante el Padre, con el objetivo de que no caigamos en territorio enemigo, sino que finalmente seamos rescatados.

Sí, Cristo ascendió a los cielos, pero se fue aún con otro objetivo: preparar lugar para nosotros. Allí, en la Santa Jerusalén, está preparándonos mansiones para que vivamos por la eternidad junto a él. Y así como cumplió todas las promesas dentro de su plan de salvación, y al igual que llegado el tiempo justo vino por primera vez a esta Tierra a morir por nosotros, vendrá en las nubes de los cielos con poder y gran gloria para llevarnos consigo. Sí, su promesa tiene mucho más peso que la del general MacArthur, dado que ha cumplido todas las demás.

La discusión en perspectiva

Antes de pasar a analizar conceptos teológicos contrapuestos con respecto a la demora de la Segunda Venida, pongamos esta discusión en perspectiva. Solo estamos discutiendo el cuándo, no el qué. No estamos poniendo en duda si Jesús volverá por segunda vez. No, estamos analizando solo el cuándo, la fecha, el momento (el timing, dirían en inglés), pero en ningún momento me gustaría que quedaran dudas con respecto a ese evento glorioso que pondrá fin a la historia de pecado y sufrimiento en este mundo.

Jesús lo prometió cuando estuvo en esta Tierra: “Cuando todo esté listo, volveré para llevarlos, para que siempre estén conmigo donde yo estoy” (Juan 14:3). Los ángeles volvieron a repetírselo a los discípulos: “Jesús fue tomado de entre ustedes y llevado al cielo, ¡pero un día volverá del cielo de la misma manera en que lo vieron irse!” (Hech. 1:11). Es la nota tónica de toda la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento: “Pues el Señor mismo descenderá del cielo con un grito de mando, con voz de arcángel y con el llamado de trompeta de Dios. Primero, los creyentes que hayan muerto se levantarán de sus tumbas. Luego, junto con ellos, nosotros, los que aún sigamos vivos sobre la tierra, seremos arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Entonces estaremos con el Señor para siempre” (1 Tes. 4:16, 17). Y es el anhelo de cada discípulo de Cristo: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc. 22:20).

Así como Cristo cumplió todas las promesas dentro de su plan de salvación, y al igual que llegado el tiempo justo vino por primera vez a esta Tierra a morir por nosotros, vendrá en las nubes de los cielos con poder y gran gloria para llevarnos consigo.

Pero, la Segunda Venida ya estaba mencionada antes, en el Antiguo Testamento. De hecho, toda la escatología (o doctrina del ésjaton, según el término en griego que se refiere a “el fin”) del Antiguo Testamento gira alrededor de la venida de Jehová. Los profetas de lo antiguo mencionan con frecuencia “aquel día” (Zac. 14:9) o “esos días” (Joel 2:29), o sencillamente se refieren a “ese tiempo” en que se materializaría la salvación (Dan. 12:1). Es más, ese evento es referido como el “día del Señor” (Sof. 1:14), o “día de Jehová”, según otras versiones.

Dado que ese gran día traería tanto salvación para los que esperan a Dios en sus caminos como juicio para aquellos que se han apartado de él, los profetas a menudo instaron a Israel y a las naciones vecinas a estar preparadas y acercarse a Dios. “Busquen al Señor” (Sof. 2:3), era la súplica del profeta.

Esa necesidad de preparación también es enfatizada por el profeta Amós: “¡Prepárate para encontrarte con tu Dios en el juicio!” (Amós 4:12). Y en el libro de Abdías se concentra la advertencia contra todas las naciones que no andaban en los caminos de Dios: “¡Se acerca el día cuando yo, el Señor, juzgaré a todas las naciones paganas!” (Abd. 1:15). Pero ese evento traería también el reinado completo de Jehová: “En aquel día […] el Señor será rey sobre toda la tierra. En aquel día habrá un solo Señor y únicamente su nombre será adorado” (Zac. 14:8, 9).

Algo importante aquí es que, para todos estos anuncios proféticos, el “día del Señor” es un evento real, material e histórico. La venida del Señor irrumpe en la sucesión histórica de imperios mundiales. Y, dado que precisamente interrumpe el curso histórico natural, se trata de un evento culminante. Además, es un evento de dimensiones globales; no se trata de un suceso local o regional del que alguien pueda escapar, sino que toda la Tierra quedará afectada por la venida del Señor (Isa. 2:12–19; Sof. 3:8; Mal. 4:1).

Por eso, más allá de que los profetas del Antiguo Testamento lo predijeron, más allá de la promesa de Jesús y más allá de que cada escritor del Nuevo Testamento hizo alusión a esa “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13, RVC), toda la Biblia asume con certeza el cumplimiento futuro de esa promesa: “¡Miren! Él viene en las nubes del cielo. Y todos lo verán, incluso aquellos que lo traspasaron. Y todas las naciones del mundo se lamentarán por él. ¡Sí! ¡Amén!” (Apoc. 1:7).

¿Y el “cuándo”?

Si bien Jesús mismo dejó en claro que “nadie sabe el día ni la hora en que sucederán estas cosas” (aludiendo al hecho de que nadie sabe el momento exacto de la Segunda Venida), también se nos dice que los hijos de Dios “no están a oscuras acerca de estos temas, y no serán sorprendidos cuando el día del Señor venga como un ladrón” (1 Tes. 5:4).

Cierta vez, un padre le dijo a su hijo de cinco años que emprendería un extenso viaje, pero le aseguró:

–Volveré.

–¿Cómo sabré que estarás por regresar? –le preguntó el chico al papá.

–Cuando veas el patio cubierto por las hojas de los árboles, faltará poco para mi regreso –respondió el padre, después de pensarlo un poco.

A partir de la salida del papá, todos los días el niño corría al patio para ver los árboles. A medida que el otoño se fue aproximando, las hojas comenzaron a colorearse de rojo y amarillo. Una noche, se desató un fuerte ventarrón. A la mañana siguiente, como lo hacía usualmente, el chico salió a dar su paseo y se sorprendió al descubrir que el patio de su casa estaba cubierto de hojas secas. Entonces, exclamó:

–¡Papá está volviendo a casa!

La Biblia nos cuenta, en Marcos 13:1 y 2, una historia parecida. Jesús estaba saliendo del atrio del Templo, cuando uno de sus discípulos señaló y dijo:

–Maestro, mira qué piedras, y qué edificios.

La respuesta de Jesús lo desconcertó:

–¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada.

Los discípulos se reunieron a un costado para discutir qué era lo que Jesús había querido decir. Luego de llegar a una conclusión, volvieron a él: “ [...] ‘Dinos, ¿cuándo sucederá todo eso? ¿Qué señal marcará tu regreso y el fin del mundo?’” (Mat. 24:3).

Jesús, entonces, pasó a enumerarles una serie de señales que marcarían la cercanía de su regreso. Enumeró señales en los ámbitos político y militar (vers. 6, 7), señales en el ámbito de la naturaleza (vers. 7), señales en el ámbito social (vers. 10, 12) y señales en el ámbito religioso (vers. 24).

Tomemos, por ejemplo, las señales en la naturaleza. A nadie le quedan dudas de que la naturaleza se está comportando de una manera extraña, alocada. Grandes ciclones y tormentas tropicales, terremotos, tsunamis e inundaciones golpean el globo cada vez con mayor intensidad.

Después de interpretar las señales de la naturaleza, los científicos colocaron el reloj en las 23:58; ¡sí, a solo dos minutos de la medianoche!, dando a entender que nos acercamos rápidamente al fin. Y no olvidemos que la mayoría de los científicos son ateos.

El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, el organismo de la ONU que quizás haya estudiado con más profundidad los grandes cambios en la naturaleza, en su informe de 2007 ya señalaba: “La advertencia del sistema climático es inequívoca”, y advertía de las “previsibles y devastadoras consecuencias del cambio climático”.

Cada vez que Jesús habla de las señales en la naturaleza, las vincula con el hambre, y la aparición de pestilencias y enfermedades (Mat. 24:7; Mar. 13:8). Efectivamente, las variaciones en el cambio climático están haciendo que los cultivos de cereales disminuyan drásticamente, sobre todo en los trópicos. Esto trae, como consecuencia, la reaparición del hambre. De hecho, el hambre, actualmente, es la preocupación número uno de la ONU, tras la crisis de la suba de alimentos que se ha desatado en los últimos años.

Con respecto a las pestes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que los nuevos patrones de lluvias, sequías y tormentas están acelerando la expansión de enfermedades como la malaria o el paludismo y la fiebre del dengue en varias regiones. El rebrote del ébola en el oeste de África ha puesto en alerta al mundo entero. El cambio climático está empeorando las crisis de salud en muchos países en los que el acceso a la salud no es igualitario. La directora general de la OMS, Margaret Chan, declaró que “las enfermedades y las condiciones sensibles al cambio climático ya están creando enormes cargas a muchos países […]. El impacto del cambio climático está actuando como un amplificador”.

Pero, hay más todavía. Después del informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de 2007, los científicos de la Revista de la Asociación de Científicos Nucleares Estadounidenses decidieron adelantar el “reloj del juicio final”. Este reloj contiene dos agujas que no corren. Una de ellas, la de las horas, está permanentemente fijada en las 12. La otra, la de los minutos, ha sido movida en 19 ocasiones durante el último medio siglo. El reloj fue creado en 1947, para dar a entender cuán cerca se encuentra nuestro mundo de “las 12”; es decir, de su fin.

Después de interpretar las señales de la naturaleza, los científicos colocaron el reloj en las 23:58; ¡sí, a solo dos minutos de la medianoche!, dando a entender que nos acercamos rápidamente al fin. Y no tenemos que olvidar que la mayoría de estos científicos son ateos.

Lo que necesito saber acerca de la Segunda Venida

1 La segunda venida de Cristo es la bienaventurada esperanza de la iglesia, la gran culminación del evangelio (Tito 2:13, Heb. 9:28; Juan 14:1–3; Hech. 1:9-11; Mat. 24:14).

2 La venida del Salvador será literal, personal, visible y de alcance mundial (Apoc. 1:7; Mat. 24:43).

3 Cuando el Señor regrese, los justos muertos resucitarán y, junto con los justos que estén vivos, serán glorificados y llevados al cielo, pero los impíos morirán (1 Tes. 4:13-18; 1 Cor. 15:51-54; 2 Tes. 1:7-10; 2:8; Apoc. 14:14-20; 19:11-21).

4 El hecho de que la mayor parte de las profecías esté alcanzando su pleno cumplimiento, unido a las actuales condiciones del mundo, nos indica que la venida de Cristo es inminente. El momento en que ocurrirá este acontecimiento no ha sido revelado y, por lo tanto, se nos exhorta a estar preparados en todo tiempo (Mat. 24; Mar. 13; Luc. 21; 2 Tim. 3:1-5; 1 Tes. 5:1-6).

Como Sodoma y Gomorra

En su sermón profético, Cristo mismo estableció la comparación: “Cuando el Hijo del Hombre regrese, será como en los días de Noé” (Mat. 24:37). Y si bien la aplicación primaria es establecer que la última generación sobre la Tierra no estará mejor preparada para una destrucción repentina que la generación previa al Diluvio (Jesús culmina esta sección con las palabras: “¡Así que ustedes también deben estar alerta!, porque no saben qué día vendrá su Señor”, vers. 42), el contexto social de los días de Noé también sirve como ilustración de la condición actual de nuestra sociedad.

Más allá de que todo lo que la gente “pensaba o imaginaba era siempre y totalmente malo” (Gén. 6:5), Dios “observó toda la corrupción que había en el mundo, porque todos en la tierra eran corruptos” (vers. 12). Y esa fue la razón dada por Dios para la destrucción del mundo por medio de agua: “He decidido destruir a todas las criaturas vivientes, porque han llenado la tierra de violencia. Así es, ¡los borraré a todos y también destruiré la tierra!” (vers. 13).

No hace falta detenerse a ejemplificar la violencia actual que impera en el mundo. Basta con encender la televisión y mirar un noticiero, leer el diario o, en la mayoría de los casos, ¡con solo salir a la calle! Asesinatos, robos violentos, violaciones, agresiones verbales y físicas, abusos verbales; toda una gama de violencia que se despliega minuto a minuto. Y está lejos de mejorar. En realidad, todo indica que empeorará. Una de las razones es el hacinamiento de millones de personas en condiciones menos que ideales. Sí, las grandes ciudades del mundo son también las grandes usinas de violencia en el mundo.

En 2014, un informe de la División de Población de la Organización de las Naciones Unidas estableció que un 54 % de la población mundial vivía en las ciudades, y que para el año 2050 dos de cada tres pobladores mundiales vivirán en las ciudades.6 El problema es que está probado que cuantas más personas vivan en una ciudad mayor será el porcentaje de violencia, robos y asesinatos. Los delitos violentos aumentan proporcionalmente con el aumento de la población que vive en las ciudades. No es raro pensar que, otra vez, Dios tenga que intervenir porque “han llenado la tierra de violencia”.

Pero, hay otra sociedad histórica con la que Cristo comparó la sociedad de los últimos días. Él afirmó que, en los días previos a la Segunda Venida, “el mundo será como en los días de Lot” (Luc. 17:28). Claramente, se está refiriendo a la sociedad de las ciudades de Sodoma y Gomorra, donde vivía Lot. Dios mismo dijo de esas ciudades: “He oído un gran clamor desde Sodoma y Gomorra, porque su pecado es muy grave. Bajaré para ver si sus acciones son tan perversas como he oído...” (Gén. 18:20, 21). ¿Cuál era ese “pecado muy grave” de estas ciudades? El contexto nos dice que los hombres de Sodoma intentaron una violación homosexual múltiple con los dos ángeles (que a ellos se les aparecieron como dos hombres). De allí que la “sodomía” se asocie a las relaciones homosexuales, ya sean consentidas como forzadas. Ezequiel menciona que Sodoma cometió “pecados detestables” (Eze. 16:49, 50), y lo hace empleando el mismo término que utiliza Levítico 18:22 para referirse a la homosexualidad.

Hay una presión cada vez más fuerte por parte de ciertos sectores para naturalizar lo que, desde el punto de vista bíblico, es antinatural: las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Romanos afirma que el hombre, al “cambiar” la verdad acerca de Dios por una mentira, también “cambió” el orden natural de la familia y el sexo: “Aun las mujeres se rebelaron contra la forma natural de tener relaciones sexuales y, en cambio, dieron rienda suelta al sexo unas con otras. Los hombres, por su parte, en lugar de tener relaciones sexuales normales, con la mujer, ardieron en pasiones unos con otros. Los hombres hicieron cosas vergonzosas con otros hombres” (Rom. 1:26, 27).

El avance del marxismo cultural (o nueva izquierda), que impone una agenda feminista en la que se ridiculiza a quien cree en una idea bíblica de la familia, sumado al lobby de asociaciones de homosexuales y otros grupos de interés que luchan para imponer su ideología de género en escuelas y otros organismos públicos, hacen cada vez más difícil educar a nuestros hijos en los ideales de una familia bíblicamente definida.

Sí, nuestras sociedades actuales cada vez se parecen más a los “días de Noé” y a los “días de Lot”. Pablo afirmó que en el período anterior al regreso de Cristo habría “tiempos muy difíciles” (otras versiones dicen que serían “tiempos peligrosos”). Además, afirmó que las ciudades estarían llenas de gente que “solo tendrá amor por sí misma y por su dinero. Serán fanfarrones y orgullosos, se burlarán de Dios, serán desobedientes a sus padres y malagradecidos. No considerarán nada sagrado. No amarán ni perdonarán; calumniarán a otros y no tendrán control propio. Serán crueles y odiarán lo que es bueno. Traicionarán a sus amigos, serán imprudentes, se llenarán de soberbia y amarán el placer en lugar de amar a Dios” (2 Tim. 3:1-5). En este contexto, se nos exhorta a alejarnos de “esa clase de individuos”, y a “permanecer fiel[es] a las cosas” que se nos han enseñado (vers. 14).

Estamos viviendo en los últimos días. Nuestra sociedad cada vez se asemeja más a aquellas en las que Dios tuvo que intervenir para poner un límite al avance de la maldad, la violencia y la inmoralidad. Cristo está a las puertas. La pregunta es: ¿estás preparado? “Ustedes también deben estar preparados todo el tiempo, porque el Hijo del Hombre vendrá cuando menos lo esperen” (Mat. 24:44).

Sí, Jesús está a las puertas. El tiempo es breve. El momento de cultivar nuestra relación con Jesús es ahora. Mañana puede ser demasiado tarde. Nuestra sociedad es cada vez más parecida a Sodoma y Gomorra. Cristo está a las puertas. La pregunta es: ¿Estás preparado?

Lo que puede enseñarnos una higuera

Jesús les dijo a los discípulos: “Ahora, aprendan una lección de la higuera. Cuando las ramas echan brotes y comienzan a salir las hojas, ustedes saben que el verano se acerca. De la misma manera, cuando vean que suceden todas estas cosas, sabrán que su regreso está muy cerca, a las puertas” (Mar. 13:28, 29).

Evidentemente, la gran “higuera” de la naturaleza nos está diciendo a gritos que “el verano” se acerca. Sí, Jesús está a las puertas. El tiempo es breve. El momento de cultivar nuestra relación con Jesús es ahora. Mañana puede ser demasiado tarde. “Y, ya que ustedes tampoco saben cuándo llegará ese tiempo, ¡manténganse en guardia! ¡Estén alerta!” (Mar. 13:33).

Preparación: más allá de los labios

Como confesión cristiana, creemos en esta promesa de Jesús tan firmemente que se encuentra en el mismo ADN y nombre de nuestra iglesia: “Adventista del Séptimo Día”. Pero, surgimos no solo con el propósito de proclamar esta verdad sino también para anunciar que ese evento, que pondrá fin a la historia de pecado y sufrimiento de este mundo, se encuentra “a las puertas” (Mat. 24:33), ya que el mismo Jesús dijo: “¡Sí, yo vengo pronto!” (Apoc. 22:20).

No obstante, esa proclamación, que tiene también una connotación de advertencia (“Teman a Dios, y denle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua” [Apoc. 14:7, RVC]), traspasa los labios del Remanente, el grupo a quien se le encarga esta tarea.

Por ejemplo, lo que destaca el mismo contexto de Apocalipsis 14, donde aparece el triple mensaje angélico que proclama el remanente, es que su misión está teñida con su identidad. Este remanente puede hacer un llamado a adorar al Creador porque, entre otras cosas, observa el cuarto Mandamiento, que fue diseñado para recordar a Dios como tal: “Acuérdate de guardar el día de descanso al mantenerlo santo. […] Pues en seis días el Señor hizo los cielos, la tierra, el mar, y todo lo que hay en ellos; pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día de descanso y lo apartó como un día santo” (Éxo. 20:8-11). Así, los que pertenecen al Remanente son “los que obedecen los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17), definición de identidad que se vuelve a repetir en Apocalipsis 14:12.

Sin embargo, más allá de esta definición que incluye la creencia en Dios como Creador y la obediencia a los Diez Mandamientos, incluyendo el cuarto, el apóstol Pedro indica que la autoridad para proclamar el pronto regreso de Jesús proviene del testimonio vivo de una vida santificada: “Dado que todo lo que nos rodea será destruido de esta manera, ¡cómo no llevar una vida santa y vivir en obediencia a Dios!” (2 Ped. 3:11). Así, “mientras esperan y aceleran la venida del día de Dios” (2 Ped. 3:13, BLP), los que pertenecen al Remanente deben llevar una vida que condiga con el mensaje que predican: “Por lo cual, queridos amigos, mientras esperan que estas cosas ocurran, hagan todo lo posible para que se vea que ustedes llevan una vida pacífica que es pura e intachable a los ojos de Dios” (2 Ped. 3:14).

Porque la mera declaración de creencias, una mera expresión de “fe”, sin el respaldo de una vida transformada que se manifiesta en obras de servicio, evidencia una vida espiritual muerta: “Amados hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo demuestra con sus acciones? ¿Puede esa clase de fe salvar a alguien? Supónganse que ven a un hermano o una hermana que no tiene qué comer ni con qué vestirse y uno de ustedes le dice: ‘Adiós, que tengas un buen día; abrígate mucho y aliméntate bien’, pero no le da ni alimento ni ropa. ¿Para qué le sirve? Como pueden ver, la fe por sí sola no es suficiente. A menos que produzca buenas acciones, está muerta y es inútil” (Sant. 2:14-17).

Somos un pueblo que espera y apresura, un pueblo que anuncia y proclama, pero también un pueblo que vive su fe, que se santifica cada día y que muestra el gran amor de nuestro Padre en cada interacción con sus semejantes. Eso es creer y vivir la Segunda Venida.

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283 s. 23 illüstrasyon
ISBN:
9789877981131
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