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Estudio preliminar

Podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que el ser humano siempre ha sentido la necesidad de viajar y podemos afirmar también que siempre ha sentido la necesidad de dejar constancia de haber realizado el viaje. Cuando estas dos premisas se unen, aparece lo que denominamos literatura de viajes. A lo largo de la historia, en todas las épocas, en todos los países, en todas las culturas, se han escrito relatos de viajes, ya sean reales o ficticios, imaginativos o descriptivos, poéticos, fantásticos, novelados o introspectivos, aunque no todos se pueden adscribir al género “literatura de viajes”.

Cuando hablamos de literatura de viajes o de libros de viajes, y los que nos dedicamos a investigarla lo sabemos muy bien, tenemos que establecer unos límites y, aunque a veces estos se difuminen e incluso nos puedan inducir a error, hay dos elementos claros que hacen que podamos incluir o no ciertas obras bajo ambos epígrafes. En primer lugar, el viaje tiene que ser real y descriptivo y, en segundo lugar, el propio viajero debe ser el autor y, a su vez, el protagonista de la obra que va escribiendo. Podríamos decir que el libro de viajes es un diario al que se hubiera despojado de toda carga intimista y de toda la introspección que los caracteriza, un diario escrito para que otros lean todo lo exterior que rodea en cada momento al protagonista y donde los aspectos triviales y cotidianos adquieren categoría literaria sin que se pretenda en absoluto que asome algo del interior o del alma del viajero, alejándose de este modo de lo que hoy se denomina literatura del “yo”.

En el libro de viajes, el autor no tiene que imaginar un argumento o unos personajes a los que dar vida y de cuyos comportamientos sea o se sienta responsable, no tiene que mover más hilos que los que supone escoger el itinerario y la duración de sus estancias en los distintos lugares que visita. Al decidir lo que describe y lo que no, el autor actúa como filtro de la realidad, pero él no realiza ninguna tarea creativa, y es más, ni siquiera se le pide que se preocupe demasiado por aspectos estilísticos o formales, e incluso a algunos se les perdona que sean pésimos escritores. Y, puestos a perdonar, también se les concede licencia o, en la mayoría de los casos ellos se la toman sin ningún miramiento, para copiar tratados de historia y arte y ofrecerlos como parte de sus narraciones, actuando, sobre todo los viajeros extranjeros, protegidos por la distancia entre el país que se describe y el país donde se publican los relatos de sus aventuras, porque, dicho sea de paso, muchos escritores de libros de viajes, en particular los de épocas pretéritas, no contaban con que sus obras se difundiesen mucho ni con que las leyesen los autóctonos del país que van describiendo. Eso les hacía narrar como el que lo hace de incógnito, hecho este en el que radica el valor de algunos de estos libros como documentos sociológicos.

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Los ingleses, pioneros en tantos aspectos relacionados con la educación, también lo fueron en lo que a viajes se refiere. Con objeto de proporcionar una buena formación a jóvenes de familias adineradas, como colofón a su educación idearon lo que con posterioridad se denominó el Grand Tour, viaje iniciático que solía incluir los países más desarrollados de Europa, es decir, Francia, Suiza, Alemania e Italia, incluso algunos, con más tiempo, se permitían el lujo de visitar Austria.

Algunos jóvenes, acompañados por su tutor, aprendían alemán y francés y perfeccionaban su conocimiento de latín y griego. En Alemania estudiaban leyes, aprendían a bailar y a moverse con gracia por los salones de la corte, para pasar con posterioridad a Italia, donde aparte de visitar museos y monumentos arquitectónicos, continuaban su aprendizaje en todo lo referente a relaciones sociales. En poco tiempo podían moverse con soltura entre la sociedad. Esta se suponía que era la buena educación que tendría que tener un futuro político o cualquier persona que se considerase culto.

España, marginada del Grand Tour, mantenía su imagen de país pobre y sin ningún interés. Sus gentes se consideraban supersticiosas y sumidas en la más profunda ignorancia. De todos era conocido que el viaje por España era difícil, los caminos eran malos y estaban infestados de bandoleros y la comida, si es que se conseguía, era poco apetecible y las ventas y posadas no eran mejores.

Con el paso de los años, sin embargo, España comienza a tenerse en cuenta a la hora de proyectar un viaje, y es entonces, y sobre todo durante el siglo XIX, cuando España se convierte en un importante foco de atracción para las miradas y mentes aventureras de toda Europa, que recorren nuestro país, se deleitan con nuestras costumbres o las hacen objeto de sus más encarnizadas críticas, enjuician todo lo que ven o medio ven, todo lo que oyen o medio oyen y todo lo que entienden o medio entienden. El profesor Antonio Domínguez Ortíz nos dice:

El destino de los pueblos depende en parte de la imagen que suscitan, de la opinión que de ellos se tiene. Aun antes de que la oleada turística se convirtiera en una gran palanca económica, estaba ya en el interés de las naciones prestigiar su figura ante los demás. Esto se lograba, ante todo, en una época de escasos medios de comunicación social, gracias a los historiadores, los geógrafos y los viajeros.****3

Hay algo sorprendente en este flujo de viajeros procedentes en su mayoría de los distintos países de Europa: al atravesar los Pirineos o al desembarcar en Gibraltar o en las costas gaditanas, son cientos los que sienten la necesidad de poner en letras de molde el relato de su viaje. Como apunta F. H. Deverell****4 en 1884, España era:

“[…] tierra de bandoleros y corridas de toros, de mantillas y abanicos, de muleros y jóvenes aguadoras con sus cántaros, la tierra de la guitarra y las serenatas, la tierra de baladas y romances y la tierra donde siempre reina el amor. De hecho, en España parece que exista una especie de encantamiento que danza alrededor de todo; incluso los gitanos parecen investidos con un peculiar interés que no se les otorga en otros paises.”

Una vez de vuelta a sus respectivos países, a muchos de ellos les movió a publicar sus experiencias de viaje un afán de ayudar a futuros viajeros a salvar todos y cada uno de los inconvenientes por los que ellos habían pasado y que habían superado de forma heroica.

Las editoriales del momento se dieron cuenta de que este género constituía un buen negocio y en número considerable se lanzaron a publicar cualquier relato al que tuviesen acceso. De hecho, muchas ya encargaban el libro al viajero antes de que él o ella emprendiera su aventura, siendo esta una de las causas principales de que los libros de viaje por España en su mayoría incluyeran capítulos de lo que se consideraba vendible, como podían ser descripciones de la fiesta nacional, los atracos a manos de apuestos y nobles bandoleros, casi siempre más ficticios que verdaderos, los bailes y cantes típicos entre las comunidades gitanas del país y, sobre todo, las detalladísimas descripciones de monumentos arquitectónicos, sin olvidar la importancia en estos relatos de los aspectos geográficos y socio económicos de las diferentes zonas por las que transcurría el viaje.

Así pues, aparecieron infinidad de libros a modo de guías en los que con tratamiento más o menos literario se daban hasta los nombres de las mulas que tiraban de las diligencias, los precios de las comidas, si eran o no ruidosas las habitaciones de esta u otra posada, etc. Otros, simplemente, publicaron para que sus familiares y amigos pudiesen disfrutar de sus peripecias y aventuras en tierras tan lejanas sin ningún tipo de riesgo y desde la tranquilidad de sus hogares.

Efectivamente, entre los siglos XVII y XX se escriben un gran número de libros sobre España, pero salvo unos pocos salidos de la pluma de personajes de cierto renombre****5, ya fuera por los cargos políticos que ostentaban, por los puestos que ocupaban en la sociedad de su tiempo o por ser escritores consumados en otros géneros literarios y cuyas obras tenían en cierto modo asegurado el éxito de público y de la crítica, la gran mayoría fueron escritos por viajeros “desconocidos en el terreno literario”, hombres y mujeres que publicaron sus narraciones después de realizada su “aventura española” como obras aisladas, muchos de ellos con la única intención del deleite de sus familiares y amigos****6. Estos viajeros no se contaban entre los escritores consumados cuyas biografías y bibliografías fueron conocidas y difundidas. Al contrario, solo un número muy reducido de escritores de viajes sobre España alcanzaron celebridad como tales. El grueso estuvo formado por militares, historiadores, geólogos, botánicos, clérigos, escritores de viaje profesionales, simples viajeros, algunos escondidos tras el anonimato, y tantos otros que al pisar España sintieron, y aún hoy sienten, la necesidad de dejar constancia de sus experiencias de viaje****7.

Si viajar por España, se puso de moda a comienzos del siglo XIX, fue sin lugar a dudas Andalucía la tierra mágica que la mayoría de los extranjeros deseaban recorrer.

Viajaron por Andalucía infinidad de extranjeros, sobre todo centroeuropeos, pero fueron, sin embargo, los viajeros que llegaron desde las Islas Británicas e Irlanda y un tanto en menor grado los norteamericanos, los que han dejado una producción más amplia y más continuada a lo largo de todo el siglo XIX y primera mitad del XX. Si tenemos en cuenta las dotes de observación que enriquecen el temperamento anglosajón, no es de extrañar que se dedicasen a observar países extranjeros.

Durante el primer tercio del siglo XIX los viajeros fueron políticos y embajadores con sus familias y séquitos, soldados escritores que tomaron parte en la Guerra de la Independencia al lado de los ejércitos españoles. Caballeros adinerados y alguna que otra dama de fortuna que, aunque dedicados gran parte de su vida al dolce far niente en las concurridas playas de la Riviera francesa, emprendieron la aventura española y cambiaron el lujo y esplendor de los hoteles de moda por las chinches y la suciedad en las ventas de los caminos andaluces. Al avanzar el siglo dejaron constancia de su viaje comerciantes enviados por empresas para hacer estudios de mercado o naturalistas que, debido al interés y desarrollo de las ciencias que se evidencia de forma temprana en las Islas Británicas, realizaron estudios de geografía, geología y botánica en diversas zonas de Andalucía.

Los viajeros que recorrieron Andalucía, además de buscar aventuras, tenían como objetivo dar fe de los tópicos y prejuicios con los que habían abandonado sus respectivos países, tópicos de los que difícilmente lograban despojarse. Todo lo enjuiciaban y, aunque no podemos negar la valía de sus afirmaciones, en muchas ocasiones estas eran pobres y repetitivas.

Andalucía ofrecía al viajero todo lo que podía soñar. Aquí buscaban las raíces románticas, se enaltece todo lo árabe, sus vestigios, sus restos arquitectónicos, su cultura. Todo lo oriental adquiere un espacio predominante en los relatos de estos viajeros cuya búsqueda de lo exótico les hace desdeñar o incluso obviar otros aspectos de España y su historia si estos no tenían relación con el mundo islámico. También, como apunta Alfonso de Figueroa y Melgar:

“Buscaban majos, manolas, claustros, navajas, bandidos; muchos se fijaban solamente en orientalismos y gitanerías. Otros veían, en monumentos y antigüedades, lo que querían ver, se paraban en lo anecdótico... aunque no debemos olvidar que había mocitas en las rejas de las calles andaluzas, navajas, trabucos, trajes cortos, zaragüelles y monteras, capas pardas, maragatos con sus recuas de mulas, bandidos más o menos generosos, majas y chisperos, duelos, raptos, mendigos altivos y harapientos, posadas increíbles, sierras agrestes atravesadas por caminos de herradura, pocos trenes y menos fondas decentes.****8”

Los viajes por España y, en el caso que nos atañe, los viajes por Andalucía eran difíciles. El viajero tenía que ser ágil y decidido. Debía saber cabalgar, nadar, utilizar las armas y comunicarse en español, es decir, tenía que estar preparado para resistir largas y tediosas horas empaquetado, traqueteado y dolorido dentro de las pesadas diligencias que serpenteaban por los caminos mientras en ocasiones no podía evitar temblar preso del pánico al contemplar los desfiladeros y los profundos cortados y oscuros precipicios cuando las mulas del tiro se ponían rebelonas. Estaba obligado a descansar en solitarias ventas donde se daban cita todo tipo de vagos y malhechores y donde no solía haber nada para comer y donde, en el mejor de los casos, se veía obligado a compartir su habitación con trajinantes y buhoneros. Las fondas y posadas de pueblos y ciudades en muchas ocasiones no eran mejores. Tampoco le era fácil soportar las inclemencias del tiempo, tratar con los muleros, vencer el miedo a los bandoleros, atravesar extensos y solitarios páramos, subir elevadas montañas y acostumbrarse al penetrante olor a ajo, al aceite rancio y al intenso sabor a pimentón de las comidas.

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Antequera, encrucijada de caminos, fue una ciudad muy visitada durante la época que nos ocupa. Sus restos romanos y árabes, su castillo con el Arco de los Gigantes, museo donde se conservan infinidad de inscripciones de tiempos inmemoriales, sus iglesias y numerosos conventos, etc., la cueva de Menga, el Torcal, la Peña de los Enamorados, todos ellos son lugares que el viajero describe con independencia de la duración de su estancia.

Por Tierras de Antequera. Relatos de Viajeros de habla inglesa de los siglos XIX y XX presenta una selección de textos escritos por 26 autores, que aparecen siguiendo un orden cronológico entre 1809 y 1969. La zona en cuestión está limitada a los pueblos que conforman el ámbito de investigación definido por el Plan Director del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera.

Al seleccionar los textos que aparecen en este, libro he optado por viajeros en su mayoría desconocidos para el gran público y cuyas obras tuvieron poca o muy poca difusión en el momento de su publicación. Al realizar las traducciones de los mismos me he ceñido al máximo al original en lengua inglesa para mantener el estilo narrativo de cada uno de los distintos autores. En cuanto a los topónimos, he optado por no corregir la grafía original si bien incluyo entre corchetes la denominación correcta. Tampoco he convertido a nuestro sistema métrico las distintas medidas de longitud que aparecen en los relatos. En cuanto a la personalidad de los autores, siempre que ha sido posible, incluyo unas notas biográficas. Algunos de los viajeros que publicaron sus obras durante el siglo XIX y que tuvieron cierto renombre en sus respectivas profesiones se encuentran incluidos en el Dictionary of the National Biography, aunque por los motivos que acabo de exponer, esto no es algo generalizado ya que muchos de estos viajeros no tuvieron suficiente renombre como para que sus biografías quedaran reflejadas en esta importante obra. En cuanto a los autores pertenecientes a épocas más recientes, he rastreado algunos datos biográficos utilizando las distintas herramientas que hoy día están a disposición de cualquier investigador. El orden cronológico en el que aparecen los relatos está decidido para que se pueda seguir la evolución de algunos aspectos socio-económicos de la población así como de las infraestructuras de la zona.

Las ilustraciones que incluyo en toda la obra, 30 dibujos a plumilla y acuarela, son mi aportación personal y los he realizado en mis continuos paseos por los pueblos que conforman Tierras de Antequera con el ánimo de que sirvan para aderezar las distintas narraciones y, sobre todo, para destacar la belleza de los pueblos y paisajes.

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El primer viajero es William Jacobs, cuyo paso por tierras antequeranas tuvo lugar en enero de 1810. De su obra Travels in the South of Spain in Letters Written A.D. 1809-1810, publicada en Londres en 1811, he seleccionado tres textos en los que se recogen sus experiencias de viaje entre Loja y Archidona, su estancia en Antequera y el trayecto entre Antequera, Álora y Casarabonela.

Procedente de Granada y con rumbo a Gibraltar, a seis horas de Loja, llegó a una población que él llama Chiuma. Cuando relata la historia que dio nombre a la Peña de los Enamorados recurre a la obra del Padre Mariana. Su descripción de Antequera es muy extensa y detallada. Hace referencia a las numerosas iglesias y conventos de esta importante ciudad. Nos ofrece datos muy variados que van desde el número de habitantes que le informaron que había, número que le parece exagerado, hasta el tipo de armamento árabe que aún se conserva desde tiempos de la Reconquista.

Antequera fue cuna de pintores, poetas e historiadores. De los relatos de estos 26 viajeros estudiados, el que nos ofrece William Jacob es digno de mención ya que este es el único en hacer referencia a las obras de Antonio Mohedano, conocido pintor y poeta, considerado como uno de los mejores artistas de su tiempo, de Jerónimo Bovadilla, discípulo de Zurbarán, de Luis de Carvajal, historiador de África y de los árabes en España y de Pedro de Espinosa, uno de los mejores poetas del siglo dieciséis. “Habrá pocos lugares en Europa que el anticuario, el botánico y el geólogo encuentren más dignos de atención que Antequera y sus contornos”. Jacobs hace referencia a las inscripciones romanas y al gran número de edificios antiguos en ruinas y a la frecuencia con que se encuentran monedas de distintas épocas. Aun consciente de su limitado conocimiento de botánica y geología, este viajero ofrece algunos datos de interés. Es extensa y detallada su descripción de la Fuente de Piedra, cuyas aguas son muy beneficiosas para todas las afecciones de riñón.

No tuvo oportunidad de alternar en sociedad durante su estancia en Antequera si bien su opinión acerca del trato recibido fue bastante positiva: “Decir que éramos Ingleses era suficiente para atraernos cortesía y amabilidad de todos aquellos que conocimos”. En cuanto a la industria en la zona, se refiere a la producción de vino y aceite y a la fabricación de tejidos y sombreros.

Pasaron por El Torcal, ya de camino hacia Álora, del que dice que “tiene la apariencia de una gran ciudad en ruinas, con calles regulares, grandes iglesias, y enormes edificios públicos” y que es tan grande que el que entra allí corre el riesgo de perderse y pasarlo muy mal antes de encontrar la salida.

El siguiente texto fue escrito por Lord Blayney entre 1810 y 1814, mientras estuvo prisionero de las tropas francesas tras su intento de liberar Málaga de la ocupación napoleónica. Autor de la obra Narrative of a forced Journey through Spain and France as a Prisoner of War in the years 1810-1814, publicada en Londres en 1814, ofrece una detallada descripción de su viaje entre Málaga y Antequera.

El siguiente viajero es Charles Rochfort Scott, militar que permaneció en Gibraltar entre 1822 y 1833. Durante este tiempo, realizó diversos viajes y recorrió gran parte de Andalucía, lo que quedó reflejado en su obra Excursions in the Mountains of Ronda and Granada, Londres 1838. Su descripción de la zona es de finales del otoño de 1833, cuando se dirigía a Madrid. Debido a un brote de cólera en Sevilla, tuvieron que realizar el viaje por Ronda con el objetivo de llegar hasta Córdoba a caballo y desde allí seguir en diligencia. Su relato está centrado en Teba, su origen, historia y detallada descripción de la zona. Pasaron por Cueva de Becerro, la venta de Virlán y el pueblo llamado Serrato, y continuaron camino por la venta del Ciego y el pueblo de Cañete la Real. No entraron a Campillos ya que estaba dentro de la zona afectada por la epidemia. Dice que debido a algún error está situado en los mapas españoles hacia el este de Teba, mientras que es casi norte y que es un pueblo bien cuidado, limpio y con “mil vecinos escasos”. Sintió no poder alojarse en la posada de Campillos, cuyos dueños eran antiguos conocidos. Ofrece el animado relato de cómo la primera vez que estuvo en el pueblo, mientras realizaba unas mediciones, la gente lo rodeó murmurando y cómo estuvieron a punto de denunciarlo en la posada por haber estado haciendo dibujos de la zona, aunque cuando supieron que no era francés, sino inglés, lo trataron con suma cortesía. Este viajero también describe la Fuente de Piedra, desde donde tomaron el camino que va a Puente Don Gonzalo.

En 1829 viajó entre Sevilla y Granada el célebre escritor Washington Irving, autor de la conocidísima obra The Alhambra, publicada en Londres en 1832, y que con posterioridad fue conocida como Tales of the Alhambra****9. Describe Fuente de Piedra, Antequera y Archidona. Durante su estancia en Antequera, se sintió gratamente sorprendido en la posada de San Fernando en la que se alojó, pues le ofreció una mesa bien provista, habitaciones limpias y ordenadas y camas muy cómodas. Describe la Fuente del Toro y cuenta las distintas interpretaciones que se han hecho de este nombre tan común en varias ciudades.

Samuel Edward Cook, escritor de temas sobre España, residió en la Península más de tres años entre 1829 y 1832. Es autor de Sketches in Spain During the Years 1829, 30, 31 and 32, obra publicada en Londres en 1834, que en su día fue el libro sobre España más completo escrito en lengua inglesa. En una ocasión viajó desde Córdoba, por Écija, a Granada. Durmió en Alameda, del que dice que es un pueblo grande situado a los pies de un cerro en una zona muy bien cultivada. Su siguiente parada fue en Loja. Este viajero no describe Antequera, si bien dice que la zona es montañosa y más interesante que la que atravesaron el día anterior; cruzaron por la rica Hoya de Archidona, que es una marga rojiza con una profundidad de hasta treinta pies en algunos lugares. Cook también ofrece una detallada semblanza del célebre bandolero José María ‘El Tempranillo’.

En 1830, durante ocho meses, viajó por España Henry David Inglis. Fruto de este viaje es su obra Spain in 1830, publicada en Londres en 1831. Entre Málaga y Granada, Inglis nos ofrece una detallada descripción de una venta cerca de Colmenar de la que dice que puede tomarse como buen ejemplo de los alojamientos para viajeros en las provincias del sur de España.

Richard Ford pasó tres inviernos en Sevilla y dos veranos en Granada, entre los años 1830 y 1833. En uno de sus múltiples viajes fue de Sevilla a Granada por Osuna. Durante este recorrido, ofrece unas someras notas de Alameda y de la Venta de Archidona. En otro viaje, siguió la ruta que va desde Ronda a Granada, pasando por Cueva del Becerro, Campillos, Bobadilla, Antequera, Archidona y Loja. De Teba dice que “no merece la pena subir allí”, si bien ofrece un detallado estudio sobre el origen de este nombre. Ford recoge una de las crónicas de Froissart****10 en la que se hace referencia a la participación de Lord James of Douglas en el asedio a Teba, entonces en manos musulmanas. Su descripción de Antequera es muy extensa y detallada y recomienda subir a la Torre Mocha, desde donde dice que la vista es magnífica. Es muy curioso que haga referencia al refrán: “Salga el sol por Antequera, venga lo que viniera, el último mono se ahoga”. Describe el Torcal como un conglomerado de piedras que tiene el aspecto de un pueblo desierto.

Durante el verano de 1836 viajó por España George T. Dennis. En 1839 publicó de forma anónima la obra A Summer in Andalucia en la que se hace un fiel retrato de la vida cotidiana andaluza, así como del carácter de sus gentes. De este libro he seleccionado tres textos: “Guardas del camino”, “Una venta solitaria cerca de Casarabonela” y “Paisaje entre Casarabonela y el Burgo”.

Fruto de un viaje por el Mediterráneo entre 1840 y 1841, la condesa Elizabeth Mary Grosvenor publicó en Londres en 1842 la obra Narrative of a Yatch Voyage in the Mediterranean in the Years 1840-41. Desde Málaga realizaron un viaje hasta Granada, describiendo las provisiones para el viaje a su paso por Colmenar.

No sabemos la fecha exacta del viaje de Robert Dundas Murray si bien nos inclinamos a pensar que tuvo lugar en 1846. Desde Granada fue a Gibraltar, pasando por Loja, Antequera y Ronda. Cuando llegó a la Peña de los Enamorados, preguntó a su guía y a otros viajeros el origen de este romántico nombre sin que nadie le pudiese contar la leyenda ni referir ningún incidente conmovedor. Sobre los habitantes de Antequera dice que tienen una reputación de ser “muy mala gente” y que los robos, en todas sus modalidades, así como los secuestros eran la profesión preferida de los hijos de esta tierra, si bien este viajero dice que él relacionaba el nombre de Antequera con románticas historias de amores prohibidos entre doncellas cristianas y valientes guerreros árabes incluidas en la obra de Condé****11. Describe la Fuente de Piedra y al llegar a Teba refiere episodio en el que Lord James Douglas y otros caballeros escoceses luchan en el bando castellano, mientras Douglas llevaba prendida al cuello una cajita con el corazón embalsamado de Bruce.

Lady Tenison pasó cerca de tres años en España, sobre todo entre Sevilla y Granada. Autora de la obra Castile and Andalucia, publicada en Londres en 1853, nos ofrece una detallada descripción de Antequera y Alameda así como de Teba, Campillos y un importantísimo estudio sobre los Dólmenes de Antequera****12. Procedente de Granada llegó a Loja y desde allí siguió cabalgando por las Salinas de Antequera y por los robledales de Alameda. Sobre los cortijos de la zona dice que eran guarida de ladrones y bandoleros en tiempos del célebre José María, si bien es consciente de que las cosas habían cambiado, ya que ella viajaba con la única compañía de su marido, al que se refiere a lo largo de toda la obra como Mr. T., y el hombre al que pertenecían los caballos.

Al verano siguiente volvió a Granada, siguió la ruta de Ronda y Antequera, cuya situación le parece muy bonita y donde ofrece una detallada descripción de Teba, Campillos y Antequera, así como un estudio sobre la Cueva de Menga y otros dólmenes de la zona. Se alojaron en la Posada de la Castaña y recomienda que la eviten futuros viajeros. Las habitaciones que parecían limpias estaban llenas de bichos y la comida le pareció aún peor que el alojamiento y, para colmo, no pudieron conseguir ni una gota de un vino que no fuese demasiado malo. Aunque dice que el viajero no encontrará grandes atractivos en Antequera en lo que a alojamiento y buena mesa se refiere, asegura que es un pueblo muy interesante para el que busque antigüedades y paisajes pintorescos. Al igual que Robert Dundas Murray, Lady Tenison comenta la caballeresca conducta y generosidad de Narváez, cantada en los versos de los más célebres poetas de la época. Describe la Iglesia de Santa María, situada en el interior del castillo que domina el pueblo. Como no había guía, fueron complicadas las gestiones que tuvieron que hacer para poder visitar un templo druida del que habían oído hablar y que había despertado su curiosidad. En cuanto al origen del nombre de la Peña de los Enamorados refiere la leyenda como la cuenta el Padre Mariana aunque dice que las gentes de Antequera tienen otra aún más romántica.

John Leycester Adolphus pasó unas vacaciones en España en 1856. Desde Ronda decide ir a Málaga pasando por Campillos y Antequera, ya que su guía le dijo que había una buena corrida, donde toreaban los mejores toreros de Sevilla. Describe Teba, aunque dice que no encuentra nada digno de mención a excepción de un pintoresco pastorcillo utilizando una honda. En Campillos las mujeres de la posada le prepararon un arroz que encontró muy sabroso y apunta que le gustaba la cocina española bastante más que la alemana o la italiana. Durante todo su camino se va refiriendo a la cantidad de cruces levantadas en los lugares donde había ocurrido un asesinato. Llegaron a Antequera bastante tarde, recorrió el pueblo y paseó a la luz de la luna por su bonita alameda. A la mañana siguiente, siguió cabalgando rumbo a Málaga.

Procedente de Granada, donde había permanecido cinco días, llegó a Loja el Reverendo Richard Roberts a principios de diciembre de 1859. Desde allí, siguió camino pasando por Archidona. De este dice que es un pueblo alargado, construido en una ladera muy empinada y pavimentado siguiendo las irregularidades del terreno. Describe las escarpadas rocas que se elevan por encima, a las que compara con el monte Cervino, y dice que producen un efecto sorprendente ya que ellos las veían desde la llanura que hay debajo. Llegaron a Antequera a eso de las nueve de la noche. Se alegró de encontrar una posada relativamente limpia, “casi merecedora del apelativo de Fonda”. Del pueblo dice que es grande y con casi 16.000 almas y con mucho tráfico; de los antequeranos, que son una raza de personas muy agradables. Un gran número de hombres estuvieron más de dos horas merodeando por la posada para hacerles los honores, por lo que dedujo que no corren peligro de dañar su salud por la excesiva dedicación al trabajo y que no están habituados a ver ingleses. Salieron a la mañana siguiente rumbo a Campillos. Antes de llegar les sorprendió un enorme lago salado lleno de aves salvajes. En Teba dice que es el lugar más desértico de todos los que han visto en España. Este viajero, como tantos otros con anterioridad, hace referencia a la historia de Lord James Douglas cuando participó en una refriega durante su asedio. Se sorprende ante la casi completa ausencia de cortijos y ofrece una extensa descripción de las eras y del proceso de trilla. Después de pasar Teba el camino estaba bordeado por flores, que no sólo lo hacían bonito dando color a las áridas sierras de las veredas por las que iban avanzando y perfumando el aire con la más dulce de las fragancias, sino que esto le hizo recordar su lejano hogar allende los mares. Al día siguiente, 8 de octubre, llegaron a Ronda.

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