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Días antes del confinamiento

Con todo este drama del piso, había dejado de prestar atención a lo que estaba pasando allí fuera.

La situación con el virus había alcanzado tal grado de gravedad que llevó a la Organización Mundial de la Salud a declarar la COVID-19 como pandemia internacional el miércoles 11 de marzo.

Era jueves y yo ya estaba agotada, mental y físicamente, rogando que llegara el fin de semana para reponer mis energías. Núria me avisó de que había hablado con la finca y que, por el momento, no se podía hacer nada, porque la renta se venía pagando, con retraso, pero no había ningún incumplimiento por parte de Amanda. Había que esperar a que diera un movimiento en falso.

La vuelta a la realidad fue tan chocante que no me permitió concentrarme en mi trabajo. En plena jornada laboral, me dedicaba a leer las noticias y a actualizar el timeline de Twitter para ser la primera en enterarme de las últimas novedades de la pandemia. Los casos en España se disparaban minuto a minuto y se estaba hablando de la posibilidad de suspender las clases en los colegios y las universidades.

Le mandé un mensaje a Pía para hacer un poco de catarsis. Me respondió al instante, admitiendo que ella también estaba muy nerviosa y, por suerte, arrancaba con el teletrabajo. Mientras tanto, en mi empresa, Víctor permanecía encerrado en su oficina y no dejaba de hablar por teléfono. Todos nos mirábamos con ansiedad e incertidumbre, sin parar de comentar las noticias. Quienes eran madres, no podían disimular su desesperación por encontrar canguros para sus niños y, al mismo tiempo, su bronca de tener que invertir allí más dinero del que ganaban si se hacía realidad lo de la suspensión de las clases.

De repente, se me acercó la chica de Recursos Humanos para preguntarme, en voz baja, si necesitaba ordenador o móvil porque estaban preparando todo en caso de que el Gobierno decretara el estado de alarma. Me quedé sorprendida. Por un lado, no podía ocultar mi alegría al escuchar que al fin mi empresa (y muchas otras) aceptaría el teletrabajo. Además, si estaba en casa, no corría riesgo de que Amanda me bloqueara la entrada o me sacara algo. Por el otro lado, me llenaba de impaciencia e intranquilidad por la demora de Víctor de dar la orden para irnos a casa. Encima tenía que ir al supermercado y ya me habían dicho que había faltantes, como la carne y el papel higiénico. Me resistía a creerlo. Esto no podía ser como en Latinoamérica cuando hay crisis o revueltas sociales. Se suponía que estaba viviendo en el primer mundo.

Finalmente, les dieron la orden a algunos colegas de que ya podían irse a casa. Hablé con el chico de Sistemas para que me instalara todo para el teletrabajo y entré a la oficina de Víctor para preguntarle si yo también ya podía irme. Me dijo que sí, así que corrí a la parada y tomé el autobús para llegar más rápido a casa. Me cubrí la boca con la bufanda para protegerme de los estornudos y la tos de los otros pasajeros mientras me limpiaba las manos cada cinco segundos con alcohol en gel.

Ni bien llegué, dejé las cosas y salí para el supermercado, ¡no lo podía creer! ¡Era un completo caos! El sitio estaba repleto de gente desesperada por llenar sus carros con comida y productos de limpieza. Cuando me acerqué a la góndola de la carne, pude comprobar que únicamente quedaban salchichas. Las cogí sin dudar y fui en busca del papel higiénico y el alcohol, pero no tuve suerte. Ya no quedaba nada de eso. Mientras seguía cogiendo lo poco que encontraba de comida, me invadía una gran angustia al revivir ciertas crisis latinoamericanas, al punto que tuve que contener mis ganas de llorar.

Volví a casa y llamé a mi familia para contarles el panorama desolador que se estaba viviendo por aquí. Inmediatamente después, hablé con Marcos y le dije que fuera al supermercado a primera hora de la mañana. Lo que había comprado me alcanzaba para unos quince días, siempre y cuando racionara las comidas. La idea era que él comprara más y que intentáramos guardar víveres entre ambos para un mes o mes y medio. Sin dudas, la desesperación contagia más desesperación. Y yo estaba decidida a presentarme en el súper ni bien levantaran las persianas para ver si conseguía carne, huevos y papel higiénico.

Cuando logré relajarme un poco, caí en la cuenta de que esto del confinamiento era algo bueno para mí. ¿Quién hubiera pensado que iba a hacer teletrabajo? ¿Quién hubiera pensado que me tocaría quedarme en casa? ¡Gracias, universo! La serenidad volvía a mi cuerpo. Sentía que estaba a salvo: ni el virus me encontraría, ni Amanda me podría dejar en la calle.

Me fui a dormir y al otro día me levanté muy temprano. Dejé el ordenador encendido y fui al supermercado, ¡qué felicidad! ¡Qué alivio! ¡Ya había carne! Estaban colocando nueva mercadería. Compré cerdo, carne picada y más salchichas. Compré para hacer empanadas y tartas. Compré kiwis, naranjas y limones, mucha vitamina C para combatir el virus. Compré lentejas, ajo, patatas y huevos. Compré lejía, alcohol normal y rollo de cocina porque no conseguí papel higiénico. Y, por último, compré un pack de cervezas. Ya estaba. Ya tenía todo para sobrevivir unas cuantas semanas.

Llegué a casa y ordené todo. Me llamó Marcos confirmando que él también había podido comprar más comida. Estábamos más que cubiertos. De repente, sentí miedo, ¿y si Amanda vuelve al piso con su novio y se comen todo de nuevo? Decidí esconder algunos productos en maletas bajo llave y le dije a Marcos que, cuando nos viéramos el fin de semana, le daría algo de mi comida, así la guardaba en su nevera.

Me puse rápidamente a trabajar mientras seguía leyendo las noticias. Decían que pronto se iba a anunciar el estado de alarma y tendríamos que estar confinados por quince días.

A las 18:00 terminé mi jornada laboral, destapé una cerveza y abrí los nachos y el humus. A las 20:00 ya me había tomado tres cervezas y estaba medio ebria. Me reía sola al caer en la cuenta de que era mi primer día de autoconfinamiento y ya me encontraba en este estado. Definitivamente, iba a tener que aprender, primero, a racionar tanto la bebida como la comida, ya que no iba a estar saliendo cada día al supermercado para comprar más y más. Y, segundo, a no caer en estos estados para canalizar la ansiedad y los nervios.

El sábado 14 de marzo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció la puesta en marcha del estado de alarma a partir de las 00:00: todo el mundo debía quedarse en casa. Jamás en mi vida pensé vivir algo como esto. Me dio un poco de miedo el tema de los faltantes de comida y productos de primera necesidad, pero desde el Gobierno hicieron hincapié en que no iba a haber desabastecimiento de nada.

Con Marcos aprovechamos el día para descansar, mirar películas y disfrutar del sol en la terraza.

A las 22:00, todos los vecinos salieron a los balcones a aplaudir y brindar su apoyo a los trabajadores de la salud que estaban en primera fila de combate contra la pandemia. Fue muy emotivo y hasta se me puso la piel de gallina al escucharlos.

Marcos no pudo quedarse hasta el domingo. Se marchó de casa cual Cenicienta antes de la medianoche para evitar problemas con la ley.

Y yo me fui a dormir un tanto intranquila y nerviosa por ese estado de alarma que oficialmente se ponía en marcha, pero decidida a llevar un registro minucioso de todo lo que me tocara vivir durante la cuarentena…

DIARIO DE

CUARENTENA

¡Hola, drama!

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Domingo 15 de marzo

Días confinados: 1

Estado de alarma: en marcha por 15 días

Libertades: totalmente coartadas

Adicciones/ obsesiones: tabaco y cervezas

Estado de ánimo: desesperación

Destacado del día: paella y terraza

Notas para mí: autocontrol, por favor

Hoy me he despertado con un mensaje de Amanda. Creo que no se ha enterado de que ya está activo el estado de alarma.

Me escribió a la madrugada preguntándome si había puesto la traba. Como no le contesté (estaba durmiendo y con el móvil en silencio), me ha pedido que deje de ponerla. Quiere tener la libertad de entrar al piso cuando se le antoje.

Teníamos la costumbre de avisarnos por mensaje si volvíamos o no a casa a dormir. Así, quien se quedaba en el piso, podía cerrar bien la puerta de entrada con la traba. Esa comunicación evidentemente se ha perdido con los últimos sucesos.

Honestamente, no pienso hacerle caso. Me aterroriza el hecho de pensar que cualquier noche puedo despertarme y encontrarla en casa arrasando con mi comida o, peor aún, intentando hacerme algo malo. Tampoco quiero más discusiones con ella, así que me he limitado en responderle que está todo bien y que recuerde lavarse bien las manos al entrar a casa.

¿Qué hacía en plena madrugada en la calle? ¿Se habrá peleado con su novio? ¿Viene a instalarse al piso? ¿Planea hacerme esto durante toda la cuarentena? Me he pasado el día entero con esas preguntas en mi cabeza, sin poder controlar mi taquicardia, fumando sin parar y recurriendo al alcohol y a la comida ante el fracaso de calmarme con la meditación. Y, por supuesto, me he visto obligada a ignorar la voz de mi conciencia con sus fuertes exigencias de autocontrol.

Lo único bueno del día ha sido que me he comido una deliciosa paella disfrutando del sol en la terraza y he horneado una tarta de manzana, avena y fresa para tener algo dulce para comer en la semana.

Parece que los aplausos de los vecinos se han adelantado. Hoy los he escuchado celebrando en los balcones cerca de las 20:00.

Al final, me he terminado todas las cervezas que me quedaban. Me deja tranquila el hecho de saber que ya mañana no tomaré más. No tengo más alcohol y no pienso volver al supermercado. Me da un poco de miedo salir y coger el virus.

Lunes 16 de marzo

Días confinados: 2

Estado de alarma: activo

Libertades: siguen anuladas

Adicciones/ obsesiones: las noticias

Estado de ánimo: mucha ansiedad

Destacado del día: cuaderno de afirmaciones

Notas para mí: no somatices

Esta mañana me he levantado con mucho dolor de garganta y con el rosario en la mano. Ayer, antes de acostarme, cogí el rosario en un intento de llenarme de paz y tranquilidad, rogando no sufrir ninguna sorpresa desagradable durante la noche ¡y funcionó! Si bien no dormí profundamente, gracias a Dios, no hubo nada extraño que lamentar.

En medio de mi jornada laboral, he descubierto que soy adicta al Twitter, elpais.com y elmundo.es. No dejo de seguir minuto a minuto todas las novedades de la pandemia. Creo que esto no me está haciendo nada bien. Con tantas noticias sobre el virus, los síntomas y las muertes, he empezado a somatizar. El dolor de garganta se ha intensificado y la tos seca ha aparecido, ¡hasta me ha empezado a temblar todo el cuerpo!

He tenido que fingir en la videollamada familiar. Se han reunido todos en casa de mis padres para celebrar el cumpleaños de mi hermano. Como no he querido preocuparlos con mi estado anímico, me he esforzado en poner mi mejor cara de felicidad.

Me he dado cuenta de que la cuarentena recién empieza y la ansiedad y la angustia ya se han apoderado de mí, ¡debo hacer algo para evitar volverme loca! Hoy más que nunca tengo que atraer a mi vida mucha calma y seguridad de que todo estará bien: mi salud, mi familia, mi hogar y la humanidad entera. Voy a crear mi cuaderno de afirmaciones. Así podré cultivar día a día el hábito de estas declaraciones positivas y sobrevivir a la pandemia y a todo aquello que me toque lidiar en pleno confinamiento.

Por cierto, hoy he probado la tarta de manzana. No está para chuparse los dedos, pero se deja comer.

Martes 17 de marzo

Días confinados: 3

Estado de alarma: sigue en marcha

Libertades: continúan ausentes

Adicciones/ obsesiones: el ajo

Estado de ánimo: terriblemente preocupada

Destacado del día: creo que he cogido el virus

Notas para mí: comprar un termómetro

De nada me sirvieron el té con limón que tomé anoche antes de ir a la cama ni todo el abrigo con el que dormí (chaqueta, bufanda, guantes, dos pares de calcetines y como cinco mantas) para conseguir amanecer mejor hoy. Me he despertado peor: completamente débil, decaída y pálida. Y maldiciendo no tener termómetro para chequear mi temperatura corporal.

¡Mi viaje a Londres! El aeropuerto, la gente, el evento, las pintas en el bar… ¡Mierda! ¿Y si he cogido el virus ahí? El 20 de este mes se cumplen los catorce días. Eso quiere decir que aún estoy en periodo de posible incubación. ¡Oh, Dios, no! ¡No me quiero morir!

Me he pasado el día entero en la cama y comiendo ajo para fortalecer mis sistema inmunológico, sin mucho éxito que digamos. Ha sido un día totalmente perdido y lleno de preocupaciones. Sin energías para nada, ni siquiera para ver Netflix.

He tenido que recurrir a mi nuevo cuaderno de afirmaciones para calmar mi intranquilidad por mi estado de salud. Y también por otra inquietud que me ha surgido chequeando las noticias.

Se está hablando de que algunas empresas están iniciando los ERTE. Al parecer, se les permite suspender contratos de trabajo en situaciones excepcionales, como lo es este estado de alarma, ¡qué desesperación! ¡No quiero que me toque este famoso ERTE!

Tampoco he conseguido sacarme la idea de la cabeza de que estoy sola y, si me pasa algo, nadie podrá acudir a mi rescate. Mi familia está en Argentina y acá estamos encerrados cada uno en sus respectivas casas. Ni Marcos ni Juan ni las pocas amigas que tengo por estos lados podrían, aunque quisieran, venir a socorrerme. ¿Qué pasaría si me da un ataque y no puedo respirar? Dicen que el coronavirus ataca toda la zona de los pulmones, ¿debo prepararme mentalmente para morir sola? ¿Serán los vecinos quienes se vean obligados a llamar a la Policía para denunciar un olor nauseabundo proveniente de mi piso por culpa de mi cadáver muerto? ¿O será Marcos quien deba derribar la puerta de entrada al no tener noticias mías para encontrarse luego con mi cadáver y comunicarle a mi familia la triste y trágica noticia de mi muerte? ¿Enterrarán mi cadáver en España o se lo llevarán a Argentina? ¿O se terminará pudriendo en algún sitio extraño con este caos de la pandemia? ¡Por Dios, no! ¡Mi rosario! ¿Dónde está? ¡Lo necesito!

Miércoles 18 de marzo

Días confinados: 4

Estado de alarma: yo me quedo en casa

Libertades: sin miras de revivir

Adicciones/ obsesiones: limón, kiwi y más ajo

Estado de ánimo: esperanzada

Destacado del día: cuando el cuerpo baila, la mente olvida

Notas para mí: sacar la basura mañana

¡Bendito rosario! Anoche, al final, me quedé dormida mientras rezaba. Gracias a mis plegarias, hoy he amanecido un poco más animada. Quiero olvidar para siempre los malditos pensamientos negativos respecto a mi posible muerte solitaria y al triste abandono de mi cadáver por la imposibilidad de hacer un entierro digno en medio de este confinamiento. Y quiero tener mis defensas bien fuertes para derrotar al virus como sea. Así que voy a sumar a mi dieta diaria el ajo. Sí, a partir de hoy será ajo con todo. Y, por las mañanas, me haré los zumos de limón y kiwi.

A nivel laboral, ya he empezado a notar un volumen más bajo de trabajo. Al tener tan poco para hacer durante tantas horas que cubrir, no me quedó otra que ponerme a adelantar faena para las próximas semanas.

Por la tarde, Pía me pasó un calendario con enlaces a vídeos para entrenar en casa. Me ha hecho mucha ilusión encontrar allí entrenamientos de boxeo y zumba. En mis mejores épocas de mujer fitness, amaba ponerme los guantes para hacer catarsis con el saco o reírme a carcajadas con mi prima al compás del reggaetón.

Con esa ilusión, me puse a bailar zumba y advertí que me había olvidado por completo del coronavirus. ¡Qué alegría! ¡Ya tengo un nuevo plan para la semana! Entrenaré duro para relajar la mente, liberarme de pensamientos tóxicos y ponerme en forma para el verano.

Acabo de darme cuenta de que la basura ya empieza a oler mal, ¡maldita sea! Ahora me veo forzada a salir de casa. Lo dejaré mejor para mañana. Y aprovecharé la salida para ir al supermercado. Quiero reponer sobre todo mi stock de frutas y verduras y otros productos que he ido apuntando en mi lista de compras: café, papel higiénico, alcohol en gel, carne y chocolate. Y veré si me animo a ir hasta la farmacia para comprar el bendito termómetro.

Jueves 19 de marzo

Días confinados: 5

Estado de alarma: sigue activo

Libertades: canceladas, pero hoy he visto la luz del día

Adicciones/ obsesiones: lejía y cervecitas

Estado de ánimo: excitada por la mañana; asustada y con taquicardia por la noche

Destacado del día: mi primera salida

Notas para mí: aprende a usar bien la mascarilla

Estuve toda la mañana muy excitada por mi salida de hoy. Intenté prepararme mental y físicamente para este gran evento y decidí hacer un vídeo del antes y del después, porque creo que será un momento histórico en mi vida.

¿Cómo imaginaba mi salida?

 Antes de salir de casa, me pondré los guantes de látex, la mascarilla que compré para Londres y una bufanda encima para estar más protegida.

 Iré a la esquina y dejaré las bolsas de basura.

 Entraré al súper y saludaré a los cajeros y reponedores como hago siempre.

 Compraré todo lo que necesito. Tengo la lista de compras y el tiempo suficiente para asegurarme de comprar todo lo que quiero.

 Utilizaré una mano para coger los productos y colocarlos en las bolsas. Y dejaré la otra libre de gérmenes para pagar con la tarjeta y coger las llaves de casa.

 Al regresar, depositaré los guantes en el cubo de basura que he dejado al lado de la puerta de entrada y rociaré las bambas con la mezcla de lejía y agua para desinfectarlas.

 Me quitaré toda la ropa muy conscientemente de evitar que algo toque los ojos, nariz o boca y pondré todo a lavar.

¿Cómo fue realmente mi salida?

 Salí de casa y estaba casi todo desierto. Muy poca gente en la calle. Dejé la basura en sus correspondientes contenedores.

 ¡Ni para entrar al supermercado uno es libre! Hay que hacer fila y los encargados van dejando entrar a los compradores por tandas y con la obligación de ponerse alcohol en gel en las manos al cruzar la puerta de ingreso.

 Ni bien entré al súper, se me cayó la bufanda dejando expuesta la mascarilla ¡Adiós a mi gran idea de protección!

 Las cajeras estaban resguardadas con paneles gigantes de plástico. Un panorama muy desolador. Me sentí como en una película de ficción y hasta me dieron ganas de llorar.

 Intenté saludar al personal del supermercado, preguntarles cómo estaban anímicamente y brindarles mi apoyo y agradecimiento por su labor diaria. Su respuesta fue distancia y frialdad. ¡La gente tiene miedo de estar en contacto con otros! ¡Qué tristeza! ¡Y yo estoy necesitada de contacto humano!

 ¡Me olvidé la lista de compras! La tenía en el móvil y lo dejé en casa con la idea de evitar que se infectara. Compré lo que recordé que había apuntado y, en el medio, me tocó luchar con los guantes porque eran talle grande y se me caían de las manos.

 ¡Utilicé ambas manos para todo! ¡Mal, muy mal! Hasta se me enganchó la llave en uno de los guantes y se me hizo un agujero.

 ¡Buenas noticias! He comprado papel higiénico y alcohol en gel. Y, como premio de esta gran salida, he comprado un pack de cervecitas y un vinito para el fin de semana.

 Finalmente, llegué a casa. Me saqué los guantes como pude y los puse en el cubo de basura. Me lavé las manos con mucho jabón y agua. ¡Las bambas! ¡Se me había olvidado desinfectarlas! Luego de hacerlo, me desvestí. Pero me di cuenta de que la bufanda infectada había tocado mi cara. Fui inmediatamente al lavabo y me lavé toda la cara y el cuello. Y también las manos. Al final, tardé más en desvestirme e higienizarme que comprando en el supermercado.

Con semejante salida, cualquiera termina agotado mental y físicamente. Al coger el móvil para mirar los vídeos del antes y el después de mi salida, me encontré con un mensaje de mi amiga Renata, preguntándome si había recibido el e-mail de la empresa con el aviso del ERTE. ¿Qué e-mail? ¿Qué aviso?

Encendí inmediatamente el ordenador y allí estaba la notificación. ¿Y qué significa esto? Temblando, llamé a Pablo, mi exjefe, para entender un poco más esta situación. Él estaba muy tranquilo y me dijo que se trataba de un aviso general de la compañía para todos los colaboradores. Me recomendó hacer caso omiso y seguir trabajando con normalidad hasta recibir alguna confirmación de mi afectación por parte de Víctor.

Honestamente, entre el súper y el posible ERTE, he terminado el día completamente estresada.

Creo que prefiero no salir más. Si no salgo, todo es mucho más fácil. No tengo que seguir ningún exhaustivo protocolo de limpieza que, al mismo tiempo, no me garantiza que sea suficiente para no traer el virus a casa.

Me he sentado en el sofá para descansar y relajar la mente, comiendo nachos con humus, bebiendo una cerveza y partiéndome de la risa con toda mi preparación versus la cruda realidad de mi gran paseo de hoy. Les he enviado los vídeos de mi salida a mi familia y amigos para alegrarles el día.

Una de mis amigas me ha indicado que me he puesto al revés la mascarilla, ¿cómo que me la puse mal? ¿Hay alguna forma específica para utilizarla? Sí, lo he confirmado en Google. Ahora ya sé cómo utilizarla bien en mis próximas salidas.

Viernes 20 de marzo

Días confinados: 6

Estado de alarma: yo me quedo en casa

Libertades: continúan suprimidas

Adicciones/ obsesiones: vino y tabaco

Estado de ánimo: depresión total y sin consuelo

Destacado del día: me ha tocado el ERTE y Amanda me echa nuevamente del piso

Notas para mí: recuerda que todo estará bien

Hoy no he tenido consuelo.

Empecé a trabajar bien temprano y, alrededor de las 10:30, me llamó Víctor. Me ha confirmado que me toca el ERTE.

Una hora más tarde, recibí el llamado de Núria. Amanda ha escrito a la finca y les ha dicho que yo dejo el piso. ¿Cómo que dejo el piso si yo no he confirmado nada? ¿Acaso no sabe que estamos en medio del confinamiento? ¿No tiene otra cosa que hacer que joderme la vida? ¿Cuál es su plan? ¿Venir un día y obligarme a sacar mis cosas de casa para marcharme?

También me llamaron de la otra empresa con la que colaboro para decirme que cortarán el servicio hasta que todo vuelva a la normalidad.

¡No sé cómo voy a pagar mis cuentas! Y encima debo ocuparme de esta situación del piso. ¡Es demasiado para procesar!

Hablé con mi hermana y me recomendó no decir nada a mis padres para no preocuparlos. Hoy han arrancado ellos con el estado de alarma. Hablé con Juan, con Marcos, con Pía y con Renata para hacer catarsis. A Renata también le ha tocado el ERTE.

Cuando conseguí tranquilizarme un poco, hablé con la finca y les conté cómo eran realmente las cosas con Amanda. Me dijeron que lo mejor sería rescindir el contrato actual y hacer uno nuevo a mi nombre. Quedaron en hablar con Núria e indicarme luego cómo proceder.

Por la tarde, escribí mis afirmaciones llorando, rogando que la paz se haga presente en mi vida. Me puse a entrenar con la comba para despejar un poco la mente. Luego abrí el vino y me distraje con Netflix.

¡Vaya viernes negro que he tenido! La taquicardia y la depresión no me han dejado tranquila en todo el maldito día.

Tengo que ponerme a hacer cuentas para ver cómo llegaré a fin de mes y cómo cubriré mis gastos los próximos meses. Me tocará sobrevivir como sea. Ahora más que nunca me tocará racionar la comida. Y el tabaco, porque estoy fumando un montón con esta ansiedad. Y las cervezas. Y todos los pequeños gustos que me he dado estos días.

Acabo de darme cuenta de que hoy se cumplen los catorce días de mi viaje a Londres y no tengo ningún síntoma del coronavirus ¡Mierda! Ayer fui al súper, ¿tendré que contar catorce días más? ¡No puedo vivir así! Debo tranquilizarme y agradecer que todo lo que está pasando es por y para mi propio bien. Al final del camino sabré el porqué o el para qué de todo esta situación.

Sábado 21 de marzo

Días confinados: 7

Estado de alarma: sin marcha atrás

Libertades: más libre en la terraza

Adicciones/ obsesiones: zumba

Estado de ánimo: más taquicardia, aunque, al final del día, llegó la calma

Destacado del día: afirmaciones al sol

Notas para mí: mantente positiva

Me he levantado decidida a creer que el universo me proveerá de todo en todo momento, que mi salud permanecerá en perfecto estado y que todo se solucionará de manera respetuosa con Amanda.

Con esta fuerza, salí de la cama dispuesta a tener un sábado glorioso.

Me preparé unos ricos mates y me senté en la terraza para hacer las afirmaciones disfrutando del sol. Todo iba muy bien. Me sentía relajada y muy agradecida por tener un espacio al aire libre para sentirme más viva en medio de este confinamiento. Pero, al parecer, la calma iba a ser algo difícil de conseguir.

En medio de mi agradable mañana, recibí un mensaje de Amanda preguntándome si estaba en casa. Le respondí, temblando, que estaba en el piso, haciendo la cuarentena. Por supuesto que no dijo nada más. Pero su simple aparición por WhatsApp fue suficiente para que la taquicardia se me volviera a disparar.

Traté de calmarme, sin éxito, con ejercicios de respiración. Y me fui a la cama para meditar. Me costó concentrarme, pero, al final, conseguí que los latidos bajaran.

Luego de esta experiencia, he decidido que meditaré más seguido para mantenerme serena y tranquila. Estoy segura de que mi cuerpo no será capaz de soportar todos estos episodios de taquicardia que estoy teniendo casi a diario. Si sigo así, terminaré muerta. Y la Policía me encontrará. Y Marcos llamará a mis padres y les contará que he muerto. Y no podrán llevar mi cadáver a Argentina. Y terminará pudriéndose en cualquier sitio…

También debo liberarme del odio que siento por Amanda, pero no lo puedo evitar. Estoy llena de impotencia. Sobre que uno tiene que lidiar con el encierro y con todas las consecuencias psicológicas que este provoca, además del ERTE, me parece muy injusto sumar el tema del piso como una preocupación extra. Y todo porque Amanda no es capaz de empatizar con la situación y sigue velando por sus propios intereses.

Ahora voy a seguir renovando mis energías con las clases de zumba, así puedo disfrutar a pleno de la videollamada que tengo esta noche con Marcos.

Domingo 22 de marzo

Días confinados: 8

Estado de alarma: se anuncia una extensión hasta el 11 de abril

Libertades: ¿volveremos a ser libres algún día?

Adicciones/ obsesiones: afirmaciones

Estado de ánimo: pensativa y taquicardia controlada

Destacado del día: plan para sacar partido a la pausa

Notas para mí: más meditación

Parece que esto de la cuarentena pinta para rato. Hoy han anunciado que el estado de alarma probablemente se extienda quince días más. Veremos cuándo recuperaremos la bendita libertad.

La buena noticia del día es que mi taquicardia está bajo control y que no he tenido noticias de Amanda. Tengo la impresión de que está tanteando si estoy en casa o en la de Marcos. Creo que no se anima a venir si sabe que estoy aquí. Y, lamentablemente para ella, permaneceré encerrada aquí por mucho tiempo más.

He advertido que he sido bastante constante con lo de las afirmaciones estos días. ¡Me siento muy orgullosa de mí misma! Seguiré con este hábito toda la semana, al igual que con la meditación.

Ha sido un domingo de reflexiones. He estado pensando sobre esta pausa obligada que ha llegado a nuestras vidas y cómo puedo aprovecharla.

Siempre me he quejado de la falta de tiempo. Me angustiaba casi a diario porque sentía que el trabajo me consumía todo el día y que ya no tenía tiempo ni energías para mí ni para hacer las cosas que quería. Claro que es más cómodo aferrarse a la excusa de no tener tiempo en lugar de activar. Esa comodidad quizás surja porque uno se resiste a sentarse consigo misma y definir qué es lo que desea. O quizás se elige porque uno se agobia al enfocarse en un objetivo final y ver que, para llegar a eso, tiene que transitar un largo camino, ser constante y disciplinado, para disfrutar solo al llegar a la meta. A mí me pasaban ambos casos y eso me ha llevado a dejar para después hacer algo por y para mí.

Con la llegada de esta pausa obligada, mi alma saltó de alegría, pero mi cuerpo se paralizó. Más allá de que nadie está preparado para esto, en el fondo sé que ya no podré poner más excusas. Ahora tengo tiempo de sobra. Solo me falta pasar a la acción.

Esta vez tengo que intentarlo. Quiero ser honesta conmigo misma y cumplir con lo que pienso, digo y hago. Siento que me están regalando esta pausa para hacer todo aquello que siempre he querido hacer y que ha quedado postergado por esa supuesta falta de tiempo. Y siento que no puedo malgastarla, a tal punto que me cuestiono si debo ver Netflix, despertarme cuando mi cuerpo lo decida o estar estudiando y preparándome para el futuro incierto que se avecina. Pero, al mismo tiempo, siento esta pausa como una prueba, como un test para ver si soy capaz de ponerme realmente en acción o si encontraré nuevas excusas para seguir viviendo en la eterna queja. Y esto último me aterroriza, ¡me niego a seguir siendo mi propia enemiga y la responsable de poner trabas para concretar mis anhelos y sueños!

Mientras reflexionaba y debatía en qué quería usar este tiempo, evidentemente me ha surgido otro problema. ¡No me han confirmado hasta cuándo será la suspensión! ¡Ni hasta cuándo se irá extendiendo el estado de alarma! Entonces ¿cómo puedo ser capaz de organizarme y planificar qué voy a hacer si no estoy segura de hasta cuándo tengo tiempo para hacerlo?

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315 s. 9 illüstrasyon
ISBN:
9788411140393
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