Kitabı oku: «Compañero Presidente», sayfa 7

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Para nosotros habría resultado fácil promover a lo largo del país un gran movimiento de masas que desde las calles y a través de las formas de la violencia, exigiera nuestra proclamación por parte del Congreso Pleno. Al contrario, la misma noche del 4 de septiembre exigimos al pueblo su tranquilo retiro a los hogares, sin patrocinar ningún acto de esta naturaleza. Si deseáramos presionar, tendríamos otras herramientas, paralizaríamos los centros vitales del país, el cobre, el salitre, el carbón, donde nuestro poderío es incontrastable. Desmentimos, pues, la insidia de El Mercurio, vocero del alessandrismo, que, diariamente, tergiversa nuestra actitud y nos supone todos los sucios móviles que a él lo animan.

No habrá nada ni nadie, óiganlo bien, que pueda inducirnos a buscar el camino aventurero del golpe o la asonada. Así como somos firmes e inquebrantables en la defensa de lo que representamos, y de los derechos que nos asisten, así también somos celosos en nuestra decisión de utilizar y defender los caminos constitucionales. Si no se oirán nuestras voces para implorar el apoyo de un partido político, menos irán nuestras manos a golpear las puertas de los cuarteles como lo hiciera la derecha después del triunfo de don Pedro Aguirre Cerda. Y no lo haremos. Lo impide la fuerza de nuestras convicciones, la responsabilidad de dirigentes del movimiento popular. Y también el respeto que nos merecen las Fuerzas Armadas que, al igual que el Cuerpo de Carabineros, con motivo de esta elección han dado una vez más una muestra de patriótica prescindencia. Nuestra conducta de ahora y la del futuro habrá de ser la misma. Que los cauces constitucionales encaminen el proceso normalmente.

Cinco años después, al aceptar de nuevo ser el candidato presidencial del FRAP, evocó los confusos hechos que le privaron de la victoria entonces (Nolff, 1993: 63-64):

En 1958 tuve conciencia de que había ganado la elección y a las doce de la noche, allí en la Plaza Bulnes, levanté con serenidad mi voz. Allí se puso a prueba mi convicción democrática y la responsabilidad de los partidos y jefes que forman el FRAP. Pudimos haber paralizado la vida económica de Chile. Pudimos haber creado un hecho social y de extraordinaria magnitud de dureza. Pudo haber detenido su esfuerzo el campesino, el hombre del cobre, del salitre y del hierro. Sabíamos que el maestro primario saldría a la calle junto con el profesional con conciencia social. No lo hicimos. Aceptamos que se nos arrancara la victoria, que era nuestra, por un superior sentido, por cariño a Chile, por conciencia social, por convicción profunda, porque en la vida de un pueblo son segundos; porque nosotros queríamos que el pueblo tuviera más sentido de su responsabilidad. Por eso, habiendo podido defender nuestra victoria, aceptamos que otros llegaran al poder.

El 24 de octubre el Congreso Pleno debió elegir al nuevo presidente de la República entre los dos candidatos más votados, Alessandri y Allende, al no haber logrado ninguno de ellos la mayoría absoluta, y, en protesta por la actuación de la derecha, los parlamentarios del FRAP se retiraron en el momento de la votación. El 3 de noviembre Alessandri se convirtió en presidente de un gobierno que la izquierda calificó como el «de los gerentes».

La derrota no llevó a Allende a moderar sus posiciones ni a renunciar a proponer al país las grandes transformaciones que consideraban necesarias para poner fin a las injusticias que golpeaban a la mayor parte de la población. Así, el 10 de diciembre, en el Senado, defendió una vez más la necesidad de una reforma agraria al presentar una iniciativa para lograr una mejora sustancial en las remuneraciones de los campesinos (Archivo Salvador Allende, 5, 1990: 47-48):

Fui candidato de los partidos populares y en las provincias agrícolas del país obtuve una votación sin precedentes. El campesino chileno se ha movilizado. No se movilizó, como lo han dicho, artera y cobardemente, algunos editorialistas en cierta prensa llamada seria, porque alguna vez un hombre responsable de los partidos populares les hubiera ofrecido potreros pertenecientes a determinados propietarios. Eso jamás sucedió.

Tuve especial interés en ser yo, el candidato de los partidos populares, quien planteara al país la reforma agraria. Dicha reforma, señor Presidente y señores senadores, es un hecho social y económico imposible de detener en el país. Pero la planteé siempre con la responsabilidad del hombre que ha estudiado, junto con sus compañeros, esta materia; convencido de que la economía de Chile reclama una reforma agraria; con plena conciencia de que la realidad social chilena la exige. Y por eso he repetido, hasta la saciedad, que estamos gastando cien millones de dólares al año para traer alimentos que podríamos producir. Señalé la necesidad de esa reforma porque conozco, como médico, los déficits de alimentación.

Sé cómo está marcado el niño proletario y conozco las diferencias que existen entre los niños que van a las escuelas primarias y los de las preparatorias de los liceos. Es decir, lo hice con patriótico fervor, para evitar que mañana la insurgencia sin destino vaya, quizás, a caer en la violencia y puedan segarse vidas injustamente. Por eso hemos reclamado una preocupación seria sobre la reforma agraria. Y demostraremos esa necesidad con hechos, mediante datos irrefutables de la FAO y de la CEPAL que expondremos en la próxima semana.

Semanas después tuvo lugar el acontecimiento que cambió la historia de América Latina en el siglo XX, la Revolución cubana, que tuvo una gran influencia en la radicalización de las luchas populares y en la respuesta de las burguesías nacionales y el imperialismo norteamericano. En los primeros días de 1959, después de la liberación de Santa Clara y de la entrada triunfal en La Habana de los guerrilleros de la Sierra Maestra, Allende se encontraba en Venezuela para la asunción del poder por parte de su amigo Rómulo Betancourt y decidió viajar a Cuba. Allí, por mediación del dirigente revolucionario Carlos Rafael Rodríguez, pudo reunirse con el comandante Ernesto Guevara en el cuartel de La Cabaña (Debray, 1971: 69-72):

Ahí llegué yo y ahí estaba el Che. Estaba tendido en un catre de campaña, en una pieza enorme, donde me recuerdo había un catre de bronce, pero el Che estaba tendido en el catre de campaña. Solamente con los pantalones y con el dorso descubierto, y en ese momento tenía un fuerte ataque de asma. Estaba con el inhalador y yo esperé que se le pasara, me senté en la cama, en la otra, entonces le dije: «Comandante», pero me dijo: «Mire, Allende, yo sé perfectamente bien quién es usted. Yo le oí en la campaña presidencial del 52 dos discursos: uno muy bueno y uno muy malo. Así es que conversemos con confianza, porque yo tengo una opinión clara de quién es usted».

Después me di cuenta de la calidad intelectual, el sentido humano, la visión continental que tenía el Che y la concepción realista de la lucha de los pueblos, y él me conectó con Raúl Castro y después, inmediatamente, fui a ver a Fidel. Recuerdo como si fuera hoy día: estaba en un Consejo de Gabinete. Me hizo entrar y yo presencié parte de la reunión. Hubo una cena y después salimos a conversar con Fidel a un salón. Había guajiros jugando ajedrez y cartas, tendidos en el suelo, con metralletas y de todo. Ahí, en un pequeño rincón libre, nos quedamos largo rato. Ahí me di cuenta de lo que era, ahí tuve la concepción de lo que era Fidel.

La Revolución Cubana le enseñó que «un pueblo unido, un pueblo consciente de su tarea histórica, es un pueblo invencible». Después de aquel primer encuentro, Fidel Castro y Salvador Allende se convirtieron en amigos verdaderos, no sin mantener discusiones «profundas y fuertes», según Allende, quien también se consideraba amigo de Guevara. Precisamente a Debray le confesó que el Che le regaló uno de los primeros ejemplares de La guerra de guerrillas:

Este ejemplar estaba encima del escritorio del Che, debe haber sido el segundo o tercer ejemplar, porque –me imagino– el primero se lo dio a Fidel. Y aquí tienes una dedicatoria que dice: «A Salvador Allende que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che».

Con el Che se reencontró en 1961 en Montevideo, con motivo de las jornadas antiimperialistas organizadas en la Universidad de la capital uruguaya en respuesta a la Conferencia de Punta del Este en la que en aquellos días Kennedy lanzaba su propuesta de Alianza para el Progreso:

Esa noche el Che me invitó al hotel en que estaba hospedado para conversar durante la comida. En esa ocasión me presentó a su madre, la quería mucho. En medio de la conversación me contó un secreto del momento: al día siguiente viajaría a Buenos Aires, en forma reservada, invitado por el presidente argentino de la época, el civil Arturo Frondizzi. El viaje se realizó y la consecuencia del encuentro privado pero evidentemente político fue el derrocamiento de Frondizzi. Poco después el presidente de Brasil, Janios Cuadros, sería derribado por condecorar al Che a su paso por Brasil.

Salvador Allende fue un gran amigo de la Revolución cubana y la defendió en todos los foros. En infinidad de ocasiones proclamó que la dictadura de Fulgencio Batista y la tutela del imperialismo estadounidense sobre los destinos de la isla sólo dejaron el camino de la insurgencia a quienes quisieran luchar por la independencia nacional y la justicia social. En cambio, creía que en Chile la izquierda podía conquistar la Presidencia de la República en las urnas y desde el gobierno dirigir un proceso de hondas transformaciones que abriera paso a la construcción del socialismo. Asimismo, tenía presente la posibilidad de que Washington agrediera al gobierno revolucionario de La Habana, como le había sucedido en 1954 al presidente guatemalteco Jacobo Arbenz.

Precisamente, el 4 de diciembre de 1956 defendió desde la tribuna del Senado chileno las reformas que el derrocado presidente, a quien los senadores derechistas calificaban recurrentemente de «comunista», intentó llevar a cabo en su país (Archivo Salvador Allende, 1, 1990: 127-128):

¡Decir que Guatemala tuvo un gobierno comunista! ¿Por qué? ¿Se nacionalizaron las industrias? ¿Se expropió la tierra en su integridad? ¿Se terminó con la propiedad privada? No, señor Presidente. Entonces ¿qué razones se tienen? ¿Acaso no existía un Parlamento elegido por el pueblo y un Poder Judicial autónomo? (...)

¿También fueron comunistas, para muchos de Sus Señorías, Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt? ¡Claro! ¡Si se atrevieron a tomar dos o tres medidas contra las empresas del petróleo! Creo que les alzaron los impuestos y les exigieron respeto a los trabajadores... ¡y eso bastó!

Contra el gobierno de Gallegos, la más limpia expresión de la voluntad de un pueblo en la historia de América, se levantó la rebelión militar que Betancourt denunció como «la internacional de las espadas», acción bendecida y protegida por la hipocresía de la diplomacia internacional, inspirada por el Departamento de Estado.

Discrepo de la interpretación que el Honorable señor Moore hace de lo que él llama «los errores de la política norteamericana». El señor senador liberal don Eduardo Moore se conduele porque los gobernantes norteamericanos sean tan tolerantes y respetuosos de la autodeterminación de los pueblos y, por ello, nada hagan contra las ignominiosas dictaduras de América. No, señor Presidente: ¡les conviene no hacer nada! (...) No sólo las instalan: las protegen, las mantienen, las apoyan, porque les sirven.

Bastaría un soplido de Estados Unidos para que las dictaduras del Caribe desaparecieran. Aun sin intervenir, bastaría que dijera ese país que no reconocerá ningún gobierno que no respete los compromisos internacionales, la personalidad humana, que no tenga Parlamento, tribunales de justicia... (...)

Desde el punto de vista económico, conviene a los intereses norteamericanos, porque esos gobiernos son los que más entregan a sus países, son los gobernantes más antipatriotas. Estas dictaduras son la expresión más corrompida y antinacional.

Recordemos cómo Nicaragua ha concedido «ad eternum» derecho a los Estados Unidos para que pueda partirla con un nuevo canal. Y, por eso, en todos estos pueblos en que ha habido dictaduras, los grandes intereses imperialistas han sacado todas las ventajas: en el banano, en el algodón, en el café, en el petróleo, en el cobre, en las caídas de agua...

Con este precedente, el 27 de julio de 1960 subió a la tribuna del Senado para defender la Revolución cubana. En primer lugar, rindió tributo a los héroes que asaltaron el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953 (Archivo Salvador Allende, 1, 1990: 59-83):

Rendimos homenaje a las milicias inmoladas hace siete años en el asalto al Cuartel Moncada y lo hacemos expresando que los sectores populares de Chile, la inmensa mayoría del pueblo, siente, comparte y vive los ideales de la Revolución Cubana. Tal hecho no puede ser extraño para nadie porque, en la conciencia del pueblo chileno, existe la inmensa y profunda convicción de que América Latina está viviendo uno de los minutos más trascendentales de su historia; que las revoluciones mexicana y boliviana señalaron ya una etapa y que la cubana marca con caracteres imborrables un proceso de superación, al dar sólidos pasos hacia la plena independencia económica y señalar, en su lucha, el camino que han de seguir los pueblos latinoamericanos para afianzar y acelerar la evolución política, económica y social que los lleve a ser auténtica y definitivamente libres.

Nosotros hemos expresado reiteradamente que, con estrategia y tácticas distintas, tal proceso deberá aflorar en los diversos países de América Latina para terminar con la etapa de vasallaje político, de explotación económica; para poner fin a la angustia, al hambre y la miseria de miles y miles de hombres de esta parte del Hemisferio; para detener la voracidad implacable del imperialismo; para poner fin al régimen feudal de explotación de nuestras tierras; en resumen, para hacer posible el desarrollo económico y el cambio político capaces de crear un porvenir de dignidad y grandeza para el pueblo latinoamericano.

Una vez más, manifestó su convicción de que con tácticas y estrategias distintas en cada país «la revolución latinoamericana» tendría tres desafíos esenciales: la ruptura de la dependencia económica de estas naciones, una «batalla frontal contra el imperialismo» y la reforma agraria. En su discurso, poco antes de la proclamación del carácter socialista de la Revolución cubana, de la expulsión de Cuba de la OEA y de la ruptura de relaciones diplomáticas de casi todos los países latinoamericanos (incluido el gobierno de Alessandri), denunció las agresiones que este país sufría de parte de Washington:

Ayer era Guatemala el polvorín comunista que ponía en peligro la hermandad americana. Hoy es Cuba. Ayer y hoy el Departamento de Estado norteamericano defiende, impúdicamente y por los peores métodos de presión económica y atropello, los intereses de sus connacionales, su influencia política.

Ayer y hoy, muchos gobiernos de Latinoamérica aceptan dócil y servilmente la voz de orden del poderoso país del Norte. Como siempre, la raída bandera del anticomunismo se esgrime para atentar en contra de la soberanía de los pueblos: ayer, contra Guatemala; hoy, contra Cuba.

Allende recorrió la historia de Cuba desde la agresión de la corona española en las postrimerías del siglo XV, hasta las luchas por la abolición de la esclavitud y la independencia en el siglo XIX, desde la guerra de los Diez Años a José Martí y su Partido Revolucionario Cubano, la Enmienda Platt y las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista. En su parte final, hizo una fundamentada y apasionada defensa de los logros de la Revolución en su primer año y medio, para finalizar con estas palabras:

He querido dar los antecedentes irrefutables que he podido juntar para hacer presente que la Revolución Cubana era un hecho social necesario, indispensable, impostergable. Los entrego al país para que se comprenda también quiénes están agrediendo a Cuba y por qué razones lo hacen.

La revolución, en su obra creadora, ha hecho mucho en lo material. Ya se conoce, por medio de mis palabras, parte de lo realizado. Pero lo que no podrán comprender ciertos círculos en toda su magnitud es la transformación moral que se ha alcanzado: el cubano de ayer no es el de hoy. La Cuba de la fiesta, del jolgorio, de la irresponsabilidad, de la coima, ha desaparecido. El pueblo cubano, hoy, es un pueblo distinto, señor de su propio destino. Se han refundido en el crisol de la patria, en el altar de la tarea común, el maestro universitario y el campesino, el intelectual y el obrero, el estudiante y el profesional. (...)

El pueblo de Chile ha reaccionado y siente la Revolución Cubana, la comprende y la defiende como suya. Nuestros estudiantes han firmado un acuerdo con los estudiantes cubanos. Nuestra Central Única de Trabajadores ha llegado a un convenio de ayuda y de defensa mutua con los trabajadores cubanos. Partidos populares, e, incluso partidos de centro, con alguna reticencia, han manifestado su apoyo a la revolución. Es decir, la inmensa mayoría de los chilenos está con la revolución.

Es hora de que se entienda que la lección de Guatemala se ha aprendido. Estados Unidos debe entender que hoy día Latinoamérica se ha revitalizado con la Revolución Cubana. Con métodos distintos y estrategias diferentes, de acuerdo con las características de cada uno de nuestros países, vamos a una misma meta que dignifique nuestras vidas y asegure la independencia económica de nuestros países.

Desde aquí, como un homenaje a la Revolución Cubana, a su Gobierno y a su pueblo, sólo puedo decir que la agresión contra Cuba es una agresión a la tierra, a la sangre y a la historia de Latinoamérica.

En mayo de aquel año había participado en Maracay (Venezuela) en el II Congreso Interamericano Pro-Democracia y Libertad junto con otros 250 delegados de las 21 repúblicas americanas. La revista venezolana Momento le escogió junto con otros siete «líderes continentales» y le sometió a un cuestionario de cinco preguntas. Interrogado sobre si América Latina vivía un «trance revolucionario» y en qué medida estaba influido por la Revolución cubana, respondió de manera afirmativa (Archivo Salvador Allende, 1, 1990: 15):

Lo demuestra el hecho de que hayan sido derrocados los dictadores de Perú, Colombia, Venezuela y Cuba. Además, porque existe conciencia en la mayoría de nuestros pueblos de que sólo sobre un cambio profundo en las estructuras institucionales será posible el desarrollo económico, la elevación del nivel de vida de las masas y el camino para la industrialización nacional. Cuba, a mi juicio, influye notablemente, lo cual no significa que con los mismos métodos y prospectos los pueblos americanos vayan a hacer lo mismo que se ha hecho en Cuba. Pero Cuba ha demostrado lo que es la Revolución Nacional, que tiene que ser, a mi juicio, antiimperialista y antifeudal. Las revoluciones tendrán características propias en cada país, ya que en los pueblos de América Latina existen distintas etapas de desarrollo. Pero, siendo nacionales, estas revoluciones tienen que proyectarse en el ámbito continental. Deben ser revoluciones humanas, en el sentido del respeto a la dignidad individual y colectiva, y democráticas, o sea, que expresen el sentimiento mayoritario.

Aquéllos que pretenden calcar la Revolución Cubana, en sus procedimientos o métodos, cometen un error tremendo, y aquellos que pretendan ignorar su realidad y su proyección en el futuro son unos cretinos.

[1] En su declaración de principios, la CUT aseguraba que su «finalidad primordial» era la organización de todos los trabajadores, «sin distinción de credos políticos o religiosos, de nacionalidad, color, sexo o edad», para luchar contra la explotación del hombre por el hombre hasta lograr la sustitución del régimen capitalista por el socialismo (Silva, 2000: 273).

[2] Fuente: Servicio Electoral de la República de Chile.

[3] El secretario general del PCCh, Galo González, aseguró en el X Congreso: «La posibilidad de que nuestra revolución se realice por medios pacíficos, esto es, sin que sea forzoso recurrir a la guerra civil depende de dos factores esenciales: del poderío y la resistencia de las clases enemigas y de la capacidad de la clase obrera para unir en torno suyo a la mayoría nacional y conquistar, por medio del sufragio u otra vía similar, el poder para el pueblo. No hay duda de que en nuestro país el enemigo es relativamente fuerte y presenta y presentará una tenaz resistencia a los cambios revolucionarios. Pero tampoco hay duda de que la clase obrera puede vencer esa resistencia, puede agrupar en torno suyo a la mayoría nacional y arribar al poder por medio del sufragio u otro procedimiento que no sea el de la guerra civil» (Corvalán, 1971: 29). En febrero de 1956, el histórico XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética había aceptado «la vía pacífica» como doctrina marxista-leninista.

[4] A pesar de su denominación, aquellos jóvenes no comulgaban con el ideario fascista de José Antonio Primo de Rivera, sino con el socialcristiano inspirado principalmente en Maritain, aunque se produjo otra coincidencia ya que, si la Falange española tenía sus Veintiocho Puntos Fundamentales, la chilena se conformaba con aquellos Veinticuatro Puntos Fundamentales que proclamaban que su lucha era «una cruzada que se impone instaurar en Chile un Orden Nuevo. Más que un simple partido es una afirmación de fe en los destinos de Chile y una voluntad inquebrantable al servicio de la nacionalidad» (Díaz Nieva, 2000: 225-226).

[5] Fuente: Servicio Electoral de la República de Chile.

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