Kitabı oku: «Cásate conmigo... de nuevo»

Yazı tipi:

MARIOLINA CERIOTTI MIGLIARESE

CÁSATE CONMIGO… DE NUEVO

Crisis y renacimiento de la pareja

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Risposami!

© 2020 by EDIZIONI ARES

© 2022 de la versión castellana traducida por ELENA ÁLVAREZ

by EDICIONES RIALP S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com

Preimpresión y realización eBook: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6029-5

ISBN (edición digital): 978-84-321-6030-1

Depósito legal: M-78-2022

Impreso en Anzos, S. L. - Fuenlabrada (Madrid)

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ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

I. EL MATRIMONIO COMO VÍNCULO ESPECÍFICO

II. TRES RELATOS

Primera historia: Marta y Luca

Segunda historia: Costanza y Gregorio

Tercera historia: Chiara y Matteo

III. LA FORMACIÓN DE LA PAREJA. EL ENAMORAMIENTO

Un poco de teoría

Marta y Luca: el encuentro

Costanza y Gregorio: el encuentro

Chiara y Matteo: el encuentro

IV. IDEALIZACIÓN Y DES-IDEALIZACIÓN

Un poco de teoría

Imaginación y realidad

V. LA REORGANIZACIÓN DE LA PAREJA. ACOGER LA AMBIVALENCIA

Personalidad y carácter

La ambivalencia relacional

No todo es lo que parece

Los desafíos de la vida en común

VI. EL FRACASO EN LA REORGANIZACIÓN DE LA PAREJA: LA CRISIS

La confianza destrozada

La decisión

Valor subjetivo, valor objetivo

VII. ENTENDER LA CRISIS

¿Entender o “justificar”?

Entre el pasado y el futuro

VIII. “EL SEGUNDO MATRIMONIO”: DE LA COMPLEMENTARIEDAD A LA ALIANZA

Juntos y solos

¿Amor verdadero o paciencia estúpida?

“Te necesito”

El placer de la alianza y el “privilegio de la presencia”

IX. EL DESAFÍO DEL AMOR PARA SIEMPRE

¡Hay que quererlo!

¿Mejor o único? La persona “justa”

La felicidad, tarea personal

Siempre se puede recomenzar

CONCLUSIONES

APÉNDICE. LA MISERICORDIA EN LA FAMILIA

Misericordia en la familia

Actitudes humanas necesarias para el perdón

Vida en familia

Valor subjetivo y valor objetivo

El perdón en la pareja

Anna y Marco

BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL

AUTOR

INTRODUCCIÓN

A nosotros

Todos estamos invitados a «ser creativos en el amor.

El amor no es un oficio. Por eso, aquí no se proponen

indicaciones, ni se aplican expedientes.

El amor se activa ante la realidad; pero es siempre

nuevo, en situaciones que se forman constantemente,

sin que ninguna se parezca a otra.

[El amor se realiza] frente a esta exigencia

de vida, a esta demanda... a este conflicto...

tal y como están en la existencia

concreta y como se me presentan. El amor

tiene algo de vidente: una capacidad para entrever

lo que yace escondido ... de vaticinar lo que

todavía debe suceder. Es algo creativo...

es irrepetible y carece de modelo»[1].

ME PARECE QUE EL MEJOR MODO de empezar este libro es compartiendo estas palabras de Romano Guardini sobre la creatividad del amor. La creatividad es ese principio que da al amor la posibilidad de perdurar y ser fuente de felicidad. Le hace capaz de «crear y recrear el mundo», como decía el psicoanalista D. Winnicott. Pero el amor también es frágil, y son pocos los que conocen su secreto.

Han pasado siete años de la publicación de mi libro La pareja imperfecta. Desde entonces, muchas más parejas con dificultades me han pedido que las acompañara, para ayudarles a comprender sus situaciones de crisis. Hemos seguido buscando caminos juntos, y alternando momentos de esperanza y de desasosiego, éxitos y fracasos. He aprendido mucho de ellos y con ellos. Poco a poco, he sacado a la luz los pensamientos que me propongo compartir ahora. Gracias a sus historias, he llegado a entender que las crisis importantes, las que ponen en duda la continuidad de la vida de pareja, casi siempre son consecuencia de una dificultad prolongada para comprender y hacer frente a los momentos críticos de naturaleza fisiológica, que forman parte de toda relación.

El libro anterior estaba dirigido, sobre todo, a parejas que empezaban su camino. Este libro está destinado a quienes desean reflexionar sobre sus vivencias a partir de la senda iniciada. Es para quienes luchan con dificultades que no habían previsto, para quienes se preguntan si han elegido bien. Pero también está destinado a quienes quieren profundizar en su relación y se proponen vivir su matrimonio con mayor conciencia, con todas sus luces y sombras.

Las parejas de hoy en día sufren una contradicción, cada vez más acusada, entre sus expectativas legítimas de felicidad, sus proyectos de vida, y las dificultades concretas que se encuentran al querer realizarlos. Todos empezamos a dudar de que sea realmente posible estar juntos toda la vida, sin que la convivencia se reduzca, en el mejor de los casos, a un soportarse, recíproco y resignado.

La crisis tan profunda en la que se encuentra el matrimonio es una situación nueva y difícil. Pero, como todas las crisis, no es por sí misma, ni necesariamente, solo negativa. Nunca es buen principio lamentar el pasado, y menos un pasado que tenía muchas sombras, como en este caso. Al contrario, si observamos con atención, tenemos por delante una oportunidad espléndida. Es la de ser capaces de interpretar, de modo más consciente, el auténtico significado de esta relación tan especial. Con ello, podemos comprender por fin la promesa de felicidad de la que es portadora.

No obstante, por su novedad, la situación exige nuevas competencias y una nueva sensibilidad, que no pueden darse por descontadas, y tampoco se pueden improvisar. Por un lado, se ha elevado el nivel de exigencia de una madurez afectiva suficiente para vivir bien el matrimonio. Por otro, es cada vez más difícil para las familias y para el contexto social acompañar a los hijos hacia esa madurez. En consecuencia, se multiplican las parejas enamoradas pero frágiles, poco preparadas para afrontar el desafío que tienen por delante. Por eso, me parece importante sacar a la luz los matices que hacen que el matrimonio sea una relación tan específica, que es a la vez rica y compleja.

Para reflexionar sobre los diferentes aspectos del matrimonio, he querido que me acompañen los relatos de algunas parejas con las que he hecho un recorrido de ayuda. Sus historias hablan de crisis importantes: situaciones que han llegado a un extremo de dificultad que hacía necesario pedir un apoyo externo. Sus experiencias nos permiten descubrir algunas dinámicas que, en realidad, son comunes a todas las parejas, con sus momentos inevitables de incomprensión. Gracias a ellas, descubriremos la continuidad que existe entre crisis «fisiológicas» y crisis «patológicas». Casi siempre, el origen de las situaciones más graves está en no haber encontrado el modo de hacer frente a los pequeños momentos de crisis cotidiana. También está en que se ha minusvalorado la necesidad de cuidar conscientemente la relación, que hay que volver a amoldar de forma inteligente, varias veces a lo largo de la vida. De hecho, y precisamente por sus particularidades, en el matrimonio (en cualquier matrimonio) se presentan situaciones críticas. No son necesariamente patológicas, pero siempre requieren la capacidad para descubrir qué adaptaciones son necesarias hacer para que la relación siga siendo sólida y vital a lo largo del tiempo. Cada uno de nosotros evoluciona continuamente a lo largo de la vida. Pero esta dinámica se opone a la tendencia natural de la pareja, a mantener constantes los equilibrios iniciales. Es decir, se opone al cambio, con un estado inconsciente de inercia. Eso hace que sea muy importante que el marido y la mujer aprendan a reconocer a tiempo los signos de malestar en uno o en otra, y a tratarlos abiertamente, con total libertad, para buscar nuevos equilibrios.

En cambio, lo más frecuente es que, con intención de proteger la relación y mantener su equilibrio, prefiramos retrasar, esperar, minimizar. Al igual que cualquier otra realidad viva, también la relación de pareja es incapaz de aguantar sin consecuencias el sometimiento a la rigidez y a la compresión en esquemas predeterminados. A falta de una adaptación progresiva y recíproca, pierde la capacidad de dar respuesta satisfactoria a la necesidad vital de desarrollo que tienen los dos.

Cada pareja tiene una identidad propia. Es como un cuerpo vivo, que tiene que crecer y transformarse, y que, para hacerlo, necesita mucha flexibilidad e imaginación. Para vivir bien juntos hemos de aprender a interpretar las dinámicas que están en juego, sin conformarnos con lo que ya creemos saber. Cuando no estamos abiertos al cambio, la relación conyugal tiende a perder la vitalidad y la creatividad del principio. Se vuelve asfixiante e insatisfactoria, y puede desembocar en problemas más graves, que hacen que la situación explote. Es lo que les ha pasado a las parejas que presento. Pero esas historias también nos ayudan a comprender que no hay nada realmente perdido cuando se quiere seguir adelante. Se puede recomenzar. Siempre se puede, también cuando nos encontramos ante crisis que pueden parecer, a primera vista, definitivas.

Una crisis importante, aunque no acabe en separación, siempre marca de alguna forma un final en la relación o, más precisamente, el final de un cierto modo que tenía esa pareja de relacionarse. Para que la relación pueda revivir en plenitud es necesario, entonces, hacer una labor concreta de decodificación y de reconstrucción. Y esta solo puede empezar a partir de la decisión consciente de volver a fundar la propia relación, sobre nuevas bases.

Por eso es necesario plantearse la relación en los términos de un segundo matrimonio: un pacto renovado con la misma persona, a quien se le vuelve a regalar el amor y la confianza. Pero ahora se hace en el marco de una comprensión más profunda de lo que une de una forma tan exclusiva precisamente a esas dos personas que se han elegido al principio.

Si se observa detenidamente, todas las parejas tendrían que hacer un recorrido como ese, sin necesidad de pasar por la experiencia de una crisis grave. La persona elegida por vez primera tendría que ser elegida de nuevo, siempre, cada vez de forma más consciente. Y, por lo menos, una segunda vez.

El resultado de un segundo matrimonio con la misma persona es que la relación se hace más sólida, y también que se renueva. Es una relación que se pone al servicio de una alianza verdadera y definitiva, que sea también capaz de dar una nueva plenitud a la vida juntos.

[1] ROMANO GUARDINI, Volontà e verità, Morcelliana, Brescia 1978, p. 144.

I.

EL MATRIMONIO COMO VÍNCULO ESPECÍFICO

UNA DE LAS SECUENCIAS MÁS IMPORTANTES de la película Shall we dance, con Richard Gere y Susan Sarandon, tiene un interesante intercambio de ideas entre la protagonista y el detective privado, al que ella misma ha contratado para averiguar si su marido la está traicionando.

La mujer pregunta al detective: «En su opinión, ¿cuál es el motivo para casarse?».

El hombre responde: «¡La pasión!». «No», replica ella. Él añade: «Es interesante. Habría dicho que usted era romántica. ¿Cuál es, entonces?». Y la mujer le responde: «Porque necesitamos un testigo de nuestra vida… hay miles de millones de personas en el planeta. En total, ¿qué valor puede tener una sola vida? Pero un matrimonio tiene una promesa de ocuparse de todo… tanto de las cosas buenas, como de las terribles o frívolas. De todo, siempre, cada día. Quien hace la promesa, dice: “Tu vida no va a pasar inadvertida, porque yo voy a ser tu testigo”».

¿Significa esto que la pasión no tiene cabida en el matrimonio? ¿Que el sentimiento no cuenta?

Tal vez, simplemente, es que la pasión y el sentimiento no son suficientes por sí solos para justificar una relación tan compleja como el matrimonio.

En la historia que es el matrimonio, cada uno de los dos es el único testigo auténtico de la vida del otro. Le conoce como nadie más, hasta en los repliegues secretos de su ser. Le conoce y le ve también en esos momentos que él mismo no es capaz de ver. En el matrimonio vemos, cada día, al otro en acción, en todo tipo de situación, en la relación consigo mismo y con el mundo. Podemos observarle como “de espaldas”, es decir, conocer esos aspectos de los que él no es consciente. Le vemos envejecer, le vemos sufrir, le vemos en sus momentos alegres y tristes, cuando está desanimado o confiado. Le admiramos, le detestamos, le amamos, le rechazamos. En todo caso, la verdad es que, cuando la relación es auténtica, el paso del tiempo va a hacerle más valioso e importante, a pesar de las dificultades.

Pero, para que esto llegue a suceder, es necesario volver a definir el matrimonio como lo que es: una relación pensada para perdurar, sin fecha de finalización. Esta característica hace que sea, en el plano afectivo y psicológico, un vínculo muy específico, muy distinto de otras formas de relación, que puedan ser también intensas y significativas, y que no tengan como presupuesto compartido el compromiso recíproco por la continuidad y la duración.

En el caso de los creyentes, este aspecto del matrimonio adquiere una evidencia todavía mayor, porque se fundamenta explícitamente en la promesa libremente otorgada de un vínculo “para siempre”. Aunque todo amor humano contiene la aspiración a la eternidad, el cristiano cree que el sacramento puede actuar para hacer que sea indisoluble. En este sentido, la indisolubilidad es un evento: mediante la intención sincera y la promesa de amor entre un hombre y una mujer, limitados y frágiles, el sacramento da origen a un cuerpo nuevo, inédito e indivisible, en el que la vocación personal de cada uno encontrará la mejor vía para llegar a su plenitud.

También para quien no se identifica como creyente, la duración del matrimonio representa el objetivo al que apuntar: solo cuando el horizonte en el que nos situamos es “para siempre”, la relación entre el hombre y la mujer adquiere el sabor especial de las grandes aventuras, aquellas en las que se despliegan la imaginación y el valor, y que nos obligan a confrontarnos constantemente con nosotros mismos. El matrimonio “para siempre” es el desafío relacional más alto, porque pone en juego todo el amplio espectro de nuestras emociones y de nuestras capacidades: nos pone indefensos ante la otra persona, sin posibilidad de engaño.

La puesta en escena es esa multiplicación generosa e imprevisible de la vida, que se reconoce como el fruto de aquellas historias que solo la muerte ha interrumpido.

Desde el punto de vista psicológico, lo específico del matrimonio en cuanto relación es que tiene el proyecto de perdurar, y que este es un elemento constante e “invariable” del matrimonio mismo, independientemente del contexto. De esta característica dependen algunas dificultades que se encuentran en la relación y que, por ello, se consideran fisiológicas. A ellas se añaden hoy nuevas dificultades, que dependen de la actual situación sociocultural, hostil a la idea del matrimonio en cuanto vínculo estable.

La pareja de hoy en día ya no se encuentra en el cauce de reglas “fuertes” y compartidas socialmente. No puede darse nada por descontado: ni la diferencia entre masculinidad y feminidad, ni la atribución de tareas y de roles, ni el proyecto de generación.

Además, hay ciertos “modos de sentir” ampliamente difundidos que condicionan, aunque sea inconscientemente, nuestra posición hacia los proyectos afectivos. Entre ellos, está, por ejemplo, nuestro modo de considerar el amor, con una interpretación muy idealizada, que destaca su componente emotiva, en detrimento del realismo en los proyectos. Está además la convicción difundida de que la salud de una relación se manifiesta en la ausencia de conflictos, más que en la capacidad de mantener una sana conflictividad, controlada y constructiva, que es necesaria a la confrontación.

A esto se suma la idea de que la relación de pareja debe ser una respuesta a la necesidad de felicidad personal que cada uno tiene. Cuando la relación se vuelve difícil o decepciona nuestras expectativas, la consecuencia es la decisión de interrumpirla para buscar en nuevas relaciones lo necesario para sentirnos bien.

De este modo, se hace coincidir el concepto de felicidad, por un lado (en las relaciones afectivas), con el del bienestar subjetivo; por otro lado (en el entorno laboral) con el de la “autorrealización”, que se identifica con el éxito y la visibilidad personales. En cualquiera de los dos campos, nos exponemos continuamente a la comparación desigual entre nuestras altas expectativas y lo que la vida nos puede regalar concretamente.

El proyecto de que el vínculo de amor permanezca “para siempre” tiene, como consecuencia igualmente específica, la necesidad de desarrollar algunas competencias, que son necesarias para afrontar las situaciones de crisis que algún día habrán de llegar, pero sin que destruyan la relación misma. Esto exige que el hombre y la mujer acojan el matrimonio como un largo camino, que contiene el desafío de un crecimiento personal y como pareja. Para que la relación pueda ser portadora de felicidad, van a ser necesarios muchos momentos de renegociación y cambios personales, porque la decisión inicial solo es el primer acto de una aventura, larga e interesante.

La relación de pareja tiene una naturaleza dinámica. Quienes la han estudiado en profundidad observan que en el matrimonio hay, desde el principio, una alternancia de fases específicas, que se denominan de idealización, desilusión y reestructuración. Sus características y la sucesión entre ellas se hacen especialmente evidentes en el primer periodo de la historia de una pareja. Pero cada una de estas fases, aunque con ciertas diferencias, vuelve a repetirse con el tiempo, durante todo el ciclo de la vida.

Es muy importante entender el matrimonio como un proceso dinámico. No es correcto pensar en la relación de pareja como una realidad estable y definida de una vez para siempre. Los cambios en las condiciones de la vida con el paso del tiempo, y la evolución personal de cada uno, hacen necesarias las adaptaciones recíprocas y continuas. El desafío de fondo consiste en encontrar y mantener la fisionomía y la identidad de esa relación, en un cambio que permite la evolución vital sana de cada uno, en el respeto al otro.

Precisamente por este motivo, la aparición de momentos críticos no se puede considerar como un hecho excepcional, ni indica tampoco necesariamente que se presente una disfunción o una patología de la pareja misma. En cambio, cada crisis sirve para indicar que hay que hacer algún cambio, y que hemos de ser capaces de cuestionar el vínculo, para reorganizarlo según los nuevos equilibrios. Así podremos introducir los cambios que sean necesarios para que la relación siga siendo estable y vital al mismo tiempo.

La salud psíquica de la pareja exige que seamos capaces de mantener una relación lo suficientemente flexible como para permitir que cada uno siga siendo él mismo, en plenitud, en el contexto de una relación de gran intimidad. Esto supone que, en una relación, cada uno de los dos cónyuges debe tener la posibilidad de desarrollar su personalidad de la mejor forma, con sus características, sus dones, su vocación personal. Pero no por ello puede perder de vista el contacto y el intercambio con el otro. Es necesario mantener en relación vital la parte más profunda y personal de ese hombre y de esa mujer, sabiendo que cada uno de los dos, a su vez, busca constantemente el equilibrio entre la continuidad y el cambio. Es un reto realmente difícil.

Aunque a primera vista, los comentarios que estamos haciendo puedan parecer bastante teóricos, en realidad se aplican a la infinita variedad de las decisiones prácticas, grandes y pequeñas, de la vida cotidiana: el reparto de tareas (¿quién cocina? ¿quién limpia? ¿quién hace la compra?); la definición de los ritmos vitales, entre trabajo y familia (¿qué espacio se debe dar a la familia y cuál a la profesión?); la gestión económica (¿en qué cuenta corriente? ¿dónde domiciliamos el sueldo? ¿cómo decidimos sobre los gastos? ¿mío / tuyo / nuestro?). Solo son algunos de los ejemplos más comunes entre las muchas cosas que hay que acordar, definir y compartir. Las decisiones no son solo concretas, sino que también están dotadas de un alto valor simbólico. Así, mediante estas y otras decisiones que pueden ser pequeñas y cotidianas, la pareja va adquiriendo su fisionomía propia y define aspectos como el espacio y el valor que va a reservar a los proyectos personales de cada uno, o la forma en que esos legítimos proyectos personales se van a compaginar, de forma equilibrada y satisfactoria, con el nuevo proyecto compartido de la familia. Muchas veces, el nacimiento de los hijos supone, en este terreno, un momento importante de toma de decisiones, no exento de dificultad.

Por eso, es evidente que los primeros acuerdos no pueden ser suficientes. A lo largo de la vida, va a ser necesario hacer adaptaciones mutuas y continuas, que tendrán que superar el encuentro y enfrentamiento, a veces, con las situaciones de la vida diaria. Pero precisamente este elemento puede abrir paso a un “trabajo psíquico”, complejo y estimulante a la vez, en el que la pareja se encuentra y se enfrenta, media y llega a acuerdos. Es típico de cualquier relación que se pueda llamar vital.

Este “trabajo psíquico”, entre continuidad y cambio, es el que permite que la relación se modifique con el tiempo, pero sin perder nunca su configuración específica más profunda.

Confío en poder mostrar con claridad que las crisis más graves se producen precisamente cuando esa confrontación es, por cualquier motivo, insuficiente. A veces es por una dificultad prolongada, quizá no reconocida, para hacer frente y superar de forma abierta los momentos críticos, desde el punto de vista fisiológico, que tiene el vínculo. Esto lleva consigo una insatisfacción crónica que puede crecer solapadamente, y que distancia progresivamente al hombre y a la mujer, hasta que estalla la crisis.