Kitabı oku: «Destino Machu Picchu», sayfa 3
5 Agradezco a Roger Valencia que me haya proporcionado este documento.
6 Por ejemplo, consúltese: Recopilación bibliográfica del Santuario Histórico Machu Picchu (Fondo de Promoción de las Áreas Naturales Protegidas del Perú, 2000). Esta bibliografía, que tiene más de 15 años, enumera aproximadamente 1.140 publicaciones académicas sobre Machu Picchu, excluyendo los usos más extensivos de Machu Picchu que se encuentran en guías, propaganda y publicaciones comerciales.
7 Para un reciente ejemplo «malo» de esta narrativa, véase: Adams (2011).
8 Para una introducción a este creciente campo en América Latina, consúltese: Wilson (2008); Babb (2011).
9 Para un ejemplo del uso del análisis transnacional en la historia andina, consúltese: Gootenberg (2008).
10 Ese nombre probablemente es una combinación de las palabras quechuas willka, que se identifica con el valle del río Urubamba, y llaqta, que se traduce como lugar sagrado.
11 Para una excelente presentación de la vida y las expediciones de Bingham, consúltese: Heaney (2010). También hay análisis de la vida e influencia de Hiram Bingham en: Bingham (1989); Salvatore (2016, pp. 75-104).
Capítulo uno
Construyendo el destino «moderno», 1900-1934
Al regreso de su primera visita al Perú en 1909, Hiram Bingham señaló que «en realidad, el Cuzco hace tiempo es notorio por ser una de las ciudades más sucias de América, y su reputación está justificada» (1909, p. 234). Resulta extraño que Bingham haya presentado esta región a los lectores norteamericanos en términos tan despectivos, puesto que en general atribuye la fundación de la actual economía turística cusqueña a su exploración de Machu Picchu en 1911. Pero, tal como lo muestra este capítulo, Bingham hizo eco de un sentir común que las élites políticas e intelectuales nacionales peruanas, afincadas en Lima, tuvieron del Cusco durante las primeras décadas del siglo XX (Burga & Flores Galindo, 1980; Klarén, 2000, pp. 203-240). En efecto, para muchos viajeros peruanos y extranjeros, el Cusco y su legado indígena servían como la representación de una sociedad andina incompatible con el mundo moderno. Estos factores, así como las controversiales medidas que Bingham tomó en el transcurso de las expediciones que llevó a Machu Picchu, frustraron los primeros intentos de promover los viajes a este centro arqueológico. Veremos, sin embargo, que dichos retos no impidieron que los cusqueños buscaran desarrollar el turismo en su región. En efecto, ellos lo recibieron con los brazos abiertos porque les permitía representar su legado indígena como algo compatible con el mundo moderno. El turismo ganó popularidad en el Cusco mucho antes de que pasara a ser una cuestión de desarrollo económico porque la población local podía emplear el lenguaje del turismo moderno para afirmar la importancia que su región tenía para la nación.
El apoyo local que se presta al turismo durante sus primeros años frecuentemente es de importancia crucial para determinar su desarrollo futuro (Rothman, 1998, pp. 10-28). Su temprana adopción por parte del Cusco ciertamente siguió este patrón. Mientras que otras regiones de Latinoamérica frecuentemente vieron al turismo internacional con recelo, como una fuente de corrupción o vicio, en el caso del Cusco gozó de un amplio y sólido respaldo (Schantz, 2010; Schwartz, 1997, pp. 16-53). La razón clave detrás de esto fue que los cusqueños advirtieron el poder que el turismo tenía para crear o recrear una identidad regional. Aunque algunos académicos desestiman las narrativas del turismo como intervenciones comerciales y frecuentemente de mal gusto, otros historiadores han mostrado cómo es que en ciertos lugares, que se extienden desde Renania hasta Nueva Inglaterra, fue empleado para definir y popularizar una visión específica del pasado histórico y la identidad regional. En efecto, sus aspectos centrales –las guías de turismo, las imágenes escenificadas, los itinerarios planificados y las ceremonias coordinadas– resultaron singularmente útiles para la creación de una narrativa oficial de la cultura, identidad e historia regionales12. Los cusqueños advirtieron que era posible emplear las herramientas del turismo para crear una narrativa histórica y cultural oficial que enfatizara la importancia que su región tenía para los debates peruanos en torno a la identidad nacional.
Un elemento central en este esfuerzo fue el papel que la cultura indígena habría de tener en la narrativa cusqueña del turismo. Los esfuerzos realizados en el Cusco reflejaban la adopción hemisférica del indigenismo, un movimiento cultural y político amplio que afirmaba el lugar central que la cultura indígena tenía en el nacionalismo latinoamericano (Earle, 2007, pp. 184-212). Los indigenistas del Cusco interactuaron con dichos esfuerzos en formas variadas y complejas. De un lado, buscaban afirmar su fe en que la cultura andina tenía un lugar en el proyecto modernizador nacional del Perú. Sin embargo, del otro lado, estos mismos indigenistas debían resolver las feroces tensiones existentes entre las demandas políticas de base efectuadas por los indios y los intereses de las élites regionales y el Estado, que al mismo tiempo que daban la bienvenida a la cultura indígena se alzaban contra un cambio social más amplio13. Los estudios del indigenismo en el Cusco en general han ignorado el papel que el turismo tuvo en tan importante movimiento cultural14. Este capítulo analiza cómo fue que los indigenistas cusqueños emplearon el discurso turístico para elevar su visión de la cultura indígena por encima de movimientos rivales en el nivel local y nacional. El objetivo final de ellos era usar el turismo para producir una imagen idealizada de la cultura india, al mismo tiempo que promover la importancia de su región para un Perú moderno.
Una segunda tendencia importante que resultó influyente en los tempranos esfuerzos turísticos del Cusco fue su naturaleza inherentemente transnacional. Es claro que esta no fue la única región que usó al turismo para forjar y alterar las percepciones globales de naciones y regiones, tanto dentro como fuera de América Latina (Endy, 1998; Ruiz, 2014). Sin embargo, el temprano uso que el Cusco hizo de las redes transnacionales destaca como un caso singular, incluso cuando lo comparamos con otras regiones. La temprana promoción local del turismo dejó de lado al Gobierno nacional, el cual en general no estaba interesado en impulsarlo, de manera que dependió de actores transnacionales que sirvieron como interlocutores entre los cusqueños y el mundo. Aun más importante es que el Cusco se definió a sí mismo como un posible destino turístico a partir del atractivo que la región tenía fuera de las fronteras nacionales peruanas. El turismo internacional fue una influencia crucial en los debates referidos al lugar que la región del Cusco tenía en el nacionalismo peruano mucho antes de que este fuera un proyecto económico en dicha región. A decir verdad, la legitimidad del Cusco como la representación auténtica de la identidad nacional peruana se derivaba fundamentalmente de su pretensión de ser capaz de captar el interés de los viajeros internacionales. Durante las primeras décadas del siglo XX, el papel descomunal que las fuerzas transnacionales tuvieron en la promoción de la identidad regional del Cusco dentro del Perú inició un proceso que habría de definir la narrativa del turismo en los Andes.
Encontrando Machu Picchu y olvidándolo
Aunque Bingham presentó al Cusco como una ciudad atrasada en sus informes de 1909, la verdad es que las primeras décadas del siglo XX estuvieron signadas por un dramático cambio económico y social en los Andes del sur peruano. La ciudad celebró el arribo del Ferrocarril del Sur el 13 de septiembre de 1908, menos de un año antes de que Bingham llegase al Cusco. Su inauguración marcaba lo que los cusqueños esperaban fuera un importante punto de quiebre en lo que para muchos parecía ser una prolongada decadencia política y económica de la región. Alguna vez capital del poderoso Imperio inca, el Cusco vio cómo su influencia quedaba eclipsada con la fundación de Lima como el centro administrativo del sistema colonial hispano en Sudamérica. Aunque durante la mayor parte de la época colonial el Cusco se jactó de contar con una economía dinámica que tenía como base la producción agrícola y textil para el consumo regional y de los mercados de Arequipa, Lima y la floreciente región minera de Potosí (Mörner, 1978, pp. 63-108; Escandell-Tur, 1997, pp. 251-351), en el siglo XVIII, la nueva dinastía Borbón de España introdujo reformas administrativas y económicas que cortaron los lazos del Cusco con el lucrativo mercado de Potosí, erosionaron la economía regional e irritaron a la población rural indígena imponiéndole mayores impuestos. Con estas presiones, los indios se levantaron violentamente contra las autoridades coloniales en 1780 bajo el liderazgo de un jefe indígena local llamado José Gabriel Condorcanqui. Este tomó el nombre de Túpac Amaru II con la esperanza de restablecer una forma del Imperio inca y expulsar a los odiados y abusivos funcionarios coloniales hispanos (Stavig, 1999, pp. 253-317; Walker, 2014, pp. 23-29).
La rebelión de Túpac Amaru fue una de las más grandes en la historia latinoamericana y los historiadores debaten ferozmente sus metas políticas, raíces socioeconómicas y legado histórico. Recientes estudios históricos han enfatizado la tremenda violencia de la rebelión. El levantamiento y su supresión por parte de las fuerzas hispanas tuvieron como resultado casi cien mil muertes y devastaron la economía del Cusco15. Estos nuevos estudios asimismo enfatizan la severa represión de la cultura andina e indígena que se desató después del levantamiento. Las autoridades coloniales, que antes habían tolerado y reconocido los símbolos de la cultura inca e indígena, intentaron ahora eliminar violentamente los signos de la actividad política y cultural indias (Serulnikov, 2013, pp. 135-138; Walker, 2014, pp. 267-278). La fortuna del Cusco no mejoró después de la Independencia, período en el cual el poder económico y político se mantuvo concentrado en la costa peruana, no obstante los intentos regionales de contrarrestar la influencia de Lima (Tamayo Herrera, 2010, pp. 27-43)16. Esta tendencia se aceleró con la formación de la «República Aristocrática» en las décadas finales del siglo XIX, cuando el control sobre las lucrativas exportaciones peruanas concentró cada vez más la riqueza y el poder en manos de un pequeño grupo de élites costeñas. Con el inicio del siglo XX, la brecha existente entre la costa modernizadora y los Andes aparentemente atrasados solo pareció crecer17.
El arribo del ferrocarril en 1908, que conectaría al Cusco con el puerto de Mollendo en el océano Pacífico, prometía revertir el declive económico de la región. La economía regional cusqueña había comenzado a crecer y diversificarse ya en 1895. El servicio eléctrico se inauguró en diciembre de 1914. Aunque no era una potencia manufacturera, para finales de la década de 1920 el Cusco contaba con un robusto sector textil y había incluso superado a Arequipa en lo que al producto industrial respecta. Igualmente importante fue que la modernización económica creó una nueva clase industrial trabajadora, así como una pequeña pero influyente clase media de dependientes y profesionales. Más de 50 nuevos periódicos circularon en el Cusco en esta época. Nuevas asociaciones cívicas comenzaron a tomar parte en la política local, a las que se unieron las sociedades artesanas de trabajadores calificados y grupos de trabajadores más proletarios. Sin embargo, los conceptos de raza y etnicidad de la época colonial se mantuvieron tenazmente vigentes y las comunidades de indígenas quedaron mayormente excluidas de estos nuevos grupos. Ello no obstante, para 1930 la mayoría de los observadores concluía que el Cusco había experimentado un período de dramáticos cambios económicos y sociales (Hiatt, 2012; Krüggeler, 1999; Tamayo Herrera, 2010, pp. 107-111).
A medida que la élite cusqueña cifraba sus esperanzas en el nuevo acceso al océano Pacífico, también manifestaba su interés por expandir los vínculos económicos con los valles del interior hacia el noroeste. A partir de la década de 1880, la creciente demanda global de caucho y otras mercancías cultivadas en los trópicos movió a la élite económica del Cusco a explorar los húmedos valles al norte y oeste de la ciudad, situados en el clima de la ceja de selva. Con la esperanza de expandir sus inversiones fuera de la zona agrícola tradicional, pero relativamente árida, del altiplano, la élite del Cusco creía que la prosperidad futura de su región yacía en la explotación de las tierras en estos valles verdes (Tamayo Herrera, 2010, pp. 87-95)18. El creciente interés por tales valles cerca al Cusco llevó a la creación del Centro Científico de esta ciudad en 1897. Si bien solo operó durante 10 años, publicó varios estudios geográficos del área del Valle Sagrado, con la esperanza de alentar la construcción de un nuevo ferrocarril (Rénique, 1989; 1991, pp. 45-47; Tamayo Herrera, 2010, p. 93). Estos esfuerzos alcanzaron el éxito en 1910, cuando el Gobierno peruano aprobó la construcción del Ferrocarril de Santa Ana, el cual habría de unir al Cusco con el fértil valle de La Convención a través del Valle Sagrado. La ruta del ferrocarril pasaría directamente debajo de Machu Picchu. Para 1900 se había efectuado una limpieza significativa en antelación a esta ruta (Tamayo Herrera, 2010, p. 100), de modo que, en 1911, los alrededores de Machu Picchu no eran la selva no mapeada descrita en las relaciones de Bingham, sino una frontera económica clave del Cusco.
El Cusco también experimentó una era de tremendos cambios intelectuales en vísperas del arribo de Bingham a la región. Nuevas obras literarias comenzaron a cuestionar el discurso nacional dominante, que denigraba al Cusco como parte de la «mancha india» de la nación, a la cual se desdeñaba como algo incompatible con un país moderno. Ya en 1848 habían aparecido obras literarias que simpatizaban con los apuros de la población india peruana, y fue en ese año que Narciso Aréstegui publicó El padre Horán (Kristal, 1987, pp. 44-54). Sin embargo, a comienzos del siglo XX el interés por las condiciones y el pasado culturales de la población india del Perú comenzó a crecer, encabezado por el escritor limeño Manuel González Prada. Después de la victoria de Chile sobre el Perú en la Guerra del Pacífico (1879-1884), González Prada atribuyó la culpa de la derrota a que las élites nacionales no estaban dispuestas a incorporar a los indios al nacionalismo peruano. Clorinda Matto de Turner, una de sus seguidoras, nació en el Cusco y escribió Aves sin nido, novela que se publicó en 1889 y que muchos críticos literarios creen que es la primera obra literaria indigenista. Haciéndose eco de González Prada, la obra de Matto de Turner documentó el sufrimiento de la población indígena peruana y pidió su incorporación a la política y la cultura nacionales (Kristal, 1987, pp. 93-161). Aunque las primeras obras indigenistas se quedaron como un movimiento de base urbana, las de González Prada y Matto de Turner incrementaron la conciencia que los intelectuales tenían de la cultura y la historia indígenas en el Cusco19.
Estos cambios intelectuales afectaron a la Unsaac, el principal centro de enseñanza de la ciudad y la región. Su estructura administrativa y su currículo permanecieron mayormente sin cambios desde la época colonial hasta mayo de 1909, cuando los alumnos iniciaron una huelga pidiendo una administración universitaria democrática, un currículo moderno y pensiones más bajas. Los estudiantes se ganaron el respaldo de la prensa local y de sectores influyentes de la élite política regional, y el Gobierno nacional encabezado por el presidente Augusto Leguía accedió a sus demandas (Tamayo Herrera, 2010, pp. 116-122). En 1910, Leguía nombró como nuevo rector de la universidad a Albert Giesecke –un educador de Filadelfia de 27 años– con la misión de que la reformara y modernizara (Columbia University, Oral History Research Office, 1963, pp. 31-32)20. Para sorpresa de muchos, el nuevo rector se ganó la aprobación de los dirigentes de la huelga estudiantil, de la élite local y de los educadores. Además de ser rector de la Unsaac entre 1910 y 1923, Giesecke también participó en el gobierno de la ciudad y fue alcalde entre 1920 y 1923.
Giesecke sentó las bases para el desarrollo del turismo cultural en el Cusco. En primer lugar, las reformas educativas que implementó en la Unsaac ayudaron a formar una generación de estudiosos y dirigentes políticos a la que se conocería como la Generación de la Sierra. Giesecke y los jóvenes integrantes de esta generación –entre ellos José Gabriel Cosío, Luis E. Valcárcel, José Uriel García y Francisco Tamayo– tendrían un papel central en la promoción del folklore, el indigenismo y el estudio arqueológico del Cusco en el siglo XX (Tamayo Herrera, 2010, pp. 123-126). En segundo lugar, el conocimiento que Giesecke tenía de las instituciones políticas y académicas norteamericanas garantizaba que la Unsaac y el Cusco habrían de establecer lazos académicos y culturales cruciales más allá del Perú.
Las conexiones de Giesecke con los Estados Unidos le ayudaron a vincular a Bingham con Machu Picchu. Ansioso por fomentar la cooperación entre la Unsaac y las instituciones académicas estadounidenses, Giesecke asistió a Bingham durante su primer viaje al Perú en 1909. Tras lo cual, este regresó al Cusco en 1911 con una expedición que buscaba localizar Vilcabamba, el último refugio de la resistencia inca, que cayó ante las fuerzas hispanas en 1572. Gracias a su investigación en los Estados Unidos y Lima, Bingham sabía que la aún no mapeada Vilcabamba yacía en la ceja de selva de los valles noroccidentales del Cusco. Con la ayuda de Giesecke, Bingham habló con hacendados, autoridades regionales y alumnos de la Unsaac para saber más sobre posibles centros arqueológicos incas en el Valle Sagrado (Bingham, 1989, pp. 124-157; Heaney, 2010, pp. 79-82). Giesecke, junto con numerosas autoridades y hacendados locales, le sugirió que inspeccionara unas ruinas que yacían entre los picos mellizos Huayna Picchu y Machu Picchu21. En efecto, los mapas que identificaban a las ruinas incas en Machu Picchu se remontaban hasta la década de 186022. Viajar por el Valle Sagrado era difícil entonces, pero en absoluto imposible, puesto que la mayor parte de la ruta había sido limpiada en anticipación de proyectos ferroviarios y viales. Al llegar al pie del Huayna Picchu, inmediatamente al oeste del actual pueblo de Aguas Calientes, Bingham y un sargento del Ejército peruano apellidado Carrasco se toparon con Melchor Arteaga, un poblador local que confirmó la existencia de ruinas arriba, en la cumbre, y los acompañó en su ascenso al lugar el 24 de julio de 1911. Para sorpresa de Bingham, al llegar a la cima se topó con una familia apellidada Richarte, que vivía y tenía sus cultivos al costado de las ruinas. Uno de sus pequeños hijos, supuestamente llamado Pablito Richarte, guio a Bingham a través de las ruinas de Machu Picchu durante varias horas (Bingham, 1989, pp. 3-16; Heaney, 2010, pp. 79-89). A la luz de estos hechos, la reputación de Bingham como único descubridor de la ciudad perdida de Machu Picchu resulta notoriamente falsa. Pablito Richarte, en cambio, sí podría al menos reclamar el honor de haber sido el primero de muchos guías turísticos en estas ruinas.
Las expediciones de Bingham le hicieron célebre en los Estados Unidos a pesar de que los cusqueños estaban enterados de la existencia de Machu Picchu y de que en algunos casos vivían y trabajaban allí. Su habilidad manejando expediciones complejas, auspiciadores, prensa y conocimiento local, hicieron de Bingham una suerte de pionero en el campo de la exploración. Ricardo Salvatore ha descrito sus expediciones como «un momento en el cual los negocios y la investigación se unieron en la construcción del imperio informal de los EE.UU.» (2016, p. 77). La expedición de 1911 incluyó siete miembros. El ámbito y la escala de las expediciones crecieron cuando Bingham regresó a Machu Picchu en 1912 y en 1914-1915, puesto que Kodak proporcionó cámaras y la Winchester Repeating Arms Company, armas de fuego. Influyentes compañías de propiedad estadounidense en el Perú, como la W. R. Grace & Company y la Cerro de Pasco Mining Corporation, ayudaron a las actividades de la expedición. Gilbert Hovey Grosvenor, el editor de National Geographic Magazine, trabajó estrechamente con Bingham para despertar interés a través de la revista. El número de abril de 1913, que incluía el artículo de Bingham sobre sus hazañas y al cual se tituló «In the wonderland of Peru» («En la tierra maravillosa del Perú»), quebró el récord de circulación de la revista (Bingham, 1913a)23. Los reportes iniciales sobre Machu Picchu también ayudaron a Bingham a presentarse como una figura heroica, como alguien que descubrió por sí solo una ciudad que estuvo perdida durante siglos. A pesar de su dependencia del conocimiento y la mano de obra locales, las primeras publicaciones frecuentemente omitieron el papel que los cusqueños tuvieron en las expediciones de Bingham24.
El hecho de que Machu Picchu haya ingresado en la conciencia popular en el momento mismo en que aparecían los medios de comunicación de masas ayudó a su ascenso global a la fama (Heaney, 2010, pp. 166-167)25. El New York Times captó la fascinación del público con Machu Picchu en un artículo sobre las expediciones de Bingham aparecido el 15 de junio de 1913, en el cual se dijo que este era «el más grande descubrimiento arqueológico de la época». El New York Times observó:
Justo ahora, cuando pensábamos que prácticamente ninguna parte de la superficie terrestre quedaba sin conocer y cuando el descubrimiento de un único lago o montaña, o el mapeo de una remota franja costera bastan para darle a un hombre fama como explorador, un miembro del temerario arte de los exploradores se ha ganado el premio mayor.26
Los peruanos también advirtieron la nueva atención internacional que se estaba prestando a su país. Las noticias y fotografías de las expediciones de Bingham aparecieron en la prensa limeña mientras él llevaba a cabo su trabajo en el Perú27. Javier Prado Ugarteche, exprimer ministro y miembro de una de las más prominentes familias políticas del país, agradeció a Bingham en una carta de agosto de 1913, diciéndole: «Le debo mil felicitaciones por su trabajo, y agradecimiento, como peruano; por su labor de propaganda á fabor [sic] de mi tierra natal»28.
Bingham consiguió fondos adicionales de la Universidad de Yale y de la National Geographic Society para otra expedición a Machu Picchu en 1912, así como para un tercer viaje en 1914 y 1915. Sin embargo, cuando regresó al Cusco y a Machu Picchu en pos de mayor fama y más hazañas, sus ambiciones finalmente chocaron con la creciente toma de conciencia con respecto al patrimonio nacional. Aunque las proezas de Bingham han tendido a echar sombra sobre los esfuerzos previos, lo cierto es que las instituciones públicas y privadas peruanas contaban con una larga historia de actividad y conservación arqueológicas. La primera expedición arqueológica organizada localmente había llegado a Machu Picchu ya en enero de 1912, bajo la dirección de José Gabriel Cosío (1912a, 1912b). Desde la época de la Independencia, el Perú había aprobado leyes que protegían los sitios arqueológicos y artefactos prehispánicos. No obstante, al comenzar el siglo XX, el país efectuó reformas legales más coordinadas en relación con la protección arqueológica, las que hicieron necesario contar con permiso del Estado para poder excavar y prohibían la exportación de artefactos (Matos Mendieta, 1994, pp. 104-123; Tantaleán, 2014, pp. 24-41). Antes de sus expediciones de 1911 y 1912, Bingham recibió un permiso muy amplio de parte del Gobierno nacional para excavar en centros arqueológicos. Si bien las políticas frecuentemente cambiaban, el Perú sí impuso restricciones a la capacidad de Bingham de exportar cualquier artefacto y especificó que las piezas de Machu Picchu eran prestadas y debían ser devueltas. Sin embargo, Bingham dispuso la exportación ilegal y sin documentar de diversos artefactos prehispánicos comprados a coleccionistas independientes y huaqueros29.
Las actividades de Bingham durante su tercera expedición provocaron serios conflictos con la población local. A los indigenistas y a la prensa cusqueña les irritaba que el Gobierno peruano hubiese priorizado las expediciones de Bingham para excavar, no así las de los estudiosos locales. Corrían también rumores acerca de los abusos cometidos en contra de los sitios arqueológicos y de los trabajadores. El joven indigenista Luis E. Valcárcel presentó una acusación formal contra Bingham y su incumplimiento de la política de conservación. Aunque logró evitar ser procesado, a Bingham le indignaba que los peruanos osaran escudriñar sus actividades y se encontró cada vez más aislado a medida que en el Cusco la supervisión de sus expediciones se iba convirtiendo en una causa célebre. Obligado ahora a seguir la legislación peruana estrictamente, las excavaciones fueron supervisadas por arqueólogos locales, entre ellos por Cosío. Bingham canalizaba el sentir de la superioridad anglosajona común en ese entonces y encontraba que estas inspecciones eran a la vez molestas e insultantes. En agosto de 1915 detuvo repentinamente sus trabajos y dejó el Perú, pero no antes de organizar varios envíos ilegales más de artefactos a los Estados Unidos. Si bien pocos lo habrían sospechado entonces, Bingham no volvería al Perú por 33 años (Bingham, 1989, pp. 304-313; Heaney, 2010, pp. 189-198; Salvatore, 2016, pp. 75-104)30.
A pesar de que el Perú lo había rechazado, Bingham sí logró publicar un libro acerca de sus expediciones titulado Inca land (Tierra del inca; 1922). Este volumen presentaba un amplio panorama político y geográfico del Perú, así como los detalles de su expedición, pero sorprendentemente contenía poca información sobre Machu Picchu. Bingham justificó su decisión describiendo a Inca land como un primer volumen, al cual habría de seguir un segundo libro que se concentraría en Machu Picchu. El 12 de junio de 1922 escribió a los editores, prometiendo: «Mi siguiente libro, que espero sea un volumen complementario de este, se ocupará en muy gran medida de las ruinas de Machu Picchu y de las cosas allí encontradas»31. Sin embargo, él rápidamente se distrajo por su creciente interés por la política. Luego de servir en el Ejército durante la Primera Guerra Mundial, regresó a Connecticut para proseguir una carrera política y finalmente llegó a ser senador de los Estados Unidos en 1925 (Bingham, 1989, pp. 325-337; Heaney, 2010, pp. 199-207). Durante su campaña política, aprovechó la fama que sus expediciones le habían generado, aunque mostró sentir poca nostalgia por el Perú. En 1924 dijo al Boston Daily Globe: «[Los peruanos] no tienen una curiosidad absorbente por el pasado. En consecuencia recelaron de nuestra empresa, y sus esfuerzos, se lo aseguro, distaron de ser provechosos»32. Muchos cusqueños estaban más que felices de olvidar a Bingham. En 1926, la Unsaac rescindió un título honorario que le había otorgado33. En una entrevista dada en 1926, Cosío dijo: «Yo no lamento en lo absoluto la ida de Bingham […]. La comisión Yale nunca trabajó para el Perú; sus actividades en nuestro país se reducían a exportar en el mayor secreto»34.
Figura 2
Hiram Bingham, ca. 1923
Machu Picchu, claro está, jamás se desvaneció de la conciencia popular durante la década de 1920. Irónicamente, uno de los más importantes legados académicos de Bingham fue que la oposición local a sus expediciones pronto inspiró un renovado interés por el pasado prehispánico del Cusco (Salvatore, 2016, p. 101). Los arqueólogos que trabajaban y estudiaban en la Unsaac siguieron visitando y analizando el lugar en los años 1920 (Valcárcel, 1929). Una guía de turismo local, publicada en 1921, aún aconsejaba a los viajeros visitar Machu Picchu, pero advertía: «Si es posible un par de peones deberán adelantarse desde el día anterior para cortar las malezas por la senda» (Sociedad de Propaganda del Sur del Perú, 1921, p. 45). El general John Pershing, célebre por haber comandado las fuerzas expedicionarias de los Estados Unidos en México y durante la Primera Guerra Mundial, visitó el lugar junto con Giesecke en 1924. Sin embargo, incluso este admitiría posteriormente que visitar Machu Picchu era algo difícil e inusual hasta que el ferrocarril de Santa Ana quedó completado hacia finales de los años 192035. Cuando el escritor británico Anthony Dell viajó por el Valle Sagrado en 1925, decidió no visitar la alguna vez célebre ruina. «El lugar se encuentra hoy cubierto de vegetación y es frecuentado por serpientes y arañas venenosas», comentó Dell (1926, p. 200). Cortados los lazos culturales y políticos que le hicieron alcanzar una prominencia global, Machu Picchu nuevamente pasó a ser una ciudad perdida para la conciencia popular.
De lugar estancado a meca andina
El declive del atractivo global de Machu Picchu probablemente pesó poco en la mente de los cusqueños durante los años 1920. No obstante, la élite local sí manifestó preocupación con respecto a la influencia de las relaciones de viaje que describían su ciudad y su región. Las descripciones que Bingham hiciera del Cusco seguían una larga tradición de viajeros que visitaron y registraron sus experiencias en los Andes peruanos. Aunque estos autores y sus relaciones de viaje a menudo presentaban descripciones detalladas del Cusco, sus publicaciones hacían una semblanza problemática de los Andes. Los visitantes extranjeros llegados a esta región, y los de los Estados Unidos en particular, frecuentemente la veían desde la perspectiva del creciente alcance imperial de su país. Para ellos, el Cusco y los Andes representaban una América exótica y «otra», que resaltaba y a la vez justificaba la necesidad de la promesa modernizadora del creciente poderío de los Estados Unidos (López Lenci, 2007, pp. 36-79; Poole, 1998; 1997, pp. 58-84; Pratt, 2008; Salvatore, 2016, 2003).