Kitabı oku: «Arca e Ira», sayfa 4
Polvo enamorado
Arca: Hasta las cosas se atraen. Los hilos de la ropa se dejan llevar por la influencia de sus hermanas mayores, las cuerdas de los tendederos, estremecidas en zigzag por una cálida brisa. La esponjilla de lavar se apega al recipiente en donde se guarda el jabón líquido; y no se quieren separar. ¡Esto no es química, sino amor en un estado primario!
Ira: La ley de la gravedad también es una ley de la atracción. La tierra reclama las caricias del cielo. Ningún peso, por liviano que sea, puede evadir el llamado del humus planetario.
A: Hasta el polvo se arrastra enamorado…
I: Completamente anonadado por la atrayente gravedad. Mirá que es algo “grave” debido al peso que tiene tal ley sobre nuestras vidas. Cuando pensamos en lo grave se nos viene a la mente el peligro de muerte… Y la muerte también puede ser entendida, en otro estado primario, como esa fuerza de atracción que ejerce la tierra sobre nuestro cuerpo.
A: Diríamos mejor que el fuerte deseo que ejerce la tierra sobre sus elementos, los mismos que componen nuestro cuerpo, expresa su propia búsqueda de unión e integración.
I: La necesidad de reabsorber sus propios elementos constituyentes; de los cuales nosotros recibimos tan sólo un préstamo. O, más bien, una concesión.
A: Sí, lo que los devotos llaman un don.
I: Pero si lo pensás esa temida reabsorción de los componentes en la tierra es también nuestro propio instinto arquetípico de re-unión. Puede decirse que el abrazo de la tierra es verdaderamente grave y que parte de la fuerza que nos atrae es en lo básico: gravedad. La enfermedad se agrava cuando aumenta la posibilidad de reabsorción, pero la muerte como tal es reintegración, reunión y como dicen popularmente: descanso y liberación. La noche de bodas, según Rumi, en tanto reencuentro amoroso del ser humano, con Dios, en la totalidad.
A: Por otro lado, el polvo enamorado cantado por Quevedo es un polvo que seremos. “Polvo serán, pero polvo enamorado”. Sin duda, una de las imágenes más realistas, y a la vez más esperanzadoras, que nos ha ofrecido la poesía en todos los tiempos.
I: Tenés razón, che. Porque cuando se habla de la muerte en estos días, cada vez existe más la idea de la desintegración. Todo lo contrario, ¿no? La actual idea de la muerte es pesimista, ansiosa y sobre todo muy antropocéntrica. Cuando se termina el cuerpo se termina el amor. ¿Quién nos ha dado derecho a pensar de una manera tan desintonizada con el conjunto de la vida? ¿“La” ciencia? ¿Ese lema mercantilista de todo lo que hay que hacer antes de morir? ¿La frustración?
A: Tenemos el derecho, y sobre todo la necesidad, de creer en el amor constante más allá de la muerte, como Quevedo, pero esto no implica cegarnos ante la realidad del polvo en que se convertirán los cuerpos. Digo, los cuerpos, en un estado primario.
I: A la vez podemos sentir la muerte como una de las expresiones más concretas del amor de la Tierra, en la tierra, y de lo que llamamos Dios. La muerte como el gran abrazo reintegrador de Dios a través de su materialidad telúrica. Nuestro gran momento de inmanencia, y parte de la concreción de su amor, pues la manecilla se une con el gran reloj. Los elementos no se desintegran, sino que alcanzan una genuina re-integración. La gran boda. El polvo enamorado. Pensá que el polvo es considerado como un resto muerto, cuando en realidad es un umbral entre el mundo orgánico e inorgánico. Una suerte de hostia descomprimida que se va diluyendo… en la que nos vamos diluyendo… al ritmo de la boda mística… la reunión del amante con su amada y del devoto con su señor.
A: Me sigue sorprendiendo que muchos carnavales se realicen los días previos al ritual del Miércoles de Ceniza, cuya celebración da inicio a la Cuaresma católica.
I: ¿Por qué, che?
A: Debido a ese frenesí de colores, olores y de excesos alimenticios y sexuales que precede a un ritual basado en la perennidad como cuerpos, individuos e incluso civilizaciones.
I: ¿Vos decís que los carnavales son celebraciones del carpe diem?
A: Me parece que en parte sí en tanto celebran el día de hoy con total intensidad. Pero en realidad hay una certeza colectiva que sabe en el fondo que ese día no será el último. El tiempo del carnaval es cíclico y se encuentra ligado a los hilos circulares de nuestras vidas. El carnaval es una celebración materialista que exalta los sentidos y el existir. En cambio, el tiempo actual del carpe diem, a diferencia de la cosecha del día propuesta por el poeta romano Horacio, suele exceder los marcos socio-religiosos y considerarse un fin en sí. Un fin que se abisma. Además, a causa de su idea negativa del “fin”, suele romper con la iteración ritual del ciclo propia del carnaval. El tiempo del carpe diem no liga más allá del hoy. Antes que religión es nihilismo. Sin embargo, puede que en sus hilos sueltos o incinerados llegue a brillar cierto deseo de reinicio y de redención. Redención por el instante, claro.
I: No será un instante eterno, pero sí es un instante que critica esa estabilidad tan propia de la cotidianidad, así como del paso controlado del tiempo, y mirá, che, también de sus ritmos cíclicos del volverá. Como vos me doy cuenta del materialismo de las religiones, aunque se crea lo contrario. Materialismo de mater, materia, madre. Por eso, lo del seno de la Iglesia, ¿no?
A: Sí. Además, lo que pesa al hombre no es tanto la materia, que es madre, sino el vacío de una cotidianidad lineal y desgastante. El paso incesante del tiempo ante el cual se pregunta si tendrá algún sentido. La necesidad de religión es necesidad tanto de sentido como de colmar ese vacío del tiempo y el espacio que (de) presiona como en la expresión: estar sobre el tiempo. El poeta peruano César Vallejo, tildado de pesimista por su noción de una cotidianidad aplastante, su “pobre día”, escribió en Trilce: “Todos los días amanezco a ciegas / a trabajar para vivir; y tomo el desayuno, / sin probar ni gota de él, todas las mañanas”.
I: Acordate de esa imagen vallejiana de la muerte sentada de rodillas manando una sangre blanca que no es siquiera sangre. Esas rodillas también son una paciencia “sorda, vegetal”. Esa paciencia apolillada ante la cual exclama: ¡Cuándo vendrá / el domingo bocón y mudo del sepulcro; / cuándo vendrá a cargar este sábado / de harapos, esta horrible sutura / del placer que nos engendra sin querer, / y el placer que nos destieRRA!”.
A: La tensión entre sábado y domingo se suma a nuestra separación cultural entre tiempo y espacio. En esas grietas nacen gran parte de nuestros vacíos que, como en el arte barroco de la iglesias católicas, engendran monstruos e híbridos bellos y horripilantes.
I: El sábado vallejiano es expresión del placer, del sexo engendrador, y, por tanto, de la herida misma de la vida. Los harapos son la pesada vestidura de su“pobre día”. Su sábado es lo que vos llamas el carnaval que precede la ceniza.
A: El carnaval de fuego que se extiende hasta el miércoles, día regido por el planeta Mercurio y en tal sentido por Hermes, mensajero de la antigüedad que el catolicismo romano retoma, inconsciente o herméticamente, para darnos un mensaje esencial: la realidad de la muerte.
I: Para Vallejo, esa realidad no se anuncia, sino que se da a secas el domingo; domingo bocón quizás como alusión a la prédica sacerdotal dominical, a la vez que domingo mudo como el sepulcro, ¿viste? Su realismo es el de la muerte como desintegración. Lo “real” también es una interpretación. La muerte desesperanzada ofrece cierto consuelo ante el peso mísero y grave de la cotidiana soledad.
A: ¿Te parece que no hay redención religiosa ni carpe diem en Vallejo?
I: Al menos en este poema, no. Su tragedia es la del cadáver imposible, en tanto el cadáver se forma al final de una vida. Pero ni siquiera existen esos cadáveres, porque “los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido”.
A: Es memorable aquel verso epitáfico de Vallejo: “Vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue”.
I: La voz poética de Trilce afirma sin rodeos que estamos muertos. Lo pesimista de ese triste destino es “El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades”.
A: La rr acentuada del destieRRo nos transmite rabia, a pesar del pesar.
I: El destierro y la orfandad son dos sentimientos muy marcados en Vallejo.
A: Hasta el punto que anhelaba morir en un día lluvioso en París.
I: Sería porque en Lima casi no llueve. ¿Qué sé yo?
A: A muchos artistas latinoamericanos, París siempre los ha atraído. Se dice que es la ciudad de la luz, pero a mí me parece la del claroscuro. Es uno de los lugares del hiper-eléctrico y descreído hemisferio occidental donde los lectores y oyentes van al cementerio, al Père- Lachai-se, para rendir homenaje a los artistas allí enterrados. No sé cuántos irán a visitar a Vallejo o a Asturias. Muchos van en busca de Balzac, Apollinaire, Proust, Baudelaire, Chopin, y hasta del rockero Jim Morrison. Yo me quedaba hablando con los migrantes africanos.
I: Ese melenudo Morrison es el ejemplo que necesitábamos sobre el carpe diem. El pibe se drogaba como si hoy fuera el último día. Le decía a la muerte, mediante su canto, que era su único amigo. Imaginate. Su único amigo: el fin…
A: Morrison dejó su grupo The Doors y se fue a París a escribir poesía. Quería una nueva vida, no sé si más calmada, pero quizás con una embriaguez menos pública y desafiante que la que personificaba en su país de doble moral. Escuché una cinta con sus cantos ebrios en París.
I: Así hubiera querido parar su carpe diem hippie, ya había vivido tan desaforadamente que la pelona, como dicen los mexicanos, supo cómo encontrar al melenudo en su bañera parisina. Mirá qué tan capo se creía el loco cuando decía: “Soy el rey lagarto. Puedo hacer lo que quiera”.
A: Decía que podía transformarse a voluntad y hacer lo que le diera la gana. Aun morirse joven, como pasó con Hendrix, Janis, Andrés Caicedo y otros que vivieron su propio carpe diem.
I: Al parecer, Morrison no se sentía tan huérfano como Vallejo. Lo que quería era provocar a la sociedad con eso de matar al padre y acostarse con la madre. Freud adaptado al rock. ¡Bum!
A: Seguro, Morrison era un tipo medio solo, como tantos jóvenes norteamericanos que se van a estudiar lejos de casa y que enloquecen los week-ends. Los sábados y domingos en la mañana ves alrededor de muchas confraternidades y residencias estudiantiles los despojos de sus nocturnos carpe diem: latas, vómitos, residuos plásticos y condones a medio usar.
I: Estados Unidos es un país bipolar, ¿viste?, un país que siempre ha oscilado entre autoridad y transgresión, esclavización y libertad, exceso de trabajo y desborde de los sentidos. ¿Cuántas drogas legales e ilegales se consumen allí? ¿Y a cuántos de nuestros países culpan de eso por tal exceso? Y luego sus actores y políticos se auto-exaltan en la ONU y en Netflix mediante operaciones policíacas para perseguir el narcotráfico en los países del sur. Es una contradicción evidente.
A: La más actual contradicción es que, tratándose de un país de migrantes, es uno de los que más explota, persigue y deshumaniza a los migrantes. Eso de la tolerancia 0 es puro fundamentalismo. Con todo, es importante entender que una cosa son los gobiernos y otra la gente. He conocido muchos estadounidenses muy sensibles, amigables y colaboradores con los migrantes… quiero decir: con los migrantes más recientes, pues ellos también lo son.
I: También es contradictorio que tantas personas, aunque saben las dificultades de vivir en los mal llamados países del primer mundo, estén obsesionados en irse para allá a como dé lugar.
A: El humano es un ser de cambios y contradicciones. No podemos juzgar a nadie por migrar.
I: Decir que somos fieras educadas tiene algo de cierto. Pero el problema no es ser fieras, sino pretender que esa domesticación o educación competitiva nos hace mejores. Más civilizados.
A: En muchos casos, la civilización nos vuelve más contradictorios. Como cuando la fiera, a través de su religión, le llama pecado al acto sexual y vergüenza a los órganos genitales.
I: Es una negación de los sentidos que compartimos con las demás especies.
A: En el otro extremo, el carpe diem te arroja al último día del deseo, tan mental, tan humano. Es un deseo velado de permanencia que llega a expresarse en la suma confusa de los deseos.
I: Los excesos en cualquier plano también conducen a la negación. Pocos vacíos como el del sexo sin amor. Por ejemplo cuando una persona se enreda con otra por cuestiones económicas o como una forma de colmar su vacío. Uno de los sentidos del sexo es la entrega. Y si como ser humano no te entregás, ¿en dónde estás?
A: El sexo o la trascendencia del dos en el uno. Sin amor sólo hay polvo, como afirma la sabiduría popular.
I: ¿Y cómo va a estar enamorado el polvo si no hay amor?
A: En algunos de nuestros países, se le llama polvo al acto sexual. Pero sería más lindo si dijéramos polvo enamorado y sobre todo si así lo viviéramos en realidad.
I: Es muy curioso que la sabiduría popular en cierta forma desmitifica el acto sexual. Es sólo un polvo, en tanto expresión austera, desacralizada y evanescente. Hay una canción de La Portuaria que dice y pregunta: “Donde hay amor cenizas quedan / Si no hay amor / ¿qué queda? ¿qué queda?”. Y es evidente, ¿no? Si el sexo es fuego dejaría una estela de ceniza.
A: O polvo, en el sentido de ruina, desintegración, restos.
I: Por eso, la pregunta es más inquietante de lo que pareciera. ¿Qué queda si no hay amor?
A: Al comienzo también está implícita la imagen de una suerte de ceniza enamorada…
I: O al menos que el amor es fuego que algo deja mientras el desamor no deja nada tras su confusa combustión. La pregunta por el qué queda si no hay amor anticipa el vacío y la negación. Inclusive del polvo y la ceniza.
A: El sexo sería el sábado vallejiano y sus cenizas el domingo silencioso y bocón.
I: Su sábado sutura, harapos, herida. Y su domingo sepulcro, vagina inerte, negación.
A: El sábado del fuego que destieRRA y el domingo de la extinción o del regreso al silencio.
I: Si lo pensás, el Miércoles de Ceniza es un domingo adelantado, silencioso y bocón cuando se les dice a los fieles, con un tono grave, mientras se dibuja una cruz de ceniza en su frente:
A e I: Polvo eres y en polvo te convertirás.
A: Tremenda sentencia, ¿no te parece? El problema no es ser polvo, sino que no digan el verso completo: polvo enamorado. Quevedo también ya vino al mundo. Y Cristo predicó el amor.
I: El fiel creyente convertido en el insignificante polvo que se acumula en un rincón. Te convertís en algo que tiene que ser limpiado…
A: Limpio del pecado malentendido y señalado en la hoguera, sexo, genital. Y sigue la cadena...
B: Y en suma la vergüenza original, como en esas escenas de El Bosco en que Adán y Eva son expulsados del paraíso mientras tratan de cubrirse afanosamente sus genitales. Como si fuera poco traumática la amenaza del ángel que los amenaza con una espada tan cortante.
A: Uno de los sentidos del polvo eres y en polvo te convertirás podría ser, no el de la humillación del engendro, sino el de la integridad humilde de la criatura.
I: Sí, te sigo, Arca. Como: mirá, si te dicen: sos una belleza, tu cuerpo es un milagro, no debes avergonzarte ni por la vida, ni por la muerte. Imaginate una religión más amorosa desde el lenguaje. Capo ¿no?
A: Imaginemos un paciente terminal. Llega el curaca y le hace la señal de la cruz con cenizas sobre la frente. El tipo, que tampoco ha participado del carnaval en los días o meses previos, sentirá que ya lo están enterrando. O quizás que ya está muerto, como en los versos de Vallejo.
I: No es que nos convertiremos en polvo, che. Eso es una contradicción. El polvo es tan sólo umbral de la fusión de todos nuestros elementos con la tierra. Por eso, pienso que si no hay caso con eso de la tradición, sería mejor que dijeran tierra eres y en tierra te convertirás. Para donde veas hay tierra viva que reverdece y eso es realmente amoroso, real y esperanzador.
A: Sí, y es que si lo pensamos bien, en la fórmula ritual hablan de polvo, pero lo que anuncian en la radio es un Miércoles de Ceniza. Es como confundir la arena con el barro. No es lo mismo.
I: Tenés razón.
A: La ceniza es el resto de una consumación por el fuego. El polvo es materia diluida, descomprimida, flotante. El polvo puede flotar y acumularse en todo lugar.
I: El polvo es transición y se dispersa. La ceniza es resto y se acumula.
A: Además, el polvo es partícula e incluso materia universal; como cuando decimos polvo cósmico. Uno no diría ceniza cósmica, a menos que se tratara de una explosión.
I: Hoy en día hay debates sobre si debés convertirte en polvo o en ceniza. Es decir, ser enterrado o cremado. Y uno no se convierte ni en lo uno ni en lo otro, pues ¿quién sos vos sino Amor, Fuego, Agua, Aire, Tierra, Cosmos, manifestación de Dios o como lo llamés? El polvo es partícula en transición. La ceniza es resto que se diluye. Al abrir la ventana, la casa no se te llena de cenizas, a menos que vivás cerca a un volcán. La única conversión en que creo es la del amor. Y como el amor es un misterio tangible e intangible, cual la indesligabilidad vida-muerte, espacio-tiempo, cada quien sabrá interpretarlo a su manera. Como dice un cantor de la ribera oriental: “el que quiera creer que crea / y el que no, su razón tendrá”.
A: Resulta más religioso decir que la energía no se con-vierte, sino que se trans-forma. Algunas afirmaciones científicas resultan más esclarecidas que las sentencias religiosas. Imagino un lab-oratorio en donde te dicen: energía eres que no se destruye, sino que se transforma.
I: Imagino que nadie tendría por qué decírtelo. Además, eso de convertirse en polvo, o inclusive en ceniza, no sólo es muy pesimista, sino que desconoce el poder de transformación de la materia y del todo cambiante de la vida. Una vida que sólo es parcialmente humana.
A: En la India y en Nepal vi unos hombres que se dicen santos y se embadurnan rostro y cuerpo con las cenizas de los muertos. A mí me causó más impresión el sudor de las mujeres y los hombres en el mercado, en las construcciones urbanas y en los campos de cultivo. Allí vi más nítidamente a Dios. Claro, sin desconocer la espiritualidad de muchos sadhus.
I: Me recordas al poeta Tagore que, rezando en el oscuro rincón de un templo, repentinamente abre los ojos y ve que Dios no está delante de él. Entonces versa: “Tú estás allí donde el labrador labra la dura tierra y donde el peón caminero rompe las piedras. Tú estás con ellos bajo el sol y bajo la lluvia, y tu vestido está cubierto de polvo. Me quito el manto sagrado y, como Tú, bajo hasta la tierra polvorienta.”
A: Para mí tales versos son verdaderos, pues no sólo los viví en India, sino que los confirmo cada día en esta vida compartida con el polvo.
I: Mirá al perro duermeautopistas; mirá cuánto polvo lleva, como nosotros, sobre su lomo.
A: Tan real como este amigo que nos acompaña a caminar es la certeza de saber y sentir que Dios está aquí con nosotros, dialogando, ladrando, y que como afirma el poeta bengalí: también está entre los trabadores de la tierra, y no sólo en los límpidos templos de oro.
I: Los vestidos cubiertos de polvo llegan a ser más divinos que los hábitos de ciertos monjes.
A: A mí no deja de sorprenderme la manera en que la voz poética de Tagore personifica en cierta forma al brahmán o sacerdote y en general a la mujer o hombre religioso, quien se despoja de su hábito, y siguiendo el ejemplo de Dios, se pone al nivel de la tierra polvorienta.
I: Humildad, che, en el sentido neto de humus, pero también bajarse del pedestal y tocar la sagrada tierra trascendiendo la creencia sobre un Dios que sólo estaría dentro del templo. Y no es que no esté allí, sino que es ilusorio pensar que Dios, lo más grande y lo más pequeño, la suma de todas las sumas, la resta de todas las restas, pueda quedar confinado o concentrado en un solo lugar por voluntad humana.
A: Ahora que lo pienso, siento que Dios también está en las cenizas de los sadhus que conocí. Con todo, para mí es mucho más real, a pesar del énfasis determinante en la extinción y muerte, sentir que Dios es la vida y que esas cenizas de la tierra no son fin sino tránsito… de la vida. Dios el origen, el viaje y el destino. Y las cenizas mortuorias sólo una suerte de visa.
I: Quizá haya sadhus que sientan sus cenizas como tránsito. No lo sabemos, ni preguntaremos.
A: Lo cierto es que cuando uno ve a Dios en los demás, siente un impulso semejante al del sacerdote que se despoja del hábito, para cubrirse con el polvo que se levanta al trabajar en la tierra junto con los más humildes.
I: En tal sentido también ellos podrían decir: “tierra polvorienta eres, y en tierra polvorienta te convertirás”. Tal afirmación religiosa sería válida aquí, ahora, y luego, después. La unidad de sentido sería la tierra, más real y firme que el paso del tiempo, cuya descompresión polvorienta se expresa en el “te convertirás”.
A: El polvo es literalmente más humilde que la ceniza. Claro, con más humilde me refiero al significado cultural que solemos darle, y el cual es susceptible de muchas interpretaciones.
I: Sí, aunque sólo estamos conversando, quizás alguien nos escuche y piense que estamos escribiendo o filosofando.
A: Conversamos como la zampoña del solitario pastor, a quien aparentemente nadie escucha, aunque a lo lejos algún oído atento pudiera percatarse sobre esa lejana melodía.
I: Y en tal sintonía me quedé pensando por qué decís: polvo más humilde que la ceniza…
A: El polvo se acumula en los rincones, y la labor más humilde es la de quien lo limpia. El polvo flota constante, y aunque se concentre en algún punto, no tiene nombre. El polvo es materia flotante, innombrada; ni siquiera posee el estatus imaginativo de las nubes o el valor genésico del humus. El polvo es considerado un sobrante, una molestia, hasta un alérgeno, y además de su aparente esterilidad, es la materia oscura de nuestras habitaciones, instituciones y templos. A la ceniza, en cambio, le reconocemos un valor ontológico. La ceniza posee, aunque por negación, un estatus religioso. Y no son pocos los cofres y altares en que se guardan las cenizas de los muertos. El polvo se limpia incluso en los cofres que guardan las cenizas.
I: Hasta los arqueólogos atesoran las cenizas que se conservan como vestigios de antiguas ciudades, personas y templos. ¿Pero quién posee el polvo de la antigüedad?
A: La ceniza es la noche más profunda del cuerpo; aquel minúsculo y atemporal espacio en que nos abrazamos ya sin brazos. El polvo está, como las estrellas, disperso en ese cielo. Además es de notar que debido a su gravedad y nocturnidad, cuando alguien muere se dice básicamente que se cayó, como en el inglés fall y en el castellano falleció. En el fondo intuimos que la muerte es una “caída” profunda; mucho más profunda que la del sueño.
I: En mi país, en donde los conocimientos psicológicos son más comunes que los filosóficos, en algunas ocasiones me he encontrado conversando sobre esa teoría de Jung, el psicólogo suizo, sobre cómo nuestra mente es en el fondo materia. En tal sentido, fenómenos como el de la sincronicidad o coincidencia significativa, se podrían entender a partir de la indivisible relación entre nuestra materialidad psico-física. Si la mente es materia, cuerpo, y nosotros mismos somos el tiempo en su devenir psi-co-físico, un sueño premonitorio sería en parte la expresión de que el tiempo futuro, en todas sus potenciales combinaciones, ya se ha realizado anticipadamente en nuestro interior. Una situación que te soñás y luego ocurre nos confirma que en cierta medida ya hemos vivido lo futuro, no por el don de la ubicuidad, sino por el principio de sincronicidad entre mundo y mente, espacio y tiempo, pasado y futuro.
A: ¿Esto implicaría algo así como el rígido ayer e irrevocable porvenir del poema de Borges sobre el I Ching?
I: Un sí y un no, como el sino, la mejor forma de referirse a lo que llamamos destino.
A: Ajá…
I: Sí, che, sentilo. Esa idea que tenemos del destino como algo fijo está predeterminada por su realización lingüística. Nunca es más claro que cuando estamos en un aeropuerto o una estación de autobuses y en las pantallas dice: destino Santiago o destino Beijing. El destino es un lugar usualmente fijo, y relativamente estable, hacia el cual nos encaminamos.
A: Ya veo hacia dónde van tus versos. El sino nos ofrece una lectura más abierta, y como tú dirías, menos estable, de eso que conocemos como destino.
I: La apertura del sino es ante todo lingüística, y así mismo poética, pensalo, en un sentido lúdico. Si y no juntos, casados, como en los versos de William Blake sobre el cielo y el infierno.
A: Mejor aún. Acoplados como los amantes en las estatuas eróticas hindúes de Khajurajo, pues en el matrimonio de Blake el cielo y el infierno conservan sus diferencias, como se acentúa en todo matrimonio con el paso de los años, tras la transformación de la pasión original.
I: Sino es el matrimonio o cópula de los 2 polos básicos de la existencia. Como toda pareja, inevitablemente deberán separarse en uno u otro momento. No habría unión si no fuera por la separación. El sino tiende a separarse antes de volverse a unir, y ahí es donde aparece el destino, con frecuencia como interpretación. El destino es lugar de llegada. Borges llegó a corregirse con eso del rígido ayer. En su edad más madura reconoció, a pesar de la celebridad de su verso, que el ayer también puede ser cambiante. Es decir, que el pasado no es fijo.
A: El pasado es tan cambiante como el futuro. Lo único relativamente fijo es el presente. Pero, a la vez, ¡es tan fugaz!
I: Pensemos siguiendo a Jung que en lo profundo de esta mente hay un cerebro, unos órganos, unos flujos de sangre, unas células, unos componentes químicos… Y que estos componentes químicos, como el hidrógeno y el oxígeno, son la base esencial tanto de nuestra sangre como del agua. En el fondo compartimos la misma materialidad del planeta. La mente también es carbono, calcio, fósforo. Algo semejante puede afirmarse del tiempo si consideramos que no está separado del espacio, ni de nosotros mismos. Nosotros somos espacio-tiempo.
A: También somos el vacío del espacio-tiempo. Como en el reloj cuya arena cae entre dos cristales unidos por un mismo cuello, así es en nosotros la continuidad entre lleno y vacío, vida y muerte, orgánico e inorgánico. Alguien o algo le dará la vuelta al reloj de arena. Unos y otros son los versos y anversos del mismo reloj; semejante a la moneda que cae con una cavidad en el centro para sugerir la mutación. Fuimos, somos y seremos polvo de estrellas, aunque transitoriamente nos llamen cenizas.
I: Y en el ahora la expresión sincera del sino, ni irrevocable, ni rígido, aunque tienda a resolverse en un destino mediante las decisiones humanas.
A: Las decisiones nos hacen humanos. Es como si no nos correspondiera del todo el sino, sino tan sólo el destino. O como se dice popularmente: uno hace planes y Dios se ríe.
I: Según el Bhagavad Gita no nos corresponden los frutos de la acción, sino tan sólo la ofrenda de las acciones al Señor. ¿Lo has leído?
A: Sí, che. Desde tal ideal, el héroe guerrero, Arjuna o la persona particular, debe guiarse por la voz divina, el conductor de su carro o Krishna, aun cuando el sentido común se vea cuestionado por las circunstancias desde las cuales se tomará la decisión. Ahí está lo complejo de la cuestión. ¿Cómo decidir qué es lo mejor? ¿Cuál es el destino y cuál es el error? ¿Cuál es el sino y qué el sí o el no? ¿Por qué el hombre se tendría que enfrentar a sus primos? ¿Por qué Abraham decide llevar a su hijo al monte sacrificial? ¿Qué separa en últimas el bien del mal?
I: Si te fijas bien, error y errar son expresiones muy parecidas. Desde un punto de vista meramente lingüístico, se puede sugerir que un camino implica seguir andando o errando entre uno y otro destino.
A: Dicen que se debe aprender de los errores, mejor dicho, de los errares: caminos y andares.
I: Sí, porque la vida es sino. No todo se resuelve en afirmación, ni se disuelve en negación. El refugio no es necesariamente al centro; encaminarse no es necesariamente llegar; ni andar errante es dejar de llegar a un destino. Por eso es sino. Abrazo de los contrarios. Sí y no.
A: Equilibrio dinámico, al fin y al cabo, como el de caminar sobre los dos pies.
I: Es el destino humano básico que llevamos: nos pusimos de pie, liberamos las manos, y a partir de allí todo cambió. Pensá en imágenes populares del destino como las del titán Atlas que lleva el cielo sobre hombros o la del creyente que carga el peso de su cruz. El sino, en cambio, es un equilibrio que renovamos con cada paso. Andar es intercalar rítmicamente el peso del cuerpo sobre los pies. O reequilibrar tal peso si éstos no existen. Sería muy tonto de nuestra parte decir que un pie vale más que otro. La condición bípeda y erguida es una de las bases existenciales de nuestro sino como especie, incluso al contar las excepciones, pues hablo sobre los pasos psico-físicos que dieron nuestros antepasados al erguirse y echarse a andar.
A: Buscar el equilibrio de los contrarios es una de las labores más humanizadoras de nuestras vidas. Caminar y andar en bicicleta nos humanizan, claro, si somos conscientes al hacerlo.
I: Mirá que no podemos confundir ese equilibrio con una inexistente unidad fija de los contrarios. La vida, y por eso es vida, nos demuestra cada día su vocación de magma, flujo y oscilación. El equilibrio y la síntesis se pueden realizar en nuestras vidas dinámicas, contradictorias y cambiantes por naturaleza.
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