Kitabı oku: «Tú y yo»

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TÚ Y YO

© Milagros García Arranz

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico de La Calle

Iª edición

© Editorial La Calle, 2021.

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artística o científica.

ISBN: 978-84-16164-75-2


AGRADECIMIENTOS

Mil gracias a la vida, a las maravillosas oportunidades que surgen en mi día a día.

Mil gracias a mis amigas incondicionales, que son mi familia y que siempre creen en mí, a mi hermana, como si lo fuera, Anny; a mi socia Raquel, mi Cárdenas, mi prima Mabel, mi Sariki, mi primo George, mi Rut, mi Begoña, mi Raquel M., mi hermano Tato, mi Lorenlay…

Gracias a mis amores y actuales grandes amigas. Sin todo lo que he vivido a vuestro lado no hubiera podido escribir este libro, en especial a la persona que me ha dado lo más bonito de mi vida Fabiola. También a Ester, Neni, María…

Gracias a mis editores, mis dos Carlos, por confiar en mí.

Gracias a todos mis compañeros y compañeras, que me apoyáis cada día en mi trabajo, y a mis seguidores de mis redes sociales, que me sacáis una sonrisa cada día.

ÍNDICE


Agradecimientos

Protagonistas de la novela

Introducción

1.Mi primer amor

2.Mi primer viaje fuera de España y lo que supuso

3.Salida del armario

4.Mi primer beso con una mujer

5.Pierdo mi virginidad

6.Decido a qué lugar ir a vivir

7.Mi primer encuentro con una mujer

8.Tengo mi primera novia

9.Volviendo a creer en el amor

10.Toma de conciencia

11.Algo inesperado

12.Toma de decisiones

Sobre la autora

PROTAGONISTAS DE LA NOVELA

–María Arranz, la protagonista.

–Ángel y María, padres de María.

–Juan, hermano de María.

–Cristina, mejor amiga de María.

–Marcos, primer novio de María.

–Álvaro, segundo novio de María.

–Tías de María: Luisa, Juana, Irene y Rosa.

–Jorge, primo de María.

–Susana, vecina de María.

–Eva, compañera de karate de María.

–Belén, amiga de María y Cristina.

–Sofía, primer amor de María.

–Rosa y Rober, los mejores amigos de Sofía.

–Paula, segundo amor de María.

–Pepita y Luis, padres de Paula.

–Mamen, amiga de Paula.

–Javier, Mar y Juan y Paula, hermanos de Paula. Javier es el mayor, luego llegó a los dos años siguientes Mar, año y medio después Juan y cuatro años después nació Paula.

–Javier está casado con Lucía y tienen dos niños, Luis y Felipe, de 12 y 13 años. Los nombres de los dos abuelos.

–Mar está casada con Jordi y tienen una niña de 6 años que se llama Alba.

–Juan aún está soltero y tiene una reciente novia que se llama Alicia.

–Laura, vieja amiga de María.

INTRODUCCIÓN


Hoy me he levantado agotada, he pasado toda la noche pensando en ella. Paula tiene un carácter difícil; sin embargo, hasta el momento es la persona que más instantes de felicidad me ha regalado. He decidido tomarme el día libre para que nada ni nadie evite que tome la decisión más importante de mi vida, que me llevará a ser la persona más feliz o la más infeliz.

Hoy necesito saber quién soy, qué quiero y a quién deseo, y para ello preciso silencio. Me viene a la memoria que desde que tengo uso de razón siempre me he preguntado cómo me sentiría si fuera un chico; si tuviera un pene; si pudiera ligar con mis amigas; si pudiera pedir a una de ellas que saliera conmigo; si solo pudiera ponerme ropa masculina y no esos vestiditos con los dichosos bordados.

Cuando era muy pequeña, me gustaba jugar con camiones, soldados y coches. Me encantaba coger las pistolas de mi hermano y vestirme de pistolero y, cómo no, ser el sheriff. Mi hermano y yo nos divertíamos jugando a las guerras. Cada domingo a mi hermano Juan y a mí, después de ir a misa, nuestros padres y abuelos nos daban la propina, y nos íbamos raudos y veloces al quiosco. A Juan le quemaba tener cualquier moneda en el bolsillo y compraba normalmente chuches o sobres de Montaplex. En cambio, a mí me encantaba ahorrar; guardaba prácticamente todo el dinero que me daban. Tenía muchos sueños y lo necesitaba para que se hicieran realidad.

Volviendo a los sobres, si no los has conocido, te cuento. Eran sobres de papel en cuyo interior había colecciones, siempre en material de plástico, de soldados, indios y vaqueros en miniatura o kits de montaje, como armamento en general, para formar ejércitos como coches, barcos, aviones, tanques…, y lo mejor de todo, podíamos comprar siempre, mínimo, un sobre, porque costaba solo una peseta.

En cuanto llegábamos a casa nos íbamos a nuestro cuarto de juegos y comenzábamos a realizar nuestra primera tarea, que era separar los soldaditos o piezas que componían el kit del plástico sobrante, que servía para sujetar todas las piezas. Y si era un kit, uníamos las piezas a presión o con pivotes. No necesitábamos pegamento, ni celo, ni ningún tipo de sellador.

Después comíamos lo más rápido posible para comenzar nuestras batallas. Lo que más me divertía era formar diferentes ejércitos dentro del fuerte que creaba colocando cada pieza de for-ma estratégica. El problema llegaba cuando Juan quería comenzar la batalla y yo mandaba a mi general en un carro de combate con un pequeño ejército detrás rumbo al fuerte del oponente en señal de paz. Mi hermano señalaba que quería la guerra y entonces, enfadado, cogía varias canicas y plaf, plaf, plaf. Las empezaba a lanzar una a una contra mi fuerte y distintos ejércitos y equipos de combate, hasta que no quedaba nada en pie.

Nunca entendí cómo alguien se podía divertir jugando con las muñecas, y mira que lo intenté veces. Si eran bebés, les acunaba, les daba de comer, les sacaba los gases, cambiaba los pañales y a dormir y vuelta a empezar. Si eran muñecas, las cambiaba una y otra vez de vestido. A la tercera vez de hacerlo, ya estaba más aburrida que una ostra.

Antes de jugar a algo más divertido, algunas veces le pedía a Juan que cogiéramos cada uno a un Nenuco y que jugáramos a que éramos sus papás, aunque, como te decía antes, el juego duraba muy poco, porque enseguida nos dejaba de divertir.


1

MI PRIMER AMOR


Los fines de semana solíamos quedar con diferentes familias, amigas de mis padres, que tenían hijos también. Mi suerte era que todas las parejas tenían solo niños de nuestra edad o alguna hija mayor que yo, por lo que, aunque a mí me interesaba mantener contacto con ellas, al ser más pequeña, no entraba dentro de sus planes o posible relación de amistad. Y decía suerte, porque nuestros juegos eran básicamente de chicos: jugar a indios y vaqueros, a las canicas, a las guerras y si nos íbamos de picnic, a subir a los tractores y a las pacas de paja, a coger lagartijas para cortarles la cola, a coger renacuajos en las charcas y a tirar con las escopetas de perdigones a posibles pájaros. Siempre he querido a los animales, así que cuando querían jugar a esto último, les proponía otras actividades, como tirar a la diana con escopetas.

Una de las familias con las que manteníamos más contacto era una que, además, era vecina nuestra. Tenían una hija más de seis años mayor que yo —con lo que no me hacía apenas caso— y tres niños, el mayor de los cuales se llamaba Albertito, que era de mi edad, apenas unos meses mayor que yo.

Por aquel entonces uno de mis sueños era que algún día tendría un rancho, un caballo y un perro, y que cada día cabalgaría por mis tierras melena al viento, disfrutando del paisaje y del frescor del aire en la cara. Un día le conté a Albertito mi sueño y, qué casualidad, él también lo compartía, así que de una manera especial me empezó a interesar.

A mis cerca de ocho años Albertito me propuso que, como éramos tan amigos, nos enseñáramos nuestros cuerpos, «nuestras partes de abajo», dijo, que así seríamos novios y a la vuelta de un domingo que habíamos ido a pasar el día a un camping, hicimos una parada los dos coches para que los conductores descansaran. Paramos en la carretera, donde había un restaurante y al lado un conjunto de pacas de paja apiladas. Albertito me agarró de la mano y me llevó detrás de las pacas, fingiendo que nos hacíamos pipí y allí me pidió que nos bajáramos los pantalones. Yo no quería, pero él me dijo que si quería ser su novia, lo tenía que hacer. Ya había anochecido, casi no se veía nada, así que accedí. Cuando ya nos habíamos bajado los pantalones, me pidió que le tocara el pito. Yo apenas lo rocé con mi dedo índice y él hizo lo mismo. Nuestras madres nos interrumpieron llamándonos para que volviéramos.

Desde ese instante hasta que me pude confesar por primera vez empecé a sentirme mal, me sentía sucia, sentía que había hecho algo muy malo. Pasé un año con remordimientos y sin ganas de divertirme, casi nada hacía que me sintiera en paz conmigo misma. Una de las veces que nos juntamos en mi casa, Albertito me pidió volver a hacerlo, esta vez en el cuarto de baño, a lo cual no accedí, así que me anunció lo más alto que pudo que dejaba de ser mi amigo y se fue de mi casa. Mi hermano vino corriendo al escucharle y se enfadó conmigo, pensando que le había hecho algo para que se fuera. Por supuesto, que seguimos viéndonos, aunque yo procuré nunca volver a quedarme con él a solas. Procuraba que estuvieran siempre presentes sus otros dos hermanos y el mío.

El siguiente chico que me interesó, y ya no solo como amigo, fue Marcos y ocurrió cuando estaba estudiando octavo de EGB y tenía trece años. Me empezó a gustar el chico más popular de mi escuela. Tenía una preciosa melenita rubita y unos ojos verdes como los míos. Era una monada y, además, bailaba fenomenal. Iba a mi clase y no parábamos de mirarnos y tontear, pero como interesaba a muchas chicas y las había muy guapas, pensé que tenía mucha competencia. Yo también era muy popular y ya me habían dicho varios chicos de la clase, o se lo habían dicho a mi hermano, que querían salir conmigo, pero a mí el que de verdad me interesaba era Marcos. Un día se acercó y me dijo que le gustaba. Yo le dije que él a mí también.

La primera vez que quedamos fuera del cole fue un sábado en un parque. Les dije a mis padres que iba a la casa de una de mis mejores amigas, Rut, que vivía al lado mío y me fui al encuentro de mi amiga a ver a Marcos. Decidimos pasar poco rato, porque temía que mis padres pudieran llamar a la casa de Rut y se percataran de que no estábamos allí. Iba nerviosa perdida y me había pasado toda la mañana eligiendo lo que me iba a poner. Cuando llegamos noté su sorpresa al verme aparecer con Rut. Hablamos los tres un rato y luego Marcos le pidió a Rut que nos dejara un rato a solas.

Dimos un paseo y hablamos de los amigos. Me dijo que estaba muy guapa y que muchas veces apenas se podía concentrar en clase, ya que no paraba de mirarme. Mientras tanto, sentía como mi corazón se aceleraba y como mi boca se secaba por los nervios que me invadían. Rut vino a indicarnos que se quería ir, que se estaba aburriendo. Le pedí que se quedara unos minutos más y que nos dejara despedirnos. Marcos ya me había pedido un beso, pero me hice de rogar. Antes de decirle adiós, me acerqué, le agarré de las manos y uní dulcemente mis labios a los suyos. Nunca había besado a nadie en los labios hasta ese momento y me pareció el beso más bonito que me habían dado hasta entonces.

Lo miraba cada mañana al llegar a clase y sentía lo afortunada que era al saber que me había elegido a mí y no a otra compañera. Parecía que de verdad le interesaba y no paraba de darme muestras de ello. Un día en clase de baile me dio una sorpresa con la canción Another one bites the dust, de Queen. Se inventó una coreografía y me la dedicó. ¡Qué emoción! Él y yo de protagonistas… Otro día, concretamente cuando cumplí catorce años, su hermano Pedro me dijo que había vendido su tesoro —parte de su colección de discos de vinilo— para comprarme un anillo de plata con una aguamarina preciosa. ¡Qué detallazo!

En primero de BUP nos tuvimos que cambiar de colegio, ya que comenzábamos otra etapa que el nuestro no tenía. Mis padres eligieron un colegio privado de monjas y mi Marcos se fue a un instituto público. El cambio de colegio fue una de las peores cosas que me pudieron pasar. Yo estaba acostumbrada a estudiar, jugar, divertirme, hacer deporte, preparar obras de teatro y de baile con chicos y chicas, y mi nuevo colegio era solo de chicas. Chicas y, además, algo reprimidas.

Lo mejor que me pasó al ir a este nuevo colegio fue que conocí a la que actualmente sigue siendo mi mejor amiga, Cristina. La primera vez que vieron que Marcos vino a buscarme salió toda mi clase a verlo. Por la tarde me comentaron los cotilleos. Alguna compañera incluso se atrevió a decir que mi Marcos estaba enamorado de ella y que, por eso, iba a buscarme. «Ya le gustaría», pensé yo.

Te confieso algo: nunca me creí mejor, ni por supuesto más guapa que nadie, y a muchas compañeras las veía tan guapas, tan monas; me revolvía en el fondo de mi ser con mis propias inseguridades, especialmente las físicas.

Marcos era cada día más mono y ahora tenía a su mano un montón de chicas disponibles y bastante ligeritas como para darle todo lo que un adolescente en ese momento podía desear. Por otro lado, cada vez pasábamos menos tiempo juntos, ya que yo tenía mucho que estudiar y tampoco tenía permiso para salir sola y tengo que decirlo: era muy dura, no era nada ligerita, salvo ese maravilloso beso y alguna vez que le di mi mano.

Un día me vino a buscar y me dijo que lo teníamos que dejar, que creía que yo no estaba interesada en él, porque no pasábamos nada de tiempo juntos. Yo en lugar de decirle que lo quería y que todo cambiaría, me limité a decirle, por mal orgullo, que era lo mejor que podíamos hacer. Me quedé fatal, mi corazón se hizo pedazos. Muchos sábados siguientes, cuando empecé a poder salir, procuraba ir a la discoteca donde me decían que iba, para verle e intentar que me sacara a bailar. Amigos en común me contaban que no paraba de estar con unas y con otras, algunas mayores que él, y que no iba muy bien en los estudios. Por lo demás, había triunfado en el instituto con el género femenino y masculino. Tardé mucho tiempo en olvidarlo.

2

MI PRIMER VIAJE FUERA DE ESPAÑA Y LO QUE SUPUSO


Empezando tercero de BUP a mis dieciséis años, una de mis amigas, Juana, tenía un hermano dos años mayor que yo, al que conocí en el grupo de oración al que asistía. Todos los miembros de este grupo habían comenzado ese año la universidad y casi todos tenían pareja. No sé cómo ni por qué, pero de repente un día empecé a salir con Carlos, como si me hubiera visto obligada socialmente a hacerlo.

Carlos tenía las manos muy duras y agrietadas, parecía que había trabajado toda su vida en el campo. Era más alto que yo y muy delgadito, y tengo que decir que era un trozo de pan y que tuvo una paciencia infinita conmigo. No me gustaba que me diera la mano, porque me resultaba muy tosca y desagradable, así que ponía cualquier excusa o hacía cualquier movimiento para no herirle y que se diera cuenta de que lo que realmente no quería era dársela.

Llevábamos saliendo más de seis meses y aún no le había dado ni un beso. Un día me armé de valor y decidí que ese era el día. Tenía claro que hoy le daría un beso y que, por fin, sabría si me gustaba o no. Fuimos a dejar algo a su casa y no se le ocurrió otra cosa que comerse un plátano y no lavarse la boca. Me pasé todo el camino desde su casa hasta la mía recordando el dichoso plátano y que le iba a dar un beso entre unos camiones que se solían poner en una de las calles próximas a donde vivía. Cuando llegó el momento, le dije que nos íbamos a dar un beso. Le llevé detrás de un gran tráiler y le besé sin lengua en los labios, pero tuve que retirarlos enseguida. Apenas tres segundos duré. Sabían a plátano, ¡qué asco me dio!

Casi a finales de curso nos propusieron en el colegio hacer un viaje a Estados Unidos. Me encantó la idea de hacer mi primer viaje fuera de España y hacerlo sola, sin el resto de mi familia. Me empecé a sentir mayor, más adulta. Ya tenía diecisiete años y al año siguiente sería mayor de edad. Esto me daría la oportunidad de dejar a Carlos, así que no dudé en proponérselo a mis padres para que me dejaran ir durante todo el mes de julio, a lo que afortunadamente accedieron. Así que, además de seguir mejorando mi inglés, me lancé a esta nueva experiencia, y vaya si lo fue.

También le ofrecieron a mi hermano Juan realizar el mismo viaje, pero él les dijo a mis padres que no se le había perdido nada en Estados Unidos. Fue todo un acontecimiento entre mis tías. Una de ellas, Luisa, mi favorita, tan pronto lo supo, me pidió que escribiera un diario de toda mi experiencia, porque era muy importante lo que iba a hacer. Iba a ser la primera de toda la familia en salir fuera de España.

Cuando hice la inscripción tuve que describir qué tipo de familia quería y escribí una larga carta con todos mis requisitos. A grandes rasgos, recuerdo que pedí tener una familia numerosa con chicas de mi edad, que fueran creyentes y que les gustara el deporte. En el momento de facturar las maletas al grupo que íbamos nos indicaron que a una compañera y a mí nos tocaba ir en primera clase. Inicialmente pensé que era una suerte, pero me decepcionó la comida, solo me dieron una ensalada y a los demás compañeros les pusieron una bandeja con mucha comida. Además, prohibieron que el resto de amigos pudieran venir a vernos, ya que algunos de los pasajeros de primera clase se quejaron de que hablábamos muy alto. Todo el viaje lo pasé con mi compañera imaginando cómo sería Estados Unidos y sobre todo cómo sería la familia que nos recibiría.

Cuando llegamos al aeropuerto, mi familia me estaba esperando con una enorme pancarta que ponía «Wellcome, Mary». Se me había olvidado deciros que me llamo María Alonso. Allí estaba mi familia: cuatro chicas, un chico, el papá y la mamá. Me acerqué y no pararon de abrazarme —allí no dan besos, se abrazan—, primera diferencia que aprecié con respecto a nuestras costumbres españolas.

Y hablando de abrazos, recuerdo que estaba con un grupo de amigos de una de mis hermanas americana, Betty, la que más amigos tenía. Estábamos sentados en el suelo hablando, cuando de repente uno de ellos me empieza a tocar los hombros y la espalda. Me giré sorprendida casi a darle una torta por sobarme sin permiso, cuando me dijeron: «Tranquila, te ha visto tensa y por eso intenta relajarte». ¡Vaya sorpresa! Me está tocando sin permiso y encima le tengo que dar las gracias.

Se presentaron: Jessica, Betty, John y Patty, y los papás, Jenny y Fred. Tenían un coche enorme. Nunca había visto uno tan grande. Recuerdo que era de la marca Ford. Nos montamos todos y nos fuimos a casa. Durante el trayecto tuvimos que pararnos en un semáforo. Entonces, los seis miembros de la familia se bajaron del coche y se pusieron como locos a correr alrededor del mismo, haciendo gestos muy divertidos hasta que el semáforo volvió a ponerse en verde y todos en orden se metieron en el coche rápidamente.

Al llegar a casa, nos estaba esperando una estupenda cena. Me pusieron un pollo entero para comer. «¡Madre mía, qué cantidad de comida!», pensé. «Claro, ahora entiendo. Por eso salen por la televisión tantos americanos gordos. Si comen tanto, normal». Más tarde pude comprobar que apenas cocinan y que esa comida era de bienvenida. La base de su alimentación era el picoteo y la comida basura: patatas fritas, nachos con queso, pizzas...

En Estados Unidos, concretamente en el estado de Minnesota, me di cuenta de que me ocurría algo raro. Quería pasar más tiempo con una de las chicas, con Patty. Cuando me miraba, literalmente no podía mantener su mirada. Me sentía ruborizada y me recorría un escalofrío que no había conocido hasta entonces. Bueno, digamos que se podía parecer a lo que sentí el día que Marcos y yo nos dimos aquel beso.

Un día, concretamente un domingo, incluso pude ir a una excursión con Betty y sus amigos, pero me negué por esperar a que Patty saliera de trabajar como au pair, cuidando de un bebé. Me arrepentí, porque además de pasar todo el día sola, cuando llegó por la tarde, se tumbó en la cama y se quedó dormida. Vamos, que no me hizo ni caso. Imaginé que Betty seguramente estaría pasando un día muy divertido con todos sus amigos, y yo sola, sin saber qué hacer. Me reí de golpe al recordar una de las canciones de mi grupo favorito, Mecano, y empecé a tararearla: «Perdida en mi habitación sin saber qué hacer, se me pasa el tiempo. Perdida en mi habitación entre un montón de discos revueltos, enciendo el televisor, me pongo a fumar, bebo una cerveza para merendar».

Horas después, se me acerca Patty, se pone detrás de mí y me pregunta:

—What are you doing? (¿Qué haces?)

—Grabando una cinta de música para recordar este viaje cuando vuelva a España. Me hubiera gustado decirle «recordarte a ti», pero no me atreví.

Sentirla detrás de mí me produjo una corriente que me erizó desde los dedos de los pies hasta el último pelo de mi cabeza. «Si hubiera querido, ella me podría dar uno de esos masajes que decían desestresaban», pensé.

Nos pusimos a hablar de España, cómo no. Me preguntó por los toros y la siesta. Esta última no acostumbraba a echármela. ¿Perder el tiempo yo? De ninguna manera. En cuanto a los toros, aunque a mis padres les encantan, yo siempre he estado en contra de cualquier tipo de maltrato animal, así que no era un tema que me interesara lo más mínimo. Pero estaba con Patty, hablando con ella y casi rozándonos. Eso era lo importante.

También me di cuenta de lo poco informados que estaban sobre España el día que Patty me llevó a conocer a su profesora de español, Louise. No me apetecía nada ir a ese encuentro y menos hablar español. «Que se vaya ella a España, yo he venido a hablar inglés», pensé; sin embargo, me lo pedía Patty, y sus deseos para mí eran órdenes.

Con la profesora surgió de nuevo el tema de los toros y de la siesta. ¡Qué pesados! Me preguntaba si solo sabían eso de nosotros, pero lo que vino después me enfadó mucho más. Empezó a decirme que vaya pena las mujeres en España, que aún tenían que lavar en el río la ropa y los platos. No me podía creer lo que estaba escuchando. Tuve que hacer que me lo repitiera en inglés por si no estaba entendiendo bien lo que me decía en español. Me levanté contrariada y le dije que mi mamá tenía lavadora y lavaplatos. Para rematar, me preguntó qué tal me había parecido ver la televisión en color. ¡Otra tontería más!, pensé yo. Hacía ya cuatro años que nos habíamos comprado el primer televisor en color. Cuando mis padres se compraron la nueva casa y nos mudamos, decidieron que todo tenía que ser nuevo y nos compramos un impresionante equipo de música y una televisión en color.

Volvía a la realidad y de nuevo enfadada le dije:

—Lo siento, pero creo que no sabes nada o muy poco de España. Estamos tan evolucionados o más que vosotros.

Entonces le pregunté que de dónde se había sacado semejante información. Louise me informó que de documentales que había visto en la televisión. Le apunté que serían muy antiguos, probablemente, alguno de la Guerra Civil que hubo en España y claro, seguro que se habían emitido en blanco y negro.

Patty notó que estaba muy molesta e hizo que la reunión fuera lo más corta posible. Cuando salimos le di las gracias por terminar y ella se disculpó por todo lo que me había dicho Louise.

—¡No pasa nada! —le dije.

Quería pasar el resto del día con ella y a ser posible a solas. Me propuso ir a una feria donde Jessica exponía en un stand camisetas y sudaderas pintadas por ella. Accedí y nos fuimos en su coche. Allí a los dieciséis años ya puedes conducir. ¡Qué suerte, Patty ya podía hacerlo! Una de las razones por las que estaba deseando tener dieciocho años era poder sacarme el carnet de conducir. Un coche, sentirme libre conduciendo.

Llegamos a la feria. ¡Estos americanos mira que son raritos! Había un espacio rodeado por una valla de alambre donde había sobre todo hombres con bolsas de papel en la mano que contenían alguna botella que se llevaban a la boca de vez en cuando. Pregunté a Patty por qué estaban allí encerrados y apartados del resto de la gente. Me dijo que estaban bebiendo y que no está bien visto y que no se debe hacer públicamente, ni beber, ni fumar. Me sorprendió. ¡Anda, dos cosas socialmente bien vistas en España y que se podían hacer prácticamente en cualquier sitio! De hecho, yo ese año empecé a fumar algún cigarrito con mis amigas o me tomaba algún cubata en la discoteca; aunque ninguna de las dos cosas me gustaba; de hecho, cuando lo hacía me sentía mayor y más adulta, y me encantaba dar esa imagen a los chicos y chicas que me interesaban. ¡Qué bonitos los diseños que hacía Jessica! Me encantó todo lo que vi en su stand y estaba dispuesta a comprarle una sudadera cuando mi «hermana americana» decidió regalármela.

Y hablando de beber y de fumar, me presentaron a un primo suyo, Peter. ¡Madre mía, qué grande y alto era! Y encima mayor, tenía veinte años. Su cuerpo era de lo que hoy se llama culturista. Le gusté en cuanto me lo presentaron y me invitó a ir a una discoteca con él. Yo accedí. Era la primera invitación formal que me hacía un chico y me pareció todo un acontecimiento. Un mayor se había fijado en mí y, además, tan guapo.

Cuando vino a buscarme, me abrazó para saludarme y me rodeó con sus brazos. Yo me sentí muy pequeñita, me sacaba más de una cabeza y su cuerpo era más de dos veces el mío; sin embargo, su abrazo resultó blandito y suave. Lo pasamos muy bien. Eso sí, me pidió que no dijéramos a sus tíos que nos habíamos fumado un cigarro y que había bebido alcohol. Yo estaba encantada con la Coca-Cola Light, a España no habían llegado aún.

Nos seguimos viendo en varias ocasiones y me regaló un colgante y una tarjeta diciéndome lo mucho que me iba a echar de menos; sin embargo, mi última noche quise pasarla con Patty. Me llevó en coche a pasear por un precioso lago, donde había fogatas. En la lejanía se podía ver a diferentes grupos de gente joven. Ella se fue acercando a diferentes grupos, mientras yo la esperaba en el coche, pero dijo que ninguno de los grupos le gustaba, así que no nos quedamos con ninguno y seguimos nuestra fiesta en casa. Buscamos alcohol en el despacho de su padre para prepararnos un cubata. Quería colocarme con cualquier cosa para olvidar el dolor que me producía saber que en unas horas volvía a España y que ya no iba a volver a verla. No sabía lo que me pasaba, solo sabía que no quería perderla. No acababa de entender mis sentimientos, ni el dolor tan profundo que sentía.

La noche la pasamos escuchando música y con el vaso de whisky y Coca-Cola Light que nos habíamos preparado. Casi me emborracho. Apenas dormimos una hora, así que solo pedía que la ducha que me iba a dar me quitara el terrible dolor de cabeza y el mareo que sentía.

Peter vino a despedirme y yo le regalé una camiseta pintada por Jessica que ponía «I love teaching» (me encanta enseñar). Quería ser profesor de lengua inglesa y enseñar a muchos niños. Cuando se le conocía era como un gran osito de peluche. También le eché mucho de menos.

Durante mi regreso a España en el avión apenas quise hablar y la gente me molestaba. Tenía el alma desecha. Me sentía indefensa y sin entender nada de lo que me ocurría. En una semana comenzaba mi nuevo curso, ya COU. Ese año cumpliría mis soñados dieciocho años y estudiaría mi último curso antes de entrar en la universidad. De nuevo, me vi obligada a cambiar de colegio, ya que las Angelinas no tenían este nuevo curso. Así que mis padres decidieron mandarme a otro colegio, esta vez de curas, los hermanos Maristas. Lo único bueno que encontré en este nuevo cambio fue que este colegio ya era mixto, de nuevo chicos y chicas juntos.

Mis primeros días de colegio los viví con mucha melancolía, recordando mi viaje a Estados Unidos: la modernidad de Nueva York, la libertad que se respiraba por sus calles, la belleza de Minnesota y lo mucho que echaba de menos a Patty y a Peter. Me quedé petrificada cuando en la clase de letras —yo había elegido ciencias— vi a un chico que me recordaba increíblemente a Peter. Me enteré de que se llamaba Luis e hice rápidamente que me lo presentaran. Enseguida nos caímos bien y empezamos a hablar. Me dijo que tenía un grupo de música pop, Moderato Cantabile, y que les faltaba una vocalista. Luis tocaba el teclado y también cantaba. Me ofrecí ser parte del grupo. Yo era la única chica y quedábamos en su casa después del colegio a ensayar los jueves por la tarde. Nos encantaba escuchar a Mecano, Alaska y los Pegamoides, Radio Futura, La unión, Danza Invisible, El Último de la Fila, Gabinete Caligari, No me pises que llevo chanclas, Semen up, Toreros muertos, Los inhumanos, Un pingüino en mi ascensor… La música que cantábamos era de esta misma guisa, música pop.

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