Kitabı oku: «El Despertar de los Dragones », sayfa 12

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Ella lo admiró sin palabras dándose cuenta de que esto era lo más amable que alguien había hecho por ella. Brot le pasó un carcaj lleno de flechas todas con puntas nuevas brillantes, y mientras tocaba una se dio cuenta de lo afiladas que estaban. Inspeccionó su intrincado diseño.

“Punta ancha dentada,” dijo Brot orgulloso. “Si impactas con una de estas, la punta nunca saldrá. Están diseñadas para matar.”

Kyra miró a Brot y a los otros sobrecogida, sin saber qué decir. Lo que más significado tenía para ella no eran las armas sino lo que habían hecho estos hombres por ella.

“No sé cómo agradecerles,” dijo. “Daré lo mejor de mí para honrar tu trabajo y para merecer esta arma.”

“Aún no he terminado,” dijo con voz ronca. “Extiende tus brazos.”

Ella lo hizo confundida y él se acercó a examinarlos, le subió las mangas y examinó sus antebrazos. Finalmente asintió satisfecho.

“Debe ser suficiente,” dijo.

Brot le hizo una señal a uno de sus aprendices quién se acercó con dos objetos brillantes y los puso en sus antebrazos. Mientras el frío metal tocaba su piel, Kyra se sorprendió al ver que eran brazaletes, largos y delgados protectores de antebrazo. Iban desde su muñeca hasta su codo, y después de colocarse con un sonido, se ajustaron a la perfección.

Kyra dobló sus codos admirada examinando los brazaletes, y mientras lo hizo se sintió invencible, como si fueran parte de su nueva piel. Eran ligeros pero muy fuertes, protegiéndola de muñeca a codo.

“Brazaletes,” dijo Brot. “Lo suficientemente delgados para que te puedas mover pero tan fuertes que resistirán el impacto de una espada.” Él la miró a los ojos. “Estos no sólo son para protección de la cuerda cuando uses tu arco, estos son extra largos hechos también de acero Alkano. Están diseñados para reemplazar un escudo. Esta será tu armadura. Si un enemigo viene hacia ti con una espada, ahora tienes lo necesario para defenderte.”

De repente tomó una espada de la mesa, la levantó alto y la dejó caer directo a su cabeza.

Kyra reaccionó sorprendida levantando sus brazos sobre su cabeza con sus nuevos brazaletes—y se sorprendió al ver que resistieron el golpe con chispas volando.

Brot sonrió bajando la espada complacido.

Kyra examinó sus brazaletes y sintió una gran felicidad.

“Me has dado todo lo que siempre hubiera querido,” dijo Kyra sintiéndose lista para abrazarlos.

Pero Brot levantó una mano y la detuvo.

“No todo,” la corrigió.

Brot le hizo un gesto a su tercer aprendiz quien trajo un largo objeto envuelto en un paño de terciopelo negro.

Kyra lo miró con curiosidad y entonces colocó su arco en su espalda y se acercó para tomarlo. Lo desenvolvió lentamente, y cuando por fin vio lo que estaba debajo se quedó sin palabras.

Era un bastón, una obra de belleza, incluso más largo que su anterior y, lo más sorprendente de todo, brillante. Igual que el arco, estaba cubierto de una placa de acero Alkano ligera y con luz reflejándose de esta. Pero incluso con todo este metal, mientras lo pesaba con las manos sintió que era más ligero que su antiguo bastón.

“La siguiente vez,” dijo Brot, “cuando golpeen tu bastón este no se romperá. Y cuando golees a un enemigo, el impacto será más severo. Es un arma y escudo al mismo tiempo. Y eso no es todo,” dijo señalando hacia este.

Kyra miró hacia abajo confundida sin saber qué era lo que señalaba.

“Tuércelo,” dijo.

Hizo como le ordenó y al hacerlo, para su sorpresa, el bastón se separó en dos partes iguales. En cada punta había un cuchillo afilado de varias pulgadas de largo.

Kyra lo miró extasiada y Brot sonrió.

“Ahora tienes más maneras de matar a un hombre,” dijo.

Ella miró los resplandecientes cuchillos, la mejor obra que había visto, y se quedó sin aliento. Él había diseñado esta arma sólo para ella, dándole un bastón que se convertía en dos lanzas, un arma única que se ajustaba a su fuerza. Ella lo volvió a unir poniéndolo suavemente en su lugar, tan perfecto que no podía darse cuenta de que había un arma escondida en su interior.

Ella miró a Brot y a todos los hombres con lágrimas en los ojos.

“Nunca voy a poder agradecerles,” dijo.

“Ya lo has hecho,” dijo Anvin acercándose. “Nos has traído una guerra, una guerra que nosotros estábamos muy temerosos por iniciar. Nos has hecho un gran favor.”

De repente y antes de que pudiera procesar esas palabras, una serie de cuernos sonaron en la distancia, uno tras otro y resonando en la fortaleza.

Todos se miraron uno al otro sabiendo lo que esto significaba: era hora de la batalla.

Habían llegado los Hombres del Señor.

CAPÍTULO DIECINUEVE

Merk caminaba por el camino del bosque con las sombras alargándose mientras seguía el sendero del Bosque Blanco, con los ladrones muertos ahora a un día de distancia de él. No había dejado de caminar desde entonces tratando de libra a su mente del incidente, de volver al lugar pacífico en el que una vez había estado. No era sencillo. Con sus piernas empezando a cansarse, Merk estaba más ansioso que nunca de encontrar la Torre de Ur, de caminar hacia su nueva vida como un Observador y examinó el horizonte tratando de poder ver algo a través de los árboles.

Pero no había señal de esta. Este viaje se empezaba a sentir más como un peregrinaje, uno que nunca terminaría. La Torre de Ur estaba más alejada y más escondida de lo que se había imaginado.

Encontrar a esos ladrones había despertado algo dentro de él, había hecho que Merk se diera cuenta de lo complicado que era deshacerse de su viejo ser. No sabía si tendría la disciplina. Sólo deseaba que los Observadores lo aceptaran en su orden; si no, y sin ningún lugar al que ir, seguramente volvería a su antigua vida.

Adelante, Merk vio cómo la madera cambiaba y vio un conjunto de antiguos árboles blancos, con troncos tan anchos como diez hombres y elevándose hacia el cielo con sus ramas extendiéndose como una cortina de hojas rojas brillantes. Uno de los árboles con un amplio y curvo tronco parecía particularmente atrayente y Merk, con dolor en sus pies, se sentó junto a este. Se recargó e inmediatamente sintió un gran alivio, sintió cómo el dolor se iba de su espalda y piernas después de horas de caminar. Se quitó las botas y sintió el dolor pulsando en sus pies y suspiró cuando una fresca brisa pasaba sobre ellos.

Merk metió la mano en su bolsa y sacó lo que quedaba de carne seca de un conejo que había atrapado la otra noche. La mordió y masticó lentamente cerrando los ojos, descansando, preguntándose qué le depararía el futuro. Sentado junto al árbol y bajo las crujientes hojas se sentía lo suficientemente bien.

Los ojos de Merk estaban pesados y él les permitió cerrarse por un momento necesitando descansar.

Cuando los abrió, Merk se sorprendió al ver que el cielo había oscurecido, dándose cuenta de que se había dormido. Ya era el ocaso y se dio cuenta de inmediato de que podría haber dormido toda la noche si no hubiera sido despertado por un ruido.

Merk se sentó y se puso inmediatamente en guardia con sus instintos activándose. Tomó el mango de su daga oculta en sus caderas y esperó. Él no quería recurrir a la violencia, pero hasta que llegara a la Torre, se dio cuenta de que podría pasar cualquier cosa.

El sonido se volvió más fuerte y se escuchaba como si alguien corriera atravesando el bosque. Merk estaba confundido: ¿qué hacía alguien más aquí en el medio de la nada y en el ocaso? Por el sonido de las hojas, Merk se pudo dar cuenta de que era una persona, y que era ligera. Tal vez un niño o una chica.

Y como lo había pensado en un momento después apareció una chica corriendo por el bosque, llorando. Él la observaba sorprendido mientras ella corría por el bosque, se tropezaba y caía, pero manteniéndose lejos de él. Cayó con el rostro en la tierra. Era bonita, tal vez de dieciocho años, pero descuidada, con su cabello hecho un desastre lleno de tierra y hojas y su ropa rasgada y maltratada.

Merk se puso de pie, y mientras ella intentaba ponerse de pie lo alcanzó a ver y sus ojos se llenaron de pánico.

“¡Por favor no me lastimes!” lloró poniéndose de pie y retirándose.

Merk levantó sus manos.

“No te haré daño,” dijo lentamente poniéndose de pie. “De hecho, ya estaba por irme.”

Ella se alejó varios pies llena de terror y aún llorando, y él no dejaba de preguntarse qué había pasado. Lo que sea que haya sido, él no quería involucrarse—ya tenía suficientes problemas.

Merk se dio la vuelta hacia el sendero y empezó a caminar cuando una voz gritó detrás de él:

“¡No, espera!”

Él se volteó y la miró de pie desesperada.

“Por favor, necesito tu ayuda,” le rogó.

Merk la miró y vio lo hermosa que era a pesar de su descuidada apariencia, con un cabello rubio sin lavar, ojos azul claro, y un rostro con rasgos perfectos cubierto de lágrimas y tierra. Traía ropa común de granjero y se dio cuenta de que no era rica. Parecía como si hubiera estado huyendo por bastante tiempo.

Él negó con la cabeza.

“No tienes el dinero para pagarme,” dijo Merk. “Yo no puedo ayudarte en lo que sea que necesites. Además, estoy de camino en una misión.”

“No lo entiendes,” le rogó acercándose. “Mi familia; nuestro hogar fue invadido esta mañana. Mercenarios. Mi padre ha sido herido. Él los ahuyentó pero volverán pronto con muchos más hombres para matarlo, para matar a toda mi familia. Dijeron que quemarían toda nuestra granja. ¡Por favor!” rogó acercándose más. “Te daré lo que sea. ¡Lo que sea!

Merk se quedó de pie sintiendo lástima por ella pero decidido a no involucrarse.

“Hay muchos problemas en el mundo, señorita,” dijo. “Y no puedo resolverlos todos.”

Se volvió de nuevo para irse cuando la voz volvió a gritar:

“¡Por favor!” gritó. “Es una señal, ¿no lo ves? El que me hubiera encontrado aquí contigo en medio de la nada. No esperaba encontrar a nadie pero te encontré a ti. Estabas destinado a estar aquí, destinado a ayudarme. Dios te está dando una oportunidad de redención. ¿No crees en las señales?”

Se quedó allí y la vio llorando y se sentía culpable pero, sobre todo, dividido. Una parte de él pensó en todas las personas que había matado en su vida y se preguntó: ¿qué importan unas más? Pero siempre habían sólo unas más. Parecía nunca terminar. Tenía que poner la línea en algún lugar.

“Lo siento señorita,” le dijo. “Pero yo no soy tu salvador.”

Merk se dio la vuelta de nuevo y empezó a retirarse determinado a no volver a detenerse, a ahogar su llanto y lamento con las hojas debajo de sus pies bloqueando el sonido.

Pero sin importar qué tanto crujían las hojas, su llanto continuaba sonando en una parte detrás de su cabeza, llamándolo. Se volteó y vio como ella corría perdiéndose en el bosque y trataba de sentir algo de alivio. Pero más que nada, se sintió perseguido—perseguido por un llanto que no quería escuchar.

Maldijo mientras caminaba enojado deseando nunca habérsela encontrado. ¿Por qué? Se preguntaba. ¿Por qué él?

Esto lo siguió molestando sin dejarlo en paz y empezó a odiar este sentimiento. Se empezó a preguntar, ¿era esto lo que se sentía tener una consciencia?

CAPÍTULO VEINTE

El corazón de Kyra golpeaba mientras caminaba con su padre y sus hermanos, Anvin y todos los soldados, marchando solemnemente por las calles de Volis, todos preparándose para la guerra. Hubo un solemne silencio en el aire mientras los cielos se ponían grises, una ligera nieve volvía a caer mientras sus botas pisaban la nieve y se acercaban a la puerta principal de la fortaleza. Los cuernos sonaban una y otra vez y su padre guiaba a los hombres de manera estoica, con Kyra sorprendiéndose por lo calmado que estaba como si hubiera hecho esto mil veces.

Kyra miró hacia adelante y, a través de las barras de acero del portón, alcanzó a ver un poco del Señor Gobernador guiando a cien de sus hombres que vestían en armadura escarlata con la bandera Pandesiana amarilla y azul moviéndose en el aire. Galopaban a través de la nieve en sus grandes caballos negros portando la mejor armadura y cargando las mejores armas, todos dirigiéndose directamente hacia las puertas de Volis. El sonido de sus caballos se escuchaba hasta aquí y Kyra podía sentir el suelo retumbando debajo de ella.

Mientras Kyra marchaba con el corazón golpeándole, sostenía su nuevo bastón, tenía el arco en la espalda y portaba sus nuevos brazaletes—y se sentía renacida. Finalmente se sentía como un verdadero guerrero con armas de verdad. Estaba encantada de tenerlas.

Mientras caminaban, Kyra estaba feliz de ver a su pueblo marchando sin miedo, todos uniéndose en la marcha para encontrarse con el enemigo.  Vio a todos los aldeanos mirando a su padre y a sus hombres con esperanza, y se sintió honrada al marchar junto con ellos. Todos parecían tener una confianza infinita en su padre, y ella sospechaba que si estuvieran bajo cualquier otro liderazgo los aldeanos no estarían tan calmados.

Los Hombres del Señor se acercaron mientras un cuerno sonaba otra vez y el corazón de Kyra latía con fuerza.

“Sin importar qué pase,” dijo Anvin poniéndose a su lado y hablando bajo, “sin importar qué tanto se acerquen, no hagas nada sin la orden de tu padre. Ahora él es tu comandante. Te hablo no como su hija, sino como uno de sus hombres. Ahora eres uno de nosotros.”

Ella asintió honrada.

“No deseo ser la causa de la muerte de nuestra gente,” dijo.

“No te preocupes,” dijo Arthfael acercándose por el otro lado. “Este día se acercaba desde hace mucho tiempo. Tú no iniciaste la guerra, ellos lo hicieron. Fue en el momento en que cruzaron la Puerta del Sur e invadieron Escalon.”

Kyra, confortada, apretó su agarre en el bastón lista para lo que viniera. Tal vez el Señor Gobernador sería razonable. ¿Tal vez negociaría una tregua?

Kyra y los otros llegaron al portón y se detuvieron mirando hacia su padre.

Él se quedó ahí mirando sin ninguna expresión con un rostro duro, preparado. Se volteó hacia sus hombres.

“No nos esconderemos detrás de puertas de hierro por miedo al enemigo,” gritó, “sino que nos encontraremos como hombres más allá de la puerta. ¡Levántenla!” ordenó.

Hubo un sonido de esfuerzo mientras los soldados levantaban el grueso portón. Finalmente se detuvo con un golpe, y Kyra se unió a los otros mientras salían marchando.

Marcharon por el puente de madera con sus botas haciendo eco, cruzaron el pozo y todos se detuvieron del otro lado, esperando.

Un retumbar llenó el aire mientras los Hombres del Señor se detenían a unos pies delante de ellos. Kyra estaba a varios pies detrás de su padre agrupada junto con los otros, y trató de llegar a las líneas frontales deseando estar a su lado y encararse a los Hombres del Señor.

Kyra vio al Señor Gobernador, un hombre calvo de mediana edad con un poco de cabello gris y una gran barriga, sentado cómodamente en su caballo a doce pies de distancia mirándolos con una expresión como si él fuera muy bueno para ellos. Cien de sus hombres estaban a caballo detrás de él con expresiones serias y portando un gran arsenal. Ella pudo ver que todos estos hombres estaban preparados para la guerra y para morir.

Kyra se sintió orgullosa al ver a su padre enfrente de sus hombres sin dudar ni mostrar temor. Tenía una expresión de comandante en guerra, una que no había visto antes. No era el rostro del padre que conocía, sino el rostro que guardaba para sus hombres.

Un largo y tenso silencio llenaba el aire interrumpido sólo por el silbar del viento. El Señor Gobernador tomó su tiempo examinándolos por un minuto, claramente tratando de intimidarlos, obligándolos a que observaran lo asombrosos que eran sus caballos y armaduras y armamento. El silencio se extendió tanto tiempo que Kyra empezó a preguntarse si alguien lo rompería y empezó a darse cuenta que el silencio de su padre, su recepción callada y fría de pie con todos sus hombres preparados era en sí un acto de desafío. Lo amaba por esto. Él no era un hombre que se echaría para atrás contra nadie sin importar las probabilidades.

Leo era el único que hacía un sonido gruñéndoles en silencio.

Finalmente el Señor Gobernador aclaró su garganta mientras miraba a su padre.

“Cinco de mis hombres están muertos,” anunció con voz congestionada. Se mantuvo en su caballo sin bajarse a su nivel. “Tu hija ha roto la sagrada ley Pandesiana. Conoces la consecuencia: el tocar a un Hombre del Señor se castiga con la muerte.”

Él guardó silencio y su padre no respondió. Mientras el viento y la nieve empezaban a tomar fuerza el único sonido que se escuchaba era el de las ondeantes banderas. Los hombres, en un número similar a ambos lados, se miraban en un tenso silencio.

Finalmente el Señor Gobernador continuó.

“Debido a que soy un Señor misericordioso,” dijo, “No voy a ejecutar a tu hija; ni te mataré a ti ni a tus hombres ni a tu gente, que es mi derecho. De hecho, estoy dispuesto a poner este desagradable asunto detrás de nosotros.”

El silencio continuó mientras el Gobernador, tomando su tiempo, examinó sus rostros lentamente deteniéndose en el de Kyra. Ella sintió un escalofrío mientras sus ojos codiciosos se posaron sobre ella.

“En cambio, voy a tomar a tu hija, que es mi derecho. No está casada y tiene la edad y como sabes, la ley Pandesiana me lo permite. Tu hija—todas sus hijas—ahora son nuestra propiedad.”

Él se burló de su padre.

“Considérate afortunado de que no les imponga un castigo más severo,” concluyó.

El Señor Gobernador se volteó y les hizo una señal a sus hombres, y entonces dos de sus soldados con apariencia feroz desmontaron y empezaron a cruzar el puente, con sus botas y espuelas haciendo eco en la madera hueca mientras pasaban.

El corazón de Kyra le golpeaba en el pecho mientras los vio venir por ella; quería tomar acción, tomar su arco y disparar, blandir su bastón. Pero recordó las palabras de Anvin sobre esperar la orden de su padre, sobre lo disciplinados que tenían que ser los soldados y, por difícil que fuera, se obligó a esperar.

Mientras se acercaban, Kyra se preguntó qué haría su padre. ¿Permitiría que se la llevaran estos hombres? ¿Pelearía por ella? Ya sea que ganaran o perdieran, que se la llevaran o no, no importaba para ella; lo que más le importaba era que su padre se preocupaba tanto que se les había encarado.

Pero mientras se acercaban, su padre no reaccionó. El corazón de Kyra palpitaba en su cuello. Sintió una oleada de decepción dándose cuenta que iba a permitir que se la llevaran. Hizo que quisiera llorar.

Leo gruño con furia poniéndose enfrente de ella con el pelo levantado; pero ellos no se detuvieron. Sabía que si le ordenaba lanzarse él lo haría; pero no quería que lo hirieran esas armas, ni tampoco quería desafiar el comando de su padre y desatar una guerra.

Los hombres estaban a sólo unos pies cuando de repente, en el último momento, su padre les hizo una señal a sus hombres y seis de ellos avanzaron, Kyra estaba entusiasmada por ver y ellos bajaron sus alabardas bloqueando el camino de los soldados.

Los soldados se detuvieron con su armadura golpeando el metal de las alabardas y miraron a su padre con sorpresa claramente sin esperarse esto.

“No darán un paso más,” dijo. Su voz era fuerte y oscura, una voz que nadie podría desafiar. Tenía un tono de autoridad y no de un sirviente.

En ese momento Kyra lo amó más que nunca.

Él se volteó y miró al Señor Gobernador.

“Aquí somos todos hombres libres,” dijo, “hombre y mujer, joven y viejo por igual. La decisión es de ella. Kyra,” dijo volteándose hacia ella, “¿deseas irte con estos hombres?”

Ella le devolvió la mirada suprimiendo una sonrisa.

“No,” respondió con firmeza.

Miró de nuevo al Señor Gobernador.

“Ahí lo tienes,” dijo. “Le decisión es de ella. No tuya ni mía. Si deseas obtener algo de mi propiedad o de mi oro como recompensa por tu pérdida,” le dijo al Gobernador, “puedes tenerlo. Pero no tendrás a mi hija, a ninguna de nuestras hijas, sin importar lo que haya escrito un escriba en una ley Pandesiana.”

El Señor Gobernador lo observaba con sorpresa en el rostro, claramente no acostumbrado a que le hablaran de esa manera; o a que lo desafiaran. Parecía como que no sabía qué hacer. Obviamente esta no era la bienvenida que estaba esperando.

“¿Te atreves a bloquear a mis hombres?” preguntó. “¿A rechazar mi oferta?”

“No es una oferta,” respondió Duncan.

“Piénsalo con cuidado, sirviente,” lo regañó. “No la ofreceré dos veces. Si la rechazas te enfrentarás a la muerte, tú y tu gente. Seguramente sabes que no estoy solo, hablo de parte de todo el ejército Pandesiano. ¿Crees que vas a poder enfrentarte a Pandesia tú solo cuando tu propio Rey ha entregado su reino, cuando las probabilidades están todas contra ti?”

Su padre se encogió de hombros.

“Yo no peleo por probabilidades,” respondió. “Yo peleo por causas. El número de tus hombres no me importa. Lo que importa es nuestra libertad. Puede que ganes, pero nunca te llevarás nuestro espíritu.”

El rostro del gobernador se puso duro.

“Cuando todas tus mujeres y niños estén gritando al ser llevados,” dijo, “recuerda la decisión que tomaste hoy.”

El Señor Gobernador se dio la vuelta, espoleó a su caballo y se marchó seguido por varios asistentes dirigiéndose hacia el camino por el que había llegado en el nevado campo.

Pero sus soldados se quedaron atrás, y su comandante levantó su bandera a lo alto y ordenó: “¡AVANCEN!”

Los Hombres del Señor se bajaron de sus caballos, formaron una fila y marcharon en perfecta disciplina sobre el puente dirigiéndose hacia ellos.

Kyra, con el corazón golpeándola, se volteó y miró hacia su padre al igual que todos esperando la orden—y de repente levantó un puño a lo alto y, con un feroz grito de pela, lo bajó.

De repente el cielo se cubrió con flechas. Kyra miró sobre su hombro y observó a varios de los arqueros de su padre apuntando desde las almenas y disparando. Las flechas silbaban a su lado y observaba como golpeaban a los Hombres del Señor a izquierda y derecha.

Los gemidos llenaban el aire mientras hombres morían todo alrededor. Era la primera vez que había visto a tantos hombres morir de cerca y la visión la paralizó.

Al mismo tiempo su padre sacó una espada corta de cada lado de sus caderas, se acercó y apuñaló a los dos soldados que habían venido por su hija y cayendo muertos a sus pies.

Al mismo tiempo, Anvin, Vidar, y Arthfael levantaron lanzas y las arrojaron cada uno matando a un soldado que se abalanzaba por el puente. Brandon y Braxton arrojaron sus lanzas también rozando a un soldado en el brazo y a otro en la pierna, hiriéndolos al menos.

Más hombres atacaron y Kyra, inspirada, puso el bastón a un lado y tomó su nuevo arco por primera vez, colocó una flecha y disparó. Apuntó hacia el comandante que guiaba a los hombres a cargar en caballo y miró con satisfacción como la flecha surcaba el aire y le penetraba el pecho. Era su primer disparo con su nuevo arco y la primera vez que mataba a un hombre en combate formal; y mientras su comandante caía al suelo, ella miraba sorprendida por lo que acababa de hacer.

Al mismo tiempo, una docena de los Hombres del Señor levantaron sus arcos y dispararon también, y Kyra miró con horror como ahora las flechas pasaban en sentido contrario y cómo los hombres de su padre gemían heridos y se desplomaban a su lado.

“¡POR ESCALON!” gritó su padre.

Sacó su espada y guio el ataque cruzando el puente hacia el grupo de Hombres del Señor. Sus soldados lo siguieron de cerca y Kyra tomó su bastón siguiéndolo también, emocionada al apresurarse a la batalla y queriendo estar al lado de su padre.

Mientras atacaban, los Hombres del Señor prepararon otra ronda de flechas y las dispararon de una vez lanzando un muro de flechas hacia ellos.

Pero entonces, para la sorpresa de Kyra, los hombres de su padre levantaron grandes escudos mientras se agachaban todos juntos en perfecta disciplina. Ella sea agachó detrás de ellos mientras escuchaba el golpe de las mortíferas flechas siendo detenidas.

Todos saltaron poniéndose de pie y atacaron, y ella se dio cuenta de la estrategia de su padre—acercarse lo suficiente a los Hombres del Señor para que sus flechas fueran inútiles. Pronto llegaron hasta la pared de soldados y hubo un gran sonido mientras el metal de los hombres chocaba en batalla, espadas contra espadas, alabardas contra escudos, lanzas contra armadura. Era aterrador y emocionante al mismo tiempo.

Apretados en el puente y sin ningún lugar a dónde ir los hombres pelearon mano a mano, gimiendo, cortando y bloqueando, con el choque del metal siendo ensordecedor. Leo se abalanzó y encajó sus colmillos en el pie de un hombre, mientras uno de los hombres de su padre gritaba al lado de ella y ella veía cómo era atravesado por una espada, con sangre saliendo de su boca.

Kyra observó a Anvin darle un cabezazo a un hombre y después encajarle la espada en el estómago. Observó a su padre utilizar su escudo como arma golpeando a dos de los hombres tan fuerte que los derribó del puente y hacia el foso. Nunca antes había visto a su padre en acción, y esta era una visión feroz. Y más impresionante aún era ver cómo los hombres se formaban a su alrededor, y era claro que habían peleado lado a lado por muchos años. Tenían una camaradería que ella envidiaba.

Los hombres de su padre pelearon tan bien que tomaron a los Hombres del Señor por sorpresa quienes claramente no se esperaban una resistencia tan organizada. Los Hombres del Señor peleaban por su Gobernador que ya los había abandonado—mientras los hombres de su padre peleaban por sus hogares, por sus familias y por sus vidas, estando todo aquí. Su pasión y su ventaja les dieron impulso.

De cerca y con poco espacio para moverse, Kyra vio a un soldado con su espada levantada viniendo hacia ella e inmediatamente tomó su bastón con ambas manos, lo puso de lado y lo levantó sobre su cabeza como un escudo. El hombre la atacó con una espada ancha y rogó por que el acero Alkano de Brot resistiera.

La espada resonó contra el bastón como si fuera un escudo y, para su alivio, el bastón no se rompió.

Kyra giró el bastón y golpeó al soldado en un costado de su cabeza. Él se tambaleó hacia atrás y entonces ella lo pateó lanzándolo de espaldas y gritando hacia el foso.

Otro soldado la atacó desde un costado con mayal y ella se dio cuenta de que no iba a poder reaccionar a tiempo. Pero Leo se apresuró y se le lanzó sobre el pecho derribándolo y poniéndose encima de él.

Otro soldado se acercó con un hacha girándola de lado hacia ella; apenas tuvo tiempo de reaccionar y de girar el bastón para bloquearla. Sostuvo su bastón de manera vertical apenas soportando la fuerza del soldado mientras el hacha se le acercaba. Aprendió una valiosa lección comprendiendo que no podría enfrentarse a estos hombres de frente. No podía superarlos en poder; tenía que pelear a su fuerza y no a la de ellos.

Perdiendo fuerza mientras el hacha se acercaba más, Kyra recordó el invento de Brot. Torció el bastón separándolo en dos partes y se hizo hacia atrás mientras el hacha pasaba por su lado fallando. El soldado se confundió claramente no esperando esto y, en el mismo movimiento, Kyra levantó las dos mitades de su bastón encajándolas en le pecho del soldado, matándolo.

Hubo un grito de personas que marchaban detrás de ella y Kyra volteó para encontrarse con un grupo de aldeanos—agricultores, albañiles, herreros, armeros, carniceros—todos portando armas; hoces, hachas, de todo y con cualquier cosa dirigiéndose al puente. En sólo un momento se les unieron a los hombres de su padre listos para defenderse.

Kyra miró a Thomak el carnicero utilizando un cuchillo para cortar el brazo de un hombre, mientras que Brine el albañil golpeaba a un soldado con un martillo en el pecho derribándolo. La gente del pueblo trajo una fresca oleada de energía a la batalla, y aunque eran muy torpes, sorprendieron a los Hombres del Señor. Peleaban con pasión liberando años de furia acumulada por la esclavitud. Finalmente tenían la oportunidad de defenderse ellos mismo—la oportunidad de vengarse.

Empujaban a los Hombres del Señor mientras pasaban entre ellos con fuerza bruta, derribando a hombres y caballos a diestra y siniestra. Pero después de unos minutos de pelea intensa estos guerreros novatos empezaron a caer, con el aire lleno de sus gritos mientras que los soldados mejor armados y mejor entrenados los atravesaban. Los Hombres del Señor los empujaron de vuelta y el impulso cambió de dirección.

El puente se vio más abultado mientras los refuerzos de los Hombres del Señor atacaban también. Los hombres de su padre se resbalaban en la nieve, estaban cansados, con más de uno gritando y cayendo al ser asesinados por los Hombres del Señor. El rumbo de la batalla se estaba poniendo en su contra, y Kyra supo que tenía que hacer algo rápido.

Kyra miró a su alrededor y tuvo una idea: saltó hacia el camino de piedra en la orilla del puente tomando el punto de ventaja que necesitaba, varios pies por encima de los demás, expuesta pero sin que esto le importara. Era la única lo suficientemente ágil para llegar hasta allí y sacó su arco, apuntó y disparó.

Con su ángulo superior, Kyra pudo derribar a un soldado tras otro. Apuntó a uno de los Hombres del Señor que levantaba un hacha hacia su padre que estaba distraído y lo impactó en el cuello antes de que pudiera apuñalar a su padre. Entonces disparó a un soldado que giraba un Mayal dándole en las costillas antes de que pudiera impactar a Anvin en la cabeza.

Disparando flecha tras flecha, Kyra derribó a una docena de hombres hasta que fue detectada. Sintió una flecha pasar por su rostro y se volteó para ver a arqueros disparándole. Antes de que pudiera reaccionar, gimió de dolor al sentir como una flecha rozaba su brazo haciéndola sangrar.

Kyra bajó de la orilla y volvió a la palestra. Rodó hasta quedarse de manos y rodillas y se quedó ahí sintiendo el dolor en su brazo mientras miraba como llegaban más refuerzos al puente. Vio como empujaban hacia atrás a su gente y observó cómo uno de ellos, justo a su lado, un hombre al que había conocido y amado, era apuñalado en el estómago y caía por encima de la barandilla hacia el foso, muerto.

Mientras estaba arrodillada un feroz soldado levantó su hacha y la dejó caer sobre ella. Sabía que no podría reaccionar a tiempo y se preparó cuando de repente Leo se abalanzó sobre él encajándole los colmillos en el estómago.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
09 eylül 2019
Hacim:
272 s. 5 illüstrasyon
ISBN:
9781632912824
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Metin
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