Kitabı oku: «El Despertar de los Dragones », sayfa 13
Kyra sintió movimiento en la esquina de su ojo y volteó para ver a otro soldado levantar su alabarda y apuntar hacia su cuello. Sin poder reaccionar a tiempo, se preparó para recibir el impacto esperando la muerte.
Pero entonces hubo un sonido metálico y levantó la vista para ver como el cuchillo estaba arriba de ella detenido por una espada. Su padre estaba a su lado blandiendo la espada y salvándola del mortal golpe. Giró la espada alejando la alabarda y entonces se la clavó al soldado en el corazón.
Sin embargo, el movimiento dejó a su padre indefenso, y Kyra miró horrorizada cómo otro soldado se acercaba y cortaba a su padre en el brazo; él gimió y se hizo hacia atrás mientras el soldado se lanzaba sobre él.
Mientras Kyra estaba arrodillada, un sentimiento desconocido empezó a invadirla; era un calor que empezaba en su plexo solar e irradiaba desde ahí. Era una sensación extraña pero también una que aceptó inmediatamente al sentir que le daba fuerzas infinitas, que se extendía por todo su cuerpo una extremidad a la vez y corría por sus venas. Más que fuerza, le dio enfoque; al mirar alrededor, era como si el tiempo se moviera muy lento. En sólo una mirada vio a todos los soldados, sus vulnerabilidades y vio cómo podía matar a todos y cada uno de ellos.
Kyra no entendió lo que le estaba pasando y no le importaba. Aceptó el nuevo poder que se apoderó de ella y se permitió sucumbir a su dulce ira para que hiciera con ella lo que quisiese.
Kyra se levantó sintiéndose invencible, sintiendo como que todos se movían muy lentos a su alrededor. Levantó su bastón y se arrojó sobre la multitud.
Lo que pasó a continuación fue un parpadeo, una imagen cegadora que apenas podía procesar y recordar. Sintió cómo el poder tomaba sus brazos y le decía a quién golpear, a dónde moverse, y se encontró atacando enemigos en un instante mientras pasaba por la multitud. Golpeó a uno de los soldados en el costado de la cabeza, entonces se volteó y golpeo a otro en la garganta; entonces saltó alto y tomando el bastón con las dos manos lo bajó sobre la cabeza de dos soldados. Giró su bastón a ambos lados mientras pasaba por el grupo como un remolino, derribando soldados a diestra y siniestra y dejando un rastro a su paso. Nadie podía atraparla y nadie podía detenerla.
El sonido del bastón metálico hacía eco en el aire con todo pasando imposiblemente rápido. Por primera vez en la vida se sintió siendo una con el universo; sintió como si ya no estuviera tratando de controlarse sino que se dejaba ser controlada. Sentía como si estuviera fuera de sí. No podía entender este nuevo poder, y esto la asustaba y la emocionaba al mismo tiempo.
En tan sólo un momento había terminado con todos los Hombres del Señor en el puente. Se encontró de pie en el otro lado y golpeando a un último soldado en medio de los ojos.
Kyra se detuvo respirando con dificultad y entonces el tiempo volvió a ser rápido otra vez. Miró a su alrededor y examinó el daño que había hecho, impresionada ella más que los demás.
La docena de soldados que quedaban de los Hombres del Señor en el otro lado del puente la miraban con pánico en los ojos mientras se daban la vuelta y se iban corriendo resbalando por la nieve.
Entonces hubo un grito y el padre de Kyra guio el ataque mientras sus hombres los perseguían. Los atravesaron a diestra y siniestra hasta que no quedó ninguno.
Sonó un cuerno. La batalla había terminado.
Todos los hombres de su padre y todos los aldeanos se quedaron de pie dándose cuenta de que habían conseguido lo imposible. Pero de manera extraña, no había el grito de júbilo que generalmente se esperaba después de una victoria como esta; no hubo regocijo ni hombres abrazándose, ni gritos de felicidad. En su lugar, el aire estaba extrañamente silencioso y con un aspecto sombrío; habían perdido a muchos buenos hermanos ese día, con sus cuerpos desparramados entre ellos, y tal vez esto ocasionó que se detuvieran.
Pero Kyra sabía que era más que esto. Esto no era lo que había causado el silencio. Sabía que lo que había ocasionado el silencio era ella.
Todos los ojos en el campo de batalla se voltearon y la miraron. Incluso Leo la miraba con miedo en los ojos como si ya no la reconociera.
Kyra se quedó ahí respirando fuerte, con las mejillas aún rojas y sintiendo todas las miradas. La miraban asombrados pero también con sospecha. La miraban como si fuera un extraño en medio de ellos. Ella sabía que todos ellos se estaban haciendo la misma pregunta. Era una pregunta para la que ella misma quería una respuesta, una que la aterraba más que cualquier cosa:
¿Quién era?
CAPÍTULO VEINTIUNO
Alec entraba y salía del sueño al estar de pie en el carro, aplastado entre una multitud de muchachos, soñando rápido con sueños perturbadores. Se miraba a si mismo aplastado a muerte dentro de un ataúd lleno de muchachos mientras se cerraba la tapa en él.
Se despertó asustado y respirando fuerte dándose cuenta de que seguía en el carro. Se habían detenido en más ocasiones y habían metido a más muchachos en el carro que ya estaba en camino, un día más subiendo y bajando colinas, entrando y saliendo del bosque. Alec había estado de pie desde la confrontación sintiéndose más seguro de pie y su espalda lo castigaba. Pero ya no le importaba. Sintió que era más fácil dormir mientras estaba parado y especialmente con Marco a su lado. Los muchachos que lo habían atacado se habían retirado al otro lado del carro, pero en este punto ya no confiaba en nadie.
Las sacudidas del carro llegaron hasta el consciente de Alec, sin que pudiera ahora recordar lo que era estar en terreno firme. Pensó en Ashton y se consoló al pensar que al menos no era su hermano el que estaba de pie ahí. Esto le dio un sentimiento de propósito y le dio el valor para seguir adelante.
Mientras las sombras crecían sin que el viaje pareciera terminar, Alec empezó a perder esperanza, a sentir como que nunca llegarían a Las Flamas.
Pasó más tiempo y después de dormir en varias ocasiones, sintió un codazo en las costillas. Abrió los ojos para ver a Marco que le hacía un gesto con la cabeza.
Alec sintió una oleada de excitación que inundaba al grupo de muchachos, y esta vez supo que algo era diferente. Todos los muchachos se animaban a medida que empezaban a girar y observaban por entre las barras de hierro. Alec se volteó y trató de mirar, desorientado, pero no pudo ver nada con el grupo de muchachos enfrente.
“Tienes que ver esto,” dijo Marco mirando hacia afuera.
Marco se quitó para que Alec pudiera observar. Mientras lo hizo, Alec pudo ver una visión que nunca olvidaría:
Las Flamas.
Alec había escuchado acerca de Las Flamas toda su vida, pero nunca se había imaginado que pudieran existir. Era una de esas cosas difíciles de imaginar, e incluso si se trataba con fuerza, era difícil poder creerlo. ¿Cómo podían llegar las llamas a tan alto en el cielo? ¿Cómo podían arder para siempre?
Pero ahora que las miraba por primera vez, se dio cuenta de que todo era verdad. Lo dejó sin aliento. Ahí, en el horizonte, se elevaban Las Flamas como decía la leyenda hasta las nubes, tan gruesas que no se podía ver dónde terminaban. Podía escuchar el crijir, sentir el calor incluso desde ahí. Era impresionante y aterrador al mismo tiempo.
Alec vio posicionados a hombres todo a lo largo de Las Flamas, hombres y chicos, protegiendo, separados por unos cien pies. En el horizonte y al final del camino, vio una torre negra de piedra con varios edificios a su alrededor. Era un centro de actividad.
“Parece que es nuestra nueva casa,” observó Marco.
Alec vio las hileras de barracas miserables llenas de chicos cubiertos de hollín. Sintió un hueco en el estómago dándose cuenta de que esta era una mirada a su futuro, al infierno que se había convertido su vida.
*
Alec se preparó mientras lo sacaban del carro los manejadores Pandesianos y cayó junto con una masa de muchachos en el suelo duro. Otros muchachos cayeron encima de él y mientras trataba de respirar se sorprendió al darse cuenta de lo duro que estaba el suelo; y de que estaba cubierto de nieve. No estaba acostumbrado al clima del noreste e inmediatamente se dio cuenta de que sus delgadas ropas de la región central no iban a servirle aquí. En Soli, aunque estaba a sólo unos cuantos días de viaje hacia el sur, el suelo estaba blando y generalmente cubierto de exuberante musgo verde; allí nunca nevaba y el aire olía a flores. Aquí estaba duro y frío, sin vida, y el aire olía a fuego.
Mientras Alec se separaba de la masa de cuerpos, apenas si se ponía de pie cuando fue empujado por la espalda. Se tambaleo hacia adelante y se volteó para ver a un manejador detrás de él que guiaba a los muchachos como ganado hacia las barracas.
Detrás de él Alec observó como varias docenas de muchachos salían de su carro; y se sorprendió de ver que más de uno caía desplomado, muerto. Se maravilló de haber sobrevivido el viaje a pesar de todo lo que había pasado. Le dolían todos los huesos de su cuerpo y sus articulaciones estaban rígidas y, mientras marchaba, nunca se había sentido tan cansado. Sentía como si no hubiera dormido en meses y como si acabara de llegar al fin del mundo.
Un crujido llenaba el aire y Alec volteó hacia arriba a unas cien yardas hacia Las Flamas. Caminaron hacia ellas y estas se hacían cada vez más grandes. De cerca y en persona eran impresionantes, y él apreciaba su calor que crecía con cada paso que daba. Sin embargo, temía lo caliente que podrían llegar a estar de cerca cuando miró a los otros que patrullaban a unas veinte yardas de distancia. Notó que llevaban una armadura protectora inusual. Y a pesar de esto algunos estaban tirados habiéndose colapsado.
“¿Ves esas llamas chico?” dijo una voz siniestra.
Alec se volteó para ver al muchacho con el que había peleado en el carro acercándosele y con su amigo a su lado riendo.
“Cuando te acerque el rostro a ellas nadie te va a volver a reconocer, ni siquiera tu mamá. Te voy a quemar las manos hasta que no te queden más que muñones. Aprecia lo que tienes antes de que lo pierdas.”
Se rio con un sonido amenazador y oscuro que pareciendo toser.
Alec lo miró desafiante ahora con Marco a su lado.
“No pudiste derrotarme en el carro,” respondió Alec, “y no me derrotarás ahora.”
El muchacho rio.
“Este no es un carro, chico,” dijo. “Esta noche dormirás conmigo. Esas barracas son todas nuestras. Una noche, un techo. Será tú y yo. Y yo tengo todo el tiempo del mundo. Puede ser esta noche, o tal vez la siguiente; pero una de estas noches, cuando menos te lo esperes, estarás durmiendo y entonces te atraparemos. Despertarás con tu rostro en esas llamas. Duerme bien,” concluyó con una risa.
“Si eres tan fuerte,” dijo Marco a su lado, “¿qué estás esperando? Aquí estamos. Inténtalo.”
Alec vio que el muchacho dudó al voltear a ver a los manejadores Pandesianos.
“Cuando llegue el momento,” respondió.
Con eso, desaparecieron en la multitud.
“No te preocupes,” dijo Marco. “Dormirás cuando yo esté despierto y después tú harás lo mismo por mí. Si esa basura se nos acerca deseará nunca haberlo hecho.”
Alec asintió con agradecimiento mientras miraba hacia las barracas pensando. A unos pies de la amontonada entrada Alec ya podía oler el olor corporal que emanaba del edificio. Retrocedió cuando fue empujado dentro.
Alec trató de ajustarse a la oscuridad de las barracas que se alumbraba sólo por una débil luz que entraba por unas altas ventanas. Miró hacia abajo hacia el piso de tierra y se dio cuenta que el carro, tan malo como era, era mejor que esto. Vio filas de rostros hostiles y sospechosos, con sólo la parte blanca de sus ojos siendo visible y examinándolo. Empezaron a aullar y gritar claramente tratando de intimidarlos como los novatos y de delimitar su territorio, y las barracas se llenaron de voces fuertes.
“¡Carne fresca!” dijo uno.
“¡Pasto para Las Flamas!” gritó otro.
Alec tuvo un profundo sentimiento de aprensión mientras fueron empujados más y más profundo en la gran y única habitación. Finalmente se detuvo con Marco a su lado frente a un parche abierto de paja en el suelo—sólo para ser empujado inmediatamente por detrás.
“Ese es mi lugar, chico.”
Alec se volteó para ver a un recluta mayor mirándolo y sosteniendo una daga.
“A menos que quieras que te corte la garganta,” le advirtió.
Marco se acercó.
“Quédate con tu paja,” dijo. “Apesta de todos modos.”
Los dos se voltearon y continuaron caminando más profundo en las barracas hasta que en una esquina lejana Alec encontró un pequeño parche de paja entre las sombras. No vio a nadie cerca y él y Marco se sentaron a unos pies de distancia el uno del otro con sus espaldas a la pared.
Alec inmediatamente respiró con alivio; se sentía muy bien descansar sus piernas mientras no estaba en movimiento. Se sintió seguro en una esquina con la espalda en la pared y en donde no lo podrían emboscar con facilidad teniendo una vista de toda la habitación. Vio a cientos de reclutas rondando todos en estado de discusión y con docenas más entrando cada segundo. También vio cómo otros eran arrastrados hacia afuera por los tobillos, muertos. Este lugar era una visión del infierno.
“No te preocupes, se pondrá peor,” dijo una voz a su lado.
Alec se volteó mirando a un recluta que estaba en las sombras a unos pies de distancia, un chico al que no había visto antes recostado de espaldas, con las manos bajo la cabeza y mirando hacia el techo. Mordía un pedazo de paja y tenía una voz profunda y hastiada.
“Tal vez te matará el hambre,” añadió el muchacho sombríamente. “Mata a la mitad de los muchachos que vienen por aquí. La enfermedad mata a los restantes. Y si eso no te atrapa, entonces otro muchacho lo hará. Tal vez pelearás por un pedazo de pan, o quizá sin una razón en particular. Tal vez no le guste la forma en que caminas o cómo lo miras. Tal vez le recuerdes a alguien. O tal vez sea por simple odio sin razón. Aquí hay mucho de eso por todas partes.”
Suspiró.
“Y si aun así sobrevives,” añadió, “esas llamas lo harán. Tal vez no en tu primer patrullaje o en el segundo. Pero los troles pasan cuando menos te lo esperas y usualmente en llamas tratando de matar algo. No tienen nada que perder y salen de la nada. Vi a uno la otra noche, le hundió los dientes a un muchacho en el cuello antes de que los demás pudieran hacer algo.”
Alec volteó a mirar a Marco, cada uno preguntándose qué clase de vida les esperaba.
“No,” añadió el muchacho, “No he visto a ningún muchacho sobrevivir más de una luna de trabajo.”
“Tú sigues aquí,” observó Marco.
El muchacho sonrió mordiendo su paja y mirando hacia arriba.
“Es porque yo aprendí cómo sobrevivir,” respondió.
“¿Cuánto tiempo has estado aquí?” preguntó Alec.
“Dos lunas,” respondió. “Más que todos ellos.”
Alec tomó aire sorprendido. Dos lunas y era el sobreviviente más antiguo. Esta realmente era una fábrica de muerte. Se empezó a preguntar si había cometido un gran error al venir aquí; tal vez simplemente debió haber atacado a los Pandesianos cuando llegaron a Solis y haber tenido una muerte rápida y limpia en casa. Sus pensamientos ahora se posaron en escapar; después de todo ya había salvado a su hermano—¿qué podía ganar quedándose aquí ahora?
Alec ahora estaba revisando las paredes, examinando ventanas y puertas, contando a los guardias y preguntándose si habría una manera.
“Eso es bueno,” dijo el muchacho aún mirando hacia el techo pero examinándolo de alguna manera. “Piensa en escapar. Piensa en cualquier cosa menos en este lugar. Así es como sobrevivirás.”
Alec se enrojeció avergonzado de que el muchacho leyera su mente y sorprendido de que pudiera hacerlo sin siquiera voltear a mirarlo.
“Pero no lo intentes,” dijo el muchacho. “No puedo decirte cuántos de nosotros morimos cada noche intentándolo. Es mejor ser asesinado que morir de esa manera.”
“¿Morir de qué manera?” preguntó Marco. “¿Te torturan?”
El muchacho negó con la cabeza.
“Peor,” respondió. “Te dejan ir.”
Alec lo miró confundido.
“¿A qué te refieres?” preguntó.
“Escogieron bien este lugar,” explicó. “Esos bosques están llenos de muerte. Jabalíes, bestias, troles y todo lo que te puedas imaginar. Ningún muchacho nunca sobrevive.”
El muchacho sonrió y los miró por primera vez.
“Bienvenidos amigos,” dijo sonriendo todavía más, “a Las Flamas.”
CAPÍTULO VEINTIDÓS
Kyra caminaba por las calles de Volis con nieve crujiendo debajo de sus botas y aturdida después de su primera batalla. Todo había pasado tan rápido, y había sido más feroz y más intenso de lo que se había imaginado. Hombres murieron, hombres buenos a los que había conocido toda su vida de maneras horribles y dolorosas. Padres y hermanos u esposos ahora estaban en la nieve muertos, con sus cuerpos apilados afuera de la fortaleza y el suelo demasiado duro para poder enterrarlos.
Cerró los ojos y trató de olvidar las imágenes.
Había sido una gran victoria, pero también le había enseñado lo que era una batalla real, lo frágil que era la vida. Le había mostrado lo fácilmente que podía morir un hombre y también lo fácil que era matar para ella—encontrando ambos lados igual de perturbadores.
Ser un gran guerrero era lo que siempre había deseado; pero ahora podía ver que venía con un pesado precio. El valor era lo que deseaba, pero se dio cuenta que no había nada sencillo acerca del valor. A diferencia del despojo de guerra, esto no era algo que pudiera tomar en sus manos o colgar en la pared. Y eso era lo que los hombres buscaban. ¿En dónde estaba esto llamado valor? Ahora que había terminado la batalla, ¿a dónde se había ido?
Más que nada, los eventos del día habían obligado a Kyra a pensar en sí misma, en su misterioso poder que había llegado de la nada y se había ido igual de rápido. Trató de invocarlo de nuevo pero no pudo. ¿Qué era? ¿De dónde había venido? A Kyra no le gustaba lo que no podía entender, lo que no podía controlar. Preferiría ser menos talentosa y entender de dónde venían sus habilidades.
Mientras Kyra pasaba por las calles estaba confundida por la reacción de los aldeanos. Después de la batalla esperaba que todos estuvieran en pánico, que abarrotaran sus hogares o se prepararan para evacuar la fortaleza. Después de todo, muchos de los Hombres del Señor habían muerto, y seguramente pronto verían la furia de Pandesia. Un gran y temible ejército vendría por ellos; tal vez el día siguiente o pasado mañana o la próxima semana, pero seguramente vendrían. Eran todos muertos vivientes. ¿Por qué no tenían miedo?
Pero mientras convivía con las personas Kyra no detectaba miedo. Al contrario, vio a personas jubilosas y energizadas como rejuvenecidas; vio a personas que ahora eran libres. Caminaban en todas direcciones felicitándose el uno al otro, celebrando y preparándose. Afilaban armas, fortalecían las puertas, apilaban rocas, guardaban comida, y se apuraban con un gran sentido de propósito. Los Volisianos, siguiendo el ejemplo de su padre, tenían voluntad de hierro. Eran personas que no se retraían con facilidad y de hecho, parecía como si desearan la próxima confrontación sin importar el costo y lo mal que estuvieran las probabilidades.
Kyra también notó algo más mientras caminaba entre su gente, algo que la puso incómoda: la nueva forma en que la miraban. Claramente ya todos habían escuchado lo que había hecho y podía sentir los murmullos a sus espaldas. La miraban como si no fuera uno de ellos, estas personas a la que había conocido y amado toda su vida. La hizo sentirse como si fuera un extraño y se preguntaba dónde estaría su verdadero hogar. Más que nada, la hizo pensar en el secreto de su padre.
Kyra se acercó a la pared gruesa de las murallas y subió los escalones de piedra con Leo detrás de ella subiendo a los niveles superiores. Pasó a todos los hombres de su padre que estaban en guardia cada veinte pies y pudo ver que ellos también la miraban de manera diferente, con un nuevo respeto en sus ojos. Esa mirada hizo que todo valiera la pena.
Kyra dobló la esquina y en la distancia, de pie arriba de las puertas arqueadas y viendo hacia el campo estaba el hombre al que había venido a buscar: su padre. Él se quedó ahí con las manos en las caderas y varios de sus hombres alrededor de él observando a la nieve que crecía. Parpadeaba con el viento sin que este o sus recientes heridas lo perturbaran.
Él la miró acercándose y les hizo un gesto a sus hombres. Todos se fueron dejándolos solos.
Leo se apuró y le lamió la mano y su padre lo acarició en la cabeza.
Kyra estaba de pie sola observando a su padre y no supo qué decir. Él la miraba de vuelta sin ninguna expresión y ella no sabía si estaba enojado con ella u orgulloso o ambas cosas. Era un hombre complicado incluso en los momentos más sencillos—y estos no eran tiempos sencillos. Su rostro estaba duro como las montañas detrás de él y tan blanco como la nieve que caía, y se parecía a la ancestral piedra de la que Volis había sido extraído. Ella no sabía si él era de este lugar, o este lugar era de él.
Se volteó y siguió mirando al paisaje y ella se puso a su lado mirando también. Compartieron el silencio interrumpido sólo por el viento mientras esperaba que él hablara.
“Solía pensar que nuestra seguridad, nuestra vida segura aquí, era más importante que la libertad,” inició finalmente con una voz baja. “Hoy me di cuenta de que estaba equivocado. Me has enseñado lo que había olvidado: que la libertad y el honor son más importantes que todo.”
Sonrió mientras volteaba a verla y ella sintió alivio al ver calor en sus ojos.
“Me has dado un gran regalo,” dijo. “Me has recordado lo que el honor significa.”
Ella sonrió sintiendo sus palabras y aliviada de saber que no estaba enojado, sintiendo que se había cerrado la ruptura en su relación.
“Es difícil ver a hombres morir,” continuó él pensativo y viendo hacia el paisaje. “Incluso para mí.”
A esto le siguió un gran silencio y ella se preguntaba si su padre mencionaría lo que había pasado; sintió que él quería hacerlo. Quería mencionarlo ella misma pero no estaba segura de cómo.
“Soy diferente, padre, ¿no es verdad?” dijo ella finalmente con una voz suave y temiendo hacer la pregunta.
Continuó mirando al horizonte, inescrutable, hasta que finalmente asintió levemente.
“Se trata de algo relacionado con mi madre, ¿verdad?” presionó. “¿Quién era? ¿Siquiera soy tu hija?”
Él se volteó y la miró con tristeza en los ojos mezclada con una nostalgia que ella no pudo comprender.
“Estas son preguntas para otro momento,” dijo. “Cuando estés lista.”
“Estoy lista ahora,” insistió ella.
Él negó con la cabeza.
“Hay muchas cosas que tienes que aprender primero, Kyra. Muchos secretos que he tenido que ocultarte,” dijo con una voz pesada con remordimiento. “Me dolió el hacerlo, pero era para protegerte. Ya se acerca el momento para que lo sepas todo, para que sepas quién eres.”
Ella se quedó ahí con el corazón golpeándola deseosa por saber pero también asustada.
“Pensé que yo podía criarte,” suspiró. “Me advirtieron que este día llegaría, pero no quise creerlo. No hasta ahora, no hasta que vi tu habilidad. Tus talentos…me sobrepasan.”
Ella frunció el ceño, confundida.
“No te entiendo, Padre,” dijo. “¿Qué estás diciendo?”
Su rostro se endureció con determinación.
“Ya es tiempo de que nos dejes,” dijo con una voz llena de determinación, usando el tono que utilizaba cuando estaba seguro de algo. “Debes irte de Volis enseguida y buscar a tu tío, el hermano de tu madre. Akis. En la Torre de Ur.”
“¿La Torre de Ur?” repitió impactada. “¿Entonces mi tío es un Observador?”
Su padre negó con la cabeza.
“Él es mucho más. Es él quien tiene que entrenarte; y es él y sólo él quien puede revelar el secreto de quién eres.”
Aunque saber el secreto la emocionaba, estaba abrumada por la idea de dejar Volis.
“No me quiero ir,” dijo. “Quiero estar aquí, contigo. Especialmente en estos momentos.”
Él suspiró.
“Desafortunadamente, lo que tú y yo queramos ya no importa,” dijo. “Esto ya no se trata de tú y yo. Esto se trata de Escalon—de todo Escalon. El destino de nuestra tierra está en tus manos. ¿No lo ves, Kyra?” dijo volteando a verla. “Eres tú. Eres tú quien guiará a nuestro pueblo fuera de la oscuridad.”
Ella parpadeó impactada apenas creyendo sus palabras.
“¿Cómo?” preguntó. “¿Cómo es eso posible?”
Pero él simplemente guardó silencio negándose a decir más.
“No puedo irme de tu lado, Padre,” le rogó. “No lo haré. No ahora.”
Él volvió a mirar al campo con tristeza en sus ojos.
“Dentro de quince días todo lo que ves aquí será destruido. Ya no hay esperanza para nosotros. Debes escapar ahora que puedes. Eres nuestra única esperanza. Si mueres aquí con nosotros no podrás ayudar a nadie.”
Kyra sintió dolor con sus palabras. No podía permitirse abandonar a su pueblo dejándolo morir.
“Regresarán, ¿verdad?” preguntó ella.
Era más una declaración que una pregunta.
“Lo harán,” respondió. “Cubrirán a Volis como una plaga de langostas. Todo lo que has conocido y amado pronto dejará de existir.”
Sintió un agujero en el estómago con esta respuesta pero sabía que era verdad, y estaba agradecido al menos por eso.
“¿Y qué pasará con la capital?” preguntó Kyra. “¿Qué pasará con el antiguo Rey? ¿No puedes ir a Andros y resucitar al antiguo ejército y hacer una defensa?”
Él negó con la cabeza.
“El Rey se rindió de una vez,” dijo con nostalgia. “El momento para pelear ha pasado. Andros ahora es controlado por políticos y no por soldado, y no se puede confiar en ninguno.”
“Pero seguramente se levantarán por Escalon si no por Volis,” insistió.
“Volis es sólo una fortaleza,” dijo, “una que se pueden permitir olvidar. Nuestra victoria de hoy, tan grande como haya sido, fue muy pequeña para que ellos se arriesguen a juntar a todo Escalon.”
Ambos guardaron silencio mientras miraban al horizonte y Kyra pensaba en sus palabras.
“¿Tienes miedo?” preguntó ella.
“Un buen líder siempre debe conocer el miedo,” respondió. “El miedo agudiza nuestros sentidos y nos ayuda a prepararnos. Pero no es a la muerte a la que temo, sino a no morir bien.”
Se quedaron ahí examinando el cielo mientras ella entendía la veracidad de sus palabras. Un largo y cómodo silencio cayó sobre ellos.
Finalmente él volteó a verla.
“¿Ahora dónde está tu dragón?” le preguntó mientras de repente se dio la vuelta y se marchó como a veces lo hacía.
Kyra, sola, se quedó ahí examinando el horizonte; de manera extraña se había estado preguntando lo mismo. Los cielos estaban vacíos con nubes rodantes y ella seguía esperando en su mente poder escuchar un chillido, poder ver sus alas saliendo de las nubes.
Pero no había nada. Nada sino vacío y silencio y la pregunta pendiente de su padre:
¿Ahora dónde está tu dragón?