Kitabı oku: «El Despertar de los Dragones », sayfa 16
Ella escupió en el rostro del hijo, se hizo para atrás y con su bota le dio una fuerte patada en el rostro. Dierdre, Kyra empezaba a ver, era una persona mucho más fuerte de lo que había pensado.
Volvió a ver a Kyra con ojos brillantes como si le regresara la vida, como si quien era anteriormente hubiera regresado.
“Vámonos,” dijo Dierdre con una voz llena de fuerza.
*
Kyra y Dierdre salieron del calabozo con la luz de la mañana encontrándose en medio de Argos, la fortaleza Pandesiana y el complejo militar del Señor Gobernador. Kyra parpadeaba con el resplandor sintiéndose bien de volver a ver la luz del día a pesar de lo frío que estaba, y al orientarse se dio cuenta de que estaban en el centro de un laberíntico complejo de cuarteles de piedra, todo rodeado por un alto muro de piedra y una inmensa puerta. Los Hombres del Señor apenas estaban despertando tomando sus posiciones lentamente en las barracas; debió haber miles de ellos. Era un ejército profesional y este lugar era más una ciudad que un pueblo.
Los soldados tomaban sus posiciones en el muro mirando hacia el horizonte; ninguno miraba hacia adentro. Claramente nadie esperaba que dos chicas escaparan de entre ellos, y esto les daba una ventaja. También todavía estaba lo suficientemente oscuro para ocultarlas, y mientras Kyra miraba hacia adelante a la entrada bien protegida al final del patio, sabía que si tenían alguna oportunidad de escapar esta era ahora.
Pero era un gran patio para cruzar a pie, y sabía que tal vez no lo lograrían—e incluso si lo hacían, una vez que lo pasaran serían atrapadas.
“¡Ahí!” dijo Dierdre apuntando.
Kyra observó y vio en el otro lado del patio a un caballo atado con un soldado a su lado, sosteniendo las riendas y de espalda a ellas.
Dierdre volteó a verla.
“Necesitaremos un caballo,” dijo. “Es la única manera.”
Kyra asintió sorprendida de que estuvieran pensando de la misma manera y de que Dierdre fuera tan perceptiva. Dierdre, quien al principio Kyra había pensado sería una responsabilidad, se estaba convirtiendo en una persona inteligente, rápida y decisiva.
“¿Puedes hacerlo?” preguntó Dierdre mirando al soldado.
Kyra apretó su bastón y asintió.
Juntas, corrieron saliendo de las sombras y cruzando silenciosamente el patio, con el corazón de Kyra golpeándole en el pecho mientras se concentraba en el soldado de espaldas a ella y acercándose con cada paso, rogando que no las descubrieran mientras tanto.
Kyra corrió tan rápido que apenas pudo respirar, tratando de no resbalar en la nieve y ahora sin sentir el frío con la adrenalina pasando por sus venas.
Finalmente alcanzó al soldado y, en el último segundo, las escuchó y se volteó.
Pero Kyra ya estaba en movimiento levantando el bastón y golpeándolo en el plexo solar. Mientras este gemía y caía de rodillas, ella lo giró y lo dejó caer en la parte de atrás de su cabeza—noqueándolo de cara hacia la nieve, inconsciente.
Kyra se montó al caballo mientras Dierdre lo desataba y saltaba detrás de ella—y ambas patearon y empezaron a correr.
Kyra sintió el viento frío en su cabello mientras el caballo avanzaba por el patio nevado dirigiéndose hacia la puerta en el otro extremo a unas cien yardas de distancia. Mientras lo hacían, los soñolientos soldados se dieron cuenta y voltearon hacia ellas.
“¡Vamos!” le gritaba Kyra al caballo pidiéndole que fuera más rápido, viendo la salida cada vez más y más cerca.
Un arco masivo de piedra estaba enfrente con el portón levantado llevando hacia el puente, y después de eso, Kyra sintiendo el corazón acelerarse, estaba el campo abierto. Libertad.
Pateó al caballo con todas sus fuerzas al ver que los soldados de la puerta se daban cuenta.
“¡DETÉNGANLAS!” gritó otro soldado desde atrás.
Varios soldados acudieron a las manijas de hierro y, para el temor de Kyra, empezaron a girarlas bajando el portón. Kyra sabía que si se cerraba antes que lo alcanzaran sus vidas terminarían. Estaban a veinte yardas de distancia y cabalgando lo más rápido que nunca lo había hecho—y el portón, con treinta pies de alto, estaba bajando despacio un pie a la vez.
“¡Agáchate tanto como puedas!” le gritó a Dierdre, Kyra doblándose por completo hasta que su rostro estaba en le crin del caballo.
Kyra corría con su corazón latiéndole en sus oídos mientras pasaron por el arco con el portón tan bajo que tendrían que agacharse. Estaba tan cerca que no sabía si lo lograrían.
Entonces, justo cuando estaba segura de que morirían, el caballo pasó por debajo con el portón cerrándose detrás de ellas con un gran estruendo. Un momento después ya estaban cruzando el puente y, para el gran alivio de Kyra, bajo cielo abierto.
Los cuernos sonaron detrás de ella y un momento después Kyra se hizo a un lado sintiendo el silbido de una flecha que pasaba junto a ellas.
Miró hacia atrás y vio a los Hombres del Señor tomando sus posiciones arriba y abajo de las murallas disparándoles. Ella zigzagueaba en el caballo, dándose cuenta de que todavía estaban dentro del rango e instándolo a que fuera más rápido.
Estaban haciendo progreso ya casi a unas cincuenta yardas, lo suficientemente lejos para que la mayoría de las flechas no las alcanzaran—cuando de repente, para su angustia, vio como una flecha se clavaba en el costado del caballo. Este inmediatamente se asustó derribándolas a ambas.
El mundo de Kyra se volvió un caos. Ella golpeó el suelo con fuerza perdiendo el aliento mientras el caballo rodaba a un lado de ella fallando a penas por una pulgada.
Kyra ahora estaba de manos y rodillas, confundida, con un silbido en su cabeza y volteando a ver a Dierdre a su lado. Volteó hacia atrás y vio a la distancia cómo el portón se levantaba. Cientos de soldados esperaban alienados a que se abriera el portón casi rompiendo las puertas. Era un ejército a gran escala en camino a matarlas. No entendía el cómo se habían organizado tan rápido, pero entonces se dio cuenta: ya se estaban preparando al amanecer para atacar a Volis.
Kyra, de pie, miraba al caballo muerto, a la amplia planicie abierta delante de ellas y supo que finalmente su día había llegado.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Aidan marchaba impaciente hacia la habitación de su padre con Leo a su lado, con una profunda premonición de que algo andaba mal. Había estado buscando a su hermana Kyra por toda la fortaleza, con Leo a su lado, revisando todos sus lugares habituales—la armería, la herrería, la Puerta del Peleador—y aun así no podían encontrarla. Él y Kyra siempre habían tenido una conexión, siempre desde que había nacido y podía darse cuenta cuando algo la molestaba—ahora sentía signos de advertencia. No había estado en la cena y sabía que ella no se la hubiera perdido.
Pero lo más preocupante de todo, Leo no estaba con ella—lo cual nunca sucedía. Aidan había tratado de entender a Leo, pero el lobo, claramente tratando de decirle algo, no podía comunicarse. Simplemente se quedó al lado de Aidan sin dejarlo.
Aidan había pasado la cena con un nudo en el estómago, revisando la puerta constantemente por cualquier signo de Kyra. Había tratado de decírselo a su padre mientras comía, pero Duncan estaba rodeado de demasiados hombres, todos enfocados en discutir la batalla que venía sin que nadie lo tomara en serio.
A primera luz Aidan, que estuvo despierto toda la noche, saltó y corrió hacia su ventana tratando de ver alguna señal de ella. No hubo ninguna. Salió corriendo de su habitación pasando el corredor y pasando a todos los hombres de su padre y entró en la habitación de Kyra incluso sin tocar empujando con el hombro, corriendo adentro y buscándola.
Pero su corazón se desplomó al ver que la cama estaba vacía aún arreglada del día anterior. Entonces estuvo seguro de que algo andaba mal.
Aidan corrió por todo el pasillo hasta la habitación de su padre, y ahora estaba de frente a la gran puerta mirando a los dos soldados que la cuidaban.
“¡Abran la puerta!” ordenó Aidan con urgencia.
Los guardias intercambiaron una mirada inseguros.
“Fue una noche larga, chico,” dijo uno de los guardias. “A tu padre no le gustará que lo despierten.”
“Hoy puede que haya una pelea,” dijo el otro. “Necesita estar descansado.”
“No lo diré otra vez,” insistió Aidan.
Lo miraron escéptico y Aidan, sin poder esperar, se acercó y tocó con fuerza.
“¡Oye, chico!” dijo uno de ellos.
Entonces dándose cuenta de su determinación, dijo el otro guardia, “Muy bien—pero será tu cabeza si algo pasa. Y el lobo se queda aquí.”
Leo gruñó pero el guardia abrió la puerta sólo un poco para que Aidan entrara y la cerró detrás de él.
Aidan se apresuró a la cama de su padre para encontrarlo dormido entre sus pieles, roncando, con una mujer sirviente semidesnuda a su lado. Él tomó el hombro de su padre y lo empujó una y otra vez.
Finalmente su padre abrió los ojos con una mirada feroz, mirándolo como si estuviera a punto de golpearlo. Pero Aidan no se echó para atrás.
“¡Padre tienes que despertar ya!” pedía Aidan. “¡Kyra está perdida!”
La mirada de su padre se transformó en una de confusión mientras lo miraba semidormido como si en una borrachera.
“¿Perdida?” dijo con una voz profunda y grave saliéndole del pecho. “¿A qué te refieres?”
“No regresó a su habitación anoche. Algo le ha pasado, estoy seguro. ¡Alerta a tus hombres cuanto antes!”
Su padre se sentó esta vez pareciendo más alerta, tallándose el rostro y tratando de deshacerse del sueño.
“Estoy seguro de que tu hermana está bien,” dijo. “Siempre está bien, ha sobrevivió un encuentro con un dragón—¿crees que una pequeña nevada se la llevó? Simplemente está en un lugar en el que no puedes encontrarla para estar sola. Ahora vete. Retírate antes de que termines con unos azotes.”
Pero Aidan se quedó ahí, con determinación y el rostro enrojecido.
“Si tú no la hallas, entonces yo lo haré,” gritó y salió corriendo de la habitación, deseando que de alguna manera lo haya convencido.
*
Aidan estaba afuera de las grandes puertas de Volis, con Leo a su lado, de pie orgulloso en el puente y observando cómo caía rocío sobre el campo. Miró hacia el horizonte buscando algún signo de Kyra, esperando que tal vez regresara de disparar flechas, pero no vio ninguno. Su presentimiento empeoró. Había pasado la última hora despertándolos a todos, desde sus hermanos hasta el carnicero, preguntando quién la había visto por última vez. Finalmente uno de los hombres de su padre le dijo que la había visto cabalgar hacia el Bosque de las Espinas con Maltren.
Aidan había tratado de encontrar a Maltren y le habían dicho que esta mañana había salido a cazar. Y ahora se quedó ahí esperando a que Maltren regresara, deseoso de confrontarlo y saber qué le había pasado a su hermana.
Aidan estaba con nieve hasta las espinillas, temblando pero ignorándolo, con las manos en la cintura, esperando, observando hasta que finalmente alcanzó a ver una figura que aparecía en el horizonte, que cabalgaba por la nieve portando la armadura de los hombres de su padre, con la cresta del dragón brillando en su coraza. Su corazón se animó al ver que era Maltren.
Maltren cabalgaba hacia la fortaleza con un venado atado a la parte de atrás de su caballo, y mientras se acercaba Aidan lo vio con desaprobación. Miró hacia abajo a Aidan y se detuvo reacio frente a él.
“¡Fuera del camino, chico!” dijo Maltren. “Estás bloqueando el puente.”
Pero Aidan se quedó parado confrontándolo.
“¿Dónde está mi hermana?” demandó Aidan.
Maltren lo miraba de vuelta y Aidan alcanzó a ver un momento de duda en su rostro.
“¿Y cómo lo voy a saber?” le respondió. “Yo soy un guerrero—no me encargo de los paseos de las niñas.”
Pero Aidan mantuvo su posición.
“Me dijeron que estuvo contigo anoche. ¿Dónde está?” repitió con firmeza.
Aidan estaba impresionado con la autoridad en su voz recordando a al de su padre, aunque todavía era muy joven y le falta la profundidad en el tono que tanto deseaba.
Debió haber convencido a Maltren pues este desmontó, con enojo e impaciencia en sus ojos, y caminó hacia Aidan de manera amenazante mientras le sonaba la armadura. Mientras se acercaba Leo gruñó tan ferozmente que Maltren se detuvo a unos cuantos pies, viendo del lobo a Aidan.
Se burló de Aidan apestando a sudor y, aunque trató de no mostrarlo, Aidan tuvo que admitir que estaba asustado. Le agradeció a Dios el tener a Leo a su lado.
“¿Sabes cuál es el castigo por desafiar a uno de los hombres de tu padre?” Maltren preguntó con voz siniestra.
“Él es mi padre,” Aidan insistió. “Y Kyra también es su hija. ¿Dónde está?”
Por dentro, Aidan estaba temblando—pero no podía retraerse—no con Kyra en peligro.
Maltren miró sobre su hombro como asegurándose de que nadie los observaba. Satisfecho al ver que nadie estuviera cerca, se acercó sonriendo y dijo:
“La vendí a los Hombres del Señor—y por un buen precio. Ella era una traidora y causaba problemas, al igual que tú.”
Los ojos de Aidan se abrieron y estaba pasmado y furioso por la traición.
“Y en cuanto a ti,” Maltren dijo tomando a Aidan de la camisa, acercándolo. El corazón de Aidan saltó al verlo poner su mano en una daga que llevaba en el cinturón. “¿Sabes cuántos niños mueren en este foso cada año? Es algo muy desafortunado. Este puente es muy resbaloso y los banco muy empinados. Nadie nunca sospechara que esto fue algo más que un accidente.”
Aidan trató de liberarse pero el agarre de Maltren era muy fuerte. Se sintió sonrojarse de pánico sabiendo que iba a morir.
De repente, Leo gruñó y saltó hacia Maltren encajándole los colmillos en el tobillo. Maltren soltó a Aidan y sacó su daga para apuñalar a Leo.
“¡NO!” gritó Aidan.
Entonces hubo el sonido de un cuerno seguido por caballos que salían por la puerta, galopando a través del puente y Maltren se detuvo con la daga en la mano. Aidan volteó y sintió su corazón aliviado al ver a su padre y a sus dos hermanos acercándose, acompañados por una docena de hombre apuntando al pecho de Maltren con sus arcos.
Aidan se soltó y Maltren se quedó ahí pareciendo asustado por primera vez, sosteniendo la daga sintiéndose atrapado. Aidan tronó los dedos y Leo regresó reacio.
Duncan desmontó y se acercó junto con sus hombres, y mientras lo hacían Aidan se volteó hacia ellos.
“¡Lo ves, Padre! ¡Te lo dije! Kyra está perdida. Y Maltren la ha traicionado—¡la ha vendido al Señor Gobernador!”
Duncan se acercó y un silencio tenso cayó sobre todos mientras sus hombres rodeaban a Maltren. Él miraba nervioso sobre su hombro hacia su caballo como contemplando escapar, pero los hombres se acercaron y tomaron las riendas.
Maltren miraba a Duncan claramente nervioso.
“Así que ibas a poner tus manos sobre mi hijo, ¿no?” preguntó su padre viendo a Maltren a los ojos con un tono frío y duro.
Maltren tragó saliva y no dijo nada.
Duncan levantó su espada lentamente y la apuntó hacia la garganta de Maltren, con muerte en sus ojos.
“Nos llevarás hasta mi hija,” dijo, “y será lo último que hagas antes de que te mate.”
CAPÍTULO TREINTA
Kyra y Dierdre corrieron por sus vidas en las planicies nevadas, tratando de recobrar el aliento mientras se resbalaban en el hielo. Corrieron por la mañana helada con vapor saliendo de sus bocas, con el frío quemando los pulmones de Kyra y su mano entumecida al sostener el bastón. El sonido de los miles de caballos llenaba el aire, y miró hacia atrás deseando no haberlo hecho: desde el horizonte atacaban los Hombres del Señor, con miles de ellos abalanzándose. Sabía que no tenía sentido correr. Sin refugio en el horizonte y con sólo planicies abiertas delante de ellas, estaban perdidas.
Peor aun así seguían corriendo guiadas por un instinto de supervivencia.
Kyra resbaló cayendo de rostro en la nieve y perdiendo el aliento, y de inmediato sintió una mano bajo su brazo levantándola; volteó y miró a Dierdre ayudándola a ponerse de pie.
“¡No puedes detenerte ahora!” dijo Dierdre. “Tú no me dejaste y yo no te dejaré. ¡Vamos!”
Kyra estaba sorprendida por la autoridad y confianza en la voz de Dierdre, como si hubiera nacido otra vez desde que dejó la prisión y con una voz llena de esperanza a pesar de las circunstancias.
Kyra empezó a correr otra vez, las dos de ellas muy cansadas, hasta que empezaron a subir una colina. Trataba de no pensar en lo que pasaría cuando este ejército las alcanzara, cuando llegaran a Volis y mataran a su gente. Y aun así Kyra había sido entrenada para no rendirse sin importar lo sombrío que fuera todo.
Subían la colina y mientras lo hacía, Kyra se detuvo pasmada por lo que veía. Desde ahí alcanzaba a ver el campo y una gran meseta que se extendía enfrente de ella, y su corazón saltó con alegría cuando vio que cabalgaba hacia ellas su padre guiando a cien hombres. No podía creerlo: había venido por ella. Todos estos hombres habían venido hasta aquí en una misión suicida para salvarla.
Kyra rompió a llorar sobrecogida por amor y gratitud hacia su gente. No se habían olvidado de ella.
Kyra corrió hacia ellos y mientras se acercaba, vio la cabeza cortada de Maltren atada a su caballo, y se pudo dar cuenta de lo que había pasado: habían descubierto su traición y habían venido a buscarla. Su padre parecía sorprendido de verla corriendo en campo abierto; él probablemente esperaba tener que rescatarla de la fortaleza.
Todos se detuvieron mientras se encontraban en el medio, su padre desmontó y se apresuró a abrazarla con fuerza. Mientras sentía sus fuertes brazos a su alrededor, se sobrecogió de alivio, sabía que todo iba a estar bien en el mundo a pesar de las abrumadoras probabilidades. Nunca se había sentido tan orgullosa de su padre como en este momento.
La expresión de su padre cambió de repente, su rostro se puso serio al mirar sobre ella y ella se dio cuenta de lo que había visto: el gran ejército de los Hombres del Señor pasando la colina.
Él llamó a un caballo que esperaba y mandó traer otro vacante para Dierdre.
“Tu caballo te espera,” dijo señalando a un hermoso semental blanco. “Ahora pelearás con nosotros.”
Sin nada de tiempo para más palabras, Kyra de inmediato se montó a su caballo al igual que su padre y se alineó con todos sus hombres que miraban hacia el horizonte. Delante de ella, en el horizonte, vio a los Hombres del Señor que se extendían delante de ellos, miles de hombres contra sólo cien. Pero aun así su padre estaba sentado orgulloso y ninguno se hizo para atrás.
“¡HOMBRES!” gritó su padre con una voz fuerte y resonante. “¡PELEAMOS POR LA ETERNIDAD!”
Ellos respondieron con un gran grito de batalla, sonaron los cuernos como uno solo y se abalanzaron para encontrarse con el enemigo.
Kyra sabía que esto era un suicidio. Detrás de los mil Hombres del Señor había otros mil, y otros mil más detrás de estos. Su padre lo sabía; todos los hombres lo sabían. Pero nadie dudo. Pues ya no estaban peleando por su tierra, sino por algo mucho más preciado: su mismísima existencia, su derecho de vivir como hombres libres. La libertad era más importante para estos hombres que la vida, y aunque probablemente todos morirían, al menos morirían por elección como hombres libres.
Mientras Kyra cabalgaba al lado de su padre, al lado de Anvin, Vidar y Arthfael, estaba emocionada y llena de una oleada de adrenalina. Sintió que su vida pasaba por enfrente de sus ojos. Vio a todas las personas que había conocido y amado, los lugares en los que había estado, la vida que había llevado, y sabiendo que todo estaba por terminar. Mientras los dos ejércitos se acercaban, alcanzó a ver el horrible rostro del Señor Gobernador que los guiaba y tuvo un fresco sentimiento de rabia hacia Pandesia. Sus venas quemaban por venganza.
Kyra cerró los ojos e hizo un último deseo.
Si realmente está profetizado que seré un gran guerrero, que este tiempo sea ahora. Si en realidad tengo un poder especial, muéstramelo. Deja que venga ahora. Permíteme aplastar a mis enemigos. Sólo en esta ocasión, en este día. Permite que se haga justicia.
Kyra abrió los ojos y de repente oyó un terrible rugido que cortaba el aire. Hizo que se le levantara el pelo de la nuca, y al voltear hacia el cielo examinándolo vio algo que la dejó sin aliento.
Theos.
El inmenso dragón volaba empinado directamente hacia ella, observándola con sus grandes y brillantes ojos amarillos, los ojos que había visto en sus sueños y cuando estaba despierta. Eran los ojos que no podía quitarse de la mente, los ojos que siempre sabía volvería a ver una vez más.
Con su ala curada, Theos bajó sus garras directo hacia ella apuntando a la cabeza como si fuera a matarla.
Kyra miró como todos los hombres de su padre miraban arriba pasmados con las bocas abiertas, agachándose, preparados para morir. Pero ella no tenía miedo. Sentía la fuerza dentro del dragón, y esta vez se dio cuenta que ella y el dragón eran uno.
Kyra observó asombrada mientras Theos venía por ella, con alas tan extensas que bloqueaban el sol, y con un chillido tan poderoso que aterrorizaba a todos los hombres. Él se acercó y en el último momento se volvió a elevar con sus garras casi tocando sus cabezas.
Kyra se volteó y vio a Theos volar directo hacia arriba y después volver para dar vueltas de nuevo. Esta vez voló pasando a sus hombres, apresurándose como si quisiera pelear, directo hacia los Hombres del Señor.
Abrió sus grandes mandíbulas y volaba como si guiara a los hombres de su padre, precipitándose él solo para pelar primero con los Hombres del Seño.
Kyra miró con asombro mientras el dragón se acercaba y vio como el rostro del Señor Gobernador pasó de arrogancia a miedo; en realidad vio terror en el rostro de todos ellos cuando vio que se dieron cuenta de lo que se les avecinaba. Venganza.
Theos abrió la boca levantando la cabeza y con un gran silbido y crujido, respiró fuego, una corriente de fuego que encendió la nevada mañana. Los gritos de los hombres llenaron el aire, mientras una gran conflagración se extendió a través de las filas del ejército, matando a fila tras fila de hombres.
El dragón continuó volando en círculo y respirando fuego, matando a cada enemigo a la vista hasta que finalmente no quedó ninguno. Nada más que interminables montones de ceniza donde los hombres y caballos estaban parados.
Kyra miró como pasaba todo esto con una sensación surrealista. Era como ver su destino desplegarse enfrente de ella. En ese momento supo que ella era diferente, que era especial. El dragón había venido sólo por ella.
Ahora no había vuelta atrás: los Hombres del Señor estaban muertos. Pandesia había sido atacada y Escalon había dado el primer golpe.
El dragón se posó delante de ellos en los campos de cenizas, mientras ella y todos los hombres se detenían a mirarlo con asombro. Pero Theos sólo miraba a Kyra, con sus brillantes ojos amarillos fijados en los de ella. Él extendió sus alas que se alargaban sin final y emitió un chillido, un terrible grito de cólera que parecía llenar todo el universo.
El dragón lo sabía.
Era momento de que la Gran Guerra comenzara.