Kitabı oku: «El Despertar de los Dragones », sayfa 7

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Mientras se sentaba en el piso contra las barras de hierro con el carro ya en movimiento, sabía que probablemente no iba a sobrevivir.  Se topó con los ojos furiosos de los otros muchachos que lo sumieron en la oscuridad, y mientras era sacudido a lo largo de la carretera, sabía que en el viaje que le esperaba habría un millón de maneras de morir. Se preguntaba cómo sería la suya. ¿Chamuscado por Las Flamas? ¿Apuñalado por un muchacho? ¿Comido por un trol?

O pasaría lo más improbable: ¿sería que, a pesar de todo, sobreviviría?

CAPÍTULO NUEVE

Kyra caminó entre la arreciante nieve con Leo apoyándose en su pierna, con el sentimiento de su cuerpo siendo lo único que la mantenía de pie en un mar blanco. Con nieve golpeándola en el rostro, apenas si podía ver más allá de unos cuantos pies, con la única luz viniendo de la rojiza luna brillando a través de las nubes cuando estas no la tapaban por completo. El frío la mordía hasta los huesos, y a tan sólo unas cuantas horas de su hogar, ya extrañaba el calor de la fortaleza de su padre. Se imaginaba sentada junto a la chimenea sobre una pila de pieles, tomando chocolate derretido y perdiéndose en un libro.

Kyra obligó a salir a estos pensamientos de su mente y en vez de eso doblo sus esfuerzos con determinación. Se alejaría de la vida que su padre había creado para ella sin importar el costo. No la obligarían a casarse con un hombre que no conocía ni amaba y mucho menos para complacer a Pandesia. No se le obligaría a vivir una vida de hogar ni la harían renunciar a sus sueños. Preferiría morir aquí en el frío y la nieve que vivir una vida que otros habían preparado para ella.

Kyra avanzó empujando nieve que le llegaba hasta las rodillas, adentrándose en la oscura noche en el peor clima que había experimentado. Se sentía irreal. Podía sentir una energía especial en el aire esta noche en la que se decía los muertos compartían la tierra con los vivos, en la que otros temían dejar sus hogares, en la que los aldeanos abarrotaban ventanas y puertas incluso en el mejor de los climas. El aire se sentía espeso y no sólo con nieve: podía sentir a los espíritus a su alrededor. Sentía como si la estuvieran observando, como si estuviera caminando hacia su destino; o hacia su muerte.

Kyra pasó una colina y alcanzó a ver un poco del horizonte, y por primera vez en este viaje se llenó de esperanza. Allá, en la distancia, alumbrando el cielo a pesar de la tormenta, estaban Las Flamas, el único faro en un mundo de blanco. En esta noche oscura la llamaban como a un imán, este lugar sobre el que tanto se había preguntado toda su vida y al que le había prohibido ir su padre. Se sorprendió de haberse acercado tanto, y se preguntó si había caminado hacia allí de manera inconsciente desde que había salido.

Kyra se detuvo para recobrar el aliento. Las Flamas. El gran muro de fuego que se extendía cincuenta millas a lo largo de la frontera este de Escalon, lo único que separaba a su país de las extensas tierras de Marda, el reino de los troles. El lugar en el que su padre y su padre antes que él habían servido con lealtad protegiendo su tierra, lugar en el que todos los hombres de su padre, todos los Guardianes, cumplían su deber en rotación.

Estaban más altas y brillantes de lo que se imaginaba—todos los hombres se jactaban de esto y más—y se preguntaba que fuerza mágica las mantenía encendidas, cómo podían arder día y noche y si alguna vez se apagarían. Verlas en persona sólo ocasionó más preguntas que respuestas.

Kyra sabía que miles de hombres estaban posicionados a lo largo de Las Flamas, todo tipo de hombres, los profesionales de Volis, pero también Pandesianos, esclavos, reclutas y criminales. Técnicamente, todos eran Guardianes, pero ninguno de ellos tenía la habilidad que tenían los hombres de su padre después de cuidar Las Flamas por generaciones. Del otro lado habitaban miles de troles desesperados por atravesarlas. Era un lugar peligroso. Un lugar místico. Un lugar para el desesperado, el audaz, y el valiente.

Kyra tenía que verlo de cerca. Si no esto, por lo menos necesitaba orientarse en la tormenta, calentar sus manos y decidir a dónde ir.

Kyra bajó la colina entre la nieve utilizando su bastón para equilibrarse, con Leo a su lado marchando hacia Las Flamas. Aunque estaba a alrededor de una milla de distancia, se sentía como diez, y lo que debió haber sido una caminata de diez minutos le tomó una hora mientras la nieve arreciaba y el frío le calaba hasta los huesos. Se volteó tratando de mirar a Volis, pero hacía tiempo que se había perdido en un mundo de blanco. Tenía mucho frío para poder regresar de todos modos.

Con las piernas temblando de frío, los dedos entumeciéndose y su bastón pegado en su mano, Kyra finalmente bajó la colina y sintió un repentino estallido de calor mientras Las Flamas se extendían delante de ella. El espectáculo la dejó sin aliento. A sólo unas cuantas yardas, la luz era tan brillante que alumbraba toda la noche haciendo que pareciera de día, y Las Flamas se levantaban tan alto que, cuando miró hacia arriba, no pudo ver su final. El calor era tan intenso que incluso desde aquí se pudo calentar, con su cuerpo volviendo lentamente a la vida sintiendo sus manos y dedos de nuevo. El crujido y siseo del fuego era tan intenso que opacaba hasta al silbido del viento.

Kyra, hipnotizada, se acercó sintiéndose más y más caliente como si caminara hacia la superficie del sol. Sintió como se deshelaba al acercarse, volvió a sentir sus dedos otra vez, hormigueando mientras los sentía de nuevo. Era como estar frente a una gran chimenea y sintió cómo volvía a la vida. Se mantuvo ahí hipnotizada como una polilla en el fuego, observando esta maravilla del mundo, la más grande maravilla de su tierra, lo único que los mantenía a salvo—y lo único que nadie entendía. Ni los historiadores, ni los reyes, ni siquiera los hechiceros. ¿Cuándo había empezado? ¿Qué las mantenía vivas? ¿Cuándo se apagarían?

Se decía que los Observadores conocían las respuestas. Pero por supuesto, ellos nunca las revelarían. La leyenda decía que la Espada de Fuego, cuidadosamente guardada en una de las dos torres—nadie sabía en cuál—mantenía vivas a Las Flamas. Las Torres, cuidadas por un culto de hombres, los Observadores, una orden antigua parte hombre y parte algo más, estaban cada una bien ocultas y protegidas en dos partes opuestas de Escalon, una en la costa oeste, en Ur, y la otra en la esquina sureste de Kos. Los Observadores estaban acompañados también por los mejores caballeros que el reino podía ofrecer, todos con el objetivo de mantener la Espada de Fuego oculta y Las Flamas encendidas.

Su padre le había dicho que más de un trol de los que habían atravesado Las Flamas habían tratado de encontrar las torres, de robar la Espada—pero ninguno lo había logrado. Los Observadores eran muy buenos en su trabajo. Después de todo, incluso Pandesia con todo su poder no se atrevía a ocupar las Torres, a enojar a los Observadores con el riesgo de bajar Las Flamas.

Kyra detectó movimiento y en la distancia vio soldados patrullando, cargando antorchas en la noche, caminando a lo largo de Las Flamas con espadas a las caderas. Se separaban unas cincuenta yardas con mucho territorio que cubrir. Su corazón latió más deprisa al mirarlos. Lo había conseguido.

Kyra se mantuvo ahí sintiéndose viva, sabiendo que algo podría pasar en cualquier momento. Sabía que en cualquier momento un trol podía atravesar el fuego. Por supuesto, el fuego mataba a la mayoría, pero algunos, utilizando escudos, lograban pasar con vida al menos lo suficiente para matar tantos soldados como fuera posible. A veces un trol incluso sobrevivía el paso y vagaba por los bosques aterrorizando aldeas. Recordó la ocasión en que uno de los hombres de su padre trajo la cabeza de un trol; fue una imagen que nunca olvidaría.

Mientras Kyra observaba Las Flamas, tan misteriosas, se preguntó sobre su propia suerte al estar tan lejos de casa. ¿Qué pasaría con ella ahora?

“Oye, ¿qué estás haciendo aquí?” gritó una voz.

Un soldado, uno de los hombres de su padre, la había visto y caminaba hacia ella.

Kyra no quería una confrontación. Estaba caliente y había recuperado su espíritu, así que era tiempo de marcharse.

Le silbó a Leo y los dos se fueron juntos hacia la tormenta, hacia el bosque distante. No sabía a dónde iba a ir ahora pero, inspirada por Las Flamas, sabía que su destino estaba allá afuera en algún lugar, incluso si aún no podía verlo.

*

Kyra caminaba con dificultad en la noche, fría hasta los huesos y contenta de tener a Leo a su lado mientras se preguntaba qué tanto más podría ella resistir. Había buscado refugio en todos lados, un lugar para esconderse del viento y la nieve y, a pesar del riesgo, se había acercado hacia el Bosque de las Espinas, el único lugar a la vista. Las Flamas ya estaban muy detrás de ella, su resplandor ya no se veía en el horizonte, y la luna de sangre ya estaba muy escondida por las nubes dejándola sin luz para ver. Con los dedos entumecidos otra vez, su situación parecía ponerse más grave con cada momento. Empezaba a preguntarse si había sido imprudente el haber dejado la fortaleza. Se preguntaba si a su padre, dispuesto a dejar que se la llevaran, siquiera le importaría.

Kyra sintió un nuevo arrebato de cólera mientras caminaba por la nieve, marchando sin saber a dónde pero determinada a alejarse de la vida que habían preparado para ella. Mientras otra racha de viento pasaba y Leo se quejaba, Kyra levantó la vista y se sorprendió al ver que lo había logrado: delante de ella estaba el imponente Bosque de las Espinas.

Kyra se detuvo sintiéndose inquieta, sabiendo lo peligroso que era—incluso de día y en grupo. El venir aquí sola y de noche—y en Luna de Invierno con espíritus rondando—era imprudente. Sabía que cualquier cosa podría pasar.

Pero otra racha de viento sopló arrojando nieve en la parte posterior de su cuello enfriándola hasta los huesos, y esto impulsó a Kyra hacia adelante, pasando el primer árbol con sus ramas pesadas por la nieve y se adentró al bosque.

Al entrar, Kyra sintió alivio de inmediato. Las gruesas ramas la protegían del viento y aquí había más silencio. La fuerte nevada aquí sólo era un suspiro manteniéndose a raya por las gruesas ramas, y por primera vez desde que había estado afuera, Kyra pudo ver. Ya empezaba a sentirse tibia.

Kyra aprovechó la oportunidad para quitarse la nieve de los brazos, hombros y cabello mientras Leo también se sacudía arrojando nieve en todos lados. Metió la mano en su bolsa y sacó un pedazo de carne seca para él, y él la tomó deseoso mientras ella acariciaba su cabeza.

“No te preocupes amigo, voy a encontrarnos refugio,” dijo.

Kyra se adentró más profundo en el bosque buscando cualquier refugio que pudiera encontrar entendiendo que tendría que quedarse aquí toda la noche hasta que pasara la tormenta, esperar al nuevo día y continuar su viaje por la mañana. Buscó una roca que sirviera como refugio, o el rincón de un árbol o de preferencia una cueva—lo que fuera—pero no halló nada.

Kyra fue más profundo con nieve hasta las rodillas, chocando con ramas cubiertas de nieve en el espeso bosque; mientras lo hacía, escuchaba extraños sonidos de animales a su alrededor. Oyó un ronroneo profundo a su lado y se giró y miró hacia las ramas gruesas—pero estaba muy oscuro. Kyra se apresuró sin querer saber que bestia se encontraba aquí y sin desear una confrontación. Apretó su arco con fuerza sin saber si podría usarlo debido a lo entumecidas que estaban sus manos.

Kyra subió una pequeña pendiente y, al hacerlo, se detuvo y observó hacia abajo aprovechando un poco de luz de luna que pasaba entre las nubes. Debajo, enfrente de ella, había un lago reluciente con aguas azul como el hielo, translucido, y lo reconoció de inmediato: el Lago de los Sueños. Su padre la había traído aquí una vez cuando era una niña, y habían encendido una vela colocándola en una hoja de lirio en honor a su madre. Se rumoreaba que este era un lugar sagrado, un gran espejo que permitía ver tanto la vida arriba como la vida abajo. Era un lugar místico, un lugar al que no se venía sin buena razón, un lugar en el que los deseos de corazón no podían ser ignorados.

Kyra caminó hacia el lago sintiéndose atraída. Tropezó por la colina empinada utilizando su bastón para equilibrarse, pasando entre los árboles, resbalando y recuperándose, hasta que llegó a la orilla. De manera extraña su orilla, hecha de una fina arena blanca, no tenía nieve. Era mágico.

Kyra se arrodilló en la orilla del agua temblando por el frío y miró hacia abajo. Vio su reflejo con la luz de luna, su cabello rubio cayendo en sus mejillas, sus ojos grises claros, sus pómulos altos, sus rasgos delicados que no se parecían a los de su padre o hermanos, mirándola de vuelta. En sus ojos, se sorprendió al ver una mirada de desafío, los ojos de un guerrero.

Al mirar su reflejo, recordó las palabras de su padre de hace muchos años: una oración sincera en el Lago de los Sueños no puede denegarse.

Kyra, en una encrucijada en su vida como nunca antes, necesitaba guía más que nunca. Nunca se había sentido tan confundida sobre qué hacer y a dónde dirigirse. Cerró los ojos y oró con todas sus fuerzas.

Dios, no sé quién eres. Pero pido tu ayuda. Dame algo, y yo te daré lo que sea que pidas de regreso. Muéstrame qué camino tomar. Dame una vida de honor y valentía. De valor. Permíteme convertirme en un gran guerrero, de estar a la merced de ningún hombre. Dame la libertad de hacer lo que yo elija—no lo que otro elija para mí.

Kyra estaba arrodillada, entumecida en el frio, al borde de su capacidad, sin lugar a dónde ir en el mundo, orando con todo su corazón y con toda su alma. Perdió toda noción de tiempo y espacio.

Kyra no tenía idea de cuánto tiempo había pasado cuando abrió los ojos, con copos en los párpados. Se sentía cambiada de algún modo, sin entenderlo, como si una paz interior hubiera llegado a ella. Miró de nuevo hacia el algo y, esta vez, lo que vio la dejó sin aliento.

Regresándole la mirada no vio su propio reflejo, sino el reflejo de un dragón. Tenía feroces ojos amarillos brillantes y escamas rojas antiguas, y sintió como la sangre se le enfriaba al verlo abrir su boca mientras le rugía.

Kyra, asustada, soltó un grito esperando ver un dragón a su lado. Miró todo en derredor pero no halló nada.

Sólo estaban ella y Leo que gemía suavemente.

Kyra se volteó y volvió a mirar el lago, pero esta vez sólo encontró su reflejo.

El corazón le golpeó en el pecho. ¿Había sido un efecto de la luz? ¿O su propia imaginación? Por supuesto, no podría haber sido posible—los dragones no habían venido a Escalon en mil años. ¿Estaba perdiendo la cordura? ¿Qué significaba todo esto?

Kyra se estremeció al escuchar un ruido aterrador lejos en el bosque, algo como un aullido, o posiblemente un cacareo. Leo lo escuchó y se volteó gruñendo erizando el pelo. Kyra examinó el bosque y en la distancia vio un débil resplandor detrás de la línea de árboles. Era como si hubiera una fogata, pero no había fuego. Sólo un misterioso resplandor blanco.

Kyra sintió como el pelo de la nuca se le erizaba mientras sentía como si otro mundo la estuviera vigilando. Sentía como si hubiera abierto el portal hacia el otro mundo. Tanto como cada parte de ella le pedía voltearse y correr, se encontró hipnotizada, su cuerpo actuando por cuenta propia mientras se levantaba y empezaba a caminar hacia la luz.

Kyra atravesó la colina junto con Leo, con el resplandor volviéndose más brillante mientras pasaban los árboles. Finalmente llegó a la cresta y, al hacerlo, se detuvo en seco, horrorizada. Delante de ella, en un pequeño claro, estaba una imagen que nunca se hubiera esperado—y una que nunca olvidaría.

Una anciana, con rostro más blanco que la nieve, grotesca, cubierta de verrugas y cicatrices, miraba hacia abajo hacia lo que parecía ser un fuego delante de ella acercando sus arrugadas manos. Pero el fuego emitía un blanco brillante y no había troncos debajo de este. Miró arriba hacia Kyra con ojos azules como de hielo, ojos sin blancos, todo color, y sin pupilas. Era lo más espantoso que Kyra jamás había visto, y su corazón se congeló dentro de ella. Todo su ser le decía que se volteara y corriera, pero no pudo controlarse al seguir acercándose.

“La Luna de Invierno,” dijo la anciana con una voz extrañamente profunda. “Cuando los muertos no están totalmente vivos y los vivos no están totalmente muertos.”

“¿Y tú de cuál eres?” preguntó Kyra acercándose.

La mujer se rio con un horrible sonido que le dio escalofríos. Leo gruñó a su lado.

“La pregunta es,” dijo la mujer, “¿de cuál eres ?”

Kyra frunció el ceño.

“Yo estoy viva,” insistió.

“¿Lo estás? A mis ojos, tú estás más muerta que yo.”

Kyra se preguntó a qué se refería y sintió que era un reproche, una reprimenda por no ir adelante valerosa y siguiendo su propio corazón.

“¿Qué es lo que buscas, valiente guerrero?” preguntó la mujer.

El corazón de Kyra se aceleró con el término y se sintió envalentonada.

“Quiero una mayor vida,” dijo. “Quiero ser un guerrero. Como mi padre.”

La anciana volvió a mirar hacia la luz y Kyra sintió un alivio cuandos sus ojos dejaron de mirarla. Cayó un gran silencio entre ellas mientras Kyra esperaba confundida.

Finalmente, al ver que el silencio parecía extenderse para siempre, el corazón de Kyra se sumió en la decepción. Tal vez la mujer no respondería. O tal vez su deseo no era posible.

“¿Puedes ayudarme?” preguntó Kyra al fin. “¿Puedes cambiar mi destino?”

La mujer la volvió a mirar con ojos encendidos, intensos, aterradores.

“Elegiste una noche en la que todo es posible,” respondió lentamente. “Si deseas algo con la fuerza suficiente, puedes tenerlo. La pregunta es: ¿qué estás dispuesta a sacrificar por ello?”

Kyra pensó, su corazón latiendo con las posibilidades.

“Daré cualquier cosa,” dijo. “Lo que sea.”

Hubo otro gran silencio y el viento aullaba. Leo empezó a gimotear.

“Todos nacemos con un destino,” dijo finalmente la anciana. “Pero también debemos elegirlo por nosotros mismos. El destino y el libre albedrío realizan una danza durante toda tu vida. Hay una constante batalla entre los dos. Qué lado ganará…bueno, eso depende.”

“¿Depende de qué?” preguntó Kyra.

“Tu fuerza de voluntad. Qué tan desesperadamente quieres algo—y lo bendecida que seas por Dios. Y tal vez más que nada, de lo que estés dispuesta a sacrificar.”

“Sacrificaré,” dijo Kyra sintiendo la fuerza elevándose dentro de ella. “Lo sacrificaré todo con tal de no vivir la vida que otros han preparado para mí.”

En el largo silencio que le siguió, la mujer vio a Kyra a los ojos con tal intensidad que Kyra casi tuvo que voltearse.

“Júramelo,” dijo la anciana. “En esta noche, júrame que pagarás el precio.”

Kyra se acercó solemnemente con el corazón golpeándole el pecho, sintiendo que su vida estaba a punto de cambiar.

“Lo juro,” proclamó, diciéndolo más en serio que cualquier otra palabra que había dicho en su vida.

La seguridad de su tono cortó el aire, su voz cargando una autoridad que incluso la sorprendió a ella.

La anciana la miró y, por primera vez, asintió con la cabeza mientras su rostro se transformaba en lo que parecía ser una mirada de respeto.

“Serás un guerrero, y aún más,” proclamó la mujer fuertemente levantando las palmas a sus lados, con su voz retumbando más y más fuerte mientras continuaba. “Serás el más grande de todos los guerreros. Mayor que tu padre. Y todavía más, serás un gran gobernante. Alcanzarás un poder más allá de lo que puedas soñar. Naciones enteras mirarán hacia ti.”

El corazón de Kyra golpeaba en su pecho al escuchar la proclamación de la mujer dicha con tal autoridad, como si ya hubiera sucedido.

“Pero también serás tentada por la oscuridad,” continuó la mujer. “Habrá una gran batalla dentro de ti, oscuridad peleando con luz. Si puedes derrotarte a ti misma, entonces el mundo será tuyo.”

Kyra se quedó allí, tambaleándose, sin dar crédito a todo. ¿Cómo era posible? Seguramente tenía a la persona equivocada. Nunca nadie le había dicho que sería importante, que sería una persona especial. Todo parecía tan extraño para ella, tan inalcanzable.

“¿Cómo?” preguntó Kyra. “¿Cómo es esto posible? Sólo soy una chica.”

La mujer sonrió con una terrible sonrisa maligna que Kyra recordaría toda su vida. Se aceró, tan cerca que Kyra se estremeció de miedo.

“A veces,” la anciana sonrió, “tu destino te espera justo a la vuelta de la esquina, esperando tu próximo respiro.”

De repente hubo un resplandor de luz y Kyra se cubrió los ojos mientras Leo gruñía y se abalanzaba sobre la anciana.

Cuando Kyra abrió los ojos, la luz había desaparecido. La mujer se había ido y Leo saltaba en el vacío. En el claro del bosque no había nada más que oscuridad.

Kyra miró a todos lados impactada. ¿Se lo habría imaginado todo?

De repente, como respondiendo a sus pensamiento, se oyó un chillido primordial horrible como si los cielos mismos se lamentaran. Kyra se congeló en su lugar y pensó en el lago, en su reflejo.

Pues aunque nunca había visto uno con sus propios ojos ella sabía, simplemente sabía que era el sonido de un dragón; que la estaba esperando pasando el claro.

Allí de pie sola y sin la mujer, Kyra sintió cómo se tambaleaba tratando de procesar todo lo que había pasado, lo que podría significar. Pero más que nada, trató de entender ese sonido. Fue un rugido, un sonido que nunca antes había escuchado, tan primitivo como si estuviera naciendo la tierra. La aterrorizó y la atrajo al mismo tiempo, dejándola sin otro lugar al que ir. Resonó dentro de ella de una manera que no pudo entender, y se dio cuenta de que era un sonido que había estado escuchando en algún rincón de su cabeza toda su vida.

Kyra se apresuró entre el bosque con Leo a su lado, tropezando con nieve hasta las rodillas y con ramas golpeándole el rostro sin que le importara, sintiendo la urgencia de alcanzarlo. Pues al escuchar el rugido otra vez, Kyra se dio cuenta de que era un llamado por ayuda.

Supo que el dragón estaba muriendo y que necesitaba ayuda urgente.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
09 eylül 2019
Hacim:
272 s. 5 illüstrasyon
ISBN:
9781632912824
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