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—Muy bien —dijo el Profesor Brewster—. Empiecen a cortar en la roca.

Hizo una señal con la cabeza a los científicos de la pantalla, ellos se dirigieron hacia la roca y la sujetaron para que no se moviera de modo que pudieran trabajar en ella. Uno refresó con una sierra eléctrica, que parecía demasiado grande para que pudiera sujetarla una persona. Parecía el tipo de cosa que podía cortar el hormigón o el metal con facilidad.

Kevin medio esperaba que rebotara de la superficie de la roca a pesar de ello. Pensaba que una cápsula alienígena lo suficientemente resistente para venir desde el sistema Trappist 1 debería ser lo suficientemente resistente para resistir a una sierra.

Pero la sierra se clavó en ella, las chispas y el polvo volaban mientras mordía la roca.

—Nos estamos encontrando con cierta resistencia —dijo uno de los investigadores—. Puede que tengamos que cambiar a una hoja más pesada.

Continuaron, primero haciendo una incisión alrededor de la roca como si esperaran que se abriera como un huevo de Pascua en el momento en que lo hicieran y, después, estrellando la sierra contra ella cuando esto no sucedió. Continuaron hasta que el polvo casi llenaba la pantalla, para despejarse lentamente y mostrar las dos mitades de la cápsula dividida cuidadosamente.

Kevin miraba fijamente esa imagen, e imaginaba que todos los que estaban allí y alrededor del mundo la estaban mirando fijamente en ese momento, intentando entenderlo. La miró hasta que le dolieron los ojos, intentando identificar los detalles que le dijeran qué les habían mandado los alienígenas. ¿Qué había dentro de la cápsula? ¿Qué era tan importante que lo habían mandado hacía años luz, a un mundo completamente diferente?

La miraba fijamente con esperanza primero, después con incredulidad.

Lo que estaba viendo simplemente no tenía sentido.

CAPÍTULO DIECISIETE

Kevin oía el murmullo de los científicos y los reporteros alrededor de la sala cuando empezaron a darse cuenta de lo mismo que Kevin.

El interior de la “cápsula” solo era una superficie sólida y rocosa. No había ningún hueco, ninguna señal de alguna tecnología avanzada. La roca que los científicos acababan de cortar era…

…bueno, era una roca.

Al instante, hubo un clamor, cuando un centenar de reporteros gritaban preguntas simultáneamente. En la pantalla, los científicos parecían igual de estupefactos, quietos allí como si no supieran qué hacer a continuación.

—¿Cómo querría que prosiguiéramos, Profesor Brewster? —preguntó uno—. ¿Profesor Brewster?

No respondía. Por lo que Kevin podía ver, estaba demasiado ocupado allí de pie colorado, sin saber cómo responder.

—Profesor Brewster, ¿qué está pasando? —exclamó un periodista por encima de los demás.

—¿Es esto una especie de broma? —consiguió gritar otro.

—¿Por qué está vacía esta roca? —chilló un tercero.

Kevin vio que el Profesor Brewster miraba alrededor como si hubiera alguien que pudiera tener todas las respuestas para él. Parecía tan avergonzado en ese momento que Kevin realmente sentía pena por él.

—Yo… no… —dijo el Profesor Brewster. Negó con la cabeza—. Lo siento, pero ha habido algún error…

***

Kevin nunca se había sentido tan decepcionado como se sentía en el vuelo de vuelta a San Francisco con los demás. Se dirigían de vuelta al instituto, porque tenían equipamiento que devolver y porque el Profesor Brewster había dicho algo acerca de que quería hacer un informe adecuado allí. pero, ahora mismo, una parte de Kevin quería irse corriendo a casa y esconderse.

Estaba allí sentado, esperando la sensación que venía antes de una señal, esperando que hubiera alguna especie de respuesta, una explicación, pero no había anda. No la había habido desde hacía tanto tiempo, que costaba recordar que las señales habían sido reales, que no habían sido solo un producto de su imaginación. Se acurrucaba en sí mismo, sin estar seguro de qué pensar, o qué hacer ene se momento.

Tal vez fuera por los auriculares, pero allí no le molestaba nadie. Su madre estaba sentada a su lado en el avión. Todos los demás parecían mantener la distancia, incluso personas como Phil, Ted y la Dra. Levin, como si alguien les hubiera advertido que nos e acercaran demasiado, diciéndoles que esto les dañaría por la asociación con el fracaso de Kevin.

Porque era suyo. Él había sido el que había descodificado todas las señales. Él había sido el que los había llevado hasta América del Sur, y después hasta el lugar en el que el meteorito estaba dentro del pequeño lago. Algo había ido mal en algún momento, y Kevin no podía evitar sentir que había sido él el que se había equivocado.

—No te culpes —insistió su madre, evidentemente imaginando lo que Kevin estaba pensando—. Tú no podías saber que acabaría así. Tal ves todos deberíamos haber sido más cautelosos al seguir con eso.

Eso sonó como si su madre se culpara a sí misma por haber llevado a Kevin al SETI para empezar. Tal vez pensaba que debería haber sido más firme con eso.

—No sé qué salió mal, mamá —dijo Kevin—. Quiero decir, yo sí que oí las señales. Y encontramos la cápsula justo donde dijeron que estaría.

—Encontramos algo —le corrigió su madre cuidadosamente—. Tal vez estábamos tan ansiosos por encontrarlo que dimos por sentado que sabíamos lo que era. Todos nos convencimos.

Salvo que había sido Kevin el que los había convencido, pues había sido él el que había oído las señales. Y eran reales. Habían llegado a través del equipo de escucha del instituto. Todo el mundo las había oído. En tal caso, ¿por qué la cápsula no estaba donde debería estar?

—¿Qué pasará ahora con la cápsula? —preguntó Kevin.

—No lo sé —dijo su madre—. Me pareció ver que la cargaban en el avión. Imagino que ahora que es solo una roca a nadie le importa a quién pertenece. Pero eso ahora mismo no importa. Lo importante es que te traemos de vuelta a salvo.

Algo en el modo en que lo dijo le decía a Kevin que su madre estaba preocupada por si lo podría hacer. Parecía como si esperara problemas, y Kevin no podía entender el porqué.

Pero lo entendió en cuanto aterrizaron, bajaron del avión y fueron a la zona de llegadas. Casi tan pronto como lo hicieron, un muro de voces le golpeó y los flashes de las cámaras se disparaban por todas partes.

—¿Por qué lo hiciste, Kevin? —exclamó una reportera.

—¡Dinos que no es un fraude! —gritó un hombre hacia el fondo.

—¡Nosotros te creíamos!

Allí había reporteros, pero también había otras personas, algunas con pancartas, algunas solo gritando. Nadie de los que estaban allí parecía alegrarse de ver a Kevin. Rodeaban a los científicos, echándoseles encima mientras empezaban a descargar sus herramientas. El meteorito estaba en algún lugar por allí en medio. Ahora que no había ninguna señal de los alienígenas, a nadie le preocupaba si lo devolvían a las instalaciones de la NASA.

—¿Es correcto que el público pague todo esto cuando ustedes se marchan a Colombia detrás de unas rocas? —exclamó un reportero—. ¿No piensan que esto una pérdida de dinero que podría haberse gastado en las escuelas o en las fuerzas armadas?

La gente avanzaba hacia delante, todavía gritando preguntas y, por uno o dos instantes, Kevin sintió que le apretaban por todos lados. Perdió de vista a su madre en la multitud y después fue como si se lo tragaran los flashes de las cámaras, las preguntas venían tan rápido que casi eran ensordecedoras.

—¿Por qué mentiste, Kevin?

—¿Era solo para llamar la atención?

—¿Fue todo a causa de tu enfermedad?

Kevin tenía la cabeza baja, sin saber qué decir. Buscaba un lugar por donde escapar de la multitud, pero a todas partes a donde miraba había gente mirándolo a él con gestos acusadores. Algunos lo agarraban; no los reporteros, aunque estos estaban muy contentos de hacer fotos mientras la gente con las pancartas lo hacía.

—¡Farsante! ¡Mentiroso!

Kevin se acurrucó más, y sentía que en cualquier minuto podría caer al suelo bajo el peso de todos ellos, empujado por toda aquella cantidad de gente a su alrededor. Otra mano se aferró a él, pero esta lo sujetó, empujándolo a través de la multitud. Kevin vio a Ted allí, empujando a todo el que se acercaba demasiado, con la mano alzada para interponerse con los flashes de las cámaras.

—¡Continúa avanzando! —exclamó por encima del ruido—. ¡Hay un coche esperando fuera!

Kevin hacía todo lo que podía, no paraba mientras Ted cortaba camino a través de los reporteros como alguien que se abre camino a través de la nieve profunda. Kevin se apresuró a meterse en aquel espacio antes de que se cerrara de nuevo, siguiendo mientras luchaban por avanzar hacia la entrada principal del aeropuerto.

—¡Aquí! —dijo Ted, señalando hacia donde había una minifurgoneta esperando, la madre de Kevin y media docena de científicos ya estaban dentro. Entonces hubo un breve espacio de tiempo y Kevin corrió hacia el vehículo y saltó dentro, al lado de su madre. Ella se agarró a él como si tuviera miedo de que si lo soltaba, desaparecería. Por una vez, Kevin no se quejó.

Ted conducía y se metió en un convoy de vehículos que, en algunos aspectos, parecía tan tenso como el del bosque lluvioso. Kevin vio unos coches que se acercaron y bajaban las ventanillas para dejar más cámaras al descubierto, pero Ted continuaba caminando.

Parecía que no llegaban nunca a las instalaciones de la NASA. Las multitudes que ya la habían rodeado antes todavía estaban allí, pero ahora no tenían curiosidad, estaban enfadados. Kevin los oía gritar mientras entraban con el coche y, cuando Ted se detuvo delante de las puertas del instituto, Kevin entró corriendo sin dudarlo. Ni tan solo intentó hablar con ellos, explicarse. No estaba ni seguro de tener una explicación. En su lugar, Kevin volvió corriendo a su habitación dentro de las instalaciones. Ignoró a su madre mientras esta lo seguía y se quedó allí sentado esperando que, de algún modo, algo de esto tuviera sentido.

Cuando no fue así, se fue a una de las salas de las salas de juegos y usó un ordenador que había allí para llamar a la única persona que podría entender lo que le estaba pasando.

Luna parecía preocupada cuando Kevin la llamó y Kevin podía imaginar el porqué.

—Viste las noticias —dijo.

—Creo que todo el mundo vio las noticias —respondió Luna—. No lo entiendo. Pensaba que se suponía que era algo especial… no sé… cosas de extraterrestres.

—Yo también lo pensaba —dijo Kevin—. Ahora… Yo estoy seguro de que entendí bien las señales.

—No empieces con eso —dijo Luna, con su voz firme—. No empieces a dudar de todo esto. Yo estaba allí cuando viste los números, ¿recuerdas? Yo sé que es real.

Se sentía bien de que lo creyeran, sobre todo Luna. Había algo reconfortantemente sólido en la opinión de Luna. Era la persona en el que la gente podía haberse basado, decidida y fuerte. Ahora mismo Kevin necesitaba eso.

—Podría ser que no quisieras volver a tu casa ahora mismo —dijo Luna—. ¿Sabes cuántos reporteros ha habido a su alrededor desde que esto empezó?

Kevin asintió.

—Bueno, ahora hay dos veces más, más un montón de otras personas que no parecen contentas. Es como una multitud o algo así.

—Es porque yo les di un sueño —dijo Kevin—. Y creen que les mentí.

—Bueno, no deberían culparte a ti—dijo Luna—. Quiero decir, yo estuve mirando las noticias. El mismo Profesor Brewster dijo que la roca era del espacio exterior.

Pero eso no bastaba, ¿verdad?

—Pero no creo que eso mejore las cosas —dijo Kevin—. Dirán que solo era un meteorito fortuito. Hay muchos de esos.

De hecho, él sospechaba que esto empeoraría las cosas, porque si había una persona a la que no le gustaba que la hicieran parecer estúpida, era…

—Kevin —gritó su madre desde la puerta. Estaba allí con Phil—. Tienes que venir con nosotros. El Profesor Brewster quiere hablar contigo y conmigo.

Kevin tragó saliva, pues se parecía demasiado a cuando el director quería hablar con alguien en la escuela.

—Parece ser que me tengo que ir —le dijo Kevin a Luna.

—Vale —respondió Luna—. Pero recuerda, no es culpa tuya.

Kevin intentaba recordarlo mientras caminaba por el edificio con su madre y con Phil. Normalmente, el investigador habría estado bromeando, pero ahora tenía una mirada seria, apenas decía nada, solo les abría las puertas cuando tenía que hacerlo. Cuando entraron al despacho del profesor Brewster, Phil no dijo nada, solo dio la vuelta y se marchó.

—¿De qué va esto? —preguntó Kevin a su madre.

—Creo que muchas personas están heridas por lo enfadada que está la gente con ellas —dijo ella—. Todos creían que encontrarían alienígenas y… no lo hicieron, Kevin. —Le cogió la mano—. Tienes que estar preparado. Yo… no creo que esto sea bueno.

Entraron al despacho del Profesor Brewster. Les estaba esperando, sentado detrás de su mesa, con aspecto formal, incluso solemne. No dijo hola cuando entraron, solo hizo un gesto a Kevin y a su madre para que se sentaran en dos sillas que había delante de su mesa.

—Kevin —dijo—. Sra. McKenzie, tenemos que hablar. —Hizo una pausa, mirando a Kevin como si intentara ver en su interior—. Kevin, tengo que preguntártelo, ¿te inventaste todo esto?

—¿Cómo se atreve a preguntarle eso a mi hijo? —exigió su madre, medio levantándose de la silla—. Kevin no es un mentiroso.

—Por favor, siéntese, Sra. McKenzie —dijo el Profesor Brewster—. Kevin, ¿te lo inventaste?

Kevin no podía creer que se lo estuviera preguntando.

—No –dijo Kevin, negando con la cabeza.

—¿Estás seguro?

—Esto está fuera de lugar —dijo la madre de Kevin—. No tiene derecho a preguntar esto.

El Profesor Brewster juntó las puntas de los dedos de ambas manos.

—Dada la cantidad de dinero que el gobierno ha puesto en este proyecto, no solo tengo el derecho de preguntarlo, sino que tengo la obligación. ¿Kevin?

—Usted oyó las señales —dijo Kevin—. ¡No lo inventé!

—Oí las señales, sí —dijo el Profesor Brewster—. Pero tú eras el único que podía “traducirlas” y el espacio está lleno de rarezas electromagnéticas.

—No me lo inventé —dijo Kevin—. Les di los números de las coordenadas. Les di información sobre los planetas que nadie más sabía.

—Que podrías haber memorizado —dijo el Profesor Brewster. Miró a la madre de Kevin—. Tal vez usted le ayudó.

—¿Me está acusando de algo? —replicó la madre de Kevin.

—Solo estoy apuntando la posibilidad —dijo el Profesor Brewster. Suspiró—. Como hacen muchas otras personas. Lo cierto es que viniste a nosotros y nosotros arrojamos recursos en ti que no deberíamos. Te proporcionamos asistencia médica, pruebas… y ahora tengo a gente importante llamándome para preguntar si todo esto era una broma.

—No lo era —insistió Kevin. ¿Por qué la gente no le creía ahora?

—Entonces ¿por qué no había más que roca cuando cortamos esa “cápsula” tuya? —preguntó el Profesor Brewster.

—Yo… no lo sé —confesó Kevin. Debería haber habido más. No lo comprendía—. Usted dijo que era del espacio.

Vio que el Profesor Brewster hacía un gesto de dolor ante eso.

—No me lo recuerdes. Puse mi reputación en juego al apoyarte, Kevin. Me puse en pie delante de la gente y les dije que decías la verdad. Pero muchas rocas son del espacio. En todo momento, los fragmentos del espacio acribillan la Tierra. Tenemos cazadores de meteoritos que los venden por Internet. El hecho es que este no tenía ninguna evidencia de los extraterrestres que tú prometiste.

Kevin intentó recordar lo que Luna había dicho.

—Eso no es culpa mía.

El Profesor Brewster puso las manos planas sobre la mesa y negó con la cabeza.

—La verdad es que, a estas alturas, eso no importa —dijo—. El hecho es que tu presencia aquí se ha vuelto tóxica para este edificio. la gente poderosa esperaba resultados de nosotros, y no pudimos dárselos. Ya estoy teniendo llamadas dando a entender que nos cortarán nuestra financiación si no cortamos todos los lazos contigo enseguida.

Kevin intentaba encontrarle el sentido.

—¿Me… me está echando?

El Profesor Brewster tenía una expresión imperturbable.

—No sé si lo fingiste o no, pero te diré una cosa: el FBI ya está investigando si tú y tu madre cometisteis crímenes con vuestras acciones aquí. Lo mejor que podéis hacer ahora mismo es marcharos, los dos. No os llevaréis nada, y recibiréis una factura en su debido tiempo por todos los servicios médicos que proporcionamos.

—Vamos, Kevin —dijo su madre—. Nos marchamos.

Consiguió que sonara como algo que habían escogido hacer, en lugar de algo que prácticamente les habían ordenado que hicieran. Marchaba con rabia por los pasillos que llevaban fuera del edificio y, si Kevin no hubiera podido ver las lágrimas en el rabillo de sus ojos, podría haber creído que realmente estaba furiosa y no dolida.

Pasaron por delante de la Dra. Levin, que medio apartó la vista de ellos. Kevin se paró delante de ella, con la esperanza de que ella podría solucionar todo esto.

—Dra. Levin… —empezó.

La directora del SETI no le dio tiempo para que terminara.

—Lo siento, Kevin. Oí lo que pasó.

—Usted podría hablar con el Profesor Brewster —dijo.

La Dra. Levin negó con la cabeza.

—No creo que David me escuchara ahora mismo. Perdí mucha de mi credibilidad por aquí, al traeros hasta ellos.

—Pero no me lo estoy inventando —insistió Kevin.

La Dra. Levin suspiró.

—Sé que tú lo crees, Kevin —dijo—. Solo que… Tal vez debería haber comprobado las cosas con más cuidado. Tal vez descubriste las cosas de otro modo, y ni tan solo te diste cuenta.

—No lo hice —insistió Kevin.

Su madre lo cogió por el brazo.

—Vamos, Kevin. Hemos acabado aquí. No s vamos a casa.

Lo apartó de la Dra. Levin y, cuando Kevin giró la vista hacia la científica, la Dra. Levin no lo miraba. Los dos continuaron hasta la salida y salieron, hacia el ruido de las preguntas que se gritaban desde todos los ángulos.

Ante su sorpresa, Ted estaba esperando allí, al lado del coche de la madre de Kevin. Debía habérselo llevado hasta allí.

—¿También está aquí para dudar de la honestidad de mi hijo? —preguntó la madre de Kevin, metiéndose entre él y Ted.

Para sorpresa de Kevin, o tal vez no, Ted negó con la cabeza.

—Nada de eso. Yo solo quería hablar con él.

La madre de Kevin parecía no estar segura, pero Kevin le puso una mano sobre el brazo.

—No pasa nada, mamá —dijo—. Yo confío en Ted.

Aunque también había confiado en muchos científicos. Alzó la mirada hacia Ted.

—No me lo inventé —dijo.

—Nunca dije que lo hicieras —respondió Ted—. La gente cambia lo que piensa para adaptarse. Se decepcionan porque las cosas no salen bien, y buscan a alguien a quien culpar. Empiezan a pensar que la prueba que han visto con sus propios ojos deber de ser una trampa.

Extendió la mano y Kevin la tomó.

—Gracias, Ted.

—Cuídate —dijo Ted—. E… intenta no dejar que las cosas que van a decir te afecten demasiado, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —prometió Kevin.

Pero no sabía cómo podía evitarlo. Había prometido extraterrestres al mundo y había fracasado.

Realmente había fracasado.

—¿Era un impostor, al fin y al cabo? ¿Se lo había imaginado todo inconscientemente?

CAPÍTULO DIECIOCHO

Cuando volvieron, había reporteros rodeando la casa de Kevin. Reporteros y manifestantes, e incluso unos cuantos policías, que evidentemente estaban allí para mantener a distancia a los demás. Kevin tenía la cabeza baja en el asiento del acompañante en el coche de su madre, con la esperanza de que nadie lo viera, pero no había ninguna esperanza real. En el momento en el que vieron frenar al coche, la masa de gente lo rodeó y el coche prácticamente brillaba con el resplandor de los flashes de las cámaras.

—Cuando abra tu puerta, no pares —dijo su madre. Ella salió y Kevin se preparó.

Ella abrió la puerta de su lado y rodeó a Kevin con un brazo protector, a pesar de que era más alto que ella.

—Apártense —les chilló—. Fuera de mi propiedad.

Los reporteros retrocedieron un poco, pero la presión de la gente apenas disminuyó. Kevin se cogía fuerte a su madre mientras luchaban por abrirse camino. Los polis que había allí chillaban a la gente para que se echara para atrás, pero no hicieron ningún movimiento para ayudar a los dos físicamente. Kevin tenía la sensación de que probablemente estaban igual de enfadados que todo el mundo por lo que había pasado. ¿Cuántos de ellos habían creído que estaban a punto de hablar directamente con los alienígenas? ¿Cuántos de ellos ahora lo odiaban porque la cápsula no había sido lo que esperaban?

Él y su madre empujaban para abrirse camino, empujando al pasar por delante de la gente que los agarraban, exigiendo respuestas a preguntas para las que Kevin no tenía una respuesta.

—¿Por qué no había extraterrestres?

—¿Por qué hiciste todo esto?

—¿Sabes a cuánta gente has hecho daño?

Kevin vio que su madre se giraba hacia ellos con rabia, e intentó tirar de ella, pero era demasiado tarde para hacer algo al respecto.

—¡Dejad en paz a mi hijo! —gritó—. No ha hecho nada malo aquí. ¡Esta enfermo!

Se abrieron camino a empujones hasta la casa y cerraron la puerta tras ellos. Kevin vio que su madre echaba el cerrojo como podría haberlo hecho si pensaba que iban a intentar entrar. Fue por toda la casa, corriendo las cortinas, tapando los flashes de los fotógrafos a la vez que la luz.

Kevin fue hacia la televisión y la encendió. Estaban haciendo las noticias, con imágenes de su casa desde fuera, y un clip corto de su madre que la hacía parecer una loca mientras hacía retroceder a los reporteros.

«¡Dejad en paz a mi hijo! No ha hecho nada malo aquí. ¡Esta enfermo!»

Las palabras «¿Una confesión del fraude?» se mostraban a través del fondo de la pantalla, en una pregunta que conseguía acusar sin acusar. Hicieron que sonara como si la madre de Kevin estuviera intentando excusarlo por hacer algo malo, en lugar de defenderlo como había hecho.

Lo había hecho, ¿verdad?

—Deberías apagar eso —dijo su madre. Pasó por delante de Kevin e hizo exactamente eso, dejando la pantalla a oscuras—. No te hará ningún bien ver cómo dicen todo esto sobre ti.

—Mamá —dijo Kevin—, lo que están diciendo… Hacen que suene como si tú realmente no me creyeras. Como si pensaras que invento cosas porque estoy enfermo.

Su madre no respondió durante uno o dos instantes.

—Realmente lo piensas —dijo Kevin. No podía creerlo. Hubiera pensado que su madre, de entre toda la gente, le creería a estas alturas.

—No sé qué pensar. Kevin —dijo su madre. Entonces parecía muy cansada—. Yo sé que tú crees todo esto.

—Encontramos la señal —insistió Kevin—. Me defendiste ante el Profesor Brewster.

—Eres mi hijo —dijo su madre—. No dejaré que digan cosas malas de ti, sin importar lo que pase. Si es verdad o no… No lo sé. Estaba convencido, pero todo lo de la roca…

Kevin se sentía mal por dentro. Se sentía como si las cosas volvieran a lo que eran cuando su madre lo había llevado por primera vez al SETI, haciéndolo solo porque pensaba que era algo que Kevin necesitaba hacer. Quería que lo creyera.

—Al final se marcharán —dijo su madre—. Se olvidarán de todo esto. Podemos continuar con nuestras vidas sin ellos, sin los extraterrestres, sin nada de esto.

Sonaba como si estuviera intentando tranquilizar a Kevin, pero Kevin no estaba seguro de que esto fuera tan tranquilizador.

Podría haberlo dicho, pero entonces sanó el teléfono de su madre.

—Diga —dijo— ¿Quién…? No, no tengo nada que decirle a usted ni a cualquier otro reportero.

Apenas había colgado cuando hubo otra llamada, y otra. Cada vez, colgaba solo tras unos segundos de conversación. Cuando el teléfono sonó de nuevo, Kevin pensó que su madre podría lanzarlo a través de la habitación. Pero se detuvo al alzarlo, mirando a la pantalla con una expresión de preocupación.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Kevin.

—Es del trabajo —dijo su madre, y algo en el modo en que lo dijo le decía a Kevin lo asustada que estaba. Cogió la llamada y le hizo un gesto a Kevin para que estuviera callado—. Hola, Sr. Banks. Sí, está bastante mal. Sí, sé que he estado fuera, pero mi hijo… sí, lo sé. No, lo comprendo, pero… No puede hacerlo. Sé que es mala publicidad, pero no puede… —Se quedó callada y escuchó durante varios segundos—. No, lo comprendo.

Terminó la llamada, y esta vez sí que lanzó el teléfono y se sentó en la punta del sofá, con la cabeza apoyada en las manos.

—¿Mamá? —dijo Kevin, alargando la mano hacia ella—. ¿Qué pasó?

—Era de mi trabajo —dijo, sin alzar la vista—. Me… me despidieron. Dijeron que no quieren la publicidad negativa que podría venir por contratar a alguien relacionado con todo esto.

—¿Pueden hacer eso? —preguntó Kevin. No sonaba como el tipo de cosa que se debería permitir hacer a la gente, especialmente cuando no han hecho nada malo.

—Dicen que sí que pueden —dijo su madre—y, que si me enfrento a esto, bueno, estoy bastante segura de que lo harían tan caro que yo no podría hacer nada, y tal vez un juez estaría de acuerdo en que yo estoy provocando sus problemas en el negocio por estar allí, de todas formas.

A Kevin no le parecía justo. No parecía correcto. Peor, no parecía que hubiera algo que pudieran hacer al respecto.

—Lo siento, mamá —dijo—. Si me hubiera guardado todo esto para mí mismo…

—No es culpa tuya —dijo su madre.

Pero Kevin sabía que eso no era cierto. Gracias a la tele, sabía que su madre ni tan solo lo pensaba. Había ido hasta la NASA hablando de extraterrestres, y ahora despedían a su madre, mientras nadie le creía acerca de lo que había oído.

—Irá bien —dijo su madre. No sonaba como si lo creyera—. Encontraré una manera de arreglar todo esto.

Se sentó en el sofá, sin encender la televisión, ninguno de los dos se atrevía a abrir las cortinas. Al final, Kevin subió a su habitación y se sentó allí a oscuras para que su madre no se preocupara mucho por él.

Después de un rato, cogió los auriculares que Ted le había dado antes de marchar del instituto y se los puso, más para no escuchar los ruidos de los reporteros de fuera que porque realmente pensara que pasaría algo. Tal vez sí que lo esperaba. Si pudiera recibir otro mensaje que ayudara a dar sentido a todo esto, tal vez podría salir a los reporteros y explicarlo todo. Tal vez podría hacer que la gente entendiera de nuevo que sí que era real, y que no había estado mintiendo.

Sin embargo, solo había silencio. Ninguna señal, ninguna palabra en su cabeza, ninguna señal de nada que ayudara. Se sacó los auriculares, se deshizo de ellos y se puso cómodo para dormir. Tal vez por la mañana, las cosas parecerían mejor.

***

Kevin fue hacia la ventana de su habitación y miró hacia fuera del modo que podría haberlo hecho si hubiera estado esperando nieve en otro lugar que no fuera California. Buscaba a los periodistas, con la esperanza de que a estas alturas, después de varios días, se hubieran aburrido de esperar alrededor de la casa y se hubieran marchado a la suya.

No era así. Todavía había cámaras delante de la casa, todavía había reporteros con micrófonos esperando a cuál sería el siguiente paso en su historia. Kevin deseaba que se fueran, y por centésima vez pensó en bajar allí a decírselo, pero no lo hizo. NO era lo mismo que traducir mensajes mientras la gente miraba en una rueda de prensa y, de todos modos, Kevin sospechaba que era justamente eso lo que estaban esperando.

En su lugar, fue a vestirse y se tambaleó ligeramente cuando una ola de mareo le golpeó. Le siguió el dolor, estallando dentro de su cráneo y Kevin sintió humedad en sus labios. Cuando se llevó la mano a la nariz, al apartarla estaba roja por la sangre. Hoy todavía se sentía más enfermo, el esfuerzo de ir al lavabo y lavarse casi lo agotaba.

Pero aun así lo hizo. No quería preocupar a su madre. Se aseguró de tener buen aspecto cuando bajó las escaleras, e intentó esconder el leve temblor de sus manos que ahora no se iría.

No se había dado cuenta hasta entonces de todo el cuidado que había recibido en el instituto de investigación. Se había quejado de todas las pruebas y los escáners y el resto, pero tal vez en algún momento en todo esto había habido algo que había frenado su enfermedad. O tal vez había estado tan ocupado que no había notado su evolución.

—No puedo preocupar a mamá —se dijo a sí mismo.

Mientras bajaba al piso de abajo, oyó unas voces.

—Lo siento, Sra. McKenzie, pero esto no es una broma. Ha habido pleitos contra usted por usar a su hijo para estafar a la gente y debemos tomarlas en serio.

Kevin bajó a toda prisa y vio a un par de personas vestidas con traje hablando con su madre. Tenía el aspecto de no haber dormido nada y, cuando miró a Kevin, él pudo ver las sombras lilas alrededor de sus ojos.

—Oh, aquí está su hijo —dijo uno de los hombres—. Tal vez ahora podríamos tomarle una declaración, y eso podría ayudar.

—No —dijo su madre—, ahora no, así no. Solo quiero que dejen a mi hijo en paz.

—No me importa, mamá —dijo Kevin.

—Bueno, a mí sí —dijo su madre—. Métete en la cocina, Kevin. Tengo que hablar con estas personas.

Si ella hubiera gritado, Kevin podría haber discutido. En cambio, parecía increíblemente triste y Kevin hizo lo que le pidió, entró en la cocina y se sentó a la mesa de la cocina. Todo el tiempo, intentaba escuchar lo que estaba pasando a través de las paredes.

—Tendré que vender la casa —dijo su madre—. Lo que costará esto… no puedo pensar en otra manera.

—Comprendo que esto es difícil, Sra. McKenzie, pero es importante que lo resolvamos. La alternativa podría significar el encarcelamiento para usted, o para su hijo.

Kevin se agarró con los dedos tan fuerte al borde de la mesa de la cocina que se hizo daño. No podían hacer esto, ¿verdad? No podían meter a su madre en la cárcel, cuando él había dicho la verdad. Estaba allí sentado, una parte de él quería irrumpir allí y una parte de él sabía que esto era demasiado importante para hacerlo.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
231 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640294608
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Serideki Birinci kitap "Las Crónicas de la Invasión"
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