Kitabı oku: «Transmisión », sayfa 11

Yazı tipi:

Todavía estaba allí sentado cuando vio que una silueta se colaba en su patio trasero, un gorro de lana le cubría la cabeza y un abrigo grueso subido para taparse la cara. Se metió dentro de un salto con la gracia de alguien que lo ha hecho un montón de veces antes, cayendo en el jardín con cuidado.

Si hubiera sido un reportero o algún extraño que saltaba la valla, no sabía lo que hubiera hecho. Probablemente, pedir ayuda. Interrumpir a su madre a pesar de la gravedad de lo que estaba pasando. En su lugar, abrió el pestillo de la puerta trasera y dejó entrar a Luna mientras esta venía a toda prisa.

—Hola —dijo ella, abrazándolo tan repentinamente que casi cogió a Kevin por sorpresa.

—Hola —respondió Kevin—. Imagino que no pudiste entrar por la puerta delantera, ¿verdad?

—Demasiados reporteros —le dio la razón Luna, echándose hacia atrás. Se quitó el gorro de lana—. ¿Te gusta mi disfraz?

—Es fantástico —dijo Kevin, pero no consiguió sonreír.

—¿Qué pasa? —preguntó Luna. Negó con la cabeza—. Pregunta estúpida.

Kevin se volvió a sentar y Luna le acompañó. ¿Cuántas veces habían hecho sus deberes así? Pero esto era diferente, más serio.

—Hay unos abogados en la otra habitación —dijo—. Están diciendo que mi madre podría ir a la cárcel y que podríamos tener que vender la casa.

_¿Para qué? —preguntó Luna, con el tipo de tono indignado que daba a entender que estaba lista para enfrentarse a ellos, fueran o no abogados—. No hicisteis nada malo.

—Ellos creen que sí —dijo Kevin—. Ellos creen… Imagino que creen que yo inventé todo esto para llamar la atención, o para engañarlos para que me dieran tratamiento médico, o algo así.

—Entonces son idiotas —declaró Luna, con la clase de certeza férrea que nadie más a su alrededor parecía tener—. Les diste mensajes de otro mundo. Les hablaste a todos de un planeta del que, de otra manera, apenas sabrían nada. Les ayudaste a encontrar aquel meteorito, aunque estuviera vacío. No es culpa tuya que los extraterrestres sean raros y manden rocas de regalo a la gente.

Esa era una forma de verlo que Kevin imaginaba que a nadie que no fuera Luna se le podía ocurrir. Aun así, sonaba bien.

—O sea, ¿tú me crees? —preguntó él.

Ella asintió.

—Yo te creo. Y también creo en ti. Encontrarás un modo de resolver esto.

—¿Y saltaste mi valla solo para decirme eso? —preguntó Kevin.

Luna le puso una mano sobre el hombro.

—¿Para qué están los amigos? A mí me gusta colarme. Es divertido. Además, tengo que llevarte a un sitio.

Kevin la volvió a mirar sorprendido.

—¿A dónde? —preguntó él.

Ella hizo una gran sonrisa.

—Es una sorpresa.

CAPÍTULO DIECINUEVE

Kevin comprobó el aspecto que tenía antes de partir. No era vanidad; quería asegurarse de que no había forma posible de que alguien lo reconociera. Tenía la capucha puesta y unas gafas oscuras para romper algunas de las líneas de su cara. No era fantástico, pero si se encorvaba lo suficiente casi podía convencerse a sí mismo de que la gente no podría decir que era él.

—Tendrá que bastar —se dijo a sí mismo.

Su madre se había ido de casa hacía unos minutos, para hablar con más abogados, o tal vez para intentar encontrar otro trabajo, no porque alguien quisiera contratar a la madre del chico que había mentido. Las puertas estaban cerradas por la presencia continuada de los reporteros allí delante, y probablemente continuarían así incluso después de que ella volviera.

—Se pondrá histérica si te entera de esto —dijo Kevin, pero solo era una parte de por qué llevaba el disfraz. Había estado en casa demasiado tiempo, sin escuela a causa de su enfermedad, sin posibilidad de salir tanto por los reporteros como por el miedo de su madre por lo que pudiera pasar. Allí se estaba volviendo loco, e imaginaba que solo estaba haciendo las cosas más difíciles para su madre. Necesitaba salir al menos durante un rato.

Su teléfono estaba lleno de mensajes de gente a la que no conocía. Algunos eran preguntas, más eran insultos. Uno o dos contenían insultos, o promesas de que pagarían a Kevin si les contaba su historia.

Entonces Kevin no estaba seguro de querer ir con cuidado. Sentía que podía explotar si se quedaba escondido mucho tiempo más. Miró afuera a la parte de atrás, para intentar calcular si podía salir de allí del mismo modo que Luna había entrado. Unas semanas atrás, no hubiera tenido que preocuparse por esto.

Ahora, pensaba en los temblores que iban y venían de su cuerpo, en los momentos de perder el tiempo y en los mareos. Cogió una escalera de mano de donde su madre la guardaba en el garaje, la colocó contra la valla y la usó para saltar, hasta un pequeño camino que había entre jardines.

Kevin tenía la cabeza baja mientras caminaba, para asegurarse de que nadie le veía la cara. A pesar de que la parte de la ciudad en la que vivía él no era mala, estaba solo a unas cuantas manzanas de una zona más industrial, donde las fábricas estaban pegadas como cajas valladas y la maquinaria oxidada ocasional apuntaba a los negocios que no habían ido tan bien.

—Vamos —dijo Luna, después de que saltaran la valla y empezaran una caminata que los llevó por algunos edificios abandonados, por delante de unos grafitis que parecía que alguien había pintado con los ojos cerrados.

Salieron más cerca del centro de la ciudad. Kevin seguía con la capucha puesta, seguro de que incluso aquí, lejos de su casa, la gente lo reconocería.

—Podríamos ir al centro comercial —sugirió Luna.

Kevin negó con la cabeza.

—Demasiada gente.

—Entonces a la plaza —sugirió Luna.

Kevin asintió. Puede que en medio del pueblo hubiera casi la misma gente, pero se moverían más y era menos probable que prestaran atención a un niño con la cabeza baja. En el centro comercial, seguridad probablemente pensaría que estaba allí para robar algo, pero al aire libre, él y Luna podrían andar por donde quisieran sin que esto fuera un problema.

Se dirigieron al centro de la ciudad, hacia una pequeña plaza donde ellos y sus amigos habían pasado el rato desde que eran niños. Allí había un trozo más pequeño de parque, con árboles en cada esquina, y una estatua en el centro que seguramente alguna vez había sido un monumento de alguien muy importante, pero que ahora el viento y la lluvia habían deteriorado tanto que podría haber sido cualquier persona. Para cuando llegaron allí, Kevin estaba tan agotado que empezó a mirar alrededor en busca de un banco en el que sentarse.

—Kevin —dijo Luna—, ¿qué pasa?

—Solo estoy cansado —dijo Kevin.

Luna frunció el ceño, evidentemente no le creía.

—Bueno, siempre podríamos ir a Frankie’s.

Durante mucho tiempo, esa cafetería había sido uno de sus lugares favoritos. Quizás si no hubiera estado tan cansado, Kevin podría haberse preocupado por eso, pero tal y como estaban las cosas, se podía apañar con algún sitio en el que recuperarse un poco del esfuerzo de andar. Asintió.

—Pensaba que habías podido dar una buena caminata a través de la selva —dijo Luna.

—Creo que las cosas están empeorando —dijo Kevin, mientras se dirigían hacia la cafetería—. es como si tuviera que concentrarme para hacer que mi cuerpo hiciera cosas.

Incluso eso no arreglaba las cosas, pero él no estaba seguro de que hubiera palabras para esto. Esta era una de las partes más difíciles de tener una enfermedad tan rara: significaba que realmente no existían las palabras para describir todo lo que estaba sucediendo.

—Deberías ir al hospital —dijo Luna, y parecía que quería llamar a una ambulancia inmediatamente.

Kevin negó con la cabeza.

—No tiene sentido. Sabemos lo que me está pasando. No es que puedan hacer mucho para ayudar.

—Eso no puede ser verdad —dijo Luna. Por un momento, Kevin oyó que se le rompía la voz y pensó que tal vez podría llorar—. Yo sé… yo sé que no pueden curarte, pero pueden ayudar con los síntomas y esas cosas, ¿verdad? ¿Pueden frenar las cosas? Lo estaban haciendo en aquel sitio de la NASA.

—Porque tenían a algunos de los científicos más listos del mundo —puntualizó Kevin—. No creo que puedan ayudar ahora. No creo que mamá realmente pudiera permitirse mi tratamiento incluso antes de todo esto. Ahora, con los abogados y todo esto…

Kevin no sabía cuánto costaba un juicio. Imaginaba que mucho. Su tratamiento también costaba mucho. Entonces, ¿era dos veces mucho? ¿Mucho al cuadrado? Cuando no tenía ni idea de las cantidades involucradas, su imaginación no podía ni tan solo empezar a proveer las cantidades.

—Vale —dijo Luna—pero por lo menos deberíamos entrar. Venga, Frankie’s no está lejos.

Entraron a la cafetería, que no estaba tan llena ene se momento del día. Había unos cuantos chicos a los que Kevin medio reconocía, un par de chicos más mayores en un rincón y el propietario, un hombre de unos cincuenta y algo que parecía pasar la mayor parte de su tiempo limpiando el mostrador con un trapo. Era un lugar deliberadamente pasado de moda, y eso debería querer decir que a los amigos de Kevin no les gustaba, pero también tenía helados buenísimos.

—Voy a buscar helado —dijo Luna, señalando hacia un reservado del rincón—. Tú siéntate.

Lo dijo como una orden y Kevin lo hizo. Necesitaba hacerlo de todo modos y, si eso significaba que Luna iba a comprar helado, eso era incluso mejor. Había una tele en la esquina de la cafetería y, por uno o dos instantes, Kevin pensó que estaba bien. Entonces vinieron las noticias, y las imágenes de escenas alrededor de su casa continuaban.

Kevin hacía todo lo que podía por ignorarlo, pero no era fácil. Que el canal todavía estuviera allí ya era sorprendente: tal vez alguien todavía creía, o tal vez todavía no se habían decidido a mirar otra cosa. En cualquier caso, él estaba allí sentado, encorvado. Costaba creer que hacía solo unas semanas, él y Luna habían venido aquí con regularidad; que todo había sido normal. Ahora, estaba allí sentado y, por lo que Kevin podía decir, él estaba más que nada esperando a morir.

Ese era un pensamiento que él no quería, pero entraba a hurtadillas cuando no lo buscaba, posado en su mente y sin querer ceder, por mucho que lo empujara. Iba a morir. Había podido ignorarlo mientras todavía había todo aquello de los extraterrestres, los mensajes y el viaje al bosque lluvioso. Ahora, no había nada que hacer excepto estar allí sentado y pensar en ello.

—Bueno —dijo Luna, volviendo con dos vasos llenos hasta el borde de helado— pareces triste. Mejor que te animes o no tendrás helado.

Solo Luna le tomaría el pelo cuando estaba así. Solo Luna sabría que era esto exactamente lo que Kevin necesitaba.

—Solo estás buscando una excusa para comerte los dos —dijo Kevin.

Luna sonrió.

—Puede ser. ¿Todavía estás atascado pensando en lo que podrías haber hecho de forma diferente?

Kevin asintió.

—No sé por qué. Imagino… que continúo esperando que tenga sentido.

—La esperanza es buena —dijo Luna—. Creo que es bueno que estés aún escuchando. No deberías dejarlo aunque la gente no te crea.

Kevin asintió. Lo necesitaba. Necesitaba algo a lo que agarrarse, si no…

—Eh, espera, tú eres Kevin McKenzie, ¿verdad? ¿El chico que se inventó todo eso de los extraterrestres? Tú ibas a nuestra escuela.

Kevin echó un vistazo y vio que algunos de los chicos estaban mirando hacia él. Estaba a punto de decirles que no quería problemas, pero Luna ya estaba de pie, yendo hacia ellos.

—¡Kevin no inventó nada!

—Por supuesto que lo inventó —dijo un chico—. ¿Quién sería tan estúpido como para creer en extraterrestres?

—Tú y todo el mundo, por lo visto —dijo Luna bruscamente.

—¿Me estás llamando estúpido?

Kevin se levantó y fue hacia ella.

—No queremos problemas.

—Entonces ¿por qué lo hiciste? —preguntó una chica al fondo—. Mis padres estaban tan preocupados porque vinieran los extraterrestres que estaban hablando de vender nuestra casa y marcharse al campo.

Ahora había más gente mirándolo, y la gente había sacado los teléfonos. Kevin sabía que no podían verlo así. Su madre se volvería loca. Además, había visto cómo podían ser los grupos grandes de gente.

—Nos iremos —dijo Kevin, levantando las manos—. No queremos causar problemas.

—No vais a ir a ninguna parte —dijo el chico que había hablado primero—. No hasta que confieses lo que hiciste.

Estaba allí con los brazos cruzados, con aspecto de decirlo en serio. Eso era un problema, porque cuanto más tiempo estuvieran allí, más gente estaría mirando. Luna parecía estar pensando lo mismo y, siendo Luna, abordó el problema de una forma más directa:

Fue hasta el chico que estaba en la puerta y lo empujó, con fuerza.

—¡Corre, Kevin!

Ella ya estaba corriendo y a Kevin le llevó un momento darse cuenta de que debería estar haciendo lo mismo, pero solo un momento. Tan cansado como había estado, ahora estaba lo suficientemente recuperado como para pasar corriendo por delante del chico, siguiendo a Luna mientras corría hacia el centro del pueblo. Corría todo lo rápido que podía, ignorando cómo su respiración venía en ráfagas cortas, intentando seguir el ritmo mientras desandaban sus pasos, dirigiéndose de vuelta a las fábricas y pasando por delante del metal oxidado. Kevin corrió hasta que sintió que el corazón podría explotarle dentro del pecho y los pulmones le ardían.

Cuando fue evidente que nadie les estaba siguiendo, él y Luna se detuvieron y, para su sorpresa, Kevin se puso a reír.

Luna también se rió.

—Fue divertido, ¿eh?

—Mi madre me va a matar —puntualizó Kevin pero, ahora mismo, incluso eso no parecía tan malo. La verdad era que ahora se sentía mejor de lo que lo había hecho en días. Parecía que hacía mucho tiempo desde que había hecho algo tan sencillo como meterse en problemas con Luna, escapando antes de que pudiera convertirse en algo peor.

—No pasará nada con tu madre —dijo Luna.

—No estoy tan seguro de eso —respondió Kevin, pues ella se enfadaría porque había salido de esa manera, se enfadaría porque lo habría puesto todo en peligro al ir donde la gente podría verlo—. Cuando llegue a casa, voy a tener que…

Se fue apagando cuando una sensación empezó a crecer en su interior. Una sensación que conocía muy bien, pues había estado allí antes del edificio, antes de la NASA, antes de todo esto.

—¿Qué? —dijo Luna—. ¿Qué vas a tener que hacer?

Kevin negó con la cabeza.

—Luna, creo…

—¿Qué? —dijo ella.

—Creo que viene otro mensaje.

CAPÍTULO VEINTE

Kevin estaba en medio de las fábricas, escuchando la transmisión que empezaba a llegar. Se esforzaba por captar el mensaje. Al principio fue difícil; más difícil de lo que había sido, y más difícil de lo que Kevin imaginaba que sería.

Empezaba a preocuparse. ¿Y si lo que fuera que había en su cerebro que conectaba con las transmisiones había cambiado, haciendo un cambio con el lento progreso de su enfermedad? ¿Y si solo había habido una breve ventana en la que su cerebro estaba receptivo a todo esto, y ahora empezaba a pasar de largo? Intentaba concentrarse, centrándose en los ruidos y deseando que tuvieran sentido.

Una imagen ardía en su cerebro, números que brillaban en pulcras filas de coordinadas. Kevin no las hubiera reconocido como tales, pero ya había visto series de ellas antes, cuando había sabido cambiar el telescopio la primera vez que pilló la transmisión del mensaje.

—¿Kevin? —dijo Luna—. ¿Estás bien?

Kevin no sabía cómo responder a eso. Lo raro es que se sentía mejor de lo que se había sentido en días, tal vez algo de interacción entre su enfermedad y el mensaje hacían que los síntomas fueran mejores por ahora.

—No lo sé —dijo—. Creo… creo que los extraterrestres quieren que busquemos señales en un sitio nuevo.

Era lo que habían querido la última vez que una señal había venido así de directa a su cerebro, su poder casi imposible de contener. Había sido el principio de todo esto.

—¿Y a quién se lo decimos? —preguntó Luna.

Kevin podría haberla estado mirando mucho tiempo tras esto, pues ella extendió los brazos.

—¿Qué? A alguien tendremos que decírselo —dijo ella.

Kevin sabía que seguramente tenía razón. Si había un nuevo mensaje, la gente querría saberlo. El problema era que él no estaba seguro de cómo reaccionarían. Había visto a todos los reporteros que todavía estaban fuera de su casa. Había visto el dolor que le había causado a su madre. ¿No sería mejor callar y protegerla?

—No estoy seguro de si alguien me creerá —dijo él—. Piensan que soy un impostor. Si lo digo, entonces darán por sentado que estoy intentando llamar la atención.

Ahora la gente no lo escucharía, dijera lo que dijera. Si se presentaba con otra serie de números, ¿no darían por sentado que estaba intentando empezar esto de nuevo?

—Podríamos decírselo a tu madre —dijo Luna—. Ella te creería y sabría qué hacer.

Kevin negó con la cabeza.

—No estoy seguro de que ahora lo hiciera, no después de todos los problemas que esto ha causado. Y aunque lo hiciera, no sé si alguien la escucharía tampoco a ella.

—Entonces ¿a quién? —preguntó Luna—. Tenemos que decírselo a alguien. ¿Un reportero, quizás?

Eso por lo menos sacaría la noticia a la luz, pero de nuevo, no parecía la mejor idea. Si se dirigiera a los reporteros, para intentar explicarlo, ¿no se burlarían de él? Necesitaba ser capaz de demostrarlo. Solo había un lugar donde podía hacerlo, solo había un lugar en el que podría realinear un telescopio para coger cualquier nueva señal que estuviera a la espera.

—Tenemos que ponernos en contacto con alguien de las instalaciones de la NASA —dijo Kevin.

Incluso mientras lo decía, podía imaginar lo difícil que podría ser. Sacó el teléfono e intentó pensar en la mejor manera de hacerlo. No es que tuviera números directos con cualquiera de las personas que podrían ayudar.

Decidió empezar con la Dra. Levin, porque por lo menos la directora del SETI había sido más empática que el Profesor Brewster. Encontró un número del SETI en la red y llamó, escuchó como llamaba y finalmente conectaba con recepción.

—Hola —dijo la recepcionista—. Instituto SETI. ¿Cómo puedo ayudarle?

—Tengo que hablar con la Dra. Levin sobre un asunto urgente —dijo Kevin, intentando parecer tan adulto como pudo. Tal vez si podía hacer que pareciera uno de sus compañeros o algo así, podrían dejarle hablar con ella.

—¿Quién es? —preguntó la recepcionista.

—Bueno…err… —Kevin miró a Luna, que encogió los hombros—. Soy Kevin McKenzie. Pero tengo que hablar con ella inmediatamente. Ha habido otro mensaje, y hay una segunda serie de coordenadas, y…

Oyó el clic cuando colgó la recepcionista.

—No me dejaron ni explicarme —dijo Kevin. Dolía que, después de todo, le colgaran sin tan solo dejarle decir nada.

—Tenemos que continuar intentándolo —insistió Luna—. Venga, déjame. Lo intentaremos con la NASA. Al fin y al cabo, ellos tienen los telescopios.

Llamó y pulsó algunos botones. Parecía que lo de parecer mayor se le daba mejor también, pues cuando habló, a Kevin le parecía más su madre que su amiga.

—Hola, me preguntaba si podría ponerme con el Profesor Brewster. Es bastante urgente, sí. Soy la Profesora Sophie Langford de la Universidad de Wisconsin. Sí, esperaré.

Kevin no sabía que Luna fuera tan buena inventando cosas al segundo. Le clavó el teléfono y Kevin lo cogió, justo a tiempo para que sonara la voz del Profesor Brewster al otro lado de la línea.

—¿Hola? —dijo el Profesor Brewster—. La Profesora… Langford, ¿verdad?

Kevin tomó aire.

—Profesor Brewster, soy yo, Kevin. No cuelgue, es urgente.

—¿Qué estás haciendo llamando a este número? —exigió el Profesor Brewster—, ¿Y poniéndote en contacto conmigo con falsas excusas? ¿No crees que ya hay suficientes problemas, muchacho?

—Escúcheme —dijo Kevin—. No llamaría si no fuera importante. Hay cosas que debe saber.

—Ya sé lo suficiente sobre tu situación —dijo el Profesor Brewster.

—No es eso —insistió Kevin—. ¡Ha habido otro mensaje! Una nueva serie de coordenadas. Los extraterrestres dijeron…

—Ya basta —dijo el Profesor Brewster—. Todos pusimos suficiente tiempo y esfuerzo en perseguir esta farsa, sin intentar reavivarla. Ahora voy a colgar, Kevin. Si vuelves a ponerte en contacto con este edificio, pasaré los detalles a la policía.

Colgó, con tanta firmeza como lo había hecho la recepcionista.

Kevin estaba allí, intentando pensar en qué hacer a continuación. No tenía otros números de teléfono que probar, a no ser que intentara llamar a un periodista o a la Casa Blanca o algo así y, en ambos casos, sospechaba que seguramente tendría la misma respuesta que acababa de tener. Podía ir a casa e intentar hablar con los periodistas que había allí, o podía esperar a su madre, pero con ambas opciones se arriesgaba a que lo ignoraran, y…

—Entonces —dijo Luna, interrumpiendo su proceso de pensamiento—, ¿cómo vamos a llegar al SETI?

—¿Qué? —dijo Kevin.

—Es la mejor opción que tenemos —dijo Luna—. Si vamos hasta ellos, verán que vas en serio y ellos podrán convencer a la NASA para que muevan sus telescopios. De todas formas, la Dra. Levin siempre pareció mucho más maja que el Profesor Brewster.

Cuando lo planteó así, hizo que sonara tan completamente lógico que no había discusión. Luna tenía una manera de hacer este tipo de cosas que era algo aterrador, a su manera. Aun así, Kevin pensó que por lo menos deberían intentarlo.

—Mi madre me matará si hago algo así —puntualizó.

—Tu madre te quiere demasiado para eso —dijo Luna—. De todos modos, te va a castigar para siempre por escaparte tal y como están las cosas. Puede que salves al mundo estando ya metido en un lío.

—Pero tú no tienes por qué meterte en líos —remarcó Kevin—. Tus padres se pondrán histéricos si te marchas a San Francisco.

—¿Crees que voy a dejar que hagas esto tu solo? —preguntó Luna—. ¿Crees que voy a dejar que tú te lleves toda la reputación por encontrar de nuevo extraterrestres? ¿Crees que voy a dejar que te diviertas tú solo?

—No estoy seguro de que esto vaya a ser exactamente divertido —dijo Kevin.

Luna ya estaba negando con la cabeza.

—Ya fuiste a la selva sin mí, pero en esta parte no me vas a dejar atrás, Kevin.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
231 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640294608
İndirme biçimi:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip
Serideki Birinci kitap "Las Crónicas de la Invasión"
Serinin tüm kitapları