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CAPÍTULO VEINTICUATRO

—¡Apártense de él! —chilló Kevin—. Algo pasa con él.

El científico se giró rápidamente hacia los otros dos, los agarró y les quitó sus máscaras antes de que se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Kevin quería lanzar un aviso, pero parecía que ya era demasiado tarde. Vio que los ojos del científico cambiaban, sus pupilas se volvían tan blancas como las otras.

Kevin se apartó del cristal y miró a Luna. Parecía igual de asustada de lo que él se sentía ahora mismo, lo que probablemente no era buena señal. Luna no se asustaba.

Ted parecía que también estaba pensando en qué hacer, y eso era casi igual de aterrador. Kevin estaba acostumbrado a que él tuviera todas las respuestas. Tenía un teléfono y estaba haciendo una llamada.

—tenemos una fuga de nivel cuatro —dijo hablando en él—. Estoy trabajando para contenerla, pero tienen que poner en marcha los protocolos de emergencia, ¡ahora!

Había un panel en la pared. Ted lo abrió y tecleó una serie de números en un teclado. Apretó un botón y y unas luces rojas empezaron a encenderse por todos los pasillos, mientras una voz computarizada se oía por los altavoces.

«Emergencia, emergencia. Contención en curso».

Unas persianas de metal se deslizaron a los lados de todos los laboratorios de ese piso, convirtiéndolos eficazmente en cajas de metal gigantes de las que nada podía escapar. Kevin oyó un rugido de frustración desde dentro del laboratorio, y se atrevió a dar un suspiro de alivio.

—¿Lo hemos conseguido? —preguntó—. ¿Los hemos detenido?

—Eso espero —dijo Ted. A pesar de eso, fue a una taquilla de almacenaje y sacó las máscaras de filtración que llevaban los científicos. Les pasó una a Luna y una a Kevin y cogió una para él.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué este lugar está cerrado?

Kevin se giró y vio que se acercaba el Profesor Brewster, junto a la Dra. Levin y por lo menos una docena más. Un guardia de seguridad cogió a la Dra. Levin por el codo, parecía arrepentido de hacerlo, pero no la soltaba.

—Habéis ido demasiado lejos —dijo el director del centro, señalando con el dedo en su dirección—. No teníais ningún derecho a hacer esto.

—Tiene suerte de que lo hiciéramos —dijo Luna, antes de que Kevin o Ted pudieran decir algo—, pues si no lo hubiéramos hecho, a estas alturas estarían rodeados de alienígenas.

—Alienígenas —dijo el Profesor Brewster con una nota de desprecio—. ¿No hemos oído suficientes tonterías de estas?

muy lejos de ser una tontería —dijo Ted—. Yo lo he visto.

—Es cierto —dijo Kevin— pueden apoderarse del cuerpo de otras personas. Salió un gas de la roca que encontramos, y se apoderó de los científicos que había allí.

El Profesor Brewster negó con la cabeza.

—Existen muchos gases que pueden producir un comportamiento errático, si es que pasa algo. Solo tenemos tu palabra.

—Mi palabra —dijo Ted, en un tono que retaba al otro hombre a contradecirle.

Entonces se oyó la llamada a la puerta.

“Llamada” no era exactamente la palabra para esto. Hacía que sonara casi correcto, incluso delicado, pero el ruido que resonaba en los oídos de Kevin era algo que pegaba fuerte contra las paredes de la habitación.

—¿Hay gente allí encerrada? —exigió el Profesor Brewster.

—Los extraterrestres los controlan —dijo Kevin—. Sus pupilas se volvieron blancas cuando esto pasó.

—Seguramente es una trampa de reacción química —insistió el Profesor Brewster—. En cualquier caso, esta estupidez ya ha durado lo suficiente. Voy a liberar a mi gente, llamar a seguridad para que bajen aquí y os saquen a todos vosotros de este edificio.

Se fue en dirección al panel de seguridad que había usado Ted y Kevin vio que el soldado sacaba una pistola.

—Dispararé a cualquiera que toque esos controles —prometió Ted.

Eso sorprendió un poco a Kevin. No quería que dispararan a nadie por eso. Aunque, si tenía que ser alguien de allí, el Profesor Brewster probablemente era el primero de la lista. El científico se giró hacia ellos, con los brazos levantados.

—¡No te atreverías! —dijo. Desde dentro de la caja de acero de las persianas empezaron de nuevo los golpes.

—Umm… creo que sí —respondió Kevin—. Profesor Brewster, no podemos dejarlos salir de esa habitación. Tenemos que parar a los extraterrestres mientras podamos.

—¡No hay extraterrestres! —insistió el Profesor Brewster—. Habéis encarcelado a mi gente con un engaño y…

Los golpes pararon y la brusquedad con que así fue incluso hizo que el director del centro se detuviera. Algo chirrió y zumbó, entonces las luces del pasillo pararon de destellar su apagada luz roja y las persianas de acero empezaron a levantarse.

—Eso no tiene buena pinta —dijo Luna.

Eso era una sutileza. Las persianas se levantaron y Kevin vio que los científicos estaban quietos de forma pasiva, parecían tranquilos mientras esperaban su oportunidad de ser libres. Kevin suponía que era lógico que los extraterrestres pudieran piratear un ordenador. Al fin y al cabo, tenían una tecnología que los había mandado al otro lado de una galaxia. Comparado con eso, seguramente un ordenador no era muy complicado.

—Ya lo veis —dijo el Profesor Brewster—. No hay extraterrestres, solo tres científicos perfectamente normales…

Los científicos abrieron la boca, chillando al unísono, un ruido que parecía más el ruido de un insecto que de un humano, más alienígena que cualquiera de las dos cosas. Kevin vio la sorpresa en los gestos de los científicos que había a su alrededor al darse cuenta de que ya no eran sus compañeros.

—Miradles los ojos —dijo uno de los investigadores.

Kevin miró a Ted.

—Aquí estamos seguros, ¿verdad?

—Siempre y cuando no puedan atravesar el cristal —dijo Ted—. Todos vosotros, necesitáis mascarillas. Si sale algo de vapor, estáis todos en peligro.

Parecía que el Profesor Brewster estaba intentando prepararse para decir que no había problema, que todo estaba bien, pero parecía tener problemas para hacerlo. Todavía estaba intentando decirlo cuando los científicos a los que los extraterrestres controlaban cogieron una silla de metal y empezaron a golpear el cristal como con un ariete, los tres trabajaban a la vez mientras el ruido resonaba por todo el centro.

Empezaron a aparecer grietas en el cristal. Kevin veía que se extendían como la tela de una araña por la superficie, propagándose y uniéndose con cada golpe. Ted apuntó su pistola hacia los científicos, pero eso no los detuvo, ni los hizo fueron más lentos.

Se rompió el cristal y salieron al ataque. Kevin oyó que la pistola de Ted se disparaba, pero no pareció cambiar nada. Kevin vio que los científicos que no llevaban máscaras se quedaban helados, respirando con dificultad mientras se agarraban la garganta y después se ponían derechos. Uno se lanzó a uno que estaba al lado y que llevaba máscara, se la quitaba y después exhalaba una neblina transparente que llenaba el espacio que había delante de ellos. En unos instantes, ese científico también estaba reconvertido.

Uno agarró a Kevin y le arrancó la máscara que llevaba. Kevin intentó aguantar la respiración, intentó apartarse, pero no había forma de hacerlo. Un vapor con un olor fétido lo cubrió…

… y no pasó nada.

Luna golpeó en el costado al científico que sujetaba a Kevin. Era pequeña, pero tenía mucha experiencia pegando a gente más grande que ella y, por lo menos, bastó para hacer que el científico lo soltara.

—¡Corred! —exclamó Ted—. ¡Meteos en el búnker!

Empezó a disparar su pistola en el tumulto. Eso no paró a los científicos. Fuera lo que fuera lo que los controlaba, no parecía preocuparse por cosas humanas como el dolor, o el daño que hacían a los cuerpos que agarraban. Mientras Kevin observaba, tres científicos cogieron a Ted y lo arrastraron.

Kevin quería ayudar a Ted, quería salir a toda pastilla y sacarlo de aquel lío, pero no había modo de hacerlo, ni tan solo podía empezar a ayudar. Lo máximo que pudo hacer fue coger a Luna por el brazo y sacarla de allí, para escapar los dos de los científicos que avanzaban.

Al mirar atrás, Kevin vio que se transformaban uno a uno. Vio que la Dra. Levin respiraba con dificultad, se agarraba la garganta cuando le entró el gas y, a continuación, se ponía derecha de un modo que era demasiado tranquilo, demasiado silencioso.

Vio que el Profesor Brewster cambiaba en cuestión de segundos y que el gas se apoderaba de él.

Una parte de él pensaba que se enfrentaría a esto de algún modo, que se liberaría y que vendría a ayudarlos. Kevin soltó un grito desconsolado cuando el soldado se quedó quieto, después se levantaba y se unía a los demás mientras los perseguían.

Iban a toda prisa por los pasillos del edificio, más y más científicos les seguían con una determinación que ya no era humana, ni tan solo se le acercaba. Al mirar atrás, Kevin vio a Ted, a la Dra. Levin y al Profesor Brewster, tan extraterrestres como el resto. Una parte de él quería desplomarse sobre sus rodillas, roto por la sorpresa. Solo la presencia de Luna a su lado le hacía seguir corriendo.

—Por aquí —dijo Luna, tirando de él hacia un pasillo lateral, y después a través de una serie de habitaciones que contenían equipos científicos. Se agacharon detrás de una serie de microscopios grandes y se quedaron inmóviles mientras, detrás de las puertas, los científicos poseídos por los extraterrestres avanzaban por el edificio, casi descuidadamente, agarrando a todo aquel que se encontraban para convertirlo.

Luna se arrodilló y miró fijamente a Kevin.

—Déjame mirarte a los ojos.

Kevin sabía lo que buscaba.

—No soy un extraterrestre.

—No, no lo eres, pero deberías serlo. No sé cómo no lo eres. —Negó con la cabeza—. ¿Qué hacemos?

Parecía dar por sentado que había algo que podían hacer. Kevin no. Si esta enfermedad le había enseñado algo, era que había algunas cosas con las que nos e podía hacer nada.

—Ted dijo que nos metiéramos en el búnker —dijo Kevin.

Luna asintió.

—¿Tienes la llave?

Kevin la sostuvo en alto.

—Vale —dijo ella—. Vamos.

Kevin guiaba, moviéndose con lentitud a través de los equipos científicos, en dirección a los ascensores. Cada cierto tiempo paraban, y tanto Kevin como Luna se quedaban inmóviles y esperaban mientras los científicos pasaban por delante. Ahora no había muchos. Kevin supuso que probablemente estarían moviéndose por el resto del edificio, convirtiendo a la gente a su paso. Era un poco como esos días en que se colaban en lugares en los que no debían y tenían que mantenerse fuera de la vista de los adultos, solo que en realidad, no era nada de eso. Si los pillaban, no les iban a dar un aviso serio o a decirles que se fueran.

Los ascensores estaban más adelante, justo después de una sala llena de plantas preparadas para hacer pruebas. Delante de ellos había media docena de científicos esperando, como si supieran que ellos dos irían en esa dirección.

Kevin se dio cuenta de que probablemente sí que lo sabían. Por lo que había sucedido en el laboratorio, parecía que tuvieran acceso a los pensamientos y los recuerdos de la gente a la que controlaban, así que ¿por qué no iban a saber lo del búnker?

—¿Qué hacemos? —preguntó Luna.

Kevin intentaba pensar.

—Necesitamos una distracción.

Cogió una de las plantas y miró su tiesto de cerámica. Se fue hasta la puerta de la habitación que estaba más lejos del ascensor y escogió una dirección. Entonces hizo rodar el tiesto, tan fuerte como pudo, volviendo a toda prisa donde estaba Luna justo a tiempo para que se oyera un estruendo a lo lejos.

Los científicos controlados por los extraterrestres se giraron hacia el ruido y, a continuación, avanzaron con ese horrible silencio sincronizado que tenían.

—Ahora —dijo Kevin, y él y Luna fueron a toda prisa hacia los ascensores. Habían colocado una cerradura a la altura del pecho.

—Rápido —dijo Luna—, utiliza la llave.

Kevin la metió en una cerradura al lado de los ascensores y se encendió una luz verde. Las puertas de los ascensores se abrieron con una lentitud angustiosa. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que los alienígenas divisaran lo que había hecho el ruido y dedujeran que los habían engañado? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que volvieran a por ellos?

Un ruido inhumano de no muy lejos daba a entender que no tardarían mucho.

—Dentro —dijo Luna—, y ambos cayeron tropezando dentro del ascensor.

Había otra ranura dentro del ascensor, junto a un botón en la parte de debajo de los controles etiquetado simplemente «Búnker». También había otros botones, para los diferentes pisos del centro, para su vestíbulo y su garaje. Kevin estaba quieto, mirándolos.

—¿Qué estás esperando? —preguntó Luna—. Ya oíste a Ted, tenemos que ir al búnker.

Kevin asintió. Lo había oído. Solo había un problema.

—¿Qué pasa con nuestros padres? —preguntó.

Vio que Luna abría mucho los ojos.

Fuera, vio unos extraterrestres que doblaban la esquina, todos ellos yendo hacia los ascensores con una sincronización perfecta.

—Si nosotros vamos al búnker, ¿quién salvará a nuestros padres? —preguntó Kevin. No podía abandonar a su madre para que se convirtiera en un extraterrestre. No podía.

Así que mientras los científicos controlados por alienígenas avanzaban a toda prisa, Kevin pulsó el único botón que podía.

CAPÍTULO VEINTICINCO

Kevin solo podía quedarse quieto mientras el ascensor subía, hacia el vestíbulo. Los segundos parecían alargarse, y con cada uno que pasaba podía imaginar a los científicos corriendo por el edificio, agarrando a más gente y exhalándoles vapor, o simplemente esperando mientras se extendía por el edificio, tal vez más lejos.

El ascensor subía haciendo un ruido sordo, las luces parpadeaban de un modo que daba a entender que algo estaba pasando en algún lugar del edificio; algo violento.

—¿Crees que podrán parar esto? —preguntó Luna. Realmente parecía asustada. Tan asustada como Kevin estaba, ahora mismo.

—No lo sé —confesó y no saber era una de las peores partes. No tenía ni idea de lo que iba a pasar, o si podían parar esto, o cómo.

Lentamente, el ascensor paró de golpe y las puertas se abrieron para dejar al descubierto el vestíbulo que había tras ellas. Kevin y Luna se colaron en él sigilosamente, sin atreverse a sacarse las máscaras mientras lo atravesaban corriendo.

Una mirada al suelo le dijo que era lo correcto. Podía ver el vapor extendiéndose por él como la neblina en una fría mañana, colándose por debajo de las puertas y extendiéndose, atrapada por la brisa de fuera. No podía verla cuando tocaba a los manifestantes, pero podía ver los efectos cuando la inhalaban, podía ver cómo se quedaban quietos uno a uno, mirando fijamente hacia arriba como si esperaran algo.

—No —dijo Luna y Kevin pudo oír el horror en su voz—. No, no puede extenderse tan rápidamente.

Kevin se tragó su propio miedo. ¿Cómo podía hacer tanto el vapor, tan rápido? Pero él conocía la respuesta a esto: había sido diseñado para eso y ese era el pensamiento más aterrador de todos, porque significaba que la gente que estaba fuera eran solo el principio.

Kevin no podía imaginar cómo iban a pasar por delante de ellos, pero parecía que Luna tenía una idea. Ya estaba saliendo del instituto, en dirección al aparcamiento que había allí.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Kevin.

—Si tenemos que llegar a casa a tiempo, no podemos coger el autobús —dijo Luna—. Necesitamos un coche.

—¿O sea que vas a robar uno? —preguntó Kevin—. Pero ¿tú sabes conducir?

A Kevin le parecía inimaginable que alguien de su edad pudiera hacerlo, pero Luna parecía bastante segura.

—Robar no, tomar prestado —dijo Luna—. Y sí, sé conducir. Seguramente. Uno de mis primos me dejó conducir su furgoneta una vez. No es tan difícil.

Fueron al aparcamiento y miraron fijamente a todos los coches que había allí. Kevin no estaba seguro de lo que costaría robar uno, o de cuánto tiempo tardarían en hacerlo. No estaba seguro de que tuvieran mucho tiempo. Ya podía ver a algunos de los que estaban al otro lado de la valla del centro dirigiéndose hacia ellos.

—Umm… ¿Luna? —dijo—. Creo que tenemos que darnos prisa.

—¡Allí! —dijo, señalando. Kevin reconoció el coche compacto de ciudad de la Dra. Levin de inmediato—. Te dio todas sus llaves, ¿verdad?

—No estoy seguro —dijo Kevin. Las sacó—. Me dio una para el ascensor, pero… —Una sobresalió de inmediato—. ¿Esta parece una llave de coche?

—Sí —dijo Luna. Se la quitó de la mano, se fue hacia el coche y abrió las puertas. Kevin echó la vista atrás y vio que la gente que los extraterrestres controlaban ahora estaban avanzando, dirigiéndose hacia ellos y hacia el edificio en un único grupo sincronizado.

Kevin se metió en el coche, donde Luna ya estaba manipulando la llave, para poder ponerlo en marcha.

—Pensaba que sabías lo que hacías —dijo él.

—es diferente a la furgoneta de mi primo —respondió—. Dame un minuto.

Kevin miraba por encima del salpicadero a la horda de científicos que avanzaba.

—No estoy seguro de que tengamos un minuto.

—Espera, ¡creo que lo tengo!

El motor exactamente no se puso en funcionamiento con un rugido, dado lo pequeño que era el coche, pero se puso en marcha. Luna puso una marcha y dieron una sacudida hacia delante, empotrándolo contra el coche de delante.

—Por el otro lado —dijo Kevin.

—¿Quieres conducir tú? —replicó Luna. Consiguió poner la marcha atrás y salir de la plaza del aparcamiento con otro arañazo de metal sobre metal. Puso el coche otra vez para conducir y se marcharon hacia la puerta.

Un manifestante se lanzó delante del coche, rebotó contra el capó y después se puso de pie, aparentemente ileso. Kevin había visto a Ted disparando contra los científicos controlados, pero sin que eso los detuviera, así que dudaba que el coche hubiera hecho mucho. Otro se lanzó sobre el capó, sujetándose con fuerza, unos ojos con pupilas blancas los miraban directamente.

—¡Sácalo! ¡Sácalo! —gritó Luna.

Kevin no estaba seguro de cómo se suponía que iba a hacerlo, pero hizo todo lo que pudo. Bajó la ventanilla de su lado, se asomó y retorció la mano del manifestante. Dio un tirón y el manifestante se soltó y cayó sobre el asfalto.

Entonces estaba despejado, se alejaron conduciendo a través de las instalaciones de la NASA, en dirección a la autopista mientras las personas controladas les seguían el rastro. El pequeño coche salió a la carretera y Kevin miraba alrededor, esperando ver gente haciendo sus cosas, medio esperando que hubiera polis por allí que los pararan por conducir tan sin dirección, de manera que pudieran avisar a la gente de lo que estaba pasando.

En cambio, la gente estaba a los lados de la carretera, perfectamente quietos mientras miraban fijamente al cielo.

—El vapor se está extendiendo —dijo Kevin.

Luna asintió.

—Tenemos que llegar a nuestros padres. Ahora.

Iban a toda velocidad por la carretera. Kevin vio que los nudillos de Luna estaban blancos al volante mientras conducía y su cara fija con la concentración. A pesar de eso, zigzagueaban y frenaban mientras ella se esforzaba por familiarizarse. Kevin no tenía ninguna duda de que si hubiera habido más gente conduciendo por allí, hubieran chocado en el primer kilómetro. En cambio, los únicos otros coches de la carretera estaban estacionados, abandonados a los lados o, de vez en cuando, en medio de la autopista mientras sus propietarios salían a mirar fijamente al cielo.

Esto era culpa suya. Si él no hubiera dicho nada de lo que había visto, si nunca hubiera llevado a la gente hasta la roca, entonces esto no hubiera pasado. No habría gente allí de pie con la mirada vacía como maniquís ni el efecto se estaría extendiendo…

Su madre. Estaría allí, sin saber lo que estaba sucediendo. Sin saber qué hacer. ¿Estaría a salvo? ¿Y si estaba como estos de aquí? No, Kevin no podía soportar ese pensamiento. Kevin sacó su teléfono para intentar llamar a su madre y avisarla. No le extrañó encontrar media docena de llamadas perdidas de ella, todos los mensajes queriendo saber dónde estaba. Le devolvió la llamada.

—¿Kevin? —dijo al cogerlo—. Kevin, ¿dónde estás? ¿Dónde te habías metido? No estabas en casa cuando volví. ¡Me he estado volviendo loco!

Kevin suspiró aliviado porque, por lo que parecía, su madre todavía tenía la mente muy ocupada.

—Mamá, estoy con Luna.

—¿Luna? ¿Qué estáis haciendo vosotros dos? En la tele hay cosas… Están diciendo todo tipo de cosas.

—Es difícil de explicar, mamá —dijo Kevin—. Fuimos al instituto de la NASA para avisar a la gente de que los extraterrestres nos habían engañado, pero llegamos demasiado tarde.

—¿Los extraterrestres? —dijo la madre de Kevin—. Kevin, ¿fuisteis hasta allí? No era seguro y…

—Mamá —dijo Kevin—, tienes que escucharme. Había una especie de gas o algo así dentro de la roca. Cambia a las personas, permite a los extraterrestres controlarlas. Tienes que encontrar una mascarilla, o un lugar que no de al aire libre.

—Kevin —dijo su madre—. Esto no suena muy…

—No estoy loco, mamá —insistió Kevin, antes de que su madre pudiera terminar—. No lo estoy. Mira la tele. Si no me crees, Luna te lo dirá.

Alargó la mano con el teléfono para que Luna hablara. No estaba seguro de que distraerla así fuera muy buena idea, pero tenía que hacer algo para intentar mantener a salvo a su madre.

—Sra. McKenzie, todo es verdad —dijo Luna—. Tiene que escucharme. Yo lo vi. Vi cómo cambiaban los científicos… Sí, sé que parece una locura, pero le juro que es verdad. Ahora estamos viniendo hacia usted.

Giró bruscamente el volante para evitar a otro coche y Kevin apartó el teléfono.

—¿Mamá? Estaremos allí lo más pronto que podamos. Si alguien intenta entrar, mírale los ojos. Si tiene las pupilas blancas, no le dejes entrar. Ni tan solo a nosotros. Y ¿mamá? Te quiero.

Seguramente no molaba mucho decir una cosa así pero, ahora mismo, a Kevin no le importaba. Quería que su madre lo supiera.

—Yo también te quiero —dijo su madre—. Sea lo que sea esto, encontraremos una manera de resolverlo.

Kevin no estaba muy seguro de que fuera tan fácil. Colgó y, a continuación, llamó a los padres de Luna, ya que no había manera de que lo hiciera ella sin parar o chocar. Llamó a su madre, y después a su padre, y las dos veces le salió el buzón de voz.

—No contestan —dijo.

Luna lo miró.

—¿Crees que eso significa…?

—¡Cuidado! —dijo Kevin, agarrando el volante para apartarlos de un grupo de gente que se metió en la carretera para mirar al cielo. Su coche derrapó brevemente, rascando a lo largo de la carretera antes de continuar.

Luna tomó el mando del volante de nuevo, ahora no decía nada mientras conducía, más y más rápido a medida que cogía confianza. Kevin suponía que seguramente bajaría un poco la velocidad, pero no iba a ser él el que se lo dijera ahora mismo, especialmente cuando necesitaban llegar a su madre.

Parecía que no llegaban nunca hasta que aparcaron en Walnut Creek y allí todo parecía muy tranquilo; siniestramente tranquilo. Cuando Luna paró el coche delante de la casa de Kevin, a él se le ocurrió que no debería haberlo podido hacer. Deberían haber estado rodeados de reporteros, todos ansiosos por fotografiarlo haciendo cosas que no debería estar haciendo.

En cambio, la calle estaba vacía.

—¿Dónde están todos? —se preguntó Kevin en voz alta.

—¿De verdad quieres que te agobien los reporteros? —replicó Luna—. Probablemente se han ido a cubrir todo lo que está pasando, o han decidido ponerse a cubierto. Yo lo haría.

—Lo haremos —prometió Kevin. Tan pronto como hubieran llegado a sus padres—. Mi madre debería habernos visto aparcar.

Fue del coche a la casa, llamó al timbre de la puerta y después dio golpes a la puerta.

—Mamá —gritó—, no soy un reportero. Soy yo, Kevin.

Esperó unos cuantos segundos, sin estar seguro de si el silencio era porque su madre se estaba escondiendo o porque esto significaba algo más siniestro. Se atrevió a suspirar aliviado cuando oyó el clic del pestillo y la puerta empezó a abrirse.

—¡Mamá! —dijo Kevin, abriendo los brazos para abrazarla, sin importarle que no fuera muy guay hacerlo. Ella estaba frente a él, sonriendo con los brazos abiertos, parecía segura, parecía feliz…

… Entonces Kevin vio sus ojos, blancos, inexpresivos y mirando fijamente, y se dio cuenta de que su madre lo agarraba, no lo abrazaba.

Entendió que era demasiado tarde, se le abrió un profundo agujero en el estómago.

Los extraterrestres la tenían.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
231 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640294608
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