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CAPÍTULO VEINTIUNO

Compraron billetes para el autobús a San Francisco de un vendedor que los observaba con desconfianza. Kevin no estaba seguro de si era porque el hombre lo reconocía de las noticias, o porque pensaba que seguramente eran fugitivos, o por las dos cosas. Pero, aun así, consiguieron comprar billetes y pillar dos asientos hacia el final del autobús que avanzaba traqueteando medio lleno en dirección a la ciudad. Se apiñaron en ellos, y Kevin se sintió agradecido de que Luna estuviera allí. No estaba seguro de poder hacer esto sin ella.

El viaje en autobús parecía no acabar nunca y Kevin pasó la mayor parte del tiempo intentando pensar qué podría decir que pudiera convencerlos de que estaba diciendo la verdad. No podía simplemente pedirles que confiaran en él, no después de la última vez.

—Por supuesto que puedes —dijo Luna cuando le contó todo esto—. Les pides que comprueben la ubicación de la señal. Puede que no puedan resolver lo que significa, pero aun así la oirán.

Hizo que pareciera fácil, pero lo cierto era que seguramente era su mejor opción. Así que, cuando el autobús llegó a la estación, Kevin se fue con Luna a buscar un taxi que los llevara en la dirección adecuada, intentando ignorar el modo en que su cuerpo empezaba a temblar.

—¿Van por la diversión que hay allí? —preguntó el taxista—. Os perdisteis la mayor parte. dejaron de hablar de los extraterrestres hace un par de días.

—Tal vez empezarán de nuevo —dijo Luna—. Nunca se sabe.

—El taxista los llevó hasta la entrada del SETI. Aquí no había la gente acampada que había en las instalaciones de la NASA y Kevin se alegraba de ello. Significaba que sencillamente podía entrar sin que lo vieran, o lo agarraran, o…

—¿Tú? —dijo la recepcionista casi en cuanto hubo pasado por la puerta—. ¿No entendiste el mensaje cuando te colgué? Ya has causado bastantes problemas aquí. Sal antes de que llame a seguridad.

Antes, hubiera sido la madre de Kevin la que se hubiera metido en una pelea de gritos con la recepcionista. Ahora Luna avanzaba, evidentemente con ganas de discutir.

—No pasa nada —dijo la Dra. Levin, entrando en el vestíbulo—. Yo me encargo. Kevin, ¿qué estás haciendo aquí?

—Está intentando ponerse precisamente en contacto con usted —dijo Luna, el enfado era fácil de oír en su voz—. Pero al parecer la gente que ya lo ha traicionado no está dispuesta a escuchar.

—Hola, Luna —dijo la Dra. Levin—. ¿Vuestros padres saben que vosotros dos estáis aquí? Realmente no deberíais estar aquí.

—Ha habido otro mensaje —dijo Kevin, imaginando que no tenían mucho tiempo. Tenía la sensación de que ahora mismo él no tenía mucho tiempo. Tal vez era por el esfuerzo de venir hasta aquí, pero Kevin sentía que la presión dentro de su cabeza iba en aumento, junto con un mareo que hacía que el mundo diera vueltas. Lo apartó. Esto era importante.

—Kevin —dijo la Dra. Levin—, a estas alturas todos sabemos que los mensajes no son reales. Aunque tú pienses que lo son, debes parar esto.

—¿Cómo supe lo del Pioneer 11? —exigió Kevin—. Había tenido un viaje entero en autobús para pensar en lo que iba a decir y en cómo podía convencer a la Dra. Levin—. ¿Cómo supe dónde estaba la primera señal? Me vio hacerlo con sus propios ojos, Dra. Levin.

La científica empezó a negar con la cabeza.

—Eso no importa.

—Sí que importa —insistió Kevin—. Si no cree en la prueba que tiene delante, entonces ¿para qué sirve la ciencia? —Hizo una pausa—. Si puede dar una explicación, dígamelo, Dígame cómo lo hago y me daré la vuelta y me iré, pero creo que no puede, y no puede porque esto es real y porque hay otro mensaje.

Entonces hubiera dicho más, pero no pudo contener la repentina presión dentro de su cabeza.

De repente, se desplomó.

***

La oscuridad se apoderó de Kevin. Por una vez, no había visiones, ni mensajes y ninguna señal de nada.

Solo vacío.

Se despertó y había una luz penetrante, y parpadeó para intentar adivinar dónde estaba.

Luna y la Dra. Levin lo estaban mirando.

—Kevin, ¿estás bien? —preguntó Luna.

—Deberíamos buscarte atención médica —dijo la Dra. Levin.

—No —consiguió decir Kevin y, por un instante, ni tan solo él estaba seguro de qué pregunta estaba respondiendo—. Más doctores no. No llaméis a mi madre. Tenemos que esperar la señal.

Se dio cuenta de que se había desmayado. Estaba tumbado en el suelo, en el lugar donde unos momentos antes había estado de pie.

Oyó que la Dra. Levin suspiraba. No estaba seguro de qué haría si ella lo echaba. ¿Poner la información en Internet, tal vez? ¿Enviarla directamente a algún observatorio con la esperanza de que harían algo con la información? Seguramente, para entonces ya tendría suficientes problemas con su madre. Tenía que quedarse allí y esperar.

Vio que ella lo observaba con más compasión de lo que lo había hecho antes; imaginó que su desmayo había cambiado algo dentro de ella.

—Vale —dijo la Dra. Levin—, vale, lo confieso, he estado pensando en todo desde la primera vez que viniste aquí. A no ser que consiguieras tomar el control de todos los sistemas de la NASA de alguna manera… No, esto no tiene sentido. Pero eso significa…

—Significa que usted me cree —dijo Kevin.

La Dra. Levin asintió.

—Sí, te creo. No quiero hacerlo, pero no veo otro camino. ¿Cuál es este mensaje tuyo?

—Coordenadas –dijo Kevin—. Como la última vez que tuvimos que cambiar el posicionamiento del telescopio, pero diferente. Quieren que nos centremos en un lugar diferente.

—¿Para mensajes que vienen de un trozo de cielo diferente? —preguntó la Dra. Levin. Kevin la oyó suspirar—. Sabes que nadie moverá un telescopio porque yo lo diga, ¿verdad? No después de…

—¿Después de todo lo que yo hice? —supuso Kevin.

La Dra. Levin asintió.

—Alguien debe haber —insistió Luna, que estaba a su lado—. El profesor Brewster no tiene por qué saberlo. O podríamos encontrar una manera de infiltrarnos.

A veces era sorprendente el poco respeto que Luna tenía por las normas. Para sorpresa de Kevin, la Dra. Levin parecía tomarse en serio su sugerencia.

—Infiltrarse en la NASA es difícil —dijo ella—. Para hacerlo, necesitaríamos a alguien que…

Entonces se le iluminaron los ojos al darse cuenta.

—Por supuesto —se dijo a sí misma—. Phil.

Kevin asintió al mencionar el nombre del científico—. ¿Usted cree… usted cree que ayudaría?

—Podría ser —dijo la Dra. Levin—. Por lo menos, él es nuestra mejor opción.

Ella y Luna ayudaron a Kevin a levantarse. Hacía falta un esfuerzo, pero iba a conseguirlo.

—No puedo creer que lo esté haciendo otra vez –dijo—, pero supongo… supongo que tenemos que ir de excursión a la NASA.

CAPÍTULO VEINTIDÓS

Fueron hasta las instalaciones de la NASA en el coche de la Dra. Levin. Cuando los tres llegaron con el coche, todavía había gente esperando fuera, pero menos de los que había habido. Se dirigieron hacia las puertas en el coche de la Dra. Levin. Allí había un guardia de seguridad, de pie detrás de una barrera baja.

—Esto podría ser peligroso —dijo la Dra. Levin—. No he vuelto desde que sucedió esto.

Ella avanzó y el guardia alzó una mano.

—No puede entrar aquí —dijo, con una mano alzada—. A uno de vosotros ya le he dicho, debo haber dicho un… Dra. Levin, ¿qué está haciendo aquí? No está en la lista para hoy.

—Tenemos que entrar, Neil —dijo—. Tengo que hablar con Phil.

—¿Tenemos? —dijo el guardia—. Miró de nuevo hacia el coche—. Espere, ¿ese no es…?

Kevin no evitó la mirada del guardia. Ahora mismo, era su única esperanza.

—¿Tú? Se supone que no debes estar aquí. Dijeron…

—Probablemente dijeron toda clase de cosas —dijo la Dra. Levin—, pero tenemos que entrar. Por favor.

—Lo siento, Dra. Levin —dijo el guardia de seguridad—. Pero sencillamente no puedo dejarla entrar así, especialmente si le trae a él aquí.

Kevin miró hacia Luna, la cual asintió.

—Por favor, Neil, esto es vital —dijo la Dra. Levin.

—Lo siento, debe dar la vuelta con el coche y… ¡Eh!

Kevin y Luna salieron de golpe del coche prácticamente a la vez.

Kevin pasó a toda velocidad por delante de él casi a la vez que Luna. El hombre no podía cogerlos a los dos a la vez, así que consiguieron colarse por la barrera y corrieron hacia las puertas del edificio aunque el guardia de seguridad diera la vuelta para correr detrás de ellos, sus esfuerzos obstaculizados por unas cuantas personas que habían ido allí a protestar y que estaba claro que habían decidido seguir para ver lo que estaba pasando.

Kevin fue corriendo hacia delante, yendo a toda prisa hacia la puerta. Tanto Luna como él eran más rápidos de lo que lo era el hombre y consiguieron llegar a las puertas antes de que el guardia hubiera cubierto la mitad del espacio. Seguramente eso hubiera significado mucho más si las puertas no hubieran estado cerradas. Kevin las aporreó, pero él no tenía la autorización de seguridad para cruzarlas, nunca había tenido la autorización para cruzarlas y ahora el guardia se les echaba encima.

—¡Los dos vais a ir directos a la policía! —prometía mientras se acercaba.

Entonces se abrieron las puertas del edificio, y tanto Kevin como Luna entraron tropezando un paso por delante del guardia. La puerta se cerró de golpe y lo dejó fuera, y Kevin alzó la vista y vio a la persona que había abierto la puerta.

—¿Ted? —Era la última persona a la que Kevin hubiera esperado allí, pero seguramente también era la mejor persona con la que se podrían haber tropezado—. ¿Todavía está aquí?

Ted asintió.

—Tuve que quedarme por aquí para responder a algunas preguntas sobre todo esto. Pero eso no tiene importancia. ¿Qué estás haciendo aquí, Kevin? —Miró a Luna—. ¿Los dos estáis aquí?

—Ha habido otro mensaje —dijo Kevin.

Mientras que los otros le habían colgado el teléfono o lo habían mirado como si estuviera loco, Ted lo miró serio.

—¿Estás seguro?

Kevin asintió.

—Necesitamos a alguien que sepa realinear el telescopio. Hay otra serie de coordenadas.

Ted observó a la Dra. Levin acercándose, ahora que podía entrar porque Ted había hecho que el guardia retrocediera.

—¿Ha venido a comprobar?

La Dra. Levin asintió.

—Esperaba que Phil quisiera realinear las cosas discretamente. El problema es llegar hasta allí.

—Yo puedo arreglar eso —dijo Ted—. Se supone que estoy aquí para empaquetar las cosas, pero todavía tengo pleno acceso.

Sacó una llave de tarjeta y los metió en el edificio. Algunas de las personas del vestíbulo los miraron fijamente, pero nadie dijo nada. Kevin supuso que tenía mucho que ver con la presencia de Ted y la de la Dra. Levin.

—Deberíamos movernos rápidamente —dijo Ted—. Muy pronto alguien le dirá al Profesor Brewster que estáis aquí.

—Siempre y cuando para entonces tengamos los nuevos mensajes —la Dra. Levin.

Se dirigió hacia el despacho de Phil, con Kevin, Luna y Ted siguiéndole detrás. Kevin veía las miradas que le echaban algunas personas y oía el murmullo al pasar. No habían olvidado lo que había pasado. Kevin solo esperaba que Phil quisiera ayudar.

La Dra. Levin llamó a la puerta del investigador, y Kevin observó su cara al verlos allí. Pasó del reconocimiento a la sorpresa, y después a una especie de comprensión preocupante.

—No —dijo, alzando las manos—. Sea lo que sea, no.

—Todavía no te hemos pedido nada —puntualizó la Dra. Levin.

—Pero lo haréis —dijo Phil—, y el Profesor Brewster se enterará de esto, y…

—¿Te preocupa lo que diga David? —replicó la Dra. Levin.

Phil encogió los hombros y, a continuación, suspiró.

—¿Qué necesitáis?

—Necesitamos que apunte los telescopios hacia unas nuevas coordenadas —dijo Kevin, respondiendo por ellos—. Recibí otro mensaje.

—Queréis que… ¿sabéis lo que estáis pidiendo? —dijo Phil.

—Míratelo así —puntualizó la Dra. Levin—. Si lo haces, te convertirás en el tipo que demostró que Kevin tenía razón directamente.

Phil tragó saliva y, a continuación, asintió.

—Vale, pero tenemos que hacerlo discretamente. Vamos.

Ahora él los guiaba por el edificio y los llevó hasta un laboratorio equipado con monitores y pantallas. Phil dio unos cuantos golpecitos al teclado y este empezó a mostrar los datos de una de las matrices del telescopio.

—Bueno —dijo—, parece que nos han tendido una trampa. Acabamos de… oh, aquí acaba mi carrera.

Kevin miró alrededor. A través de las puertas del laboratorio, podía ver que el Profesor Brewster se acercaba, con un gesto estruendoso en la cara.

—¿Qué están haciendo ellos aquí? —preguntó mientras avanzaba—. ¡Parad lo que estéis haciendo de inmediato!

Kevin imaginó que había sido inevitable que alguien le dijera que estaban aquí. Solo que pensaba que tendrían algo más de tiempo antes de que esto sucediera.

—Parece que hemos terminado —dijo Phil.

—No si lo hacemos rápidamente —respondió Kevin.

—No tan rápidamente —dijo Luna. Fue corriendo hacia la puerta, la cerró y calzó una silla debajo del pomo—. ¿Qué? —preguntó mientras los otros la miraban—. Era evidente hacerlo.

—Solo para ti —dijo Kevin con una sonrisa.

Fuera, el Profesor Brewster golpeaba la puerta de cristal.

—¡Abridla inmediatamente! ¡Llamaré a seguridad! ¡Cualquiera que ayude al chico será tratado como un delincuente!

Kevin miró hacia Phil. Sin él, no podrían realinear el telescopio, así que si él decidía no hacerlo…

—Bien —dijo él—. ¿Cuáles son las coordenadas?

Kevin respiró aliviado y recitó de memoria. Como con la primera serie de números, esos parecían casi arder en su interior, estaban allí cuando cerró los ojos así que casi era más leer que recordar.

—¿Estás seguro? —preguntó Phil.

Kevin asintió, abriendo los ojos. Ahora había más gente al otro lado de la puerta, reunidos allí para ver lo que estaba pasando, o intentando ayudar al Profesor Brewster a entrar.

—Vamos allá, entonces —dijo Phil. Pulsó otro botón y Kevin vio que los números de la pantalla cambiaban mientras la zona de enfoque del radiotelescopio empezaba a cambiar. Cambiaban poco a poco, los números se acercaban más a los que él veía, y más, hasta que…

En el momento en que coincidieron, llegó una señal, clara y fuerte. Empezaron a salir ruidos del sistema. Eran de un estilo familiar, pero a la vez parecían diferentes a algunas de las que Kevin había traducido. Menos precisas y mecánicas, más fluidas.

Aun así, se puso a traducirlas de forma automática.

—Si estáis recibiendo esto, tened cuidado —tradujo—. Estáis en grave peligro. Los últimos mensajes que recibisteis eran una trampa.

Kevin oía que el Profesor Brewster continuaba golpeando la puerta, pero continuaba escuchando, y ahora la traducción fluía de él.

—Sus transmisiones eran una mentira, pensadas para haceros abrir la cápsula. No es una cápsula del tiempo. Es un arma. A nosotros nos ha destruido por completo. Está es nuestra última transmisión, para avisar a los demás que no cometan el mismo error que nosotros.

Kevin frunció el ceño, no estaba seguro de estar traduciéndolo bien, pero el mensaje no había terminado.

Brewster y su equipo irrumpieron por la puerta.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó… pero paró en seco cuando también lo escuchó.

—No cometáis los errores que nosotros cometimos. No abráis lo que os enviaron.

El mensaje paraba y se repetía, como si lo hubieran mandado en una especie de bucle.

—Alguien quería asegurarse de que lo oíamos —dijo Luna.

Kevin asintió, intentando encontrarle la lógica. Miró hacia los adultos.

—¿Dónde está la roca? —preguntó Brewster.

—Abajo… Laboratorio 3b.

—¡Llamadlos por teléfono! —exclamó Ted—. ¡AHORA!

CAPÍTULO VEINTITRÉS

Kevin corría, intentando seguir el ritmo de la Dra. Levin, Luna y Ted mientras iban a toda prisa por el instituto de la NASA, intentando llegar al lugar donde guardaban la roca. Él veía las miradas atónitas en los rostros de los científicos a los que pasaban por delante, algunos de ellos evidentemente lo reconocían, otros probablemente solo se sorprendían de que alguien corriera tan rápido con un edificio científico serio.

La Dra. Levin le pasó un manojo de llaves a Kevin.

—Si esto va mal —dijo mientras corría—, si hay algo que no podéis contener, hay un lugar seguro debajo del edificio, en el subsótano. Una de estas llaves da acceso a una red de búnkers, si no está cerrado. úsala, y el ascensor debería llevaros directamente allí.

—¿Dónde guardan la roca de la expedición? —gritó Ted a un grupo de científicos al pasar.

—Laboratorio de investigación 3b —dijo uno de ellos—. ¿Por qué? ¿Hay algo…?

Ya les estaban pasando por delante a toda prisa, para intentar llegar a tiempo. Se detuvieron en las puertas de seguridad, pero estas no hicieron más que ralentizarlos un poco, abriéndose con la tarjeta de seguridad de Ted con luces verdes y reconfortantes silbidos de aire.

Kevin oía al Profesor Brewster chillando detrás suyo, pero no redujo la velocidad.

Fueron hasta las entrañas del edificio, pasando por laboratorios que Kevin había visto cuando había estado paseando por allí con Phil. Pasaron por delante de los lásers y laboratorios de cultivo, las cosas que prometían dar a la humanidad una oportunidad para sobrevivir y desarrollarse si alguna vez conseguían llegar a otro mundo, y las cosas que llevaban consigo la promesa de hacer de este un lugar mejor. Ahora mismo, lo único que importaba era la amenaza de lo que podría pasar si no se aseguraban de que la roca estaba contenida.

Se detuvieron ante una serie de letreros, después continuaron corriendo de nuevo, bajaron un tramo de escaleras y hasta una parte del edificio donde la única luz era artificial. A Kevin le parecía estéril, inhospitalario comparado con el resto del lugar. Los científicos delante de los que pasaban llevaban en su mayoría trajes o batas de laboratorio limpios, evidentemente para intentar evitar los experimentos contaminantes.

Cuando llegaron al laboratorio, Kevin tuvo que admitir que realmente parecía un lugar seguro. Tenía paredes de cristal endurecido en tres lados, mientras que el cuarto daba a la pared exterior del edificio. La roca estaba en el centro, expuesta sobre una mesa como un huevo de Pascua partido por la mitad. A su alrededor había tres científicos con trajes blancos de plástico limpios. Dos llevaban máscaras, mientras que uno parecía no haberse preocupado, ya que estaba lejos de la roca, trabajando con un microscopio.

El cristal era grueso, pero aun así Kevin podía oír lo que estaban diciendo mientras Ted probaba la cerradura, para intentar entrar.

—Estas muestras aún son interesantes —dijo el científico—. A pesar de que no sean lo que nos prometieron.

—Que el Profesor Brewster no te oiga decir eso —respondió otro—. En lo que a él respecta, cuanto antes declaremos inútil a la roca y nos deshagamos de ella, mejor.

—Bueno, quizás tenga que esperar, esto es…

—¿Qué? —preguntó el tercer científico. ¿Y tú te pondrás la máscara? Es el protocolo.

Kevin vio el momento en el que empezaba a salir vapor de la superficie de la roca. Era casi transparente, y lo podría haber confundido con el vapor que sale a causa de un cambio de temperatura en la roca pero, de alguna manera, sabía que no lo era.

—Esto pasa siempre —dijo uno de los científicos.

Kevin golpeó el cristal con la mano, mientras Ted continuaba probando la cerradura.

—Además de la tarjeta, hay un código —dijo—. Imagino que es porque es una habitación sellada.

—Tienen que salir de aquí —gritó Kevin—. Están todos en peligro.

Se giraron hacia él mientras continuaba golpeando el cristal con la mano, evidentemente sin estar seguros de por qué estaba él allí o de qué deberían hacer ellos. Los dos que llevaban máscaras parecían atónitos. El que no la llevaba…

Los ojos del que no llevaba máscara cambiaron de repente, las pupilas cambiaron de negro a blanco y casi parecían brillar. Miró fijamente a Kevin y había una especie de reconocimiento que no había estado presente antes. Había una especie de hostilidad en esa mirada que llenó de miedo a Kevin.

Era inteligente, y peligrosa.

Y cualquier cosa menos humana.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
231 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640294608
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