Kitabı oku: «Un Trono para Las Hermanas », sayfa 10

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CAPÍTULO DIECISIETE

Sofía daba vueltas por palacio y, mientras lo hacía, era imposible no pensar en lo afortunada que había sido. Había venido de ningún lado y ahora… parecía que esta realmente podría ser su vida de ahora en adelante. Había encontrado el lugar que buscaba y era todo lo que podía haber esperado. El palacio era hermoso.

Sofía deseaba poder quedarse aquí. Es más, deseaba poder quedarse aquí con Sebastián. Se quedó mirando fijamente a un cuadro de un noble que hacía tiempo que había muerto, mientras reflexionaba sobre lo que podía hacer para asegurarse de que Sebastián no le pidiera que se fuera. Era evidente que le gustaba, pero ¿cómo sabía Sofía que iba en serio? En aquel momento era feliz, pero eso parecía ser frágil como una cáscara de huevo. No quería que nada lo estropeara.

Sofía continuó deambulando, sin saber muy bien a dónde ir a continuación. No quería simplemente volver a los aposentos de Will, porque parecería que Angelica y sus compinches la habían llevado a esconderse allí, o como si estuviera sencillamente allá metida esperando a que Sebastián la rescatara. No quería volver a la biblioteca, pues había demasiadas posibilidades de que estuvieran allí.

En su lugar, deambuló por una galería donde la gente daba vueltas mirando los cuadros y, a continuación, bajó a los cuartos de los sirvientes, con la intención de conocer la distribución del palacio. Fue hasta un solario con el techo de cristal, donde había unas delicadas plantas colocadas para crecer con más calor y pasó un tiempo sentada en un rincón por el que parecía que no iba a pasar nadie.

En aquel instante, Sofía se dijo a sí misma que se estaba portando como una estúpida. Al fin y al cabo, por lo menos tenía una amiga en el palacio.

Le llevó un tiempo encontrar a Cora, haciendo camino desde el salón de baile hasta encontrar el lugar donde la sirvienta llevan a cabo su trabajo con maquillaje y perfumes.

—Mi señora —dijo Cora con una sonrisa mientras Sofía se acercaba—. Venga y siéntese. Le pondré unos polvos en las mejillas.

—Cora, no es necesario que me llames así _dijo Sofía.

Cora asintió.

—Sí que es necesario y debe acostumbrarse a ello. Por lo que he oído de las cosas entre usted y el Príncipe Sebastián, va a quedarse aquí por algún tiempo. Debe recordar quién es.

—Quién finjo ser, querrás decir —dijo Sofía. Sofía de Meinhalt le parecía tanto una máscara como la que había llevado al baile.

Cora la empujó para que se sentara en la silla.

—Ni tan solo puede decir esto aquí. No sabe quién podría estar escuchando. De ahora en adelante, usted es Sofía de Meinhalt.

«No sé qué sería de nosotras si la viuda descubriera que han engañado a su hijo».

Sofía atrapó ese pensamiento con claridad. Se suponía que podía comprender la idea de que hubiera espías, o simplemente sirvientes en posición de oír más de lo que debían. Al fin y al cabo, ella se pasaba la vida escuchando más de lo que debía de los pensamientos de la gente. También podía entender el peligro. A nadie le gustaba que lo trataran de idiota, y la viuda actuaría para proteger a su hijo, ¿verdad?

—De acuerdo —dijo Sofía—. pero todavía puedo venir a verte, ¿no? Incluso una señora noble necesita que la maquillen.

—Así es —le dio la razón Cora, y empezó a empolvar la cara de Sofía con unos polvos que convirtieron su piel naturalmente pálida en luminosa y sin manchas—. Y mientras lo hace, puede contarme cómo le fueron las cosas con cierto príncipe.

—Maravilloso –dijo Sofía, incapaz de contenerse—. Es… perfecto, Cora.

Cora le pintó los labios con un toque de colorete.

—No es el hombre que sugerí.

¿Se había enfadado por eso? No, con una mirada a los pensamientos de su nueva amiga, Sofía se dio cuenta de que estaba preocupada. Preocupada por todas las cosas que podían ir mal ahora que Sofía había elegido a un príncipe y no a un aburrido noble menor.

—No fue algo que planeara –dijo Sofía. Quería que Cora lo comprendiera. No quería que pensara que, sencillamente, había ignorado su consejo.

—Es solo que… esto hace las cosas más peligrosas si esto va mal –dijo Cora—. ¿Sabe que por palacio vuelan rumores sobre usted ahora?

Sofía imaginaba que los habría, simplemente por lo mucho que Angelica había oído hablar sobre ella.

—¿Qué tipo de rumores?

—Que consiguió echar a Milady d’Angelica a un lado para hacerse con el corazón del príncipe. Que usted es increíblemente hermosa y que ha aparecido de la nada. Que ha huido de las guerras del otro lado del mar y que allí tiene peligrosos enemigos. Se lo prometo, la mitad de los sirvientes están cotilleando sobre lo hermosa que es y lo maravillosamente bien que baila.

Sofía negó con la cabeza al oír eso.

—Apenas conseguí bailar sin tropezar con mis pies.

Aquello hizo que la sirvienta se echara a reír.

—¿Cree que eso importa? La gente ve lo que quiere ver.

Por lo que, por supuesto, a Sofía le había salido bien en un primer momento. La única razón por la que había conseguido encontrar un lugar en la corte era porque la gente quería ver a una chica misteriosa huyendo de un conflicto, en lugar de la realidad.

—Solo que… —empezó Cora—. Vaya con cuidado. Ya hay gente que está intentando descubrir quién es usted exactamente. He oído que Milady d’Angelica está haciendo preguntas y que no es la única. Los nobles odian no saber todo lo que hay que saber.

Sofía lo podía entender.

—Intentaré ir con cuidado.

Se marchó, y sospechaba que tenía mejor aspecto incluso que en el baile. Costaba creer que pudiera caminar por el palacio sin que nadie la desafiara. Tal vez debido a su asombro ante aquello, no estaba prestando mucha atención a los pensamientos que había a su alrededor, tal y como debería, o tal vez se había acostumbrado a la idea de que nadie la molestaría al pasar por delante.

En cualquier caso, al girar una esquina se quedó helada al encontrase cara a cara con Ruperto, el heredero del reino y hermano mayor de Sebastián.

No iba vestido tan radiantemente como para la fiesta, pero se le acercaba. Había mucho brocado de oro sobre un traje de terciopelo rojo, salpicado con destellos de seda de color crema. Como Sebastián, era un joven apuesto, aunque en su conducta había una seguridad, incluso arrogancia, que decían que el Príncipe Ruperto era completamente consciente de ello. Sofía observó que la recorría con la mirada en una combinación de sorpresa, diversión y… admiración.

—Su Alteza —dijo Sofía, con una apresurada reverencia. debía recordar la etiqueta, aunque pudiera ver lo que Ruperto era exactamente.

—Y tú eres Sofía, ¿cierto? –No se molestó en usar la mentira que era su apellido. Con cualquier otra persona, Sofía podría habérselo tomado como cordialidad. Con él, veía que simplemente él no sentía la necesidad de darle el lujo de tanto respeto a nadie. Ella era solo una chica más entre un montón de ellas, aunque estuviera con su hermano.

—Sí, Su Alteza —dijo Sofía—. Sofía de Meinhalt.

Le tomó la mano, haciendo que se alzara así de su reverencia con toda la elegancia que Sofía podría haber esperado de un príncipe de la corona. Pero él no le soltó la mano, sujetándola de un modo que, para cualquiera que lo viera, podría parecer elegante y romántica, pero que en realidad a Sofía le parecía que la inmovilizaba, reclamándola con la certeza con la que un hombre agarra el brazo de un ladrón.

—La vi en el baile ayer por la noche —dijo—. Bailando con mi hermano. Debería haber venido hacia mí. Podríamos haber bailado.

Con una mirada a sus pensamientos, Sofía vio que el baile no estaba en ningún lugar en su mente.

—Parecía que estaba ocupado con otras parejas —dijo Sofía con una risa delicada.

Ruperto la miró directamente a los ojos.

—Ahora no estoy ocupado, y me gustaría descubrir qué cautivó tanto a Sebastián. Tal vez podríamos ir a algún lugar.

Una vez llegaron allí, Sofía no tuvo que preguntar sus intenciones. Lo podía ver en su mente con la misma claridad que si alguien lo hubiera pintado. Agradeció los polvos que Cora le había le había aplicado en la cara, pues escondían la profundidad de su sonrojo.

—Su Alteza, yo no podría. Su hermano…

—No está aquí —remarcó Ruperto.

«Solo es una puta. ¿Por qué iba a importarle?

—Su Alteza —empezó Sofía, intentando pensar en una manera de salir de allí sin tener que dar una bofetada al heredero al trono. Podía ver cómo la veía Ruperto: como algo que usar porque su hermano lo había hecho. Como un premio que reclamar simplemente porque era el mayor. La encontraba hermosa, pero Sofía dudaba de que la viera como una persona de verdad.

—Estoy seguro de que encontraste a mi hermano dulce y amable —dijo Ruperto. de nuevo, Sofía pilló imágenes que la hicieron desear apartarse—. Y aburrido. Creo que tú y yo no nos aburriremos cuando…

—¿Sofía?

Sofía nunca se había alegrado tanto por nada como lo hizo al escuchar la voz de Sebastián en aquel momento. Consiguió librarse de Ruperto cuando éste apareció por la esquina y fue a toda prisa hacia él.

—Sebastián —dijo con toda la felicidad que le daba que Ruperto ya no estuviera cogiéndola, añadida a la felicidad normal al ver a Sebastián—. ¡Has vuelto! Espero que hayas tenido un buen día.

—Si conozco a mi hermano —dijo Ruperto, como si no hubiera pasado nada— se habrá aburrido a morir con todo eso. Sebastián, Madre quiere que cenemos con ella en una hora, más o menos. Trae a Sofía. Estoy seguro de que a Madre le encantará. Parece encantadora.

Sofía captó un último destello de las cosas que estaba pensando antes de que se fuera. Bastó para hacer que se agarrara al brazo de Sebastián y deseara poder borrar de su mente las cosas que había visto.

—Me alegro de que estés aquí —dijo Sofía, apoyándose en él.

—Espero que Ruperto no fuera demasiado agobiante —respondió Sebastián. Sofía vio que estaba preocupado. Antes que Sofía, Ruperto había hecho que algunas chicas se apartaran de Sebastián al darse cuenta de que él era el que deseaba ser más extravagante. El hecho de que ahora no estuvieran aquí solo significaba lo rápido que las había hecho aun lado.

—No, tranquilo.

Una parte de ella deseaba contarle a Sebastián lo que había sucedido exactamente, pero ¿qué iba a decir? Que había leído la mente de Ruperto y sabía lo que quería?

—Todavía tenemos algo de tiempo antes de la cena _dijo Sebastián—. ¿Queremos que paseemos por el laberinto un rato?

Sofía asintió. Lo que fuera, siempre y cuando saliera de allí, con Sebastián. Caminó con él hacia los jardines, donde los fanales empezaban a iluminar las flores que se habían abierto en la oscuridad, pálidas y plateadas.

—Son orquídeas de media noche —dijo Sebastián. evidentemente fijándose en lo que miraba Sofía—. Se abren para atraer a las mariposas nocturnas que no salen durante el día, así no tienen que pelear con las otras flores por la atención de las mariposas.

—¿Sienten que no pueden atraer a las mariposas? —preguntó Sofía—. Pero si son hermosas.

Sebastián le tocó el brazo y el contacto bastó para provocar un escalofrío en la piel de Sofía.

—A veces, las cosas más hermosas aparecen en los momentos más insospechados.

Continuaron por el laberinto. Sofía tenía la sensación de que Sebastián conocía el camino, pues giraba las esquinas con seguridad aunque para ella no tenían sentido.

—Parece un buen lugar para perderse por un rato —dijo Sofía—. ¿Por eso te gusta venir aquí?

—En parte —dijo Sebastián—. Aunque también significa que tenemos algo de intimidad.

Sofía aprovechó y se inclinó para besarlo. No podía creer que fuera libre de hacer eso con alguien como Sebastián. eso, y casi todo lo que quisiera. Aún más, apenas podía creer que hubiera encontrado a alguien como él.

Pero lo había hecho y Sofía siguió abrazada a él mientras continuaban por el laberinto.

—En el centro hay un reloj de sol —dijo Sebastián—. Y una pérgola con un diván dentro.

—Me gusta cómo suena —dijo Sofía con una sonrisa. Un lugar para sentarse juntos. Potencialmente, un lugar para hacer algo más que sentarse. Sofía no se había sentido así por nadie antes—. Siempre y cuando conozcas el camino.

—Lo conozco.

—Continuaron por los tramos cerrados por muros del elegante laberinto. Era reconfortante saber que él conocía la salida, pero aun así, se encontró atrapada en los recuerdos: corriendo a lo largo de pasillos estrechos, corriendo, escondiéndose, con la esperanza de que no las encontrarían. De las llamas, prendiendo los bordes de las cosas de tal modo que podía sentir el calor y notar la amargura del humo. Diciéndole a su hermana que se callara, porque el mínimo ruido podía…

—¿Sofía? —dijo Sebastián en un tono suave.

Sofía volvió en sí, lo miró y lo rodeó con los brazos.

—Lo siento. Por un momento, no estaba aquí.

—¿estás bien? —preguntó Sebastián—. Si no estás bien, tal vez pueda convencer a mi madre de que no pasa nada si no vienes a cenar.

Pero Sofía veía que esa no era una opción. Lo que la viuda quería, al parecer, la viuda lo conseguía.

—No, no pasa nada –dijo—. No me gustaría hacer las cosas difíciles con tu madre.

Y aun así, tenía el presentimiento de que las cosas con su madre estaban a punto de ponerse muy difíciles de verdad.

***

Sofía estaba al otro lado de las puertas con Sebastián, esperando a que un sirviente los anunciara. Intentó por todos los medios que nos e le notaran los nervios, pero el temblor de su mano en la de él la delató.

—No pasa nada —dijo Sebastián—. Mi madre no es un monstruo.

Era más fácil decirlo para él que creerlo para ella. La viuda había gobernado el reino sin ayuda de nadie desde la muerte de su marido, consiguiendo que no la agobiaran la Asamblea de los Nobles o la Iglesia de la Diosa Enmascarada. Había resistido conspiraciones y problemas económicos, guerras en el extranjero y amenazas de rebelión en las Colonias Cercanas. Sofía tenía la certeza de que, cuando se encarara con ella, su engaño sería desenmascarado en un instante.

—¡El Príncipe Sebastián y Sofía de Meinhalt! —anunció un sirviente, abriendo la puerta hacia un comedor que parecía bastante pequeño para lo que era habitual en palacio. Eso quería decir que era más pequeño que un edificio entero en otro lugar.

Allí había una mesa y tal vez media docena de personas estaban sentadas a su alrededor, todos vestidos un tipo de ropa elegante de la corte que, sin embargo, eran un escalón menos elegantes de lo que podrían haber sido para un banquete oficial. Sofía reconoció al Príncipe Ruperto, pero a ninguno de los otros.

Pronto se encontró atrapada en una confusa serie de instrucciones, evidentemente pensadas para que se sintiera cómoda, pero que en su mayoría parecían recalcarle lo fuera de lugar que estaba.

Una mujer con un velo gris se reveló como Justina, la Suma Sacerdotisa de la Diosa Enmascarada. Un hombre con patillas largas y el pelo canoso resultó ser un almirante. Los otros eran un baronet, el gobernador de un Condado y la esposa del gobernador. Parecía no haber una razón particular para este grupo de invitados, excepto que así lo quería la viuda. Tal vez fueran amigos de su juventud o gente a su favor que, por casualidad, estaban de visita.

Lo único que puso más nerviosa a Sofía fue la misma viuda al entrar. La Reina Viuda María de la Casa de Flamberg no era una mujer alta, y con la edad su pelo y su palidez eran grises, pero había una dureza de hierro en su actitud que decían que nada la haría temblar. Llevaba el negro de luto, como había hecho desde la muerte de su marido. Se colocó a la cabeza de la mesa e hizo un gesto a los que estaban allí.

—Por favor, tomen asiento —dijo.

Así lo hizo Sofía, esperando que la presencia de los demás le permitiera esconderse un poco, como una invitada más entre todos los que allí había. Sin embargo, cuando los sirvientes empezaron a traer pichón y urogallo notó aquellos ojos de acero sobre ella.

—Sebastián, debes presentarme a tu invitada, querido.

—Por supuesto, Madre. Ella es Sofía de Meinhalt. Sofía, ella es mi madre, María de Flamberg.

—Su Majestad —consiguió decir Sofía, inclinándose desde su sitio lo mejor que pudo.

—Oh, Meinhalt. ¡Qué asunto! Dime, chica, ¿qué opinas de las guerras que asolan el continente?

Sofía vio lo suficiente en sus pensamientos como para saber que era una prueba, pero no lo suficiente para saber cuál debería ser la respuesta. Al final, atrapó la respuesta de los pensamientos de Sebastián, con la esperanza de que él conocería lo suficiente a su madre como para que fuera una buena elección.

—Mi preocupación es que no se queden allí —dijo Sofía.

—Una preocupación que estoy segura de que todos compartimos —respondió la viuda. Sofía no podía saber si la anciana había pasado la prueba o no—. Aunque parece que mi hijo está agradecido de que por lo menos algunas cosas hayan pasado el Puñal-Agua. Deben hablarnos de ti.

Sofía hizo lo que pudo, intentando esconder su falta de conocimiento como modestia y reserva.

—Yo vine antes de que cayera la ciudad, Su Majestad. Creo que tuve bastante suerte con eso.

—La Diosa da sus regalos —murmuró la Suma Sacerdotisa.

—Ciertamente —dijo la viuda—. Aunque creo recordar que dijiste que nos da regalos difíciles igual que agradables a veces, Justina.

Siguieron más preguntas. ¿Había disfrutado de patinar sobre el río allí en invierno? ¿Qué pensaba de los diferentes bandos de la guerra? Sofía hizo lo que pudo, pero su talento no podía hacer mucho y tampoco lo que sabía sobre Meinhalt. Debería haber pasado más tiempo leyendo sobre ello en la biblioteca. Al final, hizo lo único que pudo y buscó una distracción.

—Almirante, siempre he querido saber cómo se consigue saber el seguimiento de los movimientos de toda una armada. ¿Cómo logra hacerlo?

—Con mapas, querida —dijo—. Sobre todo con mapas.

Estaba claro que pretendía hacer una broma, así que Sofía río con él. Pasó a ser una discusión acerca de los diferentes métodos para combinar cartas de navegación. El Príncipe Ruperto interrumpió, asegurando que no era posible que nadie lo supiera y, a cambio, empezó a hablar de caza. A Sofía le daba igual, siempre y cuando el tema de conversación no fuera ella.

En su mayoría, los demás no la miraban, aunque había excepciones. La Suprema Sacerdotisa la miraba de vez en cuando, con una extraña mirada que Sofía no se atrevía a leer para interpretar. Parecía que Sebastián la miraba siempre que ella lo miraba, su expresión era cariñosa, de amor, o esperanzada, o para quererse asegurar de que estaba bien. Ruperto la miró más de una vez con una mirada deseosa que indicaba que lo que había sucedido antes entre ellos no había acabado. Aquello bastó para hacer que Sofía se agarrara más a Sebastián y no lo soltara.

Y la viuda la miraba regularmente, como intentando darle un sentido a Sofía o clavar los ojos en su corazón. Había algo inalterable y, desde luego, imperturbable, en su mirada. Eso le preocupaba más que todo el resto. Se sentía como un espécimen examinado bajo una lupa, sin poder esconder nada. Ahora mismo, se sentía como si fuera una impostora, y cada mirada, cada palabra fuera de lugar, solo hacía que lo sintiera más. ¿Cuánto tiempo podría mantener este engaño?

De alguna manera, consiguió superar la cena, intercambiando conversaciones educadas con los demás mientras comían lo que parecía la comida digna de un banquete. Sofía comió con moderación y, cuando llegó el momento de irse, se sintió muy agradecida de poder levantarse y prepararse para irse.

Evidentemente, todavía había que decir adiós y, uno a uno, Sofía tomó la mano de los otros invitados, murmurando despedidas y comentarios sobre lo mucho que había disfrutado de la noche. Incluso el contacto con Ruperto no duró más de un segundo de lo que debería.

La viuda sonrió cuando Sofía le ofreció una reverencia pero, en cambio, le tomó la mano.

—Me gusta ver que mi hijo ha encontrado una chica tan agradable e inteligente para pasar el rato —dijo y, en otras circunstancias, Sofía se hubiera sentido feliz con el cumplido. Tal como estaban las cosas, se forzó a sonreírle y a murmurar que era un honor, a causa de los pensamientos que notaba detrás de las palabras.

«Descubriré quién es esta chica. Mi hijo debe tener una pareja adecuada, y las chicas no aparecen de la nada».

Sofía tuvo que reprimir la necesidad de salir corriendo de la sala. Se sintió agradecida cuando Sebastián la tomó del brazo y salieron de allí.

—ha ido mejor de lo que esperaba —dijo Sebastián cuando salían—. Creo que a mi madre le gustas.

Sofía le sonrió.

—Eso espero.

Lo esperaba, pero no lo creía. Notaba que sus planes se desenmarañaban, se desmontaban bajo el peso de la sospecha de la viuda. Ahora mismo, una parte de Sofía solo quería escapar y no regresar.

No. No podía marcharse de todo esto. Ahora no, no después de todo lo que había pasado, después de haber trabajado tanto para llegar a este punto, de haberse arriesgado tanto.

Después de haberse enamorado de Sebastián.

Por mucho que lo deseara, no podía escapar.

Entonces le vino como un fogonazo lo que debía hacer: necesitaba hablar con su hermana. Catalina era la sensata. Catalina tendría un plan y, probablemente, la salida a este lío.

Se lanzaría a las calles de la ciudad y haría todo lo posible por encontrarla.

«Catalina —mandó—. Ya vengo».

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
241 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640293557
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