Kitabı oku: «Un Trono para Las Hermanas », sayfa 9
CAPÍTULO QUINCE
A juzgar por la luz, cuando despertó era más tarde de lo que Sofía tenía pensado y le llevó un momento recordar que no estaba en las calles, o en las duras camas de la casa de los Abandonados.
Al ver a Sebastián a su lado, Sofía recordó exactamente dónde estaba y, por un instante, se puso tensa por la magnitud del engaño que había empezado la noche anterior. Si tuviera algo de sensatez, huiría sin ser vista y no volvería.
El problema era que no quería. Ahora mismo, Sofía se sentía mejor de lo que lo había hecho en cualquier momento de su vida. La noche anterior había sido todo lo que ella podía esperar, y más. Había sido dulce, había sido apasionada. Había sido cariñosa y por lo menos esta parte a Sofía le había causado más que una pequeña sorpresa.
Por instinto, estiró el brazo y rozó la mejilla de Sebastián con los dedos, disfrutando de su sensación donde podía tocarlo. Sofía sentía que había conocido cada centímetro de su piel la noche anterior, pero aun así, quería tocarlo de nuevo. Quería asegurarse de que era real. Aquello bastó para que Sebastián abriera los ojos y le sonriera.
—Así que todo esto no fue un hermoso sueño —susurró.
Sofía lo besó por ello. Bueno, por eso y porque quería. Quería hacer mucho más que eso, pero Sebastián se apartó.
—Yo… —Justo a tiempo recordó el acento que ahora se suponía que tenía—. ¿Hice algo malo? —preguntó Sofía.
—No, en absoluto —le aseguró Sebastián y, en ese momento, Sofía pudo sentir sus sentimientos al mirarla. Esperaba deseo, pero en su lugar había más que eso. Podía sentir amor—. Solo tengo que saber la hora.
Sofía vio que miraba un reloj que había en un rincón de la habitación y sus manos dejaron claro lo mucho que habían dormido.
—Diosa —dijo Sebastián—, ¿ya es esta hora?
—«Los sirvientes no me despertaron. Es evidente que imaginaron lo que estaba sucediendo».
Sofía atrapó este pensamiento aislado y alargó el brazo para tocar el de él.
—Espero no haberte complicado las cosas. Espero que no… te arrepientas de la noche anterior.
Sebastián negó con la cabeza.
—De ninguna manera. Ni tan solo lo pienses. Es solo que se supone que hoy debo ir a las Vueltas, a pasar revista a algunas de las milicias del pueblo. Me gustaría no tener que ir, pero…
—Pero tienes deberes que cumplir —dijo Sofía. Por la noche anterior, sabía lo mucho que el deber formaba parte de la vida de Sebastián—. No pasa nada, Sebastián. Entiendo que debas irte.
—Odio hacer estas cosas —dijo Sebastián—. Si no es prepararse para la guerra, es cazar. Yo siempre espero que Ruperto lo hará todo, pero nuestra madre insiste.
Lo besó de nuevo antes de que se levantara para vestirse y Sofía disfrutó de ver cómo lo hacía. Nunca pensó que estaría así, simplemente disfrutando de cada pequeño movimiento que hacía alguien, de todo en él. Hoy se vestía de forma sencilla, con una túnica oscura y unas calzas trabajadas con un bordado de plata, sobre una camisa de lino blanquecino. Las hebillas de plata de su cinturón y de sus zapatos brillaban aún más por eso. Igual que sus ojos.
Distaba mucho de lo que había llevado en el baile, pero aun así…
—Oh —dijo Sofía, mordiéndose el labio—. Me acabo de dar cuenta de que lo único que tengo para ponerme es mi vestido de baile.
Sebastián sonrió al oír eso.
—Me lo imaginé. No es gran cosa, pero…
Levantó un vestido de un montón de ropa. No tenía el brillo ni el destello del vestido de baile que había robado, pero aún era más hermoso que cualquier cosa que jamás hubiera tenido ella. Era de un verde profundo y suave que parecía la alfombra cubierta de musgo del suelo de un bosque y, en parte, Sofía quería saltar de la cama para probárselo, a pesar del hecho de que Sebastián aún estuviera allí.
Se detuvo justo a tiempo al recordar la marca que tenía en la pantorrilla y que anunciaba lo que era para el mundo. Puede que el maquillaje de la noche anterior hubiera aguantado, pero Sofía no podía arriesgarse.
—No pasa nada —dijo Sebastián—. Es normal sentir más vergüenza a la luz del día. Puedes probártelo cuando me haya ido.
—Es precioso, Sebastián —respondió Sofía—. Mucho más de lo que yo merezco.
—«No es ni una décima parte de precioso de lo que ella es. Diosa, ¿así que esto es estar enamorado?».
—Tú mereces mucho más —le dijo Sebastián. Se adelantó para robarle un último beso a Sofía—. No dudes en ir donde quieras del palacio. Los sirvientes no te molestarán. Tan solo… prométeme que todavía estarás aquí cuando yo vuelva.
—¿Tienes miedo de que me convierta en neblina y me vaya flotando?
—Dicen que en los viejos tiempos existían mujeres que resultaban ser espíritus o ilusiones —dijo Sebastián—. Eres tan hermosa que casi podría creerlo.
Sofía lo observó mientras se iba, deseando todo el rato que no tuviera que hacerlo. Se levantó, se lavó usando una jofaina de agua y se puso el vestido que Sebastián le había traído. Había unos zapatos de un marrón suave a conjunto y un ligero tocado para colocárselo por encima del pelo que brillaba al sol.
Sofía se lo puso todo y, a continuación, empezó a preguntarse qué más se suponía que debía hacer. En las calles, hubiera salido y hubiera empezado a buscar algo para comer. En el orfanato, ya hubieran tenido preparadas tareas domésticas para que ella las llevara a cabo.
Primero salió a las habitaciones exteriores del dormitorio de Sebastián y vio los lugares donde su ropa había caído la noche anterior. Sofía la guardó cuidadosamente, pues no quería arriesgarse a perder las pocas cosas de valor que tenía. Vio que un sirviente había dejado chorizo, queso y pan en las habitaciones exteriores, así que se tomó unos minutos para desayunar.
Después echó un vistazo al resto de las habitaciones, contemplando una colección de cascarones en conserva que probablemente venían del otro lado del mar y un mapa del reino pintado que parecía que lo hubieran pintado antes de las guerras civiles, pues todavía mostraba algunas de las ciudades libres como espacios independientes.
Pero Sofía no podía quedarse mucho rato en un sitio. Lo cierto era que ella no quería quedarse allí sola, esperando a que Sebastián regresara. Quería ver lo que pudiera del palacio y experimentar de verdad la vida que, de alguna manera, había conseguido.
Salió del apartamento que Sebastián tenía dentro de palacio, en parte esperando que alguien apareciera en el momento de hacerlo para decirle que se marchara o que regresara a los aposentos de Sebastián. No pasó ninguna de las dos cosas y Sofía pudo deambular por palacio con normalidad.
Sin embargo, usó su talento para mantenerse alejada de la gente, pues no quería arriesgarse a que la pillaran haciendo lo que no debía, o a que le dijeran que ese no era su lugar. Evitó los espacios en los que había más pensamientos y se quedó en las habitaciones y pasillos vacíos que parecían extenderse en kilómetros en el tipo de maraña que solo puede resultar tras centenares de años de construcción y reconstrucción.
Sofía debía admitir que aquello era hermoso. Al parecer no había paredes sin cuadros o sin un fresco, una hornacina sin una estatua o un jarrón decorado lleno de flores. Todas las ventanas tenían vidrio emplomado, normalmente con cristales pintados que transmitían luz de diferentes colores que se desparramaba por los suelos de mármol como si hubieran volcado allí los cuadros de un artista.
Sofía vio unos jardines de una belleza impresionante fuera, la salvaje vida de las plantas controlada en elegantes hileras de hierbas medicinales y flores, árboles bajos y arbustos. Vio un elegante laberinto, con arbustos más altos de lo que era Sofía. Empezó a caminar con más decisión, pues pensó que sería agradable poder salir fuera y disfrutar de los jardines.
La única cosa que la detuvo fue el ver unas puertas dobles con un letrero encima que anunciaba la presencia de una biblioteca.
Sofía nunca había estado en una biblioteca. Las monjas de la Diosa Enmascarada aseguraban que en el orfanato había una, pero los únicos libros con los que Sofía las había visto eran el Libro de las Máscaras, los libros de oraciones, panfletos impresos por su orden y unas cuantas obras cortas sobre los temas que ellas aseguraban enseñar. De algún modo, Sofía sospechaba que esta biblioteca sería diferente.
Sofía empujó las puertas con más esperanza que expectativas, sospechando que sería algo tan valioso que estaría guardado bajo llave y que nunca se le permitiría acercarse.
En cambio, las puertas de roble se abrieron de golpe con elegancia al estar bien engrasadas, permitiéndole la entrada a una sala que era todo lo que ella podría haber imaginado y más. Tenía dos niveles, con una capa de estanterías con un entresuelo en el nivel de arriba que contenía todavía más.
Cada estantería contenía libro tras libro con tapad e cuero de todas las formas y tamaños, tan apiñados que Sofía apenas podía creer que pudieran existir tantos en un lugar. En el centro de la sala había una mesa grande, mientras en los recovecos había sillas con un aspecto tan cómodo que, de no estar tan emocionada, Sofía se hubiera acurrucado y se hubiera dormido en cualquiera de ellas con mucho gusto ahora mismo.
En lugar de hacer eso, dio una vuelta alrededor de la sala, scaando libros al azar y mirando sus contenidos. Encontró libros sobre todo, desde botánica a arquitectura, desde historia a la geografía de tierras remotas. Incluso había libros que contenían cuentos que parecían haber estado solo inventados por completo para entretener, como obras de teatro, pero escritas. Sofía tenía la ligera sensación de que a las monjas enmascaradas esto no les hubiera gustado.
Probablemente esta fue la razón principal por la que escogió uno de ellos, se colocó en una de las sillas y leyó una historia de dos caballeros que siempre estaban luchando el uno con el otro hasta que una amante que hacía tiempo que había muerto regresó de la tumba para decir a cuál de los dos quería más. Sofía se encontró abstraída por las palabras, intentando entender todos los lugares de los que hablaba y atrapada por la idea que alguien pudiera evocar otro mundo con nada más que papel y tinta.
Tal vez estaba un poco demasiado atrapada en ella, pues no captó los pensamientos de un grupo de chicas que se acercaba hasta que fue demasiado tarde. Cuando esos pensamientos le dijeron quién se estaba acercando exactamente, Sofía se acurrucó en la silla, esperando que el libro que sostenía le sirviera lo suficiente de escudo para que no la vieran.
—Lo que te digo —Milady D’Angelica dijo a una de sus cómplices—, alguien me envenenó ayer por la noche.
—Eso es terrible —le dijo otra, mientras sus pensamientos todo el rato le decían a Sofía que estaba disfrutando del apuro de la otra.
—¿Quién podría haberlo hecho? —preguntó una tercera, aunque sus pensamientos decían que sabía exactamente lo que su amiga había planeado para el príncipe y daba por sentado que solo era un error.
—No lo sé —dijo Angelica—, pero lo que sí que sé es que… ¿eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí?
Sofía se dio cuenta de que la chica le estaba hablando, así que se levantó y dejó el libro a un lado cuidadosamente.
—¿Querías decirme algo? —preguntó Sofía, tomándose un instante para observar a las otras chicas. Hoy, Angelica todavía se veía hermosa, vestida con un traje de montar que podría haber estado decidida a echar el guante a Sebastián si ella no pareciera también un poco pálida por los efectos secundarios de su veneno. De sus dos compañeras, una era más bajita y rolliza, con el pelo castaño y media melena, mientras la otra tenía el pelo casi negro que le caía hasta la cintura, y era más alta que Sofía.
—¿Por qué iba a tener algo que decirte a ti? —replicó la chica, pero continuó de todas formas—. Ayer por la noche te llevaste algo que debería haber sido mío. ¿Sabes quién soy yo?
—Lady D’Angelica —respondió Sofía de inmediato—, lo siento pero no conozco tu nombre de pila. Aun así, de todos modos he oído que tus amigas te llaman Angelica, así que ¿nos ceñimos a eso?
Probablemente ese era un tono estúpido que adoptar con ella, pero Sofía había visto cómo era esa chica con cualquiera que considerase menos importante. Sofía no podía permitirse dar marcha atrás, pues eso la haría parecer lo suficientemente débil para convertirla en presa. Por lo menos, el orfanato le había enseñado esa lección.
—¿Crees que nosotras somos amigas? —replicó Angelica.
—Estoy segura de que podríamos ser buenas amigas —respondió Sofía, tendiendo una mano—. Sofía de Meinhalt.
Angelica ignoró la mano que le había ofrecido.
—Una misteriosa extraña que resulta que aparece justo a tiempo para el gran baile —dijo Angelica—. Asegurando ser de los Estados mercantes. ¿Piensas que yo no sabría que alguien así ha estado en la ciudad? Mi padre tiene intereses allí y yo nunca he oído tu nombre.
Sofía forzó una sonrisa.
—Tal vez no has estado atenta.
—Tal vez no —dijo Angelica estrechando los ojos—. Pero ahora lo estaré. ¿Crees que me costará mucho tiempo saberlo todo sobre ti?
—«Escribiré a… No sé a quién escribiré, pero lo descubriré».
Sus pensamientos no sonaban tan seguros como el resto de ella, pero aun así, Sofía se quedó helada ante la amenaza. Se obligó a pensar.
—¿Y si no puedes encontrar ningún documento en una ciudad destruida, ¿me delatarás? –preguntó—. ¿Por qué, Angelica? Si hubiera sabido que estarías tan celosa, me hubiera presentado antes.
—Yo no estoy celosa —dijo bruscamente Angelica, pero Sofía podía sentir que se levantaba de sus pensamientos como el humo—. Solo quiero proteger al Príncipe Sebastián de vividoras cazafortunas.
—«Es mío».
La fuerza de eso hizo que Estefanía diera un paso atrás.
—Bueno, muy amable por tu parte —dijo—. Me aseguraré de decírselo cuando regrese. Estoy segura de que necesita protección de la clase de gente que, por ejemplo, intentaría envenenarlo para llevárselo a la cama.
Angelica enrojeció al escuchar eso y ni tan solo ella pudo hacer que aquello sonara bien.
—Descubriré quién eres —prometió—. Te destruiré. Haré que acabes vendiéndote en una esquina de la calle.
Estefanía se forzó a irse ofendida de la biblioteca, aunque fuera un lugar en el que había pensado pasar el resto del día.
Hizo todo lo que pudo para no temblar mientras se iba.
Sentía que se acercaban problemas –y las paredes de este palacio ya no parecían tan seguras.
CAPÍTULO DIECISÉIS
Catalina no podía ni recordar el sentirse parte de una familia. No, eso no era cierto, pues tenía una hermana y esa conexión era como un consuelo constante en el fondo de su mente. También tenía imágenes confusas y destellos de cosas antes del orfanato. Una cara sonriente mirándola. Una habitación donde todo parecía mucho más grande que la forma diminuta de una niña.
Pero esto nunca lo había tenido: estar sentada alrededor de una mesa con una familia y comiendo estofado y pan, como si encajara con el resto de la gente que allí había. Tomás y Will estaban riendo. Incluso Winifred parecía más feliz de lo que había estado cuando llegó Catalina, pero eso era de esperar. Había llegado como ladrona; se quedó como alguien que podía ayudar en la forja.
Probablemente también ayudaba que Will estuviera allí. Su presencia parecía mejorarlo todo, relajaba a su madre y hacía feliz a su padre porque él estaba bien. A Catalina le gustaba simplemente observarlo, y pensar en eso hizo que apartara la mirada avergonzada.
—¿Te vas a quedar en casa mucho tiempo? —preguntó su madre.
Catalina vio que Will negaba con la cabeza.
—Sabes que esto no funciona así, Madre –dijo—. Las compañías libres no se quedan quietas en un lugar durante mucho tiempo. Las guerras más allá del Puñal-Agua están empeorando. Havvers cayó ante los Separatistas y los contingentes del Verdadero Imperio uno tras otro. Pagaron a la compañía de Lord Marl para que hacer un alzamiento dejara las armas en el Valle Serralt, y descubrieron que habían formado una compañía de bandidos que robaban a todo el que podían.
—Parece peligroso —dijo Winifred, y Catalina notó la preocupación en su voz. Catalina no podía culparla. Quería proteger a su hijo.
Catalina quería escuchar más acerca de la emoción de ser soldado.
—¿Qué se siente al ser parte de una de las compañías? —preguntó Catalina—. ¿Es diferente a ser un soldado normal?
Will encogió los hombros.
—No es tan diferente. Un ejército puede funcionar de muchas maneras —dijo Will. Parecía un poco que estaba intentando convencerse a sí mismo—. Aunque el ejército permanente del reino no es tan grande de todos modos. Siempre ha confiado en la lealtad de los comandantes de la compañía y en la habilidad de comprar sus servicios.
Aquellos planes no le parecieron demasiado buenos a Catalina.
—¿Qué sucede si alguien ofrece más? —preguntó.
Tomás respondió a eso.
—Entonces tienes a la mitad de tu ejército cambiando de bando en medio de un conflicto, pero los antepasados de la viuda siempre consiguieron presentar una oferta mejor que sus enemigos, y eso es mejor que lo que sucedió en las guerras civiles.
—Con un gran ejército central masacrando a la gente —dijo Will—. No creo que la Asamblea de los Nobles lo permita ya, aunque el Príncipe Ruperto ha reforzado un poco el ejército.
Catalina vio que Winifred negaba con la cabeza.
—Ya está bien de hablar de guerras, violencia y matanzas —dijo—. No me hace sentir segura el pensar que pronto vas a volver a toda esa crueldad, Will.
—Es bastante seguro, madre —dijo, alargando el brazo para cogerle la mano—. La mayor parte de la guerra es estar a la espera. Las compañías se evitan una a la otra cuando pueden y Lord Cranston siempre va con cuidado de donde compromete a sus hombres.
A Catalina no tuvo suficiente con aquello.
—Yo esperaba historias de aventuras.
—No estoy seguro de tener muchas de esas —respondió Will. Vio que evidentemente le cambiaba la cara—. Pero tengo algunas. Te las contaré cuando mi madre no se preocupe por ellas.
—Me preocupo cada vez que marchas para luchar —dijo Winifred.
Continuaron comiendo y lo único que quería hacer Catalina era encontrar excusas para preguntarle más a Will por su vida. Curiosamente, él parecía igual de interesado en ella.
—¿O sea que solo llevas un día ayudando a mi padre en la forja? —preguntó.
Catalina asintió.
—Aparecí… ayer por la noche.
—Es una ladrona —le corrigió Winifred—. Nos iba a robar todo lo que teníamos.
Catalina se quedó muy en silencio cuando la mujer dijo eso. Veía que a la madre de Will aun no le acababa de gustar, e imaginaba que tenía mucho que ver el modo en el que apareció en la forja. Sin embargo, no podía evitar sentir que podría tener algo que ver con otras cosas: con el talento que tenía y con la marca de criada ligada por contrato de su pantorrilla.
—No todo —dijo Tomás, evidentemente al darse cuenta del malestar de catalina—. Y desde entonces ha trabajado duro, Winifred.
—Sí, supongo que sí.
Catalina podía ver lo suficiente de los pensamientos de la mujer como para saber que más que aversión era desconfianza. Catalina no tenía claro lo que iba a hacer a continuación, y que Winifred no confiara en los que tenían sus talentos tanto como lo hacía su marido no ayudaba. Catalina se retiró, pues no deseaba inmiscuirse donde no la querían.
—Esta historia parece demasiado interesante para ignorarla —dijo Will—. Catalina, vas a tener que contarme más sobre ella. Tal vez… ¿podíamos ir juntos a la ciudad más tarde?
Sin tan solo presionar en los pensamientos de Winifred, Catalina pudo captar su sorpresa ante ello.
—Will, no creo que esto sea…
—Estoy seguro de no habrá problema —dijo Tomás—. Vosotros dos deberíais salir juntos.
Ahora mismo, no había nada que Catalina deseara más.
***
Por supuesto, no era tan fácil como dejar la forja atrás. Catalina todavía tenía que mostrarle a Tomás su trabajo con la espada, haciendo pequeños ajustes, pues él sugirió que en la espiga debería haber más metal y que el estrechamiento del filo debería ser menos cuadrado.
Después estaban las tareas domésticas que, repentinamente, Winifred le buscó, desde limpiar el patio hasta pelar verduras en la casa. A Catalina le pareció evidente lo que estaba intentando hacer: intentaba absorber mucho tiempo para que no pudiera ir a la ciudad con su hijo.
Catalina lo eludió escapándose a escondidas cuando ella no miraba, aunque Tomás sí. Él asintió, y a catalina le pareció que le daba permiso. Aquello estaba bien, pues Catalina no quería arriesgarse a enojarlo.
Will la estaba esperando en el patio, y Catalina vio que tenía la emoción escrita en cada línea de él.
—¿Estás preparada para irte? —preguntó—. ¿Querías lavarte primero, o…?
—¿Por qué? —replicó Catalina—. ¿Así no me veo bien para salir contigo?
—Te ves maravillosa —dijo Will, y esto en sí mismo era extraño, pues Catalina no estaba acostumbrada a los halagos. Sofía era la que recibía cumplidos, no ella.
—Bien —dijo—. Además, creo que tu madre intentará retenerme aquí para siempre si no nos vamos ahora.
—Entonces será mejor que nos vayamos —dijo Will, riendo mientras echaba una mirada hacia la casa. Estiró el brazo para coger la mano de Catalina y, para sorpresa de la propia Catalina, ella le dejó que la cogiera.
Iban caminando hacia la ciudad y quedaba claro que Will conocía el camino como un experto, de un modo que Catalina no. Él marcó el camino unas calles anchas mientras el sol empezaba a ponerse y Catalina empezó a observar a la gente que se amontonaba en las calles mientras caminaban. La mayoría solo eran personas que volvían a sus casas, pero también había artistas callejeros: un hombre que caminaba sobre unos zancos que sobrepasaban la cabeza de Catalina; dos luchadores que peleaban por lanzarse el uno al otro en un círculo lleno de arena.
—¿A dónde vamos? —preguntó Catalina.
—Pensé que podríamos ir a uno de los teatros —dijo Will—. Los Actores del viejo rey están representando una versión de El cuento de Cressa.
Catalina no quería confesar que no había oído hablar ni de la obra ni de los actores, pues imaginaba que era algo que todo aquel que no hubiera crecido en la casa de los Abandonados conocería. En su lugar, siguió a Will mientras este se dirigía a un edificio grande, redondo y con aspecto de establo, pintado por fuera con escenas ordinarias. Ya había gente allí reunida, esperando a que los actores, que estaban en la puerta para recoger el penique que costaba la entrada, les dejaran pasar dentro.
Will pagó por los dos y Catalina se encontró en medio de una multitud tan abarrotada que apenas podía respirar.
—¿Estás bien? —preguntó Will.
Catalina asintió.
—Nunca he estado en un teatro. Está lleno de gente.
La obra no tardó mucho en empezar y Catalina se perdió en la historia de una chica de un extremo de la península del Bucle que tenía que viajar para ir en busca de un chico cuyo amor había perdido. Catalina no podía imaginar hacer tanto camino por un chico, pero se quedó absorta por el espectáculo. Era evidente que los Actores del viejo rey habían deducido que su público quería acción y música, destellos de fuegos artificiales y apariciones repentinas. Se aprovechaban de ello, aunque se detuvieran por aquí y por allí para hacer discursos preparados para rimar que parecían durar más, como si se hubieran añadido como un intento para hacer algo más de todo aquello. Se reía a carcajadas de algunos de los momentos cómicos y observaba con entusiasmo durante las luchas en el escenario.
También agarró de la mano a Will durante todo el rato, pues no quería soltarlo o arriesgarse a perder aquel contacto. No sabía si viajaría a lo largo del Bucle por él, pero sí que se abriría camino a golpes en un teatro abandonado si lo perdiera.
Para cuando salieron empujados a la calle con el resto de la multitud, Catalina se había quedado sin aliento con la obra. Se sentía viva y despierta.
—Deberíamos ir hacia casa —dijo Will, aunque sus pensamientos no estaban de acuerdo con ello.
«Yo no quiero todavía».
—De aquí a un rato —dijo Catalina, repitiendo sus pensamientos—. De momento, ¿por qué no caminamos un poco?
A Will eso pareció sorprenderle, como si esperara que ella quisiera regresar lo más rápido posible, pero asintió con entusiasmo. Empezó a marcar el camino.
—Claro. Podemos subir al corredor del jardín.
Catalina no sabía qué era y se sorprendió gratamente cuando Will siguió por unas cuantas calles hasta llegar a una escalera, que llevaba a los tejados de la ciudad. Por un instante, Catalina pensó en el escondite que habían encontrado ella y su hermana, metidas tras los montones de chimeneas donde nadie podía encontrarlas o hacerles daño.
—¿Quieres subir allí? —preguntó Catalina.
—Confía en mí —dijo Will.
Ante su sorpresa, Catalina lo hizo, no debería haberse fiado de nadie con esa facilidad. Empezó a trepar y hasta que no llegó arriba, no vio lo que había allí. Una sucesión de árboles estaban increíblemente situados a la altura del tejado, en un jardín que parecía extenderse a lo largo de varias casas.
—es hermoso —dijo Catalina—. Es como un trozo de campo en medio de la ciudad.
Era más que eso; era algo esperanzador y desafiante, que se resistía a la abrumadora presión de la ciudad en un simple acto de crecimiento y verdor.
Will asintió.
—Dicen que un noble lo plantó como lugar para pensar, pero después de morir, la gente continúa yendo. —Empezaron a caminar alrededor de una pequeña cantidad de árboles, donde fanales colgantes atraían a las mariposas nocturnas—. Probablemente no pudiste ver mucho de la ciudad, al crecer en un orfanato.
Catalina se quedó helada por un instante, pues sabía que ella no le había contado eso a Will. Tal vez se lo había explicado su madre, con la esperanza de convencerlo para que no lo hiciera. Sabía que Winifred no la odiaba exactamente. Solo estaba preocupada por el impacto que podría tener la presencia de catalina.
—No. Dejaban la puerta abierta, pero era como una burla. Podías irte, pero siempre sabías que no había ningún lugar al que pudieras ir. Y si volvías y regresabas…
Catalina no quería ni pensar en algunos de los castigos que había visto por ello. La Casa de los Abandonados había sido mala en el mejor de los casos, pero aquellas cosas habían dejado a las chicas destrozadas y con la mirada fija.
—Suena horrible –dijo Will. Catalina no quería compasión, pues no quería ser alguien que la necesitara. Aun así, parecía diferente, al venir de Will y no de otra persona.
—Lo fue —le dio la razón Catalina—. Sabían que nos venderían como criadas, así que pasaban nuestras vidas intentando convertirnos en pequeñas cosas obedientes que tuvieran las destrezas suficientes para traerle el vino a un noble o para trabajar como aprendiz. —Catalina hizo una pausa y puso la mano contra un árbol—. Pero no importa. Ahora no estoy allí.
—Así es —dijo Will—. Y me alegro de que estés aquí.
Catalina sonrió al escuchar eso.
—¿Y tú? —preguntó—. Imagino que la guerra no es tan aburrida y segura como querías fingir ante tu madre.
De hecho, imaginaba que era cualquier cosa menos segura. Quería oír la verdad sobre ella, las batallas y los pequeños combates, los lugares donde Will había estado. Quería oír cualquier cosa que él le pudiera contar.
—En realidad, no —dijo Will con un suspiro—. generalmente, Lord Cranston evita que vayamos a pequeños combates, pero cuando tienes que luchar, es aterrador. No hay más que violencia por todas partes. E incluso cuando no la hay, está la comida horrible, el riesgo de enfermedad…
—Haces que suene heroico —dijo catalina riéndose.
Will negó con la cabeza.
—No lo es. Si las guerras pasan del Puñal-Agua hasta aquí, la gente descubrirá que no lo es.
Catalina esperaba que eso no sucediera, pero a la vez, una parte de ella lo deseaba, pues esa sería una oportunidad para luchar. Ella quería luchar. Lucharía contra el mundo entero si fuera necesario. El horror de aquello no importaba. También habría gloria.
—La mitad de las veces, las batallas solo son venganzas por otras batallas de hace toda una vida o más —dijo Will—. La venganza no tiene sentido.
Catalina no estaba tan segura de ello.
—Hay algunas personas de las que yo sí que querría vengarme.
—Eso no trae nada bueno, Catalina —dijo Will—. Tú te vengas y, a continuación, ellos quieren vengarse, hasta que no queda nadie —Se detuvo por un instante y rio—. ¿Cómo se volvió esto tan deprimente con tanta rapidez? Se supone que lo estábamos pasando bien.
Catalina alargó la mano para tocarle el brazo, deseando tener el valor para hacer más que eso. Le gustaba Will.
—Yo lo estoy pasando bien —dijo—. Y pienso que tu regimiento parece muy valiente. Me gustaría verlo.
Will sonrió al escuchar eso.
—No creo que fuera tan elegante como crees.
Catalina sospechaba que sería todo lo que ella esperaba y más.
—Aun así —dijo Catalina.
Cuando Will asintió, no podría haberse sentido más feliz.
—De acuerdo —dijo—. Pero por la mañana. Se verán más impactantes con la luz del día.
Catalina casi no podía esperar.