Kitabı oku: «Un Trono para Las Hermanas », sayfa 14

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CAPÍTULO VEINTICUATRO

Sofía caminaba por las calles de Ashton y esta vez era peor de lo que había sido antes. La última vez, acababa de salir del orfanato y estaba agradecida de no estar allí. También tenía a su hermana a su lado y, entre las dos, parecía que todo era posible.

Sin embargo, ahora le hacía daño la sensación de pérdida que estaba allí desde que Sebastián le había dicho que tenía que irse. No importaba que él no quería eso más de lo que lo quería ella. Lo que importaba era que lo había dicho. Había hecho que terminara en la calle como seguramente hubiera hechos u hermano después de que hubiera conseguido lo que quería. había dicho que era para proteger a Sofía, ¿pero realmente no era también para protegerse a sí mismo? ¿No estaba realmente preocupado por lo que sucedería cuando su madre y los otros nobles descubrieran de quién se había enamorado?

Sofía sentía el calor de las lágrimas al caer mientras caminaba y ni tan solo intentó contenerlas. Nadie miraba en su dirección mientras andaba a lo largo de las calles adoquinadas de uno de los distritos más ricos de Ashton. Nadie se quedaba mirando su manera de caminar abatida. A nadie le importaba lo suficiente como para mirar.

«¡Catalina!», mandó por millonésima vez—. «¿Dónde estás?»

Por primera vez en su vida, Sofía se sentía verdaderamente sola.

Estar en la calle era peor esta vez por todo lo que casi había tenido. Sofía se había sentido como si hubiera estado a las puertas de todo lo que hubiera podido desear: una vida segura con un hombre al que amaba y que parecía amarla también; un lugar entre los nobles más ricos del reino; ser aceptada como algo más que solo una huérfana, solo apta para ser contratada como lo que escogieran los que pagaran su deuda.

Sofía continuaba, no quería detenerse donde pudieran verla y reconocerla. Era suficientemente vergonzoso que hubiera sucedido todo eso, sin pensar en lo que podría pasar si alguien de palacio la localizaba. No quería pensar cómo se regodearía Milady d’Angelica si descubría que habían obligado a Sofía a marcharse de palacio y que habían cancelado su boda.

Realmente no quería pensar qué sucedería si descubría la verdad. ¿Qué pasaría si al noble descubría que una chica que tan solo era una de las que vendían como esclavas la había engañado y le había arrebatado el amor del príncipe?

¿Qué diría Sebastián que había pasado? ¿Qué la habían emplazado a su país de adopción? ¿Qué había habido algún escándalo del que no se podía hablar? ¿Diría alguna cosa Sebastián? Tal vez la viuda haría saber que tan solo mencionar a Sofía de Meinhalt provocaría su descontento y aquí acabaría todo.

Pasara lo que pasara, Sofía no podría volver y eso también lo empeoraba. Cuando se fue del orfanato, quedaba un destello de esperanza en su sueño de encontrar un lugar entre los nobles. Ahora, Sofía sentía que había perdido su última esperanza, sin que le quedara otra cosa que no fuera la perspectiva de una vida peor por venir.

Por lo menos, esta noche no iba a dormir con la espalda apoyada contra una chimenea. Todavía tenía el dinero que había conseguido al vender su vestido robado. Podía comprar… bueno, si iba con cuidado, Sofía podía comprar muchas cosas, pero ahora mismo era muy doloroso pensar en todas las cosas que podían suceder a continuación. Solo quería una habitación para la noche para poder dormir y llorar por el dolor de haber tenido que salir de la vida de Sebastián.

¿Podía haber hecho algo de forma diferente? Sofía se hacía esa pregunta una y otra vez mientras miraba alrededor, en busca de una taberna en la que todavía pudieran tener una habitación para ella. Parecía no haber una buena respuesta para ello. Podría haber disimulado mejor su marca, evidentemente, pero lo cierto era que no importaba lo cuidadosa que hubiera sido, tarde o temprano, alguien la hubiera visto. Allí estaba, indeleblemente marcándola como algo inferior; algo que se debía odiar. Hubiera olvidado el maquillaje en otra ocasión, o se hubiera borrado con la lluvia, y entonces…

Bueno, tal vez entonces Sebastián no hubiera sido el único en verla. Tal vez un montón de nobles hubieran estado allí para agarrarla y exigir su vida por la ofensa, en lugar de que solo hubiera un hombre que se preocupara por ella.

Sofía continuó hasta encontrar una taberna lejos del palacio. Quería estar lo suficientemente lejos del distrito de los nobles, para que no la reconocieran ninguno de los nobles ni de sus sirvientes, pero no quería meterse de lleno en las peores partes de la ciudad. Había algunos lugares a los que no quería volver, incluso aunque quedarse aquí le costara una o dos monedas de más.

Entró, intentando que nos e notara demasiado el dolor que le atravesaba el corazón, que le hacía sentir como si debiera implemente seguir caminando hasta que cayera por el agotamiento. La taberna estaba muy lejos del lujo de palacio, pero parecía estar limpia y la gente que había allí tenía más aspecto de comerciantes que estaban de paso en la ciudad que de rudos trabajadores del muelle o mercenarios.

Sofía nos e sentía segura allí, pues ¿dónde podía sentirse segura cuando había estado en peligro incluso en palacio? Aun así, ya estaría bien para una noche. Después de eso… bueno, Sofía no podía pensar más allá de eso. Tal vez viviría como una ladrona, usando su poder para sentir cuando al gente no la miraba, hasta que acabaran pillándola. Tal vez debería intentar encontrar a su hermana, aunque Sofía odiaba la idea de llevar sus problemas a la vida que su hermana hubiera encontrado para sí misma.

Se dirigió a la barra de la taberna, aguardando la atención del tabernero mientras sacaba un par de monedas.

—Querría una habitación para la noche —dijo. Incluso era difícil decir eso sin romper a llorar.

El tabernero negó firmemente con la cabeza.

—No nos quedan habitaciones.

—Pero…

—No nos quedan habitaciones —repitió el hombre y, esta vez, Sofía pilló algo de los pensamientos que había tras ello.

«Viene de la calle sin equipaje y habla como si viniera de los barrios pobres. ¿Cree que no reconozco a una puta cuando la veo? Aunque no dará muy buena impresión si tengo que echarla de cabeza a la calle».

Los pensamientos de todos los que estaban allí le decían que todos pensaban más o menos lo mismo. Para ello, ella no podía ser otra cosa que alguien a quien algún hombre rico ya no quería.

Quizás, de algún modo, era incluso así.

—En ese caso tendré que encontrar otro lugar —dijo Sofía , intentando dar la vuelta con lo que ella esperaba que fuera una pizca de dignidad. Se dirigió hacia la puerta antes de que volvieran las lágrimas y salió a la calle, con la esperanza de que la creciente oscuridad escondiera del mundo lo disgustada que estaba.

Ahora cada paso era doloroso, una sensación de sinsentido y futilidad desbrozaba todo lo que Sofía hacía. No había podido encontrar un lugar en palacio. No había tenido la sensatez de ir con su hermana. Ni tan solo podía encontrar una taberna en la que la aceptaran. No sabía qué iba a hacer a continuación.

Sofía empezó a caminar hacia el río, hacia las partes más pobres de la ciudad. No estaba segura de por qué lo estaba haciendo, si era por encontrar una taberna más barata en al que no importara lo que fuera, o para continuar caminando, o para lanzarse a los fríos brazos del río. Ahora mismo, las tres cosas parecían igual de probables, y Sofía no estaba segura de que le preocupara la diferencia.

Continuó hacia las calles más estrechas donde las casas estaban amontonadas y no daba la sensación de que los edificios se arreglaran igual de bien. Pasó por delante de tipos en los callejones sin mirarlos, e ignoró una oferta obscena que le gritaron desde un portal.

Ahora mismo estaba tan herida que era insensible a todo eso, la ciudad se convirtió en un ruido de fondo para el peso aplastante que rodeaba a su corazón. Sofía andaba arrastrando los pies, sin importarle los ruidos de Ashton mientras sus habitantes nocturnos despertaban y salían a la calle.

Tal vez por ese entumecimiento al principio no oyó los pasos tras ella. Y desde luego por eso no extendió su talento para recoger los pensamientos de los que estaban a su alrededor. Ahora mismo ya tenía suficientes problemas con sus propios pensamientos, sin añadir a los hombres que se preguntaban si podrían comprarla para pasar la noche, o los matones que se preguntaban si deberían pelear con alguien.

Hasta que no anduvo un poco más no vio la realidad: alguien la estaba siguiendo.

CAPÍTULO VEINTICINCO

Catalina se marchaba de la única felicidad que había podido encontrar jamás, mientras se obligaba a sí misma a no llorar. Cabalgaba más rápido de lo que lo había hecho en todo el día, ignorando el hecho de que ahora estaba oscureciendo y dejando simplemente correr a su caballo.

Tenía que correr, pues ahora era una criminal. Había matado a alguien. Había robado este caballo. Cualquiera que la cazara ahora intentaría cortarle el cuello o arrastrarla hasta una horca, no devolverla a la Casa de los Abandonados.

Cuando catalina marchó habían gritos de persecución detrás de ella. Ahora se habían desvanecido en el silencio, y a Catalina solo le cabía esperar que no fuera porque estuvieran sacando su rabia con Will y su familia. Al marchar, esperaba que pareciera que los estaba traicionando junto a todos los demás y que aquel problema la persiguiera a ella, no a ellos.

Cabalgó hasta que fue demasiado oscuro para seguir haciéndolo, y la carretera era tan solo una diferencia en el reflejo de la luz de la luna. Incluso su caballo estaba evitando continuar, tirando hacia un lado del camino a la vez que iba más lento. Catalina captó la indirecta y se apartó cincuenta pasos del camino antes de atar a su caballo a las ramas de un arbusto bajo y sacarle la silla del lomo.

Durmió sobre el suelo duro, con frío porque no podía arriesgarse a hacer fuego, con la espada que le había dado Tomás a su lado sobre el suelo por si acaso venía alguien. No sabía qué haría con ella si eso pasara. ¿Lo mataría, como había matado al chico que había intentado devolverla? ¿Sería capaz de ahuyentarlos si no lo hacía?

Catalina durmió a ratos, incapaz de mantener los ojos cerrados por mucho tiempo. Los miedos se amontonaban con las pesadillas, hasta que apenas podía distinguir cuál era cuál. ¿Estaba escapando de unas sombras en una casa en llamas, o realmente había gente que iban a por ella? Catalina se despertó de forma brusca un montón de veces y se incorporaba respirando aceleradamente, hasta que se daba cuenta de que los atacantes que iban a por ella solo eran fragmentos de sueños.

Hasta que no salió el sol no vio que su caballo se había soltado del arbusto donde lo había atado. Se había ido, las huellas se perdían en la distancia. Catalina caminó en un amplio círculo para intentar encontrarlo, pero había desaparecido. Tal vez había escapado para vivir en libertad. Tal vez había vuelto con el propietario a quien ella se lo había robado.

En cualquier caso, significaba que ahora tenía que andar. Catalina cogió las sillas de montar, su espada y las otras pocas posesiones que tenía y partió a pie. No sabía si ahora la perseguirían los cazadores, pero al principio tomó un camino diferente al de las huellas de las pezuñas, siguiendo un camino pedregoso en el que no dejaría huellas. sencillamente para asegurarse de que cualquiera que le siguiera la pista iría en la dirección equivocada. Hasta que no estuvo lejos del lugar en el que había acampado, Catalina no siguió en dirección al bosque.

Mientras andaba se mantenía fuera del camino principal, moviéndose en cambio entre los límites de los campos y los pequeños senderos que serpenteaban a lo largo de los caminos reales. Significaba que había menos posibilidades de que alguien que supiera lo que había hecho la viera, pero también significaba que el sol estaba alto hasta que Catalina no vio que los árboles ya estaban más cerca. Para entonces estaba cansada y hambrienta; solo había saciado su sed bebiendo agua de la lluvia que había recogido en el hueco de una piedra baja.

Catalina se alegraba de que a su hermana las cosas le fueran mejor que a ella. Tal vez fueran los dos lados de una balanza, así que si las cosas iban cuesta abajo para Catalina, la vida de Sofía mejoraba. Por poco tiempo, Catalina pensó qué podría pasar si se dirigía a palacio para pedir ayuda a Sofía. Si estaba tan cerca de un príncipe, tal vez ella pudiera conseguir alguna especie de perdón por todo lo que Catalina había hecho.

Catalina reía con aquel pensamiento, mientras continuaba en dirección a los árboles. Si se presentaba por sorpresa en palacio, en el mejor de los casos le prohibirían la entrada y, en el peor de los casos, la colgarían. Ahora solo había una dirección en la que podía ir y ya estaba yendo hacia allí.

Catalina se dirigió hacia los árboles, buscando el principio de las escaleras de piedra que llevaban hasta la fuente. Catalina había pensado en todas las otras posibilidades, pero la verdad es que no había ninguna opción real. Las había destruido todas en el momento en que su cuchillo de comer se había colado bajo las costillas de Zacarías. Tal vez se había estado dirigiendo hacia esto desde el momento en que ella y Sofía habían huido del orfanato, atrapada por el destino como seguramente lo hubiera estado con un contrato como esclava.

Catalina no quería creerlo, pero todavía caminaba hacia el lugar donde la fuente, junto con Siobahn, la estaba esperando.

Al menos, eso creía. Aquí en el bosque, era difícil saber en qué dirección iba. Los árboles se amontonaban a su alrededor, empujando a Catalina hacia atrás y obligándola a alejarse del camino a cada paso. Este no era el camino por el que había venido la primera vez que estuvo aquí, y ahora el barro se le pegaba a las botas, dificultándole el movimiento mientras las ramas la arañaban como si quisieran vigilar el lugar.

Catalina percibió un destello de diversión procedente de arriba. Se puso derecha y escuchó. No se escuchó ningún ruido, pero aquella sensación era inconfundible. La bruja. estaba allí. Vigilándola. Disfrutando con su sufrimiento.

Se estaba acercando.

Empezó a caer la lluvia, atravesando los árboles de forma persistente y pegándole la ropa a Catalina en la piel.

—Sé lo que estás haciendo —exclamó Catalina—. ¡Déjame avanzar, maldita seas!

No hubo respuesta.

Pero aun así, el camino parecía más fácil.

Los pinchos todavía pinchaban a Catalina, pero no se enredaban y la detenían. El barro todavía se le pegaba a los pies, pero no amenazaba con quitarle las botas. Ahora los árboles no le obstruían el camino, pero en su lugar le hacían como de embudo.

Finalmente, encontró un pequeño camino que le resultó conocido. Ayer había estado aquí; estaba segura de ello. Vio la piedra desmoronada de los primeros escalones.

Alzó la vista y se preparó.

Y, a continuación, paso a paso, empezó a escalar.

CAPÍTULO VEINTISÉIS

Sofía miró hacia atrás por encima del hombro, intentando avistar a las personas que la estaban siguiendo. Pero no vio nada.

Dentro, su miedo crecía, forzándola a avanzar. Giró hacia una calle lateral y los pasos todavía iban al mismo ritmo que los suyos. Los escuchó con más atención. Seguían el ritmo de sus propios pasos, acelerando a la vez, reduciendo el ritmo cuando ella vigilaba a su alrededor en busca de amenazas. Había demasiados pensamientos en la ciudad para estar segura de quién la estaba siguiendo o por qué, pero estaba segura de que por lo menos había tres pensamientos diferentes que la seguían de cerca.

Caminaba más deprisa y los pasos aceleraban con ella.

Rompió a correr. Escogía las direcciones al azar, dirigiéndose hacia la oscuridad sin importarle hacia dónde fuera. Fue a para a un patio, cruzó agachada una puerta medio abierta e intentó clamar su respiración lo suficiente para que no la delatara. Con cuidado, tan lentamente que apenas era perceptible, Sofía acabó de cerrar la puerta. No quería dejar rastro de su presencia.

Se quedó allí en las sombras, con la esperanza de que quien la estuviera siguiendo continuaría, dejándola tranquila en el momento en que ella fuera demasiado problema. Así era cómo trabajaban los depredadores en la ciudad. Solo perseguían lo que era fácil y se olvidaban de lo que era difícil. Si podía quedarse en silencio y fuera de la vista, ellos pasarían de largo y buscarían otro objetivo en algún otro lugar.

Entonces pilló un destello de sus pensamientos y supo que eso no funcionaría. Se alejó de la entrada, en busca de un arma, pero no había nada y, en cualquier caso, Sofía no era su hermana. No tenía la habilidad para luchar contra los atacantes. Podía hablar con ellos. convencerlos, escapar de ellos, pero no luchar contra ellos.

Sofía se puso a buscar una salida, vio una pila de cajas al otro lado del patio y empezó a trepar. No llegaban hasta las tejas inclinadas del tejado, pero se le acercaban bastante. Ya había trepado hasta los tejados de la ciudad; podía volverlo a hacer. Sentía la aspereza de las cajas de madera bajo sus manos mientras se forzaba a sí misma a subir caja tras caja, intentando encontrar el camino hasta el tejado que había allí arriba. Cuando oyó que se abría la puerta del patio, Sofía intentó ir más rápido.

Notó que las cajas se movían debajo de ella y, en un instante, Sofía cayó.

Notó el impacto de los adoquines contra ella cuando fue a parar contra el suelo, y Sofía ni tan solo pudo chillar de dolor, pues la fuerza para hacerlo le quitaría la respiración. Unas manos la cogieron y Sofía se revolcaba para intentar liberarse. No sirvió de nada.

Una tela le cubrió la cara, tapándole la poca luz que había, dificultándole la respiración. Unas manos la apretaban y ahora Sofía no podía respirara. Continuaba luchando, pero sentía que la fuerza se le escapaba y una oscuridad que no tenía nada que ver con la tela empezaba a nublarle la visión.

Una voz se dirigió a ella, aparentemente desde muy lejos.

—¿De verdad pensabas que podías escapar de la Diosa Enmascarada?

CAPÍTULO VEINTISIETE

Catalina subía y subía y, esta vez, los escalones parecían no tener fin. Tenía la sensación de que la estaban castigando, poniéndola a prueba. Tal vez solo le recordaban que era algo diferente a Siobahn, algo menos.

A pesar de ello, continuaba, forzándose a subir.

Cuando llegó arriba del todo, sentía que estaba a punto de desplomarse. Se acercó a la fuente y, ahora mismo, deseaba que estuviera llena, para poder beber agua fresca de ella.

Siobahn estaba al lado de ella, tenía un aspecto elegante y la lluvia no la había tocado. Sonreía y en su sonrisa había crueldad.

Estaba allí, mirando fijamente a Catalina en silencio, sus ojos la atravesaban ardientes.

Era evidente que esperaría a que Catalina hablara primero.

—Yo… no tengo ningún otro lugar al que ir —dijo finalmente Catalina, bajando la cabeza y llena de vergüenza.

Aun así, Siobahn esperó, estaba claro que quería más.

Catalina respiró profundamente.

—Maté a alguien —añadió—. Me iba a devolver al orfanato y lo maté.

Vio que la mujer asentía indicando que la comprendía.

—las lecciones que se aprenden con sangre son siempre las más duras —dijo finalmente—. Pero también son las más fuertes.

Siobahn alargó una mano.

Su piel tenía un tacto suave como el musgo o el roce de la seda.

—Has aprendido lo que te harán allá en el mundo. Has aprendido por qué debes ser fuerte.

Catalina asintió. Tenía que ser fuerte. Tenía que ser tan fuerte que nadie pudiera volver a hacerle daño, y que ninguno de los que la perseguían pudiera tocarla. Para poder proteger a su hermana. Para poder vengar una infancia que le habían arrebatado.

Pero necesitaba más que eso. Necesitaba un lugar en el que poder estar a salvo.

Siobahn fue hacia el otro extremo de la fuente. El lugar parpadeó y Catalina vio que salía agua.

La fuente estaba viva de nuevo.

Catalina estaba impresionada por el poder de la mujer. Pero temía las aguas que tenía delante, sabiendo el precio que suponían.

Siobahn extendió el brazo con un pequeño cucharón de plata y lo llenó con una mano firme.

Entonces se dirigió a Catalina y se lo ofreció.

—¿Estás preparada, Catalina?

Catalina alargó su mano temblorosa y cogió el cucharón. Era increíblemente pesado en su mano, antiguo, una cosa de un gran poder en sí misma.

Miró las aguas brillantes que había dentro del mismo y se sorprendió de la poca agua que contenía. Menos que en un cuenco pequeño.

Pero la suficiente para cambiar su vida para siempre.

La suficiente para hacer de ella la guerrera más fuerte que jamás haya existido.

Y la suficiente para estar en deuda con la bruja para siempre.

No era un pacto que deseara hacer.

Sin embargo, este mundo era duro y cruel y Catalina veía que no podía fiarse de nadie que no fuera ella misma.

Quería ese poder. Quería esa fuerza.

Quería destruir aquel orfanato.

Y quería convertirse en la mayor guerrera que jamás haya existido.

Así que, con la mano temblorosa, se acercó el cucharón a los labios; el metal estaba frío, el agua aun más.

Y cerró los ojos.

Y bebió.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
241 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640293557
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