Kitabı oku: «Una Carga De Valor», sayfa 2
Mientras Thor estaba allí tumbado, viendo la daga bajar, sintió que el tiempo se detenía. Sintió un repentino torrente de calor subir por sus piernas y torso y brazos, hasta la palma de sus manos, hacia la punta de sus dedos, un cosquilleo tan intenso que no podía cerrar sus dedos. La increíble ola de calor y energía estaba lista para estallar a través de él.
Thor giró, sintiéndose cargado con una nueva fuerza y dirigió su mano hacia su atacante. Una esfera de luz blanca emanaba de la palma de su mano y envió a su atacante a volar por el campo de batalla, derribando a otros soldados junto con él.
Thor se quedó parado, desbordante de energía y dirigió las palmas de sus manos por todo el campo de batalla. Al hacerlo, las bolas blancas de luz fueron hacia todas partes, creando olas de destrucción, tan rápida e intensamente, que en pocos minutos, todos los soldados del Imperio se encontraban apilados en un gran montón, muertos.
Cuando se calmó el calor del momento, Thor hizo un recuento. Él, Reece, O'Connor, Elden y Conven estaban vivos. Cerca estaban Krohn e Indra, también vivos, Krohn jadeando. Todos los soldados del Imperio estaban muertos. Y a sus pies Conval, muerto.
Dross estaba muerto también, una espada de Imperio le atravesó el corazón.
El único sobreviviente era Drake. Estaba allí tirado, gimiendo en el suelo, con la herida de una daga del Imperio, en el estómago. Thor se acercó a él, mientras Reece, O'Connor y Elden lo arrastraban con fuerza de sus pies, quejándose de dolor.
Drake, gimiendo de dolor, se mofó insolentemente, semiconsciente.
"Debiste habernos matado desde el principio", dijo Drake, brotando sangre de su boca, irrumpiendo en una larga tos. "Siempre fuiste demasiado ingenuo. Demasiado estúpido".
Thor sintió que sus mejillas enrojecían, y estaba aún más furioso consigo mismo por creerles. Estaba furioso, sobre todo, porque su ingenuidad resultó en la muerte de Conval.
"Sólo voy a preguntate esto una vez", gruñó Thor. "Dime la verdad, y te dejaremos vivir. Miéntenos y seguirás el camino de tus dos hermanos. Tú decides".
Drake tosió varias veces.
"¿Dónde está la Espada?", preguntó Thor exigiendo. "Di la verdad esta vez".
Drake tosió repetidas veces, y luego levantó la cabeza. Miró hacia arriba y se encontró con los ojos de Thor, y su mirada estaba llena de odio.
"Neversink", dijo Drake finalmente.
Thor miró a los demás, quienes a su vez lo miraron, confundidos.
"¿Neversink?", preguntó Thor.
"Es un lago sin fondo", Indra intervino, avanzando. "Al otro extremo del Gran Desierto. Es un lago de lo más profundo".
Thor frunció el ceño hacia Drake.
"¿Por qué?", le preguntó.
Drake tosió, sintiéndose cada vez más débil.
"Fueron órdenes de Gareth", dijo Drake. "Quería arrojarte a un lugar del que nunca volvieras".
"Pero, ¿por qué?", dijo Thor presionando, confundido. "¿Por qué destruir la Espada?".
Drake miró hacia arriba y se encontró con sus ojos.
"Si él no podía blandirla", dijo Drake. "Entonces nadie podría".
Thor lo miró largamente y con severidad, y finalmente, se sintió satisfecho de que estaba diciendo la verdad.
"Entonces nuestro tiempo es corto", dijo Thor, preparándose para irse.
Drake movió la cabeza.
"Nunca llegarás allá a tiempo", dijo Drake. "Son muchos días por delante. La Espada ya está perdida para siempre. Renuncia y regresa al Anillo, y no se dañen a ustedes mismos".
Thor meneó la cabeza.
"No pensamos como ustedes", contestó. "No vivimos para salvar nuestras vidas. Vivimos para el valor, para nuestro código de conducta. Y vamos a ir hacia donde eso nos lleve”.
"¿Ves a dónde te ha llevado tu valor hasta ahora?", dijo Drake. "Incluso con tu valor, eres un tonto, al igual que el resto de ellos. El valor es no sirve de nada".
Thor lo miró mofándose de él. No podía creer que había sido criado en una casa, que había pasado toda su infancia, con este sujeto.
Los nudillos de Thor se pusieron blancos mientras apretaba la empuñadura de su espada, queriendo más que nunca matar a ese muchacho. Los ojos de Drake siguieron sus manos.
"Hazlo", dijo Drake. "Mátame. Hazlo de una vez por todas".
Thor lo miró larga y duramente, con ganas de hacerlo. Pero Drake había dado su palabra de que si decía la verdad, no lo mataría. Y Thor siempre cumplía su palabra.
"No lo haré", dijo finalmente Thor. "Aunque te lo merezcas. No vas a morir por mi mano, porque eso me haría rebajarme a tu nivel".
Thor comenzó a dar vuelta para alejarse, Conven corrió hacia adelante y gritó:
"¡Por mi hermano!".
Antes de que cualquiera de ellos pudiera reaccionar, Conven levantó su espada y la empujó hacia el corazón de Drake. Los ojos de Conven estaban iluminados por la locura, por el dolor, mientras sostenía a Drake en el abrazo de la muerte, y lo veía caer inerte en el suelo, muerto.
Thor miró hacia abajo y sabía que la muerte era poco consuelo por la pérdida de Conven. Por la pérdida de todos. Pero, al menos, era algo.
Thor miraba hacia el vasto tramo del desierto ante ellos y sabía que la Espada estaba en algún lugar más allá de sus fronteras. Parecía que estaba a un planeta de distancia. Cuando pensó que su viaje había terminado, se dio cuenta de que todavía no había siquiera comenzado.
CAPÍTULO TRES
Erec estaba sentado entre las decenas de caballeros en el Salón de Armas del Duque dentro de su castillo, seguro detrás de las puertas de Savaria, todos ellos magullados y maltratados por su encuentro con esos monstruos. A su lado estaba sentado su amigo Brandt, quien se agarraba la cabeza con las manos, como muchos de los demás. El ambiente en la cámara era sombrío.
Erec lo sintió también. Todos los músculos de su cuerpo le dolían, de la batalla con los hombres del Lord y con los monstruos. Había sido uno de los días más duros de batalla que podía recordar, y el Duque había perdido a demasiados hombres. Mientras Erec reflexionaba, se dio cuenta de que si no hubiera sido por Alistair, él y Brandt y los demás estarían muertos ahora.
Erec estaba abrumado de gratitud hacia ella – y aún más, con un amor renovado. Él también estaba intrigado por ella, más de lo que había estado en su vida. Siempre había percibido que ella era especial, que incluso era poderosa. Pero los acontecimientos de este día, se lo habían demostrado. Tenía un ardiente deseo de saber más acerca de quién era, sobre el secreto de su linaje. Pero él había jurado no entrometerme – y siempre cumplía su palabra.
Erec no podía esperar a que terminara esta reunión para que él pudiera verla otra vez.
Los caballeros del Duque habían estado sentados allí durante horas, recuperándose, tratando de averiguar qué había pasado, discutiendo acerca de qué hacer a continuación. El Escudo estaba desactivado, y Erec todavía estaba tratando de ver las consecuencias. Significaba que Savaria ahora estaba propensa a un ataque; peor aún, los mensajeros habían llegado con las noticias de la invasión de Andrónico, de lo que había sucedido en la Corte del Rey, en Silesia. Erec se sintió descorazonado. Su corazón le pedía estar con sus hermanos de Los Plateados, defender las ciudades. Pero allí estaba, en Savaria, donde el destino lo había puesto. También lo necesitaban aquí: la ciudad del Duque y la gente era, después de todo, una parte estratégica del Imperio MacGil, y también tenían que defenderla.
Pero con los nuevos y numerosos informes acerca de las inundaciones de batallones de Andrónico enviados a Savaria, Erec sabía que su ejército de un millón de hombres, pronto se extendería a todos los rincones del Anillo. Cuando terminara, Andrónico no dejaría nada. Erec había escuchado las historias de conquistas de Andrónico toda su vida, y él sabía que era un hombre cruel sin igual. Por la simple ley de los números, los pocos cientos de hombres del Duque serían incapaces de enfrentarlos. Savaria era una ciudad condenada.
"Digo que nos rindamos", dijo el asesor del Duque, un viejo guerrero curtido, que estaba sentado en una larga y rectangular mesa de madera, perdido en un jarra de cerveza, golpeando su guantelete metálico en la madera. Todos los otros soldados se calmaron y lo miraron.
"¿Qué otra opción tenemos?", agregó él. "Somos unos pocos cientos en contra de un millón de ellos".
"Tal vez podamos defendernos, por lo menos conservar la ciudad", dijo otro soldado.
"¿Pero por cuánto tiempo?" preguntó otro.
"El suficiente para que MacGil envíe refuerzos, si podemos aguantar el tiempo suficiente".
"MacGil está muerto", respondió otro guerrero. "Nadie vendrá a ayudarnos".
"Pero su hija vive", respondió otro. "Así como sus hombres. ¡No nos abandonarían aquí!".
"¡Apenas puedan defenderse!", protestó otro.
Los hombres estallaron en agitados murmullos, todos discutiendo entre ellos, hablando unos con otros, dando vueltas y vueltas en círculos.
Erec estaba allí sentado, viendo todo, y sintiéndose vacío. Había llegado un mensajero hacía varias horas y había entregado la terrible noticia de la invasión de Andrónico – y también, para Erec, aún peores noticias, acababan de decirle que MacGil había sido asesinado. Erec había estado tan lejos de la Corte del Rey durante tanto tiempo, que era la primera vez que había recibido las noticias – y cuando eso ocurrió, sintió como si una daga hubiera sido sumida en su corazón. Había amado a MacGil como padre, y la pérdida le hizo sentir más vacío que nunca.
La habitación estaba en silencio mientras el Duque aclaraba su garganta y todas las miradas se volvieron hacia él.
"No podemos defender nuestra ciudad contra un ataque", dijo el Duque, lentamente. "Con nuestras habilidades y la fuerza de estos muros, podemos atacar contra un ejército hasta cinco veces más grande que el nuestro – incluso un ejército diez veces mayor que el nuestro. Y tenemos suficientes provisiones para retener un asedio durante semanas. Contra cualquier ejército normal, ganaríamos".
Él suspiró.
"Pero el Imperio no cuenta con un ejército normal", añadió. "No podemos defendernos contra un millón de hombres. Sería inútil".
Hizo una pausa.
"Pero así nos rendiríamos. Todos sabemos lo que Andrónico hace a sus captores. A mí me parece que todos moriríamos de una u otra forma. La pregunta es si moriremos de pie o moriremos de espaldas. ¡Yo digo que muramos de pie!”.
La sala estalló en una ovación de aprobación. Erec no podía estar más de acuerdo.
"Entonces no nos queda otro curso de acción", continuó diciendo el Duque. "Defenderemos a Savaria. Nunca nos rendiremos. Podríamos morir, pero todos moriremos juntos".
La habitación quedó en un pesado silencio mientras los demás asintieron con la cabeza. Parecía como si todos estuvieran buscando otra respuesta.
"Hay otro camino", dijo Erec finalmente, hablando en voz alta.
Podía sentir que todos lo miraban.
El Duque asintió con la cabeza, para que pudiera hablar.
"Podemos atacar", dijo Erec.
"¿Atacar?", dijeron los soldados, sorprendidos. "¿Los pocos cientos que somos nosotros, atacando a un millón de hombres? Erec, sé que eres valiente. Pero, ¿estás loco?"
Erec meneó la cabeza, muy en serio.
"Lo que no están tomando en cuenta es que los hombres de Andrónico nunca se esperarían un ataque. Tendríamos el elemento sorpresa. Como ustedes dicen, estando aquí sentados, defendiendo, moriremos. Si atacamos, podemos matar a mucho más de ellos; y lo más importante aún, es que si atacamos en la forma correcta, y en el lugar correcto, podríamos hacer más que retenerlos – podríamos ganar".
"¿Ganar?", gritaron todos, mirando a Erec, totalmente desconcertados.
"¿Qué quieres decir?", preguntó el Duque.
"Andrónico esperará que estemos aquí, sentados y defendamos nuestra ciudad", explicó Erec. "Sus hombres nunca esperarán que tengamos un punto de paso forzoso, fuera de las puertas de nuestra ciudad. Aquí en la ciudad, tenemos la ventaja de los muros fuertes – pero allá afuera, en el campo, tenemos la ventaja de la sorpresa. Y la sorpresa siempre es mejor que la fuerza. Si podemos mantener un punto de paso forzoso natural, podemos canalizarlos a todos a un mismo lugar, y desde allí podemos atacar. Hablo del Barranco Oriental".
"¿El Barranco Oriental?", preguntó un soldado.
Erec asintió con la cabeza.
"Es una grieta escarpada entre dos acantilados, el único paso en las Montañas de Kavonia, que está a un día de viaje de aquí. Si los hombres de Andrónico vienen hacia nosotros, la manera más directa será a través del barranco. De lo contrario, tendrán que escalar las montañas. El camino del norte es demasiado estrecho y demasiado fangoso en esta época del año – él perdería semanas. Y desde el sur, tendría que cruzar el Río Fiordo”.
El Duque vio a Erec con admiración, frotando su barba, pensando.
"Puede que tengas razón. Andrónico podría llevar a sus hombres por el barranco. Para cualquier otro ejército, sería un acto de suprema arrogancia. Pero para él, con su millón de hombres, podría hacerlo".
Erec asintió con la cabeza.
"Si podemos llegar allí, si podemos ganarles, podemos sorprenderlos, tenderles una emboscada. Con una posición como esa, unos cuantos podrían contener a miles".
Todos los otros soldados miraron a Erec con algo parecido a una esperanza y temor, mientras la habitación se cubría con un espeso silencio.
"Es un plan audaz, amigo mío", dijo el Duque. "Pero de nuevo, eres un guerrero audaz. Siempre lo has sido", el Duque hizo una señal a un ayudante. "¡Tráeme un mapa!".
Un muchacho salió corriendo de la habitación y regresó por otra puerta, sosteniendo un gran rollo de pergamino. Lo desenrolló en la mesa, y los soldados se reunieron alrededor, analizándolo.
Erec estiró la mano y encontró a Savaria en el mapa y trazó una línea con el dedo, hacia el Este, deteniéndose en el Barranco Oriental. Había una grieta estrecha, rodeada por montañas hasta donde alcanzaba la vista.
"Es perfecto", dijo un soldado.
Los demás asintieron con la cabeza, frotando sus barbas.
"He oído historias de unas pocas docenas de hombres manteniendo a raya a miles, en el barranco", dijo un soldado.
"Eso es un cuento de viejas", dijo otro soldado, cínicamente. "Sí, tendremos el elemento sorpresa. Pero ¿qué más? No tendremos la protección de nuestras paredes".
"Tendremos la protección de las paredes de la naturaleza", respondió otro soldado. "Esas montañas, cientos de metros de acantilado sólido".
"Nada es seguro", añadió Erec. "Como dijo el Duque, o morimos aquí, o morimos allá. Digo que muramos allá. La victoria favorece a los audaces".
El Duque, después de mucho tiempo de frotar su barba, finalmente asintió con la cabeza, se reclinó y enrolló el mapa.
"¡Preparen sus armas!", gritó. "¡Saldremos esta noche!".
*
Erec, otra vez con su armadura, su espada colgando en su cintura, marchó por el pasillo del castillo del Duque, yendo en dirección opuesta a todos los hombres. Él tenía una tarea importante que hacer antes de irse a lo que podría ser su última batalla.
Tenía que ver a Alistair.
Desde que habían regresado de la batalla del día, Alistair había estado en el castillo, al final del pasillo, en su propia habitación, esperando que Erec fuera con ella. Estaba esperando un encuentro feliz, y él se sintió descorazonado cuando se dio cuenta de que tendría que compartirle las malas noticias de que tendría que irse de nuevo. Él tuvo una sensación de paz sabiendo que al menos ella estaría aquí, a salvo, en los muros del castillo, y se sintió más decidido que nunca a mantenerla a salvo, a proteger al Imperio. Su corazón le dolía al pensar en dejarla – no habría querido nada más que pasar tiempo con ella desde su promesa de casarse. Pero simplemente no parecía ser posible.
Cuando Erec dio vuelta a la esquina, sus espuelas tintinearon, sus botas resonaron en los pasillos vacíos del castillo; se preparó para el adiós, que sabía que sería doloroso. Finalmente llegó a una antigua puerta arqueada de madera y golpeó suavemente con su guantelete.
Se escuchó el sonido de pasos cruzando la habitación, y un momento después, la puerta se abrió. El corazón de Erec se aceleró, como lo hacía cada vez que veía a Alistair. Allí estaba ella de pie, en la puerta, con su largo pelo rubio y sus grandes ojos cristalinos, mirándolo como si fuera una aparición. Ella estaba más hermosa cada vez que la veía.
Erec entró y la abrazó, y ella lo abrazó también. Lo abrazó con fuerza, durante mucho tiempo, no queriendo dejarlo ir. Él tampoco quería soltarla. Deseaba más que nada poder cerrar la puerta detrás de él y quedarse con ella, todo el tiempo que pudiera. Pero el destino no lo quería así.
La calidez de ella y su cercanía hacía que todo estuviera bien en el mundo, y él se negaba a soltarla. Finalmente, ella se alejó un poco y lo miró a los ojos, que brillaban. Miró su armadura, sus armas, y su rostro cambió al darse cuenta de que no iba a quedarse.
"¿Te vas a marchar otra vez, mi Lord?" preguntó.
Erec bajó la cabeza.
"No es mi deseo, mi señora", respondió. "El Imperio se está acercando. Si me quedo aquí, todos moriremos".
"¿Y si te vas?", preguntó ella.
"Probablemente moriré de cualquier manera", reconoció él. "Pero eso al menos nos dará una oportunidad. Una pequeña posibilidad, pero es una oportunidad".
Alistair se dio vuelta y caminó hacia la ventana, mirando el patio del Duque, con la puesta del sol; su rostro se iluminó con la luz tenue. Erec podía ver la tristeza grabada en su rostro, y se acercó a ella y le retiró el cabello de su cuello, acariciándola.
"No estés triste, mi señora", dijo. "Si sobrevivo a esto, volveré a tu lado Y entonces estaremos juntos para siempre, libres de todos los peligros y amenazas. Libres finalmente para vivir juntos".
Ella meneó la cabeza, con tristeza.
"Tengo miedo", dijo.
"¿De los ejércitos que se aproximan?", preguntó él.
"No", dijo ella, volviéndose hacia él. "De ti".
Erec la miró, perplejo.
"Temo que ahora pensarás de mí de manera diferente", dijo ella, "desde que viste lo que pasó en el campo de batalla.
Erec movió la cabeza.
"No pienso en ti de manera distinta en absoluto", dijo. "Me salvaste la vida, y por eso estoy agradecido".
Ella meneó la cabeza.
"Pero también viste un lado diferente de mí", dijo. "Viste que no soy normal. "No soy como todos los demás". Yo tengo un poder dentro de mí, que no entiendo. Y ahora temo que pensarás que soy una especie de monstruo. Como una mujer que ya no quieres que sea tu esposa".
A Erec se le rompió el corazón al escuchar sus palabras, y dio un paso adelante, puso con fervor las manos en las suyas, y la miró a los ojos con toda la seriedad que pudo reunir.
"Alistair", dijo. "Te amo con todas mis fuerzas. Nunca ha habido una mujer a la que haya amado más. Y nunca la habrá. Me encanta todo lo que eres. No veo nada diferente en ti de los demás. Los poderes que tienes, sin importar quién seas – aunque no los entiendas, los acepto todos. Estoy agradecido por ello. Juré no entrometerme y mantendré esa promesa. Nunca te lo preguntaré. Sin importar lo que seas, te acepto".
Ella lo miró por un largo tiempo, luego sonrió lentamente, y sus ojos parpadearon, con lágrimas de alivio y alegría. Ella se volvió y le abrazó, con fuerza, con todo su amor.
Le susurró al oído: “¡Regresa a mi lado!".
CAPÍTULO CUATRO
Gareth estaba parado al borde de la cueva, viendo ponerse el sol, y esperó. Lamió sus labios secos e intentó concentrarse, los efectos del opio finalmente iban desapareciendo. Estaba mareado y no había bebido ni comido en varios días. Gareth pensó en su audaz fuga del castillo, escabulléndose a través del pasadizo secreto detrás de la chimenea, justo antes de que Lord Kultin hubiera intentado emboscarlo, y sonrió. Kultin había sido inteligente en su golpe de estado – pero Gareth había sido más listo. Como todos los demás, él había subestimado a Gareth; no se había dado cuenta de que los espías de Gareth estaban por todas partes, y que se habría enterado de su plan casi instantáneamente.
Gareth había escapado a tiempo, justo antes de que Kultin lo hubiera emboscado y antes de que Andrónico hubiera invadido la Corte del Rey y hubiera arrasado con él. Lord Kultin le había hecho un favor.
Gareth había utilizado los antiguos pasadizos secretos del castillo, serpenteando bajo la tierra, que finalmente lo llevó a la campiña, saliendo en una aldea alejada de la Corte del Rey. Había salido cerca de una cueva y se había derrumbado al llegar, durmiendo durante todo el día, acurrucado y temblando por el implacable aire de invierno. Deseaba haber traído más capas de ropa.
Despierto, Gareth se agachó y espió, a lo lejos, una pequeña aldea de labranza; había un puñado de cabañas, salía humo de sus chimeneas y a lo largo de ella estaban los soldados de Andrónico marchando por la aldea y el campo. Gareth había esperado pacientemente hasta que se dispersaron. Le dolía el estómago de hambre, y él sabía que necesitaba llegar a una de esas casas. Podía oler que cocinaban comida desde aquí.
Gareth salió corriendo de la cueva, mirando a todos lados, respirando con dificultad, frenético de miedo. No había corrido en años, y resolló por el esfuerzo; le hizo darse cuenta de lo delgado y enfermizo que se había vuelto. La herida en la cabeza, donde su madre le había golpeado con la escultura, palpitaba. Si sobrevivía a todo esto, juró matarla él mismo.
Gareth corrió hacia la ciudad, escapando, afortunadamente, de ser detectado por los pocos soldados del Imperio que estaban de espaldas a él. Corrió a la primera cabaña que vio, una vivienda sencilla, de una habitación, como las demás, un cálido resplandor venía desde dentro. Vio a una adolescente, tal vez de su edad, caminando por la puerta abierta con un montón de carne, sonriente, acompañada de una chica más joven, tal vez era su hermana, como de unos diez años – y decidió que ése era el lugar.
Gareth atravesó por la puerta con ellas, siguiéndolas, cerrando la puerta de golpe detrás de ellas y agarrando a la chica más joven por atrás, poniendo su brazo alrededor de la garganta. La chica gritó, y la chica mayor tiró su plato de comida, mientras Gareth sacaba un cuchillo de su cintura y lo sostuvo en la garganta de la joven.
Ella gritaba y lloraba.
"¡PAPÁ!".
Gareth se dio vuelta y miró la acogedora casa, llena de la luz de las velas y el olor de la comida, y vio, además de la adolescente, a una madre y un padre, parados sobre una mesa, mirándolo, con los ojos bien abiertos con miedo y rabia.
"¡Aléjense y no la mataré!". Gareth gritó, desesperado, alejándose de ellos, resguardando a la joven.
"¿Quién es usted?", preguntó la adolescente. "Yo me llamo Sarka. El nombre de mi hermana es Larka. Somos una familia pacífica. ¿Qué quiere con mi hermana? ¡Déjela!".
"Sé quién es usted", el padre entrecerró los ojos hacia él, en señal de desaprobación. "Usted era el rey anterior. El hijo de MacGil".
"Sigo siendo rey", gritó Gareth. "Y ustedes son mis súbditos. ¡Harán lo que yo diga!".
El padre frunció el ceño.
"Si usted es el rey, ¿dónde está su ejército?", preguntó. "Y si usted es el rey, ¿por qué está tomando como rehén a una chica inocente, con un puñal de la realeza? ¿Tal vez sea el mismo puñal que usó para matar a su propio padre?". El hombre se mofó. "He oído rumores".
"Tienes una lengua impertinente", dijo Gareth. "Sigue hablando y mataré a tu hija".
El padre tragó saliva, sus ojos se abrieron con temor, y se quedó callado.
"¿Qué quiere de nosotros?", gritó la madre.
"Comida", dijo Gareth. "Y refugio. Alerten a los soldados de mi presencia, y les prometo que voy a matarla. Sin trucos, ¿entienden? Déjenme en paz, y ella vivirá. Quiero pasar la noche aquí. Sarka, tráeme ese plato de carne. Y tú, mujer, aviva el fuego y tráeme un manto para poner sobre mis hombros. ¡Háganlo lentamente!", advirtió.
Gareth observaba mientras el padre asentía con la cabeza, a la madre. Sarka puso la carne en su plato, mientras que la madre se acercaba con un grueso manto y lo ponía sobre los hombros de él. Gareth, aún temblando, se acercó lentamente hacia la chimenea, el fuego rugiente calentó su espalda, mientras se sentaba en el suelo, a su lado, sosteniendo con firmeza a Larka, que todavía estaba llorando. Sarka se acercó con el plato.
"¡Ponlo en el suelo junto a mí!", ordenó Gareth. "Lentamente".
Conmocionada, Sarka lo hizo, mirando con preocupación a su hermana, y lo azotó en el suelo, junto a él.
Gareth estaba abrumado por el olor. Él se agachó y tomó un trozo de carne con su mano libre, sosteniendo la daga en la garganta de Larka con la otra; masticó y masticó, cerrando los ojos, saboreando cada bocado. Masticaba más rápido de lo que podía tragar, la comida colgaba de su boca.
"¡Vino!", gritó.
La madre le llevó una bota de cuero para vino, y Gareth la apretó en su boca, bebiéndolo. Respiró profundamente, masticando y bebiendo, empezando a sentirse bien de nuevo.
"¡Ahora, suéltela!", dijo el padre.
"De ninguna manera", respondió Gareth. "Pasaré la noche aquí, así, con ella en mis brazos. Ella estará a salvo, mientras yo lo esté. ¿Quieres ser un héroe? ¿O quieres que tu hija viva?".
Los familiares se miraron unos a otros, sin hablar, vacilantes.
"¿Puedo hacerle una pregunta?", preguntó Sarka. "Si usted es un buen rey, ¿por qué trata así a sus súbditos?".
Gareth la miró, desconcertado, y finalmente se reclinó y estalló en risas.
"¿Quién dijo que yo era un buen rey?".