Kitabı oku: «El príncipe»

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA

RECTORA

Tania Hogla Rodríguez Mora

COORDINADORA DE DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA

Marissa Reyes Godínez

RESPONSABLE DE PUBLICACIONES

José Ángel Leyva


COLECCIÓN: CLÁSICOS DEL PENSAMIENTO POLÍTICO


El príncipe.

Primera edición 2021

D.R. © Mastrángelo, Stella, traducción.

D.R. © Universidad Autónoma de la Ciudad de México

Dr. García Diego, 168,

Colonia Doctores, alcaldía Cuauhtémoc,

C.P. 06720, Ciudad de México

Imagen de portada: Batalla de San Romano, de Paolo Uccello

ISBN (impreso): 978-968-9252-25-1

ISBN (ePub): 978-607-9465-52-0

publicaciones.uacm.edu.mx

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ÍNDICE

Maquiavelo: entre el ser y el “deber ser”

LUCE FABBRI CRESSATTI

Il Principe • El Príncipe

Nicolaus Maclavellus ad Magnificum Laurentium Medicem

Nicolás Maquiavelo al Magnífico Lorenzo de Médici

I

Quot sint genera principatuum et quibus modis acquirantur

De cuántas clases son los principados y de qué modos se adquieren

II

De principatibus hereditariis

De los principados hereditarios

III

De principatibus mixtis

De los principados mixtos

IV

Cur Darii regnum quod Alexander occupaverat a successoribus suis post Alexandri mortem non defecit

Por qué razón el reino de Darío, que fue ocupado por Alejandro, no se rebeló contra sus sucesores después que Alejandro murió

V

Quomodo administrandae sunt civitates vel principatus, qui, antequam occuparentur, suis legibus vivebant

De qué modo deben gobernarse las ciudades o los principados que antes de ser ocupados vivían con sus leyes

VI

De principatibus novis qui armis propriis et virtute acquiruntur

De los principados nuevos que se adquieren con armas propias y virtuosamente

VII

De principatibus novis qui alienis armis et fortuna acquiruntur

De los principados nuevos que se adquieren con armas y fortunas de otros

VIII

De his qui per scelera ad principatum pervenere

De los que por medio de maldades legan al principado

IX

De principatu civili

De los principados civiles

X

Quomodo omnium principatuum vires perpendi debeant

De qué modo debe medirse la fuerza de todos los principados

XI

De principatibus ecclesiasticis

De los principados eclesiásticos

XII

Quot sint genera militiae et de mercenariis militibus

Sobre los géneros de la milicia y sobre los soldados mercenarios

XIII

De militibus auxiliariis, mixtis et propriis

Sobre las tropas auxiliares, mixtas y propias

XIV

Quod principem deceat circa militiam

Lo que conviene a un príncipe acerca de la milicia

XV

De his rebus quibus homines et praesertim principes laudantur aut vituperantur

Sobre las cosas por las que los hombres y especialmente los príncipes son alabados o censurados

XVI

De liberalitate et parsimonia

Sobre la liberalidad y la parsimonia

XVII

De crudelitate et pietate; et an sit melius amari quam timeri, vel e contra

Sobre la crueldad y la piedad, y si es mejor ser amado que temido o lo contrario

XVIII

Quomodo fides a principibus sit servanda

De qué modo deben los príncipes observar su palabra

XIX

De contemptu et odio fugiendo

Cómo hay que evitar el desprecio y el odio

XX

An arces et multa alia quae cotidie a principibus fiunt utilia an inutilia sint

Si las fortalezas y otras cosas que los príncipes hacen todos los días son útiles o no

XXI

Quod principem deceat ut egregius habeatur

Lo que conviene a un príncipe para ser estimado

XXII

De his quos a secretis principes habent

De los secretarios que tienen los príncipes

XXIII

Quomodo adulatores sint fugiendi

De qué modo deben ser evitados los aduladores

XXIV

Cur Italiae principes regnum amiserunt

Por qué los príncipes de Italia han perdido sus estados

XXV

Quantum fortuna in rebus humanis possit et quomodo illi sit occurrendum

Cuánto puede la fortuna en las cosas humanas, y de qué modo se debe resistirle

XXVI

Exhortatio ad capessendam Italiam in libertatemque a barbaris vindicandam

Exhortación a tomar a Italia y liberarla de los bárbaros

Conclusión

Notas al texto en español

Posfacio: Luce Fabbri Cressatti (1908-2000), breve historia de una mujer libre

CLAUDIO ALBERTANI

MAQUIAVELO: ENTRE EL SER Y EL “DEBER SER”

Luce Fabbri Cressatti

Sentimos a Maquiavelo como un contemporáneo porque estamos viviendo una crisis en cierto modo homóloga a la del siglo XVI, y porque él nos proporciona los elementos para juzgarla y es el único que lo ha hecho con tan implacable claridad.

Hay un Maquiavelo de leyenda, que tiene mala fama, el del fin que justifica los medios, el político sin escrúpulos, el consejero de los tiranos. Y está el Maquiavelo que nos presentaron nuestros profesores siguiendo a De Sanctis y a Croce, un Maquiavelo creador de la ciencia política, un pensador que, en los umbrales del Renacimiento, descubrió que la política es independiente de la moral, pertenece a otra esfera, la esfera de lo útil, como la economía. Y nos ha enseñado que en la historia lo que cuenta es el ser, no el “deber ser”: la realidad, no la justicia.

Dice De Sanctis que en la obra de Maquiavelo “están los derechos del Estado; faltan los derechos del hombre”.1 “Por la patria todo es lícito y las acciones, que en la vida privada son delitos, se vuelven magnánimas en la vida pública. Razón de Estado y salud pública eran las fórmulas vulgares en las cuales se expresaba ese derecho de la patria superior a todo derecho.”2 Y Croce se hace en esto, como en casi todo lo demás, el continuador de De Sanctis, incorporando el pensamiento de Maquiavelo a su definición de lo útil, diferenciado netamente de lo ético. Y remacha este concepto, respaldando esta visión del pensamiento de Maquiavelo, con negar que haya medios inmorales. La acusación que se levanta contra Maquiavelo, de recomendar medios inmorales para fines morales, medios que se justificarían con la moralidad de los fines, carece, para Croce, de todo fundamento, pues sólo los fines son morales o inmorales; los medios son adecuados o inadecuados.3 Y aplica el mismo criterio al pensamiento de Marx, en quien veía —dice Boulay4— “el Maquiavelo del proletariado”.

UNA VISIÓN QUE CAMBIA

Ahora bien: si nos acercamos a Maquiavelo directamente, olvidando las instrucciones académicas a las distintas ediciones de sus escritos, leyendo estos últimos en orden cronológico, teniendo en cuenta a cada paso quién y cómo era el autor, qué sucedía en ese momento, qué otras cosas escribía contemporáneamente y, además, la reciente herencia medieval y el entorno humanístico y renacentista, nuestra visión del escritor cambia, no radicalmente, pero lo suficiente para sostener que:

Maquiavelo no excluye la moralidad de la política y no es en ese sentido que hay que considerarlo el fundador de la política como ciencia, sino en el sentido de haber estudiado el deseo de poder en su eterno choque con la exigencia humana de libertad, reconociendo en este choque el principal factor de la historia.5

Él no recomienda nunca a los pueblos el absolutismo, que él considera una degeneración de la monarquía,6 no sostiene los derechos del Estado, no hace primar la razón de Estado por sobre los derechos de los ciudadanos, excepto en el caso del “estado popular”, que responde a los intereses del mayor número y que degenera cuando el pueblo se corrompe, es decir, cuando los ciudadanos aprovechan la libertad para su interés particular.7

Consideró la libertad republicana como el valor político supremo.8

Su pensamiento no es monolítico y hay en él contradicciones que, todas, tienen su explicación en un plano psicológico o histórico.

Él mismo se nos presenta en toda su complicación en una célebre carta a F. Vettori9 y en una octava autobiográfica, con la que me parece oportuno entrar en el tema del “hombre” Maquiavelo como clave de su pensamiento:

Yo espero

y mi esperanza agranda mi tormento,

yo lloro

y el llanto me alimenta el corazón,

yo río

y esa mi risa no penetra adentro,

yo ardo

y no pasa ese fuego al exterior.

Yo temo lo que veo y lo que siento,

cada objeto renueva mi dolor.

Así, esperando, lloro, río y ardo:

lo que oigo y veo me llena de pavor.

Aun haciendo pesar en el juicio la moda literaria de la contraposición, característica de la época, ese autorretrato nos habla de un ser tan polifacético como su pensamiento político.

Este pensamiento suyo no se podría empezar a estudiar sin tener cuenta, de entrada, su cualidad de florentino. Florencia había conservado tempestuosamente sus instituciones republicanas hasta el siglo XV, cuando la familia de los Médici, banqueros, había establecido en ella su dominio señorial, muy resistido sin embargo, tanto que fue interrumpido dos veces por revoluciones que dieron lugar a dos paréntesis de sobrevivencia republicana. Maquiavelo vivió justamente ese período conflictual.

Nació en Florencia en 1469, llegó a la edad de la razón bajo Lorenzo el Magnífico, tenía 25 años cuando los Médici fueron expulsados y se restauraron en la ciudad-estado las libertades municipales. Si echamos una mirada al horizonte europeo, veremos que en ese entonces (1494) los Reyes Católicos acababan de unificar España con la toma de Granada y Colón había realizado su primero y segundo viaje (Maquiavelo llegó a tiempo para comprender la política absolutista de Fernando el Católico, no para vislumbrar las consecuencias del descubrimiento de Colón). En Francia, Carlos VIII estaba aprovechando los frutos de la obra absolutista de su antecesor. En Inglaterra, de la reciente guerra de las Dos Rosas había salido el pujante absolutismo de los Tudor.

Eran tiempos de luchas feroces por el poder y éste se ejercía de modo absoluto. En la mayor parte de las ciudades italianas la república municipal, característica de la Edad Media, había sido sustituida, a través de un proceso plurisecular, por el poder unipersonal e irrestricto del Señor. Florencia parecía ir a contramano de la historia. Justamente cuando ese horizonte europeo se estrecha alrededor de Italia, y Europa, por decirlo así, se le cae encima haciendo de la península el escenario de sus luchas, los florentinos (1494) aprovechan la ocasión para liberarse de los Médici, sugestionados por los recuerdos de la libertad medieval, por los ideales del reciente humanismo, centrados en la república romana y en la gloria de los dos Brutos, y por la predicación de esa especie de Calvino italiano que fue fray Jerónimo Savonarola. Siguió un paréntesis republicano de 16 años, para el joven Niccolo, declaradamente, el período más feliz de su vida.

En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio él habla, a propósito de hechos históricos, pero pensando en su trayectoria personal, de “los tiempos áureos, cuando cada cual puede tener y defender la opinión que quiere”.10 Antes de 1512, en efecto, él escribió lo que quiso y sus escritos de ese período son los únicos que se pueden juzgar en sí y por sí, sin tener en cuenta la presión de los hechos. Nosotros hemos aprendido, en la experiencia de todo el último siglo, qué sutil, y a la vez pesada, puede ser la presión de los hechos sobre un escritor.

Las obras que Maquiavelo compuso en este período republicano son las menos estudiadas, porque son, naturalmente, las menos maduras, pero nos sirven como piedra de toque para interpretar la producción posterior. Las principales son: los Decenales, crónica florentina en tercetos dantescos, los informes correspondientes a las misiones diplomáticas que Maquiavelo desempeñó por cuenta del gobierno de Florencia, transformados luego por él en otros tantos ensayos, probablemente algunos escritos literarios difícilmente ubicables en el tiempo (Belfagor, cuento misógino en prosa, algunos de los Capítulos, algunas de las Rimas) y, casi seguramente, el Libro I de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, que él consideraba evidentemente como su obra fundamental.

EL ENAMORADO DE LA REPÚBLICA

Todo estudio sobre el pensamiento de Maquiavelo tendría que centrarse —creo yo— en esta última obra, concebida en un plano teórico desinteresado no circunstancial, y no en El Príncipe, escrito en condiciones anímicas excepcionales y con una finalidad circunstancial determinada (recuperar el empleo, hacer menos duro el dominio de las nuevas autoridades sobre el pueblo florentino), que a posteriori se transforma en la otra: hacer de Florencia el núcleo activo de la unificación de Italia.

Estos Discursos estudian la vida política de los tiempos de Maquiavelo a través de un comentario puntual de la historia de la república romana hasta las guerras samníticas inclusive. ¿Por qué eligió Maquiavelo esa parte de la obra de Livio? La razón reside en la tendencia, típicamente humanística, a buscar en la antigüedad útiles modelos de conducta. En esa primera “deca” de la obra de Livio, Roma es aún la polis dentro de la cual el pueblo pugna por desempeñar su papel, y su engrandecimiento en los límites de la península itálica se parece, especialmente en sus comienzos, a la expansión de algunas de las ciudades de Italia, y en particular de Florencia, en las postrimerías de la Edad Media. Era un proceso que se daba a través de luchas entre los principales estados italianos, interrumpido por “la diplomacia del equilibrio” de Lorenzo el Magnífico, pero que se podía reanudar en cualquier momento, ahora que había que luchar contra un enemigo común, el ocupante extranjero. Por eso la historia de la república romana le parece a Maquiavelo tan actual.

En esos escritos anteriores a 1512, se revela claramente la figura espiritual de su autor, enamorado de su república florentina, pesimista, mordaz, con una aptitud para la metáfora política que no ha sido bastante estudiada, con cierto desprecio de raíz popular por los personajes encumbrados, con un amor profundo por la libertad, cuyo fundamento reconoce en la igualdad. (Dice que los Suizos gozan de una “libre libertad” porque su población es homogénea y nadie sobresale entre los demás, sino en el breve período en que desempeña una magistratura.)11

A todo esto Maquiavelo agrega el convencimiento de que sólo el pueblo en armas y no la milicia mercenaria, es decir, el ejército profesional de ese entonces, podía defender la independencia de la patria y la libertad de los ciudadanos. Como funcionario del gobierno florentino, Maquiavelo, a partir de 1506, trató en efecto de organizar esas milicias ciudadanas, que eran muy bisoñas en 1512 y no estaban estructuradas como su creador hubiera querido; por esto y otras razones que sería muy largo examinar aquí, fracasaron al defender la ciudad del ejército español que en ese año puso prácticamente la ciudad en manos de los Médici. Pero éstos no perdonaron a Maquiavelo el haberlas creado.

POST RES PÉRDITAS

En ese año 1512 en que volvió el poder señorial a Florencia y todo su mundo se derrumbó, Maquiavelo no huyó, no fue al destierro como muchos de sus amigos: eligió quedarse y contemporizar con la nueva situación. A partir de ese entonces acostumbró fechar sus escritos contando los años desde la catástrofe, con el agregado Post res pérditas: tantos años después de la “pérdida de las cosas”, donde res tiene un sentido muy amplio: desde la libertad republicana al prestigio personal del escritor, ligado al empleo que había desempeñado (aludía a la vez a las res publicas y a las res privatas).

Sospechoso para los nuevos señores, Maquiavelo a los pocos meses fue detenido, torturado y, una vez liberado, constreñido a vivir en el campo. Es el momento en que escribe El Príncipe, el pequeño libro en que se basa su antigua fama. Es muy probable que remonten a ese difícil momento los tercetos de los primeros cinco cantos de El asno de oro, poema inconcluso, iniciado como desahogo personal, en el metro y con el espíritu de los Decenales.12 El poeta imagina haberse extraviado en el territorio dominado por la maga Circe, que, en la parte del poema que nunca fue escrita, lo iba a transformar en burro. En los cantos que nos quedan, el autor narra, a manera de prólogo, sus amores con una bella pastora, encargada por Circe de llevar a pastar al heterogéneo rebaño de sus ex amantes, metamorfoseados, según la costumbre conocida de aquella corte, en varios animales.

En estos tercetos, el deseo de ver caer de nuevo el dominio de los Médici (expresado bajo forma de profecía: “al fin los encumbrados caerán”)13 se mezcla de modo interesante con las observaciones generales acerca de la diversidad de los estados y de las razones de estado imperantes. La amargura del autor por su situación personal y por el derrumbe de las libertades florentinas le arranca acentos de protesta contra la corrupción del mundo. El protagonista, aun convertido en burro, denunciará la desvergüenza difusa, “antes de que se coma la montura”14 —clara alusión a la difícil situación económica del escritor, provocada por la pérdida del empleo— y “ni Dios podrá impedirle que rebuzne”.15

Mientras trataba de consolarse con su vocación menor, la poesía jocosa, que pasa en este momento al campo estrictamente personal y secreto, en su actividad más seria, la ensayística política basada en la historia, deja de lado por un momento los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y escribe El Príncipe.

EL PRÍNCIPE

Imposible —creo yo— entender el verdadero significado de esta obrita explosiva si se la considera aisladamente y, a la vez, como un todo homogéneo. Hay que estudiarla en su complejidad y tener en cuenta múltiples factores.

El primer impulso para la composición de El Príncipe fue dado indudablemente por la importancia que de golpe adquiere en Florencia, en 1512, el fenómeno histórico del poder unipersonal absoluto. El proceso en Italia ya estaba en pleno desarrollo en tiempos de Dante quien, en la segunda parte de su vida, conoció forzosamente a muchos “señores” (los Della Scala, los Polenta, los Malatesta, los Malaspina...) y fue amigo de alguno de ellos, pero cuando los mira en conjunto, como buen ciudadano de una república, los califica de “tiranos”. (Como protagonista de la Comedia, le dice a Guido da Montefeltro, en el canto XXVII del Infierno: “Jamás sin guerra estuvo tu Romaña/dentro del corazón de sus tiranos”.)

Después, de a poco, casi todos los municipios libres restantes habían ido desapareciendo. Al iniciarse el siglo XVI, Florencia era, sin embargo, aún una república. Hasta ese momento, con Venecia, había sido la principal excepción a la tendencia general hacia la mini monarquía absoluta, no por haber conservado intacto, como Venecia, el régimen republicano, sino por no haberse resignado al principado, que había sido su forma de gobierno en la segunda mitad del siglo anterior, y por haber vuelto al régimen municipal en la primera ocasión. Ahora, con el retorno de los Médici, entraba de nuevo en la normalidad de la época, con carácter definitivo, al parecer.

Maquiavelo se resigna e interrumpe los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en los que estudiaba como modelo la república romana, para dedicarse a estudiar el principado.

En la composición de El Príncipe influyen —decía— varios factores. El primero es el pensamiento del autor cómo se había formado a través de la experiencia del secretariado en tiempos de la república y cómo sobrevivió al terremoto mental y material de 1512.

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