Kitabı oku: «Disfrutando la Palabra», sayfa 2

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Deleitarte en la luz

En estos días vivimos en un mundo de oscuridad y el enemigo quiere mantenernos en ella, tan lejos de Dios como sea posible. Si te levantas en la noche sin encender alguna luz, puedes tropezar, porque no se ve claramente. No puedes distinguir si hay una persona o un objeto a tu alrededor. También cuando está oscuro, los otros sentidos se alarman y es fácil que, por instinto, se desaten tus nervios o tengas miedo de la oscuridad. En vez de reaccionar con racionalidad, quizá te encasilles en tus inquietudes, deformes la realidad y te sientas mal, con miedo y a solas.

Por el contrario, cuando te rodea la luz de la mañana, cuando el Sol reconforta tu alma, es más fácil que te sientas a gusto y feliz. Ves todo a tu alrededor con claridad, tanto lo bello como lo triste. Ves lo que te rodea y ves el camino que tienes por delante.

Jesús nos dice que es la Luz del mundo (Juan 8:12). Él puede alumbrar las zonas oscuras de nuestra vida y nuestro entorno para aclarar las cosas, “calentar” nuestro ser y acabar con nuestra tibieza (Apoc. 3:16). La Biblia dice que el rostro de Dios resplandece y puede reflejar su luz sobre nosotros (lee Núm. 6:24-26; Mat. 17:2; 28:3; Sal. 80:3, 7). Cuando Moisés descendió del Sinaí, después de haber estado en la presencia de Dios, su rostro brilló durante varios días debido al tiempo que había pasado con el Señor (Éxo. 34:29-35).

Mientras pensaba en mi deseo de reavivar mi relación con Dios, me di cuenta de que nunca podría conseguirlo a menos que pasara más tiempo de alta calidad con él. Así que, desde entonces, constantemente me hago el siguiente par de preguntas:

1 ¿Cómo puedo disfrutar de la Palabra de Dios, regocijarme en su calor y gozar del tiempo que paso con él?

2 ¿Me apetece pasar más tiempo con Dios? ¿Me quedo con él más de lo que pareciese necesario, porque me cuesta separarme de él?

Cuanto más pensaba en estas cosas, más me las ponía Dios en mi corazón. Creo fervientemente que muchos de nosotros deberíamos atrevernos a pasar más tiempo con el Señor por medio de su Palabra (¡yo tanto como tú!). Para esto, no importa que te hayas criado o no en la religión cristiana.

Así que, me puse a pensar en métodos que fuesen realmente prácticos y eficaces para conocer más profundamente al Dador de este libro, y creo que descubrí por qué muchos de nosotros apenas frecuentamos sus páginas. Cuando empecé a estudiar atentamente mi Biblia, las cosas empezaron a cambiar con gran sencillez. En cuanto comencé a enseñar a mis hijos cómo estudiar la Biblia, la atmósfera de nuestro hogar cambió, y esto es lo que quiero compartir contigo.

Mientras escribo, oro para que el Espíritu Santo te hable y descubras el anhelo que Dios tiene de sentarse y hablar contigo por medio de su Palabra; también, cómo la Biblia mejorará tanto tu vida cuando la leas que te parecerá increíble. Creo que la Escritura responderá cada pregunta, cada desafío, cada preocupación y cada alegría que tengas en tu corazón ahora mismo. También oro para que, en última instancia, tu relación con Dios se haga más profunda de lo que alguna vez creíste posible.

Antes de continuar, te invito a hacer una pausa. Toma un momento y eleva una sencilla oración. Pide al Espíritu Santo que te hable mientras lees estas líneas, que te dé un corazón abierto para que Dios pueda hablarte. Ahora mismo, por adelantado, mientras escribo esto, oro ya por ti.

1 Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2011), p. 57.

Capítulo 2
Líneas enemigas

Alrededor de nosotros se están cumpliendo eventos de vital importancia; nos encontramos en el terreno encantado de Satanás. No duerman, centinelas de Dios, que el enemigo está emboscado cerca, listo para lanzarse sobre ustedes y hacerlos su presa en cualquier momento en que estén relajados y soñolientos. Elena de White, El conflicto de los siglos

Kukla, nuestra gata birmana, era la mascota más mimada del mundo. Era mi compañera de escritura. Se sentaba en mi regazo, me seguía a la cocina cuando necesitaba beber algo y me maullaba cuando tenía hambre. La tuvimos dentro de la casa durante los primeros seis meses de su vida, porque el invierno de Michigan es demasiado frío como para haberla dejado a la intemperie. Cuando llegó la primavera, ella nos veía salir a la calle y nos observaba por la ventana con nostalgia.

Un día, decidimos que sería divertido llevarla fuera de la casa con nosotros. Los niños pensaron en conseguirle una correa y un collar, pero descartamos esa idea y la dejamos vagar suelta mientras la seguíamos de cerca. El mundo exterior la maravillaba: la nueva sensación del césped bajo sus patas, los cantos de los pájaros en lo alto, la nueva experiencia del viento y la agradable luz del Sol sobre su pelaje.

Después de ese primer día, tras haber experimentado el mundo exterior, Kukla quería estar fuera todo el tiempo. Nos vimos obligados a ceder. La vimos disfrutar su nueva libertad hasta que un día trajo una ardilla a nuestra puerta trasera. ¡Nos quedamos estupefactos y enojados! El cuerpo sin vida de la ardilla yacía sobre la hierba, y mis desconsolados hijos no tuvieron más remedio que enterrar aquel pequeño cuerpo debajo de un árbol. Ese fue apenas el primer día de nuestra Kukla cazadora. Cada mañana emitía un gutural maullido hasta que la dejábamos salir. Parecía mentira que nuestra dulce gatita se hubiese convertido en una agresiva asesina. Al verla ronronear, acurrucada junto a la chimenea por las noches, parecía casi increíble que fuese capaz de matar y despedazar animales indefensos durante el día.

Aunque la gente suele culpar a Dios por todo el mal de este mundo, vale la pena considerar lo que la Biblia nos dice acerca de Satanás. Declara que también se convirtió en un feroz cazador como resultado de su alejamiento de Dios. Lo describe como un león astuto y taimado, a la espera de atacarnos y devorarnos (1 Ped. 5:8). Observa y espera hasta que descubre nuestros puntos débiles; después elabora su plan de acción para atacarnos. Trata de hacernos todo el daño que le sea posible y destruirnos en cuanto se presenta la ocasión.

Primera estrategia de Satanás

Uno de los ataques más importantes que Satanás puede planear contra ti es impedir que convivas con Dios mediante su Palabra. En mi opinión, su primera estrategia contra los cristianos de hoy consiste en mantenernos lejos de la Biblia, a toda costa, ya sea por apatía, exceso de actividades, cansancio o al fomentar dudas.

Sabemos que “Satanás emplea todo artificio posible para impedir que los hombres obtengan un conocimiento de la Biblia, pues su claro lenguaje revela sus engaños”.2 ¡Por eso nos parece tan difícil disfrutar de la Biblia, dedicarle tiempo y comprometernos con su contenido! Satanás usa todos los recursos disponibles para impedirnos leer la Palabra de Dios. Sabe que contiene un poder que a él lo hace impotente. Sabe que la oración y la Biblia son las armas más poderosas que la humanidad puede usar contra él, y hace todo lo posible para impedir que tú y yo leamos las Escrituras.

El diablo sabe que, si puede mantenernos alejados de la Biblia durante períodos prolongados de tiempo, prácticamente ha ganado la batalla. Sabe que la palabra de Dios es poderosa y que, así como trajo este mundo a la vida (Sal. 33:6), puede resucitar a los muertos (Juan 11:41-44) y vencer las tentaciones (Mat. 4:1-11). Mantenernos lejos de la Biblia no solamente perjudica nuestra relación con Dios; también el resto de nuestras relaciones. Nuestro matrimonio se vuelve tenso, gritamos a nuestros hijos y no tenemos suficiente paciencia con amigos o compañeros de trabajo. La vida parece demasiado ajetreada y nos sentimos estresados, abrumados, sin salida, sin solución.

Cuando nos negamos a considerar con detenimiento este problema, somos incapaces de reconocer lo que sucede. Tal vez hasta pensemos que estamos cerca de Dios, mientras que pasan días y aun semanas sin que abramos la Santa Palabra, y cada día nos debilitamos más espiritualmente. Puede que oremos brevemente de vez en cuando y vayamos a la iglesia; no obstante, ¿abrimos nuestra Biblia y damos prioridad al hecho de leerla? Quizás en ciertos momentos nos sintamos cerca de Dios, pero duran poco. Tratamos de ser buenas personas, ciudadanos morales según las pautas de la sociedad, pero en nuestro interior todavía tenemos un vacío.

Para mí, ha sido todo un reto evitar las distracciones y tener tiempo de calidad con Dios a lo largo de los años. Cuando mis hijos eran muy pequeños y yo trabajaba por las noches, me parecía casi imposible reservar algo de tiempo para Dios. Concluía a la carrera mi maravillosa pero agotadora tarea de cuidar a mis hijos durante el día, para atender mis labores nocturnas; tras pasar las noches inquietas, ya tenía que volver a despertar a los niños. A veces me sentía como si hubiera estado encerrada en un ciclo de actividades del que no podía escapar.

Entonces me di cuenta de que necesitaba más ayuda de Dios. Más que nunca, necesitaba paciencia y amor para criar a mis niñitos e intentar que lo conociesen a él. Lo necesitaba y, aunque a menudo oraba mientras corría tras los niños, parecía casi imposible dedicar una cantidad de tiempo decente y de calidad a leer su Palabra. Sentía tal vacío en mi alma que tenía la impresión de no haberme enterado de ningún sermón en la iglesia durante años, debido a la necesidad de cuidar y atender a mis niños pequeños.

Hablé con mi esposo, Matt, sobre ese desafío y, desesperada, supliqué a Dios que me mostrara cómo podía tener encuentros más frecuentes con él. Entonces, un día tuve una idea. Salí casi a rastras de la cama en cuanto escuché que los niños se despertaban. Serví su desayuno, les leí una historia, les repartí algunos libros y juguetes, y luego tomé mi Biblia y un diario. Me senté en mi vieja silla roja en un rincón de la sala de estar y me puse a orar en voz alta. Pedí a Dios que me hiciera capaz de mostrar a mis hijos que pasaba tiempo con él; también pedí que bendijera el tiempo, por breve que fuera, que lograra dedicar a él.

Entonces empecé a leer. El ambiente no era muy tranquilo, pues los niños no andaban muy lejos, pero era el momento de encontrarme con Dios. Durante aquellas primeras mañanas, cada vez que los niños me interrumpían o me preguntaban algo, les decía que estaba con Jesús y tenían que dejarme pasar ese tiempo a solas con él sin interrumpirme. Ahora que recuerdo, me doy cuenta de que, aunque mis hijos eran muy pequeños (de dos a cuatro años), con el tiempo llegaron a comprender que, cuando me sentaba en esa silla roja con mi Biblia, entonces convivía con Jesús, mi mejor amigo. Ahora que son mayores, me doy cuenta de que fue importante para ellos verme dedicar tiempo a Jesús y así dar el ejemplo.

¿Tienes una “silla roja” en algún lugar de tu vida a la que puedas acudir, como símbolo de tus encuentros cotidianos con Dios mediante su Palabra? Muchos de nosotros enfrentamos el desafío del tiempo. Si eres una madre con hijos pequeños, quiero animarte a que acudas a Dios y le pidas que te ayude a encontrar cómo reservar tiempo para que él se convierta en una prioridad de tu vida. Si eres un ocupado empresario, o un estudiante de tiempo completo, te animo a que presentes ante Dios tu problema de tiempo. ¡Convivir con él llena nuestra alma como nada más en este mundo y cambia nuestro desempeño, ya sea como padres, líderes o discípulos!

Existen otras distracciones y también son muy reales. Hubo una época en que me distraje mucho con las compras por Internet. Navegaba en busca de buenas ofertas, ropa interesante, cosas que creía que mis hijos necesitaban; en realidad, cualquier cosa. Quería desempeñar mis deberes de madre lo mejor que me fuera posible, pero a menudo sentía ganas de ver qué cosas nuevas podía encontrar a la venta en Internet: moda, artículos para el hogar y, por supuesto, lo que las redes sociales decían de lo que la demás gente compraba.

Al cabo de algún tiempo, en el fondo de mi ser, me di cuenta de que ya no leía mi Biblia ni oraba lo suficiente. En primera instancia, desestimé ese pensamiento e intenté justificarlo. Pero, al final, reconocí que las compras se estaban convirtiendo en una adicción para mí. Manifesté mi problema a Dios en oración y lo dejé en sus manos. No quería perder tanto tiempo como el que estaba dedicando a eso. Me sentía casi fuera de control. Traté de abandonar mi hábito, pero al día siguiente me encontraba de nuevo en el mismo lugar, consultando los anuncios que aparecían en la bandeja de entrada de mi correo electrónico y, sin darme cuenta, navegaba de nuevo por Internet, no necesariamente para comprar algo, sino para ver qué cosas me habría gustado comprar si hubiera podido. Así desperdiciaba mi precioso tiempo.

De pronto, me sentí molesta conmigo misma. ¿Cómo podía permitir que esa distracción me consumiera tanto tiempo? Creía que estaba entregada a Dios, pero parecía que Internet me dominaba. Me mantenía lejos de mi Biblia y la oración. Decidía rendirme ante Dios y pedirle que me ayudara, pero luego, muy pronto, volvía adonde había estado momentos antes. No podía comprender lo que me pasaba ¿Por qué no lograba ser más fuerte? ¿Por qué no podía simplemente entregarme a Dios, con el deseo genuino de que me ayudara?

Entonces entendí algo. Dependía de mi propia fuerza, en lugar de la de Dios. Estaba concentrada en mis acciones, no en las de Dios. Nunca lo conseguiría solo con mis propias fuerzas. Mi fortaleza humana no bastaba para llevar a cabo ese proceso de entrega a Dios. Deseaba superarme, pero no lograba salir adelante.

Lo que necesitaba era permanecer con Jesús todo el tiempo, vivir una relación realmente significativa con él. Tampoco podría conseguir que una relación satisfactoria con él se produjera al momento y por sí sola: necesitaba tomar la decisión de pasar con él todo el tiempo que hiciese falta. Necesitaba decidirme a reunirme con él a solas. Necesitaba regocijarme en las palabras que él tenía para mí y en responderle. Necesitaba confiarle mi tiempo. Lo necesitaba a él más que a cualquier otra cosa.

Me di cuenta de que la Palabra de Dios por sí misma sería mi mayor ayuda para superar mi problema personal. Cada mañana comencé a reclamar, en voz alta, las promesas de Dios: sus palabras para mí y mi respuesta en oración a él. De pronto, llegaron a mi mente increíbles promesas como esta: “Tu amor, Señor, no cesa, ni tu compasión se agota. ¡Se renuevan cada día por tu gran fidelidad!” (Lam. 3:22, 23, BLP).

Así que, comencé a orar a partir de la Palabra de Dios y reclamarle sus promesas. ¿Alguna vez has hecho esto? ¡Es realmente efectivo! Se trata de lo siguiente: como parte de tu oración a Dios, incluye un versículo bíblico que contenga lo que quieras decirle. Expones a Dios lo que está en tu mente y en tu corazón, y con toda humildad le dices: “Aquí, en tu Palabra, dice [lo que sea que hayas encontrado]… ¡Te lo pido como parte de mi oración! ¡Por favor, haz esto en mi vida!”

Es importante escoger cuidadosamente las palabras que lees en las Escrituras y no sacarlas de contexto para manipularlas según tus deseos. Sin embargo, Dios promete que sus palabras no regresarán a él vacías: “Lo mismo sucede con mi palabra. La envío y siempre produce fruto; logrará todo lo que yo quiero, y prosperará en todos los lugares donde yo la envíe” (Isa. 55:11).

Ese versículo es una de mis promesas bíblicas favoritas. Me dice que la Palabra de Dios es tan poderosa que puede cambiar nuestras situaciones, transformar nuestra vida y hacernos prosperar. ¡No es de extrañar que Satanás quiera mantenernos lejos de esto! Sí, el enemigo hace todo lo posible para alejarnos de la Palabra de Dios, porque sabe lo mucho que puede cambiarnos.

Sabemos que comprar por Internet en sí no está mal; de hecho, es una de las grandes comodidades de la vida actual. Yo compro en línea cuando necesito algo que no puedo conseguir fácilmente en una tienda local. Pero ahora soy consciente de que no debo dejar que las compras por Internet me hagan perder horas y horas. Soy consciente de que no quiero permitir que esa costumbre me quite tiempo para pasar con mi familia, porque la cantidad de tiempo que antes le dedicaba afectaba mis pensamientos y se volvía poco saludable. Quiero que Dios bendiga mi tiempo como madre, esposa, amiga y hermana.

Así como yo me distraía con algo que no es malo en sí mismo, tal vez tú también dejas que tus pensamientos y tu tiempo sean absorbidos hasta el extremo de sentirte distraído e incómodo para acudir a Dios por medio de tu Biblia.

Tal vez tus momentos libres los uses para consultar las redes sociales. Tal vez no puedas resistir la acción inconsciente de revisar sin cesar tu teléfono móvil y ver los últimos mensajes que has recibido, de modo que eso te ocupa cada minuto que tienes libre.

O podría ser que tu problema radique en ver películas o seguir series de televisión. Has adquirido la costumbre de ver algo todas las noches y en eso piensas durante todo el día.

Tal vez lo tuyo sea el juego. Formas parte de un grupo de jugadores y te gusta fomentar esa conexión social, pero acapara tanto tus pensamientos y tu tiempo que casi nada te queda para Dios.

Quizá tu problema sea la comida. Te pasas el tiempo pensando en lo que te gustaría disfrutar en tu próxima comida, y tu alimentación empieza a salirse de tu control. Eso te causa estrés y tu respuesta instintiva es comer.

Tal vez sea el deporte. Tu cuerpo funciona como una máquina y sientes prácticamente la obligación de hacer ejercicio durante varias horas cada día para alcanzar los objetivos que te has fijado. O quizá prefieras ver a otras personas practicar deportes, hasta el punto de que tus pensamientos y tus planes giran completamente en torno al próximo encuentro.

En fin, podría ser que necesites dedicar todo tu tiempo libre a estudiar o trabajar y te resulte imposible conceder a Dios algo de tu tiempo, porque tienes demasiadas presiones sobre ti.

Aunque ninguna de las cosas mencionadas sea mala en sí misma (de hecho, algunas son muy buenas), me refiero a un empleo desequilibrado del tiempo, que deja poco espacio para Dios o para los demás. Creo que todos tenemos este problema en mayor o menor medida, y entonces queda poco espacio para Jesús, aunque sepamos que la vida nos resultaría mucho más fácil si lo buscásemos a él primero (Mat. 6:33).

Piensa en lo siguiente: “Bien sabe Satanás que todos aquellos a quienes pueda inducir a descuidar la oración y el estudio de las Escrituras serán vencidos por sus ataques. De aquí que invente cuanta estratagema le es posible para distraer la mente”.3

Satanás sabe que, si quiere conseguir todo lo que desea, le queda ya poco tiempo antes de que Jesús vuelva. Su objetivo es evitar que oremos y leamos la Biblia, y hace todo lo posible para ocupar nuestra mente y mantenernos alejados de Dios. Podríamos ser cristianos comprometidos, pero si no permanecemos en Dios mediante la oración y su Palabra escrita gradualmente nos marchitaremos por dentro. Sé lo que se siente cuando esto sucede, y puede que tú también lo sepas. Las distracciones son la mejor herramienta de Satanás para mantener al pueblo de Dios apático e impotente.

Jesús entiende nuestra condición apática, pero la reprueba (Apoc. 3:14-22). Aunque él es Dios, también fue un ser humano que experimentó el cansancio (Juan 4:6). Sintió las presiones de la vida y escapó de ellas al retirarse a orar a solas con su Padre (Luc. 5:16; 6:12; Mar. 1:35). Jesús sabía que acudir a su cita a solas con su Padre era lo mejor que podía hacer para recuperar fuerzas.

He hablado con niños que aman a Jesús con todo su corazón, pero nadie les ha enseñado jamás a estudiar su Biblia. A ellos les parece obvio comenzar por el Génesis y leerla de principio a fin, pero es frecuente que, al leer por el simple hecho de leer, se desanimen al llegar a Levítico. Durante tu niñez, ¿alguien te enseñó a estudiar tu Biblia, de modo que no te fijaras tanto en qué cosas sabes de su contenido, sino en conocer a su Autor?

He hablado con jóvenes muy ocupados en sus estudios, que buscan establecerse un sitio en el mundo y entablar relaciones significativas. Pero Dios no ocupa un lugar importante en sus planes, y si intentan darle su sitio se preguntan cómo conseguirlo. He hablado con profesionales solteros que tienen mucho éxito en su trabajo, pero que están tan enfocados en sus tareas que no encuentran tiempo para estar con Dios todos los días.

He hablado con mamás y papás tan atareados y cansados de ejercer de padres que, para ellos, el estudio de la Biblia es lo último que hay su mente. Ya es bastante difícil dormir apenas cinco horas durante la noche, además de mantenerse al día con las tareas domésticas, el trabajo y las relaciones personales importantes, por lo que parece imposible encontrar una porción adicional de tiempo para dedicar a Dios cada día.

He hablado incluso con algunos líderes de iglesia que siguen en contacto con Dios y que, sin embargo, se agotan cada vez más, a medida que pasa el tiempo, porque no tienen oportunidad suficiente para escuchar la Palabra de Dios. Yo misma he experimentado ese tipo de vida “ajetreada, pero buena”; es decir, hacer cosas por los demás y por Dios, pero no siempre me he tomado el tiempo de disfrutar de su Palabra en busca de orientación y fuerza.

Esta es la verdad: todos nos hemos sentido así en algún momento de nuestra vida. Todos hemos tenido la sensación de que debería haber una solución mejor que acudir a la Biblia para leer uno que otro versículo rápidamente. Pero también hay otra verdad: Jesús espera pacientemente que deseemos estar con él, que lo busquemos en su Palabra. Puede ayudarnos a superar las distracciones que levantan una muralla entre nosotros y él. Nuestra meta no es la perfección, sino eliminar los obstáculos que dificultan nuestra relación con Dios.

Él llama suavemente a la puerta de nuestros corazones. Espera que tomemos conciencia de que allí está (Apoc. 3:20). Al igual que los padres ansiosos que observan dormir a su hijo, contemplando con amor las expresiones de su rostro y los movimientos de su respiración, Jesús espera pacientemente a que nos despertemos para ver su rostro. Cuando hablas con una persona cara a cara, cuando la miras abiertamente a los ojos, cuando conversas íntimamente con ella, empiezas realmente a conocerla.

La Biblia nos dice que Dios nos exhorta a “buscar su rostro”, y quiere que nuestra respuesta sea: “Yo, Señor, tu rostro busco” (Sal. 27:8, NVI). Rara vez nos saltamos una comida, pero con bastante frecuencia olvidamos nuestro alimento espiritual. Jesús dice: “Busquen primeramente el reino de Dios” (Mat. 6:33). Nosotros le pedimos: “Danos hoy el pan nuestro de cada día” (vers. 11, NBLA); sabemos que necesitamos este sustento más que cualquier otra cosa. ¡Nuestro pan de cada día es ese tiempo con Dios, nuestro real Sustentador!

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