Kitabı oku: «Cuando se cerraron las Alamedas», sayfa 4

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Salieron todos a observar la escena. Las dos siluetas que habían alcanzado a divisar corriendo en otra de las parcelas vecinas hacia un bosque desaparecieron. Más atrás, a bastante distancia, corrían cuatro de los integrantes de la patrulla militar con sus metralletas. El resto, con el teniente al mando, subieron a la camioneta del ejército en la que habían llegado y se perdieron por el camino que subía hacia el cerro.

Transcurrió una media hora plena de incertidumbre. Nadie habló mucho. Todavía no se levantaba el toque de queda por lo cual no quisieron desafiar más a la patrulla, pero quedaron atentos al camino principal para ver si reaparecía esa camioneta. Ricardo se instaló al borde de la calle, para observar el desenlace. En cualquier caso, la patrulla tendría que pasar de regreso por el frente de la parcela de Margot. De pronto sintió el ruido de un vehículo y la camioneta apareció veloz. Pasó frente a la parcela sin detenerse. Ricardo miró con ansiedad al interior del vehículo y alcanzó a ver la figura de un civil sentado entre dos soldados. Este movió su cuerpo hacia adelante, de modo de poder ser identificado y Sebastián lo reconoció. ¡Era Juan Pablo, sin duda! El temor que habían albergado desde el día anterior se materializó y ahora Juan Pablo estaba detenido. Quedó demudado. Pero no vio a Simón, a menos que estuviera muy al interior del vehículo. Regresó a la casa a comunicarle la triste noticia a Margot quien, sin duda, sería la más afectada.

− Margot, lamento decírtelo, pero detuvieron a Juan Pablo. Iba en la camioneta, lo alcancé a ver. Pero no vi a Simón.

Margot se quedó en silencio y su rostro contraído. Benjamín la tomó por los hombros. Estaba consciente de que algo pasaba entre su hermana y Juan Pablo, y quiso consolarla.

− No te preocupes mucho, Margo. Seguro que lo van a tener detenido algunos días y luego lo soltarán.

− Ojalá, pero no sabemos.

Salió sola al jardín y se sentó en el banco donde había estado con Juan Pablo la noche anterior. Estaba muy confundida. No quería confesarse su sentimiento más íntimo hacia Juan Pablo. Pero en un momento como este, de extrema incertidumbre, no podía evitar que sus emociones afloraran. Nuevamente se le encogió su espíritu, que luchaba entre la lealtad a su difunto esposo y esta atracción irresistible que le provocaba Juan Pablo.

Entretanto, Gloria se preguntaba qué podría haber pasado con Simón. Se rodeó de sus hijos y trató de entretenerlos. De pronto percibieron una silueta que avanzaba hacia la casa, desde el fondo de la parcela, escondiéndose entre los árboles. Gloria se tapó la boca cuando reconoció a Simón. Corrieron a su encuentro. Venía totalmente empapado y su ropa todavía destilaba agua.

− ¿Qué pasó, Simón? ¡Por el amor de Dios, cuenta, qué pasó!−, lo abordó Margot.

− Por favor, necesito algo caliente, estoy tiritando.

Gloria lo llevó a un baño para que se sacara esa ropa mojada y le pidió algo a Margot para cubrirlo. Ésta le pasó algunas prendas de su marido, que todavía estaban guardadas en la casa. Le preparó también un té muy caliente y se instalaron en la cocina a escuchar su relato.

− Cuando llegó la patrulla corrimos hacia el bosque y nos escondimos entre los árboles. Cuando vimos que dos soldados se acercaban hacia donde estábamos, decidimos correr hacia el interior del bosque. Pero los soldados nos vieron y siguieron a cierta distancia. Nos dimos cuenta de que tarde o temprano nos alcanzarían. No teníamos mucho donde ir por el cerro arriba. En eso estábamos, decidiendo qué hacer, cuando llegamos al canal que pasa por atrás. Le sugerí a Juan Pablo que nos metiéramos al agua en la esperanza de que no nos vieran. Hay una parte con muchos arbustos y zarzamoras por donde corre y pensé que por ahí podríamos mimetizarnos. Pero Juan Pablo se negó. Me propuso que nos separáramos, así se les haría más difícil encontrarnos. Por lo menos, uno tendría más probabilidades de no ser descubierto. Él corrió en dirección contraria a la mía, salió a campo abierto y atrajo la atención de los soldados, yo llegué al canal y me metí. Quedé solo con la cabeza afuera y cuando escuché que se acercaban, me hundí completamente. Lo hice donde están los matorrales, los que me ayudaron a camuflarme. Como el agua trae mucho sedimento, no se ve nada al interior del canal. Mientras esperaba, con el rostro apenas sobre la superficie del agua, escuché que cercaron a Juan Pablo y le ordenaron detenerse. No opuso resistencia y levantó las manos para rendirse. Entonces abandonaron la búsqueda y regresaron a la camioneta que estaba cerca. Esperé todavía un rato para salir, cuando sentí que mi cuerpo ya no aguantaba más el frío.

Lo habían escuchado en silencio. Incluso Benjamín mostró cierta empatía hacia Simón. Pero no pudieron dejar de pensar, sin decirlo en voz alta, que Juan Pablo se había sacrificado para ayudar a Simón a escapar, desviando la atención de la patrulla. Él sabía que Simón estaba en las listas de los más buscados por los militares y, quizás, para matarlo. Margot sintió orgullo por su amigo.

El toque de queda se había levantado ya. Un vehículo entró a la parcela y todos se volvieron a sobresaltar. Se bajó un individuo alto, delgado y rostro blanquecino, que contrastaba con su frente morena y curtida por el sol. Era como si hubiera poseído una barba espesa que de pronto se la había llevado el viento. Se quedó al lado del auto. Cuando lo divisó desde la casa, Simón les informó a los demás.

− Me vienen a buscar. Es un compañero. No se preocupen.

Abrazó a Gloria y a sus dos hijos y se despidió. A Gloria le rodaron lágrimas por su rostro, pero mantuvo la compostura. Al menos ya se había salvado de una detención que podría haber sido fatal. Dios sabía cuándo se volvería a encontrar con su esposo. Simón le dio un apretón de manos a Margot.

− Gracias Margot, eres una buena persona. Te encargo a Gloria y ojalá puedas llevarla a nuestra cabaña a retirar algunas cosas y después donde su madre. No tenemos otra posibilidad. Y tú, cuídate, no te confíes.

− No te preocupes. Creo que me iré por unos días donde mis padres. O Benjamín puede quedarse conmigo también. Le encantará porque él vive en un departamento. No estaré sola. Yo llevaré a Gloria donde su madre. Y tú cuídate también, piensa en tus hijos. Es lo más valioso que tenemos.

− Precisamente por eso me voy a lo que voy. Para que ellos puedan tener un país mejor.

Simón levantó su brazo en señal de despedida a los demás, dio media vuelta y caminó hacia el auto que lo esperaba. Subió, el vehículo giró para salir y se perdió en la calle.

Benjamín había encendido la televisión y miraba un noticiario del mediodía que reiteraba las imágenes de la Junta Militar anunciando las nuevas disposiciones y los enfrentamientos entre civiles y uniformados que seguían ocurriendo. Había mucha repetición de escenas, pero lo que más les impresionó fue ver el palacio de La Moneda en llamas. El día anterior había sido bombardeado por los aviones de guerra de la Fuerza Aérea. Aunque aborrecía al gobierno allendista, el bombardeo de La Moneda le pareció un exceso, una desproporción. ¿Qué objeto tenía? Era un monumento nacional, una reliquia histórica, no le pertenecía a ningún gobierno, solo a la nación. Pero no pudo evitar cuestionarse que en la lógica militar las proporciones y equilibrios están fuera de lugar. La lógica es dominar y vencer con todo el poder que se tenga a mano. Pero, aun así, sus preguntas seguían.

Ricardo leía revistas, que daban cuenta de una realidad que ya no existía. Por lo mismo, recorría las páginas sin detenerse en ellas. Los niños, ausentes de todo el acontecer de las últimas veinticuatro horas, aprovecharon de correr para descargar tantas ansiedades ocultas, producto de sus intuiciones infantiles.

Se escuchó una bocina en las cercanías. Gloria salió de la casa para anunciar que otro auto había ingresado a la propiedad. Margot corrió a verificar de qué se trataba. Era su amiga, la embajadora sueca. Reconoció su vehículo. Venía a buscar a Juan Pablo. Demasiado tarde, pensó. Salió para recibir a la embajadora e invitarla a entrar. Ella le hizo señas de que esperaría en el auto y le mostró su reloj, en señal de que no tenía mucho tiempo. Entonces Margot se acercó y conversaron. Ambas se abrazaron, la embajadora subió a su automóvil y salió de la propiedad.

Margot regresó al jardín a sentarse debajo del árbol donde había estado la noche anterior con Juan Pablo. Más allá, hacia el fondo de la parcela, se divisaban unos cuantos almendros, con sus hojas nuevas y cargados con los incipientes frutos envueltos en su piel verde aterciopelada. Una brisa nostálgica invadía el ambiente. El día estaba despejado y un sol de primavera, todavía algo raquítico, brillaba. Se oía el canto de pájaros y las primeras flores silvestres se asomaban por el campo. No cabía duda. La naturaleza tiene ciclos muy distintos a los de la especie humana.

SEGUNDA PARTE

EXILIO

1

Margot Lagarrigue caminaba por la calle Florida de Buenos Aires cuando observó un tumulto en torno a un kiosco de diarios. Algunos transeúntes discutían con voz airada y se amenazaban mutuamente con irse a las manos. Cuando se acercó leyó el titular a todo lo ancho de la página de un diario de la tarde. “Murió Perón”. Había conmoción en la calle. Era el primero de julio de 1974. El general no alcanzó a estar un año en lo que fue su tercer gobierno en Argentina. Se abriría un panorama político lleno de incertidumbres.

Sintió renacer la desazón que comenzaba a superar tras el golpe militar de Chile. Se había trasladado a Argentina pocas semanas después a instancias de su padre y a pesar de no haber tenido nada que ver con el gobierno de Allende. Un día su padre llegó a su casa para conversar.

− Hija, las cosas están muy difíciles para quienes no apoyan a la Junta Militar. Yo sé que tú nunca te has metido en política, pero Rodrigo fue alto funcionario del gobierno de Allende y es sabido que fue uno de los principales responsables de las expropiaciones de empresas y bancos. He conversado con algunos amigos que tengo en el Ejército, de cuando fui alumno en la Escuela Militar. Me dicen que todos los familiares de los altos funcionarios del gobierno de Allende están en listas de observación y eventualmente podrían ser citados a declarar. Y tú tienes un agravante, tú sabes de qué se trata, ¿no?

Margot suspiró.

− Me imagino que por el hecho de que dos sospechosos hubieran estado en mi casa el día del golpe, me hace a mí sospechosa también.

− Obvio. Y, Margo, no sigas hablando de “golpe”. El lenguaje correcto ahora es “pronunciamiento”. Es una lesera, pero seamos prudentes.

− Papá, perdona que te contradiga, pero las palabras esconden la apreciación que tenemos de los hechos. Hablar de “pronunciamiento” es una forma de darle legitimidad al golpe y a sus consecuencias.

− Pero, ¿tú crees que podría ser de otra manera? Mira, siempre hemos sido muy francos entre nosotros. Yo sé que tuvimos un golpe de fuerza, fue una declaración de guerra al gobierno, que había perdido legitimidad por lo demás, y era inevitable que surgiera un rechazo y una disposición de los partidarios de Allende a usar la violencia, incluso armada. El gobierno militar tiene que precaverse de que incluso lleguemos a una guerra civil. Sería lo peor que podría pasar. Pero, vamos a lo nuestro. Creo que deberías salir del país, por un tiempo breve, hasta que las cosas estén más claras. Lo último que yo querría es que fueras detenida y sometida a interrogatorios. Mira, esta gente no trata con guantes a sus opositores y no entiende de sutilezas del lenguaje.

− ¿Qué me vaya de Chile? ¡Y adónde me voy a ir!

− Tenemos parientes en Buenos Aires. Tú sabes que mi hermana Amalia vive allá desde hace muchos años y te puedes ir donde ella. Esto será por un poco tiempo. Estoy seguro de que antes de un año las cosas se habrán normalizado, se habrá llamado a elecciones y tendremos un gobierno civil moderado. De hecho, uno de los primeros bandos de la Junta Militar afirmó que los militares se quedarán en el poder “solo mientras las circunstancias lo permitan”. Ambigua la palabra, es cierto. Mientras tanto, instálate allá con el niño. Estaremos cerca y te podremos visitar. Yo me haré cargo de guardar tus muebles en una bodega de la empresa y arrendaré tu casa.

− ¿Y tú crees que la tía Amalia va a estar dispuesta a tenernos todo este tiempo?

− Hablé ya con ella, por teléfono. Está encantada y deseosa que llegues. Sus hijos son adultos e independientes, así es que Amalia vive sola con su marido. No deshicieron la casa cuando se fueron los hijos, así es que tienen espacio de sobra. Y yo me encargaré de contribuir a tus gastos, no te preocupes por eso.

Margot abrazó a su padre. La conmovió la ternura con que le habló. Siempre sintió un gran apoyo en él. Un hombre mayor, pero sano de cuerpo y espíritu. De gran porte, medía un metro con ochenta y cinco centímetros y de una personalidad fuerte. Pero podía ser cálido y cariñoso cuando quería. Quienes lo conocían de cerca sentían un enorme respeto por don Sebastián. Su empresa de productos farmacéuticos era de las más exitosas en la industria. Logró sortear las vicisitudes del período de Allende con mucha habilidad, a pesar de las dificultades para importar materias primas y equipos y los conflictos sindicales.

Los primeros meses de Margot en Buenos Aires fueron tristes y nostálgicos. Aunque fue recibida con mucho cariño por la tía y su familia, su vida tuvo un vuelco dramático. Fue invitada a visitar amistades de sus anfitriones, pero ella prefería rehusar y permanecer en su cuarto, tendida en su cama mientras su hijo jugaba. Repasaba mentalmente una y otra vez cómo fue que pasó todo, cómo se desencadenó el drama de su país. Para ella fue una segunda tragedia personal en un año. Justo en agosto del año anterior fue cuando perdió a su esposo. Ahora tenía mucha cercanía con su amigo Juan Pablo Solar y a pesar de la tristeza que experimentaba, sabía que se estaba enamorando de Juan Pablo. No dejaba de recordarlo. No supo más de él después de que fue detenido por la patrulla militar. Pero algunos amigos comunes le confirmaron que lo habían mandado al extremo sur, a la isla Dawson, donde los militares organizaron un campo con detenidos de alto nivel político. Por lo menos estaba con vida, aunque quizás en qué condiciones materiales.

Con los días y las semanas, sus estados de ánimo se debatieron entre la pena y la angustia frente al futuro. Todo era incertidumbre, qué iría a pasar en Chile, si alguna vez podría vivir nuevamente una cierta normalidad, cómo se mantendrían ella y su hijo. Puso a Sebastián en una escuela básica de las cercanías y se dedicó a vagar por las calles para estar consigo misma y matar las horas que se le hicieron eternas. A menudo iba al centro de la ciudad y caminaba mirando el vacío. Recorría Florida de un extremo a otro, Lavalle, la 9 de Julio, Corrientes. Miraba las tiendas, pero no las veía. Caminaba hacia la Recoleta, le contaron de la belleza de ese barrio. Recorría el hermoso cementerio al lado de la iglesia, donde reposan los restos de la alta aristocracia argentina y allí encontraba la paz que se le hizo esquiva.

En cierta ocasión iba por la cercana avenida Alcorta y de repente, se encontró con la embajada chilena. El instinto la hizo alegrarse por un momento, pero luego tomó conciencia y se alejó. Entraba a librerías a hojear libros, a comprar uno que otro. Se instalaba en algún café a leer, aunque se daba cuenta de que sus ojos solo pasaban por encima de las páginas en forma mecánica. No recordaba lo que leía, como si su memoria hubiera dejado de funcionar. Llegaba a plazas y parques y se sentaba por horas a contemplar a la gente. Estaba fuera de ese mundo agitado y febril que deambulaba por las calles y senderos. No faltó algún oportunista que, al verla sola, quiso abordarla. Era joven y hermosa. Pero tenía firmeza para ahuyentar a los moscardones.

Las noticias de Chile eran trágicas. El estado de sitio, los toques de queda interminables, los enfrentamientos de militares con grupos armados, la desaparición de activistas opositores eran el pan de cada día. Cuando podía, porque las comunicaciones eran difíciles, hablaba por teléfono con sus padres. Percibía la inquietud en sus voces. Se notaban muy confundidos. La investigación sobre el asesinato de su esposo quedó en nada. Fue sobreseída por falta de pruebas, pero, sobre todo, porque dejó de tener importancia política y el poder judicial, temeroso de la violencia del régimen, se mostró obsecuente y perdió su independencia. Con los meses, otras noticias alcanzaron más relevancia. La situación de la economía era caótica y aunque el desabastecimiento fue rápidamente superado los precios subían a diario. La cesantía agobió a la gente. El gobierno militar denunció la mala gestión del gobierno anterior y le asignó toda la responsabilidad por los nuevos problemas que emergían.

Conoció a otros chilenos que llegaron a Buenos Aires y participó en reuniones sociales que, en realidad, eran para compartir informaciones y elucubrar sobre los futuros posibles. Al principio la concurrencia era variopinta y de distintos signos políticos. Luego se decantó, a medida que la convivencia de unos y otros se hizo imposible. Los partidarios del nuevo régimen se mostraban eufóricos y descargaron sus miedos pasados con enojos y epítetos. Margot dejó de participar y solo frecuentó pequeños grupos que sabía solidarizaban con el bando de los vencidos y con ella en particular, que había sufrido la violencia en carne propia. Pronto se dio cuenta de que, a pesar de la desconfianza que tenía con el gobierno derrocado, sus simpatías estaban con las víctimas del nuevo régimen. Al fin y al cabo, su situación actual también era consecuencia del clima de violencia instalado.

El país que la acogió también empezó a vivir un ambiente político parecido. Se sucedieron los asesinatos de líderes sindicales y dirigentes políticos. El general Perón estaba viejo, enfermo y cada vez controlaba menos la situación. Los montoneros desafiaron al sistema político por la vía armada. En las altas esferas del poder se libró una lucha soterrada ante la inminencia del fallecimiento del viejo caudillo. En un último acto de voluntarismo, designó a su esposa como vicepresidenta de la República, lo que significó ungirla como su sucesora. Después de su muerte, a mediados de 1974, todo fue inestabilidad e incertidumbre.

2

Margot no puede creer que esté viviendo una vez más un clima similar al que sufrió en Chile. Argentina tiene más historia de golpes y dictaduras militares. Entre los amigos chilenos con los que se reúne cunde la opinión de que es cuestión de tiempo, y probablemente, poco tiempo, de que haya un golpe militar y ahora tendrá características muy parecidas al que ha ocurrido en Chile. En un viaje que hacen sus padres para visitarla, ellos se muestran muy pesimistas tanto con respecto a Chile como Argentina.

− Hija−, le dice su padre−. Siento decirte que el futuro se ve muy negro en toda esta región. Es seguro que Argentina terminará muy luego en otra dictadura militar y creo que lo mejor será que te vayas a Europa. En Chile no hay ninguna señal de que el régimen se vaya a retirar a corto plazo, como creíamos al principio. Y lo de acá puede ser aún más violento. Los argentinos tienen mucha sangre italiana, mucha pasión.

La abraza y le acaricia la cabeza. Ella se deja querer. Revive ternuras de su infancia, cuando su padre era el refugio ante sus miedos e inseguridades. Margot teme ahora por su hijo. No quiere arriesgar su seguridad ni tampoco que crezca en un ambiente de angustia eterna.

− En España tenemos más familia,-prosigue su padre. Tenemos familiares, lejanos, pero hemos intercambiado tarjetas algunas veces y son gente acogedora. Es cierto que ese país también vive una dictadura, pero creo que no va a durar mucho tiempo más. Es terminal. Franco se muere y ya está decidido que Juan Carlos asumirá como rey. Parece un buen hombre, dispuesto a democratizar el país.

Para Margot, entre continuar viviendo en un país extraño y que va por el despeñadero y trasladarse a otro que tiene altas posibilidades de ver la luz al final del túnel, le parece razonable el argumento de su padre. Y le atrae la perspectiva de conocer el viejo mundo, en particular España, país del que vienen sus ancestros, vascos por el lado de su padre y catalanes por su madre. Esos familiares viven en Barcelona, ciudad histórica, bella y muy atractiva, le dicen. Le parece una ironía del destino que sus ancestros hubieran huido de España precisamente a causa de alguna de las tantas guerras civiles en el pasado y ahora ella regresaría a ese país por las mismas causas, por decirlo así.

En poco tiempo se encuentra aterrizando con Sebastián en el aeropuerto El Prat, de Barcelona. La espera una especie de prima, Francesca, hija de ese pariente lejano de su madre. Es abril de 1975 y ya la primavera está en las calles. La reconoce por el cartel que muestra su nombre completo, Margot Lagarrigue Sallarés.

− ¡Hombre! ¡Pero qué alegría conocer a una prima sudamericana!,- la saluda y abraza con fuerza. Margot se sorprende con ese apelativo, pero pronto aprenderá que es parte de la jerga local. Le hace bien sentirse acogida y con tanto afecto. Francesca resulta ser una mujer muy alegre y cordial. Tiene aproximadamente su misma edad, es alta, rubia y lleva el pelo sobre los hombros.-Y este guapo, ¿cómo se llama?- le dice, dirigiéndose a Sebastián.

Esperan el equipaje y se dirigen al auto de Francesca. Las primeras conversaciones giran en torno al viaje, es muy largo, fatigoso. La anfitriona le explica los sectores de la ciudad, a medida que la recorren. A Margot le gusta Francesca. Le levanta el ánimo. Experimenta un calorcito en su espíritu. Por primera vez en mucho tiempo, siente que puede salir de sí misma y reencontrarse con los otros. La casa de Francesca es grande y tiene un enorme jardín, con piscina. Está en las afueras de la ciudad. Le asignan una habitación grande, toda pintada de blanco y con los muebles y cortinas del mismo color, con amplios ventanales y dos camas, para ella y Sebastián.

Invita a Margot al jardín a tomarse un café. Le pregunta de Chile y los dramas que ha vivido el país. Margot le cuenta también de su esposo y de su propia tragedia.

− ¡Mira que aquí no la hemos tenido fácil! ¿eh? Yo no recuerdo los primeros tiempos del franquismo, pero por lo que he oído y aprendido, estos fueron unos brutos. Pero ya no les queda mucho tiempo. El viejo se muere y los cambios no los para ni mi madre, que por agallas no se queda.

Margot le confidencia sus angustias más íntimas. No sabe qué va a ser de su vida y de Sebastián.

− Tengo que empezar a valerme por mí misma, necesito trabajar y tener un ingreso. No quiero ser carga para ustedes. Mi padre podrá financiarme por un tiempo, para arrendar algún pequeño departamento y sobrevivir, pero no puedo depender de eso. Yo en Chile tenía mi trabajo y podía aportar al presupuesto, porque el sueldo de Rodrigo no era muy alto, a pesar de lo que se decía.

− ¡Vamos, mujer! No seas pesimista. ¡Que las has pasado muy duras, es cierto! Pero vas a salir adelante y algo encontraremos. De momento estarás con nosotros y sin apuros, que a mi marido le va muy bien y serás una compañía para mí. Sebastián será un hermano más para los chavales. ¡Y no se hable más!

En los días siguientes Francesca la invita a conocer el centro de la ciudad, sus rincones, las Ramblas. La vida callejera de Barcelona, el barrio gótico, el mar la animan y la hacen olvidar, por momentos, su tristeza. Conversan largo de todo. Hay afinidades recíprocas. Francesca está casada con un abogado y tiene tres niños. Es asertiva.

− Lo primero que haremos será poner a Sebastián en una escuela, aunque ya el año está por terminar. Mira que no es bueno que esté de ocioso. Y luego viene el verano, viajaremos a algunos lugares que te van a gustar y tendremos tiempo para armar tus propios planes, ¿de acuerdo?

Margot tiene la sensación de soñar. Vive una mezcla de tristeza con alegría, de volver a esa edad de la juventud en que la vida está por delante y hay que tomar decisiones sobre qué se quiere hacer. Pero es como una segunda vida, porque ya pasó por eso y vaya como terminó.

Llega el verano, sus calores húmedos y el espíritu estival se instalan. Sus anfitriones la invitan a un viaje en auto por la costa cantábrica. Margot se confunde, se resiste, les dice que no puede aceptar, ya es mucho lo que están haciendo por ella. No quiere interferir con su intimidad familiar. Pero el marido de Francesca, Pere, no admite réplicas. Mira, que no te vamos a dejar sola aquí, que este será un paseo magnífico, no te vas a arrepentir. Él es terminante, tiene un rostro duro, el cabello abundante y negro, pero se revela como una persona generosa. Ya se ha enterado Margot que ha hecho una carrera muy destacada. Es abogado de empresas multinacionales, especialmente de cadenas hoteleras importantes y cada contrato de inversión que maneja le deja unos honorarios suculentos. El viaje los lleva desde Barcelona a Bilbao, donde pernoctan por varios días en un excelente hotel, el Miró. Van en un vehículo grande, con tres corridas de asientos, donde los chavales, como dice Pere, se acomodan a sus anchas en la última corrida. Es un paseo intenso, todos los días una ciudad nueva. Recorren la costa cantábrica, admiran los acantilados y los pequeños pueblos junto al mar. Margot no tiene tiempo para tristezas ni nostalgias. La brisa marina es un refresco para el espíritu. Con Francesca caminan juntas y conversan como si se conocieran desde siempre, los niños corretean por su cuenta y se solazan con las olas. Pere no se despega de los diarios, sobre todo de las noticias financieras y fuma con ansiedad.

Barcelona los recibe de vuelta con los calores de fines del verano de 1975, que se resisten a abandonarlos. A Margot la espera una carta de su padre en que le da noticias de la familia y le informa que le remesará una suma de dinero trimestralmente para que pueda arrendar un pequeño departamento y financiar sus gastos básicos. La carta la trae a la realidad y a las tareas que deberá asumir. Francesca la ayuda en la búsqueda de un arriendo. El corredor de Pere le ofrece alternativas de ubicaciones, espacios, precios. Margot sabe que no puede regodearse, pero le llega una buena posibilidad, no muy lejos del paseo de Gracia y de la Pedrera, excelente ubicación. Es un departamento de un dormitorio, con muebles, con buena vista. Lo toma y se apronta a iniciar su nueva vida.

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