Kitabı oku: «Los hijos del caos», sayfa 11

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—Suerte —nos susurró Erick antes de darse media vuelta y salir de la habitación junto con Hércules, que casi no se podía contener de la emoción.

—¿Quién cojones son estos? —preguntó en voz muy alta y en un tono muy prepotente un chico musculoso que jugueteaba con un cuchillo, el cual pasaba una y otra vez de una manera muy habilidosa por entre sus dedos.

—¡Cállate, Carl! —le gritó Alice desde su silla—. Chicos, adelante, sentaos —nos pidió con mucha amabilidad y con una enorme sonrisa de oreja a oreja. Nos acercamos poco a poco a ella, fijándonos en las caras y el aspecto de todos los semidioses, los cuales nos miraban muy atentos y alerta, Alice incluida—. Sentaos, por favor —insistió, señalándonos las cuatro sillas que había vacías a su lado. Yo me senté a su izquierda y a la mía se sentó Kika, en el cabecero de la mesa, seguida por Cristina y Natalie. Todos nos miraban de arriba abajo, observando nuestro atuendo, nuestra manera de andar, nuestro gesto. Todo ello era algo incómodo, más aún cuando sentía que varios de ellos me miraban directamente a los ojos. Pero era algo comprensible; al fin y al cabo, sabía que yo haría lo mismo en su lugar. Y eso hacía—. Bienvenidos, chicos —nos susurró Alice antes de dirigirse a los demás—. ¡Escuchad! Estos son los hijos de los grandes y han venido desde muy lejos para ayudarnos. Seamos hospitalarios con ellos, ¿sí? —dijo en voz alta para que todos en la sala pudieran escucharla. Siempre se le habían dado muy bien las palabras.

—¿Y sus ejércitos? ¿Cómo van a ayudarnos si no? ¡Porque mis hombres no van a aceptar órdenes de otra persona que no sea yo! —gritó Carl, el chico del cuchillo, en un tono bastante impertinente y arrogante. Se sentaba a la derecha de Alice y ella no parecía sentirse muy a gusto teniéndole tan cerca.

Tras ese comentario se inició una nueva discusión y cuando todos se pusieron a gritar noté que, al igual que Carl tenía una especie de acento ruso muy marcado, muchos de ellos también tenían acentos de otros países, aunque hablaban muy fluidamente nuestro idioma.

—¡Parad! ¡Eh! ¡Ya basta! —gritaba Alice a pleno pulmón.

Pero los demás volvían a discutir entre sí e ignoraban todos los comentarios o gritos que no tuvieran que ver con sus conversaciones, así que mi amiga se sentó de golpe en su silla, resoplando. Mientras tanto, nosotros analizábamos esas supuestas discusiones que mantenían a gritos los demás semidioses, las cuales en su mayoría eran estúpidas, no fundamentadas y para nada relevantes. Alice seguía resoplando y se tapaba la cara con ambas manos por la vergüenza.

—Tranquila —le susurré al oído.

—No, si ya estoy acostumbrada a todas estas… —intentó decir ella, pero antes de que terminara la frase me puse en pie de golpe, cogí aire y quise dar un grito. Hasta yo mismo me sorprendí cuando de mi garganta salió un rugido que hizo temblar hasta las vidrieras de las ventanas.

—¡Ya basta! —grité cuando todo el mundo se calló. Todos los presentes me miraron extrañados. Cuando logré atraer la atención de todos miré a Kika, que se levantó y empezó a hablar en un tono muy alto pero firme.

—¿Es a esto a lo que os dedicáis? A mí me habían dicho que esto era un ejército comandado por gente seria, pero desde que hemos llegado solo hemos escuchado gritos e insultos muy bien conjugados —empezó a decir, lo cual hizo que a Alice le saliese una sonrisa en la cara de nuevo—. Pensad en todo lo que hay que hacer. Estamos aquí para librar una guerra y, que yo sepa, las guerras se libran tomando decisiones y no pegando gritos. ¿Qué más da lo que hicieran nuestros padres en el pasado? —agregó, refiriéndose a un chico negro que había al final de la mesa, el cual había estado discutiendo esos asuntos con Carl a voces y sin ningún tipo de respeto—. Estamos todos, aquí y ahora, y tenemos que estar unidos si queremos ganar esta guerra y devolver el mundo a lo que era antes. Dejaos de rivalidades y tomaos esto en serio, porque solo así podremos hacer algo de utilidad —finalizó Kika con un tono bastante épico. A ella también se le daba de miedo hablar ante la gente. En un principio, su pequeño discurso había surtido el efecto esperado en los demás semidioses.

Muchos de ellos asintieron con la cabeza y se dieron la mano en señal de disculpa mientras murmuraban, dándole la razón a Kika.

—Bien, ahora que ya ha quedado todo claro, necesitamos vuestros informes sobre los recursos de los que disponemos —solicité yo en voz alta.

—Perdona, ¿disponemos? ¡Yo no voy a dejar que un puto…! — empezó a gritarme Carl, pero antes de que terminara su réplica contra mí, una chica bellísima que estaba sentada a su derecha le agarró de su cabeza y se la estampó con bastante fuerza contra la superficie de la mesa dejándole del todo inconsciente. Después se recogió con elegancia su corto vestido azul, el cual tenía un escote tal vez demasiado llamativo para mi gusto.

—Perdonad a Carl. Como hijo del dios de la guerra, es demasiado impulsivo y a veces se puede pasar un poco de insoportable. Si no quiere colaborar, creo que se pasará inconsciente más tiempo de lo que se espera —señaló la chica, con un marcado acento inglés, después de volver a ponerse el guante de tela blanca que se había quitado para golpear a Carl—. Por cierto, me llamo Anabeth. Soy hija de Afrodita —dijo sonriendo mientras me guiñaba coquetamente uno de sus pintados ojos azules. Acto seguido se recogió su rubia melena en una coleta y se volvió a acomodar en su asiento. Era tal vez la chica más atractiva físicamente que había visto en mi vida.

—Eh… Sí, vale, muchas gracias —le respondí mientras la miraba de arriba abajo. Pero tras un par de segundos noté que Alice por un lado y Kika por el otro me daban varios codazos para que siguiera hablando—. Eh… Sí, eso, lo que iba diciendo. ¿Alguien podría informarnos? —logré decir cuando aparté la mirada de la chica. Cuando lo hice se puso en pie otro chico, que estaba sentado al lado de Anabeth. Era muy muy delgado, de apariencia débil, llevaba unas gafas redondas y gran parte de su cara tapada por una máscara de bronce. Pero por el resto sus atuendos no tenían nada de especial.

—Hola, soy Jacob, el hijo de Hefesto —se presentó y en cuanto mencionó el nombre de su padre Anabeth no pudo contenerse y soltó una cruel y exagerada risita por lo bajo—. Bien, dado que Carl, que era quien llevaba la cuenta de los suministros y del armamento, está inconsciente —dijo mirando de reojo a Anabeth—, entonces te lo diré yo. Poseemos armamento y munición de sobra, eso no es problema. Hemos hablado con los herreros y les estamos enseñando a fabricar balas, aparte de flechas. Tenemos los medios necesarios para ello. Y, si no me equivoco, creo recordar que las cuentas y el censo que hizo Carl hace un par de días revelaron que tenemos algo más de diez mil soldados entre todos. Eso sumando los que trajo Carl, los de Alice y los que vinieron hace una semana con Morgan y Beth —explicó mirando al chico negro al que antes se había dirigido Kika y a la chica que tenía al lado.

Esos dos no podían ser más diferentes el uno del otro, y eso se podía notar a simple vista. El chico negro era bastante musculoso; sería de un país del sur de África y llevaba una armadura parecida a la nuestra, pero de cuero negro y con un sol dorado grabado en el medio, aunque lo que más destacaba de él eran sus ojos, de los cuales le salían unas pequeñas llamas y fuego cada vez que los abría. Sin duda alguna, ese chico era el hijo de Apolo.

Por otro lado, la chica iba vestida con un vestido azul y blanco y encima llevaba un abrigo de pieles blancas. También era bellísima, pero al mirarla daba la impresión de ser muy áspera, fría y distante. Tenía el pelo completamente blanco y la piel extremadamente pálida, tanto que parecía tener escarcha recubriendo su cara. Sus ojos también eran azules, pero no como los de Anabeth. Estos eran de un azul mucho más brillante. Era la hija del dios del viento del norte, el cual tenía una cruda y horrible historia. Hércules se molestó en contárnosla hacía unos días.

—Tenemos arqueros, lanceros, guerreros, a los soldados militares de Carl y a la guardia de élite de Anabeth. Hay varios pozos naturales de donde sacar agua, ya que estamos justo encima de un acuífero de gran extensión, y tenemos despensas y reservas de alimentos en conserva. La comida y el agua no serán problema mientras tengamos aquí a nuestras fuerzas —siguió diciendo Jacob con su voz monótona y casi mecánica. Al escuchar eso Kika, Cris, Natalie y yo nos miramos unos a otros impresionados. Después de haber pasado hambre y sed estaría bien estar servidos de comida y bebida por un tiempo—. El único problema que tenemos es que no podremos quedarnos aquí para siempre. Los titánides acabarán por descubrir nuestro paradero y ya nos cuesta bastante rechazar a las hordas de muertos que llegan a diario como para tener que enfrentarnos a esos gigantes y a los ejércitos de muertos que traigan consigo. Tenemos que salir y buscar más hombres —indicó Jacob intentando ser sutil, pues, al parecer, ese era un tema muy polémico y controvertido entre todos ellos.

—Ahí fuera no hay más hombres. Lo único que encontraremos serán más infectados y, si tenemos suerte, a un par de supervivientes muertos de hambre. Es demasiado arriesgado seguir saliendo a buscar gente —comentó un chico que se apoyaba sobre una ballesta cargada con una flecha verde. Llevaba un sombrero que me recordaba a las películas del oeste y cuando levantó la cabeza entendí por qué lo llevaba. Tenía la cara llena de cortes y cicatrices y hablaba con un acento latino muy marcado. También cabía destacar que al chico le faltaban dos dedos en la mano derecha—. Por cierto, soy Daryl —añadió dirigiéndose sobre todo a mí—. Soy hijo de Hermes —aclaró cuando se quitó el sombrero.

Alice parecía estar molesta por el comentario y la postura del hijo de Hermes sobre aquel tema.

—¿Hace falta que te recuerde cómo es que estás tú aquí? —replicó ella ofuscada, haciendo que el hijo de Hermes la mirase desafiante. Se notaba la tensión entre ellos dos.

—Daryl tiene razón; antes les abríamos las puertas a todos los que llegaban, pero ya es demasiado arriesgado —terció una chica de corta edad desde el otro cabecero de la mesa. Tenía rasgos y acento asiáticos y por sus ropas me hubiera atrevido a decir que era de China. La niña no tendría más de trece años y poseía unos ojos verdes muy extraños. El dolor de cabeza que se me levantaba al mirarlos me resultaba familiar—. Me llamo Lucy, hija de Hera —terminó de decir la niña, que era la más joven de todos los allí presentes.

—Bien, escuchad. Tengo una idea —anunció Alice—. Haremos cuatro grupos. Uno de ellos se quedará aquí, junto con el ejército, para defender el campamento en caso de un ataque sorpresa. Otro debería despejar Sesenya de inferis para construir defensas y trampas por todos los alrededores de la muralla y una vez que acaben pondrán varios vigías por el pueblo y sus alrededores. Una vez hecho todo eso, se reunirán con el primer grupo dentro del campamento —fue explicando Alice, la cual hizo una pequeña pausa para poder coger aire.

—¿Y los otros dos grupos? —preguntó Anabeth en la pausa de Alice.

—Los otros dos… Vale, uno se encargará de seguirles la pista a los titánides y averiguar sus planes con sigilo, sin enfrentamientos, y cuando tengan la información volverán aquí para comunicarlo. En este tercer grupo deberían ir solo un par de personas para no llamar demasiado la atención. Y el último grupo… —dijo mientras miraba de reojo a Beth— acompañará a Beth hasta Londres para ir a visitar a su padre y pedirle ayuda. Para los que no lo sepáis, su padre, el dios del viento del norte, puede crear un ejército de la nada, lo cual nos sería de gran ayuda a la hora de enfrentarnos a los titánides. Es más, podría ser un elemento decisivo —argumentó ella, terminando de exponer su propuesta.

Después de escuchar la propuesta y el plan de Alice todos nos quedamos en silencio, meditando, cada uno con sus propias ideas y pensamientos.

—Claro que sí, Alice. Es una magnífica idea —señaló un recién levantado y malhumorado Carl—. Ahora el caso sería decidir quién iría en cada grupo —añadió mientras miraba de manera rencorosa a Anabeth.

—Haremos lo que dices, hija de Atenea —afirmó Morgan, el hijo de Apolo, refiriéndose a Alice. En cuanto lo dijo, yo caí en la cuenta, pero intenté que no se me notara demasiado mi cara de sorpresa—. Pero es cierto, hay que repartirse bien los trabajos, porque yo, por ejemplo, no puedo viajar a Londres. No tan al norte; lo paso extremadamente mal en los climas fríos —detalló mientras miraba a Beth, la cual asintió con la cabeza y le hizo un gesto para darle a entender que había dicho lo más correcto.

—Bien, vale. Somos doce, pero para algunos grupos se necesita más gente que para otros —continuó diciendo Alice, dando a entender que quería que alguien se ofreciera voluntario para unirse a alguno de los cuatro grupos.

—Vale, ¿quién se ofrece para quedarse aquí, en el campamento, en el primer grupo? —pregunté cuando vi que nadie decía nada al respecto. Aun tras yo preguntarlo, nadie se pronunció ni levantó la mano.

—¡Oh, venga ya! Vamos, alguien tiene que quedarse —dijo Alice desesperada por que alguien hablara, aparte de ella.

—Yo me quedaré en el primer grupo —se ofreció Cristina, lo cual me sorprendió, ya que siempre había sido una chica muy aventurera, y quedarse quieta en un mismo sitio no era propio de ella—. No puedo volver a salir ahí. Todavía no. Quiero quedarme —afirmó decidida.

—Yo también me quedaré —dijo Jacob también muy decidido, levantando una mano—. Ahí fuera no os seré útil, pero aquí dentro tengo mucho trabajo que hacer con los ingenieros.

—Y yo también me quedo —anunció Lucy desde el otro cabecero de la mesa. A ella era a la que más le costaba hablar nuestro idioma, pero igualmente hacía el esfuerzo.

—Vale, este grupo ya está. ¿Quiénes despejarán el pueblo de muertos? —preguntó Alice.

—Morgan y yo lo haremos, pero necesitaremos toda la ayuda que nos puedan dar desde aquí —respondió Anabeth y al momento Jacob saltó, proponiéndole un montón de estrategias militares diferentes para su misión. La agobiaba bastante; se notaba a la legua que estaba enamorado perdidamente de ella.

—¿Quién irá en el tercer grupo? Habrán de ser los más rápidos y los que menos llamen la atención —volvió a preguntar la hija de Atenea.

—Yo iré —dijo Natalie mientras me miraba muy fijamente, poniéndome en una situación difícil, pues no tenía demasiado claro si debía acompañarla o si, por el contrario, debería dejarla que fuera con otro. Antes de que pudiera tomar una decisión se me adelantaron.

—Iremos los dos entonces —manifestó Daryl rápidamente, levantando la ballesta y apoyándose aún más en la mesa. Natalie lo miró de reojo y después volvió a mirarme a mí, esperando que me uniera a ellos dos, pero decidí no hacerlo y seguir el consejo que me dio Hércules sobre ella. Además, a Daryl se le veía muy capaz de cuidar de mi amiga, o eso esperaba.

—Bien, pues el resto, Kika, Percy y Carl, vendréis a Londres conmigo y con Beth a ver a su padre —comentó finalmente Alice. Pero en cuanto Carl vio que le tocaría ser mi compañero de viaje se inventó una excusa muy tonta para volver a sembrar la discordia entre todos y fácilmente hizo que varios se levantasen y empezasen a discutir con él y entre sí.

—¡Eh, tú! ¡Ya basta! —le grité al hijo de Ares, que se estaba mostrando demasiado irrespetuoso, incluso para mí.

—¡Tú no eres quién para darnos órdenes a ninguno de nosotros! —me respondió Carl muy molesto y airado mientras me apuntaba con su cuchillo. Yo le miré fijamente a los ojos mientras le decía que bajara el cuchillo y que no me apuntara con él. Noté cómo mi ira iba creciendo a medida que se lo repetía más veces. Iban pasando los segundos y el ruido de los golpes en la mesa, unido a los gritos, no me ayudaba para nada. También estaba empezando a enfadarme bastante—. ¡Tú acabas de llegar y ya estás diciéndome lo que debo hacer! ¡No pienso bajar el cuchillo! ¡Nunca obedeceré las órdenes de un puto monstruo como tú! —me gritó Carl mientras acercaba el cuchillo cada vez más a mí, pasando antes por Alice, que intentaba calmarlo sin mucho éxito.

Instintivamente prendí y levanté mi brazo, haciendo que el hijo de Ares levitase en el aire mientras una fuerza invisible le agarraba del cuello, haciendo que se empezara a ahogar poco a poco.

—¡Percy! ¡Percy! —me chillaba Kika mientras intentaba hacer que bajara mi brazo, pero no consiguió moverme ni un centímetro.

—¡Suéltalo! ¡Por favor! —me suplicó Alice, la cual también intentaba hacer que bajara mi brazo, con el que estaba haciendo que Carl se ahogara en el aire.

El hijo de Ares me miraba con odio y rabia mientras se agarraba el cuello y pataleaba, intentando hacer lo posible por no ahogarse, pero yo volví a sentir ese calor sofocante en mi estómago y, una voz en mi cabeza, empezó a decirme que debía hacerlo, que ese tío era un cabrón y que se lo merecía. Todo el mundo me gritaba. Cuando se dieron cuenta de que no podían hacer nada para que bajara mi brazo, intentaron agarrar a Carl por los pies para bajarle, pero les fue inútil porque hice que subiera aún más y que cogiera altura para que no pudieran agarrarle.

Era algo curioso, porque algunos estaban ayudando a Alice para alcanzar a Carl y otros me gritaban para tratar de disuadirme. No obstante, ni Morgan, ni Anabeth, ni Beth ni Daryl dijeron ni hicieron nada al respecto. Solo se limitaron a mirar cómo Carl se ahogaba en el aire ante todos. Supuse que ellos también considerarían que el hijo de Ares se lo merecía.

No hice demasiado caso a los gritos y continué mirando al chico, que me sacaría como mucho un año de edad, y la que antes era una cara de ira se había convertido en una de súplica al darse cuenta de que yo iba en serio. Justo en ese momento, en el que iba a hacerlo, en el que iba a romperle el cuello, justo ahí recordé la charla con Hera y cuando vi que Lucy me estaba mirando muy fijamente llevé la mano que tenía libre al bolsillo interior de mi armadura y rápidamente saqué el frasco que me había dado la diosa, le quité el tapón y me bebí entero y de un trago el líquido de su interior.

Cuando volví a alzar la vista y miré a Carl sentí algo que no era nada propio de mí, culpabilidad, así que no pude evitar soltarle. El hijo de Ares cayó desde una altura considerable y dio un golpe seco contra la superficie de la mesa, la cual estaba hecha de pino, así que no le hizo ni un arañazo.

Todo el mundo se calló y se quedó quieto, observándome mientras Carl gritaba de dolor y se tocaba el brazo izquierdo, que se había hecho añicos por la caída. Varios de los huesos de su antebrazo izquierdo se habían astillado y sobresalían de su piel, haciendo que esa fuera una imagen algo difícil de ver, no solo por la sangre, sino por los gritos del chico, que estaba a pocos metros de mí.

Lentamente me levanté de mi asiento y me acerqué al joven ruso. Esta vez nadie intentó interponerse entre nosotros dos. Solo se apartaron; algunos aterrados, otros con miradas de admiración y otros, como Lucy, Jacob y Anabeth, se taparon los ojos para no ver el final de la escena.

—Por… favor… —suplicó Carl entre gritos de dolor.

Cogí su brazo destrozado con fuerza y él gritó, pero tan solo por unos segundos. Cuando dejé de agarrarle y le solté, el brazo volvía a estar como nuevo. Ya no sangraba ni tenía huesos astillados asomando por todas partes; estaba completamente curado.

—No vuelvas a llamarme monstruo o la próxima vez te enseñaré de verdad lo que es un monstruo —le amenacé y con una calma y serenidad extremas me dirigí a mi sitio y me volví a sentar en la silla junto a una asombrada Alice y a una no tan sorprendida Kika.

—Gracias —musitó el chico, que moviendo el brazo forzosamente volvió a sentarse en su sitio de nuevo.

Tras un minuto de tensión, silencio y miradas extrañas, el resto hizo lo mismo y se sentó, la mayoría aún con la adrenalina en el cuerpo, pero nadie dijo nada al respecto. Solo se sentaron y se miraron entre sí, esperando a que alguno de ellos tuviera el valor de hablar, lo cual no pasó hasta un par de minutos después, cuando alguien de nuevo rompió el silencio.

—Dejando de lado este incidente, Jacob, Cristina y Lucy, os quedaréis aquí y apoyaréis a Morgan y a Anabeth cuando vayan a despejar el pueblo. A su misma vez Natalie y Daryl les seguiréis la pista a los titánides y Kika nos acompañará a Beth y a mí a Londres, junto con Percy y Carl si aprenden a comportarse como es debido —dijo Alice mirándonos de reojo, ya que nos tenía a los dos a ambos lados—. ¿Alguien no está de acuerdo? —preguntó ella. Carl miraba cabizbajo entre sus piernas como muestra de disconformidad, pero no dijo nada al respecto. Solo se masajeaba con fuerza la zona de brazo por donde antes asomaban huesos rotos—. Muy bien. Daryl, Natalie, podréis ir escoltados por un máximo de cinco hombres que yo os proporcionaré. Y los que vamos a Londres nos llevaremos a veinte, diez de mis hombres y diez de los de Carl para que no haya disputas —continuó diciendo, mirándome cuando pronunció esas últimas palabras. Yo asentí con la cabeza y ella respiró aliviada—. Está bien, vale. Los que vayamos a irnos debemos prepararnos, porque saldremos de aquí mañana por la mañana, después de comer. Y os recuerdo que la comida será aquí y que debéis asistir todos. Id mentalizándoos, vamos a devolver a este mundo a la normalidad —añadió, aliviada por terminar de hablar y aún algo tensa.

Cuando Alice terminó de hablar todos se levantaron de golpe y salieron por el portón, donde Erick y Hércules conversaban muy animadamente. Al salir les contamos todo lo que habíamos hablado y Alice le pidió a Erick que mandara a alguien para limpiar la sangre de Carl de la mesa. A Hércules no le hizo ninguna gracia enterarse de lo que había pasado momentos antes de que se abrieran las puertas de la sala, pero decidió no decir nada, al menos por el momento.

—Eso está muy bien. Si me necesitáis para algo, aquí estaré —le dijo Erick a Cristina cuando se enteró de que se quedaría en el campamento.

—Yo, si no os importa, también me quedaré aquí. Ahí fuera solo seré un lastre para vosotros y estoy agotado. Ya no tengo las mismas energías que tenía cuando era joven como vosotros y necesito descansar —comentó Hércules.

—Tranquilo. Tú descansa, que te lo mereces, y así ayudas a Cris —le dijo Kika, ofreciéndole una sonrisa al anciano como muestra de agradecimiento por habernos guiado hasta allí.

—Anda, volvamos a vuestra casa, que en un rato ya os habrán preparado la comida —sugirió Erick mientras se reía de un comentario muy inocente de Cris sobre la longevidad de Hércules.

Mientras íbamos caminando juntos por el pasillo tratando de olvidar lo que había pasado, Alice se me acercó desde atrás y me alejó unos metros del grupo para poder hablar a solas mientras les seguíamos desde la distancia.

—¿No tienes nada que contarme? —me preguntó por lo bajo para que nadie pudiese escuchar la conversación. Estaba extremadamente seria.

—Sí, muchas cosas, desgraciadamente. Aunque supongo que de alguna ya te habrás dado cuenta, ¿no? —contesté irónico cuando vi mi reflejo en sus ojos marrones, sin nada especial, los cuales reflejaban con mucha facilidad el amarillo de los míos. Entonces ella se detuvo por un momento para poder mirarme de arriba abajo y yo también lo hice.

—¿Desde cuándo lo eres? Licántropo digo. Bueno, eso da igual, pero ten mucho cuidado, Percy. Tienes la suerte de que aquí te aceptarán, porque tras lo que ha pasado hoy tú y tu grupo habéis demostrado que sois fuertes y eso es algo que la mayoría de esta gente valora por encima de todo. Pero igualmente ten cuidado; no me gustaría perderte de nuevo —me advirtió muy preocupada.

—Alice, tranquila. Llevo ya un tiempecito con esto, lo suficiente como para controlarlo si la situación lo requiere. Solo le quería dar una lección a ese bocazas, no tenía intención de matarlo. Me puedo controlar —le dije muy seguro de mí mismo a pesar de saber perfectamente que lo que acababa de decir era una mentira enorme.

—Está bien —respondió al darme otro abrazo—. Por cierto, no te tomes lo de Carl como algo personal. A todos nos trató así alguna vez. Es prepotente y se ha ganado el odio de varios de los nuestros. Pero, por favor, no le hagáis daño. Le necesitamos. A él y a sus hombres —terminó de decir cuando nos separamos una vez más. Después dio media vuelta para dirigirse de nuevo hacia el salón.

—Alice —la llamé antes de que se alejara demasiado y cuando me escuchó se volvió para mirarme—, echo de menos pasarlo bien contigo. Dado que mañana ya estaremos lejos de aquí, anda, anímate y vente a comer con nosotros —le propuse mientras le sonreía.

Ella se lo pensó durante unos segundos, hasta que hizo una pequeña mueca con la cara y después asintió con la cabeza antes de devolverme la sonrisa. Tras aquello nos vimos obligados a correr por los interminables pasillos del castillo buscando a los demás, que ya se habían adelantado bastante, aunque no fue demasiado difícil encontrarles, ya que las risas de las chicas resonaban por todos los rincones del castillo. No había escuchado reírse así a ninguna desde hacía mucho tiempo. Incluso creí escuchar la risa de Natalie, la cual llevaba sin salir a la luz más de un año. Me agradaba saber que estaban contentas.

*****

La comida en mi casa resultó ser más entretenida y divertida de lo que me esperaba. Las chicas y Hércules aprovecharon para conocer un poco a Alice, que a pesar de ser tan seria les acabó cayendo bien a todos, aunque a Natalie seguía sin convencerle mucho su personalidad. También trataron con Erick, el cual era más bien todo lo contrario a Alice. Era abierto, bastante majo. Me caía bien hasta a mí y eso ya era suficientemente complicado. Hacía reír a todo el mundo cada poco rato con sus chistes y comentarios ingeniosos e inesperados. Hacía tiempo que no nos veía tener un rato como ese, sin tensiones, sin malas vibraciones entre nosotros. Incluso Hércules parecía a gusto al hablar libremente con los demás, aunque las cuatro o cinco copas de vino que se bebió durante la comida seguramente tendrían algo que ver.

—Madre mía, Erick. Eres extremadamente tonto —comentó Kika entre risas.

—Ya lo creo. Pero sigue contándonos esa historia de cuando estuviste en Brasil —le pidió Cristina mientras intentaba comerse unos macarrones con queso entre risa y risa.

Nos habían preparado de todo, no habíamos visto tanta comida junta desde que empezó todo: agua, vino, cerveza artesana hecha por los propios soldados, un par de botellas de Coca-Cola, macarrones gratinados, filetes de ternera, chuches con azúcar, arroz… Había de todo. Y yo nunca me lo había pasado tan bien dentro de aquel salón.

Cuando terminamos de comer y ya no pudimos engullir más, Alice llamó a unos guardias para que recogieran las sobras y que se las ofrecieran a algunos soldados que se hubieran quedado con hambre, ya que a ellos se les racionaba la comida y agradecerían poder comer un poco más.

Después de eso cada uno hizo lo que quiso por la tarde. Erick se llevó a Cristina para enseñarla a disparar con armas de fuego desde la muralla. Hércules había bebido demasiado vino y se quedó dormido en uno de los sillones del salón con una botella en la mano y una antigua pipa para fumar tabaco en la boca. Natalie, Kika y Alice estaban sentadas en la mesa en la que habíamos comido jugando a un antiguo juego de mesa que en su momento fue de mi padre, aunque no del biológico, obviamente. Encontraron el juego en el desván de la casa.

Yo, entre tanto, me quedé sentado en un sofá, afilando mis espadas con unas pequeñas piedras que me había prestado Erick de una armería que estaba al otro lado de la calle central. Y al ver el panorama que se había formado en solo unas horas, por primera vez desde el día del estallido me sentí normal.

—¡Percy! Venga, ven, juega un par de partidas con nosotras —me animó Alice desde la mesa del salón cuando terminaron su tercera partida consecutiva.

—No, gracias. Jugad vosotras, que yo doy vergüenza ajena cuando intento jugar a ese juego —le contesté sonriendo y seguí afilando las espadas.

—Pues aún con más razón vas a jugar. ¿A que sí, chicas? —respondió Alice mientras las tres se me acercaban por detrás para hacerme cosquillas hasta que accedí a jugar unas partidas con ellas. Aunque lo que en un principio iban a ser solo un par de partidas se acabó convirtiendo en diez. Jugamos hasta que anocheció.

—Bueno, me cuentan que os he dado una paliza a todos por quinta vez consecutiva —se vanaglorió Natalie entre risas cuando terminamos la décima de las partidas, de las cuales yo no conseguí ganar ninguna. No mentía al decir que se me daba fatal ese juego de mesa, pero me daba igual perder. Me lo estaba pasando realmente bien.

—Eso es porque aún estoy calentando —respondí rápidamente mientras volvía a preparar el tablero para jugar una última partida, la cual acabé por perder desastrosamente contra Alice.

Al terminar esa última partida recogimos el juego y lo guardamos para después levantarnos todos de la mesa con dolores de espalda, ya que aquellas sillas provocaban ese efecto cuando uno se pasaba ciertas horas sentado en ellas.

Hércules, entre tanto, se había estado despertando cada poco rato, fumaba un poco de su pipa, daba unos cuantos tragos a la botella de vino y se volvía a dormir. No fue hasta entonces cuando me fijé en que roncaba como un ogro, lo cual hizo que nos estuviéramos riendo de él durante un buen rato.

Cuando nos cansamos de reírnos de Hércules decidimos sentarnos en el sofá para ver una película en DVD que encontramos bajo mi vieja televisión. Aún había electricidad en ciertas partes de la casa. Ese día no dejaba de llevarme sorpresas.

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