Kitabı oku: «Narrativas de vida, dolor y utopías»

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Galvis Díaz, Pablo Iván

Narrativas de vida, dolor y utopías : jóvenes y conflicto armado en Colombia / Pablo Iván Galvis Díaz. -- Bogotá :

Ediciones Unisalle, 2014.

142 p. : il., fotos ; 14 × 21 cm.

Incluye tabla de contenido.

ISBN 978-958-8844-28-2

1. Jóvenes - Aspectos sociales - Colombia 2. Violencia - Colombia 3. Conflicto armado - Colombia 4. Paz - Colombia

I. Tít.

303.6 cd 21 ed.

A1437

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

ISBN: 978-958-8844-28-2

Primera edición, marzo de 2014

ISBN:

© Derechos reservados, Universidad de La Salle

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Diseño de portada

Andrea Julieth Castellanos Leal

Fotografías de cubierta

Hno. Juan Carlos Blanco, fsc

Diseño de ePub

Hipertexto

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento, conforme a lo dispuesto por la ley.

Contenido

Presentación

Introducción

El escenario etnográfico: ¡Utopía, un proyecto que sirve para empezar a caminar!

La inmersión en el campo

Relatos de vida y diarios de campo: un aporte desde la subjetividad a la investigación social

El trabajo etnográfico: una experiencia de frontera

Relatos de vida. Narrativas de ensueño, nostalgia y muerte

Andy: “me persigue una guerra que no es mía”

Cubi: nostalgia llanera, de olor a sabana y a bosta de ganado

Juandro: en el claroscuro de la guerra

Las narrativas del conflicto armado en los relatos de vida

El conflicto armado en la vida cotidiana

Experiencias de la muerte como práctica cotidiana

El conflicto armado como estrategia de poder

El conflicto armado y las formas de influencia en la identificación de los sujetos

Representaciones: lenguajes y símbolos del conflicto armado

Amistad y enemistad en el conflicto armado

Conclusiones

Bibliografía

A Dios, por su infinita misericordia.

A mis padres, Pedro y Conchita, por regalarme el don de la vida, por su amor incondicional, y porque son quienes inspiran mi diario vivir.

A la Universidad de La Salle, por la apertura de espacios de investigación y por la formación recibida como pedagogo.

Al hermano Carlos Gómez, por su cercanía, su consejo y su capacidad de inspirar nuevas formas de pensar.

A la profesora Miriam Jimeno, mi maestra en el campo de la etnografía, por su cariño, su acompañamiento y exigencia en el desarrollo del presente texto.

A los hermanos del Distrito Lasallista de Bogotá, por su apoyo y confianza en mi quehacer como maestro.

A Juandro, Cubi y Andy, porque a partir de sus historias y de sus recuerdos abrieron la posibilidad de la amistad y la investigación en mi vida.

Presentación

Hace seis años, en 2008, pensando en los inmensos desafíos que la realidad colombiana presentaba a nuestras instituciones y a la sociedad entera, empezamos a pensar en la posibilidad de que desde la Universidad de La Salle pudiéramos ofrecer una propuesta educativa novedosa para apoyar el desarrollo rural del país y, sobre todo, abrir posibilidades para que algunos jóvenes de procedencia rural pudieran encontrar en nuestra institución un espacio de crecimiento personal y de cristalización de sus sueños.

No se veía una empresa fácil porque cualquier idea novedosa conlleva muchas dificultades: problemas de financiación, demanda de infraestructura, generación de nuevas aproximaciones didácticas y pedagógicas, voces que al unísono gritan “no se puede” y que llevan a dudar de tal manera que pueden asfixiar y arruinar las mejores intenciones.

No puedo negar que nací en una generación soñadora y utópica que invitaba a sobrepasar las capacidades humanas y a lanzarse apasionadamente a la novedad, a los caminos no transitados, a vencer los gigantes que cual molinos de viento se atravesaban en las búsquedas. No solo era posible soñar, sino que era un ejercicio cotidiano que nos convocaba, nos ilusionaba y nos lanzaba a la acción. La praxis era casi el signo de nuestro quehacer: reflexionar y actuar y volver a pensar sobre lo actuado y lo reflexionado. Leímos con fruición en esos días sobre sociología y política; devorábamos las novelas del realismo mágico; poníamos un toque existencialista al cotidiano y, en nuestro caso, la Teología de la liberación nos daba elementos para diseñar mundos posibles y proyectos alternativos desde la inspiración cristiana. Cómo no recordar en estas páginas el desafiante capítulo que Gustavo Gutiérrez (1977) dedicó a la “Fe, utopía y acción política”, hasta el punto de decir que “la fe y la acción política no entran en relación correcta y fecunda sino a través del proyecto de creación de un nuevo tipo de hombre en una sociedad distinta, a través de la utopía” (p. 316). También en su inolvidable Obra, dedicó unas páginas a hablar de la Esperanza y a invitarnos a asumirla como una virtud que bien podría ser combustible en el camino, así “la fe, la caridad y la esperanza, para quien vive de ellas, son un factor radical de libertad espiritual, y de creación e iniciativas históricas” (p. 320).

En 1973, Paulo VI publicó su Exhortación Octogesima Adveniens, documento inspirador del pensamiento social de la Iglesia que señaló que se

… asiste al renacimiento de lo que se ha convenido en llamar “utopías”, las cuales pretenden resolver el problema político de las sociedades modernas mejor que las ideologías. Sería peligroso no reconocerlo. La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas. Pero, sin embargo, hay que reconocerlo, esta forma de crítica de la sociedad establecida provoca con frecuencia la imaginación prospectiva para percibir a la vez en el presente lo posiblemente ignorado que se encuentra inscrito en él y para orientar hacia un futuro mejor; sostiene además la dinámica social por la confianza que da a las fuerzas inventivas del espíritu y del corazón humano; y, finalmente, si se mantiene abierto a toda la realidad, puede también encontrar nuevamente el llamamiento cristiano (p. 37).

Obviamente estos textos recogían una tradición de la filosofía política y literaria que ha creado utopías y distopías en muchos momentos de la historia, que fue reflexionado nuevamente con fuerza en las creativas décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado. De hecho, ya en la Antigüedad el pensamiento utópico no era ajeno ni a las mitologías clásicas ni al pensamiento de los filósofos y teólogos, aunque fue Tomás Moro quien acuñó el concepto y lo desarrolló en su célebre obra Utopía, que imaginó la ínsula ideal y con humor agudo produjo, al mismo tiempo, la más demoledora crítica a la Inglaterra de Enrique VIII. Desde entonces, la utopía ha estado presente en la historia humana, a veces inspirando gestas y construyendo proyectos convergentes, a veces apoyando conflictos e insuflando unanimismos impuestos y violentos.

Con este trasfondo de historias remotas y sueños de juventud nació el proyecto Utopía en 2010, como un aporte de la Universidad de La Salle al desarrollo rural del país y a la construcción de la paz. Lejos estábamos, entonces, de imaginar que para estos tiempos en Colombia existiera tanta esperanza en torno a la finalización del conflicto armado y la construcción de la paz. Sabemos todos que no son procesos fáciles y que tomarán tiempo, exigirán esfuerzos, demandarán creatividad, e invitarán a todos los compatriotas a aportar algo desde su especificidad y posibilidades para hacer posible un mejor país. Apostar por la Colombia rural se nos presenta como una realidad ineludible y de justicia para con tantos colombianos que han vivido de cerca la violencia y que hoy buscan oportunidades para desarrollar estos lugares de la Patria, para generar en ellos las mejores condiciones para hacer sostenible la paz.

Esta es la utopía que sirve de escenario a Pablo Iván Galvis Díaz para el desarrollo de su tesis de Maestría en Antropología, cursada en la Universidad Nacional de Colombia, y que da origen al texto que presentamos. Como su subtítulo lo manifiesta, es una aproximación etnográfica que da cuenta de “Jóvenes y conflicto armado en Colombia”. Pablo Iván se encontró con historias de dolor y tragedia entre los estudiantes que iniciaron en Utopía su caminar de hacerse ingenieros agrónomos. Si bien son tres historias particulares de personas reales que han crecido y vivido en medio de las vicisitudes del conflicto, también podrían ser las historias de muchos otros jóvenes que en la Colombia profunda han padecido los rigores de la guerra.

Estas narrativas expresadas con palabra fluida y prosa impecable nos llevan por los itinerarios de jóvenes que, pese a la desventura, se resisten a convertirla en su modus vivendi. Más aún, truecan el dolor en esperanza y ponen sus anhelos en un horizonte diferente que permite subvertir el sufrimiento para sublimarlo en la generación de vida y desarrollo personal. Quizás sea este el principal aporte de Pablo, que con ojos de sociólogo, con corazón de humanista y palabra de poeta nos expresa que hay esperanza, que es posible la reconciliación y que la tan esquiva búsqueda de la paz es una utopía que va haciéndose realidad porque existen jóvenes —hombres y mujeres— que frente a la oportunidad deciden dar el paso de convertirse en constructores y avanzar, empujando consigo hacia adelante a comunidades veredales y a las familias golpeadas hacia mejores días y fértiles tiempos.

Pero si bien Pablo nos logra introducir en la historia de la violencia en Colombia a través de la historia de tres jóvenes y sus representaciones de la guerra, la muerte, el enlistamiento, la ilegalidad, el amor, el odio y las relaciones de poder, también nos permite ver que no se puede pasar por esta experiencia y salir igual. Así, también desnuda su corazón para hacerse una autocrítica valiente y tan desafiante como poderosas son las narrativas de los jóvenes que dieron origen a su estudio. ¡Qué lección! Aquí se aprende que el contacto con la realidad y el dolor humano son quizás el único medio posible para abrir los ojos, calentar el corazón y transformar la vida.

Apreciado lector, estoy convencido de que no es posible leer estas páginas y salir ileso. Algún silbido de artillería rozará su piel; pero, de la misma manera, una chispa de esperanza arderá en su corazón cuando descubra que es factible la paz, posibles los sueños, necesarias las utopías y, más importante, que hay con quien construirlas. Resulta inspirador aquí recordar el poema de Eduardo Galeano:

Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se aleja diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía entonces?... Para eso sirve, para caminar.

Carlos G. Gómez Restrepo, fsc

Introducción

La presente investigación tiene como eje central las narrativas del conflicto armado en los estudiantes del proyecto Utopía de la Universidad de La Salle, temática desarrollada a través de la construcción y análisis de relatos de vida. La investigación le da mucha importancia al acontecimiento, al recuerdo, a lo subjetivo, y le asigna a la experiencia personal el papel protagónico dentro de la construcción de los relatos de vida y desde allí son identificados los imponderables en las relaciones tejidas entre los sujetos de investigación y las experiencias del conflicto armado. A partir de la pregunta por las representaciones de estos jóvenes sobre el conflicto armado en Colombia, me limito a proponer reflexiones de las prácticas cotidianas, las imágenes —actores, situaciones—, las formas como narran sus experiencias y la elaboración que hacen de las mismas.

Este texto tiene una intención propia: dejar registrado el hecho de que los relatos de vida construidos desde un profundo trabajo de campo son en sí mismos el medio metodológico y la elaboración teórica de la acción antropológica. Que aunque el relato es descriptivo, toda descripción es más que un acto de fijación, es un acto culturalmente creador; por lo tanto, la descripción de las narrativas de vida de los estudiantes manifiesta un poder distributivo y una fuerza performativa: hacer lo que dice. En este sentido, se comprenden las narrativas como acciones fundadoras de espacios, de sentidos y de prácticas, que en el caso particular de los estudiantes del proyecto Utopía permiten la visualización del conflicto armado desde una mirada subjetiva, local y afectiva. Esta dimensión transforma los relatos de vida de instrumentos de registro o de memoria en acciones que generan interpretación constante y pluralidad de significaciones, y así se llega a constituir en teoría de análisis para el campo disciplinar (De Certeau, 1996, p. 175).

El cuerpo del libro se constituye en tres capítulos: el primero trata sobre los elementos de la metodología de la investigación y desarrolla una descripción detallada de la población investigada; asimismo, presenta el trabajo de campo, la importancia de los métodos y herramientas etnográficas para la construcción de los relatos de vida, sobre todo de la importancia del “estar allí” y la construcción y uso de los diarios de campo. Por último, muestra cómo la disciplina antropológica se convirtió en el fundamento para alcanzar un registro subjetivo del conflicto y en el medio para describir una realidad analizable.

El segundo capítulo es una apuesta por el sujeto, por la creación de texto a partir de la realidad vista desde quien describe, narra y recuerda. Es un capítulo de suma importancia, pues en él se recopila todo el trabajo de campo: las entrevistas semiestructuradas, los diarios de campo, los imponderables vistos a partir del diario vivir, los escritos de los estudiantes, sus motivaciones, e incluso las limitaciones, posibilidades y sentimientos que como investigador viví en el desarrollo del trabajo. Uno de los logros en este capítulo fue mostrar cómo los relatos tienen el poder de transformar el ver en un creer y de fabricar lo real con las apariencias (De Certeau, 1996, p. 202). Este capítulo muestra la historia de vida de tres jóvenes atravesada por el conflicto armado colombiano, Andy, Cubi y Juandro, y su relación directa con las historias regionales de donde provienen: los departamentos de Cesar, Casanare y Caquetá. Son tres relatos que describen múltiples experiencias y representaciones del conflicto armado, pero sobre todo son tres registros que encarnan una realidad que se vive en Colombia: que todo poder se traza primero sobre la espalda de sus sujetos. Por ello, dichos relatos se constituyen en metáforas del cuerpo dominado (De Certeau, 1996, p. 153). En este sentido, no solo las regiones y los territorios son marcados por la realidad del conflicto armado, sino que, de manera particular, los sujetos construyen representaciones, experiencias y aprendizajes de su contacto con los grupos armados, lo que convierte sus narrativas de vida en complemento vital de la memoria en nuestro país. Es una memoria no solo objetivada en cifras, eventos y versiones oficiales, sino enriquecida por recuerdos, afectos y sentidos dados por la subjetividad de la experiencia.

Cada relato de vida fue construido desde una estructura diferente, según los datos que arrojaba el trabajo de campo. Por ejemplo, el relato de Andy es construido desde la dinámica de la escucha de una narrativa pensada y construida por el sujeto, con la intención de ser reconocida y valorada, desde su posición de víctima. El escrito de Cubi, a diferencia del anterior, fue redactado en un contexto de espontaneidad y de cercanía, con la intención de crear una identidad propia, enraizada en las costumbres llaneras, y de asignarle al protagonista un valor agregado: la valentía y el riesgo del hombre casanareño. El discurso de Juandro, inmerso en las zonas grises dentro del conflicto en el Caquetá, es registrado desde la necesidad de dejar claridad sobre sus posturas ideológicas, al menos las que son “políticamente correctas” en el contexto de la Universidad de La Salle, de allí que su relato de vida se convierta en una maraña por desenredar por parte del investigador.

En el tercer capítulo se presentan los análisis de las narrativas de vida de una manera comparativa; en él se realiza el estudio de los relatos de cada uno de los sujetos de la investigación a través de cinco categorías: en primer lugar, la cotidianidad (entendida como la realidad del diario vivir, con pluralidad de sentidos y significados) como eje central de la experiencia del conflicto armado. Desde allí es analizada la naturalización de las fuerzas encontradas -confrontación armada- y los extrañamientos y deseos de desterrar dichas experiencias de vida. En segundo lugar, está la identidad marcada en cada uno de los sujetos (entendiendo la identidad como las formas de ser y hacer, y como parte del reconocerse adscrito a algo), como huella del paso de la confrontación armada por cada uno de los sujetos investigados. Por otro lado, están los símbolos y representaciones que ellos hacen en sus narrativas sobre elementos constitutivos del conflicto, como por ejemplo la muerte, las armas, los lenguajes, las maneras de vestir, de hablar, de hacer, etc. En cuarto lugar, están las relaciones de poder (como posibilidad de encontrar sumisión y obediencia en una población) que se tejen dentro de la pluralidad de discursos en los cuales se entrecruza la vida de estos jóvenes con las experiencias de la guerra. Por último, está la construcción de las relaciones subjetivas de amistad y enemistad (categorías tomadas de Karl Schmitt), donde se hace alusión a las construcciones sociales de cercanía y distancia, con intereses específicos que realiza cada sujeto en medio de la confrontación armada.

La investigación termina con unas conclusiones abiertas que tienen como eje articulador los aprendizajes y valoraciones de la etnografía dentro de la investigación social: las apuestas metodológicas, sus alcances y alternativas. A través de la reflexión sobre el quehacer antropológico, se presentan algunas conclusiones acerca de las representaciones del conflicto armado en los jóvenes, sobre los símbolos más importantes que ellos emplean en su narrativa sobre la realidad de violencia que vivieron y sobre la identidad marcada en sus cuerpos y relatos a partir del contacto cotidiano con el conflicto armado en sus vidas.

El escenario etnográfico: ¡Utopía 1 , un proyecto que sirve para empezar a caminar!
La inmersión en el campo

En agosto de 2009 me desempeñaba como docente de la Universidad de La Salle y recibí una llamada del hermano Carlos Gómez (rector de la Universidad de La Salle) para invitarme a ser parte de un proyecto nuevo que la institución venía construyendo: Utopía. Esa misma noche viajé a Yopal (Casanare) y me reuní con el hermano Carlos y un grupo de maestros para ultimar los detalles de la selección de la primera cohorte de universitarios. Allí fue donde escuché sobre la formación de jóvenes campesinos como ingenieros agronómicos: “Utopía es un concepto único que integra la generación de oportunidades educativas y productivas para jóvenes de sectores rurales, de escasos recursos económicos, y que han sido afectados por la violencia. Se trata de convertirlos en líderes capaces de lograr la transformación social, política y productiva del país” (Dinero.com, marzo de 2011).

En noviembre de ese mismo año iniciamos la convocatoria del primer grupo de estudiantes del proyecto; Arauca, Tame, Paz de Ariporo, Tauramena, San Luis de Palenque, Orocué y San Vicente del Caguán fueron los primeros municipios que visitamos. De este grupo fueron seleccionados sesenta y cuatro jóvenes que ingresaron en mayo de 2010 al proyecto. Ya para diciembre de ese año el proyecto empezaba a difundirse por los medios de comunicación: “Aportar a un tema de vieja data es la misión del proyecto. Evitar que los jóvenes campesinos abandonen el campo y sean captados ya sea por la guerrilla, los paramilitares, el narcotráfico, la delincuencia o cualquier otro tipo de violencia” (Portafolio.co, diciembre de 2009).

En mayo de 2010 se inauguró el proyecto Utopía con el ingreso de 64 jóvenes; ese día se realizó una ceremonia religiosa a la cual asistieron algunos padres de familia de los estudiantes, docentes y directivos de la universidad, directivos de la Congregación de La Salle y autoridades eclesiásticas locales. En las palabras de inauguración hechas por el rector de la universidad se puede entender mejor la población objetivo del proyecto: “Estos jóvenes han sufrido directamente la violencia, proceden de la Colombia profunda donde las oportunidades son prácticamente inexistentes, la pobreza es cotidiana, y tienen la presión o la tentación de los grupos armados para engrosar sus filas”2.

En la inauguración del proyecto empezó a rondarme la idea de desarrollar una investigación sobre Utopía. Al encontrar a este grupo de jóvenes, con sus características específicas y las zonas de donde provenían, me pareció pertinente hacer un aporte a la Universidad de La Salle y al proyecto desde la construcción de los relatos de vida de estos jóvenes. Particularmente, porque tanto el día de la inauguración, como en otras oportunidades, los estudiantes compartían espontáneamente sus experiencias de vida marcadas por el conflicto armado. Narrativas que delimitaban las vivencias a planos homogéneos de destrucción, dolor, desplazamiento y muerte, que generaban la única interpretación e identificación de los sujetos como víctimas. La búsqueda de otras significaciones y del registro pleno, no solo parcial de las historias de estos jóvenes, me llevó a cambiar la población del estudio.

Para acercarme más al proyecto, propuse a las directivas de la universidad dos semanas de refuerzo en lectoescritura y matemáticas con el primer grupo de estudiantes. La propuesta fue aceptada y se desarrolló en julio del mismo año. Junto a un grupo de compañeros de la Universidad Nacional viajé el 8 de julio de 2010 a Yopal, para desarrollar el proyecto de refuerzo académico. Del 9 al 21 de julio de 2010 conviví con los 64 estudiantes durante dos semanas: convivencia que abarcó las 24 horas del día, ya que el proyecto Utopía incluye el vivir dentro del campus universitario. La jornada arrancaba a las 5:00 a.m. con el trabajo de producción agrícola, en el cual los jóvenes cultivaban los productos que se consumían en el campus (yuca, plátano, piña, badea, maracuyá, cacao, etc.) y realizaban sus proyectos de investigación en cultivos experimentales. Luego acompañé las clases de 9:00 a 12:00 m. y de 2:00 a 5:00 p.m.; en horas de la noche compartía momentos de diálogo, deporte, estudio, intercambio cultural —mitos, bailes típicos, contrapunteos, tradiciones etc.— y recreación.

Planeé mi primera incursión en campo del sábado 16 al domingo 24 de octubre de 2010, con la intención de adelantar un trabajo de entrevistas, observación directa y registro de narrativas sobre el conflicto armado:

17 de octubre de 2010. En el viaje del terminal de Yopal a la finca, el coordinador del programa me habló de los estudiantes, de sus proyectos, de los cultivos…, yo le aclaré sobre los objetivos de la investigación y quedamos en que tomaría las clases del lunes para presentarle el proyecto a los estudiantes: de 10:00 a.m. a 12:00 m con el grupo de 1:00 y de 2:00 p.m. a 4:00 p.m. con el grupo 2.

Esa semana presenté el proyecto a los estudiantes, de los cuales 29 me dijeron que querían participar; adelanté entrevistas semiestructuradas3 y continué la inmersión en el campo compartiendo la cotidianidad con los estudiantes:

19 de octubre de 2010. A las 5:00 a.m. me encontré con una estudiante del proyecto, Mayra, y ambos nos dirigimos al cultivo de pepinos, a podarlos y a recoger cosecha; luego ayudé a cargar tres ahuyamas de 12 kg. A las 8:00 a.m. desayuné e inmediatamente inicié con las entrevistas programadas. En la tarde no pude realizar las entrevistas, así que me fui con Ángela y Edison a la biblioteca. A las 6:30 p.m. cené con Diego, quién me renovó la invitación para ir a Maní a verlo colear. En la noche pedí prestada la biblioteca y entrevisté a Edison; esa fue mi primera entrevista formal. Creo que su relato se puede profundizar indagando más sobre los momentos en los que compartió con los paramilitares en el sur de Tauramena.

Del 13 al 19 de enero de 2011 realicé mi segundo trabajo de campo en Utopía; durante esa semana escogí a los cuatro candidatos para escribir sus relatos de vida: Andy, Cubi, Juandro y Jhon (como alternativa por si algo no resultaba con los otros candidatos). Las características de cada uno de los primeros relatos encontrados en las entrevistas con estos estudiantes me presentaron un panorama por confrontar dentro de la investigación: la pluralidad de miradas sobre los grupos armados y la vivencia del conflicto; unos estudiantes con narrativas muy cercanas a las estructuras del paramilitarismo o de la guerrilla (Cubi y Juandro), otros distanciados totalmente, identificados como víctimas (Andy y Jhon).

En este trabajo de campo me involucré más con las realidades del proyecto y con las necesidades de los estudiantes, y aporté a la construcción del sistema de convivencia:

17 de enero de 2011, 10:00 a.m. Me reuní con 53 estudiantes del proyecto para revisar el sistema de convivencia y los comités; escuché acerca de las principales dificultades dentro del campus. A las 11:00 a.m. se reunieron por comités para revisar si funcionaban o no; se proyectaron como mediadores de los conflictos y las situaciones anormales con los docentes y directivos del campus. Había un grupo de 10 estudiantes (hombres) que no se vinculaba a ningún comité, y que no demostraba interés en el tema. A las12:00 m. les hablé de la importancia de ser universitarios, autónomos, con representación, con libertad y posibilidad de decisión. Se propuso hacer una elección de representantes, así como estar en diálogo constante con los representantes estudiantiles de Bogotá.

Aunque en este segundo trabajo de campo no profundicé mucho en entrevistas, sí pude acercarme a las realidades de los estudiantes y ganarme su confianza, hecho que me abrió las puertas a la intimidad de muchos de ellos y a la posibilidad de cerrar brechas entre el investigador y el investigado, y a ocupar un lugar dentro del grupo de los estudiantes, como persona grata y de confianza. Trabajé arduamente en el proyecto de convivencia y organicé los comités y a los representantes de sede. Este fue un trabajo que me abrió las puertas a la vida de los estudiantes, a sus necesidades reales, a sus sueños y frustraciones en el proyecto Utopía:

19 de enero de 2011, 5:00 a.m. Me encontraba con un estudiante para dialogar sobre la reunión que tendrá el jueves con los profesores y el hermano. Mientras recogíamos ahuyamas, fuimos dialogando de lo importante que es representar a los compañeros, de lo político de su cargo, del cuidado que se debe tener de no exponerse a persecuciones, de escuchar a los compañeros, y de hablar con las instancias que toman decisiones y tener participación en ellas. Le recordé al estudiante el reglamento de la universidad, en el cual las peticiones se deben hacer por escrito; hablamos de lo importante que es tener contacto con la sede de Bogotá, con sus representantes. Me comprometí a buscarlos y a darles su número.

En mayo de 2011 ingresó un nuevo grupo de estudiantes, y de esta manera el proyecto llegó a tener cien jóvenes (454 de la primera cohorte y 55 de la segunda5), 20 mujeres y 80 hombres, entre 18 y 25 años de edad. De julio a diciembre de 2011 viví dentro del campus universitario mientras desarrollaba mi trabajo de campo: participé en las actividades cotidianas de los estudiantes y trabajé en el proyecto desarrollando la cátedra de Cultura y sociedad y en el acompañamiento del sistema de convivencia. Fueron cinco meses de trabajo permanente con Juandro, Cubi y Andy, en los que organizamos un horario semanal para hacer las entrevistas (un espacio de dos horas, los martes, jueves y sábados). De igual manera, fue un tiempo en el que aproveché cualquier espacio para compartir con los jóvenes: con Andy, en las largas conversaciones en el comedor; con Juandro, en las jornadas de trabajo en los cultivos, y con Cubi, en las múltiples invitaciones a compartir momentos significativos de su vida (con su familia, con su novia, en el estudio, en el deporte, etc.). Igualmente, la inmersión en el campo coincidió con dos espacios de vacaciones de los estudiantes, donde pude acompañarlos a sus regiones: en agosto viajé a Arauca, donde vive la familia de Andy y a Carupana, en Casanare junto a Cubi. En diciembre viajé con Juandro a Betania, Caquetá.

El tiempo vivido dentro del campus junto con las experiencias cercanas a los estudiantes facilitaron el rapport que me llevó a profundidades no solo en la vida de los jóvenes, sino en la implementación del proyecto Utopía en su primera fase; descubrí un proyecto con múltiples matices, con variantes no conocidas y con realidades que solo los que permanecen un tiempo prolongado dentro del campus pueden descubrir. Del mismo modo, el trabajo de campo profundo, descrito en los diarios de campo y entrevistas realizadas, abrió el camino metodológico y conceptual de la investigación.