Kitabı oku: «Tú comunicas», sayfa 4

Yazı tipi:

Poner en equilibrio las cosas que importan

Las personas no se definen solo por su solvencia profesional. Cada vez más se valoran otras aptitudes —gustos, aficiones, compromisos— en la capacitación de los trabajadores, no digamos en la de los amigos y familiares. Una persona con inquietudes tiende a desarrollar entendimiento y cultura. Y eso no le viene mal ni al analista ni al mecánico fresador. No solo eleva el nivel de solvencia personal, también el de bienestar, lo cual es bastante productivo para las empresas que nos contratan o para los proyectos que emprendemos. Todas las compañías adaptadas a los tiempos que corren asumen la importancia del universo personal y fomentarlo resulta estratégico si el objetivo es retener talento. Algunas sedes integran restaurantes temáticos, salas de juego, de lectura y, ¡atención!, áreas de siesta. Después de un sueñecito de diez minutos, resulta que el trabajador está más en forma que antes. No es una cuestión altruista, sino productiva. Si el entorno es sensible y humano, si nos sentimos valorados e integrados, funcionamos mejor. Ahora se habla de storytelling para casi todo. Cuéntame una historia, emocióname, demuéstrame que te importo. Muchos hoteles han optado por personalizar las plantas para que el cliente se sumerja en una experiencia diferente. Es lo que hace, por ejemplo, el hotel Silken Puerta de América, situado en la ciudad de Madrid. Cada una de sus doce plantas fue creada por un arquitecto o diseñador con la misión de despertar los sentidos de futuros huéspedes. Y ese cometido no se lo encargaron a cualquiera, por cierto. Zaha Hadid, Jean Nouvel, Norman Foster y hasta quince artistas más contribuyeron a que el hotel pueda decir en su promoción: «Cada una de las plantas propone un concepto distinto de habitación. Todas juegan con diversos materiales, colores y formas, donde la creatividad y la libertad en el desarrollo de cada uno de los espacios han marcado la obra. El Puerta América es un espacio ecléctico que no renuncia a la comodidad, sus habitaciones con todo lujo de detalles incitan al huésped a descubrirlas, interactuando con ellas mediante los sentidos, verlas, tocarlas e incluso olerlas. Alojarse en el Puerta América es vivir una experiencia de sensaciones únicas e inolvidables».

La moderna señalética de los edificios tiende también a traspasar la tradicional frontera de los sistemas de direccionamiento y posición para proponer experiencias particulares. Un vistazo a las sedes de las nuevas tecnológicas nos lo deja claro. ¿Qué se consigue a cambio? En una época de desafección entre empleados y empresas, convertir el centro de trabajo en un lugar-espectáculo diríase que busca no solo impresionar al visitante, sino más bien estimular al trabajador y hacer que recupere el perdido orgullo de pertenencia a una firma, aunque sea mediante signos externos llamativos y hasta ostentosos. «Porque tú lo vales», parece ser el mantra del que nos quieren convencer para comprar nuestras voluntades y, de paso, hurgar en nuestros bolsillos.

Eso lo saben todos menos algunos dinosaurios que sobreviven de manera inexplicable a su periodo de extinción. La naturaleza no es tan sabia como nos cuentan.

Respuesta automática del correo de Juan José en una fecha especial:

Hola,

Actualmente me encuentro esperando la llegada de mi primer hijo, por lo que no podré contestar rápidamente a los correos. Para cualquier cuestión urgente relativa a MTZ Services, por favor, contacta con Mario Apellido (mario.apellido@direccion.es) o Rafael Apellido (rafa.apellido@direccion.es).

Saludos.

Pues eso, poner en equilibrio las cosas que importan.

1- Marçal Moliné. Malicia para vender con marca (14). Deusto.


EL DEPORTE DE PENSAR

Es poco habitual que la persona se retire a pensar. Carecemos de disciplina para reflexionar sobre lo que nos rodea, las conductas, los movimientos… Como mucho, tenemos opinión. Y la opinión se forja en el debate, al que sí nos abonamos con soltura. Hablamos en voz alta, para afuera. Pero poco sin voz, hacia adentro. Se diría que necesitamos una excusa para pensar. A veces nos sentamos a escribir, ahora que las redes sociales lo demandan es más usual, y nos salen ideas que ni siquiera sospechábamos. Otras, es en una conversación donde descubrimos nuestra opinión y conocimientos. No es infrecuente que, en esas ocasiones, las personas que conviven con nosotros exclamen perplejos: «¡No te conozco!, no sabía que tenías esa idea de las cosas, de la política, de las relaciones». Hablar, escribir, pensar, es darle vueltas a la misma cosa. Y algunas actividades lo potencian. Resulta paradójico, pero algunos corredores —no los que llevan los cascos en la oreja, esos no— utilizan su tiempo de ejercicio para darle vueltas a la cabeza. Es una distracción que hace más llevadero el esfuerzo, a veces lo camufla. Se corre una hora, dos, sin apenas consciencia del espacio y tiempo, solo dándole vueltas a una idea. Al regresar, no es raro lanzarse sobre el papel o el teclado para reflejar ese pensamiento que hemos ejercitado a la vez que el cuerpo, no vaya a ser que se volatilice. ¿Cuántas ideas soñadas y no anotadas hemos rebuscado al día siguiente sin encontrar? Más vale que, si tienes la suerte de que algo se te ocurra, lo apuntes. Porque ese momento es probable que no vuelva y tu luminosa idea se pierda como lágrimas en la lluvia, que decía el replicante de Philip K. Dick.

Por qué corres

Juan Carlos es un médico internista vocacional cuya entrega es total, tanto a su profesión como a sus aficiones. Es también un veterano corredor, curtido en todo tipo de distancias. Corre y piensa, corre y repasa, corre y conversa. Recuerda, memoriza, ensaya. Por eso, cuando le preguntaron «¿Por qué corres?», la respuesta le salió del tirón:

—El motivo original ni lo recuerdo. Para mantenerme en forma, que es como no decir nada. Por salud, para producir endorfinas, generar dopamina, fabricar antioxidantes. Los beneficios son científicos, físicos. Y porque me sienta bien, lo necesito, me gusta.

—Corro porque es una liberación, una manera de aliviar tensiones. Correr me aleja del estrés y también de hábitos menos saludables. En momentos de máxima tensión, me pongo las zapatillas y me olvido.

—Corro porque me cuesta trabajo, porque es un esfuerzo. Por la recompensa. Cuando acabas una carrera, la rememoras y disfrutas en función del sufrimiento superado.

—Corro porque, si no lo hago, lo echo de menos. Porque veo a los demás correr y quiero estar ahí, porque me lo pide el cuerpo.

—Corro porque me da muchas satisfacciones. Entre otras, moverme por sitios. Siempre que voy a algún nuevo lugar salgo a la calle a correr, a veces me pierdo, no sé volver, pero muchas, casi siempre, llego a rincones que no visitaría. Subo y bajo las montañas, me meto en los barrios, miro, observo, aprendo.

—Y corro también porque me ayuda a pensar, ¡cuántas ideas han brotado mientras estaba en carrera!

—Corro una hora, a veces dos, a veces más. Una entera hora pensando es un lujo, una maravilla. He memorizado conferencias, desarrollado estrategias, retenido letras de canciones. He resuelto problemas y abierto caminos.

—He llegado a creer —concluyó Juan Carlos— que correr es una actividad más intelectual que física, así de sesgada es mi visión. Aunque quizá no tanto: siempre se ha dicho que se corre con la cabeza, y eso es una definición que comparto al cien por cien.

De modo que todo lo que ayude a pensar, bienvenido sea. Dicen los que practican la meditación que determinados ejercicios mentales y de relajación consiguen bajar la presión de la sangre y disminuir la frecuencia de latidos. ¡Como el deporte! Que se alcanza un estado más equilibrado, más calmado. ¿Sabes cómo te deja una carrera de diez, veinte, cuarenta kilómetros? Decir calmado es poco. Te deja suave, liso. La voz fina, el cuerpo tendido, los brazos abiertos. Dicen que la meditación aumenta tu capacidad para afrontar el estrés y controlar el dolor. Sí, es un calco de lo que se consigue con el deporte. Superar las tensiones y aprender a sufrir es una consecuencia práctica del esfuerzo y los retos que la actividad física demanda.

Pensar. No suele ser fácil hacerlo, es un voluntariado exigente, casi nunca se encuentra el momento propicio para concentrarse. Lo normal es que los pensamientos te asalten, si no eres un intelectual ni tienes método ni afición. Facilitar ocasiones para la introspección es una buena manera de hacer que las ideas fluyan. Y el deporte es un espacio que el pensamiento adora. Puede que el cuerpo se arrastre, pero la mente vuela. Y empuja, y eleva, y entretiene. La mente corre que se las pela. Y el cuerpo lo agradece porque, distraído, se deja llevar más lejos de lo que las piernas habrían soportado. Ejercicio físico más ejercicio intelectual, un tándem eficaz.

No suele ser necesario planificar tareas mentales que acompañen a la actividad deportiva individual. Lo habitual es que afloren los asuntos candentes, y que lo hagan de manera espontánea. He aquí una ventaja añadida: no es imprescindible prepararse una lista de temas a repasar ni de asuntos que resolver. Ahí están, agazapados, esperando la oportunidad para reclamar tu atención y hacerse presentes. Algunas veces se nos pasan por la cabeza ideas peregrinas que seducen y atrapan. Explorar el azar es una de las técnicas creativas de manual. Podría parecer que las ideas se presentan como si fueran ocurrencias, pero no es así. Al azar hay que saber identificarlo, domarlo y ponerlo a tu servicio. Requiere un talento previo, una disposición, cierto conocimiento. La misma clase de manzana que, al parecer, le cayó a Newton había caído antes cientos, miles de veces, sin efectos aparentes. Aunque el pensamiento fluya, si le echas una mano y lo diriges un poco, mejor. A tu alrededor tienes multitud de cuestiones en busca de respuesta. Todo lo que te sucede o rodea sugiere su propia reflexión: una conversación, película, artículo o discusión. La música, la convivencia, el trabajo, las vacaciones. Las filias y fobias. Las expectativas y sus decepciones. Lo que tienes y lo que deseas, cuya distancia puedes recorrer paso a paso, un kilómetro tras otro.

El pensamiento es libre

Juan Carlos, nuestro médico corredor, se encontró dándole vueltas al concepto deus ex machina en una de sus solitarias correrías. Había oído o leído, no recuerda dónde ni cuantas veces, la citada sentencia, que relacionamos con soluciones mágicas y que proviene del antiguo teatro griego: cuando la trama llegaba a un callejón sin salida, se resolvía con la aparición de un dios del Olimpo que, colgado de una grúa —la máquina—, solucionaba el asunto sin más explicaciones y, milagrosamente, dejaba a todos conformes.

La expresión —se planteaba Juan Carlos zancada a zancada, de forma azarosa, sin saber a cuento de qué— es relevante para entender cómo funcionan las relaciones y los valores. Ante conflictos sin resolver, confiamos en que algo suceda, un karma universal, un equilibrio natural, una institución, persona o dios que ponga orden y sentido, que resuelva y haga justicia. Decimos: «Su maldad se volverá contra él», «En el pecado lleva la penitencia», «Todo se paga en esta vida». Y nos aferramos al imaginario deus ex machina sin reparar en cuestiones de sentido común ni de procedimiento. Lo mismo hacen algunos escritores y guionistas —seguía deliberando nuestro corredor— cuando enfrentan al héroe a una situación límite y se sacan de la manga una salida carente de lógica, increíble: un artilugio volador automontable que el protagonista guardaba en su mochila, el despertar de un sueño, la formación de helicópteros con una veintena de marines que, con su puntería excepcional, abaten a los malos mientras un cabo de cuerda eleva nuestro hombre por los aires, sobre el contraluz del cielo rojizo que se oculta en el horizonte mientras suenan los compases épicos que anuncian el final de la escena.

Estas inesperadas reflexiones llevaron a Juan Carlos a recordar una película que elevó su deus ex machina al nivel de categoría y lo convirtió en el centro de la trama: Apocalipto, dirigida por Mel Gibson y ambientada en la América precolombina, que arrastra a su protagonista hasta el desesperado momento en el que no se adivina salvación posible. Como mandan los cánones, el nativo ya ha sorteado todos los peligros, demostrado su inteligencia y dominio de los recursos. Su instinto de supervivencia ha prevalecido, pero ahora la selva se ha quedado atrás, delante hay una extensa playa sin ninguna protección. Los perseguidores están a cincuenta metros. Es el final. Pero los actores y la cámara elevan la vista hacia el mar y surge la solución-milagro que da sentido y cierra la película. Un sorprendente giro que juega con la probabilidad de que sucediera lo que es seguro que nunca ocurrió: las tres carabelas de Colón están desembarcando, los conquistadores bajan de la nave que los acerca a la playa, banderas y crucifijos por delante. Los indígenas, paralizados, abandonan lanzas y cualquier otra idea que les rondara en la cabeza y se postran petrificados sobre un horizonte cuyos títulos de crédito anuncian que las cosas ya nunca iban a ser como hasta entonces.

Este torrente de pensamiento que te desborda mientras dejas la mente en libertad no es solo fantasía, es algo atávico. Pone tu mente en relación con tus reflexiones y creencias porque necesitamos, estamos dispuestos a creer. Que la dieta de la alcachofa adelgaza, que la cáscara de arroz cura el cáncer, que las cremas antiarrugas rejuvenecen. Las promesas de la publicidad lo anuncian sin descanso. Productos milagro para sentirte bien, para ser más importante y mejor persona. Marcas que prometen soluciones fuera de su alcance y de toda lógica. Y algunas veces nos las creemos por eso, porque necesitamos creer. Que un cambio de gobierno nos va a sacar de la crisis. Que los científicos nos librarán de las pandemias. Que la presión sobre el medio ambiente no llegará a su límite. Hablar por hablar, creer por creer. Sin argumentos, sin motivos, confiando en un giro de guion plausible al que aferrarnos. ¡Cuesta tan poco! Apenas nos piden un voto y, a cambio, obtenemos soluciones para todo. Ya lo dijo un presidente de gobierno de España cuando, después de muchas ruedas de prensa sin preguntas, convocó una que sí las admitía en vistas del descalabro electoral que se avecinaba, y cuya comparecencia finalizó con esta displicente oración: «Confíen en mí. Les irá bien» (1). La exposición de motivos se ausentó de la cita de forma elocuente. Y no pasó nada.

No está mal esto de ser crédulo como método de supervivencia, pero se parece un poco a una persona que basara su proyecto vital en jugar a la lotería y que le tocara el gordo. No un gordo de sesenta mil euros, por cierto. Un gordo de diez millones para arriba. ¡Deux ex machina!

Pero mejor no te abones a esperanzas tan vanas. Sé realista, trabaja por lo posible. Por regla general, este tipo de soluciones que carecen de lógica interna son un insulto a la inteligencia, un timo. A decir verdad, y en los tiempos que corren, la realidad es que el truco se ha descubierto, se ha desmontado el ardid.

Estábamos hablando de pensamientos que te asaltan en tus rutinas diarias y la mente ha volado, que es lo que anunciábamos. Pero también es posible provocarlos, canalizar las ideas que fluyen en situaciones desinhibidas hacia tus proyectos, tus presentaciones o tus objetivos personales: qué soy, qué quiero, cómo me comunico, cómo me ven. Y el análisis, y la motivación, y la diferenciación. Y etcétera.

Conozco a una profesora que prepara sus clases nadando; de boya en boya en el mar cuando es verano y haciendo largos de piscina el resto del año.

Paul Auster escribe en su Diario de Invierno: «Con objeto de hacer lo que haces, necesitas caminar. Andando es como te vienen las palabras, lo que te permite oír su ritmo mientras las escribes en tu cabeza» (2).

Dice Juan Cruz sobre Juan José Millás: «Caminar lo pone a escribir, como si huyera. Huye —añade Cruz— hacia adelante, hacia lo que le da miedo para abrazarlo». «No sé qué relación hay entre zonas del cuerpo tan alejadas entre sí como los pies y la cabeza —afirma Millás—, pero lo cierto es que cuando muevo los pies, cuando camino, se me pone la cabeza a cien. No te diría que pienso con los pies, pero sí gracias a ellos».

Pero ¡atención!, esta regla no rige para todas las actividades. No intentes pensar en tus cosas si estás practicando ciclismo o haciendo esquí: puedes acabar por los suelos, magullado y dolorido. Si eres piloto de Fórmula 1, que no lo eres, ni te cuento.

1- Mariano Rajoy. Confíen en mí, les irá bien. Rueda de prensa en Madrid (27.04.2015)

2- Paul Auster. Diario de Invierno (218). Traducción: Benito Gómez Ibáñez. Seix Barral Bouket.


HABLAR BIEN DA GUSTO

Hablar bien da gusto, sí, lo sabemos porque cuando escuchamos a alguien que sabe hablar, reconocemos el don de la palabra. A veces es un don, pero la mayor parte no. Casi siempre el buen uso del lenguaje, la elaboración correcta o seductora de un razonamiento, la expresión adecuada, afortunada o brillante, es fruto del aprendizaje y del trabajo.

A veces es un don.

El crack de la venta

José Miguel F. es un magnífico profesional y un mejor vendedor. Sabe seducir combinando, de aquí y de allá, señales que forman parte del universo de su audiencia.

José Miguel esta mañana vende productos ecológicos, y le vemos cantando las virtudes de una leche muy natural:

—Verás, esta leche proviene de una raza que no ha evolucionado comercialmente, son vacas Jersey traídas de Dinamarca. Más pequeñas, producen menos cantidad pero con mayor concentración de grasa y proteína. El ganadero, Agustín, tiene solo dos ejemplares: Margarita y Zaida, y las trata como a su familia. Antes de ordeñarlas a mano, conecta Radio 3, les limpia las ubres con agua templada y les susurra qué se yo al oído. Estas vacas viven en su parcela, libres, comiendo a placer pasto y zarzas, una afición esta de las zarzas bastante exótica para una vaca. Y aquí tienes el resultado: un litro de la mejor calidad a 1,5 euros la botella. Más caro, pero lo vale, pruébalo y me dices.

—¿Y la tienes sin lactosa? —acota el presunto comprador.

—¿Has visto estas lechugas? —la mano de José Miguel, expeditiva, aparta de la mesa las botellas de leche que en ella se exhiben—. Cultivadas por una familia que abona la tierra con productos eco, en un entorno sin contaminación. Que vigila el desarrollo de la planta y limpia sus hojas de insectos, le proporciona la dosis justa de humedad y siembra solo la cantidad que puede controlar. Y aquí están, mira qué brillo, el tono es incomparable, ves cómo se quiebra la hoja, está viva, crujiente. Sabe a verde, huele a campo, es la mejor lechuga que hayas probado nunca. Te ofrezco esta sencilla hortaliza con el corazón, la he traído para ti, está a la altura de un gourmet, que es lo que tú eres, un auténtico sibarita, un consumidor exigente.

—Lechuga sí —le interrumpe el comprador, no sabemos si para que nuestro vendedor se tranquilice, se calle un poco, vamos—, la lechuga te la compro, a ver a cómo me la pones, ¿eh?, que me llevo tres.

Hay gente así, nacida para contar historias, para vender. Tienen esa facilidad y les envidiamos por ello, porque el resto de mortales nos lo tenemos que trabajar a fondo. Mira el lado bueno: no somos unos charlatanes.

Pero tranquilo, porque hay una fórmula infalible para hablar bien. Es esta: hablar bien. Y es sencillo si sabes hacerlo. ¿Cómo?

Lo primero, habla de lo que controles, nunca de oídas. Tenemos la tentación de opinar de todo, vocación de tertulianos. Oímos a tanto indocumentado sentando cátedra que nos parece que nuestra opinión no va a desmerecer, y en parte es cierto. Si aquí todo el mundo opina, ¿por qué no yo? ¿Por qué? ¿Qué tal si no queremos ser como el hombre orquesta, que toca de todo, pero todo mal? Aunque, para tirar piedras contra ese tejado mal apuntalado, citaremos aquí un pensamiento de Aristóteles: «Los oradores incultos convencen mejor a la masa que los cultos. Y es que los cultos enuncian los principios generales y universales; los otros hablan de lo que saben y de lo inmediato» (1).

Tampoco tienes que quedarte callado cuando se trata de un tema que te apasiona pero no controlas. Todo lo contrario, tu aportación a la conversación en este caso es la inquietud, la pregunta o la opinión. ¿Sabes?, encima te lo van a agradecer. Alguien dirá: «Este tipo es majo, muy listo, muy agradable». Y así vamos dando pasos, con tiento y con humildad. Por eso, porque somos majos.

Lo segundo, utiliza bien el lenguaje. Aquí hay que esforzarse para encontrar el tono y las expresiones correctas, pero, sobre todo, hay que trabajar el vocabulario. Leyendo. Escribiendo. Escuchando. Esto es un aprendizaje continuo. Piensa en un tema, el transporte de mercancías por carretera frente al transporte ferroviario. Desarrolla una argumentación ficticia, porque en realidad no tienes elementos de juicio, pero se trata solo de un ejercicio de lenguaje. Esto no lo vamos a exponer en público, menos si no dominamos la materia. Pero el ejercicio no hace daño. Adelante, el punto de partida puede ser: el transporte ferroviario es más ecológico, admite más capacidad de carga, descongestiona las carreteras, es cómodo y seguro. Entonces, ¿por qué menos del diez por ciento de las mercancías se mueven por este medio? Tenemos una tesis frente a una realidad, luego están los agentes, entre los que se encuentran los autónomos cuyo medio de vida depende del volante y, claro, los clientes que quieren que esto vaya de un punto a otro de manera rápida y directa. Y las infraestructuras ferroviarias, que admiten formaciones de cuatrocientos metros de vagones, pero no de seiscientos, que son las rentables—eso te lo han soplado, reconócelo—, y los intereses privados, y las administraciones. Todo un conglomerado que puede animar una exposición inventada pero que nos va a descubrir que el lenguaje es lo que sustenta el razonamiento. Conviene, por ejemplo, utilizar los términos con propiedad. Cuando nos falta la palabra precisa usamos algún genérico que es como una muletilla. Cómodo, pero inútil. Belleza indescriptible, hombre o mujer sin igual, precio incomparable. ¿Eso qué es? Utilizar términos vagos es de vagos. Habiendo bellezas clásicas, exóticas, rebeldes, violentas, dulces. Los términos genéricos constituyen una manera de sobregeneralizar, que es costumbre arraigada en la clase política, mediante la que se suele evitar el pronunciamiento sobre cosas concretas o problemáticas.

Afirmaciones que no discriminan, respuestas que no comprometen, indefinidas, vagas. Frenos en las ruedas del discurso para no adentrarse en terrenos conflictivos. El que lo practica goza la ventaja de la protección ante el error, pero pierde la oportunidad de la diferenciación y la complicidad. Y de generar siquiera un soplo de interés. Porque los buenos adjetivos añaden magia al lenguaje, disparan directo a la imaginación creando imágenes en la mente del oyente.

Tercero, nunca uses palabras de cuyo significado dudes. Si no lo ves claro, mejor busca otra sobre la que tengas mayor certeza. Hay un montón de anécdotas entretenidas sobre el uso de expresiones fallidas. Una señora, ya de cierta edad, que contaba a sus amigas cómo se había tomado dos copas en una fiesta a la que fue con su marido, recibió este comentario de su vecina: «¡Ay, Carmen, a la vejez ciruelas!». Suena la música, pero no la letra. Para dárselas de entendido, se escuchó a un oyente de radio hablar del móvil operandi. Se utiliza con demasiada frecuencia contra en lugar de cuánto: «Mira, Tomás, te digo que contra más me esfuerzo, peor me salen las cosas». Cuidado, porque hay expresiones que denotan que quien las usa ignora por completo su significado. Puede que nos haga gracia que alguien llame lamparoscopia a una laparoscopia, aunque más vale que no vayamos de listos porque en cualquier momento podemos estar en el punto de mira. ¿Tenemos claro si se dice espúreo o es tal vez espurio? ¡Ah!, ¿y cuál será la denominación correcta, metereología o meteorología? No es mala la duda, es solo un síntoma. Como lo es el dolor respecto de la enfermedad. Nos previene y avisa de que algo puede no estar funcionando bien. Nos ayuda a mejorar. A no ir de listos por la vida, que es una cosa muy antipática, por cierto.

“ En esto, como en general con el léxico, se puede dar un consejo que nos ahorrará muchos disgustos: si no sabes lo que estás diciendo, no lo digas. La mejor vacuna contra estos errores es hablar con sencillez, empleando palabras que, sin caer en lo vulgar, resulten comprensibles y familiares tanto para el que habla como para el que escucha (2).

Pero no aprendemos y así nos va. Los siguientes casos lo confirman.

Visto en programa de TVE1, Código Emprende, para animar a nuevos emprendedores a concursar con sus proyectos: «Estamos aquí para ayudaros a desarrollar vuestras carencias…» (Jurado: María Benjumea, presidente Spain Start Up. 10.09.2013).

Oído en Cadena Ser informativos, reproduciendo las declaraciones de un diputado: «A mí, los ciudadanos me han elegido para representarles en el Congreso y ahí voy a estar hasta que no me echen» (Cadena Ser. Mañana. 23.03.2017).

En el programa de Pepa Bueno, al hilo de la renuncia a presidir el Tribunal Supremo por parte del juez Marchena, el magistrado Celso Rodríguez, portavoz de la Asociación Profesional de la Magistratura, comenta: «No podemos renunciar a dejar sin cobertura nada menos que a la cúpula del poder judicial» (Cadena Ser. Mañana 8:30. 20.11.2018).

Visto en Informativos de Antena3 TV relacionado con la sequía y el paso del río Ebro por Zaragoza: «… manteniendo el caudal ecológico para evitar que los peces que viven en él no mueran» (Antena TV. Informativo mediodía. 09.08.2017).

La primavera viene con tiempo invernal. Lluvias torrenciales, vientos huracanados. Tiempo desapacible, impropio de la estación. El reportero de televisión —como todas las primaveras, como todos los inviernos, como todos los veranos— sale a la calle a hacer las mismas preguntas de siempre, tratándolas como algo extraordinario. Hoy se habla de las tiendas, que han bajado un trece por ciento las ventas porque bikinis y camisetas no cuadran con máximas de diez y mínimas de dos. Una señora le responde con propiedad: «La frialdad del tiempo no invita a que compremos ropa de primavera» (Telecinco informativos. 13.04.2018). No importa que el dependiente sea cercano y amable, lo que cuenta es la actitud del tiempo, ¡qué señor tan desagradable!

Una cuña de radio de una línea aérea del este exponía su ruta desde la ciudad A hasta la ciudad Y «con escalada» en la ciudad X. El redactor se inventó una nueva categoría del producto: vuelos con escalada para viajeros intrépidos.

En una crónica se leyó que tal persona «protestó de forma aireada» por un asunto con el que disentía. Vamos que, en lugar de sentirse airado, a nuestro aludido le dio un aire.

También están los que ajustan el paso a lo que les rodea y sienten, personas o escritores que mantienen un compromiso de fidelidad con sus orígenes. No impostan, luego no son impostores. Manuel Vilas rememora su visión del río Duero a la altura de Oporto. «Miro el río Duero y recuerdo que en 2003 me fascinó su desembocadura», escribe. Pero enseguida se corrige. «El verbo fascinar —dice— no se ajusta a mi clase social. Los de mi clase decimos gustar». Y añade un pensamiento que subraya la importancia de utilizar una voz propia: «Somos una forma de hablar, y debemos ser fieles a esa forma de hablar, porque es nuestro patrimonio moral. No tenemos otro» (3).

Cuarto, y esto es lo más difícil, cuenta algo que tenga un mínimo valor para los demás. No castigues a la gente con insignificantes historias de escaso o nulo interés, tan tediosas, tan a la orden del día. Porque la incontinencia en el habla no es amiga del contenido en el mensaje. Ya lo dijo don Miguel de Cervantes por boca de su tragicómico caballero: «Por quien Dios es, Sancho —dijo a esta sazón don Quijote—, que concluyas con tu arenga; que tengo para mí que si te dejaran seguir en las que a cada paso comienzas, no te quedaría tiempo para comer ni para dormir; que todo lo gastarías en hablar». Una referencia más, esta de Javier Marías, otro autor cervantino a su vez, pero más de ahora: «Los ciudadanos, Jacobo, los de cualquier nación, la mayoría inmensa, normalmente no tienen nada que contar de verdadero valor para nadie. Si uno se para a pensar por la noche en lo que le han dicho o contado a lo largo del día las muchas o pocas personas con las que haya hablado (y su grado de cultura y saber es indiferente), verá que rara es la fecha en la que haya oído algo de verdadero valor o interés o discernimiento» (4).

Y leer, y leer y leer. Leer no es estudiar, leer es puro ocio, como jugar o ver tele, no conviene sobrevalorar la lectura. La gran mayoría de la gente lee por placer. Lo que pasa es que, como toda empresa lúdica, tiene algún beneficio sobrevenido que nos encontramos de regalo. Por ejemplo, ejercita la memoria, es evidente que tienes que ir recordando lo que vas leyendo para no perder el hilo argumental. Y despierta la imaginación. Y enriquece el vocabulario, mejora la ortografía, afina la expresión. Aunque solo sea por repetición e insistencia, las palabras terminan teniendo un dibujo que nos resulta familiar. Escribir también tiene ese efecto, pero mucho mayor, porque eso sí es un trabajo, ahora un trabajo menor con los tuits, los blogs y toda esa tendencia de que hay que escribir con titulares y frases cortas para que el lector te lea en el poquísimo tiempo que te dedica. Escribiendo es como más se aprende, lo recordó Andrés Trapiello: «Empecé la tarea haciendo bueno aquello que había dicho Pla: cuando quieras saber de una cosa, escribe un libro» (5).

₺366,62

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
405 s. 59 illüstrasyon
ISBN:
9788418049675
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre