Kitabı oku: «El conflicto palestino-israelí», sayfa 2
6) ¿Es antisemita todo aquel que critica a Israel?
En el Estado de Israel siempre se ha utilizado el argumento del antisemitismo y del judío como «víctima eterna» para acallar las críticas que existen por sus acciones contra los palestinos. El primer ministro Menajem Begin llegó incluso a invocar los campos de exterminio de Auschwitz para justificar la invasión al Líbano en 1982. Acusar de antisemita a cualquiera que critique la política israelí representa un chantaje intelectual y emocional que en el mundo occidental funciona por la culpa colectiva del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Ha servido también para descalificar las críticas de líderes árabes o palestinos, e incluso de los judíos que han cuestionado las políticas israelíes, como si hubiera un hilo conductor entre las políticas genocidas de la Alemania nazi y cualquier crítica hacia el Estado de Israel.
La historiadora israelí Idith Zertal, en su libro La nación y la muerte, considera que en Israel todo enemigo es «nazificado» y cualquier amenaza es magnificada para convertirla en sinónimo de exterminio total. Por eso el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, o el líder palestino Yasir Arafat, eran presentados en Israel como una continuidad del mismísimo Adolf Hitler.
Si las críticas provienen de judíos se las descalifica diciendo que «profesan el auto-odio», una frase sin sentido alguno. La periodista y escritora Hannah Arendt fue acusada de padecer un «auto-odio diaspórico» a raíz de su libro Eichmann en Jerusalén, y varias organizaciones judías de Estados Unidos organizaron una campaña pública para descalificarla. En Palestina, antes de la creación del Estado de Israel, hubo un grupo de intelectuales judíos liderados por el filósofo Martin Buber que se opuso a la creación del Estado judío y bregaron por un Estado binacional judío-árabe. Y en la actualidad, dentro del Estado de Israel, hay movimientos políticos de judíos (de izquierda o religiosos) que se declaran abiertamente antisionistas. Tal vez el caso más notable es el de la Organización Socialista Israelí, conocida como Matzpen (Brújula) por el nombre de su periódico. Compuesta en su mayoría por judíos israelíes se hizo conocida en los años sesenta y setenta por sus críticas al Estado de Israel, su oposición al sionismo, sus contactos con la Organización para la Liberación de Palestina y porque estaba a favor de un Estado mixto de judíos y palestinos, disolviendo de hecho el Estado judío como tal. Obviamente, ni ellos ni Hannah Arendt tenían una pizca de antisemitas.
Meses después de la invasión israelí a Gaza en 2008 las Naciones Unidas le encomendaron a un respetado juez sudafricano judío la tarea de investigar si se habían producido violaciones a los derechos humanos durante la invasión. Apenas Richard Goldstone finalizó su informe condenatorio –tanto de Israel como del Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás)– comenzó en Israel una campaña mediática en su contra encabezada por ministros del gobierno de Benjamín Netanyahu acusándolo de «antisemita» y «auto-odio», a pesar de que Goldstone fue durante años presidente de la ORT mundial, la red más importante de educación judía en todo el mundo. Ni siquiera alguien con sus pergaminos pudo escapar a la desacreditación para deslegitimar su informe y denigrarlo por haber criticado a Israel.
7) ¿Por qué los judíos eligieron Palestina para desarrollar un Estado propio?
Cuando los fundadores del movimiento sionista pensaron en un Estado judío fuera de Europa se preguntaron dónde sería posible concretar su sueño. Como la historia de los judíos está muy vinculada a la religión y a la Biblia, y esa historia tiene sus raíces en el Medio Oriente, decidieron que era el lugar indicado, aunque ellos conocieran poco y nada de la región que estaba ocupada por el Imperio Otomano a fines del siglo XIX. La idea era volver a la tierra de los antepasados conocida como Eretz Israel (la tierra de Israel) o Sión tal cual figura en la Biblia. Partían del presupuesto de que los judíos habían sido expulsados antiguamente de allí, y que la Biblia era una especie de «título de propiedad» que les confería todos los derechos sobre ese territorio para regresar. Por relatos de viajeros sabían que había comunidades judías en las ciudades de Jerusalén, Tiberiades o Safed y que estas representaban una continuidad de presencia judía en el lugar y un nexo con la historia antigua, aunque para esa época hubiera mayor presencia judía en Egipto, Siria o Irak. Claro que había notables diferencias entre los judíos europeos y aquellos que vivían en los territorios del Imperio Otomano, un imperio que también había llevado el islam a numerosas regiones fuera del Medio Oriente. Los intelectuales sionistas eran europeos, laicos, e influenciados por las ideas nacionalistas y socialistas europeas. Los otros eran judíos creyentes que gozaban de las libertades religiosas que les brindaban los otomanos y no se sentían atraídos por un movimiento secular que planteaba una idea nacional desconocida por ellos. Además, fieles a sus concepciones religiosas consideraban, que su «liberación» sería obra y arte del advenimiento del Mesías que llegaría en algún momento.
Herzl en su libro El Estado de los judíos se preguntó si Palestina era el mejor lugar para construir un Estado o si se podía optar por Argentina. Esta última idea fue rápidamente desechada por el movimiento sionista en su conjunto porque no existía ningún vínculo concreto con esa lejana tierra y Palestina era considerada la «inolvidable patria histórica», como gustaban llamarla. Dado que el movimiento sionista estaba muy influenciado por la cosmovisión europea y las ideas colonialistas, también la elección de Palestina tenía su aspecto utilitario para relacionarse con las potencias de la época ya que Herzl pensaba que el movimiento sionista sería «parte integrante del baluarte contra el Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie».
8) ¿Qué significa la frase «Un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo»?
Uno de los problemas centrales del movimiento sionista fue el de haber elegido un lugar donde la presencia judía era mínima. Como sus fundadores estaban empapados de las ideas europeas y éstas consideraban que la expansión colonial traía beneficios en todo el planeta, ellos también pensaron que los habitantes del Medio Oriente los recibirían con entusiasmo por ser portadores de progreso. Europa se veía a sí misma como centro del mundo y el progreso de una región era sinónimo de desarrollo impulsado por los europeos, una visión compartida incluso por la mayoría de los pensadores socialistas. Hasta Carlos Marx escribió que era preferible que la India estuviera conquistada por los británicos antes que por los persas, turcos o rusos y que «la sociedad hindú carece por completo de historia conocida»; como si la historia de esos pueblos no tuviera ningún sentido sin contacto con el mundo europeo.
La expresión «un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo» es una continuidad de este pensamiento que considera que los habitantes del lugar son incapaces de todo tipo de desarrollo. El desprecio hacia ellos suele llegar hasta el punto de ignorarlos o privarlos de todo derecho, algo que Frantz Fanon –teórico del pensamiento anticolonial– expusiera de manera tan atinada en su libro Piel negra, máscaras blancas para el caso de los colonizados negros en general. Por lo tanto, siguiendo con esa lógica, el pueblo judío, que no tenía una tierra, sería el encargado de desarrollar esa región que no tenía un pueblo constituido, organizado como tal, o como nación en el sentido europeo del término.
Muy pocos en el movimiento sionista comprendieron que la realidad era diferente a la teoría y los sueños. En 1907, un dirigente sionista, Isaac Epstein, planteó el problema: «Sobre todos los temas debatimos –dijo–, pero de una cosa nos olvidamos: que hay en nuestra tierra querida un pueblo entero que se aferra a ella hace cientos de años y nunca se le ocurrió abandonarla».
Amén de quién haya pronunciado por primera vez la famosa frase «un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo», esta se convirtió en uno de los mitos fundadores del Estado de Israel para legitimar la colonización de Palestina. Claro que, en la práctica, cuando los judíos llegaron se encontraron con que había cerca de mil pueblos y ciudades, miles de hectáreas cultivadas e incluso líneas férreas que ya habían sido construidas por los otomanos. Esto quiere decir que, más allá de las consignas, eran conscientes de que en ese territorio había gente y que no había manera de crear un Estado judío sin entrar en colisión con la población local.
9) ¿Por qué los británicos y franceses se repartieron el Medio Oriente en 1916?
Gran parte del Medio Oriente estuvo ocupado durante 400 años seguidos por el Imperio Otomano que lo dividió en administraciones locales. Los británicos y franceses, en su búsqueda por apoderarse de las regiones más ricas del planeta, también comenzaron a penetrar en el Medio Oriente en el siglo XIX. Es así que los franceses desembarcaron en Argelia en 1830 (hasta que fueron expulsados en 1962) y los británicos inauguraron en 1869 el Canal de Suez en tierras egipcias, que quedó en sus manos hasta que en 1956 el presidente Gamal Abdel Nasser lo nacionalizó.
A raíz de la Primera Guerra Mundial el Imperio Otomano se desintegró y los franceses e ingleses tomaron el control del Medio Oriente. Por medio de un tratado secreto –conocido como «Sykes-Picot» por el nombre de los funcionarios que lo firmaron– en 1916 las dos potencias coloniales se repartieron la región. Su objetivo era el de ocupar lugares geoestratégicos y los puertos, fundamentales para el comercio mundial cuando ya quedaba claro que la región era una fuente inagotable de petróleo. Durante el transcurso de la guerra los británicos ocuparon Palestina en 1917. Palestina, cuyo nombre remite a tiempos del Imperio Romano, no tenía una delimitación geográfica específica en la antigüedad y el nombre tampoco era de uso oficial otomano. Al concluir la guerra las potencias vencedoras trazaron líneas fronterizas de manera arbitraria que llevaron a la creación de casi todos los países que se conocen en la actualidad. Así los británicos unieron zonas alrededor de tres ciudades –Mosul, Bagdad y Basora– y crearon Irak.
De acuerdo con las prácticas coloniales, en 1920 el gobierno británico envió a Herbert Samuel como su representante para gobernar Palestina. Samuel, que pasó por diferentes cargos gubernamentales, era judío y apoyaba el proyecto sionista, y en 1914 ya había sugerido que se hiciera de Palestina un hogar para los judíos. El 24 de julio de 1922 la Liga de las Naciones (antecesora de las Naciones Unidas) les concedió a los británicos un mandato legal sobre el territorio de Palestina que incluyó durante un tiempo gran parte de lo que hoy es Jordania. Por esta razón, entre 1916 y 1948 ese territorio era conocido como «El Mandato británico de Palestina».
Esto quiere decir que el territorio de Palestina –propiamente dicho– en disputa por israelíes y palestinos es el producto de la división que hicieron los franceses y los ingleses de la región en 1916.
10) ¿Cuál fue la importancia de la Declaración Balfour de 1917?
A medida que los británicos vislumbraron la desintegración del Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial fueron urdiendo una trama de alianzas para el control de la región, incluyendo Palestina. El representante británico en El Cairo, Henry McMahon, en 1915 ya mantenía fluidos contactos con líderes árabes y les había prometido el apoyo a una futura independencia de casi todo el Medio Oriente a cambio de su colaboración para luchar contra los turcos.
Los británicos, con la experiencia y habilidad típica de las potencias coloniales, mientras negociaban una independencia para los árabes les prometían a los judíos su apoyo para un hogar nacional judío en Palestina, incluso antes de tomar el control de la región. Por lógica, ambas promesas eran contradictorias entre sí.
El 2 de noviembre de 1917, el canciller británico Arthur James Balfour le escribió una carta al barón Lionel Rothschild, por ese entonces un ex diputado inglés y banquero judío muy importante, para que se la hiciera llegar al movimiento sionista con el cual tenía estrechos vínculos. En la carta decía que «el gobierno de su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de dicho objetivo». También agregaba que «se entiende que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina». Si bien esa carta no mencionaba la creación de un Estado y no implicaba ningún compromiso legal, pues los británicos ni siquiera habían tomado control de Palestina, para el movimiento sionista fue fundamental. Representaba el primer reconocimiento para su proyecto, y nada más y nada menos que de la potencia mundial más relevante de la época. De allí en más el movimiento sionista tomó la Declaración Balfour como si esta tuviera un viso de legalidad y les concediera legitimidad sobre Palestina. El origen europeo del movimiento sionista y la afinidad que tenían con muchos de sus dirigentes fue visto por los británicos como una garantía de que una alianza con ellos serviría a sus proyectos en el Medio Oriente. Los líderes árabes se sintieron traicionados. Se habían levantando en armas contra los turcos y ahora los británicos les estaban ofreciendo a los judíos, que eran apenas el 10 por ciento de la población en Palestina, la posibilidad de crear un Estado propio, en franca contradicción con lo que les habían prometido.
11) ¿Cuándo surge el nacionalismo palestino?
Las ideas nacionalistas llegaron al Medio Oriente a mediados del siglo XIX de la mano del desarrollo capitalista europeo y la influencia intelectual de las nuevas ideologías surgidas de la revolución francesa. Algunos autores señalan que ya en 1834 hubo una revuelta nacionalista «palestina» contra los turcos, mucho antes de que apareciera el movimiento sionista. El nacionalismo árabe fue una reacción al Imperio Otomano y a la posterior ocupación colonial que quebró la estructura de la sociedad árabe tradicional al introducir el capitalismo. Esto se dio en gran parte del Medio Oriente y lógicamente también en Palestina. Los primeros diarios propiamente «palestinos» nacieron a principios del siglo XX; en 1908 nació Al Quds (Jerusalén), en 1909 Al Karmil (El Carmelo) y en 1911 apareció otro con el sugestivo nombre de Falastin (Palestina), cuando Palestina todavía no tenía entidad propia. Los tres jugaron un lugar importante en el desarrollo de las ideas nacionalistas y en la oposición a la inmigración judía, porque temían que la población árabe se convirtiera en minoría y que Palestina dejara de ser árabe. Para esa época muchos dirigentes nacionalistas ya se habían dado cuenta de que algunos campesinos árabes –cuyas tierras habían sido vendidas por los latifundistas al movimiento sionista– pugnaban por regresar y chocaban con los nuevos inmigrantes llegados de Rusia que se habían asentado en ellas.
Es posible pensar que un movimiento nacional palestino anticolonial se hubiera desarrollado de manera similar a los otros movimientos anticolonialistas de la región de no haber aparecido el sionismo. Esto es, se habrían levantado en armas contra la ocupación extranjera, primero la otomana y luego la británica, como los argelinos que combatieron la ocupación francesa, o los iraquíes la británica. Lo particular y diferente del nacionalismo palestino es que se enfrentó a dos enemigos, a los que consideraba emparentados.
Una vez que los árabes-palestinos se dieron cuenta del significado del proyecto sionista, que tenía como objetivo la creación de un Estado judío, se levantaron en armas en contra de los británicos y del movimiento sionista, y trataron de impedir la inmigración judía.
12) ¿Los árabes y los judíos aceptaron que los británicos ocuparan Palestina?
En 1922 la Sociedad de las Naciones les otorgó a los británicos un «Mandato» para que se hicieran cargo de la vida económica y política de Palestina. Siguiendo los parámetros del colonialismo «clásico», el desarrollo de infraestructura bajo el Mandato británico de Palestina fue pensado en función de los intereses británicos. Así, por ejemplo, ampliaron los puertos sobre el mar Mediterráneo y construyeron refinerías para procesar el petróleo que traían desde Irak y llevarlo a Inglaterra. Su relación con la comunidad judía y la árabe fue oscilando con medidas que favorecían a unos y otros alternadamente. Si bien es muy difícil saber exactamente cuántos árabes y judíos había en Palestina al comenzar el Mandato, la mayoría de los estudiosos coinciden en que la población judía apenas llegaba al 10 por ciento del total. Para favorecer la radicación judía los británicos permitieron que miles de judíos llegaran a Palestina. Sin embargo, por el otro lado, no podían descuidar a los árabes, ya que en su zona de influencia le estaban dando forma a los Estados que luego conformarían Egipto, Irak, Jordania y Arabia Saudita, donde instalaron monarquías totalmente subordinadas a sus intereses. Por eso, cuando el fiel de la balanza se inclinaba hacia el lado árabe, le ponían trabas a la inmigración judía a Palestina.
En 1936, coincidiendo con el avance del nazismo en Europa, y cuando los judíos más necesitaban que se abrieran las puertas de Palestina, hubo una insurrección árabe contra el Mandato británico que duró tres años. Sus dirigentes exigían la abolición de la Declaración Balfour, el fin del Mandato y de la inmigración judía, y la proclamación de Palestina como un Estado árabe. Los habitantes árabes de Palestina no sabían demasiado sobre lo que ocurría en Europa, y tampoco estaba en el centro de sus preocupaciones. Su principal objetivo era acabar con la ocupación colonial y veían al movimiento sionista como un apéndice de la misma. Los británicos, como reacción a la revuelta de 1936, impusieron numerosas trabas a la inmigración judía. Pero esto motivó que la población judía se levantara en armas contra las restricciones que los británicos les imponían. Paralelamente, muchos judíos que ya estaban en Palestina se sumaron a las fuerzas británicas para combatir al nazismo en Europa, lo que dio a esta ocupación colonial características complejas y contradictorias.
13) ¿En qué se diferencia la colonización judía de Palestina del colonialismo «clásico»?
El colonialismo clásico es el que impulsaron durante siglos las potencias europeas: desembarcaban en un territorio, se apropiaban de él y de sus riquezas naturales en beneficio de la metrópolis utilizando la mano de obra local. Es lo que hicieron los británicos, franceses, españoles o portugueses en la India, África o América Latina, para citar algunos casos.
El movimiento sionista fue diferente, aunque utilizó la palabra «colonización» para referirse al proyecto de radicación de judíos en Palestina. El sionismo nunca tuvo como objetivo explotar la mano de obra local o extraer las riquezas naturales de Palestina para enriquecer a alguna metrópoli ya que no había metrópoli judía. Su objetivo con la inmigración masiva fue crear una sociedad solamente de judíos, incluso a sabiendas de que allí eran minoría. En este sentido, su práctica tiene puntos de contacto con la colonización británica del «Lejano Oeste» en Norteamérica y la holandesa de Sudáfrica. Los inmigrantes británicos y boers que llegaron a esas remotas tierras tampoco querían explotar la mano de obra local indígena; querían apoderarse de sus dominios y por eso los expulsaron.
Los judíos que llegaron en cuentagotas a fines del siglo XIX y por miles durante los años veinte, treinta y cuarenta del siglo XX crearon ciudades (Tel Aviv en 1909) y granjas colectivas (los famosos «kibutzim») sólo para judíos. A su vez, recomendaban contratar únicamente mano de obra judía excluyendo a la árabe y sugerían comprar en los mercados productos elaborados por judíos, saboteando el comercio árabe. También crearon numerosas instituciones sociales, políticas y culturales que excluían a los árabes, como el sindicato de trabajadores (Histadrut). Todo iba en la misma dirección: construir instituciones judías que fueran consolidando una sociedad paralela a la existente. Esto se sostenía en una alta dosis de idealismo que motorizaba a muchos judíos a abandonar sus profesiones de origen para ir a Palestina, a un lugar remoto y complicado, y sentar las bases de lo que luego sería un Estado judío.