Kitabı oku: «Walt Whitman, un poeta de la supremacía blanca contra México», sayfa 3
En 1841, los rusos de Fort Ross y Bodega Bay en el norte de la Alta California habían vendido sus propiedades a Sutter, quien llamó a su dominio “Nueva Helvetia”, o Nueva Suiza, y la regenteó como un principado europeo. Su adquisición de las propiedades rusas no agradó a Mariano Guadalupe Vallejo, el supremo comandante militar de la Alta California que residía en Sonoma.
Un alarmante número de inmigrantes ilegales empezó a llegar en noviembre de 1841, cuando el primer vagón terrestre cruzó la Sierra Nevada. Al mes siguiente Vallejo envió una serie de despachos al gobierno en la Ciudad de México, explicando detalladamente el peligroso estado de cosas. El problema de fondo, escribió Vallejo, era la “falta de población”, y sin población, la Alta California no podía defenderse, y sin defensas adecuadas era peligrosamente vulnerable. Y, además, “diariamente”, continuó, “a través de toda la extensión del Departamento, con la excepción de esta frontera, donde mantengo una fuerza militar de 40 hombres a mi expensa, hay ataques indios que roban los campos impunemente, y destruyen la última riqueza efectiva del país, el ganado y los caballos.” Estos y otros males tienen que ser soportados, señaló, “porque no los podemos evitar. Todo lo que nosotros hemos sufrido y debemos soportar viene de una sola causa: la falta de tropas”.36
El primer grupo procedente de Missouri cruzó las praderas en 1841, formado por 69 personas, bajo la dirección del guía Thomas Fitzpatrick, que después de incontables peripecias donde casi llegaron a morir de hambre y sed, finalmente llegaron al Valle de San Joaquín, donde muchos ¡consiguieron tierras del gobierno mexicano!37
Este fue el ejemplo que Vallejo dio de la situación que iba de mal en peor. Citó una irrupción de inmigrantes a través de la Sierra, que con toda probabilidad fue ésta. Mencionó que estaba en San José cuando el primer grupo –“treinta y tres extranjeros de Missouri”– llegó. “Hice que aparecieran ante mí, para que mostraran sus pasaportes, y me dijeron que no tenían ninguno. Que ellos no lo consideraban necesario, puesto que no lo usaban en su propio país. Se dijo que un grupo más grande iba en camino.” Vallejo continuó: “la población total de la Alta California no excede las seis mil almas” –recordó a la Ciudad de México– “y de estos quedan escasamente dos mil hombres, siendo el resto mujeres y niños. No podemos contar con los 15 000 indios en los pueblos en las misiones porque ellos inspiran más miedo que confianza. Esta es entonces la situación en un lugar digno de una mejor suerte”.
Poco pudo ayudar la capital mexicana ante los angustiosas demandas de Vallejo e hizo caso omiso de varias de sus recomendaciones, como nombrar nuevo gobernador a Manuel Micheltorena, reforzar la partida militar y hasta ahí.38 A partir de ese año un creciente número de estadounidenses llegaban a la Alta California a través de los pasos nevados de la Sierra. Los ilegales estaban más dispuestos a dominar el territorio que a integrarse a la población mexicana.
Así fue como se configuró una invasión a “escala hormiga”, o “marabunta”, si se quiere. A partir de aquí se organizaron caravanas de colonos con peripecias, privaciones, éxitos y fracasos en el trayecto, pero en general fueron más seguras y menos tardadas. Sin embargo, no todas las caravanas tuvieron la misma suerte, como la de Donner, que fue sorprendida por las nevadas de la Sierra de California, y sin poder dar un paso adelante, sus integrantes murieron de inanición, no sin antes recurrir al canibalismo.39
Una multitud de aventureros y colonos se trasladó al norte siguiendo el camino de Oregón o pasando la sierra por el camino de la Alta California, mientras México observaba sin tomar las decisiones adecuadas, de ser posibles. Un número indefinido pero ya considerable de estadounidenses había invadido los valles californianos y las autoridades mexicanas habían llegado a depender tanto del comercio con Estados Unidos que les impedían tomar medidas drásticas contra ellos.40
La toma de Monterrey y el izado de la bandera estadounidense por el comodoro estadounidense Thomas Catesby Jones en octubre de 1842, bajo la “falsa impresión” de que Estados Unidos y México estaban en guerra no hizo más que aumentar la alarma de los impotentes californianos. Las entradas y salidas del capitán de los Cuerpos Topográficos del Ejército de Estados Unidos, líder de lo que decía que era una expedición de estudios, se sumaron a las preocupaciones de los mexicanos que estaban cada vez más convencidos de que la provincia se perdería.41
La exploración estadounidense se convirtió en investigación de las regiones de Oregón y la Alta California para definir las mejores zonas para la colonización estadounidense. El Departamento de Guerra había creado un cuerpo de ingenieros topógrafos con ese propósito. Entre ellos se encontraba el teniente John Charles Frémont, quien recorrió Oregón y California y el Gran Lago Salado, en busca del mítico río, el Buenaventura (que se creía que unía al Pacífico y el Lago Salado, y aparecía en la mayor parte de los mapas de la época a pesar de que nadie lo había visto nunca). En el mapa publicado por R. H. Laurie en 1830 se representaba el “curso probable” del Río Buenaventura. Este mítico río solía aparecer en mapas de esa época porque la gente creía que “debía existir”.
El hecho es que todos los que habían pasado por ahí sabían perfectamente que no existía, pero esto tenía poca o ninguna importancia. Frémont redactó un importante informe de su viaje por el norte mexicano y el Oregón. Circuló profusamente por el este y ejerció una notable influencia en los futuros emigrantes. Frémont, es posible que no encontrara muchos caminos fáciles y tentadores, pero despertó vivamente el espíritu del Destino Manifiesto.42
En 1845 Frémont fue enviado de nuevo a investigar los ríos Arkansas y Red y a examinar el Gran Lago Salado y gran parte de la Sierra Nevada para encontrar rutas militares útiles para cuando estallara la guerra contra México.43 En 1846-1847 se materializó un importante establecimiento poblacional derivado de las exploraciones de Frémont. Un líder religioso carismático, Brigham Young, llegó con sus seguidores mormones al Lago Salado, en el actual estado de Utah. En un “éxodo” de fieles de la también llamada “Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, quienes habían sido rechazados y perseguidos en Estados Unidos, y después de un penoso tránsito por climas extremos, llegaron a su Tierra Prometida el 24 de junio de 1847.44
De esta manera concluyó su larga marcha después de diecisiete años de penalidades. Los estadounidenses ya habían ocupado Utah en plena invasión contra México, y ni antes ni después los mormones habían solicitado algún tipo de permiso para asentarse en territorio mexicano. Era otro contingente de “ilegales” o “indocumentados”, que se sumaba a los ya existentes. Por la ruta desde 1846 a 1869 transitaron sesenta mil personas de esta fe proveniente de Estados Unidos y Europa por la llamada Ruta Mormona.45
Realidad y quimeras de la expansión
El expansionismo y el hambre de tierra provocaron los avances de los colonos estadounidenses sobre el norte mexicano, estimulados por las historias fabulosas atribuidas a los exploradores. La información a menudo era confusa y tergiversada, salida de libros, libelos y rumores. Por su parte, exploradores patrocinados por el gobierno entregaban el resultado de su trabajo a sus empleadores, y poco quedaba para la divulgación entre el público. Traficantes de pieles y comerciantes se cuidaban de que la mejor información no llegara a otros porque podría ser perjudicial para sus negocios. Con todo y eso, el apetito de tierras era irresistible, y para incentivarlo estuvieron los relatos de quienes hacían de publicaciones de su autoría un pingüe negocio. Historias de medias verdades o completas mentiras encendían la imaginación de quienes pensaban que podían mejorar su situación al encaminarse hacia nuevas tierras, supuesta o realmente más productivas y en mejores climas. Entre las más populares estaban Narración Personal de J. O Pattie, publicado en 1831 y muchas otras aparecidas en periódicos y libelos de tercera clase, preñadas de descripciones fantásticas, que se sumaron para crear el llamado Mito del Oeste. Esta, como muchos otros materiales de este tipo eran guías inadecuadas para los colonos, ya que contenían errores de tipo geográfico y de mapas que los acompañaban y llegaron a ser considerados tan serios que los mismos cartógrafos repitieron los errores.46 “Guías de viaje” para el norte mexicano, amén de sus numerosas inexactitudes, ignoraban la resistencia nativa, rara vez mencionaban los inclementes climas de los lugares que debían transitar, la extensión de desiertos mortales y ofrecían una información vaga o incompleta sobre los caminos. Una inspiración poderosa para el largo viaje a la Alta California se encontraba en La guía del emigrante a Oregón y California, escrito por Lansford W. Hastings, que causó sensación al este del Río Missouri. “Pintar visiones brillantes de una California del futuro, y las perspectivas de tierra, salud y riqueza eran tan embriagadores que nadie se molestó en cuestionar su sinceridad. En realidad, Hasting era un promotor y oportunista sin principios”.47
Los pronósticos sobre el futuro de California eran cada vez más pesimistas. Mariano Guadalupe Vallejo, todavía un funcionario militar importante, cambió su posición, convencido de que México no podría defender su territorio, y resolvió hacerse partidario, ni más ni menos, de la anexión a Estados Unidos. Un joven teniente de la marina, Joseph Warren Revere, estaba en Monterrey en las vísperas de la pérdida de la Alta California, y en su libro A tour of Duty in California (1849), refirió que Vallejo dijo en una reunión con miembros de la junta de gobierno en Monterrey después de la huida temporal de Frémont: “Confiar más tiempo en México para gobernarnos y defendernos es ocioso y absurdo. Nosotros poseemos un país noble desde cualquier punto de vista, desde la posición a los recursos, para convertirnos en grandes y poderosos. Vengo preparado para proponer una acción instantánea y efectiva para liberar nuestro país de su actual estado de ánimo. Debemos perseverar en deshacernos de la irritante presencia de México, para deshacernos de lo que pueda quedar de la dominación de México. De hecho, hemos dado el primer paso al elegir a nuestro propio gobernador” (Vallejo se refirió al reciente derrocamiento de Micheltorena, el gobernador mexicano, y su reemplazo por Pío Pico, un californiano). “Pero queda otro camino por tomar”, continuó Vallejo, que no se distinguió por su patriotismo y sí por su candidez:
Es la anexión a Estados Unidos. Al contemplar esta consumación de nuestro destino, no siento más que placer, y les pido que lo compartan. Desechen los viejos prejuicios, ignoren las viejas costumbres y prepárense para el glorioso cambio que le espera a nuestro país. ¿Por qué deberíamos evitar incorporarnos a la nación más feliz y más libre del mundo, destinada a ser pronto la más rica y poderosa? ¿Por qué deberíamos ir al extranjero en busca de protección cuando ella es nuestra vecina contigua? Cuando unamos nuestras fortunas a las suyas, no nos convertiremos en sujetos, sino en conciudadanos, poseedores de todos los derechos de los ciudadanos de Estados Unidos y en la elección de nuestros propios gobernantes federales y locales. Tendremos un gobierno estable y leyes justas. California crecerá fuerte y florecerá, y su gente será próspera, feliz y libre.
Es irónico, entonces, que el mejor amigo que los estadounidenses tenían entre los californianos sería una de sus primeras víctimas. Frémont, quien alentaba la rebelión entre los residentes estadounidenses y aun entre los hispanohablantes de California, regresó al sur después de una breve huida causada por una persecución de los mexicanos, y acampó en el Valle de Sacramento. A este campamento llegaron muchos estadounidenses, decididos a unirse a cualquier empresa que Frémont –al fin un agente de Washington– tuviera en mente. El 14 de junio de 1846 un grupo de 33 rebeldes estadounidenses atacó el puesto de avanzada del norte de Sonoma. Si bien Frémont permaneció distante, estaban claramente actuando bajo sus órdenes. Vallejo y los pocos californianos leales de Sonoma fueron arrestados, sus armas confiscadas y una bandera improvisada de “independencia” (la llamada “Bandera de Oso”, con la imagen tosca de un úrsido café en el plano principal y una estrellareemplazó a la bandera mexicana. Vallejo pasó las siguientes seis semanas encarcelado en el fuerte de Sutter. En los años que seguirán sus propiedades se reducirán a unos 280 acres, debido a las invasiones y los demás lugares de la conquista, por los nuevos dueños de California.48
Los pioneros en Tejas, la Alta California, Utah y Nuevo México constituyeron la avanzada a pie, en caravanas y caballos, de la expansión de Estados Unidos, como una legión civil de hombres y mujeres cuyos propósitos fueron coincidentes con los del país del que habían partido. Walt Whitman compuso para ellos este poema, una suerte de oda a quienes contempló como la suma de las virtudes de la raza blanca que enfrentaba los peligros de su travesía con arrojo y trabajo. Ellos fueron la fuerza ciega del Destino Manifiesto, cuyos postulados dudosamente conocieron, pero que en su ambición ejecutaron de una manera casi perfecta. En este poema Whitman realizó su contribución al “mito del Oeste”, ese conjunto fantasmagórico del que Estados Unidos ha extraído mucho de su experiencia como país. Una vez más, no hizo referencia a quienes fueron las víctimas de la arrolladora marcha de los blancos por los territorios que siempre consideraron suyos, empujados por un mito administrado en dosis diferentes por los expansionistas en Washington.
Tras la expansión en sus distintas modalidades se encontraba el poderoso motor económico y tecnológico sobre el que se basaban la expansión. Desde su época colonial la economía de Estados Unidos creció a un ritmo inusitado, pocas veces visto en la historia moderna. La conjunción de un aprendizaje político y administrativo que arrojó un modelo original para el tipo de sociedad en ascenso, la apropiación paulatina de recursos explotados de manera intensiva, la condición de territorio costero del Océano Atlántico, en línea paralela con Europa de donde procedían sus inmigrantes, la vecindad con los nativos débiles y con territorios de diversas soberanías en la mira de la expansión futura, ríos navegables y agua en abundancia, maderas e ilimitadas tierras para la agricultura, fueron las condiciones de este impresionante progreso.
Una vez constituidos en un Estado independiente, a partir de la guerra de 1812 el crecimiento industrial, comercial y urbano se mantuvo a un ritmo vertiginoso, dentro de un marco de equilibrio económico funcional –no exento de problemas y limitaciones–, en el que la agricultura se mantenía a un paso que era la marca de origen de este país. “Estamos creciendo muchísimo; estaba a punto de decir, aterradoramente”, advirtió John C. Calhoun en el Congreso en 1816.49 Sureño y por añadidura esclavista y finquero del algodón, sabía muy bien de lo que hablaba, porque esta especie de oro blanco se cultivaba desde Carolina del Sur y Georgia hacia otras regiones “nuevas”, como las de Misisipí y Alabama. Mejoras técnicas como la despepitadora de algodón inventada por Eli Whitney en 1793 hacía cada vez más económica su explotación, surtiendo con mayor celeridad a las hilanderías británicas y a las mismas del norte de Estados Unidos. Los otros elementos actuantes de la fórmula exitosa eran seres humanos esclavizados provenientes de África o ya nacidos en territorio americano, ligándose de esta manera la riqueza algodonera con la explotación desenfrenada de personas que seguían los pasos de sus amos en los territorios antes pertenecientes a los nativos en constante desplazamiento. Para tener una idea de la importancia que la fibra blanca tenía para el comercio exterior de Estados Unidos basta señalar que de 1815 a 1819 las exportaciones constituían el 39% de su valor, y desde mediados de 1830 a 1860 significaron más de la mitad del total.50 Es decir, que el crecimiento económico del país se sostenía prácticamente en la actividad algodonera. La migración hacia las “tierras nuevas” en la franja algodonera del Golfo de México fue paralela a otras migraciones como las que se dieron a través del Río Ohio y la región de los Grandes Lagos, constituyéndose en una avalancha incontenible de blancos. Al norte de esa franja se encontraban las praderas de tierras excepcionalmente fértiles, con zonas boscosas en merma o desaparición para abrir zonas para la explotación agrícola. Los avances se daban por efecto de la inmigración, leyes favorables a la adquisición de predios y el agotamiento de suelos en la Nueva Inglaterra, y favorecidos por la introducción del arado reemplazable, primero de fierro y luego de acero, de la empresa John Deere, fabricante de tractores en su momento. La expansión económica y técnica resultó de la construcción de carreteras y caminos vecinales donde pudieron transitar con facilidad vehículos como carromatos, carruajes y diligencias. El transporte por agua de ríos (como el Río Ohio) y en redes de canales como el Erie movía mercancías a un mercado interno que crecía sin cesar, en buques de vapor y lanchones de canal. En los años veinte del siglo XIX empezaron a circular ferrocarriles a vapor, ligando ciudades portuarias como Baltimore, Charleston y Boston al interior, a una velocidad tal que en 1840 transitaban a lo largo de 5 300 kilómetros, superando pronto al tráfico en canales.51 Puede afirmarse que buena parte de esta expansión se dio sobre las máquinas del ferrocarril.
La pujante industria se daba de manera integrada, generándose economías externas de incalculable valor, ya que, por ejemplo, solamente el transporte subió a las nubes la industria de la fundición de hierro, acero y otros metales indispensables para su operación y mantenimiento. El transporte marítimo internacional iba a la par de las otras ramas del transpote. La industria del consumo –vestido, alimentos y su conservación, enseres domésticos y para las granjas y ranchos– era parte de la bonanza general. Las circunstancias propiciaban la inventiva: Cyrus Hall McCormick (segadora mecánica para granos, el principio de las trilladoras que proliferaron rápidamente), Charles Goodyear (vulcanización del caucho para llantas de vehículos y muchos otros usos), Samuel Morse (telégrafo), Elias How, Allen V. Wilson e Isaac Merrit Singer (máquinas domésticas de coser).52 La expansión urbana fue muy importante, si bien en los años de la guerra contra México todavía dominaba la población que se encontraba fuera de las ciudades. Pero la fuerza y dinamismo de ciudades como Nueva York, Búfalo, Boston, Baltimore, Cleveland, Detroit, Chicago, Saint Louis y Milwaukee eran inocultables.
La división económica regional de mediados del siglo XIX consistió en un norte en plena revolución industrial y un sur y oeste de agricultura intensiva o familiar, según fuera el caso. Ambas fueron complementarias, pero diferían en cuanto al tema de la esclavitud y la libertad de todos, y el proteccionismo vs. librecambio, dilemas que no se solucionaban y que durante mucho tiempo fueron procesadas por las instituciones políticas y administrativas hasta un punto insostenible.
Estados Unidos era un país con tierra abundante y barata, escasez relativa de mano de obra tanto para el campo como para la ciudad, y un proyecto de expansión que tenía en la inmigración la condición necesaria para convertirse en país continental. Sus políticas desde un principio favorecieron la llegada de personas de Europa, sobre todo británicas, nórdicas y alemanas. Con el señuelo de trabajos en las ciudades y posibilidades de hacerse de tierras para granjas, muchos inmigrantes cargaban con ellos la cultura agrícola de sus países de origen, además de hábitos de trabajo y ahorro moldeados por las creencias protestantes basadas en la temperancia, el sacrificio del consumo, y la previsión ahorrativa frente al futuro. Eran poblaciones blancas, como los dirigentes del nuevo país, y formaban parte de su núcleo duro, frente a las negras y nativas, y mexicanas en su momento, excluidas por definición del tren del progreso estadounidense. La heterogeneidad de la población en un espacio delimitado llevó incluso a la discriminación y exclusión temporal de sectores blancos, señaladamente los irlandeses –la mayoría de ellos católicos–, así como a los alemanes e italianos, y europeos de otras nacionalidades. Entre 1845 y 1854 se vio la llegada más cuantiosa de inmigrantes a Estados Unidos. En este primer año se contaron 2.4 millones de personas provenientes del Atlántico norte, alrededor del 14.5% de la población total.53
Las fuerzas combinadas del crecimiento de la población, la incansable colonización, el progreso tecnológico sobre todo en la transportación y la agricultura desarrollaron una especialización territorial dentro de un sistema económico de alta eficiencia. Los canales influyeron grandemente en el comercio entre el este y el oeste. La ampliación de las redes ferroviarias en el noroeste entre los años 1835 y 1850 favoreció el comercio entre las diversas regiones, y para que se fijara el cuadrante nororiental como ubicación de las manufacturas. Pero todas las formas de mejoría en los transportes influyeron a favor de la interdependencia de la agricultura y la industria manufacturera. Las economías externas y las de escala permitieron cada vez más que se beneficiaran los productores agrícolas e industriales y aumentaran sus ganancias con las cuales se formó el capital para mantener e incrementar el ritmo del crecimiento general.54
Arrecia la tormenta imperialista sobre México
La agresiva expansión de Estados Unidos en todos los órdenes impactaba de manera determinante los acontecimientos que tenían lugar en Tejas. Uno de los cargos más serios de los mexicanos contra el presidente Jackson en relación con este territorio fue su apoyo a los colonos angloamericanos, cada vez más inquietos hasta que llegaron a la rebeldía armada. El vehemente deseo del Viejo Roble de adquirir esta provincia, y en particular sus vínculos amistosos con Samuel Houston lo hacían más que sospechoso. En realidad, Houston era un viejo amigo y aliado, y desde mucho antes de que estallara la revuelta de las colonias tejanas, ya existía el proyecto de actuar juntos “para liberar Texas”. Al parecer, esta coincidencia se materializaba en la medida en que Houston armonizaba sus sueños de conquista con los designios de Washington. A los cuatro meses de que Jackson pidió a éste “una promesa de honor” de no embarcarse en “una aventura injuriosa para el país”, el futuro padre de la independencia texana apareció en Washington vestido con un traje de gala de jefe cheroqui. Para extrañeza de la sociedad capitalina, Jackson recibió efusivamente a su viejo amigo en la Casa Blanca. Le proporcionó ropa nueva y lo envió como agente confidencial del Departamento de Guerra, “para mantener conversaciones con las tribus indias a lo largo del Río Rojo”. Así, con la bendición de Jackson, Houston empezó a construir el camino que le pondría a la cabeza de la independencia texana.
Después de una serie de acontecimientos que derivaron en una creciente hostilidad entre los colonos anglotexanos y el gobierno federal, el 2 de marzo de 1836 se reunieron los delegados en Washington-on-the-Brazos y proclamaron su independencia total de México. Houston fue elegido comandante general de su ejército improvisado, compuesto en su mayoría por hombres de ambos lados de la frontera de entonces.
Los antecedentes del problema tejano son como siguen: en una acción desesperada ante el incontenible flujo de aventureros provenientes de Estados Unidos, en 1830 el gobierno mexicano intentó frenarlo, retirando los privilegios aduanales otorgados a los colonos extranjeros, reorganizando el territorio para un mejor control militar y administrativo, y en general haciendo más eficiente su infraestructura defensiva. El esfuerzo se hizo demasiado tarde, y fue demasiado poco. El tiempo estaba en contra de México, porque su territorio septentrional vertiginosamente se poblaba de blancos y esclavos negros gracias a las ventajas que otorgaba la proximidad territorial a su país de origen y a las dificultades que el Estado mexicano tenía para ejercer plenamente su soberanía en esa zona.
Las concesiones de tierras originadas durante el ocaso de la Nueva España se habían multiplicado al calor del frenesí especulativo de tierras. Para colmo, las depredaciones de los comanches habían despoblado algunas zonas de mexicanos. Tarde que temprano las peores predicciones se cumplirían: los anglosajones abusaban de los beneficios que les daba el inestable país anfitrión y solamente esperaban el momento para independizarse.
La crisis alcanzó su clímax el 20 de diciembre de 1835 cuando colonos, filibusteros y recién llegados de Estados Unidos pusieron a Samuel Houston, ex gobernador de Tennessee, y amigo del presidente de Estados Unidos Andrew Jackson, al frente de su ejército “de liberación”. Carente de medios suficientes, el presidente de México, general Antonio López de Santa Anna, por su parte, de manera temeraria e insensata se puso al frente de 5 000 soldados para combatir la insurgencia. Realizar una marcha desde la Ciudad de México, atravesando desiertos, reclutando soldados por la fuerza en el camino solamente se explica por el temor de Santa Anna de ser derrocado si soltaba las riendas del ejército. Los fracasos se sucederían en forma vertiginosa, y alentarían los esfuerzos de sus enemigos en su contra. El 26 de febrero de 1836, mientras Santa Anna se internaba en territorio rebelde, el coronel William B. Travis de Carolina del Sur, James Bowie de Burke County, Georgia, y Davy Crockett, de Limeston, Tennessee, se hicieron fuertes en la ruinosa misión de El Álamo, cercana a San Antonio, en compañía de 187 hombres que en su mayoría no eran oriundos de Texas, sino estadounidenses de la frontera, ávidos de tierras. Crockett es el más conocido, un aventurero cuyo signo distintivo fue cargar en su cabeza un gorro de piel de mapache, rabo incluido. El general Houston les ordenó que abandonaran aquella posición insostenible, pero ellos se negaron. Y cuando Santa Anna les exigió que se rindieran respondieron con un cañonazo. Se dice que los mexicanos sufrieron más de mil bajas, pero en no más de una hora la fortificación cayó en manos de Santa Anna y todos los norteamericanos resultaron muertos, incluyendo Bowie, Travis y Crockett, mutilado en medio de una pila de cadáveres.55 Si los acontecimientos de esta “guerra de independencia” fueron en general pocos, el ataque de las tropas mexicanas en El Álamo tuvo un enorme valor simbólico, y dio lugar a la leyenda del heroísmo de los “héroes de la libertad”, plasmado en los fantasiosos libros de historia estatal y nacional, canciones, películas y un santuario donde los guías hablan de la crueldad de los mexicanos y demás detalles que no resisten el menor escrutinio histórico, y que alimentan el chovinismo texano y estadounidense. Toda una generación vio la película infantil Davy Crockett: King of the Wild Frontier, de Walt Disney, que elevó al personaje a las alturas celestiales del valor y el patriotismo. Al principio parecía que la fortuna no les iba a sonreír: las derrotas de El Álamo y Goliad apuntaban hacia el desastre. Se impuso una retirada rebelde hasta lugar seguro, que era el territorio de Estados Unidos. Aprovechando un descuido, Houston atacó sorpresivamente a los mexicanos que descansaban en San Jacinto y capturó a Santa Anna el 21 de abril de 1836. Esta batalla se convirtió en decisiva, porque los texanos supieron sacar toda la ventaja al aprecio que el jalapeño tenía por su pellejo, superior a su patriotismo.
El presidente Jackson estuvo al tanto de los movimientos militares de Houston y de la persecución de los rebeldes. Cuando las noticias de la retirada texana llegaron a sus manos, señaló sobre un mapa de Tejas con su dedo índice la carrera de Houston, y lo detuvo en San Jacinto, cerca de la Bahía de Galveston. “Este es el lugar”, dijo. “Si Sam Houston vale algo, se detendrá aquí y le dará batalla”. Días después recibió las increíbles novedades de la victoria de San Jacinto el 21 de abril de 1836, la derrota completa de los mexicanos y la captura de Santa Anna.56
Regocijado por la buena nueva, Jackson se despojó de su vestidura de neutral. Dispuso de inmediato la liberación de fondos federales para el ejército texano y escribió a Houston: “Espero que no pueda haber más retraso o discordia en la organización de un gobierno estable para hacer uso de la independencia que usted y sus hombres han ganado tan bravamente”. Pero conforme observaba que la fiebre de conquistar México cundía por el sur y el oeste y miles de hombres se enrolaban en el ejército texano, Jackson volvió a ser más cauteloso.57
La militante actitud de Washington había sido evidente en los preparativos militares de apoyo a los anglotexanos en caso de reveses. Al estallar el conflicto, Jackson tenía tropas estacionadas en la frontera de su país con México. El plan trazado de antemano entre Jackson y Houston consistía en que, dado el caso de una derrota de los rebeldes, ellos se replegarían a la zona situada entre los Ríos Neches y Sabina, y así se propiciaría un enfrentamiento entre las tropas estadounidenses y las mexicanas capaz de derivar en un conflicto armado mayor, para el que Washington estaba completamente preparado y México no.
Los convenios sobre límites entre las dos naciones establecían el río Sabina como su frontera, pero Estados Unidos alegaba que el límite real era el Río Neches. Así, en caso de que Santa Anna llegase a la inventada “zona de conflicto”, una vez cruzado este río, intervendría el ejército fronterizo de Estados Unidos, bajo el mando del general Gaines. En el momento en que los anglotexanos estaban capturando a Santa Anna en San Jacinto, Gaines se encontraba a la expectativa a solamente 25 millas de ese lugar. Cuando juzgó que su presencia no era necesaria, decidió suspender sus planes de intervención.
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