Kitabı oku: «¿Cómo debemos rendirle culto?»
Publicado por:
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 27253
www.farodegracia.org
ISBN 978-1-629461-33-5
Originally published in English under the title: How then Shall We Worship? © 2013 by R.C. Sproul 4050 Lee Vance View, Colorado Springs, Colorado 80918 U.S.A. This edition published by arrangement with Cook. All rights reserved.
©2019 Publicaciones Faro de Gracia.
Traducción al español realizada por Pamela Espinosa; edición de texto Paula Bautista diseño de la portada y las páginas por Francisco Hernández. Todos los Derechos Reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio—electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro—excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.
©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.
Impreso en Colombia, 2019
Contenido
Prefacio
La forma de la adoración
Guía de estudio del capítulo 1
Sacrificios en fe
Guía de estudio del capítulo 2
Sacrificios vivos
Guía de estudio del capítulo 3
La casa de oración
Guía de estudio del capítulo 4
El simbolismo en la adoración
Guía de estudio del capítulo 5
El bautismo, parte 1
Guía de estudio del capítulo 6
El bautismo, parte 2
Guía de estudio del capítulo 7
Para ti y tus hijos
Guía de estudio del capítulo 8
La cena del señor
Guía de estudio del capítulo 9
La persona completa
Guía de estudio del capítulo 10
El rol de la belleza
Guía de estudio del capítulo 11
Los sonidos de la adoración
Guía de estudio del capítulo 12
El toque de la eternidad
Guía de estudio del capítulo 13
Conclusión
PREFACIO
Observamos el vuelo de las aves con una sensación de asombro. Las vemos alzarse por encima de los árboles con sus alas arqueadas mientras se elevan hacia las nubes. Toda persona tiene un deseo innato de imitar a las aves. ¡Ojalá pudiéramos volar sin ayuda, sin la intervención de máquinas! Pero volar no está en nuestra naturaleza. Dios otorgó a las aves habilidades y características inherentes que hacen posible su vuelo. Él las creó con huesos ligeros, plumas y alas que las impulsan para volar. Sin embargo, las aves no vuelan desde el momento en que salen del huevo. Deben madurar por un periodo corto en el nido y aprender de sus padres los rudimentos del vuelo hasta que el instinto de los padres las empuje al acto de volar desafiando la gravedad.
De igual manera, el Creador dota a los peces con todas las características necesarias para que estén cómodos en un lago o en el mar. Los peces tienen branquias, aletas y escamas que los hacen completamente compatibles con su ambiente. Los peces no necesitan aprender a nadar, ellos nadan desde el momento en que nacen. Tal como las aves vuelan por naturaleza, así también los peces nadan por naturaleza.
Pero luego vemos la cúspide de la Creación, el mayor acto creativo de Dios–la especie humana, la única hecha a imagen de Dios y a la que le fue dado el dominio sobre las aves, los peces y toda la tierra. La naturaleza de este ser creado, el ser humano, es adorar a Dios. Pero algo ha sido añadido a la mezcla, algo que induce a los seres humanos a actuar en contra de su naturaleza, a dejar de hacer lo que es natural. Hemos caído de nuestra posición original en la Creación, ese lugar en el cual, antes de la caída, Adán y Eva se deleitaban dando honor, gloria y reverencia a su Creador. Desde la caída, esta tendencia natural a la adoración ha sido oscurecida y dañada.
En el primer capítulo de Romanos, el apóstol Pablo dejó claro que el pecado universal, el pecado más fundamental entre los seres humanos, es la idolatría. Es la propensión a cambiar la gloria de Dios por una mentira, y adorar y servir a la criatura antes que al siempre bendito Creador. Mediante la acusación de Romanos 1, aprendemos que todos los seres humanos reprimen la autorrevelación manifiesta de Dios y se niegan a honrarlo como Dios, además de que no le dan gracias (v. 21). Estos dos actos de traición en contra de la gloria divina, negarse a honrarle como Dios y negarse a mostrarle la gratitud que merece por todas las bendiciones que recibimos de Su mano, son tan poderosas que cuando una persona se convierte, estas inclinaciones no son eliminadas de forma instantánea o automática. Ciertamente, el Espíritu de Dios aviva en el alma de los redimidos un nuevo deseo de adorar. Pero ese deseo no puede abandonarse al curso natural de la experiencia. Debe ser cultivado. Debe ser aprendido de acuerdo con las directivas de la Escritura. La adoración a la cual somos llamados en nuestro estado renovado es demasiado importante como para dejarla a las preferencias o caprichos personales, o a estrategias de mercadeo. Agradar a Dios es lo central de la adoración. Por tanto, nuestra adoración debe estar informada por la Palabra de Dios en todo momento, debemos buscar las instrucciones propias de Dios para la adoración que le agrada a Él.
En nuestra época, hemos experimentado un eclipse radical de Dios. La sombra que ha cubierto el rostro de Dios no puede destruir Su existencia más de lo que una nube puede destruir el sol o la luna. Pero el eclipse esconde el carácter real de Dios a los ojos de Su pueblo. Ha resultado en una profunda pérdida del sentido de lo santo, y con ello, cualquier sentido de la solemnidad y seriedad de la adoración piadosa.
Somos un pueblo que ha perdido de vista el límite y entonces dejamos de hacer una transición en las mañanas de domingo de lo secular a lo sagrado, de lo común a lo no común, de lo profano a lo santo. Continuamos ofreciendo fuego extraño al Señor, como lo hicieron los hijos de Aarón, Nadab y Abiú (Levítico 10:1-2). Hemos hecho que nuestros servicios de adoración sean más seculares que sagrados, más comunes que no comunes, más profanos que santos.
Este libro es una breve introducción a los principios básicos de adoración presentados en la Escritura para nuestra instrucción y edificación, y para nuestra obediencia. Trata tanto de los principios ordenados por la Escritura, como de los modelos mostrados en ella. Nuestra adoración moderna necesita la filosofía del segundo vistazo, un intento continuo de asegurarnos de que todo lo que hacemos en las reuniones de adoración sea para la gloria de Dios, Su honor y de acuerdo con Su voluntad. Mi deseo es que este libro ayude a disipar el eclipse de Dios en nuestros días, y que nos ayude una vez más a rendir a Dios la adoración que hemos sido diseñados para dar.
1
LA FORMA DE LA ADORACIÓN
Era una de esas maravillosas tardes de sábado en otoño cuando los pensamientos de la gente se enfocan en el fútbol americano, el golf o en rastrillar hojas. Pero yo estaba haciendo algo completamente diferente: leía nuevamente el Discurso del método. Meditaciones metafísicas de René Descartes.
Aprecio a los filósofos como Descartes que persiguen la verdad regresando a los primeros principios en busca de los fundamentos sobre los cuales todo lo demás se establece y de dónde todo lo demás fluye. En mi propia actividad en teología y filosofía, frecuentemente utilizo esta aproximación porque es muy fácil perder de vista el bosque cuando estás atrapado entre los árboles. Cuando estoy confundido, me gusta regresar y decir: “Bien, ¿qué es lo que sabemos con certeza? ¿Cuál es el fundamento sobre el cual está construido todo?”.
Eso es exactamente lo que quiero hacer en este estudio sobre la adoración. Vivimos en una época en la que hay una crisis evidente de adoración en la iglesia. Es casi como si estuviéramos en medio de una rebelión entre personas que consideran que la iglesia es insignificante. Están aburridos. Ven la experiencia del domingo en la mañana como un ejercicio sin relevancia. Como reacción en contra de eso, parece que casi cualquier iglesia que visitamos está experimentando con nuevas formas y nuevos patrones de adoración. Esta experimentación ha provocado muchas disputas sobre la naturaleza de la adoración.
Las líneas de batalla en el tema de la adoración tienden a dividir entre lo que se conoce como adoración litúrgica y adoración no litúrgica. En realidad, estas etiquetas representan un falso dilema. En primer lugar, cualquier servicio de adoración al que haya asistido alguna vez podría llamarse litúrgico. Litúrgico significa simplemente que hay una liturgia, un orden o un patrón, y que ciertas cosas se hacen en el servicio. Se puede decir lo mismo con respecto a la adoración formal e informal. Informal significa básicamente “sin forma”. Sin embargo, no podemos tener adoración corporativa sin forma. Hay una forma en cada servicio de adoración, así que no hay tal cosa como una adoración informal en el sentido literal. El asunto no es si vamos a tener una liturgia o forma. La pregunta es: ¿cuál será la estructura, el estilo y el contenido de la liturgia?
Una vez que hemos decidido una forma, debemos preguntarnos si es una forma legítima o no. Para encontrar la respuesta a esa pregunta, necesitamos regresar a los primeros principios, a los fundamentos, y buscar lo que Dios quiere que hagamos en la adoración. El punto central no es lo que nos estimule o emocione a nosotros. Aunque eso no es un asunto insignificante o irrelevante, nuestra preocupación primordial tiene que ser lo que agrada a Dios. La pregunta que debemos hacer es esta: Si Dios mismo diseñara la adoración, ¿cómo sería?
Lo que nos queda no es especular sobre la respuesta a esa pregunta porque hay porciones extensas del Antiguo Testamento específicamente dedicadas a un estilo y práctica de la adoración que Dios mismo ordenó y estableció entre Su pueblo.
Por supuesto que no podemos ir al Antiguo Testamento para descubrir qué aparece allí respecto al formato de la adoración y simplemente llevarlo y superponerlo en la comunidad del Nuevo Testamento. La razón de esto es obvia: mucho del ritual del Antiguo Testamento se enfocaba en el sistema sacrificial, lo cual se cumplió una vez y para siempre en la expiación de Cristo.
Un ejemplo es el rito de la circuncisión en el Antiguo Testamento. Cuando Moisés fue negligente en circuncidar a su hijo, Dios buscó a Moisés y lo amenazó de muerte porque no había seguido la orden de Dios de dar el rito sagrado de la circuncisión a sus hijos (Éxodo 4:24-26). Claramente, Dios consideraba la circuncisión como algo extremadamente importante en ese entonces. Pero si yo dijera que debemos circuncidar a nuestros hijos como un ritual y señal religiosa, yo estaría bajo la condenación de Dios. Eso es claro en el libro de Gálatas, donde Pablo habló sobre cómo tratar con aquellos que querían insistir en la continuidad total entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento (Gálatas 2). Si seguimos la iniciativa de ellos e insistimos en la continuidad total entre los testamentos, nos arriesgamos a caer en una herejía judaizante y negar el cumplimiento del pacto realizado por Jesús. Por tanto, evidentemente hay algo de discontinuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
Sin embargo, no debemos caer en la trampa de pensar que no hay ninguna continuidad entre los testamentos. La iglesia primitiva pasó por una gran crisis respecto a la continuidad bíblica. Esta crisis se centró en un hombre llamado Marción, que era un “heresiarca”, el archihereje de todos los tiempos en cuanto a la continuidad bíblica. Marción enseñó que el Dios del Nuevo Testamento que se revela en Jesús no es el mismo Dios que aparece en el Antiguo Testamento. Marción veía al Dios del Antiguo Testamento como un ser tirano, malvado, vengador e iracundo. Pero el Padre amoroso revelado por Jesús en el Nuevo Testamento es el verdadero Dios, afirmaba Marción.
Sin duda, alguien pudo haberle señalado a Marción que Jesús frecuentemente citaba el Antiguo Testamento y se dirigía al Dios del Antiguo Testamento como Su Padre. Tales pasajes eran en efecto problemáticos para Marción, así que tomó sus tijeras y pegamento, y alteró la Escritura a fin de que transmitiera la doctrina que él quería transmitir. Produjo una versión expurgada, o abreviada, del Nuevo Testamento. Fue el primer erudito en ofrecer un canon formal del Nuevo Testamento a la iglesia. Pero era radicalmente reducido en comparación con lo que hoy conocemos como el Nuevo Testamento.
La iglesia respondió a esa herejía diciendo: “No, esta no es la Escritura. Esta es una versión truncada de la Escritura”. La iglesia hizo eso porque observó el grave peligro de ver al Dios del Nuevo Testamento como si fuera ajeno al Dios del Antiguo Testamento. Impulsada por la crisis que la herejía de Marción desató, la iglesia comenzó a formalizar el canon de la Escritura. En el proceso, la iglesia afirmó la enseñanza Escritural de que Dios es inmutable y que Su carácter no cambia de generación en generación, de año en año, o de día en día. En otras palabras, la iglesia afirmó que hay continuidad del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento por lo menos en un aspecto: Dios mismo. Así que, si bien tenemos algo de discontinuidad, hay una continuidad permanente también.
No conozco a nadie hoy en día que enseñe un marcionismo puro, pero su herejía sigue viva en la iglesia evangélica con nuestro descuido sin precedentes del Antiguo Testamento. La gente, particularmente en Estados Unidos, está condicionada a pensar en el cristianismo solo en términos del Nuevo Testamento. Estoy seguro de que esta es la razón por la cual tenemos una crisis de moralidad en la iglesia y la presencia dominante de una teología y un sistema de comportamiento antinomianos. En pocas palabras, lamentablemente hemos descuidado el Antiguo Testamento, como si no hubiera nada más que discontinuidad entre ambos testamentos.
Un ejemplo de esto se puede ver en nuestra postura frente a la ley de Dios. Hace algunos años, recibí una carta de un académico que estaba molesto por algunos asuntos teológicos. Se quejaba porque uno de mis colegas había acusado a otros teólogos de ser antinomianos, es decir, opuestos a la ley de Dios. Este hombre sentía una afinidad por esos otros teólogos y me escribió porque sabía que yo estaba de acuerdo con esa acusación de antinomianismo. En su carta, el hombre preguntó: “¿Cómo es que él puede acusar de antinomianismo a estos hombres? No somos antinomianos. Creemos que los cristianos son responsables de obedecer todos los mandamientos de Cristo”. Pero luego añadió: “Sin duda, también creemos que ninguna de las leyes del Antiguo Testamento impone una obligación moral a los creyentes”.
Le respondí de esta manera: “De ahora en adelante, no discutiré ni usaré el término antinomiano con estas otras personas. En lugar de usarlos como ejemplo, lo usaré a usted, porque cuando dice que la ley de Dios en el Antiguo Testamente no tiene ninguna obligación moral para el cristiano, está haciendo la expresión clásica de lo que se ha definido históricamente como antinomianismo”. Este hombre había concluido simplemente que ninguna de las leyes de Dios en el Antiguo Testamento tiene continuidad en el Nuevo Testamento.
Esta es una de las principales formas en las que vemos que se descuida el Antiguo Testamento; también lo vemos en la adoración. Nos comportamos como si nada de lo que Dios dijo sobre el tema de la adoración en el Antiguo Testamento aplicara hoy. Si hemos de regresar a los fundamentos, si hemos de agradar a Dios en nuestra adoración, ¿no tiene sentido que nos preguntemos si hubo alguna vez un momento en que el propio Dios inmutable reveló el tipo de adoración que le agradaba? Creo que la respuesta es sí, y creo que sí hubo tal momento.
Cuando afirmamos la inerrancia de la Escritura, a menudo se nos acusa de tener una idea de la inspiración que enseña una teoría de la inspiración dictada. Evidentemente la ortodoxia histórica no enseña tal idea. La iglesia nunca ha enseñado que Dios dictó cada palabra de, por ejemplo, el libro de Romanos, con Pablo actuando como un secretario y simplemente registrando las palabras que Dios dictaba desde el cielo. Los teólogos conservadores de hecho se esfuerzan arduamente por enseñar que el modo de inspiración no está expresado en términos de dictado.
Sin embargo, si alguna vez hubo un tiempo en el que Dios dictara la revelación, fue en esos pasajes del Pentateuco donde le dijo a Su pueblo palabra por palabra, línea por línea, precepto por precepto, cómo quería que la adoración del Antiguo Testamento se condujera. Les dijo a los israelitas cómo debía construirse el tabernáculo; dio instrucciones detalladas para el efod y las vestimentas de los sacerdotes; fijó leyes específicas para regular el comportamiento de los sacerdotes y de la gente dentro y alrededor del santuario. Indicó los servicios, las ofrendas y las festividades. En otras palabras, Dios se tomó la molestia de ser muy específico sobre la forma de la adoración en Israel.
Sí, hay discontinuidad. No tenemos un templo ahora. El velo del Lugar Santísimo se ha roto. No hacemos ofrendas en el altar del sacrificio hoy en día. Pero también hay continuidad. Creo que podemos discernir principios en los patrones de adoración que Dios reveló desde el cielo a Su pueblo en el Antiguo Testamento, y que esos principios pueden y deben dirigir los patrones de nuestra adoración.
No obstante, debemos ser cuidadosos a medida que profundizamos en estos pasajes del Antiguo Testamento en los siguientes capítulos, para no permitir que la búsqueda de formas apropiadas de adoración se vuelva un fin en sí misma. Con frecuencia eso es lo que ha pasado en la historia del pueblo de Dios, desde el antiguo Israel hasta los tiempos de Jesús y luego en la Reforma, con resultados tristes en cada ocasión.
La gente usa varios adjetivos para diferenciar los estilos de adoración. Algunos hablan de alta liturgia o baja liturgia, o hablan de adoración formal en grados relativos, dependiendo de si los ministros o sacerdotes usan vestimentas, si se usan oraciones impresas o espontáneas, si la música es clásica o contemporánea, y otros criterios. Estos adjetivos son empleados porque han surgido diferentes estilos de adoración como reacción en contra de lo que se puede llamar alta liturgia o un patrón clásico y tradicional de adoración. ¿Por qué ha ocurrido esta reacción?
En el tiempo de la Reforma, algunas personas en iglesias protestantes reaccionaron en contra del estilo de adoración católico romano tradicional. Parte de esa reacción fue teológica, pero no toda. Cierta parte se basaba en un deseo celoso de no hacer nada de la manera en que Roma lo hacía. Por ejemplo, durante el tiempo en el que Martín Lutero se escondió en el Castillo de Wartburg y tradujo la Biblia de los idiomas originales al alemán, uno de sus discípulos en Wittenberg, Andreas Carlstadt, comenzó a vandalizar las iglesias quebrando los vitrales, destruyendo los muebles y haciendo todo tipo de daños en nombre de la reforma. Cuando Lutero se enteró de esto, se enojó y disciplinó a Carlstadt por su reacción desmedida en contra de las cosas sagradas del pasado.
Carlstadt dirigió su ira erróneamente en contra de la “forma” de la adoración católica romana. El problema no estaba en la forma sino en el formalismo en el cual Roma había caído. La palabra formalismo significa que la forma viene a ser el fin en sí. Otra palabra que significa algo parecido es externalismo, la condición que sucede cuando todo lo que existe son elementos externos, mientras que los internos, el corazón y alma, están ausentes. La verdadera meta de los reformadores era curar el formalismo y externalismo de la Iglesia Católica Romana. De la misma manera, los profetas del Antiguo Testamento eran vehementes en sus denuncias del formalismo muerto y vacío en que la adoración judía se había degenerado.
Como estudiante del seminario, tuve que leer dos libros sobre la adoración, uno en favor de la baja liturgia y otro en favor de la alta. El libro que apoyaba la baja liturgia era presentado como una expresión de adoración “profética” en la iglesia, mientras que el libro que defendía una alta liturgia se presentaba a sí mismo como seguidor de la tradición sacerdotal de adoración. Después de leer estos libros, los estudiantes teníamos que defender uno u otro estilo de adoración. Me sorprendí al descubrir que fui la única persona en la clase que apoyaba la alta liturgia y la tradición sacerdotal. Mi profesor también se sorprendió porque sabía que yo era un cristiano evangélico comprometido, y los evangélicos tradicionalmente huyen de las liturgias complejas.
¿Por qué elegí una posición de alta liturgia? El autor del libro sobre la tradición sacerdotal me convenció al mostrar que cuando regresamos a la crítica profética de las formas muertas de adoración que Dios rechazó en Israel, los profetas fueron reformadores mas no revolucionarios. ¿Cuál es la diferencia? Los profetas en ninguna parte rechazaron las liturgias de adoración que Dios había ordenado a Su pueblo. En lugar de eso, los profetas denunciaron la decadencia de la práctica del pueblo al seguir estas liturgias. El problema no tenía que ver con las liturgias; el problema era los adoradores que venían con corazones fríos y seguían las liturgias simplemente de manera mecánica, con corazones indiferentes e impasibles.
Jesús también fue un reformador en este sentido. El ejemplo por excelencia de externalismo en la Biblia son los fariseos, que seguían todos los ritos externos, todas las liturgias que Dios había mandado, pero sus corazones no estaban en ello. Patinaban sobre la superficie de las palabras vacías hacia Dios. Jesús dijo esto de ellos: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran” (Mateo 15:7-9a).
No hay duda de que Dios quiere que Su adoración tenga forma, así que la pregunta no es si debemos tener una liturgia o no. La cuestión es si el contenido de la liturgia es bíblico y, en última instancia, si estamos usando la liturgia para adorar en espíritu y en verdad. Sin importar cuál sea la liturgia, si es directa y simple o alta y compleja, se puede formalizar y externalizar de modo que se corrompa hasta el punto de que Dios la desprecie. A medida que buscamos las formas de adoración que agradan a Dios, debemos estar vigilantes para no caer en el formalismo o externalismo.