Kitabı oku: «Seducción: El diario de Dayana», sayfa 2

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CAPÍTULO IV
EL PRIMER BESO
CINTA 2

–Dayana, buenas tardes, ¿cómo estás? Le pregunté.

–No sé. Usted es el doctor, ¿cómo me ve?

–Espérame… Te vuelvo a explicar que mi función acá, es ayudarte a encontrar los recuerdos perdidos. Y entre los dos, entender qué te sucede.

–Pues ahí, escribí de lo que me acuerdo.

–¿Me puedes contar qué recordaste?

–¿Para qué lo escribo, si después se lo tengo que decir?

–Es que quiero evaluar tu memoria.

–Pues… Escribí que cuando era niña, me divertí con juegos prohibidos, pero que nunca he hecho nada malo.

–Está bien. Ahora, cuéntame lo que recuerdas de tu primer amor.

–¿Tengo que hablar de eso? Me preguntó, mirándome con rabia.

–Sería de gran ayuda. Quiero evaluar cómo te desenvuelves sentimentalmente.

–Pues… Mi primer beso fue con un primo, pero mi primer amor lo conocí en el colegio. Juan Diego era de mi curso un año mayor que yo y no duramos mucho. Se quedó con mi mejor amiga.

–Cuéntame cómo te sentiste al respecto.

–Normal.

Después lloró y me dijo que no podía hablar de eso. Y no habló más al respecto.

–Dayana, quiero que otra vez, cierres los ojos y hagas el conteo regresivo.

Una vez en hipnosis, le pedí que recordara su época de colegio y la escribiera en su diario. Le hice énfasis en que estaba en un lugar seguro y que nadie podía lastimarla. Que al despertar recordaría todo. Esta vez sin dolor. Le pedí además, que tan pronto escribiera, me enviara el diario para sacarle una copia y poderlo leer. Se limitó a seguir discutiendo sobre la tarea de escribir en el diario. Y al final, salió enojada como siempre.

Sin embargo, esta vez me hizo llegar las copias de lo escrito dos días después.

DIARIO

Después de dormir, me acordé de Juan Diego. Era un muchacho trigueño, alto, fornido, con mirada tierna. Él me vio y yo a él. Fue como amor a primera vista, me sentí muy nerviosa, y juro que sentí un cosquilleo en el estómago. Él solo me habló unas semanas después, cuando tropezamos en el pasillo.

Yo llevaba mi carpeta con unos libros de la biblioteca y él salía corriendo para su casa. Yo giré a mirar para atrás y me lo encontré de frente. Caímos en cámara lenta, yo de espaldas y el de frente. Mis papeles volaron por el aire y con sus brazos, evitó que me golpeara y no caerme encima.

–¡Estúpido! Le grité sin saber quién era ese joven tan churro.

–Discúlpame, me dijo y me ayudó a levantar.

Yo lo miré y cuando lo reconocí, le dije: ¡Más cuidado!

–Lo siento, Dayana. Me respondió.

Me puse como un tomate y hasta me ardieron las mejillas. ¿Cómo sabía mi nombre? No pude hablar y lo dejé de mirar.

Recogió mis papeles y me miró a los ojos.

–¿Te puedo acompañar? Me preguntó.

–Está bien. Respondí. Pero de lejitos.

Me miro con culpa y me acompañó hasta mi casa, a cuatro cuadras del colegio. Pero no me habló ni una sola vez, sus pasos lentos me hacían pensar que algo estaba tramando, pero no se atrevió a decirme nada.

Me moría de ganas de escuchar su voz gruesa de hombre. Lo miraba por el rabillo del ojo y él caminaba a mi lado. En el camino estuvimos caminando muy cerca pero nunca me rozó.

Cuando llegué a la puerta de mi casa, y le dije gracias, me miró y me entregó mis hojas y dijo:

–Discúlpame, de nuevo.

Se fue y volvió a mirarme con sus ojos oscuros mientras decía:

–Tal vez, podríamos comer algo juntos algún día.

–Claro, contesté precipitada sin pensarlo, como una idiota

Me hizo seña de “OK”, subiendo el pulgar de su mano derecha y se fue. Cerré la puerta con mi espalda y suspiré.

Luego pensé, que estúpida soy. No le pregunté su nombre, pero me puse feliz porque el sí sabía el mío.

Pero, cómo me va a llamar si, ¿no me pidió el número de mi teléfono? ¿Será que ya lo sabe? O será ¿que solo quiso ser amable?

Hubiera sido feliz, si me hubiera dado un beso, así fuera en la mejilla o en la boca.

No. En la boca no, no soy una cualquiera. Mi hermana es la que se besa con todos en el colegio. Y hoy, ni siquiera ha llegado, a pesar que estudiamos en el mismo colegio. ¿Será que soy buena besando? Pensé.

Cómo lo podía saber, si nunca me han besado, pero a Juliana, ¿quién le habrá enseñado? Claro, mi primo Martin. Recordé esa tarde calorosa cuando los encontré en el desván, besándose y tocándose.

–¿Será que Martín me podrá enseñar? Me pregunté.

Pero mejor no, yo no soy como mi hermana. ¿Qué puedo hacer? ¿Quién me puede enseñar?

¿Cómo hago para que Martín no se aproveche de mí? Y… ¿Si no le gusto? Pero, ¿por qué no le gustaría, si soy más bonita que Juliana? Y… ¿Qué tal que me rechace por no saber besar? Y si… A lo mejor le gusta, ¿qué tal que quiera algo más?

Duré casi dos semanas sin acercarme a mi primo, a pesar de vivir en la misma casa. Me sentía miedosa por él, y eso que él no sabía mis intenciones.

–¿Qué te pasa Dayana? Me preguntó.

–Nada, Martin, le contesté.

–¿Por qué andas tan rara? ¿Te llegó el período?

–No seas confianzudo, le dije, empujándolo.

–¡Cuidado le tomo el pelo! Definitivamente, eres una niña todavía.

Sus palabras fueron como un insulto para mí. Y le dije: vaya donde mi hermana Juliana que ella sí le da besitos.

–¿Estás celosa, Dayana? ¿Quieres un besito? Me dijo, se me acercó y me agarró con fuerza de los brazos.

–¡Suéltame! Le grité.

Entonces, se me acercó más y me besó. Y metió su lengua en mi boca sin temor.

Yo sentí ganas de vomitar, pero era mi oportunidad de aprender. Así que le respondí, él se detuvo y se fue. Me miró de forma extraña y me dijo:

–¿Dayana usted es virgen?

Yo lo empujé y salí corriendo. ¿Por qué sabría él eso? ¿Por qué pensaba que no lo era? Lo odié por ambas cosas.

En la noche, Juliana entró en la habitación, con sus ojos cafés encendidos y derechito, me dio una cachetada sin medir su fuerza.

–¡Perra, eres una perra! ¿Por qué te besaste con Martín?

–Él fue el que me besó… Contesté.

–No creo. ¡Eres una mosquita muerta! Me dijo, y me haló del cabello y me tiró al piso, mientras me decía desgarbada inmunda, solapada y muchas más groserías que no recuerdo bien.

Esa noche, mi madre me molió a palo porque Juliana le contó que me había besado con su sobrino.

No tuve tiempo de hablar ni explicar nada, porque me dio con el palo de la escoba hasta qué quedó exhausta, mientras me decía groserías

CAPÍTULO V
FIN DE UNA AMISTAD
CINTA 3

–Buenas tardes, Dayana.

Quiero que me digas cómo estás hoy.

–Cansada de tanta cosa.

–¿Qué te molesta?

–Mi vida, recordar que me maltrataban tanto en la casa. Eso no es bueno.

–Está bien, hoy quiero que la sesión se centre en algo bonito que te haya sucedido. Empecemos. Hice el ritual de siempre y la llevé con la hipnosis a un nivel de subconsciencia.

–Cuéntame sobre el muchacho que conociste en el colegio y te gustó.

Sin escribir esta vez, Dayana empezó a hablar, del día siguiente de su golpiza. Fui al colegio y aunque, no conté lo que me había sucedido ni siquiera, a mi mejor amiga Liliana. Tenía pena de que se enteraran que me maltrataban en mi casa. Pero cuando estaba jugando voleybol y por accidente, mi amor platónico me vio uno de los moretones en la espalda, al rato, se me acercó y me dijo:

–¿Dayana qué te pasó?

–Nada, contesté muy tímida…

–¿Por qué tienes un negro en la espalda? ¿Te golpeaste? ¿Te puedo ayudar?

–Nadie puede. Contesté, mirando a lo lejos.

En ese momento, Liliana mi amiga, lo llamó. Juan Diego, ven por favor. Mmmm así que se llama Juan Diego. ¡Por fin supe su nombre!

Él se despidió y corrió a donde Liliana que lo había escogido para hacer un equipo y jugar voleybol contra el equipo donde yo jugaba.

Juan Diego era alto, lo creía perfecto, aunque lo veía un poco torpe. Mi equipo ganó el partido y él no dejó de mirarme cuando estábamos jugando. Al final, se me acercó y me dijo:

–El sábado vamos a ir al río con unos compañeros. ¿Te gustaría ir?

–No sé, si me den permiso. Le dije con toda sinceridad.

Él me miró con lástima y dijo, intenta. Y fue cuando Liliana dijo:

–Yo sí voy.

–Está bien, las espero. Dijo Juan Diego, mirándome cuando se iba. Liliana me miró y dijo:

–Seguro no podrás ir. Y se fue.

Ese día cuando llegué, hice mis tareas, arreglé mi cuarto, limpié la casa y hasta hice la comida.

Cuando llegó mi mamá, le pedí permiso para ir al paseo. Pero solo me dijo:

–Ni lo crea, Dayana. Usted está castigada, no se puede confiar en usted. Y ni hablar de su primo.

Espero que no se estén viendo al escondido.

–Pero mamá… Le dije.

Ella levantó el brazo como si fuera a pegarme y dijo:

–Ya dije que no.

Me fui a mi cuarto y lloré toda la noche. Al día siguiente, cuando lo vi en el colegio, decidí volarme con él, sin importarme lo que me pasara.

Ese sábado estuve desde temprano, haciendo los deberes de la casa. No quería llamar la atención. Juliana me quiso molestar desde por la mañana, pero no caí en su juego y después de hacer oficio todo el día, le dije a mi mamá que el periodo me había llegado y quería acostarme temprano. Por eso me fui y cerré la puerta de mi cuarto con llave. Estuve callada y a oscuras casi tres horas, hasta que todos se durmieron. Entonces, me puse unos jean, una camiseta y unos tenis. Había decidido ir al paseo.

Caminé hasta la casa de Liliana, y le tiré una piedra a la ventana, pero nadie salió. Entonces, me fui hasta el cruce que llevaba al camino del río, y me encontré con varios compañeros del colegio. Se extrañaron de verme fuera de mi casa y al parecer, me veía bien sin el uniforme, porque algunos me halagaron, y me dijeron que me veía muy linda. Me sentí muy feliz. Entonces, me di de cuenta que todos miraban mis senos.

Cuando llegué al cruce, me dijeron que estaban esperando al único carro que había para llegar hasta el río y se gastaba unos diez minutos en carro, y unos cuarenta minutos a pie.

Tuve que esperar y en el siguiente viaje, pude subir a la destartalada camioneta con platón que todos los días normales, llevaba pollos y por eso, había muchas plumas dentro de ella.

Cuando llegamos al pozo, me encontré con unos treinta muchachos, tomando cerveza. A lo lejos, vi que Juan Diego estaba hablando con Liliana, pero cuando me vio, se levantó y se me acercó. Liliana no me quiso saludar. Se quedó sentada con otros muchachos.

Juan Diego me saludó con cariño. Tenía una camisa leñadora ajustada a su pecho y un jean apretado. Me cogió de la mano y me brindó una cerveza que le acepté. Nos sentamos al lado del río y hablamos un rato de muchas bobadas. Él me miraba con ternura y escuchaba con atención lo que yo le iba diciendo.

Pasó el tiempo y después de tres cervezas mías, no sé cuántas de él, los compañeros de Juan Diego, lo empezaron a picar para que me besara. Él como galán de pueblo se me echó encima, pero yo lo rechacé varias veces, pero sabía que me gustaba. Pude entender que quería algo conmigo. Confié en sus “buenas intenciones”, porque me gustaba mucho, pero no quería que me viera débil porque de seguro, si sabía que me encantaba, se iba a aprovechar de mí. Se portó muy caballero y no parecía tener intenciones sexuales, a pesar de que no quitaba sus ojos de mis pequeñas tetas. Como no fue agresivo ni quiso obligarme, me puse cariñosa con él, pero me mantuve firme y no disimulé mi ansiedad, porque no quería que él supiera que pensaba mucho en él. Sin embargo, le seguí la corriente y me dejé besar delante de sus amigos.

Me dijo que me fuera con él a un sitio solo, en una planicie arriba de la quebrada y cerca del río. Yo acepté porque en realidad, quería alejarme de sus amigos que ya estaban muy tomados y un poco fastidiosos. Subimos por el camino en medio de la oscuridad de la noche, pero se veía iluminado por la Luna. Cuando estuvimos arriba, y como hacía mucho calor, me dijo:

–Quiero bañarme, ¿te metes al agua conmigo?

–No gracias. No traje vestido de baño. Le dije.

Hacerme la difícil no fue mi fuerte, porque no me insistió. Se desnudó por completo y se lanzó en clavado. Era la primera vez que veía un pene de ese tamaño. Él se hundió en el agua, yo me senté y me aburrí de verlo nadar. Me dio rabia y me sentí como una boba. Quería que Juan Diego me rogara y me convenciera para nadar con él, y de pronto, volverlo a rechazar. En realidad, no sabía lo que quería. A los cinco minutos, decidí irme. Me levanté y tan pronto lo hice, Juan Diego salió del agua.

Intenté no mirarle el pene entre las piernas, pero era lo único que quería verle. Sentí vergüenza, pero no dejé de hacerlo. Todavía emparamado, se me acercó y me besó. Allí, se secó prácticamente con mi ropa, que terminó igual de mojada a la de él. Me cogió de la mano y se recostó en una especie de cobija que había llevado, y yo me acosté a su lado. Sabía que estaba desnudo. Temblaba por los nervios, y me sentía mojada, pero no solo por mi ropa, porque sabía que lo que hacía era tonto, y no podía negar lo que me estaba pasando. Juan Diego me gustaba tanto que me dejé llevar… Ya estaba ahí, a su lado y él no perdió la ocasión para acariciarme con su mano y meterla debajo de mi blusa. Empecé a vibrar de deseo, pero mi mente me traicionaba en todo momento. Tenía miedo de que alguien llegara, temía porque sentía que lo que estaba pasando era tremendo. Él sabía cómo tocarme y cómo besarme. Sentía que ya no era una niña y empecé a sentirme como una mujer. Y por primera vez, al lado de Juan Diego, me sentí deseada, y eso me puso feliz.

De un momento a otro, la caballerosidad desapareció. Me quitó la ropa con brusquedad y mucho afán y me dio mucho miedo.

En ese momento, Dayana empezó a agitarse, y tuve que terminar la sesión. Antes de despertarla, le dije: recuerda y escribe qué más pasó esa noche.

DIARIO

OK. Ese momento de angustia fue raro, porque quería huir, y también me quería quedar. Juan Diego me gustaba mucho, pero… ¿Qué querrá él de mí? ¿Será que solo quiere verme desnuda? ¿Era lo único que quería de mí? ¿Era solo sexo lo que le inspiraba? ¿Sería que no me amaba? ¿Será que sabe que soy virgen? ¿Será que solo quiere aprovecharse de mí? ¿Será que piensa que soy fácil? O peor, ¿que soy una niña tonta?

Casi me paralicé de miedo, y sin embargo, ya estaba desnuda y lo tenía encima mío. Entonces, mis nervios y mi misma debilidad, me dieron fuerzas para rechazarlo y le dije:

–¡Quítate, no me toques más!

Me levanté, me vestí y sin mirarlo, salí despavorida, corriendo monte abajo. Él corrió y me agarró para convencerme de que no me fuera, pero no me pudo calmar. Entendí que eso no era cariño ni respeto, solo era deseo carnal, y yo no quería. Eso no era lo que yo deseaba para mí. Me marché del claro y del lugar, corriendo a oscuras, cuesta abajo por la carretera, con la esperanza de que algún campesino de los que iban al mercado los domingos, me dejara subir entre sus verduras y me llevara hasta el pueblo.

Cuando llegué al pueblo, tuve que esperar a que amaneciera para entrar en la casa después de que mi madre saliera para misa. Era tal vez, el único día que no me obligaban a levantarme temprano. Nunca se supo que yo me había volado esa noche.

El lunes cuando llegué al colegio, no dije ni una palabra a los compañeros. Yo me sentía apenada, enojada y arrepentida de haberme volado esa noche, y temía que los amigos de Juan Diego, creyeran que había estado con él, y aunque intentaba no pensar en eso, quería salir del colegio y volver a mi casa.

Me llamó la atención que ese día, nadie me dijera nada y ni siquiera, me llamaron Garza, el apodo que me habían puesto cuando tenía nueve años porque era muy delgada. Y aunque fui la niña de mi curso a la que primero le creció el busto, el apodo nunca me lo quitaron. Pero, ese día nadie me dijo nada. Pensé que tal vez, murmuraban a mis espaldas y yo estaría en boca de todos, con mi reputación dañada. Ese día tampoco me encontré con Liliana. Lo que nunca esperé fue que en mi casa estuviera la respuesta.

Llegué y me metí en mi habitación y mis pensamientos fueron solo para Juan Diego. ¿Por qué solo se quería acostar conmigo? ¿Acaso yo no era lo suficiente para él? ¿Será que los hombres solo me verán así? ¿Por qué hoy no me buscó?

Aunque mejor, porque si me hubiera buscado, todos confirmarían que estuve con él. ¿Qué les habrá dicho a sus amigos? ¿Será que después de lo del sábado, alguien me va tomar en serio? O creerán, ¿que soy una mujer fácil? Lloré por sentirme en desamor. Y no salí de mi cuarto, hasta que mamá llamó para decir que la comida estaba servida.

Cuando bajé, estábamos solo las tres, mi mamá, Juliana mi hermana y yo. Mi padrastro no llegó.

Y estando en la mesa, Juliana empezó a mirarme raro. Y luego dijo:

–¿Si saben lo que andan diciendo en el colegio? Que hubo una gran fiesta el sábado en el río y que se salió de control. Yo no la miré. Traté de ignorarla, jugando con mi sopa.

Mi madre sí la miró y le puso toda la atención que ella quería. Juliana prosiguió:

–Dizque hubo mucho licor.

Y dicen que el que más se divirtió fue el amigo de Dayana, Juan Diego. ¿Así es como se llama?

Yo palidecí, ¿cómo iba a salvarme de esto? ¿Qué tanto sabía Juliana? Seguro que mi madre me iba a moler a golpes. Aunque le temía más a mi padrastro Ismael que siempre me golpeaba desde que tengo memoria. Lo bueno era que no estaba aquí con nosotras. Juliana continuó.

–Dayana, ¿no sabes algo de lo que ocurrió en la fiesta?

–No, contesté. No sabía qué tanto le habrían contado a Juliana y qué tanto quería sacarme.

–Tan raro, yo pensé que tú más que nadie debería saberlo.

El momento se hizo incómodo y el silencio inundó la habitación, hasta que mi mamá dijo:

–Y como por qué tendría que saber Dayana, ¿qué ocurrió en esa fiesta, si yo no le di permiso de ir? En seguida, me miró con curiosidad y enojo. Juliana contestó:

–Pues porque el muchacho que le gusta a Dayana, se acostó con una niña en el río, ya todo el colegio lo sabe. Mi madre me miró con ojos de inquisidora.

–Dayana, ¿tú qué sabes?

–Nada contesté con voz temblorosa. Pero Juliana dijo:

–Dizque nada, ¿cómo no debe saber quién se acostó con ese muchacho, si Liliana es su mejor amiga?

En ese momento, mi angustia se transformó en sorpresa y luego en desilusión.

–¿Qué dijiste? Le pregunté a Juliana.

–Que su amiga, Liliana, aquella que parecía una santa, se le entregó a su amor platónico en el río, y todos la vieron hacerlo.

¡Qué puta es!

Yo me levanté llorando de la mesa y alcancé a escuchar a Juliana que le decía a mi mamá.

–Creo que de verdad no sabía.

Me encerré en el cuarto, metí mi cara en la almohada y grité:

–¡Puta, puta, puta!

Estaba enojada y confundida.

¿Por qué me fui de esa forma? Le dejé el camino libre. Juan Diego quería era conmigo.

¿Será que debí haberme dejado llevar? ¿Será que van a ser novios? Tengo que saber qué pasó. Pero… ¿Qué le voy a decir? Ella debe saber que yo me muero por él. ¿Será que sabe que quería hacerlo conmigo? Entonces, la llamé:

–¿Liliana por favor?

–Un momento, dijo su padre.

–Hola, ¿con quién hablo?

–Hola, soy yo, Dayana.

–¿Hola cómo estás? ¿Dónde has estado? Hoy no te vi en el colegio y el sábado te fuiste sin despedirte. Quería hablar contigo.

–Ah, sí. ¿De qué? Pregunté.

–Pues amiga, ¿si sabes que me cuadré con Juan Diego?

–Pues oí algo así. Le dije.

–Sí, claro. En el colegio ya lo sabe todo el mundo, ¡estoy tan feliz! Aunque debo reconocer que te tenía celos. Él parecía muy interesado en ti, pero me dijo que se acercó a ti para llegar a mí. Porque tenía miedo de que yo lo rechazara, ¿puedes creerlo?

–Sí, contesté. Y le dije: tengo que colgar, mi mamá me llama. Chao. Colgué antes de que se despidiera, y seguí llorando toda la noche.

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