Kitabı oku: «El árbol de las revoluciones», sayfa 4
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Haya, Mella y la división originaria
El encuentro entre Víctor Raúl Haya de la Torre y José Vasconcelos en México, durante el exilio del primero provocado por la dictadura de Augusto Leguía, es una de las escenas fundacionales del despegue de la ideología revolucionaria en el siglo xx latinoamericano.1 Haya llegó a México a fines de 1923, luego de encabezar el movimiento estudiantil contra el régimen peruano y tras un breve periplo que lo llevó a Panamá y a Cuba, donde alentó los trabajos de la Universidad Popular José Martí, creada por el joven comunista Julio Antonio Mella, a partir del modelo de la Universidad Popular González Prada en Lima, a principios de la década.2 En México, donde trabajaría como asistente de Vasconcelos, entonces secretario de Educación Pública del Gobierno de Álvaro Obregón, Haya compartió el entusiasmo por la Revolución mexicana y por la difusión, a través de ella, de las ideas, los líderes y las aspiraciones de otras dos revoluciones: la rusa y la china de 1911.
Las ideas de Vasconcelos sobre el nacionalismo revolucionario latinoamericano, plasmadas en el ensayo La raza cósmica (1925), promovidas por el intelectual mexicano en una apoteósica gira por Brasil y Argentina, estuvieron en el origen de la concepción de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), fundada en la capital mexicana en 1924. Vasconcelos llamaba a una regeneración de América Latina por medio del mestizaje, pero también a la proyección de una identidad espiritual virtuosa, propia de una civilización indoamericana capaz de sintetizar valores universales que solo se manifestaban fragmentariamente en otras partes del mundo.3 La nueva civilización o la nueva raza de que hablaba el intelectual mexicano era singular y universal a la vez por basarse en el mestizaje de todas las anteriores o existentes, sin “repetir a ninguna ni en la forma ni en el fondo”.4
La tesis, incorporada por Haya de la Torre a la creación del APRA, suponía que esa nueva civilización racial y espiritual, llamada Indoamérica, debía asimilar lo mejor de las otras razas y civilizaciones, exhibiendo una fisonomía propia. Vasconcelos decía, a propósito de las cuatro alegorías del patio del Palacio de la Educación Pública, las de Grecia, España, México y la India, que la raza cósmica se forma con los “tesoros” de las otras.5 Haya retomará la idea en muchos de sus textos escritos entre 1923 y 1927 y reunidos en el volumen Por la emancipación de América Latina, aunque complementando a Vasconcelos por medio de un marxismo-leninismo revisado: la civilización latinoamericana era específica, diferente a la europea, no solo por la identidad de su cultura o su civilización, sino por el sedimento “feudal” y “colonial” de su capitalismo.6 Ese sedimento, a juicio del intelectual y político peruano, era producto de la dominación imperialista: en América Latina, dirá enmendando a Lenin, el imperialismo no era la última, sino la fase originaria del capitalismo.
Las ideas de Haya de la Torre se inspiraban en el latinoamericanismo de la generación de 1910, especialmente, en ensayos como El porvenir de América Latina (1910) y El destino de un continente (1923) del argentino Manuel Ugarte, que reseñó elogiosamente. En consonancia, esas ideas tuvieron una recepción entusiasta en un campo intelectual iberoamericano, ávido de alternativas de integración continental frente al panamericanismo estadounidense. Haya recibió mensajes de apoyo y solidaridad de los españoles Miguel de Unamuno y Eduardo Ortega y Gasset, el argentino José Ingenieros, el uruguayo Carlos Quijano y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que participaron en la Asamblea Antimperialista Latinoamericana de París en 1925. No solo hispanistas antisajones, como el chileno Joaquín Edwards Bello en El nacionalismo continental (1925), sino comunistas como Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui secundaron el integracionismo de Haya hasta 1927.7
En las páginas que siguen propongo reconstruir el momento de la ruptura entre apristas y comunistas, luego de repasar la confluencia inicial de aquellas corrientes de la izquierda a principios de los años veinte. Nuestro argumento es que la fractura tuvo elementos geopolíticos que han sido subestimados, mientras se magnifican divisiones ideológicas que, desde la historia conceptual, resultan menos decisivas. El choque entre comunistas y populistas a fines de los veinte tiene como origen la intensificación de la red internacional de Moscú, específicamente en América Latina, por un lado, y la construcción del sistema político mexicano, basado en el presidencialismo autoritario y el partido hegemónico, por el otro. El distanciamiento entre comunismo y populismo fue, también, resultado de la divergente institucionalización de las dos primeras revoluciones del siglo xx: la mexicana y la rusa.
haya y el bolchevismo
Los orígenes del APRA están marcados por la visión entusiasta del bolchevismo que Haya posee e impulsa a principios de los años veinte. Antes que Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui, Juan Marinello, Aníbal Ponce y algunos de los comunistas de la primera generación, el peruano viajó a Moscú y conoció a Trotski. Existen diversas hipótesis sobre el origen de aquel viaje a la Unión Soviética: algunos sostienen que Haya viajó a instancias de comunistas mexicanos como Diego Rivera y Rafael Carrillo Azpéitia, que lo propusieron para intervenir en el V Congreso de la Internacional y hacer avanzar la fundación de partidos comunistas en América Latina. Otros, como Roy Soto Rivera, sostienen que el viaje fue parte de una gira estudiantil por Europa, financiada desde Lima por Ana Melisa Graves y respaldada por Vasconcelos desde México, quien lo incorporó al primer tramo del trayecto a Nueva York.8 También intervinieron, por lo visto, en aquel viaje la Federación Obrera de Lima, el periódico mexicano El Universal Ilustrado, en el que Haya colaborada, y la red de estudiantes marxistas, socialistas y cristianos de Estados Unidos, en la que destacaba Bertram Wolfe, un joven graduado de la Universidad de Columbia, militante del Partido Comunista estadounidense, muy bien relacionado con el naciente comunismo mexicano.
Haya permaneció en la Unión Soviética entre julio y octubre de 1924, meses decisivos para la historia del comunismo en el siglo xx, puesto que fueron los que siguieron a la muerte de Lenin y dieron inicio a la fractura del primer bolchevismo. En sus notas de viaje, insistía en que su objetivo era “ver” y “estudiar la nueva realidad rusa” y aseguraba presentarse como “no comunista” y haber hablado en el V Congreso del Comintern en la “tribuna de periodistas”.9 Sus retratos de líderes soviéticos son apenas brochazos, pero suficientemente comunicativos como para detectar sus preferencias: Lunacharski es “sagaz y talentosísimo”; Zinóviev “rechoncho y bastante afónico”; Kalinin “sencillo, viejo campesino de tono muy monótono”, Stalin “vigoroso, imponente, con su gesto astuto y sus largos discursos, aparentemente sin mayor elocuencia”, y Ríkov “más vivaz”…10
En un pasaje de sus escritos sobre Rusia, Haya cuenta que Chicherin, comisario del Exterior, lo “sometió a un interrogatorio sobre México”, pero que “sus preguntas acusaban poco conocimiento de un país con tan interesantes problemas sociales”.11 Ese desconocimiento le resultaba sintomático y lo persuadía de que en la Unión Soviética se estaba produciendo un giro geopolítico, propio de una naciente potencia euroasiática, que llevaba a sus dirigentes a mostrar respeto e, incluso, “admiración” por otras potencias como Estados Unidos o la Italia de Mussolini, de quien dice haber visto un retrato en la misma Comisaría de Exteriores.12 Haya recuerda también que Losowsky intentó reclutarlo para las fuerzas comunistas mundiales, pero que su aproximación al fenómeno soviético partía de una pertenencia firme a la realidad latinoamericana, y suponía que otros acercamientos a la Rusia soviética, como los de Romain Rolland y Rabindranath Tagore, con quienes ya se carteaba, eran similares.
En tres meses, como han estudiado Víctor y Lazar Jeifets, la actividad de Haya en la Unión Soviética fue febril. Participó en el citado Congreso del Comintern, en el Kremlin, pero también en el IV Congreso de la Internacional Juvenil Comunista y se entrevistó con la viuda de Lenin, Nadezhda Krúpskaya, y otros líderes bolcheviques como Bujarin, Stirner, Frunze y Rádek. Entre todas sus semblanzas de aquellos dirigentes, la más favorable fue, sin duda, la que dedicó a León Trotski. En algún momento del viaje, Haya se enfermó de los bronquios, se trasladó a un balneario en Crimea y luego se fue a Suiza, a encontrarse con Rolland. Allí, en Leysin, en diciembre de 1924, escribió aquel retrato de Trotski que puede leerse como un vislumbre de la pugna con Stalin y de la futura disidencia del marxista ucraniano.
La misma tarde que Haya llegó a Moscú conoció a Trotski en el lobby del hotel Lux. Allí el peruano constata el entusiasmo que el líder despierta entre los más jóvenes revolucionarios rusos y advierte que, a diferencia de otros dirigentes, que comienzan a remedar el rancio burocratismo zarista, Trotski tiene un trato accesible y franco.13 Haya llega a decir que ya en 1924 “Trotski libraba una batalla decisiva en el seno del Partido Comunista soviético”, tras los ataques en su contra de Ríkov y otros jerarcas en el Congreso Mundial de ese año, donde emergió el antisemitismo de un sector del primer bolchevismo.14 El marxista ucraniano, al decir de Haya, se defendía con una oratoria “magnetizante y electrizante”, que “modulaba maravillosamente el tono de su voz” y “controlaba perfectamente la potencia de su impulso vocal”, como las “llaves de un órgano”, llegando a ser “bajo profundo y clarín metálico”.15 A pesar de esos dones intelectuales y oratorios y de la lealtad que le profesaban los más jóvenes bolcheviques, Haya piensa, en el invierno de 1924, que la causa de Trotski “está perdida”.16
En sus escritos sobre la Revolución bolchevique Haya demuestra un conocimiento exhaustivo sobre los problemas económicos y diplomáticos del nuevo Estado socialista. Valora positivamente la Nueva Política Económica (NEP) y defiende, en la línea de Trotski, la necesidad de un debate de ideas abierto en la construcción del nuevo orden.17 Con Anatoly Lunacharski el peruano discutió el tema de la literatura y el papel de los escritores en el socialismo, que tanto interés despertaba en el movimiento estudiantil latinoamericano y, en especial, en la Universidad Popular González Prada. Lunacharski le dijo a Haya que en la Unión Soviética se estaba planteando un conflicto entre los escritores más comprometidos con el proletariado, defensores de un lenguaje “clásico”, y aquellos escritores de clase media o clase alta, seguidores de las corrientes vanguardistas, entre los que mencionaba a Borís Pasternak y Borís Pilniak, que se interesaban en el “habla popular” o en el “lenguaje de la calle actual”.18
En la conversación, se hace evidente que mientras Haya siente curiosidad por los segundos, Lunacharski se muestra favorable al uso del lenguaje clásico en la literatura obrera. A Haya le llama la atención que el comisario cultural hable con tanta pasión de la literatura del Siglo de Oro español (Cervantes, Lope, Calderón…), que situaba en un lugar privilegiado de sus “lecciones populares sobre literatura occidental”.19 Algunos de aquellos escritores, más comprometidos con la causa proletaria, como Máximo Gorki, Alexéi Tolstói, Konstantín Fedin, Nikolái Tíjonov o Aleksandr Fadéyev, terminarían ajustándose al paradigma del realismo socialista en los años treinta.
Los diálogos de Haya con Rolland y Tagore entre 1924 y 1925 describen el intento de profesar una simpatía por la Unión Soviética que no implicara una adhesión plena a la forma institucional que iba adoptando el estalinismo. A principios de 1925, ya el líder peruano se encontraba en la London School of Economics, donde entró en contacto con las ideas del laborismo y la socialdemocracia británicos, especialmente, de Harold Laski, Ramsay MacDonald y G. D. H. Cole. Desde Londres, Haya mantuvo una comunicación con los intelectuales argentinos José Ingenieros y Manuel Ugarte, quienes convocaron una Asamblea Antimperialista en la Maison de Savants, en París. La Asamblea se dirigía, fundamentalmente, a la juventud francesa y contó con las intervenciones del filósofo español Miguel de Unamuno, el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el uruguayo Carlos Quijano. Allí, en París, Haya rencontró a sus amigos Vasconcelos, Ingenieros y Ugarte, con quienes compartía la certeza de que la revolución latinoamericana debía tener un cauce propio, no subordinado a la plataforma soviética.
Entre 1925 y 1926, los escritos de Haya van perfilando esa idea de la revolución indoamericana y lo hacen tomando como referentes alternativos al bolchevismo, la Revolución mexicana y la china. Sus escritos sobre México apuntan a una idea del cambio revolucionario adherida, fundamentalmente, al agrarismo zapatista, que toma distancia del rechazo que su amigo Vasconcelos sentía por el líder del sur. Entre 1924 y 1925, Haya considera que los Gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles han hecho bien en tratar de retomar el programa agrarista, pero no deja de trasmitir cierta desconfianza hacia el nuevo liderazgo mexicano y da constantes muestras de admiración por la figura de Zapata, a quien llama “apóstol y mártir”.20 Según Haya, el núcleo ideológico de la Revolución mexicana era el Plan de Ayala zapatista.
Evidentemente, el contacto con el agrarismo mexicano facilitó a Haya una comprensión de los problemas rurales y étnicos de Perú y lo afianzó en la idea de una izquierda latinoamericana auténtica. Su doble localización del problema social peruano en la costa y en la sierra lo llevaba a discernir entre los componentes étnicos de la nación, sin apostar todo a la utopía del mestizaje como Vasconcelos. El obrero y el campesino costeño podían ser “yunga, chino, negro, blanco o mestizo”, mientras que los de la sierra eran “más mestizos en el norte, y aymaras y quechuas en el sur”.21 La impracticabilidad del modelo soviético residía en que el “problema industrial” de la costa de Perú, a su juicio, era “inferior a nuestro vasto y característico problema agrario de las sierras”.22 Su apuesta por un “frente amplio”, mucho antes de que fuera adoptado por los propios comunistas, partía de una comprensión pluriétnica y multiclasista de la sociedad peruana y latinoamericana.
Incluso la idea de lo feudal latinoamericano en Haya era más compleja que la de otros marxistas latinoamericanos que integraron los partidos comunistas y que, a la altura de 1930, ya apoyaban abiertamente el proyecto estalinista. Era cierto, según Haya, que en América Latina subsistía un “sedimento feudal”, pero también lo era que nacía “un progreso industrial propio”, que comenzaba a caracterizarla como una “gran región proletaria”.23 Lo que sucedía tanto con la estructura agraria como con la industrial de la economía latinoamericana era que ambas eran igualmente “coloniales”, es decir, dependientes del imperialismo.24 En América Latina el imperialismo no era la fase superior del capitalismo, sino un instrumento constitutivo de la propia capitalización, por lo que la lucha contra el imperialismo era, a su juicio, más prioritaria que la revolución obrera. Si, como asegura en sus escritos, planteó esa discordancia directamente a los dirigentes soviéticos, y la calzó con citas del Anti-Dühring y el Epistolario de Engels, es lógico que sus relaciones con Moscú no acabaran bien.25
En 1926 todas aquellas ideas desembocan en una serie de artículos en Amauta (1926-1930) y, también, en Labour Monthly, donde aparece la versión original de su escrito “¿Qué es el APRA?”. En octubre de ese año, en el segundo número de Amauta, la revista dirigida por el marxista José Carlos Mariátegui, Haya publicó un ensayo sobre Romain Rolland y América Latina, que junto al de José Ingenieros, “Terruño, patria y humanidad”, conformaba un díptico del humanismo socialista latinoamericano, no plenamente subordinado al Comintern.26 En Amauta, recordemos, se estarán traduciendo y editando textos de autores que se movían fuera de la tutela doctrinal de Moscú, como Georges Sorel, Waldo Frank, Henri Barbusse, Miguel de Unamuno, Sigmund Freud y Julien Benda.
La publicación de “¿Qué es el APRA”? en Labour Monthly, la importante revista marxista británica fundada por el comunista inglés de ascendencia sueca e india Rajani Palme Dutt, merecería mayor estudio. El más formulado programa del APRA aparecía en una publicación que, aunque se cuidaba de no ser identificada como órgano oficial del Partido Comunista británico, era dirigida por un dirigente de ese partido y del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC), como Palme Dutt, a quien Moscú encargaría intervenir en la fundación del Partido Comunista en la India. Haya, quien en el cuarto número de Amauta volvía a formular la idea de un “frente común intelectual” en América Latina, en diálogo con las tesis del nacionalismo continental de Vasconcelos, traslada al programa del APRA algunas ideas del propio Palme Dutt sobre la India, China y la necesidad del diálogo entre socialismo y nacionalismo en Asia.27
El frentismo, que Haya traslada del plano intelectual al político en “¿Qué es el APRA?”, no solo se refería a la alianza entre clases, sino a ese diálogo entre nacionalistas y comunistas en América Latina. El líder peruano defendía enfrentar el dominio del “imperialismo yanqui” en la región por medio de una “unidad política de América Latina”, que en otros textos llama “confederación”, pero también a través de medidas más concretas como la nacionalización de tierras e industrias, la internacionalización del canal de Panamá y la solidaridad con “todos los pueblos y clases oprimidos del mundo”.28 Haya llegó a contemplar posibles alianzas con Gobiernos europeos, contrarios a la expansión de Estados Unidos hacia América Latina, como el francés bajo el mandato del socialista Édouard Herriot, a mediados de los años veinte, que reconoció a la Unión Soviética y mostró desagrado con el tono agresivo del secretario de Estado Frank Billings Kellogg, bajo la presidencia de John Calvin Coolidge, en la negociación del tratado de arbitraje con México.
Aunque insistía, una y otra vez –por ejemplo, en su mensaje a los cubanos apristas de Mañana– en que los problemas latinoamericanos no podían tener soluciones europeas, había una flexibilidad geopolítica en Haya de la Torre que, inevitablemente, debió de generar suspicacias e incomprensiones en la izquierda comunista prosoviética. Haya hablaba con admiración del Kuomintang chino y decía que su aspiración era lograr “un organismo revolucionario que arraigara en la conciencia de las masas” como el partido nacionalista de Sun Yat-sen y Chiang Kai-shek.29 Sin embargo, sus alusiones a la Revolución china, al igual que sus opiniones sobre la mexicana, eran más complejas, ya que no se referían únicamente a la corriente nacionalista, sino a toda la diversidad de fuerzas involucradas, incluyendo, por supuesto, a Chen Duxiu, Li Dazhao y los comunistas. En pasajes como el siguiente, Haya no hablaba únicamente de los nacionalistas, sino también de los comunistas, a quienes el Comintern había sugerido una alianza con los primeros a principios de los años veinte:
Para nosotros, pueblos latinoamericanos, la China joven es un ejemplo extraordinario. China renace por sí misma y la libertad del pueblo chino es obra de los chinos mismos. Las figuras de la juventud revolucionaria china que dirigen la acción, que luchan en las batallas, que gobiernan las grandes secciones del país conquistadas por la revolución, son eminentes figuras directoras, hombres que encarnan profundamente la conciencia en rebelión de su pueblo.30
Sin embargo, hasta 1928 por lo menos, la construcción de la red del APRA comparte, con la propia red del Comintern, algunos espacios de la izquierda americana y europea. Es a principios de ese año que las tesis del largo VI Congreso de la Internacional Comunista, en Moscú, encabezado por Nicolái Bujarin, que operaron el giro hacia la estrategia de “clase contra clase”, frente a las alternativas socialdemócratas y nacionalistas de la izquierda, llegan, propiamente, a América Latina.31 Eso explica que Haya todavía colabore en Amauta en 1927 y que participe activamente en el Congreso contra la Opresión Colonial y el Imperialismo de Bruselas, en febrero de 1927, organizado, entre otros, por el escritor francés Henri Barbusse, el marxista alemán “Willi” Münzenberg y el dirigente comunista neoyorquino Charles Francis Phillips (“Jesús Ramírez”, “Manuel Gómez”, “Charles Shipman”, “Frank Seaman”), fundador de la Liga Antimperialista de las Américas (LADLA).32
A medida que el Comintern y los partidos comunistas latinoamericanos abandonaban las posiciones dialogantes del periodo bolchevique, Haya reafirmaba su confianza en la necesidad de involucrar a las clases medias en la lucha, en priorizar la defensa de la soberanía nacional y en presentar la Revolución mexicana como referente central de la política latinoamericana.33 “Cada Gobierno latinoamericano es un virreinato del imperialismo yanqui”, decía, y para salir de esa condición colonial era indispensable una política concertada y unitaria que debía incluir a la clase política regional.34 A la vez que lanzaba una convocatoria tan amplia, llamaba a aplicar el “método dialéctico”, desechando todas las denominaciones previas de la región –América Latina o Hispanoamérica– y adoptando la de Indoamérica.35 En esa doble prédica socialista y nacionalista se unirá a José Ingenieros en el volumen Teoría y táctica de la acción renovadora de la juventud en América Latina (1928).
La solución que Haya daba al “problema del nombre” con el término Indoamérica deja ver su aproximación al indigenismo. Pero el elemento indigenista en Haya, como apuntábamos más arriba, carecía de una ideologización del mestizaje y, a la vez, de una total subordinación del conflicto étnico al conflicto clasista. En su ensayo “La causa del indio” (1927) suscribía la tesis de González Prada y otros de que la “causa del indio es social, no racial”.36 Aunque más adelante reclamaba el reconocimiento de la diversidad étnica de Perú y América Latina como un componente del antimperialismo, ya que al defender a las comunidades se enfrentaba a la ideología imperial, que consideraba “nuestras razas inferiores” y con ese prejuicio creaba una “justificación moral” para la opresión y la servidumbre.37
Conforme se perfilaba el programa del APRA, Haya se vio en la disyuntiva de tener que tomar una doble distancia del clasismo marxista, a lo Julio Antonio Mella, y del nacionalismo identitario, a lo José Vasconcelos. Lo dice de manera bastante clara en algunos textos de fines de los años veinte y principios de los treinta, cuando advierte que “en la lucha contra el moderno imperialismo –capitalista e industrial, de los Estados Unidos, que es el imperialismo que con más vigor nos subyuga– tampoco puede existir una rivalidad nacional o racialista”.38 Y lo reafirma más adelante, en un deslinde entre nacionalismo y socialismo, de un lado, y racialismo y chovinismo, del otro. En pocos intelectuales latinoamericanos de aquellas décadas, esa diferencia llegó a ser tan explícita:
No siendo los pueblos de Norteamérica y los de la América Latina descendientes de un mismo tronco racial, no ha faltado entre nosotros quienes hayan visto el problema de nuestra lucha defensiva como una cuestión nacional, como una rivalidad étnica entre sajones y latinos. Esta concepción me parece falsa y el aprismo la condena. Nosotros luchamos contra un sistema económico que se proyecta sobre nuestros pueblos como una nueva conquista. Nosotros los apristas no tenemos una concepción racial de nuestra defensa contra el imperialismo yanqui.39
Una vez más, Haya encontrará el equilibrio adecuado entre ese nacionalismo no racialista ni chovinista y ese socialismo no clasista ni prosoviético en la Revolución mexicana. En mayo de 1927, en un texto escrito en Oxford para The New Leader de Londres, admite que los Gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles no han podido “avanzar en el real camino del socialismo”, pero no duda que ese será el camino.40 Ante el conflicto religioso de la “guerra cristera” respalda al Gobierno mexicano, aunque volviendo al punto de que, a su juicio, la verdadera raíz del problema no era religiosa, sino consecuencia de la “política de expansión y amenaza de Estados Unidos”.41 A Haya no le cabe duda, a fines de los años veinte, de que la vanguardia de la revolución latinoamericana sigue estando en México y lo reitera en cuanto elogio escribe de las ideas de Romain Rolland sobre América Latina, como lugar de relanzamiento de la utopía del Nuevo Mundo frente a la decadencia de Occidente.42
Aquella apuesta por México, en medio del ascendente cuestionamiento del Gobierno mexicano como “burguesía nacional” por parte del Comintern y los comunistas prosoviéticos, se lee en su correspondencia con sus amigos mexicanos, especialmente con Vasconcelos, pero también con el poeta Carlos Pellicer.43 Haya daba la razón al influyente intelectual público de Nueva York, Walter Lippmann, cuando este afirmaba en el New York World que la Revolución mexicana era autóctona, independiente de la rusa y, en algunos aspectos, más radical.44 En El antimperialismo y el APRA (1928), su respuesta a Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui y otros comunistas que lo atacaron, reproduciendo las tesis del VI Congreso de la Internacional Comunista en Moscú, incorporaba como apéndices los artículos 27 y 123 de la Constitución de Querétaro, ejes de la reforma agraria y laboral mexicana, donde veía plasmada esa radicalidad. La explicación que daba el peruano al radicalismo mexicano era que México era, junto con Cuba, el país con una economía más dependiente de Estados Unidos.45
la reacción prosoviética
En los últimos años, la historiografía sobre la izquierda latinoamericana ha comenzado a cuestionar la idea, sumamente extendida en los estudios cubanos, de que el conocido ataque de Julio Antonio Mella contra Haya de la Torre y el APRA, entre 1927 y 1928, respondió a un acto espontáneo de crítica marxista al populismo latinoamericano. Como ha observado Ricardo Melgar Bao, el cuestionamiento de Mella se enmarcaba en la compleja localización del cubano dentro del comunismo mexicano y dentro de la red latinoamericana de la Tercera Internacional.46 Mella, que había sido sancionado por el Partido Comunista Cubano (PCC) tras su huelga de hambre en una prisión habanera en 1925, ahora se enfrentaba a sectores de la jerarquía del Partido Comunista Mexicano (PCM) que reprobaban su estrategia hacia los sindicatos y el campesinado. Para complicar más las cosas, el cubano estaba en conversaciones con representantes de partidos tradicionales de la isla para concertar una insurrección militar contra la dictadura de Gerardo Machado.
Mella había conocido a Haya en La Habana cuando el primero impulsaba la Universidad Popular José Martí, a donde llegó el peruano precedido por una ganada popularidad dentro del movimiento estudiantil. En 1923, el cubano dedicó al futuro líder del APRA un elogio apasionado, donde lo llamaba “Mirabeau demoledor de las eternas tiranías”.47 Haya era una suerte de mesías de la buena nueva que decía la palabra mágica de la esperanza latinoamericana. “Como Haya debió de ser Martí, el mismo amor, la misma consagración al ideal, el mismo espíritu de combatividad serena –agregaba–. Es el arquetipo de la juventud latinoamericana, es un sueño de Rodó hecho realidad, es Ariel”.48 Cuando Mella llegó a México en 1925, ya Haya se encontraba en Europa, pero ambos revolucionarios se rencontraron en Bruselas en febrero de 1927 en el Congreso Antimperialista.
Mella se recuperaba entonces de las sanciones que le impuso el Comité Central del PCC por haber emprendido una huelga de hambre, en 1925, desde la cárcel, para protestar contra la dictadura de Gerardo Machado. Los dirigentes del comunismo cubano sostenían que aquella huelga, que despertó la solidaridad de la izquierda latinoamericana, no había sido consultada con ellos y denotaba individualismo.49 También se reprochaba a Mella dar más importancia a asociaciones como la LADLA que al Comité Central cubano, al que, según sus amonestadores, no informaba adecuadamente de sus actividades. Con el apoyo de los comunistas mexicanos, el “caso Mella” fue presentado a la dirigencia del CEIC en enero de 1927, en Moscú, y sus líderes pidieron al PCC la rehabilitación del cubano. La intensa participación de Mella en el Congreso de Bruselas está ligada a ese esfuerzo por recuperar el favor del máximo liderazgo del comunismo internacional, pero también a la amplia red de organizaciones y sectores de la izquierda latinoamericana, construida por el cubano en muy pocos años.
Apenas llegado a México, en 1926, Mella fue hecho miembro del Comité Ejecutivo de la LADLA, que a instancias de Moscú impulsaba el comunista norteamericano Charles Francis Phillips. Luego sería el responsable de los contactos de la LADLA con la Liga Nacional Campesina de México (LNC) y secretario del Comité Continental del Congreso Antimperialista. De ahí que al organizarse las delegaciones al encuentro de Bruselas, Mella reuniera en su persona varias representaciones a la vez: la de la LNC y las de las secciones mexicana, panameña y salvadoreña. En Bruselas, Mella presentó, además, el informe Cuba, factoría yanqui, redactado por Rubén Martínez Villena, e intervino protagónicamente en el debate sobre cuestiones sindicales latinoamericanas.50
El tono predominante de las deliberaciones del Congreso de Bruselas y de su informe latinoamericano no estuvo rígidamente alineado con las posiciones del Comintern, que ya comenzaban a moverse hacia la lógica clasista. En el Comité Organizador del encuentro figuraban líderes y personalidades no comunistas como la viuda de Sun Yat-sen por China; Jawaharlal Nehru por la India; Ramón P. de Negri, ministro plenipotenciario en Alemania del Gobierno mexicano de Plutarco Elías Calles; el líder de los derechos civiles norteamericano Roger Nash Baldwin por Estados Unidos, y los intelectuales José Vasconcelos, Manuel Ugarte, Luis Casabona y César Falcón por América Latina.51 En las primeras noticias sobre la conferencia anticolonial, en El Machete se decía que los comunistas mexicanos habían sido invitados a una cumbre anticolonial convocada por el escritor francés Henri Barbusse a la que asistirían el Kuomintan chino y líderes del Partido Nacionalista de Puerto Rico (PNPR).52
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