Kitabı oku: «Los mayas», sayfa 5
Esplendor clásico
“Muerta la cultura olmeca, el área en que floreció nunca recuperó su importancia, y el gran foco cultural se vuelve solo una luz marginal que ya no iluminará el curso dela historia de Mesoamérica”.
Ignacio Bernal
Los vecinos
En el tránsito entre el Periodo Preclásico y el Clásico, el estilo Izapa aparece de forma muy marcada en los altares y las estelas de piedra. Esta irradiación va más allá de Chiapas, a la zona del golfo de México, Oaxaca y el centro de México. Beatriz de la Fuente dice que la mayoría de altares y estelas son monumentos “conmemorativos” en los que se confunde la historia con la mitología, sobre todo en torno al ciclo vital del hombre. Los escultores de Izapa recurren a la perspectiva del tamaño de tal modo que las figuras en primer plano son más grandes que las del fondo. Manejan con soltura su movimiento y dotan a la escena “de notable animación”. Este estilo es como un puente entre la postrera iconografía olmeca y las incipientes imágenes mayas. Sin embargo, mientras sigue la evolución hacia el Clásico en la región maya, los otros vecinos de Mesoamérica, inician su desarrollo cultural hasta la llamada fase Clásica (250 d.C. a 900 d.C.). Con sus variantes y sus propias características (Temprano, Medio, Tardío o Terminal), del norte de México, al sur de Centroamérica, se desarrolla un prolongado espacio cultural de esplendor.
Algunos dividen el periodo Clásico en dos partes, una dominada por Teotihuacán, hasta el año 650 y la otra por “varios estados menos relacionados entre sí”. Ignacio Bernal no distingue dos civilizaciones, la teotihuacana y la maya, en virtud de su distancia geográfica, ya que ambas áreas “conservan una serie de rasgos derivados de su base común y siguen a todo lo largo de su desarrollo historias paralelas”.
El florecimiento de una nueva cultura nace en los mismos sitios donde se desenvuelve la cultura Preclásica y así aparece la pujanza de “grandes metrópolis religiosas”: Teotihuacán, Cholula, Xochicalco, Tajín, Monte Albán, Mitla, Palenque, Yaxchilán, Bonampak, Tikal, Uaxactún, Quiriguá y Copán, entre otras. Es una época de esplendor en el arte, la arquitectura, el urbanismo y el desarrollo del bienestar superlativo de las élites, la prosperidad del comercio, la incuestionable potestad de los gobernantes y la gran evolución del calendario, la escritura y la observación del cielo. Se le llama Clásico no por su sentido artístico, advierte Bernal, sino en el gramatical de “grande o notable”. El gigantismo es el sello de la época. Ahí están las pirámides del Sol de Teotihuacán y El Tigre en El Mirador. El comercio en estas capitales es de gran importancia y en los Altos de Guatemala, destaca el floreciente intercambio comercial en Kaminaljuyú, en tanto Teotihuacán se funda en “una encrucijada de rutas de intercambio”, próxima a ricas minas de obsidiana.
La cultura clásica, desde el punto de vista artístico, se caracteriza “por un estilo rico y florido, maestría técnica, madurez estética y sobriedad austera y clásica”, cualidades que se pierden con la evolución, según Covarrubias. En las Tierras Altas “se volvieron más y más convencionales y estilizadas; con el tiempo se mecanizaron”, se vuelven “pomposas hasta entrar en un periodo de franca decadencia. En las tierras bajas tropicales las artes tuvieron un espíritu más libre, alegre y realista, que culminó en desbordamiento decadente”. A este arte solemne y estilizado de las Tierras Altas, Wigberto Jiménez Moreno lo llama “apolíneo”, en contraste con el arte “dionisiaco como el del Tajín” de las tierras bajas tropicales, especialmente el de la costa del golfo de México, barroco, alegre y realista. El arte teotihuacano, explica Covarrubias, tiene un elemento “de inmortalidad, de serenidad inmutable y vive tanto en la macicez de sus pirámides como en las espléndidas máscaras de piedra con sus perfectas caras anchas”.
En El Arte Indígena de México y Centroamérica, Miguel Covarrubias dice que el arte de la meseta “es dramático, austero y tremendo, sus formas son arquitectónicas y geométricas, sus líneas precisas y ordenadas, a menudo rígidas y bárbaras, pero suavizadas por un sentido innato del ritmo y la comprensión por las formas de la naturaleza”. El arte de las Tierras Bajas, en la costa del golfo y en el área maya, es “sensual y etéreo, hecho de volutas, meandros y figuras desbordantes y entrelazadas. Las caras sonrientes y el modelado suave de los cuerpos humanos en la costa son desconocidos en las Tierras Altas, pero las dos tendencias estéticas se influyen mutuamente”. El influjo costeño introduce en el altiplano las formas curvilíneas ornamentales, “en donde se congelan y devienen más formalizadas”, mientras que de aquí bajan a la costa la geometría arquitectónica, para “adquirir un toque de ligereza e ingravidez”.
La gran metrópoli que surge en el altiplano de México es Teotihuacán. Miguel León Portilla la califica de “cabeza de un imperio”. Su influencia y poder llega a regiones tan apartadas como la costa del golfo, Oaxaca o el mundo maya. Los elementos característicos de su arquitectura –talud y tablero– aparecen en muchas regiones de Mesoamérica. En el territorio maya, Kaminaljuyú es, en pequeño, “otro Teotihuacán”. Andrés Ciudad Ruiz recuerda que las “estrechas y controvertidas” relaciones entre Teotihuacán y el área maya, no solo abarcan la región de la citada Kaminaljuyú en el altiplano, sino en la llanura costera, en Cotzumalhuapa o Bilbao, las Tierras Bajas en Tikal, Yaxha, Huaxactun o Copán. Su presencia tiene tanta personalidad que aún se discute si fueron comerciantes, diplomáticos o guerreros quienes llegan desde el centro de México hasta el territorio maya e, incluso, “si llegaron a controlar políticamente algunos de sus centros más relevantes como Tikal y Kaminaljuyú”. José Luis Melgarejo cree que las relaciones entre Teotihuacán y los mayas se dan, sobre todo, a partir de 375, cuando la gran urbe del altiplano pasa a depender de los popolocas y no de los totonacas, dominadores de la Ciudad de los Dioses desde el principio de la era histórica hasta unos trescientos años después.
Entremos entonces al mundo teotihuacano y a la edad clásica de Mesoamérica entre el Altiplano central, el golfo de México, Oaxaca, Occidente y el ámbito mayense, ocho siglos de esplendor, del I al VIII d.C.
Teotihuacán
“Este sol, su nombre cuarto-movimiento, éste es nuestro sol, en el que vivimos ahora y aquí está su señal, cómo cayó en el fuego el sol, en el fogón divino, allá en Teotihuacán. Igualmente fue este Sol, de nuestro príncipe, en Tula, o sea de Quetzalcóatl…”
Fragmento del mito de la creación del Quinto Sol
En el altiplano del valle de México se desenvuelve una cultura de gran influencia en la región, bajo el predominio de Teotihuacán, una ciudad de poder suprarregional, como la califican Austin y Luján. La zona evoluciona del año 200 a.C. hasta el 650 d.C. El ritmo histórico se visualiza a partir de Ticomán, Zacatenco, o Cerro del Tepalcate, que no prosperan mucho y desaparecen; después aparecen centros como Cuicuilco, Tlapacoyan, el Tepalcate-Chimalhuacán, Xico y otros lugares cercanos a Teotihuacán, que son los pobladores que hacen posible el desarrollo de este gran centro ceremonial. Sus primeras construcciones piramidales nacen con sus propios desperdicios, “especialmente de fragmentos de cerámica del Preclásico Superior”. Estos grupos que conviven independientemente unos de otros, elaboran nuevos tipos de cerámica y construyen plataformas y estructuras sencillas, hasta que, en torno al año 100 d.C., erigen la pirámide del Sol “y tal vez la de la Luna, con materiales de relleno que muestran ambas épocas”. Piña Chan llama a esta evolución “Preteotihuacana”, y forma parte del Preclásico Superior. Su cerámica es blanca, marrón, rojo sobre negro, blanco sucio, rojo sobre blanco, marrón negruzco, polícroma, blanco sobre rojo, rojo sobre marrón amarillento, o pintura delimitada por incisión.
La segunda etapa es Prototeotihuacana, y corresponde al periodo Protoclásico, es decir, a la transición al Clásico. A la cerámica polícroma que aparece, se añade el trabajo de la obsidiana, característica del ciclo clásico. Las pirámides del Sol y de la Luna siguen el estilo arquitectónico de cuerpos escalonados en talud, escalinatas de poca anchura limitadas por angostas alfardas, recubiertas de estuco y relleno de las épocas ya referidas. La forma “es monumental”, dice Piña Chan, “sin titubeos” y con pleno dominio de la técnica constructiva heredada y de clara inspiración en Tlapacoya, considerado el punto más importante, en ese tiempo, en el oriente de la cuenca de México. En esta fase empieza la verdadera cultura de Teotihuacán: se desarrolla el centro ceremonial, aumenta la población, la sociedad se estratifica y despliega su influencia hacia la cultura del Golfo de México. La pirámide del Sol es, con la futura excepción de Cholula, en el valle de Puebla, el edificio de mayor peso construido en el antiguo México, con un millón de metros cúbicos y una altura de 64,50 metros. En Xochicalco (Morelos), de largo historial, y en su entorno, se sugieren “íntimos contactos” con los mayas o con una avanzada mayoide. Si bien su cronología es confusa, parece sobrevivir, según Ignacio Bernal, a esta época de turbulencia, porque es, en parte, contemporánea de la ciudad de Tula.
Sus pinturas y murales reflejan el contacto de la costa: conchas, caracoles marinos, estrellas de mar “y una técnica preciosista en el tallado de la piedra”. “No encontramos en la evolución de la arquitectura teotihuacana –añade Bernal– el paso de sobrio a recargado, como aparece en el arte maya”.
Ombligo del mundo
El apogeo de Teotihuacán va del año 300 a 600 d.C., donde se cubren estructuras anteriores y se completa la Calle de los Muertos con basamentos para templos y habitaciones sacerdotales. Se tapa el Templo de la Serpiente Emplumada, se levanta el mercado frente a la Ciudadela y se construyen numerosos barrios con múltiples habitaciones. Surge la pintura mural dentro de los edificios con carácter teocrático y religioso; las figuras traen vistosas vestimentas y rostros enmascarados que participan en ritos en torno al agua, la guerra y la fertilidad de la tierra. Hay algunos animales, la mítica serpiente emplumada, jaguares que caminan, pájaros de vistoso plumaje y árboles floridos con grifos en su base.
Los volúmenes arquitectónicos se definen con base en el talud o muro inclinado y el muro vertical. La escultura monumental en piedra reitera el geometrismo y la gravedad. De la Fuente indica que las máscaras teotihuacanas en granito, serpentina y onix, muestran también “la rigidez de rostros sin individualidad que repiten el clásico canon teotihuacano”. La ciudad ofrece un impresionante espacio ordenado a través de plazas cuadradas y rectangulares, limitadas por pirámides y plataformas cuyas plantas reproducen las formas geométricas de las plazas. Los dos ejes de Teotihuacán son la calle de los Muertos y el que corre a un costado de la Ciudadela, es decir, “una cruz que ancla los edificios de la ciudad organizados en rigurosa retícula urbana”. R. Milton, uno de los investigadores sobre Teotihuacán, dice que la ciudad tiene un significado astronómico y geomático; sugiere que se crea como un modelo cósmico, como el ombligo del mundo.
La decadencia y abandono de Teotihuacán se produce entre 650 y 800 d.C. Se hacen pobres construcciones de adobe en los edificios, se adosan habitaciones a lo largo de la calle de los Muertos, se saquean y desmantelan edificios de piedra, se desvalijan los enterramientos y en general, la cultura cambia; el retroceso es evidente. Hacia el 900, las hordas de Mixcoatl, el capitán que viene del noroeste al frente de una tribu nahua da el golpe de gracia a la ciudad de los dioses y los gigantes. Estas hordas corresponden a los grupos chichimecas (otomíes), provenientes del Norte que se dicen también toltecas. Así, a Teotihuacán llegan “algunas gentes de más bajo nivel cultural” que conquistan el lugar y conviven con el remanente de la población teotihuacana, principalmente entre 650 y 850 d.C. A estos hombres se debe la creación del Quinto Sol y los cambios en la organización política y social “que culturados salen como toltecas (artífices), y posteriormente desarrollan la cultura de Tula” (Hidalgo). Es el Sol de los toltecas, el de Quetzalcóatl, gracias al sacrificio de Nanahuatzín que era de Tamoanchán. A raíz de ello, Quetzalcóatl crea una nueva humanidad, a la que da el maíz como alimento. Piña Chan recuerda que con Quetzalcóatl ahí, “marca el cambio de la religión en el lugar”. No sólo eso, con los toltecas se inaugura una nueva etapa cultural, la del Posclásico, que más tarde heredan los mexicas en el Altiplano y los mayas, en su territorio.
En efecto, con esta invasión se inicia la era del Quinto Sol, la era histórica de los nahuas en la cual, como apunta Jiménez Moreno, “los tigres de la costa son vencidos por las águilas del altiplano”.
La grandeza de Teotihuacán lleva consigo la paradoja de desconocer cómo y cuándo se funda, quiénes son sus gobernantes, qué lengua hablan o el nombre original de la ciudad, porque son los mexicas los que bautizan a Teotihuacán como “lugar de los dioses”, que es lo que significa. Nigel Davies apunta que sus nombres y hazañas “no fueron registrados” y por tanto, “la historia de Teotihuacán continúa anónima”.
Oaxaca
“más allá de los volcanes, mucho más allá del horizonte, a una distancia inverosímil, casi como el Mar Blanco y como Arabia, casi como un sueño, más allá de las montañas lejanas…, ahí borrosamente y por primera vez había una vaga señal de Oaxaca”.
D.H. Lawrence
De Monte Albán a Mitla
Es una de las zonas más evolucionadas. El centro de mayor atención lo configura el valle de Oaxaca, compuesto por tres ramales: Etla, Tlacolula y Zimatlán. Es una zona de unos dos mil kilómetros cuadrados limitada por la Sierra Madre del Sur y las elevaciones de la Mixteca Alta. Es una región montañosa. En este entorno de clima cálido y templado, de gran potencial agrícola, surge Monte Albán (600 a.C. a 800 d.C.), la capital zapoteca.
Monte Albán se dibuja cuando San José Mogote pierde su preeminencia del año 500 al 250 antes de la era. Su arquitectura es magnífica y sus estelas asociadas al Edificio de los Danzantes, muestran una escritura y un calendario bastante desarrollados. Si no fue la aparición más antigua de la escritura y del calendario en Mesoamérica, “puede considerarse entre las más tempranas”, dice Bernal. De ahí había de formarse un calendario más completo, cuyos primeros vestigios se ven en Chiapas y después en la Estela C de Tres Zapotes. “Aparentemente sería el sucesor del muy elaborado que habría de llamarse el Calendario Maya. Comprende esencialmente para gloria suya, la Cuenta Larga, que supone el uso y, por tanto, el conocimiento del cero”. Monte Albán tiene trazas de ser “un Estado” entre los años 200 a 100 antes de la era. Y al igual que los mayas, los zapotecos reciben la influencia olmeca y más tarde la de Teotihuacán.
Covarrubias apunta que desde Monte Albán se conoce la escritura y el calendario, con los numerales señalados por puntos y barras y “posiblemente también un intento de numeración por posición”. Esto es así en la zona olmeca “y fuertes indicios lo auguran para la zona maya”. Pero reconoce que en este punto es posible la discusión: si realmente son los mayas o “mejor dicho los premayas”, los que llegan después al enorme conocimiento astronómico, calendario y jeroglífico, si “fueron los iniciadores de todo ello”.
Monte Albán se eleva imponente en la cima de una colina, en las proximidades de la actual ciudad de Oaxaca. Una de las construcciones más singulares es el Edificio J, cuya función es, con toda seguridad, la de observatorio astronómico. Oaxaca es como una especie de frontera, y toma y asimila a su propia cultura, elementos tanto de los mayas como de los habitantes del altiplano mexicano. El fin de la ciudad llega con la inactividad constructora; pasa a ser “una gran necrópolis”. Luego el poder se traspasa a los valles, con Mitla, Zaachila y Cuilapan, que se transforman en centros muy activos. El fin como “ciudad viva”, según Ignacio Bernal, se relaciona tal vez con la aparición de las nuevas gentes “seguidoras de Mixcoatl en el valle de México”. Sin embargo, ni Monte Albán ni ninguna de las ciudades mayas antiguas, muestran huellas de haber sido conquistadas por la fuerza, “porque no se notan ni incendios ni destrucciones intencionadas”.
En Mitla se levantan palacios de una arquitectura muy especial, porque se abandonan los grandes basamentos piramidales y se colocan los edificios alrededor de patios cuadrados “cuyas fachadas están recubiertas de un mosaico de piedra finísimamente trabajada, cada una tallada para formar parte del dibujo general y para unirse perfectamente a su vecina sin necesidad de cal ni de ningún pegamento”. Como en otras ciudades del Posclásico, en Mitla la arquitectura es de carácter civil, por encima del carácter religioso; pero aquí como en otros lugares, hay nuevas costumbres y una sociedad distinta: gobierna una casta guerrera, en detrimento de la élite teocrática. Y en Mitla, como en Uxmal, en territorio maya, aparecen similitudes entre la Sala de las Columnas y la del Palacio del Gobernador, en Uxmal.
El norte, occidente y golfo
El Tajín
Las relaciones en el Periodo Clásico entre Occidente y el resto de Mesoamérica, son escasas, con excepción de Guerrero. Las culturas del Bajío se ubican en Guanajuato y Michoacán. Los vestigios que aparecen son principalmente las terrazas, las plataformas y los edificios con columnas fabricadas de piedra y lodo. Más al norte de Occidente, aparece la Tradición de las Tumbas de Tiro (Colima, Jalisco, y Nayarit). En el norte predominan los grupos de cazadores y recolectores. Controlan durante milenios la franja de costa a costa, a partir del río Pánuco, por el oriente, hasta la desembocadura del río Mayo, en Sonora. La situación se modifica durante el siglo XVI, con la conquista española.
Este área septentrional mesoamericana inicia en el siglo I un gran dinamismo que se mantiene hasta el siglo X, sobre todo en las regiones con medio ambiente favorable, esto es, a partir de las dos Sierras Madres, pasando por la Mesa Central, un área que Austin y Luján describen con gran semejanza a una letra u. Por otro lado, el derrumbe de Teotihuacán a partir del siglo VIII aísla esta zona del centro y la deja expuesta a las tribus nómadas conocidas genéricamente por chichimecas. Con el ascenso de los toltecas, la zona se reocupa hacia el siglo XII. Los chichimecas de diversos tipos dominan el territorio al norte del río Lerma, que los aztecas no pueden controlar. Los chichimecas suponen, por otro lado, un auténtico dolor de cabeza para las avanzadas militares de España, tras la caída de México-Tenochtitlán.
Teotihuacán y la región del golfo de México tienen una gran relación durante el Clásico, bien como capital exportadora de bienes, ya como vía de paso comercial o como base de enclaves. La zona del Golfo también sostiene contactos con la región maya, a través del sur de Veracruz. Al norte de Veracruz se asienta la cultura de los huastecos y la majestuosidad del Tajín, región de un complejo escultórico original: la triada yugo-palma-hacha, piezas de carácter religioso –muy posiblemente funerario– vinculadas al juego de pelota. Los yugos y las palmas son construcciones de piedra “que representaban partes del equipo protector usado en los ejercicios lúdicos, que sería de materiales ligeros como la madera y el cuero”, según Austin y Luján. Los yugos tienen forma de herradura pero los hay cerrados. Las palmas “siguen un modelo arbóreo con un extraño saliente en la parte delantera de su base. Las hachas deben el nombre a su semejanza con este instrumento. Se ha supuesto que representaban las cabezas de los decapitados en los juegos rituales”, con el fatídico final, la muerte de uno de los contendientes. Para otros analistas los yugos representan “conceptos aún no descifrados”. Marcia Castro Leal sostiene que en ellos se ha representado generalmente animales como sapos, tigres y aves, asociados con ciertas creencias mitológicas que se encuentran relacionadas, a su vez, al culto a los muertos y el juego de pelota.
El auge del Tajín (250 y 1150 d.C.) se produce con el fin del Periodo Clásico en las tierras altas del Valle de México, Oaxaca o el territorio maya.
El Tajín, con su magnífica pirámide de los Nichos, está enclavada en la selva tropical del norte de Veracruz, en una llanura rodeada de abundante vegetación, separada del interior del país por montañas de difícil acceso. La pueblan totonacas y nahuas, pero la influencia teotihuacana es evidente. Tajín es una palabra totonaca que significa ‘trueno’. La gran pirámide de los Nichos tiene una planta cuadrada de 36 metros por lado. La fachada principal, orientada al Este, luce una escalinata de 10 metros de ancho, en la que se hallan distribuidos a intervalos rítmicos cinco grupos de tres nichos de tamaño menor cada uno. No sólo está organizada geográficamente, también obedece a principios astronómicos. El número de los nichos era originalmente en total de 364, de acuerdo con el número de los días del calendario solar. También se podría decir, pensando en las siete zonas, que hay siete veces 52 nichos, lo que establece una relación (igual que sus 52 cabezas serpentinas de la pirámide de Tenayuca y los 52 tableros de la pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá) con el ciclo calendario de 52 años. Austin y Luján puntualizan que la versión de que el esplendor de El Tajín se debe a los totonacas deja paso a la versión de que “esta urbe fue desde sus inicios heredera cultural de los pueblos que poblaban la región en el Preclásico. Se supone que éstos pertenecían lingüísticamente al grupo inic de la familia maya y que su lengua era el huasteco o el cotoque”.
En la zona se construyen cerca de doscientos edificios formando pequeñas plazas, pero no todos son de la misma época, porque su ocupación es muy larga, desde 300 a 1100 d.C. El estilo arquitectónico adopta motivos de Teotihuacán, como el talud y el tablero, pero añade otros como la cornisa, los nichos y las grecas, “para conformar un estilo original“, explica Castro Leal. La ciudad cuenta con numerosos juegos de pelota y en éstos aparecen esculpidos bellísimos relieves con escenas religiosas. El elevado número de juegos de pelota refuerza su posición de prestigio en la vasta región mesoamericana. María Longhena estima que, por el número de espacios para el juego, cada año celebran ritos y ceremonias dentro del juego de pelota, “vinculados a particulares cultos religiosos en los que participaban distintos representantes”.
En la región de la Huasteca, que comprende al sur del río Cazones en Veracruz y por el norte el río Soto la Marina, en Tamaulipas y la llanura costera del golfo, se levantan edificios de planta circular o rectangular, con las esquinas redondeadas.
El estilo de los escultores huastecos se define por la creación de planos geométricos, cerrados en sí mismas, según Castro Leal, “hasta cierto punto hieráticas, que parecen haber tenido su origen en un bajorrelieve y que fueron adquiriendo volumen poco a poco”. Su pintura mural es escasa. Los huastecas, de origen mayoide, crean mitos de origen muy antiguo que, al permear su influencia hacia otras culturas, fundamentan la cosmogonía entre los pueblos azteca y tolteca. Dominan conocimientos de tipo astronómico que los vinculan a deidades agrícolas primigenias de mitos lunares y estelares, y asocian su nombre al de dioses como Ehécatl, numen del planeta Venus y generador del viento (Quetzalcóatl): Tlazoltéotl, diosa lunar y de la fertilidad llamada la “comedora de inmundicias”, considerándose como “inmundicias” las transgresiones carnales. Se cree también que de la región huasteca procede el descubrimiento de la bebida extraída del maguey (Mayáhuel), el pulque, que los mexicas se apropian y hacen suyo, como otras cosas, también del dulce néctar que embriaga.