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Kitabı oku: «El Capitán Veneno», sayfa 5

Pedro Antonio de Alarcón
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VII
MILAGROS DEL DOLOR

A los gritos del consternado huésped, seguidos de lastimeros ayes de la criada, despertó Angustias… – Medio se vistió, llena de espanto, y corrió hacia la habitación de su madre… Pero en la puerta halló atravesada la silla de ruedas de D. Jorge, el cual, con los brazos abiertos y los ojos casi fuera de las órbitas, le cerraba el paso, diciendo:

– ¡No entre usted, Angustias! ¡No entre usted, o me levanto, aunque me muera!

– ¡Mi pobre mamá! ¡Mi madre de mi alma! – ¡Déjeme usted ver a mi madre!.. – gimió la infeliz, pugnando por entrar.

– ¡Angustias! ¡En el nombre de Dios, no entre ahora! Ya entraremos luego juntos… ¡Deje usted descansar un momento a la que tanto ha padecido!

– ¡Mi madre ha muerto! – exclamó Angustias, cayendo de rodillas248 junto al sillón del Capitán.

– ¡Pobre hija mía! ¡Llora249 conmigo cuanto quieras! – respondió D. Jorge, atrayendo hacia su corazón la cabeza de la pobre huérfana, y acariciándole el pelo250 con la otra mano. – ¡Llora con el que no había llorado nunca, hasta hoy, que llora por ti… y por ella!..

Era tan extraordinaria y prodigiosa aquella emoción en un hombre como el Capitán Veneno, que Angustias, en medio de su horrible desgracia, no pudo menos de significarle aprecio, y gratitud, poniéndole una mano sobre el corazón…251

Y así estuvieron abrazados algunos instantes aquellos dos seres que la felicidad nunca hubiera hecho amigos.

PARTE CUARTA
DE POTENCIA A POTENCIA252

I
DE CÓMO EL CAPITÁN LLEGÓ A HABLAR SOLO

Quince días después del entierro de doña Teresa Carrillo de Albornoz, a eso de las once de una espléndida mañana del mes de las flores, víspera o antevíspera de San Isidro, nuestro amigo el Capitán Veneno se paseaba muy de prisa por la sala principal de la casa mortuoria, apoyado en dos hermosas y desiguales muletas253 de ébano y plata, regalo del marqués de los Tomillares; y aunque el mimado convaleciente estaba allí solo, y no había nadie ni en el gabinete ni en la alcoba, hablaba de vez en cuando a media voz, con la rabia y desabrimiento de costumbre.

– ¡Nada! ¡Nada!.. ¡Está visto! – exclamó por último, parándose en mitad de la habitación. – ¡La cosa no tiene remedio! ¡Ando perfectísimamente! ¡Y hasta creo que andaría mejor sin estos palitroques! Es decir, que ya puedo marcharme a mi casa…

Aquí lanzó un gran resoplido,254 como si suspirase a su manera, y murmuró cambiando de tono:

¡Puedo! ¡He dicho puedo!.. ¿Qué es poder? Antes pensaba yo que el hombre podía hacer todo lo que quería, y ahora veo que ni tan siquiera puede querer lo que le acomoda… ¡Pícaras mujeres!255 ¡Bien me lo había yo temido desde que nací! ¡Y bien me lo figuré en cuanto me vi rodeado de faldas la noche del 26 de Marzo! ¡Inútil fue tu precaución, padre mío, de hacerme amamantar por una cabra! ¡Al cabo de los años mil,256 he venido a caer en manos de estas sayonas que te obligaron a suicidarte!.. Pero ¡ah!, ¡yo me escaparé, aunque me deje el corazón en sus uñas!

En seguida miró el reloj, suspiró de nuevo, y dijo muy quedamente, como reservándose de sí propio:

– ¡Las once y cuarto, y todavía no la he visto, aunque estoy levantado257 desde las seis!.. ¡Qué tiempos aquellos en que me traía el chocolate y jugábamos al tute! Ahora siempre que llamo, entra la gallega… ¡Reventada258 sea "tan digna servidora", que diría el necio de mi primo! Pero, en cambio, luego darán las doce, y me avisarán que está el almuerzo… Iré al comedor, y me encontraré allí con una estatua vestida de luto, que ni habla, ni ríe, ni llora, ni come, ni bebe, ni sabe nada de lo que ocurre, nada de lo que su madre me contó aquella noche, nada de lo que va a suceder, si Dios no lo remedia… ¡Cree la muy orgullosa que está en su casa, y todo su afán es que acabe de ponerme bueno y me marche, para que mi compañía no la desdore en la opinión de las gentes! ¡Infeliz! ¿Cómo sacarla de su error? ¿Cómo decirle que la tengo engañada; que su madre no me entregó ningún dinero; que, desde hace quince días, todo lo que se gasta acá sale de mi propio bolsillo? – ¡Ah! ¡Eso nunca! ¡Primero me dejo matar que decirle tal cosa! – Pero ¿qué hago? ¿Cómo no darle, antes o después, cuentas verdaderas o fingidas? ¿Cómo seguir así indefinidamente? – ¡Ella no lo consentirá! ¡Ella me llamará a capítulo cuando gradúe que debe de habérseme acabado lo que suponga que poseía su madre, y entonces se armará en esta casa la de Dios es Cristo!259

Por aquí iba en sus pensamientos don Jorge de Córdoba, cuando sonaron unos golpecitos en la puerta principal de la sala, seguidos de estas palabras de Angustias:

– ¿Se puede entrar?260

– ¡Entre usted con cinco mil261 de a caballo! – gritó el Capitán, loco de alegría, corriendo a abrir la puerta y olvidando todas sus alarmas y reflexiones. – ¡Ya era tiempo de que me hiciese usted una visita como antiguamente! – ¡Aquí tiene usted al oso enjaulado y aburrido, deseando tener con quien pelear! ¿Quiere usted que echemos una mano al tute? Pero… ¿qué pasa? ¿Por qué me mira usted con esos ojos?

– Sentémonos262 y hablemos, Capitán… – dijo gravemente Angustias, cuyo hechicero rostro, pálido como la cera, expresaba la más honda emoción.

Don Jorge se retorció los bigotes, según hacía siempre que barruntaba tempestad, y sentose en el filo de una butaca, mirando a un lado y otro con aire y desasosiego de reo en capilla.

La joven tomó asiento muy cerca de él; reflexionó unos instantes, o bien reunió fuerzas para la ya presentida borrasca, y expuso al fin con imponderable dulzura:

II
BATALLA CAMPAL 263

– Señor de Córdoba: la mañana en que murió mi bendita madre, y cuando, cediendo a ruegos de usted, me retiraba a mi aposento, después de haberla amortajado, por haberse empeñado usted264 en quedarse solo a velarla, con una piedad y una veneración que no olvidaré jamás…

– ¡Vamos, vamos, Angustias!.. – ¿Quién dijo miedo? – ¡Cara feroz al enemigo! – ¡Tenga usted valor para sobreponerse a esas cosas!

– Sabe usted que no me ha faltado hasta hoy… – respondió la joven con mayor calma. – Pero no se trata ahora de esta pena, con la cual vivo y viviré perpetuamente en santa paz, y a cuyo dulce tormento no renunciaría por nada del mundo… Se trata de contrariedades de otra índole, en que por fortuna caben alteraciones, y que van a tener en seguida total remedio…

– ¡Quiéralo Dios! – rezó el capitán, viendo cada vez más cerca el nublado.

– Decía… – continuó Angustias – que aquella mañana me habló usted, sobre poco más o menos, así: "Hija mía…"

– ¡Hombre!265 ¡Qué cosas dice uno! ¡Yo la llamé a usted "hija mía"!

– Déjame proseguir, señor don Jorge. "Hija mía… – exclamó usted con una voz que me llegó al alma: – en nada tiene usted que pensar por ahora más que en llorar y en pedir a Dios por su madre… Sabe usted que he asistido a tan santa mujer en sus últimos momentos… Con este motivo, me ha266 enterado de todos sus asuntos y hecho entrega del dinero que poseía, para que yo corra con entierro, lutos y demás, como tutor de usted, que me ha nombrado privadamente, y para librarla de cuidados en los primeros días de su dolor… Cuando se tranquilice usted, ajustaremos cuentas…"

– ¿Y qué? – interrumpió el Capitán, frunciendo muchísimo el entrecejo, como si, a fuerza de parecer terrible, quisiese cambiar la efectividad de las cosas. – ¿No he cumplido bien267 tales encargos? ¿He hecho alguna locura? ¿Cree usted que he despilfarrado su herencia?.. ¿No era justo costear entierro mayor a aquella ilustre señora? O ¿acaso le ha referido a usted ya algún chismoso que le he puesto en la sepultura una gran lápida con sus títulos de Generala y de Condesa? Pues lo268 de la lápida ha sido capricho mío personal, y tenía pensado rogar a usted que me permitiera pagarla de mi dinero! ¡No he podido resistir a la tentación de proporcionar a mi noble amiga el gusto y la gala de usar entre los muertos los dictados que no le permitieron llevar los vivos!

– Ignoraba lo de la lápida… – profirió Angustias con religiosa gratitud, cogiendo y estrechando una mano de don Jorge, a pesar de los esfuerzos que hizo éste por retirarla. – ¡Dios se lo pague a usted! – ¡Acepto ese regalo, en nombre de mi pobre madre y en el mío! – Pero, aun así y todo, ha hecho usted muy mal, sumamente mal, en engañarme respecto de otros puntos; y, si antes me hubiera enterado de ello, antes habría venido a pedirle a usted cuentas.

– ¿Y podrá saberse, mi querida señorita, en qué la he engañado a usted? – se atrevió todavía a preguntar D. Jorge, no concibiendo que Angustias supiese cosas que sólo a él, y momentos antes de expirar, había referido doña Teresa.

– Me engañó usted aquella triste mañana… – respondió severamente la joven, – al decirme que mi madre le había entregado no sé qué cantidad…

– ¿Y en qué se funda vuestra señoría para desmentir con esa frescura a todo un Capitán de ejército, a un hombre honrado, a una persona mayor? – gritó con fingida vehemencia D. Jorge, procurando meter la cosa a barato y armar camorra para salir de aquel mal negocio.

– Me fundo – respondió Angustias sosegadamente – en la seguridad, adquirida después, de que mi madre no tenía ningún dinero cuando cayó en cama.

– ¿Cómo que no?269 ¡Estas chiquillas270 se lo quieren saber todo! ¿Pues ignora usted que doña Teresa acababa de enajenar una joya de muchísimo mérito?..

– Sí… sí… ¡ya sé!.. Una gargantilla de perlas con broches de brillantes… por la cual le dieron quinientos duros…

– ¡Justamente! ¡Una gargantilla de perlas… como nueces, de cuyo importe nos queda todavía mucho oro que ir gastando!.. ¿Quiere usted que se lo entregue ahora mismo? ¿Desea usted encargarse ya de la administración de su hacienda? ¿Tal mal le va con mi tutoría?

– ¡Qué bueno es usted, Capitán!.. Pero ¡que imprudente a la vez! – repuso la joven. – Lea usted esta carta, que acabo de recibir, y verá dónde estaban los quinientos duros desde la tarde en que mi madre cayó herida de muerte…

El Capitán se puso más colorado que una amapola; pero aun sacó fuerzas de flaqueza, y exclamó, echándola271 de muy furioso…

– ¡Conque es decir que yo miento! ¡Conque un papelucho merece más crédito que yo! ¡Conque de nada me sirve toda una vida de formalidad, en que he tenido palabra de rey!

– Le sirve a usted, señor D. Jorge, para que yo le agradezca más y más el que,272 por mí, y sólo por mí, haya faltado esta vez a esa buena costumbre…

– ¡Veamos qué dice la carta! – replicó el Capitán, por ver si hallaba en ella medio de cohonestar la situación. – ¡Probablemente será alguna pamplina!

La carta era del abogado o asesor de la difunta Generala, y decía así:

"Señorita Doña Angustias Barbastro.

"Muy señora mía y estimada amiga:

"Acabo de recibir extraoficialmente la triste noticia del óbito de su señora madre (Q. S. G. H.)273, y acompaño a usted en su legítimo sentimiento, deseándole fuerzas físicas y morales para sufrir tan inapelable y rudo golpe de la Superioridad274 que regula los destinos humanos.

"Dicho esto,275 que no es fórmula oratoria de cortesía, sino expresión del antiguo y alegado afecto que le profesa mi alma, tengo que cumplir con usted otro deber sagrado, cuyo tenor es el siguiente:

"El procurador o agente de negocios de su difunta madre, al notificarme hoy la penosa nueva, me ha dicho que, cuando, hace dos semanas, fue a poner en su conocimiento la desfavorable resolución del expediente de la viudedad, y a presentarle las notas de nuestros honorarios, tuvo ocasión de comprender que la señora poseía apenas el dinero suficiente para satisfacerlos,276 como por desventura los satisfizo en el acto, con un apresuramiento277 en que creí ver nuevas señales del amargo desvío que ya me había usted demostrado con anterioridad…

"Ahora bien, mi querida Angustias: atorméntame mucho la idea de si estará usted pasando apuros y molestias en tan agravantes circunstancias, por la exagerada presteza con que su mamá me hizo efectiva aquella suma (reducido precio de las seis solicitudes, cuyo borrador le escribí y hasta copié en limpio), y pido a usted su consentimiento previo para devolver el dinero, y aun para agregar todo lo demás que usted necesite y yo posea.

"No es culpa mía si no tengo personalidad suficiente ni otros títulos que un amor tan grande como sin correspondencia, al hacer a usted semejante ofrecimiento, que le suplico acepte, en debida forma, de su apasionado y buen amigo, atento y seguro servidor, que besa sus pies,

"Tadeo Jacinto de Pajares."

– ¡Mire usted aquí un abogado a quien yo le voy a cortar el pescuezo! – exclamó D. Jorge, levantando la carta sobre su cabeza. – ¡Habrá infame! ¡Habrá judío!278 ¡Habrá canalla!.. Asesina a la buena señora hablándole de insolvencia, y de ejecución, al pedirle los honorarios, para ver si la obligaba a darle la mano de usted; y ahora quiere comprar esa misma mano con el dinero que le sacó por haber perdido el asunto de la viudedad… ¡Nada, nada! ¡Corro en su busca! ¡A ver!279 ¡Alárgueme usted esas muletas! – ¡Rosa! ¡mi sombrero!.. (Es decir: ve a mi casa y di que te lo den.) O si no, tráeme (que ahí estará en la alcoba) mi gorra de cuartel… ¡y el sable! – Pero no… ¡no traigas el sable! ¡Con las muletas me basta y sobra para romperle la cabeza!

– Márchate, Rosa… y no hagas caso; que éstas son chanzas del Sr. D. Jorge… – expusó Angustias, haciendo pedazos la carta. – Y usted Capitán, siéntese y óigame… – se lo suplico. – Yo desprecio al señor abogado con todos sus mal adquiridos millones, y ni le he contestado, ni le contestaré. – ¡Cobarde y avaro, imaginó desde luego que podría hacer suya a una mujer como yo,280 sólo con defender de balde en las oficinas nuestra mala causa!.. – No hablemos más, ni ahora ni nunca, del indigno viejo…

– ¡Pues no hablemos tampoco de ninguna otra cosa! – añadió el ladino Capitán, logrando alcanzar las muletas y comenzando a pasearse aceleradamente cual si huyera de la interrumpida discusión.

– Pero, amigo mío… – observó con sentido acento la joven. – Las cosas no pueden quedar así…

– ¡Bien! ¡Bien! Ya hablaremos de eso. Lo que ahora interesa es almorzar, pues yo tengo muchísima hambre… Y ¡qué fuerte me ha dejado la pierna ese zorro viejo281 de doctor! ¡Ando como un gamo! Dígame usted, cara de cielo, ¿a cómo estamos hoy?

– ¡Capitán! – exclamó Angustias con enojo. – ¡No me moveré de esta silla hasta que me oiga usted, y resolvamos el asunto que aquí me ha traído!

– ¿Qué asunto? ¡Vaya!.. ¡Déjeme usted a mi de canciones!.. Y, a propósito de canciones… ¡Juro a usted no volver a cantar en toda mi vida la jota aragonesa! ¡Pobre Generala! ¡Cómo se reía al oírme!

– ¡Señor de Córdoba!.. – insistió Angustias con mayor acritud. – ¡Vuelvo a suplicar a usted que preste alguna atención a un caso en que están comprometidas mi honra y mi dignidad!..

– ¡Para mí no tiene usted nada comprometido! – respondió D. Jorge, tirando al florete282 con la más corta de las muletas. – ¡Para mí es usted la mujer más honrada y digna que Dios ha criado!

– ¡No basta serlo para usted! ¡Es necesario que opine lo mismo todo el mundo! Siéntese usted, pues, y escúcheme, o envío a llamar a su señor primo, el cual, a fuer de hombre de conciencia, pondrá término a la vergonzosa situación en que me hallo.

– ¡Le digo a usted que no me siento! Estoy harto de camas, de butacas y de sillas… Sin embargo, puede usted hablar cuanto guste… – replicó D. Jorge, dejando de tirar al florete; pero quedándose en primera guardia.

– Poco será lo que le diga… – profirió Angustias, volviendo a su grave entonación, – y ese poco… ya se le habrá ocurrido a usted desde el primer momento. Señor Capitán: hace quince días que sostiene usted283 esta casa; usted pagó el entierro de mi madre; usted me ha costeado los lutos; usted me ha dado el pan que he comido… Hoy no puedo abonarle lo que lleva gastado, como se lo abonaré con el tiempo…; pero sepa usted que desde ahora mismo…

– ¡Rayos y culebrinas!284 ¡Pagarme usted a mí! ¡Pagarme ella!.. – gritó el Capitán con tanto dolor como furia, levantando en alto las muletas, hasta llegar con la mayor al techo de la sala. – ¡Esta mujer se ha propuesto matarme! – ¡Y para eso quiere que la oiga!.. – ¡Pues no la oigo a usted! ¡Se acabó la conferencia!285– ¡Rosa! ¡El almuerzo! – Señorita: en el comedor la aguardo… – Hágame el obsequio de no tardar mucho.

– ¡Buen modo tiene usted de respetar la memoria de mi madre! ¡Bien cumple los encargos que le hizo en favor de esta pobre huérfana! ¡Vaya un interés que se toma por mi honor y por mi reposo!.. – exclamó Angustias con tal majestad, que D. Jorge se detuvo como el caballo a quien refrenan; contempló un momento a la joven; arrojó las muletas lejos de sí; volvió a sentarse en la butaca, y dijo, cruzándose de brazos:

– ¡Hable usted hasta la consumación de los siglos!

– Decía… – continuó Angustias, así que se hubo serenado – que desde hoy cesará la absurda situación creada por la imprudente generosidad de usted. Ya está usted bueno, y puede trasladarse a su casa…

– ¡Bonito arreglo! – interrumpió don Jorge, tapándose luego la boca como arrepentido de la interrupción.

– ¡El único posible! – replicó Angustias.

– ¿Y qué hará usted en seguida, alma de Dios? – gritó el Capitán. – ¿Vivir del aire, como los camaleones?

– Yo… ¡figúrese usted!.. Venderé casi todos los muebles y ropas de la casa…

– ¡Que valen cuatro cuartos!286– volvió a interrumpir D. Jorge, paseando una mirada despreciativa por las cuatro paredes de la habitación, no muy desmanteladas, a la verdad.

– ¡Valgan lo que valieren!287– repuso la huérfana con mansedumbre. – Ello es que dejaré de vivir a costa de su bolsillo de usted, o de la caridad de su señor primo.

– ¡Eso no! ¡canastos! ¡Eso no! Mi primo no ha pagado nada! – rugió el Capitán con suma nobleza. – ¡Pues no faltaba más, estando yo en el mundo!288– Cierto es que el pobre Álvaro… – yo no quiero quitarle su mérito, – en cuanto supo289 la fatal ocurrencia se brindó a todo… es decir, ¡a muchísimo más de lo que usted puede figurarse!.. Pero yo le contesté que la hija de la condesa de Santurce sólo podía admitir favores (o sea hacerlos ella misma, en el mero hecho de admitirlos) de su tutor D. Jorge de Córdoba, a cuyos cuidados la confió la difunta. – El hombre conoció la razón, y entonces me reduje a pedirle prestados, nada más que prestados, algunos maravedises,290 a cuenta del sueldo que gano en su contaduría. – Por consiguiente, señorita Angustias, puede usted tranquilizarse en ese particular, aunque tenga más orgullo que D. Rodrigo en la horca.291

– Me es lo mismo… – balbuceó la joven – supuesto que yo he de pagar al uno o al otro, cuando…

– ¿Cuando qué? – ¡Ésa es toda la cuestión! – Dígame usted cuándo…

– ¡Hombre!.. Cuando, a fuerza de trabajar, y con la ayuda de Dios misericordioso, me abra camino en esta vida…

– ¡Caminos, canales y puertos!292– voceó el Capitán. – ¡Vamos, señora! ¡No diga usted simplezas! – ¡Usted trabajar! ¡Trabajar con esas manos tan bonitas, que no me cansaba de mirar cuando jugábamos al tute! – Pues, ¿a qué estoy yo en el mundo, si la hija de doña Teresa Carrillo, ¡de mi única amiga!, ha de coger una aguja, o una plancha, o un demonio,293 para ganarse un pedazo de pan?

– Bien: dejemos todo eso a mi cuidado y al tiempo… – replicó Angustias, bajando los ojos. – Pero, entretanto quedamos en que usted me dispensará el favor de marcharse hoy… – ¿No es verdad que se marchará usted?

– ¡Dale que dale!294– Y ¿por qué ha de ser verdad? ¿Por qué he de irme, si no me va mal aquí?

– Porque ya está usted bueno; ya puede andar por la calle, como anda por la casa, y no parece bien que sigamos viviendo juntos…

– ¡Pues figúrese usted que esta casa fuera de huéspedes!.. ¡Ea! ¡Ya lo tiene usted arreglado todo! ¡Así no hay que vender muebles ni nada! Yo le pago a usted mi pupilaje; ustedes me cuidan… ¡y en paz! Con los dos sueldos que reúno hay de sobra para que todos lo pasemos muy bien, puesto que en adelante no me formarán causas por desacato, ni volveré a perder nada al tute, como no sea la paciencia… cuando me gane usted muchos juegos seguidos… ¿Quedamos conformes?

– ¡No delire usted, Capitán! – profirió Angustias, con voz melancólica. – Usted no ha entrado en esta casa como pupilo ni nadie creería que estaba295 usted en ella en tal concepto; ni yo quiero que lo esté… ¡No tengo yo edad ni condiciones para ama de huéspedes!.. Prefiero ganar un jornal cosiendo o bordando.

– ¡Y yo prefiero296 que me ahorquen! – gritó el Capitán.

– Es usted muy compasivo… – prosiguió la huérfana, – y le agradezco con toda mi alma lo que padece al ver que en nada puede ayudarme… Pero ésta es la vida,297 éste es el mundo, ésta es la ley de la sociedad.

– ¿Qué me importa a mí la sociedad?

– ¡A mí me importa mucho! Entre otras razones, porque sus leyes son un reflejo de la ley de Dios.

– ¡Conque es ley de Dios que yo no pueda mantener a quien quiero!

– Lo es, señor Capitán, en el mero hecho de estar la sociedad dividida en familias…

– ¡Yo no tengo familia, y, por consiguiente, puedo disponer libremente de mi dinero!

– Pero yo no debo aceptarlo. La hija de un hombre de bien que se apellidaba Barbastro, y de una mujer de bien que se apellidaba Carrillo, no puede vivir a expensas de un cualquiera

– ¡Luego yo soy para usted un cualquiera!..

– Y un cualquiera de los peores… para el caso de que se trata, supuesto que es usted soltero, todavía joven, y nada santo…298 de reputación.

– ¡Mire usted, señorita! – exclamó resueltamente el Capitán, después de breve pausa, como quien va a epilogar y resumir una intrincada controversia. – La noche que ayudé a bien morir a su madre de usted le dije honradamente y con mi franqueza habitual (para que aquella buena señora no se muriese en un error, sino a sabiendas299 de lo que pasaba), que yo, el Capitán Veneno, pasaría por todo en este mundo, menos por tener mujer e hijos. – ¿Lo quiere usted más claro?

– ¿Y a mí qué me cuenta usted? – respondió Angustias con tanta dignidad como gracia. – ¿Cree usted, por ventura, que yo le estoy pidiendo indirectamente su blanca mano?300

– ¡No, señora! – se apresuró a contestar D. Jorge, ruborizándose hasta lo blanco de los ojos. – ¡La conozco a usted demasiado para suponer tal majadería! – Además, ya hemos visto que usted desprecia novios millonarios, como el abogado de la famosa carta… – ¿Qué digo? La propia doña Teresa me dio la misma contestación que usted, cuando le revelé mi inquebrantable301 propósito de no casarme nunca… Pero yo le hablo a usted de esto para que no extrañe ni302 lleve a mal el que, estimándola a usted como la estimo, y queriéndola como la quiero… (¡porque yo la quiero a usted muchísimo más de lo que se figura!), no corte por lo sano y diga: "¡Basta de requilorios, hija del alma! ¡Casémonos, y aquí paz y después gloria!"

– ¡Es que no bastaría que usted lo dijese!.. – contestó la joven con heroica frialdad. – Sería menester que usted me gustara.

– ¿Estamos ahí ahora? – bramó el Capitán, dando un brinco. – Pues ¿acaso no le gusto yo a usted?

– ¿De dónde saca usted semejante probabilidad, caballero don Jorge? – repuso Angustias implacablemente.

– ¡Déjeme usted a mí de probabilidades ni de latines! – tronó el pobre discípulo de Marte. – ¡Yo sé lo que me digo!303 ¡Lo que aquí pasa, hablando mal y pronto, es que no puedo casarme con usted, ni vivir de otro modo en su compañía, ni abandonarla a su triste suerte!.. Pero créame usted, Angustias: ni usted es una extraña para mí, ni yo lo soy para usted… ¡y el día que yo supiera que usted ganaba ese jornal que dice; que usted servía en una casa ajena; que usted trabajaba con sus manecitas de nácar… que usted tenía hambre… o frío, o… (¡Jesús! ¡No quiero pensarlo!), le pegaba fuego a Madrid, o me saltaba la tapa de los sesos! – Transija usted, pues; y, ya que no acepte el que vivamos juntos como dos hermanos304 (porque el mundo lo mancha todo con sus ruines pensamientos), consienta que le señale una pensión anual, como la señalan los Reyes o los ricos a las personas dignas de protección y ayuda…

– Es que usted, señor don Jorge, no tiene nada de rico ni de Rey.

– ¡Bueno! Pero usted es para mí una reina, y debo y quiero pagarle el tributo voluntario con que suelen sostener los buenos súbditos a los reyes proscritos…

– Basta de reyes y de reinas, mi Capitán… – prosiguió Angustias con el triste reposo de la desesperación. – Usted no es, ni puede ser para mi otra cosa que un excelente amigo de los buenos tiempos, a quien siempre recordaré con gusto. Digámonos adiós, y déjeme siquiera la dignidad en la desgracia.

– ¡Eso es! ¡Y yo, entretanto, me bañaré en agua de rosas,305 con la idea de que la mujer que me salvó la vida, exponiendo la suya, está pasando las de Caín! ¡Yo tendré la satisfacción de pensar en que la única hija de Eva de quien he gustado, a quien he querido, a quien… adoro con toda mi alma, carece de lo más necesario, trabaja para alimentarse malamente, vive en una guardilla, y no recibe de mí ningún socorro, ningún consuelo!..

– ¡Señor Capitán! – interrumpió Angustias solemnemente. – Los hombres que no pueden casarse, y que tienen la nobleza de reconocerlo y de proclamarlo, no deben hablar de adoración a las señoritas honradas. Conque lo dicho: mande usted por un carruaje, despidámonos como personas decentes, y ya sabrá usted de mí cuando me trate mejor la fortuna.

– ¡Ay, Dios mío de mi alma! ¡Qué mujer ésta! – clamó el Capitán, tapándose el rostro con las manos. – ¡Bien me lo temí todo desde que le eché la vista encima! ¡Por algo306 dejé de jugar al tute con ella! ¡Por algo he pasado tantas noches sin dormir! – ¿Hase visto apuro semejante al mío? ¿Cómo la dejo desamparada y sola, si la quiero más que a mi vida? ¿Ni307 cómo me caso con ella, después de tanto como he declamado contra el matrimonio? ¿Qué dirían de mí en el Casino? ¿Qué dirían los que me encontrasen en la calle con una mujer de bracete, o en casa, dándole la papilla a un rorro?308– ¡Niños a mí! ¡Yo bregar con muñecos! ¡Yo oírlos llorar! ¡Yo temer a todas horas que estén malos, que se mueran, que se los lleve el aire! – Angustias… ¡créame usted por Jesucristo309 vivo! ¡Yo no he nacido para esas cosas! – ¡Viviría tan desesperado, que, por no verme y oírme, pediría usted a voces el divorcio o quedarse viuda!.. – ¡Ah! ¡Tome usted mi consejo! ¡No se case conmigo, aunque yo quiera!

– Pero, hombre… – expuso la joven, retrepándose en su butaca con admirable serenidad. ¡Usted se lo dice todo! – ¿De dónde saca usted que yo deseo que nos casemos; que yo aceptaría su mano; que yo no prefiero vivir sola, aunque para ello tenga que trabajar día y noche, como trabajan otras muchas huérfanas?

– ¿Que de dónde lo saco? – respondió el Capitán con la mayor ingenuidad del mundo. – ¡De la naturaleza de las cosas! ¡De que los dos nos queremos! ¡De que los dos nos necesitamos! ¡De que no hay otro arreglo para que un hombre como yo y una mujer como usted vivan juntos! – ¿Cree usted que yo no lo conozco; que no lo había pensado ya; que a mí me son indiferentes su honra y su nombre? – Pero he hablado por hablar, por huir de mi propia convicción, por ver si escapaba al terrible dilema que me quita el sueño, y hallaba un modo de no casarme con usted… como al cabo tendré que casarme, si se empeña en quedarse sola…

– ¡Sola! ¡Sola!.. – repitió donosamente Angustias. – Y ¿por qué no mejor acompañada? ¿Quién le dice a usted que no encontraré yo con el tiempo un hombre de mi gusto, que no tenga horror al matrimonio?

– ¡Angustias! ¡Doblemos esa hoja! – gritó el Capitán, poniéndose de color de azufre.

– ¿Por qué doblarla?

– ¡Doblémosla, digo!..; y sepa usted desde ahora, que me comeré el corazón del temerario que la pretenda… Pero hago muy mal en incomodarme sin fundamento alguno… ¡No soy tan tonto que ignore lo que nos sucede!.. ¿Quiere usted saberlo? Pues es muy sencillo. ¡Los dos nos queremos!.. Y no me diga usted que me equivoco, ¡porque eso sería faltar a la verdad! Y allá va la prueba. ¡Si usted no me quisiera a mí, no la querría yo a usted!.. ¡Lo que yo hago es pagar! ¡Y le debo a usted tanto!.. ¡Usted, después de haberme salvado la vida, me ha asistido como una Hermana de la Caridad; usted ha sufrido con paciencia todas las barbaridades que, por librarme de su poder seductor, le he dicho durante cincuenta días; usted ha llorado en mis brazos cuando se murió su madre; usted me está aguantando hace una hora!.. En fin… ¡Angustias!.. Transijamos… Partamos la diferencia… ¡Diez años de plazo le pido a usted! Cuando yo cumpla el medio siglo, y sea ya otro hombre, enfermo, viejo y acostumbrado a la idea de la esclavitud, nos casaremos sin que nadie se entere, y nos iremos fuera de Madrid, al campo, donde no haya público, donde nadie pueda burlarse del antiguo Capitán Veneno… Pero, entretanto, acepte usted, con la mayor reserva, sin que lo sepa alma viviente, la mitad de mis recursos… Usted vivirá aquí, y yo en mi casa. Nos veremos… siempre delante de testigos: por ejemplo, en alguna tertulia formal. Todos los días nos escribiremos. Yo no pasaré jamás por esta calle, para que la maledicencia no murmure… y, únicamente el día de Finados, iremos juntos al cementerio, con Rosa, a visitar a doña Teresa…

Angustias no pudo menos de sonreírse al oír este supremo discurso del buen Capitán. Y no era burlona aquella sonrisa, sino gozosa, como un deseado albor de esperanza, como el primer reflejo del tardío astro de la felicidad, que ya iba acercándose a su horizonte… Pero, mujer al cabo, aunque tan digna y sincera como la que más, supo reprimir su naciente alegría, y dijo con simulada desconfianza y con la entereza propia de un recato verdaderamente pudoroso:

– ¡Hay que reírse de las extravagantes condiciones que pone usted a la concesión de su no solicitado anillo de boda! – ¡Es usted cruel en regatear al menesteroso limosnas que tiene la altivez de no pedir, y que por nada de este mundo aceptaría! Pues añada usted que, en la presente ocasión, se trata de una joven… no fea ni desvergonzada, a quien está usted dando calabazas310 hace una hora, como si ella le hubiese requerido de amores. – Terminemos, por consiguiente, tan odiosa conversación, no sin que antes lo perdone yo a usted y hasta le dé las gracias por su buena, aunque mal expresada voluntad… ¿Llamo ya a Rosa para que vaya por el coche?

248.de rodillas, on the knees: Spanish de occurs in adverbial expressions of time, place, and manner. English uses the corresponding of in expressions of time (of a morning, of a summer afternoon, all of a sudden); and we do hear such use as fell of a heap; but of old, of a truth, of a child (Mark 10:21), of necessity, etc., are growing quaint.
249.¡Llora [] …! Weep…! English loses here the force of the thou form. In Jorge's last speech, he called her Angustias without the usual señorita, but used entre (usted). Afterwards he will go on again with formal usted.
250.acariciándole el pelo, caressing her hair: the dative of interest, le instead of the possessive adjective.
251.no pudo menos de significarle aprecio, y gratitud, poniéndole una mano sobre el corazón, she could do no less than show him some appreciation and gratitude by placing her hand on his heart. In one edition we read poniéndose una mano, etc. But this is a manifest error, since despite the frequency of the phrase ponerse la mano sobre el corazón, as a phrase of cogitation or of asseveration, those passages lack the essential element of this passage, which is the showing of appreciation and gratitude by a gentle caress: placing her hand on his heart.
252.De Potencia a Potencia, Might against Might, or The Final Struggle. Cf. moviéronse ambos campos decididos a perecer o triunfar, y diose la batalla de poder a poder. Nuevo Diccionario, Casa Bouret, México, 1887, p. 969. Salvá translates the expression into Latin summis utrimque viribus.
253.desiguales muletas, a crutch and a cane.
254.resoplido, a snort: in keeping: Alarcón speaks of resoplido que da su caballo (Diario I, 79) and de la locomotora, and de un toro cuando fenece, of a dying bull (ibid., p. 10).
255.Pícaras: Alarcón in the Diario says: ¡pícaro Alah! roguish Allah!
256.años mil, a thousand years: this order is poetical, and usually occurs with some pleasant word (virtudes mil, gracias mil, vergüenzas mil).
257.estoy levantado: estoy with an -ado form, felt as a present: I am up, have been up; as often with verbs of motion: está llegado, has arrived.
258.¡Reventada…! a coarse word burst for die, like French crever. We sometimes find this usage imitated in English, where an author knows French.
259.la de Dios es Cristo: allusion to the fierce old religious disputes as to the character of the Trinity.
260.¿Se puede entrar? May one enter? May I come in? This use of se is more and more felt as a nominative or subject: se ha dicho, it has been said, felt as one has said. Intransitive verbs started the fashion (or carried it on from the Latin type secutus est): está amándose being se está amando; and thus sound and use of intransitives with se became familiar through the very frequent verbs (intransitive) estar and ir, and spread till se, like que, has many shades of function.
261.con cinco mil [diablos] de a caballo, with 5000 [devils] on horseback: Jorge is using up oaths. Later he orders Rosa con cinco mil demonios. Alarcón uses con mil santos,: and in La Pródiga, p. 243, when the horse comes back without Julia: ¡Jesús, Jesús, mil veces! It is striking how frequently numbers are used in oaths. In Villaseñor's Guillermo we have 200,000 demonios. Frequently the oath has the addition "mounted on horseback". The numbers occur also in magic and charms and in church literature. Laval quotes:
262.Sentémonos for -mos-nos, as always nowadays.
263.Batalla Campal, Pitched Battle: this chapter is the longest in the book, and a good short story of itself.
264.empeñado usted en, (because) you insisted on (sitting up to watch with her): verbs compounded show a tendency to echo the prefix (unless the verb is used for some commoner verb of a different construction, e.g. consentir en or convenir en under the influence of venir en, quedar en): dejar de hablar, to cease from speaking; contar con, count on; insistir en; acostumbrarse a; cumplir con, comply withcumplir formerly was used much more without con as equivalent to hacer; now it tends to become a special verb with con (cumplir con sus deberes, comply with one's obligations). Before que of the dependent clause the preposition is very exacting. Cf. for use of prepositions, English depart from, agree to, dismiss from, admit to, enter in, etc.
265.¡Hombre! Why man alive! As we say Yes, sir, for emphasis, so Spanish uses señor and hombre, at times, to a woman, a child, even to a dog.
266.me ha = ella me ha: he in four other editions is an error.
267.cumplido bien, fulfilled well: cumplir omits con usually when it means hacer. Cf. note 113, 8.
268.lo, that matter [of the gravestone].
269.¿Cómo que no? = ¿Cómo puede usted decir que no? How can you say she did not?
270.¡Estas chiquillas…! You little girls: as though third person like ustedes.
271.echándola: echar in one of its many uses: acting as though [very furious].
272.el que = el hecho que, the fact that: this el makes the whole clause into a substantive (subject or object), and seems like a neuter in its use.
273.Q. S. G. H. = Que santa gloria haya, May she rest in peace; haya here keeps its old independent force: may she have.
274.Superioridad: begins with small s in 10th edition.
275.Dicho esto, This said: the usual order for the absolute construction.
276.satisfacerlos: this verb preserves the old form of hacer.
277.apresuramiento, haste: long words in Spanish are often very transparent: here the stem is pres; -amiento (-imiento with -er and -ir verbs) is so uniformly added to verb stems that its force should be clear: 'act or manner or time of'. There are about 1000 such words in -miento: note consentimiento and ofrecimiento, in the same letter.
278.¡Habrá judío! Can there be any Jew (so base)! Alarcón was always ready to cast a slur at the Jew. So in his story of El Afrancesado: ¡Por judío! For [his being] a Jew! For the tense, cf. the future in: Una vieja lo cuidaba, sin reparar que era un enemigo… (¡Muchos años de gloria llevará ya la viejecita por aquella buena acción!)… (She must have been a good many years in glory for that good action.) Giese ed., p. 58. Cf. ¿Usted irá…? You are going where? as a more polite form than ¿A dónde va usted? Ibid., p. 61.
279.¡A ver! = vamos a ver, Let's see. Often 'Let me see, show me.'
280.como yo: yo as usual, not . Reminds one of Shakespeare, "not gone to tell my lord that I kiss aught but he", Cymbeline II, 3.
281.zorro viejo, old fox: good naturedly, and not as Jesus called Herod an old fox.
282.tirando al florete, flourishing [his cane] like a sword; cf. a la oriental, oriental fashion; [hablaba] a lo general antiguo; como Napoleón en las pirámides, like an old-time general; like Napoleon at the [battle of the] pyramids. Diario II, 210.
283.hace quince días que sostiene usted, for fifteen days you have been supporting. Present as usual after hacer… que, to correspond to our progressive perfect.
284.culebrinas, cannon: not especially good to swear with, except that it begins with a k sound like Cristo. Cf. canastos, caminos, canales, etc.
285.¡Se acabó la conferencia! The interview is over: se acabó is often heard (e.g. at the end of a play): It is all over, it's all gone, etc. This is an idiomatic use of the preterite.
286.¡Que valen cuatro cuartos! And they are worth about two cents! This is his gruff way. The house is really well furnished.
287.¡Valgan lo que valieren! valga in the 10th edition, and some others. Both forms should be plural. Alarcón's penmanship was not the best, and he had no typewriter, and the printer doesn't always help.
288.no faltaba más, estando yo en el mundo = no faltaría más.
289.supo: translate heard or learned, as often in letters.
290.maravedises = maravedíes = maravedís: three plurals of maravedí.
291.aunque tenga más orgullo que D. Rodrigo en la horca. Other variants of this proverbial saying are: tener más vanidad q. D. R. en la horca; tener más fantasía q. D. R. e. l. h.; tener más gravedad q. D. R. e. l. h.; and andar más honrado q. D. R. e. l. h. All these phrases are supposed to refer to the bearing maintained by the notorious Marqués de Siete Iglesias, D. Rodrigo Calderón, who was the favorite of Philip III, and who was executed October 21, 1621, after conviction in a trial during which two hundred and thirty accusations for misdeeds were lodged against him. Despite the appropriateness of the phrases as descriptive of his bearing at the execution, the fact remains that the phrase Tiene más fantasía que D. Rodrigo en la horca occurs in a book published in Zaragoza in 1560, cf. Luis Montoto y Rautenstrauch, Personajes, personas y personillas, Sevilla, 1912, vol. III, pp. 25-26. Cf. also Enciclopedia Universal, etc. (Espasa), vol. 10, p. 653.
292.¡Caminos, canales y puertos! He repeats her word as people do in quarrels, and adds any word, with sense or without, that comes to his mind. Cf. English "Oh, your way in the world, nonsense!" or "Your way nothing!" or "Your way your granny!" The word demonio in l. 11 has a similar element: "or any old thing".
293.o un demonio: see preceding note.
294.¡Dale que dale! Keep it up! Keep it up! or Go for him! or our colloquial Hit him again (he has no friends), referring of course to the subject under discussion, and not to a person. Cf. McPherson's Spanish translation of Hamlet: Polonius: Still harping on my daughter: ¡Dale con mi hija!– Here the captain gives us another sample of asseverations. He uses many throughout the story.
295.nadie creería que estaba (or fuese): creer, ver, saber, decir may keep the indicative after a negative. Usage varies.
296.prefiero: again the captain repeats her word. Cf. note 128, 4.
297.ésta es la vida, such is life, not this is the life; similarly some soldiers translate C'est la guerre, It is the war, instead of It is war.
298.nada santo, not at all saintly; not nothing holy.
299.a sabiendas, fully aware: feminine form like de veras, a solas, a una, las de Caín.
300.su blanca mano, your white hand: color adjectives follow their nouns, but any adjective used in a (real or pretended) complimentary way may precede.
301.inquebrantable, unalterable [purpose]; but there is no such thing for him. It is a contest between the wind and the sun.
302.ni: in questions and exclamations and after negatives, or even implied negatives, as in this case, ni = or as well as nor. Cf. Lazarillo de Tormes, Tractado V: El mayor echador dellas que jamás yo vi, ni ver espero, ni pienso nadie vio, Greatest booster (seller, distributor) of them that I ever saw or hope to see, or anybody ever saw, I think.
303.lo que me digo: not what I say to myself, but what I am saying. The me is ethical like Shakespeare's He plucked me ope his doublet.
304.hermanos: translate, brother and sister. Cf. note, 50, 5.
305.me bañaré en agua de rosas, I shall be bathing in rosewater, i.e. 'and I shall not care a snap of my fingers about it', which of course he does not mean.
306.¡Por algo…! For some cause, with good reason.
307.Ni, Or again, as usual in questions.
308.rorro: nurse's word for baby, from ro ro repeated like English la la to soothe the little ones, "para arrullar a los niños", Diccionario de la Academia.
309.Jesucristo: another oath. Note the shortened form Jesu.
310.dando calabazas: each nation has a humorous term for refusing an offer of marriage. Ours is "to give the mitten". Spanish here says give gourds.
Pedro Antonio de Alarcón
Metin
Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
25 haziran 2017
Hacim:
212 s. 4 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain