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Kitabı oku: «Viajes por España», sayfa 8

Pedro Antonio de Alarcón
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Nada más vistoso que la perspectiva de aquella gran casa de los opulentos Dominicos. Su fachada, recargadísima de adornos, marca la transición del gótico al plateresco, y luce todas las galas y fantasías de este singular estilo, medio gentil y medio cristiano.

Muchísimo que admirar nos ofrecieron también el interior del templo, su sacristía, y, sobre todo, el claustro, obra magistral del mismo período del Renacimiento, restaurada modernamente; pero no fatigaré aquí á mis lectores con nuevas descripciones arquitectónicas, pues basta por hoy á mi objeto recomendarles que no dejen de estudiar muy despacio á Santo Domingo el día que visiten á Salamanca. – Conque vamos á otra cosa.

En este convento estuvo preso tres días San Ignacio de Loyola, y luego veintidós en la cárcel, todo ello siendo estudiante y seglar, hasta que se examinaron y absolvieron por varones doctos algunas doctrinas, que al principio parecían heréticas, del que había de acabar siendo fundador de la Compañía de Jesús y santo canonizado por la Iglesia…

Cupo, en cambio, á este mismo convento (según la tradición y según muchos libros, que algunos crueles eruditos comienzan ya á desmentir…) la alta gloria de albergar á Cristóbal Colón el invierno de 1486 á 1487, con motivo de hallarse también en Salamanca los Reyes Católicos. —Sala de Colón se llama todavía (¡y con qué profundo respeto la visitamos nosotros!) aquella en que se dice fué escuchado el ilustre genovés por los Padres Dominicos y por varios Doctores de la Universidad, los cuales (especialmente los primeros) se entusiasmaron mucho oyéndole, y lo alentaron con su protección más decidida, que le valió al cabo la del Maestro Fr. Diego de Deza, «al cual y al Convento de San Esteban ó de Santo Domingo de Salamanca (son palabras del mismo Colón transmitidas por Fr. Bartolomé de las Casas) debieron los Reyes Católicos las Indias». – Por eso (concluyen diciendo la tradición y los libros en que yo todavía creo) el gran navegante puso el nombre de Santo Domingo á la segunda isla que descubrió, como homenaje de gratitud al varón sabio y á la insigne Orden que más protegieron su empresa. – Tiempo es ya, por tanto (agrego yo), de que los poetas liberales reparemos bien en lo que decimos cuando se nos ocurra hablar de los frailes y doctores de Salamanca con referencia al sublime proyecto de Cristóbal Colón… ¡La fantasía no debe llegar hasta el falso testimonio!

Por último: el Convento de San Esteban ó de Santo Domingo encierra, entre otros grandes recuerdos, la sepultura del eminente Padre Soto, que tanto lució en el Concilio de Trento.

Y este fué el tema constante de nuestra conversación, en tanto que visitábamos el Museo Provincial, establecido hoy allí por la muy celosa y entendida Comisión de Monumentos salmantina, digna de disponer de más fondos…

* * *

Desde Santo Domingo bajamos hacia el río Tormes, pasando por un barrio en ruinas, en el cual hubo, hasta los tiempos de Enrique IV, un antiquísimo Alcázar Regio, que los monárquicos salmantinos de entonces juzgaron oportuno destruir, con anuencia del mismo Rey, para que no lo ocupasen los rebelados nobles. – En aquella parte de la ciudad estuvo también la Judería.

Salimos al fin de la población por la puerta llamada de Aníbal, bajando una pendientísima cuesta hasta llegar al famoso Puente Romano. – ¡Cartago! ¡Roma!.. ¡Todas las grandezas históricas van unidas á la de Salamanca! – El Tormes sabe tanto de mundo como el Tíber.

El nobilísimo río español llevaba aquella tarde bastante agua, y sus orillas, cubiertas de acacias y de otros árboles, no carecían de encanto ni de belleza… De entre lo más espeso de aquella pintoresca fronda salía mansamente el arroyo Zurguén, que baja de las históricas alturas de Arapiles y penetra en el Tormes, después de haber regado el precioso valle cantado por Iglesias y por Meléndez Valdés.

El Valle de Zurguén y las Praderas de Otea, lindantes también con Salamanca por el otro lado del río, son la Arcadia de la poesía pastoril española…

 
Venid, venid, zagalejos,
Que al Zurguén sale Amarilis…
 

decía Iglesias. Y casi en los mismos años denominaba Meléndez á su amada:

 
La gloria del Tormes,
La flor del Zurguén.
 

En cuanto al Puente, construído, dicen, por Domiciano, restaurado por Trajano y recompuesto más tarde por nuestro Felipe IV de Austria, mide 176 metros de longitud y cerca de cuatro de anchura. – Por él pasaba la calzada romana de la Plata, que iba de Mérida á Zaragoza.

Al otro lado del Puente hay, ó hubo, un barrio, frustrado varias veces por las inundaciones, en el cual no quedan ni señales del Hospital de Leprosos, de la Mancebía pública ni del Cementerio de Judíos, que existieron allí algún tiempo. – ¡Malhadado arrabal, á fe mía! ¡Sirvió de albergue á deicidas, rameras y leprosos, ó sea á tres lepras diferentes, y luego se lo llevó todo el agua!.. ¡Verdaderamente, el cataclismo fué muy justo!

* * *

Desde el Tormes subimos á visitar al ya citado señor chantre D. Camilo Álvarez de Castro, cuya casa y huerto se divisaban á una grande altura sobre nuestra cabeza, pues se apoyan en la antigua muralla de Salamanca y tienen vistas al río.

Nunca olvidaremos aquella visita. El señor Chantre es una de las personas más buenas, más afables y más instruídas que hemos tratado nunca, y nos obsequió y agasajó como hombre bien nacido de los buenos tiempos de la hidalguía española, quedando por nosotros, y no por él, si de visitantes no nos convertimos en comensales, y hasta en huéspedes de su pacífica morada.

Amantísimo de la soledad y del estudio, el insigne Prebendado no sale más que para ir á la próxima Catedral, y esto por calles silenciosas en que nunca se ve criatura humana. – Vive, pues, en el mundo como en una Cartuja, y en más relaciones con el cielo que con la tierra.

A ruegos de Losada, nos enseñó todas las curiosidades artísticas que embellecen su mansión, así como el preciosísimo oratorio en que dice Misa los días que sus achaques ó la inclemencia del tiempo le impiden salir.

¡Qué silencio, qué paz, qué beatitud en aquella morada! Y ¡qué deliciosas vistas las de las habitaciones que ocupa el Dignidad! Sus balcones y miradores dan á las alamedas del Tormes y del Zurguén y á un hermoso panorama que se extiende hasta las sierras de Gredos, cuyos picos cierran el horizonte al Sur…

Era ya la caída de la tarde. Las higueras del jardín alto penetraban en el mismo aposento en que contemplábamos la puesta del sol. Todo el plácido sosiego que respiran las mejores poesías de Meléndez se respiraba en aquel lugar y en aquella hora siempre augusta. Las rotas nubes y los cristales del río tomaban maravillosas tintas al reflejar los rayos horizontales del moribundo astro-rey. Las sombras larguísimas de los árboles parecían prolongadas despedidas y supremos adioses que le daba la creación á aquel día para nosotros inolvidable…

Todos callábamos: los madrileños, porque una indefinible envidia de aquella tranquila existencia nos hacía contemplar con odio la vida febril de la corte á que estábamos condenados…; y los salmantinos, porque adivinaban lo que sentíamos y temían acaso ofendernos dándose por entendidos de nuestra emoción ó elogiando aquella solemne paz de la Naturaleza, que no volveríamos á gozar en mucho tiempo… – ¡No; no volveríamos á gozarla, puesto que á la tarde siguiente, á aquella misma hora, estaríamos otra vez camino de Madrid, y puesto que Madrid es una máquina neumática para los mejores sentimientos del corazón humano!..

* * *

La noche de tal día fué y nos pareció todo lo moderna y amadrileñada que podía serlo á las orillas del Tormes.

Comimos en Hotel, á la francesa; fuimos al Casino á tomar café; jugamos un par de horas al billar y al tresillo; hablamos de política y de otras cosas contemporáneas con D. Álvaro Gil Sanz, ex subsecretario del Ministerio de la Gobernación, y con D. Santiago Diego Madrazo, ex ministro de Fomento, que habían estado en la fonda á visitarnos; y á eso de las once (¡cerca de la media noche!) nos retirábamos á casita, donde hicimos el programa del día siguiente, tomamos té, leímos La Correspondencia del día anterior, y nos acostamos en sendos catrecillos, como cuando teníamos veinte años de edad y vivíamos en plena estudiantina.

¡No se podían pedir más placeres de última moda á una ciudad tan grave y señoril como Salamanca!

X
BARRIOS ARRUINADOS. – EL COLEGIO DEL ARZOBISPO. – LOS ESTUDIANTES IRLANDESES. – EL PALACIO DE MONTEREY. – LA CASA DE LAS MUERTES. – EL CONVENTO DE LAS AGUSTINAS. – UN CUADRO DE RIVERA

Serían las siete de la siguiente mañana cuando atravesábamos la Plaza Mayor. – También el sol acababa de penetrar en ella (el mismo sol que habíamos creído ver morir la tarde antes), y sus alegres rayos doraban gozosamente las copas de los árboles municipales.

Todas las criadas de Salamanca iban á la compra ó volvían de ella… Un organillo ambulante tocaba la romanza de la tisis de la Traviata… Los gorriones cruzaban regocijados por un cielo limpio de nubes… Las campanas tocaban pacíficamente á misa…

En cuanto á nosotros, puedo decir que, para estar muy contentos en aquel instante, solamente nos estorbaban veinte ó treinta de los años ya vividos… ¡Cualquiera de los cuatro hubiera querido ser gorrión, el muchacho que tocaba el organillo, una de aquellas presumidas fámulas, ó aquel rubicundo sol que, como un eterno Fausto, torna á ser joven todas las mañanas!

Pero ¿qué responder al señor chantre, si por acaso lee estos renglones? – ¡Perdóneme el reverdecimiento extemporáneo que denotan las anteriores frases, y crea que á mí también se me alcanza, aunque no lo practique, que lo mejor de todo es envejecer y morir tan santamente como envejece y morirá su señoría!

Conque dejémonos de frivolidades, y refiramos lisa y llanamente nuestra expedición de aquella mañana.

* * *

Nos dirigíamos á ver una de las primeras maravillas arquitectónicas de Salamanca, ó sea el famoso Colegio del Arzobispo, hoy todavía habitado por estudiantes irlandeses.

Para ir á él, pasamos por un barrio feísimo, triste y solitario, compuesto de irregulares casuchas, hechas con escombros de insignes ruinas… ¡Oh profanación!.. Piedras de diferentes arcos, nobles columnas tomadas de acá y de allá, maderas sueltas de antiguos artesonados, y otros restos de soberbias construcciones, habían servido para zurcir aquellos pobres edificios. —Barrio de las Peñuelas de San Blas, nos dijo un muchacho que se llamaba el tal paraje.

Y luego supimos por los arqueólogos de Salamanca (pues en aquella excursión íbamos solos los cuatro huéspedes del Hotel del Comercio) que aquel barrio y el contiguo de San Francisco, así como todo el lado de Poniente de la población, fueron asolados por los cañones franceses (y también por los ingleses) durante la guerra de la Independencia. Había allí magníficos conventos, suntuosas iglesias, monumentales colegios y grandiosos palacios: entre los colegios figuraban los de Cuenca y de Oviedo, de cuya hermosura hablan muchísimos libros: ¡y todo fué destruído por nuestros enemigos y por nuestros aliados!

En el susodicho barrio de las Peñuelas hay una antigua calle cuyo azulejo dice «Calle de los Moros ó de Cervantes», por creerse (no unánimemente) que el autor de Don Quijote y un Miguel de Cervantes que de los registros universitarios aparece matriculado en Filosofía y viviendo en la calle de los Moros á mediados del siglo xvi, son una misma persona… De un modo ó de otro, el autor de La Tía Fingida debió de residir alguna vez en Salamanca; pues la descripción que en aquella novela hace de la población flotante de la ciudad del Tormes y de sus usos y costumbres, es demasiado gráfica y pintoresca para no estar tomada d'après nature. – «Advierte, hija mía (dice doña Claudia á doña Esperanza), que estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, y que de ordinario cursan en ella y habitan diez ó doce mil estudiantes, gente moza, antojadiza, arrojada, libre, alicionada, gastadora, discreta, diabólica y de humor…» Y en seguida pasa á definirle prolijamente las cualidades de los vizcaínos, manchegos, aragoneses, valencianos, catalanes, castellanos nuevos, extremeños, andaluces, gallegos, asturianos y portugueses que viven en la ciudad…

Pero henos ya en lo alto del barrio de las Peñuelas y cerca de la meseta donde se alza el grandioso Colegio del Arzobispo… – Dejemos la pluma y cojamos el pincel.

* * *

Figuraos, al remate de empinada cuesta, dos amplias y hermosas escalinatas, por las que se sube á un extenso atrio ó compás, guarnecido de grandes columnas sin capitel, que nada sostienen y que parecen otros tantos heraldos encargados de anunciar la grandeza del edificio que custodian. – En el fondo de aquel atrio está el célebre colegio.

Bella sobre toda ponderación es su lujosa fachada. Compónese de dos cuerpos de estilo plateresco, y luce maravillosos trabajos de escultura, así en los capiteles de sus elegantes pilastras como en los camafeos que adornan los netos, en las estatuas amparadas de sus graciosas hornacinas, y en los soberbios escudos de armas que pregonan el apellido del fundador de tan insigne monumento.

Fué este fundador (á principios del siglo xvi) el esclarecido hijo de Salamanca D. Alfonso de Fonseca, arzobispo de Toledo, de quien ya hemos hablado más atrás, y lo dedicó á Santiago, patrón de España. – Por cierto que es notabilísimo el medio relieve que representa en dicha portada al guerrero Apóstol matando moros en Clavijo…

Pero el asombro, el portento, la maravilla para los amantes del arte, hállase dentro del colegio. – Refiérome á su inmenso Patio, de arquitectura plateresca á la italiana, atribuído por muchos á Alonso Berruguete, y digno de él y hasta superior á sus más renombradas obras.

Así la galería baja como la alta están formadas por pilastras elegantísimas: los arcos inferiores son de medio punto, y los superiores de los llamados escarzanos. Abajo hay adosada á cada pilastra una esbelta y linda columna plateresca, con admirables tallas en el capitel. Las columnas adosadas á las pilastras de arriba tienen la forma de balaustres ó candelabros… ¡Nada más elegante que la forma de unos y otros fustes!

Y todavía no he mencionado las verdaderas preciosidades de este Patio, ó sea los ciento veintiocho medallones, con bustos de alto relieve, que adornan las enjutas de los arcos en ambos cuerpos. – Aquellos bustos pueden calificarse de otras tantas obras maestras de escultura. Hay allí caras de reinas, de monjas, de doctores, de ascetas, de guerreros, de prelados, etc., todas ellas dibujadas con tal energía, gracia de estilo y nobleza de expresión, que Alberto Durero se honraría con llamarlas suyas. – Uno de nosotros observó (y era muy cierto) que todos aquellos semblantes estaban afligidos, cual si representasen la triste variedad de las desventuras humanas. ¡Qué viveza, qué calor dramático, qué primor artístico en tan multiforme expresión del infortunio y de la pena!

Dicen unos que estas ciento veintiocho joyas, diseminadas como estrellas en aquellos pórticos, son obra de Berruguete; otros, que de Pier ó Pierino del Bago… Ello es que no se conoce á punto fijo el autor, cosa muy frecuente cuando se trata de monumentos españoles.

En resumen: el Patio del Colegio del Arzobispo, por su esbeltez general, por lo fino y sobrio de su ornamentación, y por lo correcto y puro de sus menores detalles, es un verdadero prodigio de arquitectura y escultura, y merecería el metafórico dictado de «obra ática del estilo plateresco», si pudiese hablarse de este modo.

Añádase ahora la soledad de aquel espacioso recinto, cada uno de cuyos cuatro lados mide 41 metros; la muda cisterna de ancho brocal que hay en medio de él; unas desaliñadas matas de flores otoñales (boleras se llaman en Granada) que crecían en descuidados arriates; algunos escolares irlandeses con manto y beca, que de vez en cuando pasaban por la galería alta, con los ojos clavados en sus libros de estudio, y los píos de pájaros que interrumpían dulcemente el silencio de tan venerable edificio, y se comprenderá la inmensa poesía que allí se respiraba, y de que es pálido reflejo la emoción con que escribo estas líneas.

* * *

Tócame ahora decir algo de los estudiantes irlandeses, con tanto más motivo, cuanto que, estando todavía nosotros en aquel magnífico patio, bajaron de dos en dos la amplia escalera del edificio, seguidos de un sacerdote; pasaron á nuestro lado, mirándonos con disimulo y poniéndose más encarnados que la grana, y se dirigieron á la contigua iglesia. – Eran catorce, todos rubios como unas candelas, y corpulentos y sanos á fuer de legítimos hijos de la verde Erin. Su edad variaría entre diez y seis y veinticuatro años.

Aquellos escolares simbolizaron á mis ojos un tributo de respeto y de agradecimiento que la católica Irlanda sigue pagando á la nación católica por excelencia. Fundó el Colegio de jóvenes irlandeses (albergándolos entonces en otro edificio) el rey D. Felipe II, cuando la intolerancia protestante en las Islas Británicas era tan feroz como la intolerancia católica en nuestra tierra, y tuvo por objeto facilitar la enseñanza de la Sagrada Teología á los hijos de los emigrados irlandeses que se refugiaban en la Península, perseguidos de muerte á causa de sus creencias religiosas. Pero hoy, que en el Reino Unido de la Gran Bretaña hay libertad de cultos y muchos Seminarios católicos, es una especie de tradición piadosa esta no interrumpida costumbre de algunas casas irlandesas de enviar á Salamanca á sus hijos para que cursen las ciencias eclesiásticas.

Con tal motivo recordamos allí nosotros las muchas familias españolas que tienen apellido irlandés, como descendientes de emigrados de aquella isla establecidos en nuestro suelo, y algunos de cuyos individuos figuran noblemente en la historia de España. Salieron, pues, á relucir los O'Donnell, los O'Reilly, los O'Ryan, los O'Connor, los O'Doly, los O'Shea, los O'Farril, los O'Kelly, los O'Neil, los O'Callagan, los O'Mulryan y todos aquellos cuyo apellido principia con O y apóstrofo, así como otros que tienen diferentes iniciales.

Por lo demás, yo acribillé á preguntas al portero del Colegio del Arzobispo, el cual se sirvió contarme muchas cosas relativas á los escolares irlandeses. – Díjome, entre ellas, que vienen á Salamanca á la edad de diez y seis á veinte años; que traen aprendido el latín, y en el Colegio aprenden el español; que las clases de Teología están en el Seminario Conciliar, donde á la par estudian colegiales españoles; pero que los irlandeses viven, comen y duermen solos en el Colegio del Arzobispo, bajo las órdenes de un rector, también irlandés; que pasan en España seis ó siete años seguidos; que los veranos los llevan de vacaciones á Aldea-rubia, donde hay una casa-colegio de recreo, dependiente del Establecimiento que estábamos visitando, y que allí se comen un rebaño cada estío (textual); que unos regresan á su patria cuando terminan los estudios, á fin de ordenarse en ella, y otros reciben las Órdenes sagradas en Salamanca, habiendo también algunos que se quedan definitivamente en la Península; y, en fin, que la conducta de los jóvenes irlandeses, su aplicación, piedad y recogimiento son admirables; pero que hay que llevarlos indefectiblemente á las tres corridas de toros que se dan en la ciudad todos los años durante la feria…

Luego que hube examinado bien al portero, pasamos á la mencionada Iglesia contigua, llamada también del Arzobispo.

Los jóvenes irlandeses, después de una breve oración, se habían marchado ya del templo al Seminario, dejándose los devocionarios en los bancos del presbiterio. – Nosotros nos permitimos hojear alguno que otro… Estaban en inglés ó en francés, y les servían de registros estampitas de la Virgen ó de diferentes santos, británicos en su mayor parte. – ¡Indudablemente (esta observación va á pareceros de inquisidor), aquellos muchachos eran católicos!

En cuanto á la citada iglesia, gótica de los malos tiempos, blanqueada y muy desnuda de accesorios, diré que sólo ofreció á nuestra admiración una galería de hierro (que sirve de coro alto, y cuyos sostenes son bastante graciosos y originales) y un retablo plateresco de mucho gusto, con pinturas en tabla y estatuas de Santos de verdadero mérito. – Todo ello se atribuye á Berruguete; lo cual no ha sido obstáculo para que lo pinten de nuevo en nuestros días… ¡Dudo que haya valor semejante al de un restaurador de objetos artísticos!

* * *

Desde allí nos fuimos al Palacio de Monterey, del cual ya he dicho que sirvió de modelo para el Pabellón Español edificado en la Exposición de París de 1867.

Del tal Palacio no existe, ni creo que haya existido nunca, más que un lado ó ala, con dos torres, bien que estén construídos los arranques de los otros lados. Es plateresco á la italiana, lo cual quiere decir que el escultor luce más que el arquitecto, y excitan, sobre todo, la admiración su preciosa crestería, formada de figuras grotescas, los leones y demás animales que sostienen grandes escudos, una hermosa cornisa primorosamente labrada, y sus elegantes ventanas y balcones, cuyas tallas son modelo de gracia y delicadeza. – El conjunto resulta alegre, profano, lujoso, bellísimo, como una fiesta de Verona ó de Ferrara en el siglo xvi.

Construyóse en el reinado de Felipe II, y pertenece al Duque de Alba, en su calidad de Conde de Monterey. – Hoy sirve casi todo de granero, y en su recinto, que visitamos con los amables hijos del Administrador, allí domiciliado, no hay nada que aprender ni que imitar; pero sí mucho que mueva á compasión y lástima. – En cambio, las vistas que se descubren desde lo alto de sus torres son asombrosas.

* * *

Recorriendo de nuevo aquel suntuoso barrio monumental, que tanto nos había entusiasmado la mañana anterior, y al pasar por la calle de Bohordadores (llamada así porque en ella se hacían los bohordos para los caballerescos juegos de cañas, pero cuyo azulejo dice hoy malamente: «calle de Bordadores»), vimos una antigua casa, triste, bella, cerrada, en cuya primorosa fachada plateresca había un busto, con bonete y capa muy bordada y lujosa, el cual representaba, según pudimos leer, al severissimo Fonseca, patriarcha alejandrino.

– ¿Qué casa será ésta? – nos preguntamos.

– Esa es la Casa de las Muertes… – respondió una huevera que pasaba por allí á la sazón. – No llamen ustedes, que ahí no vivo nunca nadie.

– ¿Y por qué?

– Porque ahí hubo siete muertes… – replicó la mujer con acento lúgubre.

Nosotros nos miramos muy regocijados, y proseguimos el interrogatorio…

Pero la huevera no sabía más.

Había, sin embargo, que averiguar el resto, y, efectivamente, aquella tarde supimos por nuestros amigos los anticuarios de Salamanca, que el nombre de Casa de las Muertes le venía á aquel edificio de la circunstancia de haber ostentado, entre los adornos de su portada, hasta hace muy poco tiempo, varias calaveras de piedra, borradas al fin por el terror de la plebe: que, ciertamente, había dado la casualidad, hace veintiséis años, de que una mujer que vivía sola en aquella casa de tan fúnebre nombre, fuese asesinada misteriosamente, cosa que al vulgo le pareció sobrenatural, y que, por resultas de todo esto, nadie ha vuelto á pisar aquellos umbrales, si se exceptúan dos comandantes de Carabineros y un jefe de Estadística, forasteros todos, que vivieron allí breves temporadas… sin que les ocurriese ningún percance…

¡Triste condición humana! ¿Por qué ha de ser siempre más poética la mentira que la verdad?

* * *

De lo demás que vimos (regresando ya hacia el hotel; pues, á fuer de mortales, también teníamos precisión de almorzar aquel segundo día), sólo citaré y recomendaré la Iglesia de las Agustinas, correspondiente al convento del mismo nombre.

Es aquél el mejor monumento de estilo greco-romano que encierra Salamanca. Sus elementos griegos pertenecen al orden corintio, y todo el templo, aunque edificado á la mitad del siglo xvii, según lo demuestran algunos detalles poco clásicos, tiene la grandiosa sencillez y armonía de proporciones que constituyen el mayor mérito de este género de arquitectura. La cúpula es copia exacta de la del Escorial, aunque no tan gigantesca.

En el retablo del altar mayor hay un notabilísimo cuadro, de que con razón están orgullosos los salmantinos aficionados á las Bellas Artes. Es una Virgen de la Concepción, de tamaño natural, pintada por el Spagnoletto, y, sin embargo, dulce, suave, tierna, ideal; rodeada de ángeles de rostro inocente, y anegada, por decirlo así, en la placidez de la divina gracia… Más claro: es una Virgen de la Concepción que nadie hubiera creído pudiese pintar el austero y sombrío autor del Jacob, de los martirios de San Bartolomé y San Esteban, del Apostolado y de todas las demás enérgicas y terribles obras que constituyen la gloria especialísima de nuestro inmortal Rivera.

Quien recuerde otras Vírgenes y otros ángeles pintados por él, y se haya asombrado, como nosotros, al considerar hasta qué punto negó la naturaleza á tan soberano artista el don de crear tipos afables; quien se haya asustado al ver aquellas Marías tan duras, ásperas y feroces, y aquellos niños de tan salvaje y desapacible aspecto, comprenderá toda la verdad é importancia de lo que digo. Es, por consiguiente, la Virgen que vimos en Salamanca un dato curiosísimo de la historia del arte y de la historia de Rivera; pues hay que advertir que no cabe duda alguna respecto de su autenticidad, ya porque así resulta de incontestables documentos, ya porque, en medio de su santa alegría y pudorosa mansedumbre, aquel cuadro ostenta, en cuanto lo consiente la índole del asunto, toda la intensidad y brío de color del Spagnoletto; su manera, su estilo, su genio, su carácter.

En mi sentir, y en el de mis compañeros de expedición, el Estado debía hacer que se recompusiera y copiara tan peregrino lienzo; dejar la copia á las Agustinas de Salamanca, y comprarles el original, para colocarlo en el Museo Nacional de Madrid. De lo contrario, las luces del altar mayor, el incienso, el polvo, la incuria y los sacristanes y monaguillos, acabarán con aquella obra maestra, ya muy deteriorada.

Pero se me ocurre otra idea. La iglesia y comunidad de las Agustinas tienen por patrono al Conde de Monterey, á sea al Duque de Alba. Así lo revela la inscripción que dice, al pie de una sepultura mural, á la izquierda del presbiterio, que D. Manuel Fonseca y Zúñiga, 7.º Conde de Monterey, fundó y erigió aquel convento… ¡Bien podía, pues, el señor Duque, mi noble amigo, que tan espléndido es y ha sido siempre, hacer este regalo á la nación! – El mundo entero se lo agradecería extraordinariamente11.

11.Tengo la satisfacción de decir, al publicar nuevamente estos renglones, que mi súplica no fué desoída, y que, por el contrario, dió origen á una lucida discusión de personas doctas, y á medidas tomadas por la casa de Alba, que asegurarán la conservación del cuadro de Rivera.
Pedro Antonio de Alarcón
Metin
Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
25 haziran 2017
Hacim:
241 s. 3 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain