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Kitabı oku: «La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad», sayfa 11

Arenal Concepción
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CONCLUSIÓN

Al terminar nuestro trabajo, no creemos dejar apurada la materia; pero sí nos parece haber tocado los puntos de mayor interés y planteado los problemas de más importancia que la igualdad ofrece. La cuestión está erizada de dificultades, y no obstante, después de haberlas considerado de cerca, no nos parecen tan insuperables. ¿Dependerá esto de que el hombre se familiariza con todo, y el hábito le hace indiferente á la vista del peligro que le aterraba, ó en que, realmente, apartando el error y la pasión del problema de la igualdad, no hay en él nada que deba alarmar ni exasperar á clase alguna? Esta última suposición nos parece la verdadera; y así como el estudio de la Naturaleza convence más y más de la sabiduría del Hacedor, al profundizar en el de la sociedad se ve que si Dios consiente al hombre moverse conforme á su albedrío en una ancha estera, no le abandona, y escribe en su organización leyes eternas que le sirven de antorcha cuando los errores obscurecen la luz de la verdad, y de dique cuando las pasiones se desbordan.

Apartando de la cuestión todo lo que á ella han llevado el espíritu de escuela y de partido, el interés y la cólera, ¿qué es lo que vemos en ella?

La desigualdad de condiciones, que tiene su origen en la naturaleza y su justificación en la necesidad.

El peligro de llevarla más allá de los límites necesarios, y como, pasándolos, los sentimientos se pervierten y las razas se degradan.

La tendencia innata del hombre á reconocer la autoridad, á respetar la jerarquía, á establecer el orden.

Lo absurdo de desplegar grande aparato de fuerza para establecer lo que se establecería por sí solo.

La necesidad de la jerarquía, sin la cual no es posible la sociedad.

La imposibilidad de establecer la jerarquía natural; la conveniencia de aproximarse á ella cuanto sea posible.

La injusticia de atribuir á la jerarquía más derechos de los que tiene, suponiendo que puede pasar los límites que la razón y la humanidad le imponen.

El error de creer que la igualdad ante la ley es la igualdad ante la justicia, y el más fatal todavía de imaginar que la ventura está en razón de la riqueza.

El peligro de dar voto al que no tiene opinión, y la imposibilidad de que realmente pueda tomar parte en la formación de la ley el que tiene su conciencia expuesta á las tentaciones de la miseria, y su razón á las del error.

La imposibilidad de que sea beneficiosa para todos la ley hecha por unos pocos.

El riesgo que la desigualdad aumentada por la civilización presenta á la democracia.

Las facilidades que la igualdad ofrece á la medianía; los obstáculos que opone á las altas concepciones del entendimiento; y, en fin, las razones por las cuales debe considerarse que la igualdad es más bien favorable que enemiga de la libertad.

Examinada la cuestión con imparcialidad, ¿no hay motivo para calmar las iras de los de abajo y el desdén de los de arriba? ¿No se ven claramente los límites puestos por la necesidad y la justicia, y que nadie puede traspasar sin ser insensato ó perverso? ¿No se descubre la profunda raíz de cosas que intentamos derribar por juzgarlas someramente arraigadas, y el íntimo enlace de hechos que suponíamos aislados? ¿No se percibe la razón de ser en muchos fenómenos que aparecían como hijos del capricho ó de la iniquidad? ¿No nos sentimos inclinados á creer alguna cosa que se nos presentaba como dudosa, á dudar alguna que juzgábamos evidente? ¿No hemos modificado algo nuestro modo de pensar ó de sentir? ¿No somos un poco más tolerantes con las pretensiones de los que están más arriba ó más abajo, y con los errores de todos? Después de haber estudiado el problema social de la igualdad, ¿no nos sentimos más fuertes para convencer, y con una mayor tolerancia para ser convencidos?

No nos atrevemos á esperar que se impresione y modifique de este modo el ánimo de los que hayan leído este escrito; pero consistirá en que no hemos tratado el asunto como debía tratarse. ¡Dichoso el que, colocándose á la altura que requiere, haga brillar la verdad con todo su esplendor! ¡Dichoso el que desvanezca con irresistible lógica vanas esperanzas y temores insensatos! ¡Dichoso el que arranque de raíz tantos peligrosos sofismas, y dé al derecho tan ancha base que pueda resistir las oleadas del error, del interés y de la cólera! ¡Dichoso el que, viendo la cuestión de la igualdad por todas sus fases, pueda mostrarla cual es, y sustituya á las prevenciones hostiles los afectos benévolos! ¿Pero quién es bastante poderoso para conseguirlo, para intentarlo siquiera?

En nuestra época, las luchas materiales, aisladas de las del entendimiento, si por acaso existen, duran poco; todo brazo que se levanta y hiere y vuelve á herir, sabiéndolo ó sin saberlo, obedece á una idea, y si pudiera establecerse la armonía en las regiones de la inteligencia, reinaría muy pronto en el mundo material: de aquí la importancia de la teoría, y su poder y su responsabilidad. La teoría forma escuela; la escuela forma partido; el partido forma en batalla las masas armadas ó los ejércitos, y los ejércitos y las masas, acentuando su cólera con el estruendo de la artillería, escriben con sangre todo lo que han aprendido. El error y la pasión, llamando derecho á una igualdad imposible ó á un privilegio injusto, han formado el símbolo de la guerra; apresurémonos á rectificar las ideas, á investigar la verdad, y sin más que formularla, escribiremos el símbolo de la paz.

No podemos concluir este escrito sin manifestar un recelo que nos aflige. El lector, ¿dudará de la sinceridad de nuestras palabras porque á veces parece como que sostenemos el pro y el contra de todas las opiniones, ejercitándonos en una especie de equilibrios intelectuales?

Acaso se disguste de ver que no somos aristócratas, ni demócratas, partidarios del privilegio, ni niveladores, y aun sospeche de nuestra fe política notando nuestros recios ataques á campos opuestos, porque en materias en que la pasión deja rara vez de tomar parte en los fallos, suele llamarse escepticismo á la imparcialidad. Y no es que nosotros presumamos de la nuestra: hemos empezado y concluímos desconfiando de ella; mas queremos hacer notar que el asunto está entre dos escollos: ser parciales ó parecer escépticos; tal vez hemos dado en entrambos, porque no basta ser sincero para ser exacto; hay una imparcialidad que está en la inteligencia, y consiste en ver todos los lados de una cuestión; hay otra, la del corazón, que consiste en decir con lisura lo que se ve: nosotros no podemos responder más que de esta última.

Nuestro modo de discurrir podrá chocar alguna vez con las preocupaciones de la gente despreocupada, que son las más arraigadas; pero cuando hemos creído ver clara la verdad, no hemos vacilado en formularla, porque el error es una arma que acaba siempre por dispararse contra el que la emplea, y hay riesgo en suprimir la lógica de los razonamientos no pudiendo suprimir la de las cosas. ¿De qué sirve decir al pueblo ni á los poderosos: «Marchad por el vasto campo que os abre nuestro buen deseo», si se verán detenidos por la realidad, esa jaula férrea, cuyas barras no ceden nunca y rompen los miembros del que intenta forzarlas? ¿Cuál es el más amigo del pueblo? ¿El que niega la existencia de sus males y los cubre con recamado manto, ó el que los pone de manifiesto para curarlos? ¿Son un bálsamo para los dolores reales las mentidas seguridades de que no existen? La beatitud que proporciona el error es como la del opio: mata al que á ella se entrega, y la verdad es la lanza fabulosa, cura las heridas que hace.

FIN
Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
28 mayıs 2017
Hacim:
190 s. 1 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain