Kitabı oku: «El Criterio», sayfa 2
§ III
En qué consiste la imposibilidad metafísica ó absoluta
La imposibilidad metafísica ó absoluta, es la que se funda en la misma esencia de las cosas, ó en otros términos, es absolutamente imposible aquello que, si existiese, traeria el absurdo de que una cosa seria y no seria á un mismo tiempo. Un círculo triangular es un imposible absoluto, porque fuera círculo y no círculo, triángulo y no triángulo. Cinco igual á siete, es imposible absoluto, porque el cinco seria cinco y no cinco, y el siete seria siete y no siete. Un vicio virtuoso es un imposible absoluto, porque el vicio fuera y no fuera vicio á un mismo tiempo.
§ IV
La imposibilidad absoluta y la omnipotencia divina
Lo que es absolutamente imposible no puede existir en ninguna suposicion imaginable; pues, ni aun cuando decimos que Dios es todopoderoso, entendemos que pueda hacer absurdos. Que el mundo exista y no exista á un mismo tiempo, que Dios sea y no sea, que la blasfemia sea un acto laudable, y otros delirios por este tenor, es claro que no caen bajo la accion de la omnipotencia; y, como observa muy sabiamente santo Tomas, mas bien debiera decirse que estas cosas no pueden ser hechas, que no que Dios no puede hacerlas. De esto se sigue que la imposibilidad intrínseca absoluta, trae consigo la imposibilidad extrínseca tambien absoluta: esto es, que ninguna causa puede producir lo que de suyo es imposible absolutamente.
§ V
La imposibilidad absoluta, y los dogmas
Para afirmar que una cosa es absolutamente imposible es preciso que tengamos ideas muy claras de los extremos que se repugnan; de otra manera hay riesgo de apellidar absurdo lo que en realidad no lo es. Hago esta advertencia para hacer notar la sinrazon de los que condenan algunos misterios de nuestra fe, declarándolos absolutamente imposibles. El dogma de la Trinidad y el de la Encarnacion son ciertamente incomprensibles al débil hombre; pero no son absurdos. ¿Cómo es posible un Dios trino, una naturaleza y tres personas distintas entre sí, idénticas con la naturaleza? Yo no lo sé; pero no tengo derecho á inferir que esto sea contradictorio. ¿Comprendo por ventura lo que es esta naturaleza, lo que son esas personas de que se me habla? No: luego cuando quiero juzgar si lo que de ellas se dice es imposible ó no, fallo sobre objetos desconocidos. ¿Qué sabemos nosotros de los arcanos de la divinidad? El Eterno ha pronunciado algunas palabras misteriosas para ejercitar nuestra obediencia, y humillar nuestro orgullo; pero no ha querido levantar el denso velo que separa esta vida mortal del océano de verdad y de luz.
§ VI
Idea de la imposibilidad fisica ó natural
La imposibilidad fisica ó natural, consiste en que un hecho esté fuera de las leyes de la naturaleza. Es naturalmente imposible que una piedra soltada en el aire no caiga al suelo, que el agua abandonada á sí misma no se ponga al nivel, que un cuerpo sumergido en un fluido de menor gravedad no se hunda, que los astros se paren en su carrera; porque las leyes de la naturaleza prescriben lo contrario. Dios, que ha establecido estas leyes, puede suspenderlas; el hombre no. Lo que es naturalmente imposible, lo es para la criatura, no para Dios.
§ VII
Modo de juzgar de la imposibilidad natural
¿Cuándo podremos afirmar que un hecho es imposible naturalmente? En estando seguros de que existe una ley que se opone á la realizacion de este hecho, y que dicha oposicion no está destruida ó neutralizada por otra ley natural. Es ley de la naturaleza que el cuerpo del hombre, como mas pesado que el aire, caiga al suelo en faltándole el apoyo; pero hay otra ley por la cual un conjunto de cuerpos unidos entre sí, que sea específicamente ménos grave que aquel en que se sumerge, se sostenga y hasta se levante, aun cuando alguno de ellos sea mas grave que el fluido; luego unido el cuerpo humano á un globo aerostático dispuesto con el arte conveniente, podrá remontarse por los aires, y este fenómeno estará muy arreglado á las leyes de la naturaleza. La pequeñez de ciertos insectos no permite que su imágen se pinte en nuestra retina de una manera sensible; pero las leyes á que está sometida la luz hacen que por medio de un vidrio se pueda modificar la direccion de sus rayos de la manera conveniente, para que salidos de un objeto muy pequeño se hallen desparramados al llegar á la retina, y formen allí una imágen de gran tamaño; y así no será naturalmente imposible que con la ayuda del microscopio, lo imperceptible á la simple vista se nos presente con dimensiones grandes.
Por estas consideraciones es preciso andar con mucho tiento en declarar un fenómeno por imposible naturalmente. Conviene no olvidar: 1.º que la naturaleza es muy poderosa; 2.º que nos es muy desconocida: dos verdades que deben inspirarnos gran circunspeccion cuando se trate de fallar en materias de esta clase. Si á un hombre del siglo XV se le hubiese dicho que en lo venidero se recorreria en una hora la distancia de doce leguas, y esto sin ayuda de caballos ni animales de ninguna especie, habria mirado el hecho como naturalmente imposible; y sin embargo los viajeros que andan por los caminos de hierro, saben muy bien que van llevados con aquella velocidad por medio de agentes puramente naturales. ¿Quién sabe lo que se descubrirá en los tiempos futuros, y el aspecto que presentará el mundo de aquí á diez siglos? Seamos en hora buena cautos en creer la existencia de fenómenos extraños, y no nos abandonemos con demasiada lijereza á sueños de oro; pero guardémonos de calificar de naturalmente imposible lo que un descubrimiento pudiera mostrar muy realizable; no demos livianamente fe á exageradas esperanzas de cambios inconcebibles; pero no las tachemos de delirios y absurdos.
§ VIII
Se deshace una dificultad sobre los milagros de Jesucristo
De estas observaciones surge al parecer una dificultad, que no han olvidado los incrédulos. Héla aquí: los milagros son tal vez efectos de causas que por ser desconocidas, no dejarán de ser naturales; luego no prueban la intervencion divina; y por tanto de nada sirven para apoyar la verdad de la religion cristiana. Este argumento es tan especioso como fútil.
Un hombre de humilde nacimiento que no ha aprendido las letras en ninguna escuela, que vive confundido entre el pueblo, que carece de todos los medios humanos, que no tiene dónde reclinar su cabeza, se presenta en público enseñando una doctrina tan nueva como sublime. Se le piden los títulos de su mision, y él los ofrece muy sencillos. Habla, y los ciegos ven, los sordos oyen, la lengua de los mudos se desata, los paralíticos andan, las enfermedades mas rebeldes desaparecen de repente, los que acaban de espirar vuelven á la vida, los que son llevados al sepulcro se levantan del ataud, los que enterrados de algunos dias despiden ya mal olor, se alzan envueltos en su mortaja, y salen de la tumba, obedientes á la voz que les ha mandado salir á fuera. Este es el conjunto histórico. El mas obstinado naturalista ¿se empeñará en descubrir aquí la accion de leyes naturales ocultas? ¿Calificará de imprudentes á los cristianos por haber pensado que semejantes prodigios no pudieran hacerse sin intervencion divina? ¿Creeis que con el tiempo haya de descubrirse un secreto para resucitar á los muertos, y no como quiera, sino haciéndolos levantar á la simple voz de un hombre que los llame? La operacion de las cataratas ¿tiene algo que ver con el restituir de golpe la vista á un ciego de nacimiento? Los procedimientos para volver la accion á un miembro paralizado ¿se asemejan por ventura á este otro: «levántate, toma tu lecho, y véte á tu casa?» Las teorías hidrostáticas é hidráulicas ¿llegarán nunca á encontrar en la mera palabra de un hombre, la fuerza bastante para sosegar de repente el mar alborotado, y hacer que las olas se tiendan mansas bajo sus pies, y que camine sobre ellas, como un monarca sobre plateadas alfombras?
¿Y qué diremos si á tan imponente testimonio se reunen las profecías cumplidas, la santidad de una vida sin tacha, la elevacion de su doctrina, la pureza de la moral, y por fin el heroico sacrificio de morir entre tormentos y afrentas, sosteniendo y publicando la misma enseñanza, con la serenidad en la frente, la dulzura en los labios, articulando entre los últimos suspiros amor y perdon?
No se nos hable pues de leyes ocultas, de imposibilidades aparentes; no se oponga á tan convincente evidencia un necio «¿quién sabe?…» Esta dificultad que seria razonable, si se tratara de un suceso aislado, envuelto en alguna oscuridad, sujeto á mil combinaciones diferentes, cuando se la objeta contra el cristianismo es no solo infundada, sino hasta contraria al sentido comun.
§ IX
La imposibilidad moral ú ordinaria
La imposibilidad moral ú ordinaria, es la oposicion al curso regular ú ordinario de los sucesos. Esta palabra es susceptible de muchas significaciones, pues que la idea de curso ordinario es tan elástica, es aplicable á tan diferentes objetos, que poco puede decirse en general que sea provechoso en la práctica. Esta imposibilidad nada tiene que ver con la absoluta ni la natural; las cosas moralmente imposibles no dejan por eso de ser muy posibles absoluta y naturalmente.
Daremos una idea muy clara y sencilla de la imposibilidad ordinaria, si decimos que es imposible de esta manera todo aquello que, atendido el curso regular de las cosas, acontece ó muy rara vez ó nunca. Veo á un elevado personaje, cuyo nombre y títulos todos pronuncian, y á quien se tributan los respetos debidos á su clase. Es moralmente imposible que el nombre sea supuesto, y el personaje un impostor. Ordinariamente no sucede así: pero tambien se ha sufrido este chasco una que otra vez.
Vemos á cada paso que la imposibilidad moral desaparece con el auxilio de una causa extraordinaria ó imprevista, que tuerce el curso de los acontecimientos. Un capitan que acaudilla un puñado de soldados, viene de lejanas tierras, aborda á playas desconocidas, y se encuentra con un inmenso continente poblado de millones de habitantes. Pega fuego á sus naves, y dice marchemos. ¿Adónde va? A conquistar vastos reinos con algunos centenares de hombres. Esto es imposible; el aventurero ¿está demente? Dejadle, que su demencia es la demencia del heroismo y del genio; la imposibilidad se convertirá en suceso histórico. Apellidase Hernán Cortés; es español que acaudilla españoles.
§ X
Imposibilidad de sentido comun impropiamente contenida en la imposibilidad moral
La imposibilidad moral tiene á veces un sentido muy diferente del expuesto hasta aquí. Hay imposibles de los cuales no puede decirse que lo sean con imposibilidad absoluta ni natural; y no obstante vivimos con tal certeza de que lo imposible no se realizará, que no nos la infunde mayor la natural, y poco le falta para producirnos el mismo efecto que la absoluta. Un hombre tiene en la mano un cajon de caractéres de imprenta, que supondremos de forma cúbica, para que sea igual la probabilidad de caer y sostenerse por una cualquiera de sus caras; los revuelve repetidas veces sin órden ni concierto, sin mirar siquiera lo que hace, y al fin los deja caer al suelo; ¿será posible que resulten por casualidad ordenados de tal manera que formen el episodio de Dido? No, responde instantáneamente cualquiera que esté en su sano juicio; esperar este accidente seria un delirio; tan seguros estamos de que no se realizará, que si se pusiese nuestra vida pendiente de semejante casualidad, diciéndonos que si esto se verifica se nos matará, continuaríamos tan tranquilos como si no existiese la condicion.
Es de notar que aquí no hay imposibilidad metafísica ó absoluta, porque no hay en la naturaleza de los caractéres una repugnancia esencial á colocarse de dicha manera; pues que un cajista en breve rato los dispondria así muy fácilmente; tampoco hay imposibilidad natural, porque ninguna ley de la naturaleza obsta á que caigan por esta ó aquella cara, ni el uno al lado del otro del modo conveniente al efecto; hay pues una imposibilidad de otro órden, que nada tiene de comun con las otras dos, y que tampoco se parece á la que se llama moral, por solo estar fuera del curso regular de los acontecimientos.
La teoría de las probabilidades, auxiliada por la de las combinaciones, pone de manifiesto esta imposibilidad, calculando, por decirlo así, la inmensa distancia en que este fenómeno se halla con respecto á la existencia. El Autor de la naturaleza no ha querido que una conviccion que nos es muy importante, dependiese del raciocinio, y por consiguiente careciesen de ella muchos hombres; así es que nos la ha dado á todos á manera de instinto, como lo ha hecho con otras que nos son igualmente necesarias. En vano os empeñariais en combatirla ni aun en el hombre mas rudo; él no sabria tal vez qué responderos, pero menearia la cabeza, y diria para sí: «este filósofo que cree en la posibilidad de tales despropósitos, no debe de estar muy sano de juicio.»
Cuando la naturaleza habla en el fondo de nuestra alma con voz tan clara y tono tan decisivo, es necedad el no escucharla. Solo algunos hombres apellidados filósofos se obstinan á veces en este empeño; no recordando que no hay filosofía que excuse la falta de sentido comun, y que mal llegará á ser sabio quien comienza por ser insensato4.
CAPÍTULO V
CUESTIONES DE EXISTENCIA, CONOCIMIENTO ADQUIRIDO POR EL TESTIMONIO INMEDIATO DE LOS SENTIDOS
§ I
Necesidad del testimonio de los sentidos, y los diferentes modos con que nos proporcionan el conocimiento de las cosas
Asentados los principios y reglas que deben guiarnos en las cuestiones de posibilidad, pasemos ahora á las de existencia, que ofrecen un campo mas vasto, y mas útiles y frecuentes aplicaciones.
De la existencia ó no existencia de un ser, ó bien de que una cosa es ó no es, podemos cerciorarnos de dos maneras: por nosotros mismos, ó por medio de otros.
El conocimiento de la existencia de las cosas que es adquirido por nosotros mismos, sin intervencion ajena, proviene de los sentidos mediata ó inmediatamente: ó ellos nos presentan el objeto, ó de las impresiones que los mismos nos causan pasa el entendimiento á inferir la existencia de lo que no se hace sensible ó no lo es. La vista me informa inmediatamente de la existencia de un edificio que tengo presente; pero un trozo de coluna, algunos restos de un pavimento, una inscripcion ú otras señales, me hacen conocer que en tal ó cual lugar existió un templo romano. En ambos casos debo á los sentidos la noticia; pero en el primero inmediata, en el segundo mediatamente.
Quien careciese de los sentidos tampoco llegaria á conocer la existencia de los seres espirituales; pues adormecido el entendimiento no pudiera adquirir esta noticia, ni por la razon, ni por la fe, á no ser que Dios le favoreciera por medios extraordinarios, de que ahora no se trata.
A la distincion arriba explicada en nada obstan los sistemas que pueden adoptarse sobre el orígen de las ideas; ora se las suponga adquiridas, ora innatas, ora vengan de los sentidos, ora sean tan solo excitadas por ellos, lo cierto es que nada sabemos, nada pensamos, si los sentidos no han estado en accion. Ademas, hasta les dejaremos á los ideólogos la facultad de imaginar lo que bien les pareciere sobre las funciones intelectuales de un hombre que careciese de todos los sentidos; sin riesgo podemos otorgarles tamaña latitud; supuesto que nadie aclarará jamas lo que en ello habria de verdad; ya que el paciente no seria capaz de comunicar lo que le pasa, ni por palabras ni por señas. Finalmente aquí se trata de hombres dotados de sentidos, y la experiencia enseña que esos hombres conocen, ó lo que sienten, ó por lo que sienten.
§ II
Errores en que incurrimos por ocasion de los sentidos. Su remedio. Ejemplos
El conocimiento inmediato que los sentidos nos dan de la existencia de una cosa, es á veces errado, porque no nos servimos como debemos de estos admirables instrumentos que nos ha concedido el Autor de la naturaleza. Los objetos corpóreos obrando sobre el órgano de los sentidos, causan una impresion á nuestra alma; asegurémonos bien de cuál es esta impresion, sepamos hasta qué punto le corresponde la existencia de un objeto; hé aquí las reglas para no errar en estas materias. Algunas explicaciones enseñarán mas que los preceptos y teorías.
Veo á larga distancia un objeto que se mueve, y digo: «allí hay un hombre;» acercándome mas, descubro que no es así; y que solo hay un arbusto mecido por el viento. ¿Me ha engañado el sentido de la vista? no: porque la impresion que ella me trasmitia era únicamente de un bulto movido; y si yo hubiese atendido bien á la sensacion recibida, habria notado que no me pintaba un hombre. Cuando pues yo he querido hacerle tal, no debo culpar al sentido, sino á mi poca atencion, ó bien, á que notando alguna semejanza entre el bulto y un hombre visto de léjos, he inferido que aquello debia de serlo en efecto, sin advertir que la semejanza y la realidad son cosas muy diversas.
Teniendo algunos antecedentes de que se dará una batalla, ó se hostilizará alguna plaza, paréceme que he oido cañonazos, y me quedo con la creencia de que ha comenzado el fuego. Noticias posteriores me hacen saber que no se ha disparado un tiro; ¿quién tiene la culpa de mi error? no mi oido, sino yo. El ruido se oia en efecto: pero era el de los golpes de un leñador que resonaban en el fondo de un bosque distante; era el de cerrarse alguna puerta, cuyo estrépito retumbaba por el edificio y sus cercanias, era el de otra cosa cualquiera que producia un sonido semejante al del estampido de un cañon lejano. ¿Estaba yo bien seguro de que no se hallaba á mis inmediaciones la causa del ruido que me producia la ilusion? ¿Estaba bastante ejercitado para discernir la verdad, atendida la distancia en que debia hacerse el fuego, la direccion del lugar, y el viento que á la sazon reinaba? No es pues el sentido quien me ha engañado, sino mi lijereza y precipitacion. La sensacion era tal cual debia ser; pero yo le he hecho decir lo que ella no me decia. Si me hubiese contentado con afirmar que oia ruido parecido al de cañonazos distantes, no hubiera inducido al error á otros y á mí mismo.
A uno le presentan un alimento de excelente calidad, y al probarlo dice: «es malo, intolerable, se conoce que hay tal ó cual mezcla,» porque en efecto su paladar lo experimenta así. ¿Le engañó el sentido? no. Si le pareció amargo, no podia suceder de otra manera, atendida la indisposicion gástrica que le tenia cubierta la lengua de un humor que lo maleaba todo. Bastábale á este hombre un poco de reflexion para no condenar tan fácilmente ó al criado ó al revendedor. Cuando el paladar está bien dispuesto, sus sensaciones nos indican las calidades del alimento, en el caso contrario no.
§ III
Necesidad de emplear en algunos casos mas de un sentido, para la debida comparacion
Conviene notar que para conocer por medio de los sentidos la existencia de un objeto, no basta á veces el uso de uno solo, sino que es preciso emplear otros al mismo tiempo; ó bien atender á las circunstancias que nos pueden prevenir contra la ilusion. Es cierto que el discernir hasta qué punto corresponde la existencia de un objeto á la sensacion que recibimos, es obra de la comparacion, la que es fruto de la experiencia. Un ciego á quien se quitan las cataratas, no juzga bien de las distancias, tamaños y figuras, hasta haber adquirido la práctica de ver. Esta adquisicion la hacemos sin advertirla desde niños, y así creemos que basta abrir los ojos para juzgar de los objetos tales como son en sí. Una experiencia muy sencilla y frecuente nos convencerá de lo contrario. Un hombre adulto y un niño de tres años estan mirando por un vidrio que les ofrece á la vista paisajes, animales, ejércitos; ambos reciben la misma impresion; pero el adulto, que sabe bien que no ha salido al campo, y se halla en un aposento cerrado, no se altera ni por la cercanía de las fieras, ni por los desastres del campo de batalla. Lo que le cuesta trabajo es conservar la ilusion; y mas de una vez habrá menester distraerse de la realidad, y suplir algunos defectos del cuadro ó instrumento para sentir placer con la presencia del espectáculo. Pero el niño, que no compara, que solo atiende á la sensacion en todo su aislamiento, se espanta y llora, temiendo que se le han de comer las fieras, ó viendo que tan cruelmente se matan los soldados.
Todavía mas: experimentamos á cada paso que una perspectiva excelente de la cual no teníamos noticia, vista á la correspondiente distancia nos causa ilusion, y nos hace tomar por objetos de relleve los que en realidad son planos. La sensacion no es errada; pero sí lo es el juicio que por ella formamos. Si advirtiésemos que caben reglas para producir en la retina la misma impresion con un objeto plano que con otro abultado, nos hubiéramos complacido en la habilidad del artista sin caer en error. Este habria desaparecido mirando el objeto desde puntos diferentes, ó valiéndonos del tacto.
Ahora: recordando que la probabilidad de un hecho es la relacion del número de casos posibles, resulta que la probabilidad de salir por acaso las siete letras dispuestas de modo que formen la palabra español, es igual á 1/5040. Por manera que estaria en el mismo caso que el salir una bola negra de una urna donde hubiese 5039 bolas blancas.
Si es tanta la dificultad que hay en que resulte formada una sola palabra de siete letras; ¿qué será si tomamos por ejemplo un escrito en que hay muchas páginas, y por tanto gran número de palabras? La imaginacion se asombra al considerar la inconcebible pequeñez de la probabilidad cuando se atiende á lo siguiente: 1º. La formacion casual de una sola palabra es poco ménos que imposible, ¿qué será con respecto á millares de palabras? 2º. Las palabras sin el debido órden entre sí no dirian nada, y por tanto seria necesario que saliesen del modo correspondiente para expresar lo que se queria. Siete solas palabras nos costarian el mismo trabajo que las siete letras. 3º. Esto es verdad, aun no exigiendo disposicion en líneas, y suponiéndolo todo en una sola; ¿qué será si se piden líneas? Solo siete nos traerán la misma dificultad que las siete palabras y las siete letras. 4º. Para formarse una idea del punto á que llegaria el guarismo que expresase los casos posibles, adviértase que nos hemos limitado á un número de los mas bajos, el siete; adviértase que hay muchas palabras de mas letras; que todas las líneas habrian de constar de algunas palabras, y todas las páginas de muchas lineas. 5º. Y finalmente, reflexiónese adónde va á parar un número que se forma con una ley tan aumentativa como esta 1×2×3×4×5×6×7×8… (n-1)n. Sígase por breve rato la multiplicacion y se verá que el incremento es asombroso.
En la mayor parte de los casos en que el sentido comun nos dice que hay imposibilidad, son muchas las cantidades por combinar, entendiendo por cantidades todos los objetos que han de estar dispuestos de cierto modo para lograr el objeto que se desea. Por poco elevado que sea este número, el cálculo demuestra ser la probabilidad tan pequeña, que ese instinto con el cual desde luego, sin reflexionar, decimos «esto no puede ser» es admirable, por lo fundado que está en la sana razon. Pondré otro ejemplo. Suponiendo que las cantidades son en número de 100, el de las combinaciones posibles será 1×2×3×4×5×6… 99×100. Para concebir la increible altura á que se elevaría este producto, considérese que se han de sumar los logaritmos de todas estas cantidades, y que las solas características, prescindiendo de las mantísas dan 92: lo que por sí solo da una cantidad igual á la unidad seguida de 92 ceros. Súmense las mantisas, y añádase el resultado de los enteros á las características, y se verá que este número crece todavía mucho mas. Sin fatigarse con cálculos se puede formar idea de esta clase de aumento. Así suponiendo que el número de las cantidades combinables sea diez mil, por la suma de las solas características de los factores se tendria una característica igual á 28894; es decir que aun no llevando en cuenta lo muchísimo que subiria la suma de las mantisas, resultaria un número igual á la unidad seguida de 28894 ceros. Concíbase si se puede lo que es un número, que por poco espesor que en la escritura se dé á los ceros, tendrá la longitud de algunas varas; y véase si no es muy certero el instinto que nos dice ser imposible una cosa cuya probabilidad es tan pequeña que está representada por un quebrado cuyo numerador es la unidad, y cuyo denominador es un número tan colosal.