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Kitabı oku: «El Criterio», sayfa 7

Balmes Jaime Luciano
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§ III

Los sabios resucitados

El lector palpará el fundamento de lo que acabo de exponer, y se desentenderá en adelante de las frivolas objeciones que pudiera presentar el espíritu de sutileza y cavilacion, asistiendo á la escena que voy á ofrecerle, en la cual encontrará retratada al vivo la naturaleza de las cosas, y explicada y demostrada á un mismo tiempo la importante verdad que deseo inculcarle.

Yo supongo reunidos en un vasto establecimiento un gran número de hombres célebres, los que resucitados tales como eran en vida, con los mismos talentos é inclinaciones, pasan algunos dias encerrados allí, bien que con amplia libertad de ocuparse cada cual en lo que fuere de su agrado. La mansion está preparada como tales huéspedes se merecen; un riquísimo archivo, una inmensa biblioteca, un museo donde se hallan reunidas las mayores maravillas de la naturaleza y del arte; espaciosos jardines adornados con todo linaje de plantas, largas hileras de jaulas donde rugen, braman, aullan, silban, se revuelven, se agitan, todos los animales de Europa, Asia, Africa y América. Allí estan Gonzalo de Córdoba, Cisneros, Richelieu, Cristóbal Colon, Hernan Cortés, Napoleon, Tasso, Milton, Boileau, Corneille, Racine, Lope de Vega, Calderon, Molière, Bossuet, Massillon, Bourdaloue, Descártes, Malebranche, Erasmo, Luis Vives, Mabillon, Vieta, Fermat, Bacon, Keplero, Galileo, Pascal, Newton, Leibnitz, Miguel Angelo, Rafael, Linneo, Buffon y otros que han trasmitido á la posteridad su nombre inmortal.

Dejadlos hasta que se hayan hecho cargo de la distribucion de las piezas, y cada cual haya podido entregarse á los impulsos de su inclinacion favorita. El gran Gonzalo leerá con preferencia las hazañas de Escipion en España, desbaratando á sus enemigos con su estrategia, aterrándolos con su valor, y atrayéndose el ánimo de los naturales con su gallarda apostura y conducta generosa. Napoleon se ocupará en el paso de los Alpes por Aníbal, en las batallas de Cánas y Trasimeno; se indignará al ver á César vacilante á la orilla del Rubicon, golpeará la mesa con entusiasmo al mirarle cual marcha sobre Roma, vence en Farsalia, sojuzga el Africa, y se reviste de la dictadura. Tasso y Milton tendrán en sus manos la Biblia, Homero y Virgilio; Corneille y Racine á Sófocles y Eurípides; Molière á Aristófanes, Lope de Vega, y Calderon; Boileau á Horacio; Bossuet, Massillon y Bourdaloue á san Juan Chisóstomo, san Agustin, san Bernardo; miéntras Erasmo, Luis Vives y Mabillon estarán revolviendo el archivo, andando á caza de polvorientos manuscritos para completar un texto truncado, aclarar una frase dudosa, enmendar una expresion incorrecta, ó resolver un punto de crítica. Entre tanto sus ilustres compañeros se habrán acomodado conforme á su gusto respectivo. Quien estará con el telescopio en la mano, quien con el microscopio, quien con otros instrumentos; al paso que algunos, inclinados sobre un papel cubierto de signos, letras y figuras geométricas, estarán absortos en la resolucion de los problemas mas abstrusos. No estarán ociosos los maquinistas, ni los artistas, ni los naturalistas; y bien se deja entender que encontraremos á Buffon junto á las verjas de una jaula, á Linneo en el jardin, á Whatt examinando los modelos de maquinaria, y á Rafael y Miguel Angelo, en las galerías de cuadros y estatuas.

Todos pensarán, todos juzgarán, y sin duda que sus pensamientos serán preciosos, y sus fallos respetables; y sin embargo estos hombres no se entenderian unos á otros, si se hablasen los de profesiones diferentes; si trocais los papeles, será posible que de una sociedad de genios hagais una reunion de capacidades vulgares, que tal vez llegue á ser divertida con los disparates de insensatos.

¿Veis á ese cuyos ojos centellean, que se agita en su asiento, da recias palmadas sobre la mesa, y al fin se deja caer el libro de la mano, exclamando: bien, muy bien, magnifico?… ¿Notais aquel otro que tiene delante de sí un libro cerrado, y que con los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos fijos, y la frente contraida y torva, manifiesta que está sumido en meditacion profunda, y que al fin vuelve de repente en sí, y se levanta diciendo: «evidente, exacto, no puede ser de otra manera…?» Pues el uno es Boileau, que lee un trozo escogido de la carta á los Pisones, ó de las Sátiras, y que á pesar de saberlo de memoria, lo encuentra todavía nuevo, sorprendente, y no puede contener los impulsos de su entusiasmo: el otro es Descártes que medita sobre los colores y resuelve que no son mas que una sensacion. Aproximadlos ahora y haced que se comuniquen recíprocamente sus pensamientos; Descártes tendrá á Boileau por muy frívolo, pues que tanto le afecta una imágen bella y oportuna, ó una expresion enérgica y concisa; y Boileau se desquitará á su vez sonriéndose desdeñosamente del filósofo cuya doctrina choca con el sentido comun, y tiende á desencantar la naturaleza.

Rafael contempla extasiado un cuadro antiguo de raro mérito; en la escena, el sol se ha ocultado en el ocaso, las sombras van cubriendo la tierra, descúbrese en el firmamento el cuadrante de la luna, y algunas estrellas que brillan como antorchas en la inmensidad de los cielos. Descuella en el grupo una figura que con los ojos clavados en el astro de la noche, y con ademan dolorido y suplicante, diríase que le cuenta sus penas, y le conjura que le dé auxilio en tremenda cuita. Entre tanto acierta á pasar por allí un personaje que anda meditabundo de una parte á otra; y reparando en la luna y estrellas, y en la actitud de la mujer que las mira, se detiene y articula entre dientes, no sé qué cosas sobre paralaje, planos que pasan por el ojo del espectador, semidiámetros terrestres, tangentes á la órbita, focos de la elipse, y otras cosas por este tenor que distraen á Rafael, y le hacen marchar á grandes pasos hácia otro lado, maldiciendo al bárbaro astrónomo y a su astronomía.

Allí está Mabillon con un viejo pergamino, calándose mil veces los anteojos, y ora tomando la luz en una direccion, ora en otra, por si puede sacar en limpio una línea medio borrada, donde sospecha que ha de encontrar lo que busca, y miéntras el buen monje se halla atareado en su faena se le llega un naturalista rogándole que disimule, y armando su microscopio se pone á observar, si descubre en el pergamino algunos huevos de polilla. El pobre Linneo tenia recogidas unas florecitas y las estaba distribuyendo, cuando pasan por allí Tasso y Milton recitando en alta y sentida voz un soberbio pasaje, y no advierten que lo echan todo á rodar, y que con una pisada destruyen el trabajo de muchas horas.

En fin aquellos hombres acabaron por no entenderse, y fué preciso encerrarlos de nuevo en sus tumbas para que no se desacreditasen y no perdiesen sus títulos á la inmortalidad.

Lo que veia el uno no acertaba á verlo el otro, aquel reputaba á este por estúpido, y este á su vez le pagaba con la misma moneda. Lo que el uno apreciaba con admirable tino, el otro lo juzgaba disparatando; lo que uno miraba como inestimable tesoro, considerábalo el otro cual miserable bagatela. ¿Y esto porqué? ¿Cómo es que grandes pensadores discuerden hasta tal punto? ¿Cómo es que las verdades no se presenten á los ojos de todos de una misma manera? Es que estas verdades son de especies muy diferentes; es que el compas y la regla no sirven para apreciar lo que afecta el corazon; es que los sentimientos nada valen en el cálculo y en la geometría; es que las abstracciones metafísicas nada tienen que ver con las ciencias sociales; es que la verdad pertenece á órdenes tan diferentes cuanto lo son las naturalezas de las cosas, porque la verdad es la misma realidad.

El empeño de pensar sobre todos los objetos de un mismo modo, es un abundante manantial de errores; es trastornar las facultades humanas; es transferir á unas lo que es propio exclusivamente de otras. Hasta los hombres mas privilegiados á quienes el Criador ha dotado de una comprension universal, no podrán ejercerla cual conviene, si cuando se ocupan de una materia, no se despojan en cierto modo de sí mismos, para hacer obrar las facultades que mejor se adaptan al objeto de que se trata12.

CAPÍTULO XIII

LA BUENA PERCEPCION

§ I

La idea

Percibir con claridad, exactitud y viveza, juzgar con verdad, discurrir con rigor y solidez, hé aquí las tres dotes de un pensador; examinémoslas por separado, emitiendo sobre cada una de ellas algunas observaciones.

¿Qué es una idea? No nos proponemos investigarlo aquí. ¿Qué es la percepcion en su rigor ideológico? Tampoco es este el blanco de nuestras tareas, ni conduciria al fin que deseamos. Bastará pues decir, en lenguaje comun, que percepcion es aquel acto interior con el cual nos hacemos cargo de un objeto: siendo la idea aquella imágen, representacion, ó lo que se quiera, que sirve como de pábulo á la percepcion. Así percibimos el círculo, la elipse, la tangente á una de estas curvas; percibimos la resultante de un sistema de fuerzas, la razon inversa de estas en los brazos de una palanca, la gravitacion de los cuerpos, la ley de aceleracion en su descenso, el equilibrio de los flúidos; percibimos la contradiccion del ser y no ser á un mismo tiempo, la diferencia entre lo esencial y accidental de los seres; percibimos los principios de la moral; percibimos nuestra existencia y la de un mundo que nos rodea; percibimos una belleza ó un defecto en un poema ó en un cuadro; percibimos la sencillez ó complicacion de un negocio, los medios fáciles ó arduos para llevarle á cabo; percibimos la impresion agradable ó desagradable que hace en nuestros semejantes tal ó cual palabra, gesto ó suceso; en breve, percibimos todo aquello de que se hace cargo nuestro espíritu; y aquello que en lo interior nos parece que nos sirve de espejo para ver el objeto, aquello que ora está presente á nuestro entendimiento, ora se retira, ó se adormece, aguardando que otra ocasion lo dispierte ó que nosotros lo llamemos para volverse á presentar; aquello que no sabemos lo que es, pero cuya existencia no nos es dable poner en duda, aquello se llama idea.

Poco nos importan aquí las opiniones de los ideólogos; por cierto que para pensar bien no es necesario saber si la idea es distinta de la percepcion ó no, si es la sensacion transformada ó no, ni si nos ha venido por este ó aquel conducto, ó si la tenemos innata ó adquirida. Para la resolucion de todas estas cuestiones, sobre las cuales se ha disputado siempre, y se disputará en adelante, se necesitan actos reflejos que no puede hacer quien no se ocupa de ideología, so pena de distraerse de su tarea, y embarazar y extraviar lastimosamente su pensamiento. Quien piensa, no puede estar continuamente pensando que piensa y cómo piensa; de otra suerte el objeto de su entendimiento se cambiará; y en vez de ocuparse de lo que debe, se ocupará de sí mismo.

§ II

Regla para percibir bien

Percibiremos con claridad y viveza, si nos acostumbramos á estar atentos á lo que se nos ofrece (Cap.II); y si ademas hemos procurado adquirir el necesario tino para desplegar en cada caso las facultades que se adaptan al objeto presente.

¿Se me da una definicion matemática? nada de vaguedad, nada de abstracciones, nada de fantástico ó sentimental, nada del mundo en su complicacion y variedad; en este caso he de valerme de la imaginacion, no mas que como del encerado donde trazo los signos, y las figuras, y del entendimiento como del ojo para mirar. Aclararé la regla proponiendo un ejemplo de los mas sencillos: una de las definiciones elementales de la geometría.

La circunferencia es una línea curva reentrante cuyos puntos distan igualmente todos de uno que se llama centro. Por lo pronto, es evidente que no se trata aquí, ni de la circunferencia tal como suele tomarse en sentido metafórico, cuando se la aplica á objetos no geométricos; ni en un sentido lato y grosero, como en los casos en que no se necesita precision y rigor; debo pues considerar la definicion dada como la expresion de un objeto del órden ideal, al cual se aproximará mas ó ménos la realidad.

Pero, como las figuras geométricas se someten á la vista y á la imaginacion, me valdré de una de estas, y si es posible de ambas, para representarme aquello que quiero concebir. Trazada la figura en el encerado, ó en la imaginacion, veo ó imagino una circunferencia; pero ¿esto me basta para comprender bien su naturaleza? No. El hombre mas rudo la ve é imagina tan perfectamente como el mas cumplido matemático; y no sabe darse cuenta á sí mismo de lo que es una circunferencia. Luego la vista ó la imaginacion de la figura, no son suficientes para la idea geométrica completa. Ademas, que si no se necesitara otra cosa, el gato que acurrucado en una silla está contemplando atentamente una curva que su amo acaba de trazar, y que sin duda la ve tan bien como este, y la imagina cuando cierra los ojos, tendria de la misma una idea igualmente perfecta que Newton ó Lagrange.

¿Qué se necesita pues para que haya una percepcion intelectual, que se conozca el conjunto de condiciones de las cuales no puede faltar ninguna sin que desaparezca la curva? Esto es lo explicado por la definicion; y para que la percepcion sea cabal, deberé hacerme cargo de cada una de dichas condiciones, y su conjunto formará en mi entendimiento la idea de la curva.

Quien se haya ocupado en la enseñanza habrá podido observar la diferencia que acabo de señalar. Vista una circunferencia y la manera de trazarla con el compas, el alumno mas torpe la reconoce donde quiera que se le presente, y la describe sin equivocarse. En esto no cabe diferencia entre los talentos; pero viene el definir la curva, señalando las condiciones que la forman, y entónces se palpa lo que va de la imaginacion al entendimiento, entónces se conoce ya al jóven negado, al medianamente capaz, al sobresaliente. ¿Qué es la circunferencia? preguntais al primero. – Es esto que acabo de trazar. – Pero bien, ¿en qué consiste? ¿cuál es la naturaleza de esta línea? ¿en qué se diferencia de la recta que explicamos ayer? ¿Son lo mismo la una que la otra? – Oh! no: esta es así… redonda… aquí hay un punto… – Se acuerda V. de la definición que da el autor? Sí, señor; la circunferencia es una línea curva reentrante, cuyos puntos distan igualmente todos de uno que se llama centro. – ¿Porqué la llamamos curva? – Porque no tiene sus puntos en una misma direccion. – ¿Porqué, reentrante? – Porque vuelve ó entra en sí misma. – Si no fuese reentrante, ¿seria circunferencia? – Sí señor. – ¿No acaba V. de decirnos que ha de serlo? – Ah! Sí señor. – ¿Porqué, en no siendo reentrante, ya no seria circunferencia? – Porque… la circunferencia… porque… – En fin cansado de esperar, y de explicar, llamais á otro; que os da la definicion, que os explica los términos, pero que ahora se os deja la palabra curva, ahora la igualmente, que si le obligais á una atencion mas perfecta, se hace cargo de lo que le decís, lo repite muy bien, pero que á poco tiene otro olvido, ó equivocacion, dando á entender que no se ha formado todavía idea cabal, que no se da cumplida razon á sí mismo del conjunto de condiciones necesarias para formar una circunferencia.

Llegais por fin á un alumno de entendimiento claro y sobresaliente: traza la figura con mas ó ménos desembarazo, segun su mayor ó menor agilidad natural, recita mas ó ménos rápidamente las definiciones, segun la velocidad de la lengua; pero llamadle al análisis, y notaréis desde luego la claridad y precision de sus ideas, la exactitud y concision de sus palabras, la oportunidad y tino de las aplicaciones. – En la definicion ¿podríamos omitir la palabra línea? – Como aquí ya hemos advertido que solo tratamos de líneas, se daria por sobrentendida; pero en rigor no, porque al decir curva, podríase dudar si hablamos de superficies. – Y expresando línea, podriamos omitir curva? – Me parece que sí… porque como añadimos reentrante, ya excluimos la recta que no puede serlo; y ademas la recta tampoco puede tener todos sus puntos igualmente distantes de uno. – Y la palabra reentrante, ¿no la pudiéramos pasar por alto? – No señor; porque si la curva no vuelve sobre sí misma ya no será una circunferencia; así, por ejemplo, si en esta borro la parte A B, ya no me queda una circunferencia sino un arco. – Pero, añadiendo lo demas, de que todos los puntos han de distar igualmente de uno que se llama centro, bien parece que se sobrentiende que será reentrante… – No señor, porque en el arco que tenemos á la vista hay la equidistancia, y sin embargo no es reentrante. – Y la palabra igualmente? – Es indispensable; de otro modo seria no decir nada; porque una recta tambien tiene todos sus puntos distantes de uno que no se halle en ella; y ademas una curva que trazo á la aventura, rasgueando así… sobre el encerado, tiene tambien todos sus puntos distantes de otro cualquiera, como A… que señalo fuera de ella.

Hé aquí una percepcion clara, exacta, cabal, que nada deja que desear, que deja satisfecho al que habla y al que oye.

Acabamos de asistir al análisis de una idea geométrica, y de señalar la diferencia entre sus grados de claridad y exactitud; veamos ahora una idea artística, y tratemos de determinar su mayor ó menor perfeccion. En ambos casos hay percepcion de una verdad; en ambos casos se necesita atencion, aplicacion de las facultades del alma; pero con el ejemplo que sigue palparemos que lo que en el uno daña, en el otro favorece y vice-versa; y que las clasificaciones y distinciones que en el primero eran indicio de disposiciones felices, son en el segundo una prueba de que el disertante se ha equivocado al elegir su carrera.

Dos jóvenes que acaban de salir de la escuela de retórica, que recuerdan perfectamente cuanto en ella se les ha enseñado, que serían capaces de decorar los libros de texto de un cabo á otro, que responden con prontitud á las preguntas que se les hacen sobre tropos, figuras, clases de composicion, etc., etc., y que en fin han desempeñado los exámenes á cumplida satisfaccion de padres y maestros, obteniendo ambos la nota de sobresaliente, por haber contestado con igual desembarazo y lucimiento, de manera que no era dable encontrar entre los dos ninguna diferencia, estan repasando las materias en tiempo de vacaciones, y cabalmente leen un magnífico pasaje oratorio ó poético.

Camilo vuelve una y otra vez sobre las admirables páginas, y ora derrama lágrimas de ternura, ora centellea en sus ojos el mas vivo entusiasmo. «Esto es inimitable, exclama, es imposible leerlo sin conmoverse profundamente! ¡qué belleza de imágenes, qué fuego, qué delicadeza de sentimientos, qué propiedad de expresion, qué inexplicable enlace de concision y abundancia, de regularidad y lozanía!» «¡Oh! sí, le contesta Eustaquio, esto es muy hermoso; ya nos lo habian dicho en la escuela; y si lo observas, verás que todo está ajustado á las reglas del arte.»

Camilo percibe lo que hay en el pasaje, Eustaquio no; y sin embargo aquel discurre poco, apénas analiza, solo pronuncia algunas palabras entrecortadas, miéntras este diserta á fuer de buen retórico. El uno ve la verdad, el otro no; ¿y porqué? porque la verdad en este lugar es un conjunto de relaciones, entre el entendimiento, la fantasía y el corazon; es necesario desplegar á la vez todas estas facultades, aplicándolas al objeto con naturalidad, sin violencia ni tortura, sin distraerlas con el recuerdo de esta ó aquella regla, quedando el análisis, razonado y crítico para cuando se haya sentido el mérito del pasaje. Enredarse en discursos, traer á colacion este ó aquel precepto, ántes de haberse hecho cargo del escogido trozo, ántes de haberle percibido, es maniatar, por decirlo así, el alma, no dejándole expedita mas que una facultad cuando las necesita todas.

§ III

Escollo del análisis

Hasta en las materias donde no entran para nada la imaginacion y el sentimiento, conviene guardarse de la manía de poner en prensa el espíritu obligándole á sujetarse á un método determinado, cuando ó por su carácter peculiar, ó por los objetos de que se ocupa, requiere libertad y desahogo. No puede negarse que el análisis, ó sea la descomposicion de las ideas, sirve admirablemente en muchos casos para darles claridad y precision; pero es menester no olvidar, que la mayor parte de los seres son un conjunto, y que el mejor modo de percibirlos es ver de una sola ojeada las partes y relaciones que le constituyen. Una máquina desmontada presenta con mas distincion y minuciosidad las piezas de que está compuesta; pero no se comprende tambien el destino de ellas, hasta que colocadas en su lugar, se ve como cada una contribuye al movimiento total. A fuerza de descomponer, prescindir y analizar, Condillac y sus secuaces no hallan en el hombre otra cosa que sensaciones; por el camino opuesto Descártes y Malebranche, apénas encontraban mas que ideas puras, un refinado espiritualismo; Condillac pretende dar razon de los fenómenos del alma, principiando por un hecho tan sencillo como es el acercar una rosa á la nariz de su hombre-estatua, privado de todos los sentidos, excepto el olfato; Malebranche busca afanoso un sistema para explicar lo mismo; y no encontrándolo en las criaturas, recurre nada ménos que á la esencia de Dios.

En el trato ordinario, vemos á menudo laboriosos razonadores que conducen su discurso con cierta apariencia de rigor y exactitud, y que guiados por el hilo engañoso van á parar á un solemne dislate. Examinando la causa, notaremos que esto procede de que no miran el objeto sino por una cara. No les falta análisis, tan pronto como una cosa cae en sus manos la descomponen; pero tienen la desgracia de descuidar algunas partes; y si piensan en todas, no recuerdan que se han hecho para estar unidas, que estan destinadas á tener estrechas relaciones, y que si estas relaciones se arrumban, el mayor prodigio podrá convertirse en descabellada monstruosidad.

12.Pág. 102. – Lo dicho en la Nota 3 sobre la diferencia de los talentos deja fuera de duda lo que acabo de asentar en el capítulo XII. Sin embargo para hacer sentir que la escena de los Sabios resucitados no es una ficcion exagerada, citaré un ejemplo que equivale á muchos. ¿Quién hubiera pensado que un escritor tan fecundo, tan brillante, tan lozano y pintoresco como Buffon, no fuese poeta ni capaz de hacer justicia á los poetas mas eminentes? Tratándose de un hombre que solo se hubiese distinguido en las ciencias exactas, esto no fuera extraño; pero en Buffon, en el magnífico pintor de la naturaleza, ¿cómo se concibe esta anomalía? Sin embargo la anomalía existió, y esto basta á manifestar que no solo pueden encontrarse separados dos géneros de talento muy diversos, sino tambien los que al parecer solo se distinguen por un lijero matiz. «Yo he visto, dice Laharpe, al respetable anciano Buffon, afirmar con mucha seguridad que los versos mas hermosos estaban llenos de defectos, y que no alcanzaban ni con mucho á la perfeccion de una buena prosa. No vacilaba en tomar por ejemplo los versos de la Athalia y hacer una minuciosa crítica de los de la primera escena. Todo lo que dijo era propio de un hombre tan extraño á las primeras nociones de la poesía, y á los ordinarios procedimientos de la versificacion, que no habria sido posible responderle sin humillarle.» Y adviértase que no se habla de un hombre que pensase ménos en la forma del escrito que en el fondo; se habla de Buffon, que pulia con extremada escrupulosidad sus trabajos, y de quien se cuenta que hizo copiar once veces su manuscrito Epocas de la naturaleza; y sin embargo este hombre que tanto cuidaba de la belleza, de la cultura, de la armonía, no era capaz de comprender á Racine, y encontraba malos los versos de la Athalia.
Balmes Jaime Luciano
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