Kitabı oku: «Filosofía Fundamental, Tomo IV», sayfa 19
CAPÍTULO XIX.
EXÁMEN DE ALGUNAS EXPLICACIONES DE LA MORALIDAD
[205.] Se ha disputado mucho sobre el orígen y carácter de la moralidad de las acciones, sucediendo en esta materia lo mismo que en todas las demás; el entendimiento del hombre vacila y se confunde, siempre que trata de penetrar en los primeros principios de las cosas. Como no me propongo escribir un tratado de moral, y sí únicamente, analizar los fundamentos de esta ciencia, me limitaré á caracterizar, en cuanto me sea posible, las ideas y sentimientos primordiales del órden moral, sin descender á sus aplicaciones. Para esto, procederé como acostumbro, por el método analítico, descomponiendo el hecho consignado en el capítulo anterior, recorriendo varias exposiciones del mismo, y señalando la insuficiencia y la inexactitud de alguna de ellas, antes de llegar á la única que me parece verdadera y cumplida.
[206.] ¿Qué es bien? qué es mal? las cosas que son buenas ó malas ¿por qué lo son? ¿en qué consiste su bondad ó malicia? cuál es el orígen de estas propiedades?
Se dice que es bueno lo que es conforme á la razon, lo que se hace con arreglo a la ley eterna, lo que es agradable á Dios; y malo lo que se opone á la razon, lo que contradice á la ley eterna, lo que es desagradable á Dios. Esto es verdad; pero ¿resuelve cumplidamente la cuestion en el terreno científico?
El valor moral del dictámen de la razon depende de su conformidad con la ley eterna; cuando pues para fundar el órden moral se echa mano de la primera, se habla de una participacion de la segunda; luego no se tienen con esto dos resoluciones de la cuestion, sino una sola.
Los actos no pueden ser agradables ó desagradables á Dios, sino en cuanto son conformes á la ley eterna; luego el juzgar de la bondad ó malicia de los actos por su relacion al agrado ó desagrado de Dios, es juzgarlos por su conformidad á la ley eterna.
Infiérese de lo dicho que acto conforme á razon, acorde con la ley eterna, ó agradable á Dios, aunque expresen diversos aspectos de una idea, no significan nada diferente, en cuanto se trata de explicar los cimientos del órden moral.
[207.] Las prescripciones de la ley eterna, no dependen de la libre voluntad de Dios; pues en tal caso se seguiria que Dios podria hacer lo bueno malo, y lo malo bueno. La ley eterna, no puede ser otra cosa que la razon eterna, ó bien la representacion del órden moral en el entendimiento divino. En tal caso, la moralidad parece, segun nuestro modo de concebir, que precede á su representacion; esto es, que la moralidad está representada en el entendimiento divino, porque ella es; pero no es, porque esté representada. En el órden moral llegamos á un caso semejante al de las esencias metafísicas y geométricas. Las verdades geométricas por ejemplo, son eternas en cuanto están representadas en la razon eterna; y esta representacion supone una verdad intrínseca en ellas mismas, y absolutamente necesaria, pues que de otro modo la representacion podria ser falsa. Mas, como quiera que dicha verdad ha de tener algun fundamento eterno (Lib. IV, Cap.s XXIV, XXV, XXVI y XXVII), y este no se halla en los seres finitos, se le ha de buscar en el ser infinito por esencia, donde está la razon de todo. Su entendimiento representa la verdad, y por tanto es verdadero; pero esta misma verdad se funda en la esencia del mismo ser infinito que la conoce.
[208.] Las verdades morales no se distinguen en este punto de las metafísicas; su orígen está en Dios, la moral no puede ser atea. ¿Por qué se representan en Dios unas cosas como buenas y otras como malas? buscar la razon de esto equivale á preguntar por qué los triángulos no se representan circulares, y los círculos triangulares. Si hay una necesidad intrínseca, ó no podremos señalar la razon de ella, ó de todos modos debemos llegar á una razon que no puede explicarse por otra razon. Siempre será preciso pararnos en un punto donde digamos: es así, y nada mas. La ulterior satisfaccion que en tal caso pudiéramos desear, nos es imposible alcanzarla, en no viendo intuitivamente la esencia infinita donde se halla la primera y la última razon de todo.
[209.] Para estar representadas las cosas como buenas ó malas, y aun para concebirlas representadas como tales, es necesario que se les suponga bondad ó malicia.
¿Qué es ser una cosa buena? si decimos que es el ser representada como buena en el entendimiento divino, hacemos entrar en la definicion la misma cosa definida: siempre queda la dificultad: ¿qué significa ser representada como buena?
La bondad no puede consistir en la simple representacion, de suerte que sea bueno todo lo que está representado en Dios, porque entonces se seguiria que todo es bueno porque todo está representado en Dios.
Luego para que una cosa sea buena, no solo debe ser representada, sino representada bajo tal ó cual carácter, que la constituya buena; en cuyo caso, hallamos aun en pié toda la dificultad: ¿cuál es este carácter?
[210.] Aclaremos las ideas comparando una verdad metafísica con una verdad moral. Todos los diámetros de un mismo círculo son iguales; esta verdad no depende de ningun círculo particular; se funda en la misma esencia del círculo; y esta á su vez, con todas sus propiedades y relaciones, se halla representada desde toda la eternidad en la esencia infinita, donde con la plenitud del ser, hay la representacion y el conocimiento de todas las participaciones finitas en que se pueden ejercer la sabiduría y la omnipotencia infinita. Todas las participaciones están sujetas al principio de contradiccion; en ninguna de ellas se puede verificar que el ser deje de excluir al no ser y recíprocamente; de aquí dimana la necesidad de todas las propiedades y relaciones, sin las cuales no subsiste el principio de contradiccion: entre ellas se cuenta la igualdad de todos los diámetros del mismo círculo.
[211.] Estas consideraciones sugieren la cuestion: ¿es posible explicar el órden moral del mismo modo que el metafísico y el matemático, manifestándole contenido en el principio de contradiccion?
[212.] Es fácil de notar que en todas las verdades metafísicas y matemáticas se expresa ó se niega la identidad. A es B, ó A no es B; á esto se reducen todas las proposiciones posibles; esta es la fórmula general de todas las verdades de un órden absoluto. De otra manera sucede en el órden moral, donde nunca se expresa nada absolutamente, como lo indica la misma forma de las proposiciones morales. Dios es bueno. Aquí se expresa una verdad metafísica. Dios debe ser amado, ó en otros términos: se ha de amar á Dios. Aquí se expresa una verdad moral. Nótese la diferencia: en un caso se dice es, absolutamente; en el otro, debe ser, se ha, hay obligacion de, empleándose diferentes expresiones que todas significan una misma cosa; pero en todas ellas ha desaparecido el ser, como afirmacion absoluta. Al parecer ninguna proposicion moral puede expresarse de esta manera, atendiendo á los elementos primitivos de nuestras ideas morales, porque en todas estas proposiciones se implica la idea del deber, que es esencialmente una idea relativa.
[213.] El amar á Dios es bueno. Esta es una proposicion moral cuya estructura parece contradecir lo que acabo de establecer. Aquí se encuentra una afirmacion absoluta expresada simplemente por es, como en las proposiciones metafísicas ó matemáticas. No obstante, por poco que se reflexione, se echará de ver que este carácter absoluto desaparece, si se atiende á la naturaleza del predicado. ¿Qué significa bueno? hénos aquí con una idea esencialmente relativa, lo cual comunicará este mismo carácter á la proposicion que se presentaba como absoluta. El amar á Dios es bueno, significará: el amar á Dios es una cosa conforme á la razon ó á la ley eterna, ó agradable á Dios, ó una cosa á que estamos obligados; siempre una idea relativa, jamás una idea absoluta como estas otras: ser, no ser, triángulo, círculo etc. etc.
[214.] Bueno, dicen algunos, es lo que conduce al fin que corresponde al ser inteligente. Esta explicacion no debe confundirse con la teoría del interés privado; teoría rechazada por la religion, por los sentimientos del corazon, y combatida por los pensadores mas profundos; aquí, al hablar de fin se trata de un fin último, superior á lo que suele entenderse por la expresion: interés privado. Sin duda que el llegar al último fin, es un grande interés del ser inteligente; pero al menos este interés se toma en un sentido grandioso, que no alienta el desarrollo de un egoismo mezquino.
Reconocida esta diferencia entre las dos doctrinas, diré que tampoco esta última me parece admisible. La bondad moral ha de ser conducente al fin; mas esto no constituye el carácter de la moralidad. En efecto: ¿qué se entiende por fin? si se entiende el mismo Dios, acto moral será el acto que conduce á Dios; en cuyo caso permanece en pié la dificultad, pues que faltará saber, qué se entiende por conducir. Si es el acarrear la felicidad, que consiste en la union con Dios ¿cómo se acarrea esta felicidad? Cumpliendo lo que Dios ha mandado – Cierto; pero entonces preguntaremos: 1.º por qué el hacer lo que Dios ha mandado, conduce á la felicidad; 2.º por qué Dios ha mandado unas cosas, y ha prohibido otras; lo cual equivale á plantear de nuevo la cuestion de la moralidad intrínseca.
[215.] Además, la idea de felicidad nos ofrece una cosa muy distinta de la de moralidad. Imaginando un ser que sacrifica toda su dicha por otros seres, tendremos la idea de un ser altamente moral, y sin embargo infeliz. Si la moralidad consistiese en la felicidad, la participacion de la felicidad seria la participacion de la moralidad; todo goce seria un acto moral; y solo podria ser inmoral, por no ser bastante vivo ó bastante duradero. A medida que nos elevaríamos á la idea de un goce mas duradero y vivo, nos formaríamos la idea de una moralidad mas alta; el goce mas exento de disgusto, seria el acto de moralidad mas pura: y ¿quién no ve que esto trastorna nuestras ideas morales, y repugna á nuestros sentimientos?
[216.] No basta decir que un ser moral alcanzará la felicidad; y que su felicidad será tanto mayor, cuanto mayor haya sido su moralidad; esto solo prueba que la felicidad es el premio de la virtud; pero no autoriza á confundir aquella con esta, el galardon con el mérito.
[217.] El confundir la moralidad con la dicha, es reducir la moral á una combinacion de cálculo, es despojar la virtud de ese brillo purísimo que nos atrae y encanta, y que nos la hace parecer tanto mas bella, cuanto mas unida está con el sufrimiento. Si identificamos la felicidad con la moralidad; el desinterés será un cálculo de interés, un sacrificio de un interés menor á un interés mayor, una pérdida en lo presente, para ganar en el porvenir.
Nó, la moralidad de las acciones, no es un negocio de cálculo: el virtuoso alcanza premio; puede tambien desear este premio; mas para que el acto sea virtuoso, se necesita algo mas que la combinacion para alcanzarle; es preciso que hallemos algo que haga el acto meritorio del premio; y ni siquiera concebimos que pueda estarle reservado el premio á ningun acto, sino porque en sí mismo es meritorio.
Cuando Dios ha preparado castigos para unos actos y premios para otros, ha debido hallar en ellos una diferencia intrínseca; y por esto les ha señalado destinos diferentes; pero segun el sistema que combatimos, los actos no serian buenos sino en cuanto conducentes al premio, y no habria ninguna razon porque condujesen á él los unos con preferencia, á los otros. Esta razon se ha de encontrar en una diferencia intrínseca de los mismos; si no se quiere caer en el absurdo de que todas los acciones son indiferentes en sí mismas, y que las malas podrian ser buenas, y las buenas malas.
[218.] El ser conducente al bien de la humanidad es otro carácter incompleto de la moralidad de las acciones. Desde luego salta á la vista, que esta moralidad, seria solamente la humana; y por tanto no comprenderia la moralidad intrínseca, que consideramos comun á todos los seres inteligentes.
[219.] Además; ¿de qué bien se trata? en qué estado se considera la humanidad? ¿Se habla de una sociedad constituida en nacion; ó de la humanidad propiamente dicha; de una generacion ó de muchas; de su destino en la tierra ó en el porvenir de la otra vida? ¿Se habla de su bienestar, ó de su desarrollo y perfeccionamiento prescindiendo de su mayor ó menor bienestar? Si la moralidad de las acciones se ha de tomar de su conducencia, por decirlo así, al bien general de la humanidad, ¿en qué consiste este bien supremo? ¿Es el desarrollo de la inteligencia, es el de la fantasía ó del corazon; es el de las artes útiles que proporcionan goces materiales? No se puede entonces poner como término la perfeccion moral, pues que por el supuesto, la moralidad seria un medio; y las acciones serian tanto mas morales, cuanto serian medios mas útiles para lograr el bien general.
[220.] Decir que la moralidad es únicamente objeto del sentimiento, y que no se puede señalar otro carácter de lo bueno, sino esa perfeccion misteriosa que sentimos en la virtud; es desterrar la moral como ciencia, cerrando completamente las puertas á toda investigacion. No niego que hay en nosotros un sentimiento moral; y que nuestro corazon abriga misteriosas simpatías por la virtud; pero creo que con este hecho, es muy compatible el estudio científico de los fundamentos del órden moral. Es necesario reconocer el carácter primitivo de algunos hechos de nuestro espíritu, y no empeñarse en querer explicarlo todo; pero conviene guardarse de la exageracion, que en esto será tanto mas peligrosa, cuanto se cubrirá con el manto de la modestia.
CAPÍTULO XX.
EXPLICACION FUNDAMENTAL DEL ÓRDEN MORAL
[221.] En la moralidad ha de haber algo absoluto. No es posible concebir una cosa relativa sola, sin algo absoluto en que se funde. Además, toda relacion implica un término de referencia, y por consiguiente, aun cuando supongamos una serie de referencias, es necesario llegar al término último. Esto manifiesta por qué no satisfacen al entendimiento las explicaciones de la moralidad puramente relativas: la razon y hasta el sentimiento, buscan algo absoluto en que puedan fijarse.
A mas de este argumento puramente ontológico en favor de lo absoluto de la moralidad, hay otros mas al alcance del comun de los hombres, y no menos concluyentes.
[222.] En el ser infinitamente perfecto concebimos santidad infinita, independientemente de la existencia de las criaturas; ¿y qué es la santidad infinita, sino la perfeccion moral en un grado infinito? Esta razon es decisiva para todo el mundo, excepto los ateos: quien admite la existencia de Dios debe admitir su santidad; lo contrario repugna á la razon, al corazon, al sentido comun. Luego existe algo moral absoluto; luego la moralidad en sí misma, no puede explicarse por ninguna relacion de las criaturas á un fin; pues que la moralidad en un grado infinito, existiria, aun cuando no hubiese habido ni hubiese jamás, ninguna criatura.
[223.] Al concebir un ser inteligente criado, concebimos tambien la moralidad como una ley inflexible á que sus acciones deben sujetarse. Es de notar que esta moralidad la concebimos, aun suponiendo un ser inteligente enteramente solo: luego la moralidad no puede explicarse por la relacion de unas criaturas con otras. Fingid un hombre enteramente solo sobre la tierra ¿podréis concebirle exento de toda moralidad? ¿Será igualmente bello en el órden moral el que trabaje para perfeccionar su entendimiento y desarrollar armónicamente todas sus facultades, ó el que se abandone á instintos groseros confundiéndose con los brutos por su estupidez y envilecimiento? Imaginad que desaparece la tierra y todo el universo corpóreo, y todos los seres criados, excepto una sola inteligencia: ¿podeis concebir á esta criatura enteramente exenta de toda ley moral? En sus pensamientos, en sus actos do voluntad, ¿podeis figuraros que sea todo indiferente, y que la moralidad sea para ella una palabra sin sentido? Es imposible, si no queremos luchar abiertamente con nuestras ideas primitivas, con nuestros sentimientos mas profundos, con el sentido comun de la humanidad. Hé aquí pues otra prueba de que hay en el órden moral algo absoluto, una perfeccion intrínseca, independiente de las relaciones mutuas de las criaturas; una belleza propia, en ciertas acciones de la criatura inteligente y libre.
[224.] La imputabilidad de las acciones nos ofrece otro argumento en confirmacion de la misma verdad. La moralidad no se mide nunca por el resultado; los quilates de ella se aprecian por lo inmanente; esto es, por los motivos que han impulsado á querer, por la mayor ó menor deliberacion que ha precedido al acto de la voluntad, por la mayor ó menor intensidad de este mismo acto. Si alguna vez se atiende á los resultados, todo el valor moral que á estos se atribuye nace de lo interior del alma: la prevision ó imprevision de ellos, ó la posibilidad ó imposibilidad de preverlos; el haberlos querido ó nó; el habérselos propuesto como objeto principal ó secundario; el haberlos deseado con ahinco ó el haberlos arrostrado con dolor y repugnancia; estas y otras consideraciones semejantes se tienen presentes cuando se quieren apreciar y graduar el mérito ó demérito de una accion que ha tenido tales ó cuales resultados. De donde se infiere que estos no significan nada en el órden moral, sino en cuanto está expresado en ellos el acto de la voluntad.
[225.] Este carácter de inmanencia, esencial á los actos morales, destruye por su base todas las teorías que fundan la moralidad en combinaciones externas, sean las que fueren; y demuestra que el acto de un ser inteligente y libre es bueno ó malo en sí mismo, prescindiendo absolutamente de todas sus consecuencias buenas ó malas, que de un modo ú otro no hayan estado contenidas en el acto interno. Un hombre, que por un acto cuyas consecuencias no previese ni pudiese prever, perjudicase gravemente á todo el linaje humano, seria inocente; y otro que con una intencion dañada, hiciese un gran beneficio á la humanidad entera, seria un perverso. Un hombre salva á su patria, por un sentimiento de vanidad, ó con un fin de ambicion ó de codicia: su accion salvadora, no es mirada como un acto virtuoso. Otro, con la intencion mas desinteresada y pura, con el mas ardiente anhelo de salvar á su patria, la compromete, por un error, la pierde; este desventurado no deja de ser un hombre virtuoso; la misma accion funesta en resultados, es considerada como un acto de virtud.
[226.] ¿En qué consiste pues la moralidad absoluta? ¿dónde se halla el manantial oculto del cual fluye ese raudal de belleza que todos sentimos, que lo inunda todo, hermoseándolo todo; ese raudal con cuya falta se marchitaria el mundo de las inteligencias?
Me parece que en este punto, como en muchos otros, la ciencia no ha notado bastante la admirable profundidad de la Religion cristiana; esta lo ha dicho todo con una palabra tan tierna, como llena de sentido: Amor.
Permítaseme llamar muy particularmente la atencion de los lectores sobre la teoría que voy á desenvolver. Despues de tantas dificultades como hemos amontonado hasta aquí, sobre el fundamento del órden moral, necesario es que procuremos adquirir alguna luz sobre un objeto tan importante. Esta luz nos confirmará mas y mas una verdad que la ciencia nos pone de manifiesto repetidas veces: cuando se llega á los principios de las ciencias, ó á sus últimos resultados, estad seguros de que las ideas cristianas no os serán inútiles, y que os comunicarán alguna leccion de trascendencia; en el edificio de los conocimientos humanos las hallaréis iluminando el cimiento y la cúpula.
No se imagine el lector, que en vez de una teoría científica, voy á ofrecerle un capítulo de mística: estoy seguro de que al concluir la lectura, se hallará convencido, de que aun bajo el aspecto puramente científico, hay en esta doctrina mucha mas exactitud y profundidad que en otras cuyos autores se guardan de emplear la palabra Dios, como si este nombre augusto manchase las páginas de la ciencia.
[227.] La moralidad absoluta es el amor de Dios; todas las ideas y sentimientos morales son aplicaciones y participaciones de este amor.
Hagamos la prueba llevando este principio fecundo á todas las regiones del mundo moral.
¿Qué es la moralidad absoluta en Dios? ¿cuál es el atributo del ser infinito que llamamos santidad? El amor de sí mismo, de su perfeccion infinita. En Dios no hay deber propiamente dicho, hay necesidad absoluta de ser santo; porque tiene necesidad absoluta de amar su perfeccion infinita. Así la moralidad en su sentido mas absoluto, en su grado mas alto, esto es la santidad infinita, es independiente de todo libre albedrío. Dios no puede dejar de ser santo.
[228.] Pero se preguntará por qué Dios se ha de amar á sí mismo? esta cuestion carece de sentido cuando se profundiza la materia sobre que versa; porque supone que se puede expresar exactamente en términos relativos lo que es enteramente absoluto. La proposicion: Dios se ha de amar á sí mismo no es exacta; la rigurosa exactitud solo se halla en esta otra: Dios se ama á sí mismo; porque expresa de una manera absoluta, un hecho absoluto. Si ahora se pregunta ¿por qué Dios se ama á sí mismo? responderemos que tanto valdria preguntar: por qué Dios se conoce á sí mismo; ó por qué entiende la verdad, ó por qué existe; en llegando á estas cuestiones nos encontramos en el orígen primitivo, con cosas absolutas, incondicionales; entonces, todo porque es absurdo.
[229.] Infiérese de esta doctrina que no es exacto que la moralidad no pueda ser expresada en una proposicion absoluta. Ella en sí misma, en su grado infinito, es una verdad absoluta; implica una identidad cuyo opuesto es contradictorio; por manera que considerada en su mayor altura, está no menos ligada con el principio de contradiccion, que todas las verdas metafísicas y geométricas. Hé aquí su fórmula mas simple: El ser infinito se ama á sí mismo.
[230.] Continuemos desenvolviendo esta doctrina.
Dios, en las profundidades de su inteligencia, ve desde toda la eternidad una infinidad de criaturas posibles. Encerrando en sí propio el fundamento de la posibilidad de las mismas y de todas las relaciones que las pueden enlazar entre sí ó con su Criador, nada puede existir independiente de Dios; así, no es posible que ningun ser deje de ordenarse á Dios. El fin que Dios se ha propuesto en la creacion, no puede ser otro que el mismo Dios; pues que antes de la creacion nada existia sino él, y despues de la creacion todas cuantas perfecciones se hallan en las criaturas, las tiene Dios formal ó virtualmente en un grado infinito. Luego este órden de todas las criaturas á Dios como á ultimo fin, es una condicion inseparable de las mismas; condicion vista por Dios desde toda la eternidad, en todos los mundos posibles. Todo lo que ha sido criado y todo lo que puede serlo, es la realizacion de una idea divina, de lo que está representado en el entendimiento infinito, y con las propiedades absolutas ó relativas que se hallen preexistentes en aquella representacion. Así, todo cuanto existe y puede existir, debe hallarse sometido á la condicion de ordenarse á Dios, sin lo cual su existencia seria imposible.
[231.] Entre las criaturas en que se realiza la representacion preexistente en el entendimiento divino, las hay dotadas de voluntad; esta es la inclinacion á lo conocido; y significa un principio de las determinaciones propias, mediante un acto de inteligencia. Si la criatura conociese intuitivamente á Dios, su acto de voluntad seria necesariamente moral, porque seria necesariamente un acto de amor de Dios. La rectitud de la voluntad criada seria entonces un incesante reflejo de la santidad infinita, ó del amor que Dios se tiene á sí propio. En tal caso, la perfeccion moral de la criatura tampoco seria libre; mas no dejaria por esto de ser perfeccion moral y en un grado eminente. Habria entonces una perpetua conformidad de la voluntad criada con la voluntad infinita; porque la criatura amando á Dios con una feliz necesidad, no querria, ni podria querer otra cosa que lo que quisiese el mismo Dios. La moralidad de la voluntad criada seria esta conformidad perenne con la voluntad divina; conformidad que no se distinguiria del acto moral y santo por esencia: el amor de la criatura al ser infinito.
Pero cuando el conocimiento de Dios no es intuitivo, cuando la idea que de él tiene la criatura es un concepto incompleto y que encierra varias nociones indeterminadas, el bien infinito en sí mismo, no es amado por necesidad, porque no es conocido como es en sí mismo. La voluntad tiene una inclinacion al bien, pero al bien indeterminadamente; y por tanto no siente una inclinacion necesaria hácia ningun objeto real. El bien se le ofrece bajo una idea general é indeterminada, con aplicaciones muy varias, y hácia ninguna de ellas se inclina con necesidad absoluta; de aquí dimana su libertad para salirse del órden visto por Dios, como conforme á sus soberanos designios: en lo cual la libertad lejos de ser una perfeccion, es un defecto, que nace de la debilidad del conocimiento del ser que la posee.
[232.] La criatura racional conformándose en sus actos con la voluntad de Dios, realiza el órden que Dios quiere; amando este órden, ama lo que Dios ama. Si aunque realice este órden, la criatura en su libertad no ama el mismo órden, y procede por motivos independientes de él, su voluntad, ejecutando materialmente el acto, no ama lo que Dios ama; y hé aquí la linea divisoria de la moralidad y de la inmoralidad. La moralidad del acto propiamente dicha, consiste en la conformidad explícita ó implícita de la voluntad criada con la voluntad divina; y esa perfeccion misteriosa que descubrimos en los actos morales, esa hermosura que nos encanta y atrae, no es otra cosa que la conformidad con la voluntad divina; el carácter absoluto que encontramos en la moralidad, es el amor explícito ó implícito de Dios; y por consiguiente un reflejo de la santidad infinita, ó del amor con que Dios se ama á sí mismo.
Hagamos aplicaciones de esta doctrina que se muestra tanto mas exacta cuanto mas se la hace descender al terreno de los hechos.
[233.] El amar á Dios es un acto bueno moralmente; el aborrecer á Dios es un acto malo moralmente, y de una fealdad la mas detestable. ¿Dónde está la moralidad del acto del amor de Dios? en el acto mismo, reflejo de la moralidad absoluta, ó de la santidad infinita, que consiste en el amor que Dios tiene á su perfeccion infinita; hé aquí una prueba palpable de la verdad de la teoría que estamos exponiendo. El amor de la criatura al Criador, ha sido siempre mirado como un acto esencialmente moral; como lo mas puro de la moralidad; en lo que se manifiesta que en el órden secundario y finito, este acto es la mas pura y fiel expresion de la moralidad absoluta.
[234.] Al preguntarse la razon de por qué debemos amar á Dios, se suelen recordar los beneficios que nos dispensa, el amor que nos tiene; y hasta se suele aducir el ejemplo del amor que debemos á nuestros amigos y bienhechores, y sobre todo á nuestros padres; estas razones son ciertamente muy buenas para hacer palpable en cierto modo la moralidad del acto, y conmover nuestro corazon; pero no satisfacen completamente en el terreno de la ciencia. Porque, si pudiésemos dudar de que debemos amar al ser infinito, autor de todas las cosas, claro es que dudaríamos tambien de que debiésemos amar á los padres, á los amigos y bienhechores. Luego el amor á estos se ha de fundar en algo mas elevado, si no queremos que al preguntársenos, por qué debemos amarlos, nos quedemos sin ninguna respuesta.
[235.] El querer perfeccionar el entendimiento es un acto moral en sí mismo. ¿De dónde nace la moralidad del acto? hélo aquí. Dios, al dotarnos de inteligencia ha querido evidentemente que usásemos de ella. El uso de la misma pues, entra en el órden conocido y querido por Dios; al querer esto queremos lo que Dios quiere; amamos este órden que Dios amaba desde toda la eternidad, como una realizacion de sus soberanos designios; por el contrario, si la criatura no perfecciona sus facultades intelectuales, y en uso de su libertad las deja sin ejercicio, se aparta del órden establecido por Dios; no quiere lo que Dios quiere, no ama lo que Dios ama.
[236.] Al perfeccionar estas facultades, puede el hombre hacerlo meramente para proporcionarse el goce que le produce la alabanza de sus semejantes; en este caso realiza el órden de la perfeccion del entendimiento, pero no lo realiza amando este órden en sí mismo, sino por amor de una cosa distinta que no entra en el órden querido por Dios; porque es evidente que Dios no nos ha dotado de facultades intelectuales para el estéril objeto de alabarnos unos á otros. Hé aquí pues la diferencia que conocemos, que sentimos, entre dos acciones iguales, hechas con fines diferentes: la voluntad del uno perfecciona el entendimiento como una simple realizacion del órden divino: no acertamos tal vez á explicar lo que encontramos allí, pero de cierto sabemos que aquella voluntad es recta; el otro hace lo mismo, quiere lo mismo, pero deja mezclar un motivo ajeno á este órden; y el entendimiento y el corazon nos dicen: este acto con que se hace un bien, no es bueno; esto no es virtud, es miseria.
[237.] Hay una persona necesitada, que sin embargo, tiene muchas probabilidades de mejorar pronto de fortuna. Léntulo y Julio, le dan cada cual una limosna. Léntulo da su limosna, solo con el fin de que el socorrido cuando mejore de fortuna, se acuerde del bienhechor, y le favorezca si este lo necesita. La accion de Léntulo no tiene ningun valor moral: al juzgarla se ve una combinacion de cálculo, nó un acto virtuoso. Julio da la limosna, solo por socorrer al infeliz que le inspira lástima, sin pensar en la retribucion con que el socorrido le pueda corresponder: la accion de Julio es bella moralmente, es virtuosa. ¿De dónde la diferencia? Léntulo hace el bien, aliviando al necesitado; pero nó con el amor del órden íntimo que hay en su acto; sino torciendo este órden hácia sí mismo. Dios, queriendo que los hombres necesitasen unos de otros, ha querido tambien que se socorrieran; el socorrer pues simplemente para aliviar al necesitado, es realizar simplemente el órden querido por Dios; el aliviar para un fin particular, es realizar este órden, nó como se halla establecido por Dios, sino como le combina el hombre. Hay complicacion de miras: falta la sencillez de intencion; esa sencillez tan recomendada por el cristianismo, y que aun en la region de la filosofia encierra un sentido tan profundo.