Kitabı oku: «EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO»
CICLO TROYANO ÁYAX FILOCTETES ELECTRA
ÁYAX
ÁYAX
ÁYAX
FILOCTETES
FILOCTETES
FILOCTETES
ELECTRA
ELECTRA
ELECTRA
LOS 1129 FRAGMENTOS
FRAGMENTOS DE DRAMAS CONOCIDOS*
ÁTAMAS (I y II)
FRAGMENTOS DE DRAMAS NO IDENTIFICADOS
FRAGMENTOS DUDOSOS O ERRÓNEAMENTE ATRIBUIDOS A SÓFOCLES
CICLO TROYANO ÁYAX FILOCTETES ELECTRA
ÁYAX
ÁYAX
Lo que sabía el espectador ateniense antes de empezar la representación
Muerto Aquiles, campeón de los griegos en la guerra de Troya, surgió la contienda de quién heredaría sus armas divinas. En la opinión de todos, Áyax, hijo de Telamón, pasaba por el guerrero que más se acercaba a Aquiles en pujanza y valentía. Sin embargo, los jueces adjudicaron las armas a Ulises. La furia de Áyax no conoció límites. Resolvió vengarse dando muerte a los dos hermanos, jefes del ejército griego, Agamemnón y Menelao. Pero la noche en que quiso ejecutar este crimen, la diosa Atena le infundió súbita locura, de suerte que, creyendo cebarse en los Atridas y en Ulises, hizo un horrible degüello de ovejas, carneros y vacas, botín que reservaba el ejército para su sustento.
Este acto que salva la vida de los dos reyes y de Ulises cubre de odiosidad y de ridículo a Áyax; y la tragedia empieza al amanecer, poco antes de que volviera el infeliz de su ataque de locura.
La leyenda terminaba con el suicidio de Áyax. Buena parte de la atmósfera trágica que rodea la dulce figura de Tecmesa, se deriva del conocimiento previo de lo inútil de sus esfuerzos por salvar la vida de su esposo.
PERSONAJES
ÁYAX, guerrero griego
TECMESA, princesa cautiva, su esposa
ATENA, diosa protectora de los griegos
ULISES, guerrero griego, competidor de Áyax
TEUCRO, hermano de padre de Áyax
AGAMEMNÓN, rey de Argos, general en jefe del ejército griego
MENELAO, su hermano
EURÍSACES, niño tierno, hijo de Áyax
CORO, de marineros salaminios de la tropa de Áyax, dirigidos por el CORIFEO
Un mensajero
Criados, soldados
La escena, primero en el campamento griego, delante de la tienda de campaña de Áyax, y luego en un sitio desierto de la playa.
ÁYAX
Playa de Troya, frente a la tienda de Áyax. Se
presenta Ulises inclinado y examinando atentamente huellas en la arena. Aparece majestuosa en el teologueion la diosa Atena.
PRÓLOGO
o escena inicial
ATENA
Siempre será de hallarte, Laertíada,
contra algún enemigo urdiendo amaños.
Y ahora, en torno a la marina tienda
que Áyax ocupa al fin del campamento,
rastreas afanoso y escudriñas
sus más recientes huellas. Lo que acechas
es si está dentro o no… Pues… tu rebusca
otea cual sabueso de Laconia.
Acaba de entrar él, bañado todo,
cabeza y manos, en sudor y en sangre.
No hay razón porque adentro más te asomes.
Dime más bien qué intentan tus empeños,
y yo que todo vi sabré instruirte.
ULISES, hablando con Atena sin verla
Oh voz de Atena, predilecta diosa,
por más que oculta quedes, en mi oído
clara resuenas, cual la voz broncínea
de tirreno clarín. Mi alma te acoge.
Adivinaste bien: de un hombre odiado,
de Áyax, el héroe de gigante escudo,
es de quien ando en pos, de él y no de otro.
Porque esta noche misma horrendo estrago
ha dejado tras sí, si él es quien lo hizo,
pues cosa cierta no hay… A tientas vamos,
y sobre mí he tomado esta faena,
ya que las reses todas de la tropa
muertas hemos hallado y destrozadas
por mano de hombre, y muertos sus pastores…
Y a él todos a una se lo imputan.
Un espía le vio cruzando a saltos
solo, y la espada en sangre, la llanura.
Me avisa y da la pista. Yo al instante
tras las huellas me lanzo, unas clarísimas,
otras desconcertantes, que no atino…
A punto vienes, y ojalá tu mano
que hasta aquí me guio siempre me guíe.
ATENA
Así es, Ulises, y afanosa vengo,
fiel guardiana, a encauzar tu cacería.
ULISES
¿Y atinan, diosa amiga, mis afanes?
ATENA
Como que todo lo hecho es obra suya.
ULISES
¿Quién lo ha empujado a tan absurda hazaña?
ATENA
Su furia, por las armas del Pelida.
ULISES
¿Por qué entonces cebarse en los rebaños?
ATENA
Pensó bañar su mano en sangre vuestra.
ULISES
¿Conque apuntaba el golpe a los argivos?
ATENA
Si me descuido yo, ya fuera un hecho.
ULISES
¿Quién le inspiró tan desmedida audacia?
ATENA
La noche, un plan artero, el verse solo…
ULISES
¿Y cerca estuvo de acabar su intento?
ATENA
A las puertas llegó de los dos jefes.
ULISES
¿Y quién su sed contuvo de matanza?
ATENA
Yo, ciego engaño echando antes sus ojos,
de un gozo le libré que le perdiera.
Yo su furia lancé contra el ganado,
presa por repartir, montón revuelto
que boyeros custodian. A mandobles
iba hacinando muertes de cornúpetas,
y él muertos por su mano imaginaba
a los Atridas y a diversos jefes…
Yo, mientras daba vueltas el furioso
le apremiaba, acosándole en sus males.
Mas luego que acabó con su faena,
al ganado aún vivo agarrotando,
bueyes, carneros, mete todo en casa,
cual si cautivos fueran, y no bestias;
y en su tienda amarrados los tortura.
A plena luz voy a mostrarte al loco,
porque a los griegos cuentes lo que has visto.
Y espérale sin miedo que te dañe:
yo desviaré la lumbre de sus ojos,
con que advertir no pueda tu presencia.
Gritando a Áyax
¡Hola tú, que a la espalda estás atando
manos esclavas, sal: la orden es mía!
¡Áyax, hablo contigo, salte pronto!
ULISES
¿Qué haces, Atena? ¡No lo llames fuera!
ATENA
Sabrás callar, supongo, y no exponerte
a cargar con la fama de cobarde…
ULISES
No, por los dioses, que se quede dentro…
ATENA
¿Qué temes de él? ¿fue nunca más que un hombre?
ULISES
Él mi enemigo fue; lo es todavía.
ATENA
¿Y hay gozo como hollar a un enemigo?
ULISES
Prefiero yo con todo que no salga.
ATENA
¿Tanto te arredra ver de frente al loco?
ULISES
Sano, no le temiera ni esquivara.
ATENA
Hoy, ni estando a su lado, habrá de verte.
ULISES
¿Cómo, si mira con los mismos ojos?
ATENA
Puedo yo oscurecer ojos abiertos.
ULISES
Sí, siendo obra de un dios, todo es posible.
ATENA
Silencio y, donde te hallas, no te muevas.
ULISES
Bien, no me muevo, aunque por gusto propio,
mejor me fuera lejos…
ATENA, con voz imperiosa y burlona
¡Vamos, Áyax,
ya van dos veces que te llamo! ¿Es ese
el caso que haces de tu aliada?
ÁYAX, saliendo látigo en mano
¡Salve,
oh Atena, salve, hija de Zeus! ¡qué ayuda
la que debo esta vez a tu presencia!
Tan feliz cacería bien merece
mil doradas ofrendas en tu templo.
ATENA
Bien hablado. Mas cuéntame, ¿tu espada
quedó teñida a gusto en sangre argiva?
ÁYAX
De ello puedo gloriarme, no lo niego.
ATENA
¿También en los Atridas te has cebado?
ÁYAX
¡Ya nunca más han de burlarse de Áyax!
ATENA
Quieres decir que han muerto…
ÁYAX
¡Sí, que, muertos,
me roben otra vez las armas mías...!
ATENA
Bien. ¿Y qué fue del hijo de Laertes?
¿logró escapar con suerte de tu espada?
ÁYAX
¿Ese maldito zorro? ¿de él preguntas?
ATENA
De Ulises tu rival, sí, de él.
ÁYAX
Señora,
ese es mi gran cautivo. Allí le guardo…
¡Y no para que muera tan de prisa!
ATENA
¿Qué piensas hacer de él? ¿con qué provecho?
ÁYAX
Pienso en mi tienda atarlo a la columna.
ATENA, fingiendo compasión
¡Ay pobrecillo! y vas a darle…
ÁYAX
Látigo…
y bañarle en su sangre hasta que muera.
ATENA
¡Ay! ¡no así le tortures!
ÁYAX
Cualquier cosa
puedes mandarme, Atena, mas su suerte
esta ha de ser y no otra alguna.
ATENA
Entonces,
si ese es tu gusto, asiéntale la mano
según tu plan, sin perdonarle cosa.
ÁYAX
Vuelvo a la obra, pues; y al lado mío
te ruego que, como hoy, siempre me asistas.
Entra de nuevo Áyax en la tienda.
ATENA
¿Ves, Ulises, qué fuertes son los dioses?
Más prudente que este hombre ¿viose alguno,
o más cumplido y fiel en cualquier lance?
ULISES
No sé yo de ninguno. Por lo mismo
le compadezco en su total desgracia,
aunque enemigo suyo, por mirarle
uncido a una espantable desventura.
Y al hacerlo, no tanto me lastimo
por él cuanto por mí, pues considero
que otra cosa no somos que fantasmas,
sombras hueras no más… cuantos vivimos…
ATENA
Viendo, pues, lo que has visto, que tus labios
no se engrían jamás contra los dioses,
ni te alces en posturas altaneras
si ves que a cualquier otro sobrepujas
en valor o en caudal; pues basta un día
para hundir o ensalzar todo lo humano.
Y sabe que al prudente aman los dioses
por su cordura, y que odian al soberbio.
Desaparece Atena y se retira Ulises.
PÁRODO
Entra el Coro compuesto por marineros
salaminios de las tripulaciones de Áyax.
CORO
Hijo de Telamón, que alzarse miras
firme sobre las aguas
tu Salamina que las olas ciñen,
¡nuestra es tu fama!
¡nuestro tu regocijo, si prosperas;
y en cambio, si te asaltan
o algún golpe de Zeus, o de los Dánaos
duras lenguas airadas,
nos invaden la angustia que vacila,
el espanto que aplana,
miramos como miran las palomas
de temblorosas alas!
Nos abochornan voces que han surgido
de la noche pasada:
que bajaste a los llanos donde bullen
las cerriles potradas;
y en el botín de guerra que los griegos
intacto aún guardaban,
sembraste ruina y mortandad, cebando
en él tu ardiente espada…
Murmullo es de calumnias, que al oído
de todos desparrama,
con crédito seguro, el falso Ulises,
pues visos no le faltan.
Goza el que va regando esos rumores,
y con más algazara
goza quien los escucha, y todos hacen
mofa de tu desgracia.
Y es que tiro asestado contra grandes
es tiro que no falla;
dijéranlo de mí, ni uno siquiera
oídos les prestara.
Sólo acecha la envidia a los que tienen;
mas sin grandes que vayan
al frente de los débiles, ¿qué logran
estos en la muralla?
De algo vale el pequeño si se arrima
al grande, y este gana
si cuenta con la ayuda del pequeño
para obrar sus hazañas.
Mas el necio no entiende estas verdades,
y necios son los que arman
contra ti este clamor, que no podemos
acallar si tú no hablas.
Mientras esquivan tus miradas, chillan
como aves en bandadas;
mas si de pronto, poderoso buitre,
el raudo vuelo abajas,
verás cómo aterrados se repliegan
en fuga subitánea,
y en temblores de pávido silencio
se trueca su jactancia.
Empieza el canto coral:
¿Quién te infundió la furia sanguinosa
que te lanzó por tan violentos modos
contra la grey de todos?
—¡Ay hablilla insidiosa,
vergüenza mía infanda...!—
¿Es Ártemis, la diosa
hija de Zeus, la que en los toros manda?
—¿tal vez por algún triunfo no pagado?
¿o tal vez por haberla defraudado
del glorioso botín que le debías,
o de guerra o de lautas cacerías?
¿O pudo ser el dios que en el combate
preside, bronce al pecho, que en venganza
del desaire que hicieras de su lanza
con nocturnos engaños hoy te abate?
Porque ¿cómo creerlo? ¿por ti mismo,
hijo de Telamón, correr pudiste
con cierto paroxismo
contra esas nobles greyes? ¡Ah, qué triste
cuando de un dios procede la locura,
que derriba al mortal! ¡Que Zeus piadoso,
que Febo de ti aparten la impostura
de rumor tan odioso...!
Mas si es calumnia de los dos Atridas
que en falso te hacen cargo de esas vidas
si es cuento de ese de la vil ralea
de Sísifo, —¡mi príncipe!, te imploro—,
no dejes tú que imputación tan fea
me alcance a mí, si retraído sigues
solo en la tienda junto al mar sonoro.
¡Ea! deja el asiento en que se alarga
tu ausencia de la lucha, y se recarga
más y más tu rencor que al cielo llega,
mientras más y más ciega
por los ventosos llanos libre cunde
la audacia del contrario, que te lanza
el escarnio agresivo y lo difunde,
en tanto que la angustia en mí se afianza…
EPISODIO PRIMERO
Sale de la tienda de Áyax Tecmesa,
su cautiva y esposa, y empieza un
diálogo lírico.
TECMESA
Marineros del gran Áyax,
raza de los Erectidas,
nobles autóctonos, llantos
tenemos los que la vida
diéramos por Telamón,
su casa y su alcurnia antiguas:
porque ahora está postrado
nuestro Áyax que parecía
grande, terrible, indomable
con su pujanza maciza.
Turbio temporal le azota,
dura enfermedad le humilla.
CORO
Mas ¿qué ha cambiado esta noche
en el peso de desdicha
con que su negra fortuna
ya le agobiaba de día?
Hija del frigio Teleutas,
háblanos tú, la cautiva
de quien Áyax se ha prendado,
a quien ama y a quien mima.
Tú sabes para este trance
la palabra sugestiva
TECMESA
¡Ay, esa indecible historia
cómo podré yo decirla!
pues vas a oír un desastre
triste cual la muerte misma…
Nuestro gran Áyax glorioso
esta noche la embestida
sufrió de horrible locura
que ha consumado su ruina.
Pruebas de ella, los destrozos
de sus degolladas víctimas
que encharcan la tienda toda
con sangre por él vertida.
CORO
¡Negro cuadro de horror el que nos pintas
del terrible guerrero!
Sus resultas ¿quién sufre? ¿o quién, artero,
de ellas podrá escapar? No son distintas
las voces de la hueste amotinada,
que las repite con furor creciente.
¡Ay suerte infortunada
que se nos echa encima! Es evidente
que el hombre ha de morir, si es que ha matado
—desmán desatentado—
hierro en mano la grey y los pastores
que a caballo rondaban los alcores.
TECMESA, sin atender, prosigue su narración.
¡Ay, de mí! de la llanura,
de allá, sí, de allá, cautivas
vino trayendo las reses…
A unas arranca la vida
en la tienda, sobre el suelo;
a otras parte y hace trizas
Coge luego a dos carneros
de blancas patas, los trinca;
la lengua le vuela al uno,
de un tajo lo decapita;
al otro de una columna
lo cuelga, enlaza y estira;
de unos arneses desprende
enorme, doble traílla,
y le cimbrea y azota,
con horribles invectivas
que no se escuchan entre hombres
y a las que algún dios le incita.
CORO, aterrado
Hora es ya de que, un velo en la cabeza,
escapemos furtivos,
O, sentados al remo con presteza
demos vuelo a los barcos fugitivos.
Tales los retos son y el clamoreo
que contra él los Atridas han alzado.
Muerte por apedreo
encima se me viene, si a su lado
me quedo acompañándolo en su ruina,
pues suerte inabordable le domina…
TECMESA, con suave dominio
No, ya no… Ya sin relámpagos,
cual estallar de ventisca
que se extingue, poco a poco
se han apagado sus iras.
Mas, en juicio, un dolor nuevo
le acongoja y martiriza,
pues causa suprema angustia
el contemplar sus desdichas
que no puede la conciencia
achacar sino a sí misma.
Prosigue el diálogo
CORO
Mas si calmado está, buena esperanza
hay de que todo al fin halle su arreglo,
pues que, pasado el mal, ya no hay cuidado.
TECMESA
Si te dieran opción, ¿qué escogerías:
gozar tú, contristando a tus amigos,
o ponerte a su lado en sus desgracias?
CORO
Mujer, dos males… siempre son más que uno.
TECMESA
Ya el mal se nos pasó, y esta es la hora
en que estamos peor…
CORO
¿Cómo? no entiendo…
TECMESA
Es que él, mientras sufría su arrebato,
satisfacción hallaba en sus ficciones
que a los sanos causaban tanto duelo;
mas ahora que halló tregua y respiro
en su terrible mal, él se ve presa
de horrorosas angustias, y nosotros
tan dolientes seguimos como antes.
¿No son estos dos males en vez de uno?
CORO
De acuerdo estoy contigo; y aun recelo
proceda el golpe de algún dios; pues ¿cómo
no halla mayor contento estando sano
que cuando enfermo estuvo?
TECMESA
Pues… preciso
es que entiendas que así se están las cosas…
CORO
Mas ya que compartimos sus dolencias,
cuéntanos el principio, cómo y cuándo
se abatieron sobre él.
TECMESA
Lo sabrás todo,
como quien parte tiene en ello. A la hora
en que cae la noche y ya los fuegos
de la tarde se extinguen, una espada
de dos filos agarra, y agitado
se dispone a salir sin plan ni rumbo.
Yo se lo hacía ver: «Áyax, ¿qué pasa?
¿quién te convoca? ¿cómo, sin aviso
de heraldos ni llamada de trompeta,
haces esta salida? En el ejército
todo en reposo está». Breve, responde
lo de siempre: «Mujer, a las mujeres
las agracia el silencio». Yo me callo,
conociendo su humor, y él sale solo.
Lo que allá sucedió decir no puedo;
mas volvió luego a casa con la presa:
toros, perros pastores y cabríos
de hermosa cornamenta, atados juntos.
A los uno abate desnucándolos,
a otros, cabeza en alto, los degüella
y los abre en canal, a otros los ata
y, cual si fueran hombres, los tortura,
ensañando su furia en el rebaño.
Salta luego a la puerta, y se le oían
frases bruscas lanzadas a un fantasma,
ya contra los Atridas, ya de Ulises,
todo entre carcajadas jactanciosas
sobre el gusto y rigor de su venganza.
De otro salto está en casa, y lentamente
con tiempo y con trabajo vuelve en juicio.
Al ver cubierto el suelo de destrozos,
se hiere la cabeza, lanza un grito,
sobre el montón de muertos se desploma;
y allí sentado está sobre los restos
de bestias degolladas, arrancándose
los pelos con las manos y las uñas.
Mudo allí se mantuvo largo tiempo.
De pronto con terribles amenazas
me aprieta a que le cuente cómo ha sido
aquel desastre todo, preguntando
cómo se había caído en aquel trance.
Y yo se lo conté, de puro miedo,
amigos… cuanto vi. Mas él entonces
se desató en dolientes alaridos
cuales jamás escuché yo en su boca,
pues siempre declaraba que esos llantos
eran de hombres cobardes sin bríos;
él a lo más, cual toro que rebrama,
sin dar paso a la voz, bufaba ronco.
Sumido ahora en su desgracia horrenda,
ni comer quiere ni beber, inmóvil
se está donde cayó, sobre las reses
que derribó su espada. Y ya no hay duda
de que en algún desmán esté pensando,
según son las palabras y lamentos
que se oyen en sus labios. Mas vosotros,
oh amigos —que para eso acá he venido—,
entrad, y, si podéis, prestad ayuda,
puesto que hombres como él sólo se rinden
cuando intervienen diestros sus amigos.
CORO
Tecmesa de Teleutas, grave cosa
es la que nos has dicho, que a este hombre
le ha dejado aturdido su desgracia…
Salen de adentro unos gritos.
ÁYAX
¡Ay! ¡ay de mí!
TECMESA
Peor, según parece,
pronto ha de estar… ¿No lo escuchasteis? Áyax
es quien lanzó tan lúgubre alarido.
Nuevos gritos.
ÁYAX
¡Ay! ¡ay de mí!
CORO
Parece un nuevo ataque,
o que de los pasados se lamenta,
al ver su obra funesta en torno suyo…
ÁYAX
¡Hijo! ¡hijo mío!
TECMESA
¡Horror! desventurada…
Eurísaces, por ti son esos gritos…
¿Qué querrá? ¿dónde estás? ¡Ay ansias mías!
ÁYAX
¡A Teucro llamo! A ver, ¿dónde anda Teucro?
¿Va a estar toda la vida merodeando
mientras yo aquí me muero?
CORO
En pleno juicio
hablando está esta vez. Abrid las puertas;
pudiera ser que, al verme, se reporte.
TECMESA
Ya las abro. A la vista ya le tienes:
sus obras y el estado en que se mira.
Abre Tecmesa la puerta de la tienda,
y aparece Áyax sobre una plataforma
rodante, llamada «equiclema», sentado
en medio de unas reses degolladas.
KOMMOS
o diálogo lírico
ÁYAX, con señales de hondo abatimiento
¡Marineros queridos!
únicos ¡ay!, los únicos que en torno
fieles me acompañáis en mi bochorno…
ya veis qué temporal entre bramidos
y oleaje de sangre, incauto, inerme,
me acaba de cercar para perderme…
CORO, a Tecmesa
¡Ay, qué verdad tan grande nos decías!
Sólo un loco hace tales demasías…
ÁYAX
¡Nautas míos, mi gente, que en la ruda
contienda con el mar fuiste mi ayuda,
bogando fiel al remo en mi navío!
De ti, sólo de ti yo esperar puedo
que pongas fin a este desastre mío:
¿estas víctimas ves? ¡Ea, sin miedo,
mátame a mí también! De ti lo fío…
CORO, a Áyax
¡No, por favor! el mal al mal no cura:
así agravar tus cuitas es locura…
ÁYAX, con íntimo despecho
¡Ahí ven al valiente, al esforzado,
al que jamás temblara en las refriegas!
Y todo su valor ha desfogado
sobre el manso animal que iras tan ciegas
nunca temió del hombre…
¡Ay qué sonrojo! ¡qué irrisión sin nombre!
TECMESA
Áyax, mi amo… ¡piedad! no digas eso…
ÁYAX, súbitamente exasperado
¡Largo de aquí! ¿No estás ya fuera? —¡Ay peso
de indecible dolor...!
TECMESA
¡Oh, por los dioses!
cede al consejo y piensa…
ÁYAX
¡No me acoses!
un desgraciado soy… Mi arma no atina
a despachar a esos malditos reyes,
y derrama la sangre purpurina
de esos cornudos bueyes,
de esas preciosas cabras…
CORO
¿A qué, por lo pasado, más palabras?
No han de lograr tu llanto y tu despecho
deje de ser lo que ya estuvo hecho…
ÁYAX
¡Ay hijo de Laertes,
mirón husmeador, todo lo adviertes,
para toda maldad prestas tu ayuda!
De fiestas andas sin duda,
perillán refinado: ya entreveo
tus escarnios, tu risa y regodeo…
CORO
De un dios procede todo, risa y llanto…
ÁYAX
Pues que a él yo le viera sufrir tanto
como ¡ay de mí! sufriendo estoy…
CORO
Refrena
una altivez ajena
a la desgracia en que te ves…
ÁYAX
¡Un ruego,
Zeus, padre de mis padres! Que a ese odiado
zorro verdugo, y a ese par menguado
de reyes mate yo, y obtenga luego
también morir…
TECMESA
¡Ah, si eso es lo que quieres,
pide por mí que muera yo a tu lado!
¿A qué seguir viviendo si tú mueres?
ÁYAX
¡Oh tinieblas —mi luz! ¡oh abismo oscuro—
para mí el más brillante y más seguro,
llevadme y sed por siempre mi morada!
Ya no soy digno de esperar ayuda
ni de dioses ni de hombres, pobres hombres
seres de una alborada…
Poderosa y sañuda
la diosa hija de Zeus con mano fuerte
me atormenta de muerte…
¿Adónde escapar de ella? Y un respiro
¿dónde buscar, si aniquilado miro
mi antiguo honor, amigos? Deshacerme
no puedo de estas víctimas que en torno,
caza de un loco, exhiben mi bochorno…
Y al ejército todo espero inerme
que ya sin duda, espada en alto, avanza
a ejecutar airado su venganza…
TECMESA
¡Triste de mí! ¡que un hombre así se abaje
—cosa que nunca hizo— a tal lenguaje!
ÁYAX
¡Oh vados del estrecho resonantes,
cuevas marinas, costaneros prados,
cuán fieles y constantes
por tanto, tanto tiempo, mil cuidados
os dignasteis brindarme! Mas con vida
ya no me veréis más… —sépalo cierto
quien en su juicio esté—. ¡Fuente querida
del vecino Escamandro, que el Argivo
halló tan complaciente, te lo advierto,
ya no has de ver al que, sin reto altivo
puede pensar que el alma fue más recia
que Troya vio jamás venir de Grecia!
Y ahora yazgo hundido
sin honor y sin gloria…
CORO
Tal lenguaje
no sé cómo permita o cómo ataje
al verte en tantos males abatido.
Prosigue el episodio
ÁYAX
¡Ay ay...! Y quien pensara que mi nombre
consonase tan bien con mis gemidos…
Dos y tres veces puedo yo dar ayes
según son las desdichas que me agobian…
De esta tierra del Ida a Salamina
volvió mi padre con inmensa fama,
después de conquistar con sus proezas
el premio más hermoso; y yo su hijo,
que a la misma región vine de Troya
con fuerza no menor para la lucha,
y que he cumplido hazañas no inferiores,
así me hundo, ignominia de los griegos…
Y a pesar de ello, hay algo en que la duda
no me puede caber. Si, vivo Aquiles,
fuese él mismo el llamado a dar sentencia
sobre quién, por campeón de la bravura,
merecía sus armas, estoy cierto
que nadie sino yo se las llevara.
Mas se las compusieron los Atridas
para donarlas a un villano, en tanto
que ni tuvieron cuenta con mis hechos.
Pero si el descarrío de mis ojos
al par del de mi mente no me hubiesen
desviado de mi plan, a fe que nunca
volvieran contra alguno a buscar votos
para tan negro fallo. Mas ahora
la del mirar terrible, la inviolada
hija de Zeus, al tiempo en que sobre ellos
yo me aprestaba a descargar el golpe,
me perturbó, cegándome de pronto
con rabiosa locura, y he teñido
mis manos con la sangre de estas bestias.
Ríen ellos en tanto al verse salvos
tan contra mi querer… Aunque si es obra
de un dios, puede escapar el más cobarde
de mano aun del hombre más valiente.
Y ahora ¿qué hago yo? Me odian los dioses
—es cosa manifiesta—, me aborrece
toda la hueste griega, toda Troya
y sus llanuras con horror me miran.
¿Voyme a mi tierra por el mar Egeo,
desertando las naves y dejando
solos a los Atridas? Pero entonces,
¿con qué cara a mi padre me presento,
a Telamón? ¿Es él hombre que aguante
verme llegar desnudo, sin trofeos
se los que a él le dieron tanta gloria?
—¡Insufrible…! Está bien, ¿me voy entonces
contra el muro de Troya, y arremeto
solo contra ellos cuerpo a cuerpo, y hago,
antes de sucumbir, algo bien grande?
—Pero eso diera gusto a los Atridas…
No lo tendrán… Haré más bien mis pruebas
con una cosa que al anciano padre
le haga sentir que pura y limpia corre
su sangre en mí. Vergüenza es larga vida
ansiar, si ella es miseria sin remedio.
Un día y otro día… ¿qué deleite
pueden proporcionar si alternan sólo
en llegarse a la muerte y huir de ella?
No diera yo un ardite por el hombre
que halle su gozo en vanas esperanzas.
Vivir con gloria o acabar con gloria
es lo que importa al hombre bien nacido.
Y no hay más que decir.
CORO
Oh Áyax, por cierto
que no ha de haber quien trate de bastardos
tus nobles dichos: suena en ellos tu alma.
Cálmate sin embargo, y no rehúses
que en ti su influjo logren tus amigos
y de tus inquietudes te desvíen.
TECMESA
Áyax, mi dueño, la aflicción que al hombre
más abruma, es el peso de su suerte.
Ya ves yo: yo nací de padre libre,
rico más que ninguno entre los frigios,
y ahora sierva soy… Así los dioses
lo han dispuesto, y más que ellos tu pujanza.
Pero al fin, pues comparto yo tu lecho,
ya miro con amor todo lo tuyo,
Y por Zeus te suplico, el que preside
en nuestro hogar, por los nupciales lazos
y el lecho que nos une, no permitas
que tenga que escuchar ultrajes viles
de tus contrarios… No, no me abandones
en manos de otro… El día en que murieras,
y en que tu muerte me dejara sola,
ese, ese mismo día, no lo dudes,
llevada por los griegos con violencia
me vería de esclava con tu hijo.
Y alguno de mis amos, disparando
cruel baldón, «Mirad —dirá— la amiga
de Áyax que fue campeón en el ejército,
ved en qué menesteres sirve ahora
la que gozó tan alto estado…» Tales
correrán los dicterios, rudo golpe
para mí al escucharlos, pero infamia
que a ti te afrente y a tu alcurnia toda.
Ten rubor de dejar así a tu padre
en mustia ancianidad… Tu madre mira
cargada de años y en continuos ruegos
ante los dioses porque vuelvas vivo;
y ten piedad, oh rey, del hijo tuyo
si, privado de ti, sus tiernos años
tiene que pasar solo y al cuidado
de unos tutores sin amor. ¡Qué manda
de dolor la que a él y a mí nos dejas,
si llegas a morir! Yo ya no tengo
adónde más mirar sino a ti solo.
Patria no tengo: la arrasó tu lanza;
padre y madre tampoco: hados distintos
a morar con los muertos los llevaron;
¿hogar? —¿qué hogar sin ti, ni qué riquezas?
Mi salvación toda de ti depende.
Y luego en mí piensa también. ¿No es justo
que amoroso recuerdo guarde el hombre
de quien le dio dulzura? Siempre fruto
del amor fue el amor; y el que en su pecho
deja morir la gratitud, no puede
pretender que le llamen bien nacido.
CORO
Áyax, yo bien querría que sintieras
la misma compasión que ella me inspira:
sin duda aprobarías sus palabras…
ÁYAX
Aprobación cabal segura tiene
de parte mía, sí, con tal que tenga
valor para cumplir lo que le mande.
TECMESA
Oh Áyax querido, en todo haré tu gusto.
ÁYAX
Tráeme, pues, a mi hijo, que lo vea.
TECMESA
Es que lo despaché por estos miedos…
ÁYAX
¿Por estas cosas mías...? o ¿qué entiendes?
TECMESA
No fuese que, al topar tal vez contigo,
se te fuera a morir…
ÁYAX
Sí, tal desgracia
muy a tono estuviera con mi suerte…
TECMESA
Impedir eso al menos fue mi intento…
ÁYAX
Tu previsión apruebo y tu cuidado.